domingo, 22 de septiembre de 2013

LAS MANOS JUNTAS DE MARÍA

Autor: P. Carlos M. Buela | Fuente: Catholic.net
Las manos juntas de María
Nos recuerdan que el oficio más importante de Ella en el Cielo: es interceder por nosotros.
 
Las manos juntas de María
Las manos juntas de María


En la mayoría de las imágenes de María,la encontramos con las manos juntas.

Por así decirlo, se refuerza esa esperanza, esa certeza en la protección materna de la Virgen. Esas manos juntas de la Virgen nos recuerdan permanentemente que el oficio más importante de Ella en lo más alto de los Cielos es interceder, es rezar. ¿A quién se acercan los hombres y mujeres? ¡A aquellos que saben que rezan por ellos! Como se dice en el Oficio de Pastores, en el responsorio: "¡Éste es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo!".

Esas manos juntas de la Virgen nos recuerdan que Ella sigue cumpliendo en el Cielo ese oficio principal, que fue su oficio principal también aquí en la tierra, porque entre los muchos privilegios que tiene la Santísima Virgen hay un privilegio que hace que Ella sea el refugio de los pecadores; hace que Ella sea el imán que atrae a las multitudes, hace que Ella sea llamada bienaventurada por todas las generaciones, y a medida en que nos vayamos acercando al fin de los tiempos, más aún; de alguna manera, como vemos en la actualidad, los Santuarios que mayor número de peregrinos tienen son santuarios de la Virgen: Guadalupe, Lourdes, Fátima, Luján, etc.

Esas manos juntas nos recuerdan que un día en Caná de Galilea Jesús le dijo: "no ha llegado mi hora", porque se habían quedado sin vino. Sin embargo, la Santísima Virgen, con plena conciencia de que Ella es Madre del Hijo de Dios, va a imperarles a los servidores: «¡Haced lo que Él os diga!». El Hijo Único de Dios, Aquel que es consustancial al Padre y al Espíritu Santo, no pudo decir que no a esa intercesión, a ese pedido de la Santísima Virgen, y por así decirlo se vio obligado a realizar ese primer milagro, porque la Santísima Virgen es la "Omnipotencia suplicante". No es omnipotente como Dios es omnipotente. Como Dios es omnipotente, sólo Dios es omnipotente. La Virgen no tiene la omnipotencia por su naturaleza, que es una naturaleza humana, pero sí tiene una forma muy particular de omnipotencia: es la "Omnipotencia suplicante", es la omnipotencia de aquella que siempre alcanza lo que pide, porque así como su Hijo la escuchó en Caná de Galilea, así su Hijo en este mismo instante sigue escuchando todos y cada uno de los pedidos de la Santísima Virgen.

Por eso, por muy difíciles que sean los momentos para nosotros, Aquella que ha comenzado en nosotros la obra buena, Ella misma la llevará a feliz término.

Por eso hoy, con renovado fervor, nos encomendamos a María; le pedimos por nuestra familia, por nuestros trabajos, necesidades y enfermedades. Y le pedimos a Ella la gracia de poder aportar nuestro pequeño granito de arena para la construcción del Reino de Dios.

Esas manos juntas de María, nos invitan a la oración, las manos juntas de la Inmaculada de Lourdes, y las manos juntas de la Inmaculada de Fátima: "Rezad, rezad mucho, dijo con aire de tristeza, y haced sacrificios por los pecadores, pues van muchas almas al infierno, por no tener quien se sacrifique y pida por ellas".

MARÍA, SIEMPRE HUMILDE Y OBEDIENTE

Autor: El Paraíso de Nazaret | Fuente: Catholic.net
María, siempre humilde y obediente
Ella, en la humildad de su faena diaria, de su trabajo y silencio hecho oración, era tan apóstol como el que más.
 
María, siempre humilde y obediente
María, siempre humilde y obediente


Humildad en Belén.

El nacimiento del Mesías no pudo haber sido más sencillo y humilde. Una cueva. Un pesebre con pajas. Un buey y una mula. Simplicidad y ocultamiento envueltos en silencio.

