sábado, 30 de noviembre de 2013

EL ADVIENTO DE MARÍA


EL ADVIENTO DE MARIA
Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM


ADVIENTO es tiempo de espera, tiempo en que aguardamos la manifestación de un gran acontecimiento: el nacimiento de Nuestro Salvador. Tiempo de espera gozosa y expectante ya que lo que esperamos es la llegada de nuestra Salvación. Es un tiempo importante y solemne, es tiempo favorable, día de salvación, de la paz y de la reconciliación, el tiempo del que estuvieron esperando y ansiando los patriarcas y profetas y que fue tiempo de tantos suspiros, el tiempo que Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también nosotros debemos vivir en todo momento con fervor, alabando y dando gracias al Padre Eterno por la misericordia que en este misterio nos ha manifestado. Por eso escuchamos la exclamación del profeta Simeón al tener ante sus ojos al Salvador tan esperado: "Ahora Señor según tu promesa puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu salvación, la que has preparado ante todos los pueblos. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel" 
(Luc 2: 29)

Adviento es el tiempo, que vivió la profetisa Ana, también en el templo, en oración y ayunos. Por ello, hablaba del niño a los que esperaban la redención de Jerusalén. Adviento es el tiempo de espera y preparación para las manifestaciones de Dios. Siempre las manifestaciones del Señor requerirán de nuestra parte una especial preparación. Todo período anterior a una manifestación de Dios debe considerarse un adviento y vivirse como tal. Esperar sin preparar el corazón para el evento que se espera, es desaprovechar el tiempo de gracia que el Señor ha determinado para la humanidad. 

Adviento: Poner la Mirada en el misterio de la Encarnación
En el Evangelio de San Lucas, cuando el Señor anuncia el año de gracia, dice que "todos los hombres fijaron su mirada en El":en medio de las grandes oscuridades del mundo, aparece su luz. "La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, en ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no pudieron apagarla" (Sn. Jn. 1).

La historia de la salvación tiene en Cristo su punto culminante y su significado supremo. Él es el Alfa y el Omega, el principio y el fin. Todo fue creado por Él y para Él, y todo se mantiene en Él. Es el Señor de la historia y del tiempo. En Él, el Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y la historia. (Tertio Millennio Adveniente # 5). El es el mismo, ayer, hoy y siempre.

La encarnación es la revelación de Dios hecho hombre en el seno de María Santísima por obra del Espíritu Santo. Viene al mundo a través de Ella, prepara con una gracia excelentísima, única y singular, a Aquella que sería su Madre, su portadora, el canal privilegiado y la asociada por excelencia en la obra de redención.
Dios intervino en la humanidad a través de la mediación materna de María. Siempre será así. Es a través de Ella que viene el Redentor al mundo. Es Ella quien lo trae y presenta al mundo.
Por eso, no podemos fijar la mirada en la Encarnación del Verbo, sin contemplar necesariamente a la Virgen Santísima.

Ella es instrumento singularísimo en la Encarnación. Por su fiat Dios se hace hombre en Ella. San Bernardo dijo: "nunca la historia del hombre dependió tanto, como entonces, del consentimiento de la criatura humana".

En este tiempo de Adviento, en que fijamos la mirada en la Encarnación del Verbo, para prepararnos mejor a su manifestación, debemos contemplar a María, Aquella elegida para estar unida a este gran misterio.
"La alegría de la Encarnación no sería completa si la mirada no se dirigiese a Aquélla que, obedeciendo totalmente al Padre, engendró para nosotros en la carne al Hijo de Dios. Llamada a ser la Madre de Dios, María vivió plenamente su maternidad desde el día de la concepción virginal, culminándola en el Calvario a los pies de la Cruz".

Ella nos conduce a contemplar el Misterio de la Encarnación, pues es partícipe como nadie.
Ella nos dirige como la Estrella que guía con seguridad sus pasos al encuentro del Señor (Tertio Millennio Adveniente # 59). Ella la elegida para traer al Verbo, vive el Adviento, la espera del Salvador, nos enseña a abrir de par en par el Corazón al Redentor, como tanto nos ha pedido el Siervo de Dios Juan Pablo II. Como se espera con corazón abierto al Redentor. No podemos vivir plenamente el Adviento sin dirigir la mirada al primero y al personaje que lo vive. Ella es el corazón que ha sido preparado por Dios para esperar, para abrir el camino al Salvador. 

El Señor quiso preparar el corazón de los justos del Antiguo Testamento con las condiciones necesarias para recibir al Mesías. Entre más estuvieran llenos de fe y confianza en las promesas recibidas, mas llenos de esperanza por verlas realizadas y mas ardieran de amor por el Redentor, mas listos estaban para recibir la abundancia de gracias que el Salvador traería al mundo. A medida que pasaba el tiempo, Dios iba preparando con mayor intensidad a su pueblo, derramando gracias, hablando, despertando mas el anhelo de ver al Salvador y levantando hombres y mujeres que prefiguraban a quienes estarían en relación directa con el Salvador en su venida.

¿Quien es la que ha esperado en perfección la venida del Salvador? La Virgen Santísima.
Toda esta preparación de Dios a su pueblo alcanza su culmen en la Santísima Virgen María, la escogida para ser la Madre del Redentor. Ella fue preparada por el Señor de manera única y extraordinaria, haciéndola Inmaculada. Tanto le importa a Dios preparar nuestros corazones para recibir las manifestaciones de su presencia y todas las gracias que Él desea darnos, que vemos lo que hizo con la Santísima Virgen María. 
Ella, fue concebida inmaculada, sin mancha de pecado, sin tendencias pecaminosas, sin deseos desordenados, su corazón totalmente puro, espera, ansía y añora solo a Dios. Toda esa acción milagrosa del Espíritu Santo en ella tuvo un propósito, prepararla para llevar en su seno al Salvador del mundo. Eso es lo que requiere ser la Madre del Salvador. 

Si entre mas fe en las promesas, mas esperanza en verlas realizadas y mas ardiente amor hacia el Salvador hacía a un corazón mas capaz de recibir al Señor, imagínense la intensidad de la fe, la esperanza y la caridad que residían en el corazón de María que lo hizo capaz de concebir en su seno al Hijo de Dios.

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