miércoles, 18 de septiembre de 2013

MARÍA ES MADRE DE JESÚS Y MADRE NUESTRA

Autor: P Mariano de Blas | Fuente: Catholic.net
Es Madre de Jesús y nuestra
María Santísima nos ve a cada uno de nosotros como su hijo predilecto. ¡No te olvides de Ella!
 
Es Madre de Jesús y nuestra
Es Madre de Jesús y nuestra

María es toda de Jesús por derecho, y toda de nosotros por regalo. Pero es toda nuestra y, por tanto aquí, no pensemos que robamos, porque nos la han dado. No pensemos que somos demasiado pecadores, demasiado indignos, para tenerla como madre, porque, a pesar de que eso es cierto, también es cierto que ella es madre nuestra. No nos puedes ver separados de Jesús, como hijos añadidos, sino injertados en su sangre y en la tuya. Por lo tanto, la seriedad con la que una madre ve a su hijo, como su hijo, queda muy lejos de la seriedad, la profundidad y el amor con que nos ve María Santísima a cada uno de nosotros: somos más hijos de ella que de nuestra propia madre de la tierra

La ingratitud con Dios es terrible porque se ofende al Amor con mayúscula. Se desprecia un amor eterno, un amor divino, un amor maravilloso y totalmente gratuito.

De una manera semejante, olvidar, despreciar, el amor de una madre tan grande, es una ingratitud terrible. Pero, siendo los hijos predilectos de María Santísima, nuestra ingratitud adquiere unas dimensiones mucho más grandes.

"Los pecados que ofenden a Dios lastiman tu corazón porque hieren el corazón de tu hijo y hacen un daño terrible a tus hijos".

"Cómo tengo que decirte esto, Madre: te he llevado pocas flores hasta el día de hoy"





  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Mariano de Blas LC

    La dulce mirada de María


    La dulce mirada de María

    La historia de Santa María junto a San Celso, el  santuario más popular de Milán. Ya desde  finales del siglo IV este área fue meta de  peregrinaciones, porque se habían hallado los  cuerpos de los mártires Nazario y Celso. Y en  1485, frente a centenares de testigos, la antigua  imagen de la Virgen con el Niño, que mandara  pintar san Ambrosio, se movió milagrosamente.

    por Giuseppe Frangi

    Es una historia muy sencilla y muy antigua la de Santa  María junto a San Celso, el santuario más popular de  Milán. El comienzo de esta historia se remonta al año 395. 
    Como refiere Paulino de Milán, biógrafo de san Ambrosio,  ese año, «en un cementerio fuera de la ciudad» en una  localidad llamado de los “tres Moros”, en dirección sur, fue  hallado el cuerpo intacto del mártir Nazario. «Su sangre  aún tan fresca como si hubiera sido versada ese mismo  día», escribe Paulino, que dice que fue testigo ocular. Y  añade: «Su cabeza, que los impíos habían cortado, tan  íntegra e incorrupta con su cabello y barba, que parecía  lavada y arreglada en el momento mismo en que era  exhumada». 

    Los impíos a los que se refiere el biógrafo son  los verdugos de Nerón: Nazario, según la tradición, fue El fresco de la Virgen de san Ambrosio y  del Milagro bautizado por el papa Lino y murió durante las  persecuciones neronianas. La crónica de Paulino sigue 
    refiriendo que el obispo Ambrosio hizo llevar el cuerpo,  «compuesto sobre una litera», a la basílica recién  construida en la vía que iba hacia Roma y dedicada a los santos apóstoles (y que desde entonces fue llamada de los  Santos Apóstoles y de Nazario). Luego el obispo quiso  volver a los “tres Moros”, para «rezar» en el lugar donde,  según la tradición, estaba enterrado otro mártir, Celso, el  mártir niño, que había querido seguir a Nazario, dejando su  Niza natal, y que murió, como él, durante las persecuciones  neronianas.

