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miércoles, 29 de octubre de 2014
martes, 28 de octubre de 2014
LA HUMILDAD DE LA VIRGEN MARÍA
Las Virtudes de María
Humildad de María
San Alfonso María de Ligorio
La humildad, dice san Bernardo, es el fundamento y guardián de todas las virtudes. Y con razón, porque sin humildad no es posible ninguna virtud en el alma. Todas las virtudes se esfuman si desaparece la humildad. Por el contrario, decía san Francisco de Sales, como refiere santa Juana de Chantal, Dios es tan amigo de la humildad que acude enseguida allí donde la ve. En el mundo era desconocida tan hermosa y necesaria virtud, pero vino el mismo Hijo de Dios a la tierra para enseñarla con su ejemplo y quiso que especialmente le imitáramos en esa virtud: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). María, siendo la primera y más perfecta discípula de Jesucristo en todas las virtudes, también lo fue en esta virtud de la humildad, gracias a la cual mereció ser exaltada sobre todas las criaturas. Se le reveló a santa Matilde que la primera virtud en que se ejercitó de modo particular la bienaventurada Madre de Dios, desde el principio, fue la humildad.
El primer acto de humildad de un corazón es tener bajo concepto de sí. María se veía tan pequeña, como se lo manifestó a la misma santa Matilde, que si bien conocía que estaba enriquecida de gracias más que los demás, no se ensalzaba sobre ninguno. No es que la Virgen se considerase pecadora, porque la humildad es andar con verdad, como dice santa Teresa, y María sabía que jamás había ofendido a Dios. Tampoco dejaba de reconocer que había recibido de Dios mayores gracias que todas las demás criaturas porque un corazón humilde reconoce, agradecido, los favores especiales del Señor para humillarse más; pero la Madre de Dios, con la infinita grandeza y bondad de su Dios, percibía mejor su pequeñez. Por eso se humillaba más que todos y podía decir con la sagrada Esposa: "No os fijéis en que estoy morena, es que el sol me ha quemado" (Ct 1,6). Comenta san Bernardo: Al acercarme a él, me encuentro morena. Sí, porque comenta san Bernardino: La Virgen tenía siempre ante sus ojos la divina majestad y su nada. Como la mendiga que al encontrarse vestida lujosamente con el vestido que le dio la señora no se ensoberbece, sino que más se humilla ante su bienhechora al recordar más aún su pobreza, así María, cuanto más se veía enriquecida más se humillaba recordando que todo era don de Dios. Dice san Bernardino que no hubo criatura en el mundo más exaltada que María porque no hubo criatura que más se humillase que María. Como ninguna cristiana, después del Hijo de Dios, fue elevada tanto en gracias y santidad, así ninguna descendió tanto al abismo de su humildad.
El humilde desvía las alabanzas que se le hacen y las refiere todas a Dios. María se turba al oír las alabanzas de san Gabriel. Y cuando Isabel le dice: "Bendita tú entre las mujeres... ¿Y de dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a visitarme? Feliz la que ha creído que se cumplirían todas las cosas que le fueron dichas de parte de Dios" (Lc 1,42-45). María, atribuyéndolo todo a Dios, le responde con el humilde cántico: "Mi alma engrandece al Señor". Como si dijera: Isabel, tú me alabas porque he creído, y yo alabo a mi Dios porque ha querido exaltarme del fondo de mi nada, "porque miró la humildad de su esclava". Dijo María a santa Brígida: ¿Por qué me humillé tanto y merecí tanta gracia sino porque supe que no era nada y nada tenía como propio? Por eso no quise mi alabanza sino la de mi bienhechor y mi creador. Hablando de la humildad de María dice san Agustín: De veras bienaventurada humildad que dio a luz a Dios hecho hombre, nos abrió el paraíso y libró a las almas de los infiernos.
Es propio de los humildes el servicio. María se fue a servir a Isabel durante tres meses; a lo que comenta san Bernardo: Se admiró Isabel de que llegara María a visitarla, pero mucho más se admiraría al ver que no llegó para ser servida, sino para servirla.
Los humildes viven retirados y se esconden en el sitio peor; por eso María, reflexiona san Bernardo, cuando el Hijo estaba predicando en aquella casa, como refiere san Mateo en el capítulo 12, y ella quería hablarle, no quiso entrar sin más. Se quedó fuera, comenta san Bernardo, y no interrumpió el sermón con su autoridad de madre ni entró en la casa donde hablaba el Hijo. Por eso también, estando ella con los discípulos en el Cenáculo se puso en el último lugar, que después de los demás la nombra san Lucas cuando escribe: "Perseveraban todos unánimes en la oración, con las mujeres y la Madre de Jesús" (Hch 1,14). No es que san Lucas desconociera los méritos de la Madre de Dios conforme a los cuales debiera haberla nombrado en primer lugar, sino porque ella se había puesto después de los apóstoles y las demás mujeres, y así los nombra san Lucas conforme estaban colocados en aquel lugar. Por lo que escribe san Bernardo: Con razón la última llega a ocupar el primer lugar, porque siendo María la primera de todas, se había colocado la última.