Pero no muy lejos de allí, un ángel del Señor se presentaba a unos pastores y les anunciaba con júbilo: “os ha nacido un Salvador, que es el Cristo Señor”. Luego, una multitud del ejército celestial que se puso a armar un jaleo imponente en el cielo, cantando a grandes voces...

Los pastores, al llegar al lugar del nacimiento, contaron emocionados todo eso a María. Todos se maravillaban de lo que decían aquellas simples personas, mientras Ella, “por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón...” No es esa la reacción normal de una mujer o de un hombre ante tales acontecimientos... Cualquiera de nosotros se hubiera puesto a presumir (¿discretamente?) comentando a los que ya empezaban a juntarse: “fíjaos, todo esto por mi hijo; si será importante...” María no procedió así.

Unos días después. Los chiquillos del pueblo pasaron por las calles de Belén anunciando a voz en grito: “¡que llega gente importante! ¡con camellos y caballos y cofres...!”

Y así era. Llegaban a la aldea unos Reyes Magos de Oriente. Fueron guiados por una estrella. Iban derechitos a la casa donde estaban la pareja de extranjeros recién llegados a Belén, a los que les acaba de nacer un hijo. Entraron en la casa. Se postraron adorando al Niño. Le entregaron oro, incienso y mirra (homenaje ofrecido a los Reyes...).

Eso era como para llenar de ínfulas a cualquiera de nosotros. El montón de curiosos que ya tapaba la puerta, estarían boquiabiertos... Pero a María no se le subió el incienso a la cabeza; ni la mirra, ni el oro. Además, ni tiempo tuvo. Tras atender debidamente a sus ilustres huéspedes, debieron salir con premura a Egipto. Porque a los pocos días se les avisó de que Herodes buscaba al Niño para matarlo...

¡Qué lástima! -podríamos pensar nosotros-. Justo ahora que se había corrido su fama por Belén y por toda la región. Justo ahora que empezaban a ser gente importante para todos aquellos aldeanos...

Nosotros seguramente habríamos obrado muy diversamente. Nosotros quizá habríamos aprovechado la lograda situación social y económica para hacernos proteger y esconder por los muchos admiradores que ya tendríamos en Belén. Nosotros quizá, dado que había oro abundante, habríamos pagado a un buen puñado de guardaespaldas y de soldados para velar y defender al Niño contra la guardia de Herodes. Nosotros, sintiendonos famosos, ricos, fuertes e inteligentes, quizá habríamos desafiado así la prepotencia del tirano. Nosotros quizá habríamos hecho todo eso quedándonos cómodamente en Belén, pero desatendiendo temerariamente la voluntad de Dios.

María, no. Ella con José y el Niño, tomando lo necesario y dejando lo demás a los necesitados, huyeron a Egipto. ¡Eso es aceptar y vivir con humildad y sencillez la voluntad de Dios! Aunque cueste. Y costó lo suyo.

Humildad en Egipto.

Llegaron a Egipto. Allí ya no eran nadie. Inmigrantes. Tuvieron que empezar de cero. Casa, trabajo, amistades... todo. A ganarse la vida. Porque del oro de los reyes ya no les quedaría nada. No debían estar muy acostumbrados a tener tanto y en pocos días habrían ya repartido casi todo a los pobres e indigentes de los barrios vecinos. Y quién sabe si calcularon bien para el viaje... Total, que lo más seguro es que no les debía quedar apenas nada.

Parece increíble, pero así fue. El Hijo de Dios, la Madre de Dios y el bueno de José, de inmigrantes. Ganándose la vida en Egipto, como podían. Salieron adelante confiados en la providencia y gracias a su trabajo y a no pocos sacrificios y privaciones, sobrellevados con una sencillez admirable y conmovedora. Dios no pudo dejar de bendecir un amor y un esfuerzo tan impregnados de humildad.

Humildad durante la presentación de Jesús en el tempo de Jerusalén.