     Una “noticia” que pasó de testigo en testigo, como  cuenta el biógrafo: «Los custodios de aquel lugar afirmaron  que sus padres les habían dado disposición de que no  abandonaran nunca esos lugares, porque conservaban  grandes tesoros». Noticias dignas de crédito, subraya  Paulino, visto que en aquel cementerio se halló poco  después también el cuerpo de Celso. Esta vez Ambrosio 
    ordenó que no se cambiará de lugar. Hizo construir una capilla, una “cella memoriae”: mandó colocar  debajo del altar la tumba del mártir (el sarcófago del siglo IV aún se conserva en el actual santuario). 

    Luego en un nicho situado detrás del altar mandó pintar una tierna imagen de la Virgen con el Niño  protegida por una reja.
     En el transcurso de los siglos, el área siguió desempeñando su función simple y tradicional de  cementerio cristiano. La imagen que Ambrosio mandó pintar permaneció siempre en su sitio, protegida  por una simple reja, al lado del sepulcro de san Celso. 

    Los peregrinos seguían rindiéndole homenaje. Y si 
    el tiempo atenuaba los colores y el contorno, siempre había alguien que los arreglaba y avivaba. En torno  al año 996 el arzobispo de Milán, Landolfo de Carcano, decidió construir un edificio más amplio, para  acoger a los peregrinos cada vez más numerosos. La “basilichetta”, como la definen los historiadores,  fue confiada a los benedictinos, cuyo monasterio, construido a la derecha del edificio, se mantuvo en pie hasta los años treinta del siglo XX. Alrededor del monasterio creció el barrio “de San Celso”. En 1430  Filippo Maria Visconti, duque de Milán, ordenó construir, al lado de la antigua “basilichetta”, un edificio  con más capacidad. En la nueva iglesia cabían hasta trescientas personas, como refieren con precisión 
    muy milanesa los historiadores de la época. Y precisamente eran trescientas las personas que estaban  presentes aquel 30 de diciembre de 1485, cuando ocurrió el hecho que marcó la historia de este lugar. 

    Celebraba la misa, en la iglesia abarrotada, el padre Pietro Porro. Era un viernes, hacia las 11. De pronto,  la figura, aunque casi difuminada, de la Virgen comenzó a moverse: primero levantando el velo que, tras  la reja, la protegía; luego, abriendo los brazos, y por último, uniendo las manos. También el Niño pareció  insinuar una bendición a los fieles. «Según los presentes, hubo una explosión de conmovedor  entusiasmo», escribe el más documentado historiador del santuario, Ferdinando Reggiori, «que continuó  y duró días enteros; acorrían los suplicantes, invocaciones de desgraciados y enfermos, gracias y  curaciones: la ciudad entera estaba turbada». Los testimonios, que en pocos meses llevaron a la 
    aprobación eclesiástica (que se dio el 1 de abril del año siguiente), se conservan aún en el archivo del santuario. Verdaderas actas “registradas” una a una, con meticulosa precisión, testimonios de fieles de  todas las condiciones y de todos los orígenes, todos ellos presentes durante el “milagro”. Este es uno de  los muchos: «El año 1486, la tarde del sábado 7 de enero […] se presentó Giovanni Battista Stramitis, de  Ambrogio, carpintero. residente en puerta Ticinesa, de la parroquia de San Giorgio al Palazzo que, 
    invitado a decir la verdad…». El simple carpintero contó lo que había visto una semana antes. Sigue  diciendo el acta: «Durante la última oración después de la comunión vio […] el rostro de la Virgen que  se movía y parecía vivo, como el de una mujer que se asoma a la reja. En el mismo momento se oyó  gritar “¡misericordia!” en medio del llanto de los presentes. Y el velo que estaba delante de la reja se  movió hacia arriba y luego cayó y se vio a la Virgen en la misma postura y así se quedó por lo menos  durante un par de Avemarías».

    La fachada del santuario de Santa María junto a  San Celso y el altar de la Virgen, que conserva  el fragmento de pared del siglo IV. 
     No sucedió nada más. Ni un palabra, ni una  recomendación. Simplemente, como Ambrosio había  dicho en sus predicaciones, María se había  presentado, por bondad, como había hecho con su 
    prima Isabel. Se había quedado con sus parientes  –ahora sus fieles– el tiempo que duran “un par de  Avemarías”.

