miércoles, 21 de septiembre de 2016

A QUIÉN ADMIRAS TÚ?


¿A quién admiras tú? 



La Iglesia católica reconoció recientemente en Roma la santidad de la Madre Teresa de Calcuta. La santa de la sonrisa. La patrona de los pobres. La santa de las cloacas. Y en ella reconoció la luz de Dios en su vida. La ventana abierta al cielo en sus obras, en el misterio de su amor crucificado.

El otro día leía: “Esa es la diferencia entre el ídolo y el icono. El icono refleja algo que está más allá. Al ídolo lo admiramos en sí mismo. Se agota en sí. Tiene algo de vacío. El santo es, para nosotros, un icono, una ventana abierta a la divinidad”.

Los santos tienen algo de frescura. Murieron pero siguen vivos. Vivos en sus palabras, en sus obras. Vivos en aquellos que siguieron su estilo, su forma de vida, su manera de amar. Vivos porque nunca muere aquel que vive para Dios.

El icono vive vuelto hacia Dios. Sin Él su vida carece de sentido. No se ha buscado a sí mismo. No quiere ser el santo más grande, el más famoso. No pretende ser el hijo más valioso del Padre. Simplemente sabe que es amado por Dios profundamente y ese amor lo sostiene.

Los santos despiertan en nuestro corazón el deseo de aspirar a grandes cosas. Los ídolos no nos llevan a Dios, se agotan en ellos mismos. Pasan y se olvidan con el paso del tiempo. Sus gestas quedan en los libros de records, en las estadísticas. Pero no han cambiado el mundo con su paso.

Todos necesitamos ídolos a los que admirar. Y santos a los que seguir. La calidad de nuestros ídolos determina nuestra propia calidad humana. ¿Quién es mi ídolo? ¿A quién admiro? El ídolo refleja algo de esa belleza que anhelo.

Pero al mismo tiempo necesito santos a los que seguir. Santos que sean una ventana humana abierta al cielo. Una ventana de aire fresco en mi vida que me empuje a realizar grandes gestas, a soñar alto. Santos vivos que me ayuden a cambiar mi forma de vivir y de amar.

¿A quién sigo? ¿A quién busco? ¿Cuáles son mis santos preferidos? Esos santos me abren el corazón de Dios. Me muestran con sus vidas algo de la belleza de Jesús. Pero no nos detenemos en ellos. Vamos más allá.

Dice un aforismo: “Cuando el sabio apunta al cielo, el necio mira el dedo”. Miro a los santos. Miro el dedo apuntando al cielo. Y voy más allá de sus límites humanos.

Busco al Dios que late en el corazón de la Madre Teresa. Al Jesús que cautivó hondamente su corazón de hija. Busco a ese Dios que me ama a mí. Que late también en mí.

Porque sé que necesito la conversión del alma para vivir en plenitud. Necesito escuchar que el cielo se alegra cuando yo me convierta de verdad.

Quiero ser santo. No para ser canonizado. No para ser recordado. No para hacerlo todo bien. Sino para vivir en esa ventana abierta, en esa puerta a la que Él llega a darme un abrazo diario. A decirme que me quiere y acoge. Para recordarme todo lo que valgo.

Quiero ser santo para ser yo puente, ventana, puerta. Y no barrera que no deje ver el rostro de Dios. Quiero ser trasparente de Dios. Fuente de la que otros puedan beber esa agua que viene de Dios.

Santidad no es perfección, ni hacer bien todo lo que me proponga. Un santo es un héroe mortal y pecador, que siempre que cae se levanta de nuevo. Que se conoce y pone a disposición de Dios las pasiones de su alma.

Como decía el padre José Kentenich, es necesario “abordar la tarea de descubrir nuestro mundo interior. Y hacerlo de la manera más plena posible. Nuestro mundo interior que es más insondable que el mar. Las pasiones son las que nos pueden convertir en canallas y también, cuando sabemos administrarlas rectamente, las que nos pueden convertir en santos o al menos en apóstoles útiles”.

La santidad consiste entonces más bien en dejarme hacer por Dios. Desde el barro de mi alma, desde esas pasiones mías que me pueden llevar por un camino o por otro.

Se trata de no querer yo retener las riendas de mi vida. ¡Cuánto me cuesta dejar a Dios el sitio desde el que gobierno mi vida! Me cuesta hacerme a un lado para que mi vida sea la suya, en la que Él brille y yo esté oculto. En mi carne, su luz. En mi vida, su fuego.

Veo a la Madre Teresa canonizada y me dan ganas de ser más generoso, de buscar más a Dios, de mirar con misericordia a los desamparados, a los abandonados.

