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viernes, 15 de noviembre de 2013
EL SILENCIO DE LA VIRGEN MARÍA
El silencio de María
Padre Francisco Fernández Carvajal
I. Aunque nos gustaría saber más de la vida en la tierra de Nuestra Madre del cielo por lo Evangelios, Dios nos da a conocer todo lo necesario, tanto durante su vida en la tierra, como ahora, veinte siglos, a través del Magisterio de la Iglesia cuando, con la asistencia del Espíritu Santo, desarrolla y explicita los datos revelados. La Virgen no comunica nada a su prima Isabel después de la Anunciación, sin embargo ésta penetra en el misterio de la Encarnación por revelación divina. Nuestra Señora no manifestó el suceso a José, y un ángel le informó en sueños sobre la grandeza de la misión de la que ya era su esposa. En el Nacimiento de su Hijo guardó silencio, pero los pastores fueron informados
por los ángeles. Nada dijeron María y José a Simeón y a Ana la profetisa, cuando como joven matrimonio más subieron al Templo para presentar al Niño.
Nada comentó a sus parientes y amigos. Se limitó a guardar estas cosas ponderándo las en su corazón (Lucas 2, 51) María, Maestra de oración, nos enseña a descubrir a Dios, ¡tan cercano a nuestra vida!, en el silencio y en la paz de nuestro corazón.
II. El silencio es el clima que hace posible la profundidad del pensamiento; el mucho hablar disipa el corazón y éste pierde cuanto de valioso guarda en su interior. (F. SUÁREZ, La Virgen Nuestra Señora). El recogimiento de María es paralelo al de su discreción. La Virgen también guardó silencio durante los tres años de la vida pública de su Hijo. El entusiasmo de las multitudes, los milagros, no cambiaron su actitud. Jesús se dirige a nosotros de muchas maneras, pero sólo entenderemos su lenguaje en un clima habitual de recogimiento, de guarda de los sentidos, de oración, de paciente espera.
III. El silencio interior, el recogimiento que debe tener el cristiano es plenamente compatible con el trabajo, la actividad social y las prisas que muchas veces trae la vida. La misma vida humana, si no está dominada por la frivolidad, por la vanidad o por la sensualidad, tiene siempre una dimensión profunda, íntima, un cierto recogimiento que tiene su pleno sentido en Dios. Es ahí donde conocemos la verdad acerca de los acontecimientos y el valor
de las cosas. En un mundo de tantos reclamos externos necesitamos “esta estima por el silencio” (PABLO VI, Alocución en Nazareth). De la Virgen Nuestra Señora aprendemos a estimar cada día más ese silencio del corazón que no es vacío sino
riqueza interior, y que, lejos de separarnos de los demás, nos acerca más a ellos, a sus inquietudes y necesidades.
LA MADRE FIEL
La Madre fiel
Carlos Díaz Rodríguez
A Dios Padre no le ha bastado darnos a un salvador sino que nos quiere dar a la que es madre del salvador, a la Virgen María, ella es la madre fiel de la humanidad y su fidelidad realmente es auténtica puesto que, desde que dio el “sí” al Padre para ser la madre de Jesús, no ha dejado de interceder por el mundo y de interesarse en lo que viven sus hijos e hijas. Jesús asciende a los cielos y deja, por un tiempo, a su madre Santísima puesto que ella inspira una gran esperanza porque solo alguien con esperanza no se vuelve loco ante la muerte de su Hijo en la Cruz como a ella le tocó vivir.
La Virgen María es fiel a todos, incluso, a los hijos e hijas que no la reconocen como la madre de Dios y como intercesora, ella siempre está al pendiente de las alegrías y penas de sus hijos, ella esta dispuesta a escucharnos, a darnos su amor y sobre todo a quitarnos el miedo ante la vida porque platicar con María Santísima es encontrar la calma necesaria al saber que tenemos a una gran protectora que llena, por consecuencia de Dios, nuestra vida de una constante intercesión.
Toda buena madre está cuidando a su hijo enfermo, pensando en cómo ayudar a su hijo delante de un problema, sonriendo para dar ánimo a su hijo, alegrándose por los logros de su hijo pues de la misma manera está la Virgen María porque, aunque está en el cielo, ella no está desconectada de las cosas de la tierra y prueba de ello han sido las múltiples apariciones y mensajes que ha dejado a la humanidad entera como en las apariciones de Fátima, Lourdes y Guadalupe, entre otros casos. La Virgen María está al pendiente de nosotros y ruega por nosotros, es cierto, que Dios es todo bondad sin embargo la Biblia dice “Pedir y se os dará” y es lo que, ciertamente, hace la Virgen María que pide por todos, especialmente, por aquellos que no le piden a Dios sea porque no quieren o porque no lo conocen.