     Nada más. Y nada más pedían los fieles de Milán  de aquel tiempo, que en el lugar de la “aparición”, o  mejor dicho, en el lugar de aquel “hacerse presente”,  quisieron construir una gran iglesia dedicada a la  Virgen. Santa María junto a San Celso, precisamente 
    como había sugerido originariamente Ambrosio. Y en  ese “junto a” está todo el carácter físico y la ternura  de un “hacerse presente”, de un “estar presente”, sin  ruidos ni retórica.

     Hoy Santa María junto a San Celso es una  hermosa iglesia, ancha y sobria como las mejores  iglesias lombardas, que se asoma a una ajetreada y neurálgica calle de la ciudad (ayer Corso San Celso, 
    hoy Corso Italia). Es el edificio que mandó construir Galeazzo Maria Sforza y que se comenzó en 1493,  y que luego fue ampliado según aumentaban los peregrinos. En 1513 se construyó su hermoso  cuadripórtico, tan amplio y acogedor, que parece pensado para acompañar a los peregrinos hasta el lugar  del milagro. Dentro del santuario hay un pequeño cofre con tesoros del arte padano. Pero nada ostenta la  presencia que, desde hace 16 siglos, habita ese lugar. Debajo del altar mayor en una urna de cristal,  vestido con paramentos dorados, está el cuerpo de Celso, el joven mártir. 

    Un indicio: “junto a” él, pues,  tiene que estar también María. Y así es. Pero el pequeño edículo está, tímido y escondido, debajo de la 
    ménsula de un macizo altar barroco, adosado al pilar de la izquierda. Para verla, hay que arrodillarse.  Contiene esa tierna imagen, ajada por el tiempo, como agrietada. María mira con dulzura al Niño y él con  un gesto aún más dulce le toma la mano en la suya. La imagen sobresale de una pared encajada como si 
    fuera una ventana con sus jambas. Y desde esta ventana María se asoma. Los fieles más ancianos la  conocen como la “Virgen de san Ambrosio y del Milagro”. Donde por “milagro” (en singular) se 
    entiende simplemente el asomarse de María. Y la alegría que da en quien, arrodillándose, cruza la mirada  con su rostro. Solamente esto. 

    PENSAMIENTO MARIANO 19


    PENSAMIENTO MARIANO

    María es, de los misterios cristianos, el más dulce. La virgen es la sencillez, la madre la ternura. De mujer nació el Hombre Dios, de la calma de la humanidad, de su sencillez.

    Miguel de Unamuno

    martes, 17 de septiembre de 2013

    A NUESTRA SEÑORA DEL CAMINO , VIRGEN MARÍA


    A Nuestra Señora del Camino, Virgen María 
    Padre Marcelo Rivas Sánchez


    “Cuando me veas decaer.
    Ayúdame Señora del camino”  

    No todos los caminos son buenos.
    Unos de piedra que nos hacen tropezar.
    Unos de arena que nos hunden.
    Unos de polvo que no dejan mirar
    Y unos de pavimento que nos hacen correr
    sin esperar a muchos que lentos avanzan.
    Por eso, ayúdame, Señora del Camino.

    Unos van y vienen.
    Otros a punto de desmayar.
    Algunos pidiendo dirección.
    Ajenos queriendo dañar.
    Ciertos encendiendo barricadas.
    Terceros sentados esperan pasar.
    Y muchos agobiados y perdidos.
    Por eso, ayúdame, Señora del camino.

    Los caminos son duros,
    empinados y tortuosos
    donde resbalan los pies más ligeros
    y caen los cansados y viejos.
    Esos caminos sin señales ni avisos
    merman las fuerzas sacando sudores,
    tropiezan, empujan y jadean
    los que desde atrás vienen subiendo.
    Por eso, ayúdame, Señora del Camino.

    Son meros senderos de recuas,
    caídos en el olvido
    que sin follaje y flores
    se desgastan día tras día.
    Camino, camino de aquellos años de mozo
    que hoy camino con la pena y sin gozo.
    Por eso, ayúdame, Señora del camino.