No quiero pasar de largo por la vida de los hombres. Quiero ser un signo del amor de Dios para los que son más despreciados. No quiero esconderme en mi burbuja y pensar que todo está bien, tranquilo. Hay tanta sed. Tienen tanta sed. Y yo no tengo agua, pero el agua me viene de Jesús. Él, que también tiene sed, tiene el agua viva que sacia mi sed. Lo miro a Él. Me dejo hacer por Él.


*Aleteia

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS, 21 DE SEPTIEMBRE

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Setiembre 21


Hay una persona a la que no es conveniente perdonarle nada; esa persona eres tú y nadie más que tú.

Hay una persona con la que debes ser en extremo exigente; esa persona eres tú, pero nadie más que tú.

Hay una persona con la que debes mostrarte rígido y duro; pero no te confundas: esa persona eres tú, pero nadie más que tú.

Hay una persona con la que nunca debes mostrarte indulgente; esa persona eres tú y nadie más que tú.

¿No alteras con frecuencia los términos, siendo indulgente contigo y duro con los demás, suave y complaciente contigo y violento y áspero con los demás?

En este caso el orden de factores sí que altera el producto y lo altera fundamentalmente.

“Si no me escuchan y no cumplen todos estos mandamientos; si desprecian mis preceptos y muestran aversión por mis leyes, si dejan de practicar mis mandamientos y quebrantan mi alianza, yo, a mi vez, los trataré de la misma manera” (Lv 26,14-46). Hay un compromiso entre tú y Diois; si tú no eres fiel, no esperes que el Señor lo sea contigo: todo depende de ti: ya que Dios nunca te fallará.


* P. Alfonso Milagro



LOS CINCO MINUTOS DE DIOS 
Setiembre 20


Tu vida es muy variada; a veces hasta divertida.

Unas veces te rodearán de atenciones, otras se olvidarán de ti.

Unas veces oirás a tu lado alabanzas hasta inmerecidas y otras veces llegarán a tus oídos críticas y murmuraciones de tu modo de proceder.

Un día apreciarán tus valores y al día siguiente no tendrán en cuenta tus méritos. Un día serás el preferido y al día siguiente habrás caído en desgracia de todos.

No debes dejarte engreír los primeros días ni debes dejarte aplastar los segundos. No te auto-valorices ni tampoco te subestimes.

Sonríe a todo y a todos; y sonríe siempre, todos los días, tanto los días de triunfo como los de fracaso.

Todo puede y debe servirte para tu perfeccionamiento.

“Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia nos hizo renacer por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva” (1 Pe 1,3). Nuestra esperanza está en Cristo; así como Él venció al mundo, así también nosotros lo venceremos.


* P. Alfonso Milagro

POR QUÉ ORAR?


¿Por qué orar?
Si tuviera que desearte el don más bello, y pedirlo para ti a Dios, no dudaría en pedirle el don de la oración.



Sólo del encuentro diario con Dios, el creyente puede hallar la fuerza para vivir y aprender a amar a los demás.

"Si tuviera que desearte el don más bello, si quisiera pedirlo para ti a Dios, no dudaría en pedirle el don de la oración."

Orando se vive. Orando se ama. Orando se alaba.

Como la planta que no hace brotar su fruto si no es alcanzada por los rayos del sol, así el corazón humano no se entreabre a la vida verdadera y plena si no es tocado por el amor.

Y es que, quien ora vive, en el tiempo y en la eternidad.

Me preguntas: ¿por qué orar? Te respondo: para vivir. De aquí nace la exigencia de indicar el camino para una oración hecha de cotidianeidad: fija tú mismo un tiempo para dar cada día al Señor, de intimidad: recógete en silencio, lleva a Dios tu corazón y de confidencia: no tengas miedo de decirle todo.

Así, cuando vayas a orar con el corazón en alboroto, si perseveras, te darás cuenta de que después de haber orado largamente tus interrogantes se habrán disuelto como nieve al sol.

Un efecto que muchos buscan por otras vías, a menudo bajo la insignia de la ausencia de obstáculos y empeño. La paz que nace de la oración, en cambio, es distinta: «Que sepas, que no faltarán las dificultades. Llegará la hora de la “noche oscura”, en la que todo te parecerá árido y hasta absurdo en las cosas de Dios: no temas. Es esa hora en la que para luchar está Dios mismo contigo».

Pero los momentos oscuros no negarán los frutos de una oración vivida en el corazón: «Un don particular que la fidelidad en la oración te dará es el amor a los demás», y es que «la oración es la escuela del amor».




