¿Seguiremos dando culto a María?
Walter Turnbull
No sé desde cuándo, pero de determinado momento para acá -por lo menos desde el siglo XVI- el culto a María ha despertado recelo y controversia.
Católicos centrados ven en este culto un peligro de idolatría: de ignorar a Dios y adorar a María, o de poner a María por encima de Dios; y tienen razón. Los protestantes más aguerridos creen que en el culto a María -y algunos que hasta en María- está presente el demonio (comparado con eso los misterios de la doctrina católica resultan entendibles y fáciles de creer). Algunos católicos modernistas que han leído demasiado temen que la devoción a María podría comprometer una ortodoxa posición cristocéntrica.
¿Es el culto a María un error comprensible pero destinado a desaparecer? ¿El reconocimiento de la importancia de María en la historia de la salvación tiende a disminuir? ¿Debemos relegar a María para concentrarnos exclusivamente en Jesucristo?
En este caso la respuesta de Dios viene rápido. Apenas empezado el Evangelio según san Juan (segundo capítulo) y apenas comenzado el tiempo ordinario (segundo domingo) la Palabra de Dios nos trae a contemplación el pasaje de las bodas de Caná. De cada renglón, de cada palabra de este pasaje han sacado los buenos predicadores significados y mensajes para nuestro aprovechamiento. Yo quiero en este momento enfocar la importancia de María en la economía de la salvación.
San Juan nos quiere señalar, desde la primera manifestación pública del poder de Jesús, la presencia de María y su formidable capacidad para interceder por nosotros. Es como si Dios quisiera por segunda vez pedirle a María su asentimiento para actuar. Como si María, como Madre de Dios, tuviera que darle permiso a Jesús para comenzar su obra. Para San Juan la presencia de María no solo es buena, sino que es necesaria.
Y apenas empezado el año, en su primera audiencia general de 2004, Juan Pablo II nos recalca (otra vez la respuesta llega rápido):
«María... en Navidad, ofrece a Jesús a la humanidad. En la cruz, en el momento supremo del cumplimiento de la misión redentora, Jesús ofrecerá como don a todo ser humano a su misma Madre, como herencia preciosa de la redención».
«El tiempo de Navidad nos hace recobrar conciencia de este misterio, presentándonos a la Madre del Hijo de Dios como copartícipe en los acontecimientos culminantes de la historia de la salvación. Apoyados y confortados por su protección maternal, podremos contemplar con nuevos ojos el rostro de Cristo y caminar más rápidamente por las sendas del bien».
Y constantemente sigue insistiendo: «Recen el Rosario».
Por algo será que la inmensa mayoría (yo creo que son todos, pero para no arriesgarle vamos a dejarlo en «la inmensa mayoría») de los grandes santos han tenido una enorme devoción a María. Perdón, quise decir «la santísima Madre de Dios y madre nuestra, la gloriosa Siempre Virgen María».
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