    Camino de amargos recuerdos
    donde dejé mis mejores sudores.
    Dame la calma de tus senderos.
    Déjame beber la sabia de tus cactus.
    Permíteme oír tu viento silente
    y seguir la huella de las piedras de tus años.
    Por eso, ayúdame, Señora del camino

    Caminé y caminé sin detenerme,
    llegando al final del camino
    pude mirar con tristeza
    que frente a mis ojos,
    apagados por el sol incandescente,
    otro camino más largo y deteriorado
    al que había caminado
    Por eso, ayúdame, Señora del camino

    CON MARÍA, EN LA PUERTA DE LA MISERICORDIA


    Con María, en la puerta de la Misericordia... 
    Autor: María Susana Ratero


    Ha pasado casi una semana de la fiesta de la Misericordia. En la silenciosa semipenumbra de la Parroquia, te contemplo en tu imagen de la Inmaculada Concepción.

    - Perdona Madre, que no haya podido escribir nada para la fiesta de la Misericordia... quizás el año que viene..

    - ¿Por qué quieres esperar tanto, hija mía?

    - Bueno, Madre, es que ahora ya paso la fiesta, digo ¿no quedaría como descolgado un relato de la Misericordia?

    Desde la ternura de tu Corazón Inmaculado te acercas al mío, tan lento para comprender...

    - Hija, la Misericordia de Jesús tiene una fiesta para honrarla especialmente. O sea, tienes un día para festejarla, pero toda la vida para disfrutarla, si quieres, claro. Acercarte a ella, animar a otros a que lo hagan, no tiene una fecha fija en el Calendario... 

    - Perdona Madre... entonces, enséñame a acercarme a la Misericordia, que no sé bien como se hace eso... 

    - ¿Qué es, exactamente, lo que no sabes?

    - Bueno... perdona la torpeza de mi razonamiento, pero.. si la Misericordia, digamos, tuviese un lugar físico, como ir a tal o cual lado... bueno, seria mas fácil. Como si fuera un gran jardín con una puerta. Solo bastaría con saber donde esta la puerta... 

    Me miras serenamente y dices...

    - Ven, sígueme...

    - ¿Adónde, madre?- ¡Que inútil pregunta! Si tu me dices que te siga, ¿Para qué preguntar dónde? Si siempre me llevas al Corazón de tu Hijo...

    - Pues... a la puerta del jardín-susurras bajito para no lastimar el silencio de la mañana... 

    Bueno, no voy a negar que mi imaginación dibujó cien jardines majestuosos en un segundo. Delineaba en mi cabeza un largo trayecto por lugares desconocidos... Pero nada de eso sucede. El trayecto es corto y el lugar por demás conocido.

    Solo unos pocos pasos, desde tu imagen hasta... el confesionario...

    -¿Querías conocer la puerta de la Misericordia?. Pues aquí la tienes.

    No atino yo a reaccionar, mucho menos a preguntar, por lo que tu ternura infinita comienza a explicarme...

    - Verás. Este sencillo y pequeño lugar tiene una profundidad que no puedes comprender totalmente. A esta pequeña puertecita se acerca el alma cargada de pecados, angustia, tristeza y dolor. Aquí, el corazón se muestra sin disfraces, tal como es. Aquí, cada hijo mío viene confiado a pedir perdón, un perdón que necesita, que ansía. Un perdón que le ha sido prometido desde las entrañas de la Misericordia, a cambio de un sincero arrepentimiento.

    - Ay Madre, cuantas veces la pequeña puertecita del confesionario se abrió para mí. Infinidad de veces mi alma, llena de culpa y vergüenza por tantos pecados, hallo paz al recibir el perdón que tu Hijo, a través del sacerdote, me regalaba...

    - A través del sacerdote, tú lo has dicho. Por eso, es que no debes renunciar a la posibilidad de la confesión sólo porque el sacerdote no te agrada, no le conoces y todos los etcétera imaginables. Mira, para que me comprendas mejor, nos quedaremos un momento aquí, y apreciarás por ti misma, los perfumes del jardín de la misericordia.