Por: Monseñor Bruno Forte arzobispo de Chieti-Vasto 
Fuente: Comisión Teológica Internacional 

BUENOS DÍAS!!!!

lunes, 19 de septiembre de 2016

ORACIÓN A LA VIRGEN MARÍA ROSA MÍSTICA


Oración a la Virgen María Rosa Mística

Madre mía: Desde que amanece el día, bendíceme; 
en lo rudo del trabajo, ayúdame; 
si vacilo en mis buenas decisiones, fortaléceme; 
en las tentaciones y peligros, defiéndeme; 
si desfallezco, sálvame y al cielo llévame.
Amén.

IMÁGENES DE LA VIRGEN MARÍA CON MENSAJES








QUÉ ES SER SANTOS?


Ser santos


¿Qué significa ser santos?
Significa estar unidos, en Cristo, a Dios, perfecto y santo.
“Sean por tanto perfectos como es perfecto su Padre celestial” (Mt 5, 48), nos ordena Jesucristo, Hijo de Dios. “Sí, lo que Dios quiere es su santificación.” (1 Ts 4, 3).

¿Por qué Dios quiere nuestra santidad?
Porque Dios nos ha creado “a su imagen y semejanza” (Gn 1, 26), y de ahí que Él mismo nos diga: “Sed santos, porque yo soy santo” (Lv11, 44).
La santidad de Dios es el principio, la fuente de toda santidad. Y, aún más, en el Bautismo, Él nos hace partícipes de su naturaleza divina, adoptándonos como hijos suyos. Y por tanto quiere que sus hijos sean santos como Él es santo.

¿Estamos todos llamados a la santidad?
Todo ser humano está llamado a la santidad, que “es plenitud de la vida cristiana y perfección de la caridad, y se realiza en la unión íntima con Cristo y, en Él, con la Santísima Trinidad. El camino de santificación del cristiano, que pasa por la cruz, tendrá su cumplimiento en la resurrección final de los justos, cuando Dios sea todo en todos” (Compendio, n. 428).

¿Cómo es posible llegar a ser santos?
- El cristiano ya es santo, en virtud del Bautismo: la santidad está inseparablemente ligada a la dignidad bautismal de cada cristiano. En el agua del Bautismo de hecho hemos sido “lavados [...], santificados [...], justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor 6, 11); hemos sido hechos verdaderamente hijos de Dios y copartícipes de la naturaleza divina, y por eso realmente santos.

- Y porque somos santos sacramentalmente (ontológicamente - en el plano de nuestro ser cristianos), es necesario que lleguemos a ser santos también moralmente, es decir en nuestro pensar, hablar y actuar de cada día, en cada momento de nuestra vida. Nos invita el Apóstol Pablo a vivir “como conviene a los santos” (Ef 5, 3), a revestirnos “como conviene a los elegidos de Dios, santos y predilectos, de sentimientos de misericordia, de bondad, de humildad, de dulzura y de paciencia” (Col 3, 12).
Debemos con la ayuda de Dios, mantener, manifestar y perfeccionar con nuestra vida la santidad que hemos recibido en el Bautismo: Llega a ser lo que eres, he aquí el compromiso de cada uno.

- Este compromiso se puede realizar, imitando a Jesucristo: camino, verdad y vida; modelo, autor y perfeccionador de toda santidad. Él es el camino de la santidad. Estamos por tanto llamados a seguir su ejemplo y a ser conformes a Su imagen, en todo obedientes, como Él, a la voluntad del Padre; a tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual “se despojó de su rango, tomando la condición de siervo (…) haciéndose obediente hasta la muerte” (Fil 2, 7-8), y por nosotros “de rico que era se hizo pobre” (2 Cor 8, 9).

- La imitación de Cristo, y por lo tanto el llegar a ser santos, se hace posible por la presencia en nosotros del Espíritu Santo, quien es el alma de la multiforme santidad de la Iglesia y de cada cristiano. Es de hecho el Espíritu Santo quien nos mueve interiormente a amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas (cfr. Mc 12, 30), y a amarnos los unos a los otros como Cristo nos ha amado (cfr. Jn 13, 34).

¿Cuáles son los medios para nuestra santificación?
El primer medio y el más necesario es el Amor, que Dios ha infundido en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que nos ha sido dado (cfr. Rm 5, 5) y con el cual amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimos por amor de Él. Pero para que el amor, “como una buena semilla y fructifique, debe cada uno de los fieles oír de buena gana la Palabra de Dios y cumplir con las obras de su voluntad, con la ayuda de su gracia, participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, y en otras funciones sagradas, y aplicarse de una manera constante a la oración, a la abnegación de sí mismo, a un fraterno y solícito servicio de los demás y al ejercicio de todas las virtudes. Porque la caridad, como vínculo de la perfección y plenitud de la ley (cf. Col 3,14), gobierna todos los medios de santificación, los informa y los conduce a su fin” (Lumen Gentium, 42).
Cada fiel es ayudado en su camino de santidad por la gracia sacramental, donada por Cristo y propia de cada Sacramento.