Recuerda el evangelista que “cuando se cumplieron los días de la purificación...” Pero, purificación... ¿de qué? ¿de quién? Si nunca ha existido ni existirá mujer más pura que aquella María de Nazaret...

Y prosigue el relato sagrado: “para presentarlo al Señor...” Pero, si el Señor era precisamente aquel bebé que María llevaba en brazos y acariciaba con ternura...

Sí. Al recordar la purificación de María y la presentación del Niño en el templo, asombra cómo se dan la mano la humildad de María y el amor a la misión del mismo Cristo. Ni María necesitaba purificarse, pues es la Inmaculada, ni Jesús niño necesitaba ofrecerse al Padre, pues toda su vida no tenía otro sentido, otra finalidad distinta de la de hacer la voluntad de Dios.

Pues, nada. Ahí van, humildemente, a cumplir lo prescrito por la ley, a obedecer. Como Dios manda.

En esto, apareció el anciano Simeón, que se prodigó en alabanzas al Niño: “porque han visto mis ojos tu salvación... luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel”. Y por si no era suficiente, se presentó también la profetisa Ana, que no paraba de alabar a Dios y hablaba del Niño a todo el mundo...

Y José y María, la Madre de ese gran Salvador, no podían permitirse ni siquiera un cordero de un año... No tenían más que para un par de tórtolas... Sí, eso; lo de la gente pobre y humilde. Sus ahorros no les daban para más... Paciencia, claro; pero sobre todo, humildad.

Nosotros, sin duda, hubiéramos organizado otra entrada “como Dios manda”. Una entrada triunfal, como se merece el Mesías y su Madre. Con trompetas, carrozas, presentes valiosísimos para el Templo, con alfombra roja y transmitiéndolo todo en directo al mundo entero vía satélite. Porque nosotros tenemos en mucho eso de ser alcanzados por la fama y eso de tener importancia y una “posición” considerable y de cierta categoría. Nosotros somos bastante soberbios y orgullosos. Y aquí la Virgen con su humildad y sencillez, nos está recordando que todo eso que nos parece tan importante, a los ojos de Dios no vale absolutamente nada, si está al margen de su voluntad.

Humildad en Nazaret.

¡Cuánto tiempo en la más pura simplicidad y ocultamiento! Treinta años de vecindad en Nazaret. Ni un sólo gesto o actitud en María que indicara a los vecinos y vecinas su verdadero rango, su fenomenal categoría de Madre de Dios, de Reina del cielo y de todo el universo.

¡Que diversos, a veces, hemos salido sus hijos! Nosotros, disimulando nuestros defectos. María, disimulando sus grandezas.

Ella, durante treinta años, tratando de ocultar que es Madre del Mesías, del Salvador, Reina del universo. Ella, con el vestidito usado y remendado de los días de labor. La mujer del carpintero. Una vecina más de Nazaret.

Treinta años siendo Reina, y aparentando ser una vecina más. Treinta años siendo Madre de Dios y apareciendo como la mujer del carpintero del pueblo. Ella, que era la única persona en el mundo que ha podido decirle a Dios: “Hijo mío...” La única que pudo mandar a Dios a la fuente con el cántaro; o al huerto, con el borriquillo...

Treinta años sin darse importancia. La humildad de María en Nazaret parece haberse adentrado de lleno en los confines de lo heroico. Y aún más si consideramos que, en aquel pueblecito, la Virgen tuvo que añadir a lo anterior el peso humillante de la murmuración y la calumnia.

Sí. Cuando por la aldea se corría la voz de la locura de Cristo... Cuando murmurando se le consideraba endemoniado, amigo de publicanos y pecadores, borracho y glotón... O cuando, aquel día, después de su intervención en la sinagoga, estuvieron a punto de despeñarlo en su misma tierra...

Después de todo eso, María no desapareció de Nazaret. No se volvió a marchar a Egipto... No. Soporto con humildad y silencio lo que por ahí se comenzaba a decir, lógicamente, también de Ella: “ahí va la madre del loco, la madre del endemoniado, la madre del tal por cual...”