    El silencio de la mañana es interrumpido por un rumor de pasos. El sacerdote se acerca al confesionario y queda allí, en espera. Algunas personas van entrando a la Parroquia y los bancos van poblándose lentamente.

    - Mira con atención-me sugiere María.

    Mi corazón aprecia entonces una lluvia de rosas en espera, rodeando el confesionario.

    - ¿Qué es eso, Madre?-mientras pregunto, mis pulmones se llenan del perfuma más exquisito que haya conocido jamás.

    - Esos pétalos en espera, representan la Misericordia de Jesús aguardando un alma que venga por ella. Acércate más.

    Sin que el sacerdote lo note, me acerco hasta él. El paisaje ha cambiado y el hombre se halla sentado a la puerta de un vastísimo jardín. Sus manos se hallan inundadas de pétalos. Mientras reza en silencio, de su aliento sale el perfume indescriptible de la misericordia. Pero allí se queda, no se extiende ni un centímetro.

    - ¡Madre, corre, dile a esas personas que vengan!. Mira sus almas, Madrecita, están tristes, agobiadas, doloridas..... Si tan sólo pudieran ver esto, Madre, correrían agolpándose frente al confesionario, para inundarse del Amor derramado en perfumes eternos.

    Pero ¿qué digo? Si yo misma miles de veces estuve en el lugar de mis hermanos. Mil veces, como ellos, me quedaba arrodillada en el banco, cargando tanto peso en el alma que apenas si podía rezar. Mil veces deje los pétalos en espera, mil veces no bebí de la fuente del Amor...”Ni bien pueda, me confieso””Cuando halle a tal o cual cura me confesare” ”Hoy no lo siento, cuando lo sienta lo haré” ¡Que desperdicio, Madrecita, que desperdicio!.

    - Presta atención, hija mía, a lo que ahora te mostrare.

    Una señora se acerca al confesionario. Se arrodilla lentamente y recibe el saludo del sacerdote.

    En ese momento los pétalos comienzan a rodearla. A medida que confiesa sus faltas, una lluvia de luz y perfume desciende a su alma. Cuando reza el Pésame, se oyen los trinos de los pájaros del jardín, en una melodía única que jamás podría interpretar instrumento alguno. El sacerdote le da su bendición, unos ángeles se acercan... la señora se levanta y mira hacia el Sagrario. En ese momento Jesús, sentado en el lugar del sacerdote, sale del pequeño recinto del confesionario y la abraza. Su alma se halla ahora en estado de gracia, hermosa, casi con alas, y totalmente perfumada.

    - Señora, jamás pensé... ¡Oh Señora!. Quiere decir que todo lo que me has mostrado en esa buena mujer, ¿También ha sucedido conmigo hace un rato, cuando me confesé?

    - Claro, hija, claro. Pero aun no hemos visto todo el jardín. Te he mostrado la puerta. Te has acercado a ella, por lo que ahora, te es permitido entrar.

    - ¿Entrar?¿Por cuánto tiempo?

    - Por el que tu quieras...

    Reconozco que mi capacidad de asombro se agota enseguida contigo, Madre. Pero tu, que renuevas en mi corazón todas las cosas, me darás mas asombro para poder seguirte.

    Comienza la Misa. Cada palabra del sacerdote llega a mi corazón. Pero no me faltan las involuntarias distracciones, pues mi corazón, humano e inconstante, se escapa corriendo tras cuanto pensamiento pasa cerca de él. Pero tu paciencia, Madre, que supera infinitamente mi pobreza, una y otra vez, lo trae a mí.

    Llega el momento de la Comunión.

    - Mira el jardín-me dices.

    Veo a la misma señora del confesionario acercarse a comulgar. Un inmenso jardín la rodeaba y su alma, extasiada de gozo, abrazaba al Maestro, hecho Pan Eucarístico. 

    Pero el jardín no es constante. No todas las personas salen envueltas en pétalos y perfumes.