¿Existen diversas maneras y formas de santidad?
Ciertamente. Cada uno puede y debe llegar a ser santo según los propios dones y oficios, en las condiciones, en los deberes o circunstancias que son los de su propia vida.
Las vías de la santidad son por tanto múltiples, y adaptadas a la vocación de cada uno. Muchos cristianos, y entre ellos muchos laicos, se han santificado en las condiciones más ordinarias de la vida.

¿Por qué la Iglesia proclama santos a algunos de sus hijos?
“Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar solemnemente que esos fieles han practicado heroicamente las virtudes y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder del Espíritu de santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza de los fieles proponiendo a los santos como modelos e intercesores” (CEC, n. 828).

La Iglesia, desde sus inicios, ha siempre creído que los Apóstoles y los Mártires estén estrechamente unidos a nosotros en Cristo, los ha celebrado con particular veneración junto con la santísima Virgen María y los santos Ángeles, y ha implorado piadosamente la ayuda de su intercesión. Y a lo largo de los siglos, ha siempre ofrecido para la imitación de los fieles, a la veneración y a la invocación, a algunos hombres y mujeres, insignes por el esplendor de la caridad y de todas las otras virtudes evangélicas.


* Por: Mons. Rafaello Martinelli | Fuente: Catholic.net

CON LOS OJOS FRESCOS DE UN NIÑO


Con los ojos frescos de un niño
Quizá haga falta, como dijo Jesús, hacernos otra vez como los niños...


Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net 




Los niños saben descubrir cosas que los mayores quizá ya no vemos. La abeja que gira y gira para conseguir un poco más de miel entre las margaritas y los tréboles de un jardín. El chapulín que se limpia las patas de atrás antes de volver a iniciar su "concierto". El pichón que canta, monótonamente, en lo alto de un poste de luz. El remolino de polvo y basura que avanza hacia un poblado y que seguramente dejará sucia toda la ropa que se encontraba tendida después de un día de limpieza general...

¿Por qué son curiosos los niños? Quizá tendríamos que hacer otra pregunta: ¿por qué a veces dejamos de ser curiosos los mayores? Los años de escuela, la preparación profesional, el matrimonio, el trabajo, ¿nos copan tanto que ya no tenemos tiempo para mirar las estrellas, para escuchar a los grillos, para observar los colores de las alas de una mariposa, para seguir con la mirada los vuelos caprichosos de una golondrina?

Una hormiga arrastra una pesada rama. Un niño observa. El viento juega con la rama. La hormiga, una y otra vez, "vuela" lejos del hormiguero, su meta soñada, mientras el niño se entusiasma ante la energía y la testarudez de un insecto tan pequeño y laborioso.

El sol se esconde, tras las montañas, todas las tardes. El viento acaricia las espigas. Las moscas buscan con inquietud un poco más de comida. Un corderillo de pocos días llama con sus balidos a su madre, que come despreocupada unos metros más adelante... Una serpiente toma el sol junto al camino, y una golondrina planea, gira y gira, mientras los zancudos llenan poco a poco su sistema digestivo.

Millones de realidades brillan a nuestro alrededor. Son como llamadas, diminutas o grandes, que nos quieren elevar a mundos desconocidos. No hemos nacido para apretar tuercas, ni para encimar ladrillos, ni para archivar papeles o deshacer y rehacer programas de computadoras. Un soplo misterioso, eterno, nos lleva y nos impulsa hacia cosas grandes, y nos invita a descubrir el mundo de un modo nuevo.

Si son hermosas las amapolas, las luciérnagas, los cangrejos y los petirrojos, tienen una luz especial los ojos de los que viven a nuestro lado. El niño que nos mira a través del cristal del coche para pedirnos un poco de dinero. La señora que compra, rodeada de cuatro hijos pequeños que giran continuamente, un poco de comida para la semana. El anciano que se sienta fuera de su casa todas las tardes para tomar los rayos del sol que agoniza. El policía que mantiene un poco de orden en la esquina cerca de mi casa. Y el médico que nunca tiene prisa, pues sabe que cuando llegue a su destino el paciente ya estará empezando a mejorar o ya no habrá nada que hacer...

