Cuídanos, Virgencita de Guadalupe
Antonio Maza Pereda
¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa. (Del Nican Mopohua)
No sé si a usted le ha pasado lo que a mí en estos días de fin de sexenio e inicio de uno nuevo. Han sido días de temor, de zozobra. De pronto, nos damos cuenta de lo frágil que es nuestra nación, de lo fácil que es que aquí se repita lo que hemos visto en otros países, irremediablemente divididos entre bandos que no quieren ni hablar entre sí.
Esa consciencia clara de que hay muy poco que podemos hacer los ciudadanos comunes para evitar los males que vemos para nuestro país, nos hace tal vez desesperarnos, pero también nos hace volvernos hacia Dios, nuestro Padre y pedirle: ten misericordia de nuestra patria. Y, como es de esperarse, nos hace volvernos hacia nuestra madrecita, la Virgencita de Guadalupe, nuestra reina y patrona. Con confianza, con familiaridad, le decimos: «Tú, que tanto nos quieres, no nos dejes solos, no nos abandones. ¿Qué no ves lo mal que estamos, lo divididos que nos hallamos, lo tercos que nos hemos puesto?» Así, un poco con cariño, un poco con reclamación, con confianza y hasta con un poco de miedo, le decimos: «Dulce Madre, no nos dejes…»
Y, de repente, en medio de esa conversación, nos viene a la mente ese amable reproche que Nuestra Madre le hizo a san Juan Diego: «¿Qué no estoy aquí, yo que soy tu Madre? ¿De qué más has de menester?» Esas palabras que nos contaron nuestras queridas catequistas, ahora regresan a nuestra mente. Y nos hablan a nosotros, los católicos mexicanos del siglo XXI.
Vale la pena, sin embargo, recordar cuándo dijo Nuestra Madre esas palabras. Juan Dieguito, hoy san Juan Diego, tenía que ir a ver a María, para que ella le diera una señal para el obispo. Pero esa mañana, él le dio la vuelta al cerro, para no ver a la Señora. Tenía muy enfermo a su tío y quería llevarle a un sacerdote para que lo confesara, Muy humanamente, quiso evitar enfrentarse a María. Ya después le daría explicaciones. Pero ella no lo dejó; salió a su encuentro y le dijo las palabras que están al inicio de este artículo.
María le decía muchas cosas con esas palabras, pero hay un mensaje que hoy sigue siendo válido para nosotros: «Haz lo que yo te pido, y yo me encargaré de tus problemas».
Ante las dificultades que hoy nos preocupan, pedimos a María que nos ayude. Y hacemos bien: hay que pedir a María que obtenga para México lo que Dios quiere de México. Ni más ni menos. Que se haga en México la voluntad de Dios. Y si mi voluntad es la misma que la voluntad de Dios, se cumplirá. Pidámosle el mayor bien posible para México y los mexicanos. Pidámosle lo que mejor sirva para la salvación de las almas de todos nuestros compatriotas. Y, después de haber pedido, pongámonos a hacer lo que Dios nos pide: cumplir con nuestras obligaciones, amar al prójimo, hacernos cada día más santos. Y Ella, nuestra dulce Madre, cuidará de nosotros, nos tendrá en su regazo y se asegurará de que nada nos separará del amor de Dios.
Fuente: elobservadorenlinea.com
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