Ella es fiel porque no hay momento de nuestra vida donde no contemos con su apoyo y su fidelidad es tal que en cualquier momento intercede por nosotros y por lo que realmente nos conviene para poder ser hijos de Dios. No hay dolor más grande en María que ver almas alejadas de Dios, almas que odian la Palabra de Cristo, ante esto, María Santísima, una mujer toda esperanza, sigue orando por el mundo. Se puede decir que muchas veces el mundo se ha salvado de caer en situaciones más graves por las oraciones constantes de la madre fiel.
Creo que la forma más clara de comprobar la fidelidad de María es que, a pesar del paso del tiempo, ella sigue estando con todos sus hijos e hijas. Hace poco me había estado sintiendo mal, una especie de gripe pero me tenía agotado, y le pedí a la Santísima Virgen María que, si la voluntad de Dios lo permitía, me diera unos días para descansar de esto que sentía y seguir nuevamente en este camino, pues bien, pronto me sentí con una mejoría que ahorita me ha hecho pasar días de paz donde me renuevo para hacer frente a las nuevas cruces del camino con alegría como lo hacía María, este tipo de favores, son los que me hacen creer vivamente en la fidelidad de María Virgen al Padre y a nosotros.
jueves, 14 de noviembre de 2013
CUÍDANOS VIRGENCITA DE GUADALUPE
Cuídanos, Virgencita de Guadalupe
Antonio Maza Pereda
¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa. (Del Nican Mopohua)
No sé si a usted le ha pasado lo que a mí en estos días de fin de sexenio e inicio de uno nuevo. Han sido días de temor, de zozobra. De pronto, nos damos cuenta de lo frágil que es nuestra nación, de lo fácil que es que aquí se repita lo que hemos visto en otros países, irremediablemente divididos entre bandos que no quieren ni hablar entre sí.
Esa consciencia clara de que hay muy poco que podemos hacer los ciudadanos comunes para evitar los males que vemos para nuestro país, nos hace tal vez desesperarnos, pero también nos hace volvernos hacia Dios, nuestro Padre y pedirle: ten misericordia de nuestra patria. Y, como es de esperarse, nos hace volvernos hacia nuestra madrecita, la Virgencita de Guadalupe, nuestra reina y patrona. Con confianza, con familiaridad, le decimos: «Tú, que tanto nos quieres, no nos dejes solos, no nos abandones. ¿Qué no ves lo mal que estamos, lo divididos que nos hallamos, lo tercos que nos hemos puesto?» Así, un poco con cariño, un poco con reclamación, con confianza y hasta con un poco de miedo, le decimos: «Dulce Madre, no nos dejes…»
Y, de repente, en medio de esa conversación, nos viene a la mente ese amable reproche que Nuestra Madre le hizo a san Juan Diego: «¿Qué no estoy aquí, yo que soy tu Madre? ¿De qué más has de menester?» Esas palabras que nos contaron nuestras queridas catequistas, ahora regresan a nuestra mente. Y nos hablan a nosotros, los católicos mexicanos del siglo XXI.
Vale la pena, sin embargo, recordar cuándo dijo Nuestra Madre esas palabras. Juan Dieguito, hoy san Juan Diego, tenía que ir a ver a María, para que ella le diera una señal para el obispo. Pero esa mañana, él le dio la vuelta al cerro, para no ver a la Señora. Tenía muy enfermo a su tío y quería llevarle a un sacerdote para que lo confesara, Muy humanamente, quiso evitar enfrentarse a María. Ya después le daría explicaciones. Pero ella no lo dejó; salió a su encuentro y le dijo las palabras que están al inicio de este artículo.
María le decía muchas cosas con esas palabras, pero hay un mensaje que hoy sigue siendo válido para nosotros: «Haz lo que yo te pido, y yo me encargaré de tus problemas».