El cariño del esposo o de la esposa, el beso de los hijos antes de dormirse, la emoción de la carta que nos llega del ausente, la alegría ante las notas de quien estudia una carrera difícil. Miles de detalles escriben nuestras vidas, y el cariño de los demás nos importa mucho más que todos los arcoiris que puedan dar un tinte sugestivo a las tardes tropicales.

Detrás de todo, con un respeto y un silencio que nos aturden, Dios. En medio de las espigas, entre las plumas de los halcones, en lo misterioso del mar y en lo grande del cielo, en la frente que suda en medio de los campos o en una calle de una ciudad enloquecida: una presencia enorme y sencilla nos conforta y nos permite descubrir que la vida es hermosa, que vale la pena sufrir, que el amor es lo más grande.

Un niño mira por la ventana. Las gotas de lluvia rompen contra la terraza y forman cientos de burbujas que nacen y que mueren, mientras las calles se transforman en arroyos y la gente corre veloz entre los portales. Detrás, delante, arriba y abajo, se esconde el Amor que nos sostiene a todos. No todos lo descubren. Quizá haga falta, como dijo Jesús, el Nazareno, hacernos otra vez como los niños...

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS, 19 DE SEPTIEMBRE


LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Setiembre 19


El que dice es muy inferior al que hace. Mejor es hacer que decir.
Has dicho muchas veces que te ibas a corregir de tus defectos. Que no serías tan impetuoso, tan violento, tan irreflexivo, tan..., lo has dicho muchas veces y te lo has dicho a ti mismo.

¿No habrá llegado el tiempo de hacer más que de decir? Todas las palabras no pesan como una sola obra.

Cuando has hablado a los otros, les has dicho cómo deben ser consigo mismo, con sus familiares, con todos los demás... ¿No será tiempo de que no hables tanto y hagas tú lo que les dices que deberían hacer ellos?

Indudablemente la promesa tiene su valor; al menos denota una buena voluntad que siempre debemos suponer sincera. Pero si la promesa es buena, mucho mejor es la realización.

“Todo el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena” (Mt 7,26). No basta escuchar la palabra del Señor: es preciso practicarla, por eso María fue proclamada feliz, no tanto por haber escuchado cuanto por haber practicado la palabra del Señor
 (Lc 11, 28).


* P. Alfonso Milagro

BUENAS NOCHES!!!

sábado, 17 de septiembre de 2016

LOS SIETE DOLORES DE LA VIRGEN MARÍA


Los 7 Dolores de María



1) La profecía de Simeón en la presentación del Niño Jesús
Virgen María: por el dolor que sentiste cuando Simeón te anunció que una espada de dolor atravesaría tu alma, por los sufrimientos de Jesús, y ya en cierto modo te manifestó que tu participación en nuestra redención como corredentora sería a base de dolor; te acompañamos en este dolor... Y, por los méritos del mismo, haz que seamos dignos hijos tuyos y sepamos imitar tus virtudes.
Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.

2) La huida a Egipto con Jesús y José
Virgen María: por el dolor que sentiste cuando tuviste que huir precipitadamente tan lejos, pasando grandes penalidades, sobre todo al ser tu Hijo tan pequeño; al poco de nacer, ya era perseguido de muerte el que precisamente había venido a traernos vida eterna; te acompañamos en este dolor… Y, por los méritos del mismo, haz que sepamos huir siempre de las tentaciones del demonio.
Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.

3) La pérdida de Jesús en el Templo
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al perder a tu Hijo; tres días buscándolo angustiada; pensarías qué le habría podido ocurrir en una edad en que todavía dependía de tu cuidado y de San José; te acompañamos en este dolor… Y, por los méritos del mismo, haz que los jóvenes no se pierdan por malos caminos.

Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.

4) El encuentro de Jesús con la cruz a cuestas camino del calvario Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver a tu Hijo cargado con la cruz, como cargado con nuestras culpas, llevando el instrumento de su propio suplicio de muerte; Él, que era creador de la vida, aceptó por nosotros sufrir este desprecio tan grande de ser condenado a muerte y precisamente muerte de cruz, después de haber sido azotado como si fuera un malhechor y, siendo verdadero Rey de reyes, coronado de espinas; ni la mejor corona del mundo hubiera sido suficiente para honrarle y ceñírsela en su frente; en cambio, le dieron lo peor del mundo clavándole las espinas en la frente y, aunque le ocasionarían un gran dolor físico, aún mayor sería el dolor espiritual por ser una burla y una humillación tan grande; sufrió y se humilló hasta lo indecible, para levantarnos a nosotros del pecado; te acompañamos en este dolor… Y, por los méritos del mismo, haz que seamos dignos vasallos de tan gran Rey y sepamos ser humildes como Él lo fue.

Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.

5) La crucifixión y la agonía de Jesús
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la crueldad de clavar los clavos en las manos y pies de tu amadísimo Hijo, y luego al verle agonizando en la cruz; para darnos vida a nosotros, llevó su pasión hasta la muerte, y éste era el momento cumbre de su pasión; Tú misma también te sentirías morir de dolor en aquel momento; te acompañamos en este dolor. Y, por los méritos del mismo, no permitas que jamás muramos por el pecado y haz que podamos recibir los frutos de la redención.
Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.

6) La lanzada y el recibir en brazos a Jesús ya muerto
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la lanzada que dieron en el corazón de tu Hijo; sentirías como si la hubieran dado en tu propio corazón; el Corazón Divino, símbolo del gran amor que Jesús tuvo ya no solamente a Ti como Madre, sino también a nosotros por quienes dio la vida; y Tú, que habías tenido en tus brazos a tu Hijo sonriente y lleno de bondad, ahora te lo devolvían muerto, víctima de la maldad de algunos hombres y también víctima de nuestros pecados; te acompañamos en este dolor... Y, por los méritos del mismo, haz que sepamos amar a Jesús como Él nos amó.
Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.

7) El entierro de Jesús y la soledad de María
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al enterrar a tu Hijo; Él, que era creador, dueño y señor de todo el universo, era enterrado en tierra; llevó su humillación hasta el último momento; y aunque Tú supieras que al tercer día resucitaría, el trance de la muerte era real; te quitaron a Jesús por la muerte más injusta que se haya podido dar en todo el mundo en todos los siglos; siendo la suprema inocencia y la bondad infinita, fue torturado y muerto con la muerte más ignominiosa; tan caro pagó nuestro rescate por nuestros pecados; y Tú, Madre nuestra adoptiva y corredentora, le acompañaste en todos sus sufrimientos: y ahora te quedaste sola, llena de aflicción; te acompañamos en este dolor… Y, por los méritos del mismo, concédenos a cada uno de nosotros la gracia particular que te pedimos…

Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.


*Aciprensa

CORRER A DIOS


Correr a Dios
Has corrido a Dios de tu mundo, y te estás muriendo. ¿A quién vas a recurrir ahora?.


Por: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net 




Hay en nuestro mundo una costumbre que se va agudizando cada vez más. Y es la costumbre, incluso diría yo la manía, de ir corriendo a Dios de nuestro mundo. Correrlo de la familia, porque no nos sirve, porque estorba, porque es molesto. Correrlo de la sociedad, correrlo del mundo cultural, correrlo incluso de las iglesias. No queremos saber nada de El.

¿Por qué? Porque nos estorba, nos fastidia, nos molesta. Porque no lo necesitamos ya. Más aún, hay gente que presume de haber logrado este gran triunfo: Ya hemos puesto al hombre en su lugar. No necesitamos de Dios.

Pero, ¿qué es lo que realmente sucede? El que pierde no es El. El que pierde es el hombre. Y, así, podemos constatar estadísticamente que los lugares donde Dios está ya casi fuera, el hombre se ha vuelto contra sí mismo. Hay, casualmente, más suicidios. Casualmente más egoísmo. Hay, casualmente también, más guerras, más violencia.

¿Por qué en nuestro siglo ha habido tantas guerras, hay tantos desastres, hay tantos suicidios? ¿No será por esa manía de dar un puntapié a Dios y correrlo de nuestro mundo?

Repito que el que pierde no es El, porque El está tranquilo. El nos ve, El dice: A ver que puede hacer el hombre solo, sin Mí. Y el resultado es trágico. Por eso, hay todavía algunos que le queremos decir a El: No te vayas, por favor, porque entonces nos va a ir muy mal.

¡Pobre hombre! Has corrido a Dios de tu mundo, y te estás muriendo. ¿A quién vas a recurrir ahora?.

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS, 17 DE SEPTIEMBRE


LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Setiembre 17


Muchos oyen hablar de los santos y no saben lo que es un santo.
Un santo es una apacible mirada que se posa en todos con bondad y para repartir bondad.

Es un rostro abierto para recibir a cuantos se le acerquen.
Es un par de oídos atentos siempre a escuchar la pena de los demás, los problemas de los angustiados.

Es un corazón que se hace lágrimas con el que llora y risas con el que goza.

Es una mano que se tiende blanda y acariciadora para brindar la ayuda que el prójimo necesita y que no se atreve a pedir.
Un santo es un hombre que ha sabido convertirse en un crucifijo de la voluntad de Dios.

