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Imitar a María, imitar a Jesucristo |
Jesucristo está con nosotros. No sólo se ha hecho
nuestro modelo para enseñarnos el camino que lleva a la
vida, sino que, además, se ha convertido en nuestro alimento,
para comunicarnos su fuerza infinita a fin de que podamos
caminar tras sus huellas. Además, está en nosotros por la
fe, para orar y obrar con nosotros. Por otra parte,
ha confiado especialmente a María, porque Ella es madre, la
misión de dirigir nuestra educación cristiana, como le dirigió a
Él durante su infancia, para elevarnos, así, a la altura
de nuestra vocación.
María se esfuerza constantemente en revestirnos de la
semejanza de Jesús, procurando que nos identifiquemos con sus pensamientos
y sentimientos, para que sea una realidad en nosotros el
nombre de cristiano, es decir, discípulo e imitador de Jesucristo.
Para ello se sirve de dos medios.
El primer medio de
que se sirve María es la voz dulce y poderosa
de sus ejemplos. Su vida es una predicación sencilla, elocuente
y al alcance de todos. Desde ese punto de vista,
después de la santa humanidad del Salvador es el don
más preciado que hemos recibido del cielo.
Todas las dificultades desaparecen
en presencia de María. Retrato fiel de su hijo, ha
reproducido exactamente todas sus virtudes y sentimientos. De esa manera
vemos cómo alcanza la semejanza divina una simple criatura, hija
de Adán como nosotros, exenta, eso sí, de la mancha
original y de sus horribles consecuencias, pero que, aun siendo
más privilegiada y perfecta, no es de naturaleza distinta de
la nuestra. Así pues, si Ella, que es pura criatura,
ha podido, en grado tan inefable y sublime, hacerse conforme
a Jesucristo y modelo de todos los elegidos, también nosotros
lo podremos, en una medida adecuada a nuestra debilidad, con
tal de que queramos ser fieles.
Por tanto, María se nos
presenta como la copia del divino modelo, copia que debemos
reproducir en nosotros mismos. De ahí se deduce que el
mejor medio de imitar a Jesús es esforzarse por imitar
a María, y que sólo se parecerá al hijo el
que se parezca a la madre. Por consiguiente, sólo se
salvará quien haya imitado a María en la medida de
la perfección querida por la justicia divina. Así se comprende
lo fácil que resulta para el hombre de buena voluntad
la imitación de Jesucristo. Efectivamente, caminando tras las huellas de
María, realiza en sí mismo la semejanza con el Salvador.
El
segundo medio que emplea María para llevarnos a la vida
de Jesucristo conforme a la voluntad del Padre eterno es
su mediación. La Iglesia, los Santos Padres y toda la
tradición nos presentan a la augusta Virgen como nuestra abogada
y mediadora. Siempre se ha aplicado a Jesús el ejemplo
del gran Salomón cuando, en el esplendor de su gloria
y sabiduría, confió a su afortunada madre el ejercicio de
la autoridad real (1 Re 2,19 ss.). Por ello los
cristianos de todos los tiempos han coincidido en considerar a
María su reina, su auxilio, su vida y su esperanza.
Pero hay un detalle que a veces pasa inadvertido y
que, sin embargo, se debe subrayar, y es que esta
mediación es necesaria para la salvación; no en el mismo
grado ni el mismo rango que la de Jesucristo, pero
sí de un modo real, porque la Providencia así lo
ha dispuesto.
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