    - ¿Porqué Madrecita, no a todos les es mostrado el jardín?

    - Porque no todos lo han buscado, hija. Algunos se han acercado a recibir a Jesús con el alma demasiado cargada de pequeñas faltas. Otros han ido como por costumbre. El maestro golpea una y otra vez la puerta del corazón, pero éste se halla tan ocupado encargándose de sus propios asuntos, que no escucha el llamado. Y allí queda Jesús, casi una hora, esperando y esperando... Hasta que decide irse. Sus manos, que estaban llenas de Misericordia, hecha pétalo y perfume de eternidad, ahora quedan cargadas de las espinas del olvido, que tanto le lastiman.

    Poco a poco intento comprender. El sacerdote me da la Comunión, y la misericordia de Dios me abraza. La disfruto en silencio, pero me queda una gran tristeza por mis hermanos. 

    Si mi corazón disfruta de un abrazo de la Misericordia, es por su bondad, no por mis méritos. Pero algo me resta por comprender.

    - Madre, si ahora estoy en el jardín de la misericordia ¿por qué no permanezco en él?

    - Pues, porque te dejas engañar por el espejismo del pecado y te sales, seducida por el canto de las sirenas. 

    - ¿Por qué Jesús no cierra las puertas, para que no pueda yo salir?

    - Porque respeta tu libertad. Recuerda que ese es uno de los regalos más bellos que te ha dado, pero el más difícil de disfrutar. Tu libertad se viste con extraños disfraces. Digamos que es como una gran ola del mar y tu, una tabla. Dejas que te arrastre donde quiera, o te trepas a la tabla, como el deportista, y la dominas...

    Me quedo en silencio. Sigo sintiendo en el alma la compañía de Jesús Sacramentado. Tengo mucho para meditar... Mucho para aprender y sobre todo, muchísimo más que agradecer... 

    La misa ha terminado. Camino lentamente hacia la salida del templo. Paso frente al confesionario... Parece solitario, pero no... no lo está. Tu, Madre querida, me has enseñado a ver, tras esa sencilla y pequeña puerta, el jardín de la eterna misericordia. Dame la gracia, Madre, de grabar en mi alma tus enseñanzas, de reconocer mis pecados y de acercarme, en cada oportunidad, a las puertas del jardín de la infinita misericordia, o sea, al Sagrado Corazón de Jesús

    PENSAMIENTO MARIANO 18


    PENSAMIENTO MARIANO

    La mejor y más agradable devoción a la Virgen María es aquella que practicamos con perseverancia.

     San Juan Berchmans

    ORACIÓN A LA VIRGEN DE LOURDES PARA PEDIR LA SALUD DE LOS ENFERMOS


    ORACIÓN A LA VIRGEN DE LOURDES
    PARA PEDIR LA SALUD DE LOS ENFERMOS

    ¡Oh amabilísima Virgen de Lourdes, Madre de Dios y Madre nuestra! Llenos de aflicción y con lágrimas fluyendo de los ojos, acudimos en las horas amargas de la enfermedad a vuestro maternal corazón, para pediros que derraméis a manos llenas el tesoro de vuestras misericordias sobre nosotros.

    Indignos somos por nuestros pecados de que nos escuchéis: pero acordaos, os diré como vuestro siervo San Bernardo, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a Vos haya sido abandonado de Vos. ¡Madre tierna! ¡Madre bondadosa! ¡Madre dulcísima! Ya que Dios obra por vuestra mano curaciones innumerables en la Gruta prodigiosa de Lourdes, sanando tantas víctimas del dolor, guardad también una mirada de bendición para nuestro pobre enfermo…(dígase el nombre del enfermo/a). Alcanzadle de vuestro Divino Hijo Jesucristo la deseada salud, si ha de ser para mayor gloria de Dios. Pero mucho más, alcanzadnos a todos el perdón de nuestros pecados, paciencia y resignación en los sufrimientos y sobre todo un amor grande y eterno a nuestro Dios, prisionero por nosotros en los Sagrarios. Amén.