¿Estás camino de la santidad? Ves que el camino ni es imposible, ni es tan difícil que digamos...

“Así como aquel que los llamó es santo, así también ustedes sean santos en toda su conducta, de acuerdo a lo que está escrito: Sean santos, porque yo soy santo” (1 Pe 1,15-16). No basta ser bueno, con una bondad intransigente; es preciso llegar a ser santo, es decir, un fiel cumplidor de la voluntad de nuestro Padre y esto, por amor.


* P. Alfonso Milagro

FELIZ NOCHE!!!!


viernes, 16 de septiembre de 2016

IMÁGENES DE NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES






IMÁGENES CON MENSAJES DE LA VIRGEN MARÍA








EL ALMA DE UN NIÑO


El alma de un niño
Aprendamos de ellos y no permitamos que pierdan su esencia por falta de atención, amor, educación o disciplina de parte de nosotros los adultos responsables de ellos


Por: Maleni Grider | Fuente: ACC – Agencia de Contenido Católico 




En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?” Jesús llamó a un niñito, lo colocó en medio de los discípulos, y declaró: “En verdad les digo: si no cambian y no llegan a ser como niños, nunca entrarán en el Reino de los Cielos. El que se haga pequeño como este niño, ése será el más grande en el Reino de los Cielos”. Mateo 18:1-4

Mucho se dice que “los niños son crueles”, y en la vida práctica suele en ocasiones ser verdad. Pero esto sólo ocurre cuando, de manera colectiva, los niños son incitados por alguien más, o cuando la falta de atención, amor y educación por parte de los padres los impulsa a cometer actos irresponsables, de poca conciencia, o de carácter irrespetuoso.

Sin embargo, en general, y cuando los niños reciben el cuidado que merecen, ellos son completamente capaces de crecer saludables y madurar en personas de bien, exitosas y llenas de cualidades y dones. La responsabilidad de llevarlos por ese camino es principalmente de los padres o de quienes estén a cargo de ellos, así como de las instituciones educativas y de la iglesia, en menor grado.

Un niño sabe reír de manera natural, ante situaciones simples, graciosas o placenteras. Un niño disfruta de pequeñas cosas como correr, jugar, cantar, ver a sus amigos, leer un cuento, comer un dulce, recibir un regalo, encontrar algo parecido a un juguete, columpiarse, bañarse en el mar, ver el sol, oler las flores, acariciar una mascota, etcétera.

Un niño aprende rápido, porque está ávido de todo lo que lo rodea y ansioso por saber. No cree que lo sabe todo ni se preocupa por su propio ego. Un niño no hace preguntas complicadas, sino que de manera natural quiere saberlo todo y, con inocencia, hace las preguntas más básicas de la existencia. Todo lo cree, y no necesita explicaciones complejas para quedar satisfecho.



Un niño, cuando es lastimado, perdona rápidamente. Y olvida. No pierde el tiempo en resentimiento, sino que deja de llorar fácilmente y vuelve a sus juegos en unas horas. Un niño se adapta fácilmente al cambio, por más extremo que éste sea; se adapta a las circunstancias con pocas quejas y tiene la capacidad de ser feliz en ellas.

Un niño ríe mucho más de lo que llora y disfruta más de lo que se queja. Un niño tiene una magia en la voz, un brillo en la mirada, y su apariencia se renueva cada día. Un niño busca de manera incansable, y se maravilla con cada descubrimiento. Quiere siempre experimentar y su curiosidad está tan viva como su energía. El niño se cansa sólo cuando su cuerpo físico se agota, pero su espíritu nunca. Se levanta muy temprano y busca la diversión, no se apaga fácilmente.

Los adultos solemos quejarnos, estar insatisfechos, tener amargura, guardar resentimiento, sonreír poco y estresarnos mucho, jugar poco y trabajar demasiado, sentirnos agotados, dejar de sorprendernos, abandonar los intentos y desanimarnos con facilidad ante las nuevas circunstancias.

Es por eso que Jesús afirmó que debemos volvernos como niños para entrar en el Reino de los Cielos. Cambiar nuestro corazón a uno sencillo, dispuesto a amar, fácil para perdonar, ávido de aprender y no soberbio, propenso a disfrutar de todo lo que Dios ha creado, agradecido con lo que tiene, en pocas palabras: listo para ser feliz y buscar la felicidad de otros.

Aprendamos de ellos y no permitamos que pierdan su esencia por falta de atención, amor, educación o disciplina de parte de nosotros los adultos responsables de ellos.

GRACIAS, AMOR ETERNO!!!