Ante las dificultades que hoy nos preocupan, pedimos a María que nos ayude. Y hacemos bien: hay que pedir a María que obtenga para México lo que Dios quiere de México. Ni más ni menos. Que se haga en México la voluntad de Dios. Y si mi voluntad es la misma que la voluntad de Dios, se cumplirá. Pidámosle el mayor bien posible para México y los mexicanos. Pidámosle lo que mejor sirva para la salvación de las almas de todos nuestros compatriotas. Y, después de haber pedido, pongámonos a hacer lo que Dios nos pide: cumplir con nuestras obligaciones, amar al prójimo, hacernos cada día más santos. Y Ella, nuestra dulce Madre, cuidará de nosotros, nos tendrá en su regazo y se asegurará de que nada nos separará del amor de Dios.
Fuente: elobservadorenlinea.com
miércoles, 13 de noviembre de 2013
NOVENA DE CONFIANZA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA
NOVENA DE CONFIANZA AL INMACULADO CORAZÓN
DE MARÍA
¡Oh María! En tus manos pongo esta súplica. Bendícela. Después preséntala a Jesús. Haz valer tu amor de Madre y tu poder de Reina. ¡Oh María! Cuento con tu ayuda. Confío en tu poder. Me entrego a tu voluntad. Estoy seguro de tu misericordia. Madre de Dios y Madre mía, ruega por mí. ¡Dulce corazón de María sed mi salvación!.
Amén.
ORAR CON MARÍA
Orar como María
Padre Eusebio Gómez Navarro OCD
En un artículo aparecido en Selecciones, abril del 88, se narra la historia de un joven de 15 años que sufría de leucemia. Para nada habían servido el cuidado de doctores, enfermeras y el cariño de su madre. La enfermedad y la depresión se habían adueñado seriamente de aquel joven. Sin embargo, un día se le antojó tener flores en la habitación. Su madre encargó un hermoso arreglo floral. Además de la tarjeta de su madre venía otra, escondida entre las flores que decía, “Douglas, fui yo, Laura, quien atendió el pedido de tus flores. De niña, a mis 7 años, padecí también, igual que tú, de leucemia. Hoy tengo 22 años y me siento muy bien. No lo olvides, te puedes curar. Mi corazón está contigo.
“Mi corazón está contigo”. El amor de aquella madre estaba siempre con su hijo, con él estaba, además, la compasión de Laura, quien conocía en carne propia los estragos de la leucemia. Fueron esos dos amores, hechos presencia y oración, los que lograron vencer la depresión y enfermedad de aquel joven. Con la fuerza del amor, Douglas se animó, enfrentó la enfermedad y salió adelante.
Hay muchas definiciones de oración. Orar, es, también estar con él y con los otros. Un gran ejemplo de esta clase de oración fue María, ella siempre supo estar con Dios, con los otros, con su hijo y con nosotros.
María estuvo con Dios. En la soledad descubrió su presencia y su omnipotencia; nada era imposible para el Dios que vivía en ella (Lc 1,36). Y como ella había dejado entrada total al Hacedor de Maravillas, Dios se hace transparencia en sus entrañas y ella se hace portadora de la inmensidad de Dios, del misterio, de la salvación.
María estuvo con los otros. Quien vive en comunión con Dios, logra descubrir a los otros. Quien se rinde a Dios y se abandona en sus manos, ofrece éstas para atender las necesidades de los otros. El ver y sentir por los otros exige ponerse en camino y salir del mundo familiar para ir a la casa del necesitado. La visita de María a Isabel es un llevar el misterio de la sencillez y grandeza que llevaba en sus entrañas; ella es testigo de la transformación que el Todopoderoso ha hecho en su vida, por eso alaba, engrandece y se alegra en el Dios que la ha salvado (Lc 1,46-47).
María estuvo con su hijo. El Dios que llevaba en sus entrañas se hacía ahora más visible, lo podía tener en sus manos, tocarlo, acariciarlo, mostrárselo a los pobres pastores y a los magos ricos.
Fue su misión mostrar la luz a todos, estar cerca de él: recibirle, acompañarle, protegerle y alimentarle.