    Virgen de Lourdes, ¡ rogad por nosotros !.
    Consuelo de los afligidos, ¡ rogad por nosotros !.
    Salud de los enfermos, ¡ rogad por nosotros !.
    Rezar tres Avemarías.

    lunes, 16 de septiembre de 2013

    DIOS TE SALVE MARÍA


    LA FORTALEZA DE UN HOMBRE


    LA FORTALEZA DE UN HOMBRE

    La fortaleza de un hombre no está en el ancho de sus hombros... está en el tamaño de sus brazos cuando abrazan.

    La fortaleza de un hombre no está en lo profundo del tono de su voz... está en la gentileza que usa en sus palabras.

    La fortaleza de un hombre no está en la cantidad de amigos que tiene... está en lo buen amigo que se vuelve de sus hijos.

    La fortaleza de un hombre no está en su cabello o su pecho... está en su corazón.

    La fortaleza de un hombre no está en lo duro que puede golpear... está en lo cuidadoso de sus caricias.

    La fortaleza de un hombre no está en el peso que pueda levantar... está en las cargas que pueda llevar a cuestas.

    La fortaleza de un hombre no está en las mujeres que ha amado... está en poder ser verdaderamente de una sola mujer.

    La fortaleza de un hombre no está en creer que todo lo puede… está en reconocer que sin Dios, nada sería posible.

    ¿DÓNDE ESTABA DIOS?


    ¿DÓNDE ESTABA DIOS?

    Sally saltó de su asiento cuando vio salir al cirujano. Le preguntó:
    "¿Cómo está mi pequeño?, ¿Va a ponerse bien?, ¿Cuándo lo podré ver?".

    El cirujano dijo: "Lo siento; hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance".

    Sally dijo, consternada: "¿Por qué a los niños les da cáncer? ¿Es que acaso Dios ya no se preocupa por ellos? DIOS, ¿dónde estabas cuando mi hijo te necesitaba?".

    El cirujano dijo: "Una de las enfermeras saldrá en un momento para dejarte pasar unos minutos con los restos de tu hijo antes de que sean llevados a la Universidad".

    Sally pidió a la enfermera que la acompañara mientras se despedía de su hijo. Recorrió con su mano su cabello rojizo.

    La enfermera le preguntó si quería conservar uno de los rizos. Sally asintió. La enfermera cortó el rizo, lo colocó en una bolsita de plástico y se la dio a Sally.

    Sally dijo: "Fue idea de Jimmy donar su cuerpo a la Universidad para ser estudiado. Dijo que podría ayudar a alguien más. Eso es lo que él deseaba.

    Yo al principio me negué, pero él me dijo 'Mami, no lo usaré después de que muera, y tal vez ayudará a que un niñito disfrute de un día más junto a su mamá'.. Mi Jimmy tenía un corazón de oro, siempre pensaba en los demás y deseaba ayudarlos como pudiera".

    Sally salió del Hospital Infantil por última vez, después de haber permanecido ahí la mayor parte de los últimos 6 meses. Colocó la maleta con las pertenencias de Jimmy en el asiento del auto, junto a ella. Fue difícil emprender el regreso a casa, y más difícil aún entrar a una casa vacía. Llevó la maleta a la habitación de Jimmy y colocó los autos miniatura y todas sus cosas justo como él siempre las tenía. Se acostó en la cama y lloró hasta quedarse dormida, abrazando la pequeña almohada de Jimmy.
    Despertó cerca de la medianoche y junto a ella había una hoja de papel doblada. Abrió la carta, que decía:

    Querida mami:

    Sé que vas a echarme de menos, pero no pienses que te he olvidado o he dejado de amarte sólo porque ya no estoy ahí para decirte TE AMO.

    Pensaré en ti cada día, mamita, y cada día te amaré aún más. Algún día nos volveremos a ver. Si deseas adoptar a un niño para que no estés tan solita, podrá estar en mi habitación y podrá jugar con todas mis cosas. Si decides que sea una niña, probablemente no le gustarán las mismas cosas que a los niños, y tendrás que comprarle muñecas y cosas de ésas.