Cuánto necesitamos nosotros estar, como María Santísima, Virgen de humilde y obediente, listos ante la calumnia, el desprecio, la incomprensión y la indiferencia. Listos en la humildad, que es olvido de sí mismo, que es aceptación sumisa y confiada de lo que Dios mande y permita...

Humildad en Pentecostés.

Aquella mañana de Pentecostés, por las plazas de Jerusalén, los Apóstoles comenzaron a organizar un lío de mucho cuidado.

Mientras tanto, por una calle cualquiera, pasaba María desapercibida, quizá con la cesta de la compra...

Ella, la persona más excelsa de la Iglesia, venga a merecer gracias de Dios para que allá, en la plaza, miles y más miles de gentes comenzaran a convertirse al Cristianismo, al oír a San Pedro hablando en Griego, en Hebreo, en Latín, en Inglés y en todo...

Ella, en la humildad de su faena diaria, de su trabajo y silencio hecho oración, era tan apóstol como el que más. A decir verdad, más que cualquiera de ellos. Ninguno lo hubiera sido, ni lo será nunca, sin la intercesión callada y humilde de María.

María, Virgen humilde y obediente, ¡qué Madre tenemos en Ti!



  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Marcelino de Andrés
     

    sábado, 21 de septiembre de 2013

    OREMOS POR MÉXICO!!!


    EN ORACIÓN POR MÉXICO

    Junto al Papa Francisco, unidos como hermanos, recemos por las víctimas de las tormentas y encomendemos muy especialmente a los damnificados a Nuestra Señora de Guadalupe.

    El Santo Padre, tras las tormentas tropicales que asolaron este país en los pasados días, ha enviado un telegrama a las víctimas de tan querido País.

    “Su Santidad el Papa Francisco, hondamente apenado al conocer las dramáticas consecuencias del huracán “Ingrid” y de la tormenta tropical “Manuel” a su paso por esa amada nación, ocasionando víctimas, heridos y numerosos daños materiales, y dejando sin hogar a muchas familias, ofrece fervientes sufragios por el eterno descanso de los fallecidos, al mismo tiempo que pide a Dios otorgue su consuelo a quienes sufren estas graves desgracias e incremente en todas las personas de buena voluntad sentimientos de fraterna solidaridad para colaborar decididamente en la reconstrucción de las zonas afectadas y ayudar de modo efectivo a cuantos están sumidos en el dolor y la desesperación.

    El Santo Padre, además, desea transmitir su sentido pésame a los familiares de los difuntos y su paterna solicitud y cercanía espiritual a los heridos y damnificados y, a la vez que los confía a las maternas manos de nuestra Señora de Guadalupe, les imparte de corazón la confortadora bendición apostólica, como signo de afecto al querido pueblo mexicano, tan presente en su corazón de pastor de la iglesia universal en tan lamentables circunstancias”.

    Oremos juntos por nuestros hermanos mexicanos!

    Dios los bendiga!

    viernes, 20 de septiembre de 2013

    PENSAMIENTO MARIANO 20

     
     María es la Gran Benefactora de la humanidad, porque con su oración perseverante atrajo la predilección de Dios y anticipó el tiempo de la Encarnación del Verbo. Ella anticipó también el tiempo en que Jesús debía comenzar a hacer sus milagros y a manifestarse, anticipó su Resurrección y ahora detiene los castigos que esta humanidad ya hace tiempo que merece. No tendremos nunca con qué pagarle a María todo el bien que ha hecho por los hombres, su amor tan grande por nosotros. Pero sí podemos hacer algo por Ella, y es amarla con todo nuestro ser y cumplir los Diez Mandamientos para no ofender a su Hijo Jesús y así consolar a su Corazón Inmaculado. Si María no se hubiera puesto tantas veces entre la Justicia Divina y nosotros, ya la humanidad habría sido borrada de la tierra hace siglos.


     

    ORACIONES A LA VIRGEN MARÍA REINA DE LA PAZ



    IMÁGENES DE LA VIRGEN DE MEDJUGORJE,















    MARÍA, AL PIE DE LA CRUZ

    Autor: María Esther de Ariño | Fuente: Catholic.net
    María, al pie de la cruz
    María no comprende ese gran misterio pero acepta, una vez más, porque es la voluntad Dios.
     