La Virgen María oró y es modelo de oración para el cristiano. Dice Pablo VI, en la Marialis Cultus, n. 18: “María es la ‘Virgen orante’. Así aparece ella en su visita a la madre del Precursor, donde abre su espíritu en expresiones de glorificación a Dios, de humildad, de fe, de esperanza: tal es el ‘Magnificat’ (Lc, 46-55), la oración por excelencia de María, el canto de los tiempos mesiánicos, en el que confluyen la exultación del antiguo y del nuevo Israel, porque – como parece sugerir San Ireneo– en el cántico de María fluyó el regocijo de Abrahán que presencia el Mesías ( Jn 8,56) y resonó, anticipada proféticamente, la voz de la Iglesia: “Saltando de gozo, María proclamaba proféticamente en nombre de la Iglesia: Mi alma engrandece al Señor…”
En efecto, el cántico de la Virgen, al difundirse, se ha convertido en oración de toda la Iglesia en todos los tiempos. “Virgen orante” aparece María en Caná, donde, manifestando al Hijo con delicada súplica una necesidad temporal, obtiene además un efecto de la gracia: que Jesús, realizando el primero de sus “signos”, confirme a sus discípulos en la fe en él (Jn 2, 1-12). También el último trazo biográfico de María nos la describe en oración: “los apóstoles perseveraban unánimes en la oración, juntamente con las mujeres y con María, Madre de Jesús, y con sus hermanos” (Act 1, 14): presencia orante de María en la Iglesia naciente y en la Iglesia de todo tiempo, porque ella asunta al cielo, no ha abandonado su misión de intercesión y salvación”.
María, como Abraham, intercede por la humanidad, por los que no tenían vino y manda hacer lo que el Señor dice. Faltaba el vino en aquella boda de Caná de Galilea. El vino es signo de alegría, de fortaleza. Faltar el vino en una boda, en el ambiente judío, significaba el fin de la fiesta. Y María, que se dio cuenta, dijo a Jesús: “no tienen vino”. Y a los sirvientes les mandó: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 1-11). Su acción fue salvadora.
María fue y sigue siendo intercesora. Silvano el Archimandrita cuenta cómo san Antonio había orado al Señor que le mostrara a quién se podría parecer. “Dios le hizo comprender que no había alcanzado la medida de un zapatero de Alejandría. Antonio dejó el desierto, se fue a casa del zapatero y le preguntó cómo vivía. Él le respondió que daba un tercio de su renta a la Iglesia, otro a los pobres y que guardaba el resto para él. Esto no le pareció nada extraordinario a Antonio que había abandonado todos sus bienes y vivía en el desierto en la mayor pobreza. Ahí no estaba pues su superioridad. Entonces Antonio le dijo:
“El Señor me ha enviado para ver cómo vives”. El humilde artesano, que veneraba a Antonio, le confió entonces el secreto de su alma: “No hago nada especial. Solamente, cuando trabajo, miro a todos los que pasan y digo: que todos se salven, sólo yo pereceré”.
PENSAMIENTO MARIANO 21
PENSAMIENTO MARIANO
María es Madre de Dios y Madre nuestra, Madre poderosa y piadosa, que desea ardientemente llenarnos de favores celestiales.
San Juan Bosco
martes, 12 de noviembre de 2013
EL ESPÍRITU SANTO Y LA VIRGEN MARÍA
El Espíritu Santo y María
Padre Francisco Fernández Carvajal
I. Mientras dura la espera de la venida del Espíritu Santo, Nuestra Señora vive como un segundo Adviento, a la vez muy semejante y muy diferente al primero, el que preparó el nacimiento de Jesús. En ambos se da la oración, el recogimiento, la fe en la promesa, el deseo ardiente de que ésta se realice. En el primero, María llevaba a Jesús oculto en su seno, permanecía en el silencio de su contemplación. Ahora, Nuestra Señora vive profundamente unida a su Hijo glorificado, en compañía de los apóstoles y de las santas mujeres, todos el cenáculo, animados de un mismo amor y de una sola esperanza. La tradición, al meditar esta escena, ha visto la maternidad espiritual de la Virgen sobre toda la Iglesia. Nosotros esperamos la llegada del Paráclito muy unidos a nuestra Señora rezando el Santo Rosario, contemplando sus misterios.
II. El Espíritu Santo, que ha habitado en María desde el misterio de su Concepción Inmaculada y la llenó de su gracia, que la cubrió con su sombra ( Lucas 1, 35) cuando concibió a su Hijo Jesús, ahora, en el día de Pentecostés vino a fijar en Ella su morada de una manera nueva, con una plenitud única. Su corazón era el más puro, el más desprendido, el que de modo incomparable amaba más a la Trinidad Beatísima. La Virgen es la criatura más amada de Dios. Pues si a nosotros, a pesar de tantas ofensas, nos recibe como el padre al hijo pródigo; si a nosotros siendo pecadores, nos ama con amor infinito y nos llena de bienes cada vez que correspondemos a sus gracias, ¿qué hará para honrar a su Madre Inmaculada, Virgo Fidelis, Virgen Santísima, siempre fiel? (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa.
