domingo, 24 de noviembre de 2013

ORACIONES A NUESTRA SEÑORA DEL ADVIENTO


Oración a Nuestra Señora del Adviento

Nuestra Señora del Adviento, Madre de todas las esperas humanas, tú que sentiste hacerse carne en tu seno la Esperanza de tu pueblo, el Deseado de las naciones.
Sostén nuestras maternidades y paternidades tanto carnales cuanto espirituales.

Madre de toda nuestra esperanza, que recibiste el poder del Espíritu para encarnar en tu seno las antiguas promesas de Dios concédenos encarnar el amor, en cada palabra y en cada gesto de nuestra vida terrena.

Nuestra Señora del Adviento, Madre de todas nuestras vigilias que has dado un nuevo rostro a nuestro porvenir,
fortalece a quienes van dando luz con dolor un nuevo mundo de justicia y paz.

Tú que contemplaste al Niño de Belén, vuélvenos atentos a los signos imprevisibles de la ternura infinita de Dios, que de tantas maneras, se manifiesta constantemente.

Nuestra Señora del Adviento, madre del Crucificado,
tiende la mano a todos aquellos que parten de este mundo, y acompaña su nuevo nacimiento en los brazos del Padre celestial.

Nuestra Señora del Adviento, madre del Resucitado,
concédenos esa gozosa vigilancia que discierne,
en la trama de lo cotidiano; los pasos y la venida de nuestra Salvador.

Nuestra Señora del Adviento, reaviva la esperanza de tus hijos peregrinos, para que nunca la perdamos y siempre la centremos en la vuelta gloriosa del Señor.

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Oración a Nuestra Señora del Adviento.

“Señora del Adviento, señora de los brazos vacíos, señora de la preñez evidente y extenuante. Cuánto deseamos que camines con nosotros. Cuánto necesitamos de tí. Mujer del pueblo que viajas presurosa y alegre a servir a Isabel, a pesar de tu vientre pesado y fatigoso. Entre las dos tejerán esperanzas y sueños. Señora del Adviento, señora de los brazos vacíos, también nosotros estamos preñados de esperanzas y sueños.

Soñamos con que el canto de las aves no vuelva a ser turbado por el ruido de las balas. Soñamos con nuestros niños sin temores, cantando al fruto de tu vientre ya cercano. Soñamos con todos los niños del mundo, durmiendo tranquilos al arrullo de un villancico. Soñamos que nuestros viejos mueren tranquilos y en paz murmurando una oración.

Soñamos con que algún día podremos volver a tener sueños y utopías y esperanzas. Señora del Adviento, la de los brazos vacíos, visítanos como a tu prima. Monta tu borriquito y ven presurosa. Nuestros corazones son pesebres huecos y fríos donde have falta que nazca tu hijo.

Ven, señora, con tus gritos de parto a calentar nuestros corazones, a seguir tejiendo esperanzas con nosotros, como lo hiciste con Isabel. Solo así, en medio de la noche iluminada por tus brazos, ahora llenos, y por tus pechos que amamantan, podremos volver a soñar…podremos gritar: ¡es Navidad!”.

El Adviento de María duró nueve meses. Nueve meses de espera y de gozosa esperanza, viviendo cada hora, cada minuto, el don de Dios. ¡Qué diálogos sin palabras mantendría con aquel Hijo que llevaba en sus entrañas, y que era, al mismo tiempo, su Dios y Señor!

Su cuerpo todo, hecho templo de Dios; su vientre, todo él grávido de divinidad y de humanidad, al mismo tiempo. Ella, la esclava del Señor es también la Madre del mismo Señor.

Y su alma toda, llena de gracia, sin pecado, inmaculada… porque nuestra Señora del Adviento, iba a ser, también, Nuestra Señora de la Navidad.

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