Los humildes, en fin, no se ofenden al ser menospreciados. Por eso no se lee que María estuviera al lado de su Hijo en Jerusalén cuando entró con tantos honores y entre palmas y vítores; pero, por el contrario, cuando su Hijo moría, estuvo presente en el Calvario a la vista de todos, sin importarle la deshonra, ante la plebe, de darse a conocer como la madre del condenado que moría como criminal con muerte infamante. Le dijo a santa Brígida: ¿Qué cosa más humillante que ser llamada loca, hallarse falta de todo y verse tratada como lo más despreciable? Esta fue mi humildad, éste mi gozo, éste todo mi deseo, porque no pensaba más que en agradar al Hijo mío.
Le fue dado a entender a sor Paula de Foligno lo grande que fue la humildad de la santísima Virgen; y queriendo explicarlo al confesor, no sabía decir más que esto, llena de estupor: ¡La humildad de nuestra Señora! Oh Padre, ¡la humildad de nuestra Señora! No hay en el mundo ni un grado de humildad si se compara con la humildad de María. El Señor hizo ver a santa Brígida dos señoras. La una era todo fausto y vanidad: Esta, le dijo, es la soberbia; y ésta otra que ves con la cabeza inclinada, obsequiosa con todos y sólo pensando en Dios y estimándose en nada, ésta es la humildad, y se llama María. Con esto quiso Dios manifestar que su santa Madre es tan humilde que es la misma humildad.
No hay duda, como dice san Gregorio Niseno, de que para nuestra naturaleza caída no hay virtud que tal vez le resulte más difícil de practicar que la de la humildad. Pero la única manera de ser verdaderos hijos de María es siendo humildes. Dice san Bernardo: Si no puedes imitar la virginidad de la humilde, imita la humildad de la virgen. Ella siente aversión a los soberbios y llama hacia sí a los humildes. "El que sea pequeño que venga a mí" (Pr 9,4). Dice Ricardo de San Lorenzo: María nos protege bajo el manto de su humildad. La Virgen le dijo a santa Brígida: Hija mía, ven y escóndete bajo mi manto; este manto es mi humildad. Y le explicó que la consideración de su humildad es como un manto que da calor; y como el manto no da calor si no se lleva puesto, así se ha de llevar este manto, no sólo con el pensamiento, sino con las obras. De manera que mi humildad no aprovecha sino al que trata de imitarla. Por eso, hija mía, vístete con esta humildad. Cuán queridas son para María las almas humildes. Escribe san Bernardo: La Virgen conoce y ama a los que la aman, y está cerca de los que la invocan; sobre todo a los que ve semejantes a ella en la castidad y en la humildad. Por lo cual el santo exhorta a los que aman a María a que sean humildes: Esforzaos por practicar esta virtud si amáis a María. El P. Martín Alberto, jesuita, por amor a la Virgen solía barrer la casa y recoger la basura. Y como refiere el P. Nieremberg, se le apareció la Virgen y, agradeciéndole, le dijo: Cómo me agrada esta obra realizada por amor mío.
Reina mía, no podré ser tu verdadero hijo si no soy humilde. ¿No ves que mis pecados, al hacerme ingrato a mi Señor me han hecho a la vez soberbio? Remédialo tú, Madre mía. Por los méritos de tu humildad alcánzame la gracia de ser humilde para que así pueda ser hijo tuyo verdadero.
LA VIRGEN MARÍA, SALUD DE LOS ENFERMOS
Salud de los enfermos
María lleva en sus manos y en su corazón la salud, tan necesaria para vivir en plenitud. Por eso, uno de los momentos en que más se invoca a María por parte de todos sus hijos es en la enfermedad. Uno de los momentos en que más necesitamos invocar a María es en los momentos de dolor. Y cuando más se acerca a sus hijos como buena madre es en esos dolorosos momentos...
Salud de los enfermos del alma. Sabe curar enfermedades del cuerpo, pero sobre todo del alma. Ella sabe otorgar algo tan grande como la salud, la paciencia y el amor en la enfermedad. Como buena Madre está a la cabecera de sus hijos enfermos. Y sobre todo en la hora de la muerte. Todos los buenos cristianos mueren en brazos de su Madre, de María. Y morir así, no es triste, todo lo contrario. Cada uno de nosotros nos preparamos la propia muerte. Si queremos morir en brazos de María, digámoselo.