III. Todo cuanto se ha hecho en la Iglesia desde su nacimiento hasta nuestros días, es obra del Espíritu Santo. “Lo que el alma es al cuerpo del hombre, eso es el Espíritu Santo en el Cuerpo de Jesucristo que es la Iglesia. El Espíritu Santo hace en la iglesia lo que el alma hace en los miembros de un cuerpo” ( SAN AGUSTÍN, Sermón.) El Espíritu Santo es también el santificador de nuestra alma. Después de Pentecostés la Virgen es “como el corazón de la iglesia naciente” ( R. GARRIGOU- LAGRANGE La Madre del Salvador.) El Espíritu Santo, que la había preparado para ser Madre de Dios, ahora, en Pentecostés, la dispone para ser Madre de la Iglesia y de cada uno de nosotros. Santa María, Madre de la Iglesia, ruega por nosotros y ayúdanos a preparar la venida del Paráclito en nuestra alma.
Fuente: Colección "Hablar con Dios" Ediciones Palabra.
RUEGA POR NOSOTROS, VIRGEN MARÍA
Ruega por nosotros, Virgen María.
Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R
Ruega por nosotros,
Virgen santa,
porque de Dios eres amada
y de santidad inspiradora.
Ruega por nosotros,
Virgen santa,
porque de Dios eres la sierva
y Él que eleva a los humildes
a la gloria te ha ensalzado.
Ruega por nosotros,
Virgen santa,
porque de Dios luz eres radiante
en Cristo Muerto y Resucitado.
Ruega por nosotros,
Virgen santa,
porque en Dios eres puente
para llevarnos al cielo
a nosotros pecadores.
Ruega por nosotros,
Virgen santa,
porque de Dios eres Madre
cuando en ti se hizo Hombre
y Cristo se embarcó para siempre
en el devenir de la historia.
ROSA MÍSTICA
Rosa Mística
Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv
Rosa Mística, fragancia del Eterno
que perfumas mi templo en tu presencia
aroma suave de su complacencia
que floreces en el frío del invierno.
Eres la flor que adorna mi plegaria
el pensamiento que bendice mi conciencia
la suavidad y el color de la paciencia
la faz de una inocencia legendaria.
Alabo en la mañana tu belleza
la armonía que la gracia te regala
y el cándido fulgor de tu pureza.
Resplandece inmaculada la realeza
pues la luz que de Ti brota no se iguala
y proclama al universo tu grandeza.
lunes, 11 de noviembre de 2013
UNA LUZ CLARA
Autor: P.Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net Una luz clara | |
Hay ocasiones en que la vida nos arrastra. Dejamos que los hechos marquen la pauta de nuestras acciones. | |
Una luz en medio de la oscuridad. Las formas emergen en medio de la noche. Empezamos a ver con algo de nitidez lo que bulle a nuestro alrededor. Un mundo de prisas y angustias trata de absorbernos, mientras el reloj corre y suena el teléfono. Hay ocasiones en que la vida nos arrastra. Dejamos que los hechos marquen la pauta de nuestras acciones. Empezamos a vivir como despojados de quereres propios y esclavos de voluntades ajenas. Cuando una luz clara nos hace ver cómo perdemos el tiempo entre actos que nos cansan y que nos destruyen, estamos en condiciones para dar un paso fuera de las tinieblas y de las dudas asfixiantes. Esa luz vino al mundo, habló a los pobres y a los ricos, visitó a los enfermos, consoló a los tristes, denunció el pecado, anunció la gran fiesta de la misericordia. Esa luz tuvo un rostro y un nombre: Jesucristo. Queda atrás la noche con sus tinieblas y sus miedos. Rompemos con ambiciones que carcomen lo mejor del alma. Abrimos el corazón a Dios, que nos conoce y ama como Padre bueno. Una luz clara ilumina los ojos de mi alma y me impulsa a pedir perdón, a perdonar, y a buscar la paz que viene de lo alto y que llena la vida de esperanza. |
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