    No te pongas triste cuando pienses en mí; este lugar es grandioso. Los abuelos vinieron a recibirme cuando llegué y me han mostrado algo de por aquí, pero tomará algo de tiempo verlo todo. Los ángeles son muy amistosos y me encanta verlos volar.

    Jesús no se parece a todas las imágenes que vi de Él, pero supe que era Él tan pronto lo vi. ¡Jesús me llevó a ver a DIOS!

    ¿Y qué crees, mami? Me senté en su regazo y le hablé como si yo fuera alguien importante. Le dije a Dios que quería escribirte una carta para despedirme y todo eso, aunque sabía que no estaba permitido. Dios me dio papel y Su pluma personal para escribirte esta carta. Creo que se llama Gabriel el ángel que te la dejará caer.

    Dios me dijo que te respondiera a lo que Le preguntaste: '¿Dónde estaba Él cuando yo lo necesitaba?'. Dios dijo: 'En el mismo sitio que cuando Jesús estaba en la cruz'. Estaba justo ahí, como lo está con todos Sus hijos.

    Esta noche estaré a la mesa con Jesús para la cena. Sé que la comida será fabulosa. Casi olvido decirte... Ya no tengo ningún dolor; el cáncer se ha ido. Me alegra, pues ya no podía resistir tanto dolor y Dios no podía resistir verme sufrir de ese modo, así que envió al Ángel de la Misericordia para llevarme. ¡El Ángel me dijo que yo era una Entrega Especial!

    Firmado con amor, de:

    Dios, Jesús y yo.

    ORACIÓN NUESTRA SEÑORA, SALUD DE LOS ENFERMOS


    ORACIÓN NUESTRA SEÑORA, SALUD DE LOS ENFERMOS 

    María, Madre amadísima, te invoco confiadamente como salud de los enfermos. Eres Madre de bondad, especialmente para quienes están bendecidos con la Cruz, en particular la enfermedad. 

    Humildemente te pido esta gracia (Mencione el favor que desea). 

    Madre del Perpetuo Socorro, te ruego que presentes mi petición a tu Divino Hijo. No será rechazada si te dignas rogar por mí, porque tu intercesión es poderosa ante Dios. Con la confianza de un niño, me abandono a la santa voluntad de Dios. El cuidará de mis deseos. Madre de Misericordia, yo te amo; en ti pongo mi confianza. Por tus manos ofrezco a Dios todos los sacrificios que haya de soportar con todo el amor de mi corazón. Que todas mis penas se conviertan en un acto de amor a Dios, de reparación por mis pecados, y mérito por la salvación de las almas, en particular la mía. Enséñame a tener paciencia y conformidad con la voluntad de Dios, imitándote a ti.

     Madre Dolorosa. 
    V. Ruega por nosotros, Señora Nuestra, salud de los enfermos.
     R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo. 

    0remos: Te rogamos, Señor Dios nuestro, que nos bendigas a nosotros tus siervos, con salud de alma y cuerpo, y por la gloriosa intercesión de la bienaventurada Virgen María, Salud de los enfermos, seamos libres de las tristezas presentes y disfrutemos de las alegrías eternas. Te lo pedimos por Cristo, Nuestro Señor. Amén.

    ORACIÓN POR LAS FAMILIAS


    ORACIÓN POR LAS FAMILIAS

    Oh, Dios, que en la Sagrada Familia
    nos dejaste un modelo perfecto de vida familiar
    vivida en la fe y la obediencia a tu voluntad.
    Ayúdanos a ser ejemplo de fe y amor a tus mandamientos.
    Socórrenos en nuestra misión de transmitir la fe a nuestros hijos.
    Abre su corazón para que crezca en ellos
    la semilla de la fe que recibieron en el bautismo.
    Fortalece la fe de nuestros jóvenes,
    para que crezcan en el conocimiento de Jesús.
    Aumenta el amor y la fidelidad en todos los matrimonios,
    especialmente aquellos que pasan por momentos de sufrimiento o dificultad.

    Unidos a José y María,
    Te lo pedimos por Jesucristo tu Hijo, nuestro Señor. Amén.-
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