LA VIRGEN MARÍA, REFUGIO DE LOS PECADORES
Virgen María, Refugio de los pecadores
Es muy importante que lo sepan todos. El pecador se siente muy solo, terriblemente lejos de Dios y de los hombres. Pero hay un refugio seguro, donde vive una persona muy querida, muy nuestra, tan nuestra que es nuestra Madre. También en el pecado sigue siendo nuestra Madre. Es cuando más la necesitamos, cuando Ella sabe que la necesitamos más. A cuantos ha salvado, incluso en el último instante. No desesperes, mientras exista María.
Un recado urgente, un S.O.S. para todos los que han perdido la esperanza: Mientras exista María Santísima, hay remedio para todos los males, hay perdón para todos los pecados. De todos los títulos hermosos que tiene María, este es el más querido y más aprovechado precisamente por ellos, los pecadores.
Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Quien reza frecuentemente el rosario hace esta petición miles de veces y quien hace una petición miles de veces, la consigue. Mira por donde el rezo del rosario tanto tendrá que ver con nuestra salvación eterna.
Todos conocemos aquella bella reflexión :“Yo les cierro la puerta...pero tu Madre les abre la ventana”. Si tienes miedo de Dios, no lo tengas de María. La Virgen María, la Immaculada, la Madre de Dios no tiene repugnancia de besar las llagas purulentas de sus hijos enfermos.
HACED UN SITIO A LA VIRGEN MARÍA
Haced un sitio para María
Padre Tomás Rodríguez Carbajo
. Una frase, que se repite mucho en nuestra vida, la mayoría de las veces para justificar un incumplimiento de un deber, de una palabra dada para asistir a una cita, es la de “no tengo tiempo”.
. Exaltamos mucho el activismo, nos movemos con un frenesí alocado , y, si después de tanto trajín nos examinamos, nos encontramos tal vez vacíos, ¡qué penoso sería hacer lo que hemos querido, pero no lo que Dios quería¡
. ¿Quién nos ha dicho que tenemos que hacer todo lo que nos hemos programado? Cuando nuestro tiempo no nos llega, se impone un recortar actividades, manteniendo siempre la jerarquía de valores en nuestra selección.
. ¿Tenemos mucho que hacer? Nadie lo niega, pero no podemos dejar a un lado el cultivo del amor, que es lo único que podemos ofrecer como fruto de nuestra cosecha y es lo más valioso. Un amor a las personas, empezando por las más importantes para nuestra vida, las tenemos ya catalogadas en los mandamientos de Dios: El primero es amar a Dios sobre todas las cosas.
. Cuando amamos a una persona, tenemos que amar a quienes esa persona ama. ¿A qué criatura ama más Dios?. La respuesta es fácil: a María:
- Hija predilecta de Dios, a quien enriqueció con grandes e irrepetibles privilegios.
- Madre del Verbo Encarnado con quien tuvo vínculos de sangre, que no tiene con nadie más.
- Templo permanente del Espíritu Santo, pues, siempre disfrutó de la riqueza de la gracia santificante.
.Si María es la criatura única, irrepetible e insuperable en el orden de la gracia en su relación con Dios; para nosotros es Madre y Medianera universal de todas las gracias, que nos llegan de parte de Dios. Ninguna persona en su vida puede prescindir de su madre para venir a este mundo y una vez que está en él para tener un desarrollo psicológico normal. María es nuestra Madre en el orden de la gracia, por Ella nos ha venido Cristo, dador de toda gracia, tiene que ocupar un puesto relevante en nuestra vida espiritual.
. Todo aquel que quiera vivir una vida espiritual gozosa, boyante, no puede prescindir del amor de María, Ella nos lo tiene, porque es nuestra Madre, aunque no lo queramos reconocer, para un desarrollo normal espiritual necesitamos amarla y expresarle nuestro amor a nuestro aire y manera, ya que no todos tenemos los mismos gustos.
. Entre lo que tenemos que hacer es reservar un tiempo para expresarle nuestro amor de hijo. Hay momentos más significativos: Al levantarse y al acostarse. El amor no se mide externamente, sino que nos exige hacer algo como señal de lo que por dentro tenemos y que al exteriorizarlo lo profundizamos y lo vivimos.
. No contamos nuestro amor a María por el número de avemarías o devociones acumuladas, sino que el fuego interior hacia Ella lo exteriorizaremos según gustos personales , pero siempre tenemos que hacerle un tiempo en nuestro horario de cada día para decirle y expresarle que la amamos.
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