¡Gracias, Amor eterno!
Hay momentos en los que el corazón sufre por tristezas profundas, por penas que parecen no tener fin.


Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net 




Hay momentos en los que el corazón sufre por tristezas profundas, por penas que parecen no tener fin. Pensamos entonces que Dios no nos escucha, que nos abandona, que nos “prueba”, que permite enfermedades lentas y dolorosas o dramas profundos en la propia vida o en la de tantas personas a las que queremos de veras.

Lloramos porque el egoísmo o la tibieza penetran y dominan nuestras vidas, porque el pecado parece triunfar sobre la gracia, porque sentimos más nuestra flaqueza que la ayuda divina. Como si Dios no escuchase nuestra oración sincera, como si no nos tomase de la mano para dejar el mundo del pecado que nos engulle poco a poco...

Pero al pensar así mostramos nuestra ceguera. Porque ya Dios, de mil modos, ha actuado, está actuando, y sigue siempre a nuestro lado.

Basta con mirar la cruz, con leer palabras de misericordia y de esperanza en el Evangelio de la gracia, con saber que la muerte fue vencida en la mañana de la Pascua, para que los hielos y las penas pierdan terreno, para que el corazón empiece a sentir un abrazo cálido y profundo del Dios que ama y vela sobre cada uno de sus hijos.

Necesitamos suplicar a Dios que nos dé ojos limpios, que nos conceda un alma agradecida. Porque es tanto el bien que nos acompaña, porque es tan intensa y fuerte la acción del Espíritu en nuestras vidas, porque tenemos tantos miles de señales que nos recuerdan la bondad divina... que nos será suficiente abrir el corazón para descubrir que estamos envueltos en un mundo maravilloso, bello, intensamente bueno.

Toda nuestra vida, entonces, se convertirá en un canto agradecido. Sentiremos la necesidad profunda de repetir, una y otra vez, lo que leemos en tantos pasajes de la Biblia:

“Te damos gracias, oh Dios, te damos gracias, invocando tu nombre, tus maravillas pregonando” (Sal 75,2).

“Yo, en cambio, cantaré tu fuerza, aclamaré tu amor a la mañana; pues tú has sido para mí una ciudadela, un refugio en el día de mi angustia” (Sal 59,17).

“Yo te ensalzo, oh Rey Dios mío, y bendigo tu nombre por siempre jamás; todos los días te bendeciré, por siempre jamás alabaré tu nombre; grande es Yahveh y muy digno de alabanza, insondable su grandeza” (Sal 145,1-3).

“Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, Aquel que es y que era, porque has asumido tu inmenso poder para establecer tu reinado” (Ap 11,17-18).

El Catecismo de la Iglesia Católica nos invita a la gratitud, precisamente al hablar de la fe, pues ésta consiste en “vivir en acción de gracias: Si Dios es el Único, todo lo que somos y todo lo que poseemos viene de El: ¿Qué tienes que no hayas recibido? (1Co 4,7). ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? (Sal 116,12)”.

La vida espiritual cambia cuando entramos en la clave de la gratitud. Entonces el sol, la lluvia, la brisa, el colibrí, la rosa, la sonrisa del amigo, la prueba que nos ayuda a reconocer nuestra profunda fragilidad y a renovar nuestra esperanza en Dios... todo se convierte en un motivo para repetir, desde lo más profundo del corazón: ¡gracias, Señor, gracias, Padre, gracias, Amor eterno!

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS, 16 DE SEPTIEMBRE


LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Setiembre 16


Se habla del cumplimiento del deber, de que todos debemos ser fieles al cumplimiento del deber. Y esto está bien.

Pero no está tan bien la interpretación que alguno pudiera dar a esa afirmación, como si con ella se pretendiera expresar que no estamos obligados más que al cumplimiento del deber.

Si solamente haces lo que "debes", si te limitas en tus esfuerzos a aquello que "puedes", será difícil que llegues a la perfección.
El amor nunca dice basta, el amor no reconoce límites; si le pones límites de "deber", deja de ser verdadero amor.

Haz de hacer lo que "debes", por vocación; lo demás, por amor.
Lo que "puedes", por obligación; lo que "no puedes" por generosidad. El amor y la generosidad aumentan la potencia.

“No te dejes vencer por el mal; por el contrario, vence al mal haciendo el bien” (Rom 12,21). No basta no hacer el mal; es preciso practicar el bien. La virtud no es algo negativo, como el mal; es algo muy positivo, como el bien. No sabe cuánto bien hace el que no hace el mal: pero no sabe cuánto mal hace el que no hace el bien.


* P. Alfonso Milagro
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