    María, al pie de la cruz


    Viernes de dolores, así se le dice según la tradición, al viernes en que se conmemora los dolores de la Virgen Santísima, como Madre dolorosa al pie de la Cruz.

    Esta veneración data del siglo XIII. Este año la hemos conmemorado el pasado día 15 de este mes según la liturgia de la Iglesia universal proclamada por el Papa Pío X (1903-1914). En México la tradición dice que el Viernes de Dolores es el viernes anterior a la Semana Santa.

    La Madre de Dios llora y sufre la angustia de ver morir a su Hijo como la haría cualquier madre.

    Lo ha visto coronado de espinas, clavadas en su cabeza y en su frente, dejando su pelo y rostro manchado de una sangre que se coagula y reseca sobre la piel, su espalda que esta desgarrada y abierta por los azotes que le han dado y que cubrieron después, con una túnica púrpura para burlarse de El, dándole bofetadas y escupiéndole...

    Sabe que su amadísimo Hijo es humillado y escarnecido y por todo esto...¡tiene roto el corazón!

    Después lo ha visto caminar y caer, bajo el peso del madero que lleva sobre sus maltratados hombros y ha visto como le clavan sus amados pies y manos en el madero de la Cruz y, por fin, lo ha visto levantar en alto, y morir. ¿Podrá haber un dolor más grande?. Lo sabe puro, lo sabe bueno, lo sabe santo....lo sabe Hijo de Dios, y piensa...¡Cuánto debe ser su amor por todos los hombres!

    Y María no comprende ese gran misterio pero acepta, una vez más, porque es la voluntad Dios. Su corazón es traspasado por una espada y su dolor no tiene límites. Así se cumple la profecía de Simeón, cuando viéndola, casi una niña con su Hijo en brazos, el día de la Presentación en el Templo, entre otras cosas le dice a María :- "una espada atravesará tu alma"... y ahora María está de pie junto a la Cruz de Jesús.

    En el libro "El silencio de María" nos dice el P. Ignacio Larrañaga:- "Es preciso colocarse en medio de este círculo vital y fatal que unos lamentaban y otros celebraban, ese triste final y en medio de ese remolino, la figura digna y patética de la Madre, aferrada a su fe para no sucumbir emocionalmente, entendiendo algunas cosas, por ejemplo lo de la "espada", vislumbrando confusamente otras... Lo importante no era entender, sino el entregarse. "Padre mío, en tus brazos deposito a mi querido Hijo". Fue el holocausto perfecto, la oblación total. La Madre adquirió una altura espiritual vertiginosa, nunca fue tan pobre y tan grande, parecía pálida sombra pero al mismo tiempo, tenía la estampa de una reina.".

    San Juan nos dice: "Habiendo mirado, pues, Jesús a su madre y al discípulo a quien amaba, el cual estaba allí, dice a su madre:- "Mujer, ahí tienes a tu hijo".Después dice al discípulo:- " Ahí tienes a tu madre". (Jn 19,25 - 27)

    Fue en ese momento en que la Madre de Jesús se hizo madre de todo el género humano. Esta mujer dolorosa pero firme al pie de la Cruz nos está diciendo que solo la fe nos dará fuerza para los grandes dolores que la vida nos depare.

    Y terminamos acompañando a esta Madre Dolorosa con algo muy hermoso escrito por el Cardenal Pironio:

    Señora de la Pascua,
    Señora de la Cruz y de la Esperanza.
    Señora del Viernes y del Domingo.
    Señora de la noche y de la mañana.
    Señora de todas las partidas, porque eres la Señora del "tránsito" o de la Pascua.

    Escúchanos: Hoy queremos decirte "muchas gracias".
    Muchas gracias, Señora por tu Fiat, por tu completa disponibilidad de "esclava".
    Por tu pobreza y tu silencio.
    Por tu gozo de las siete espadas.
    Por el dolor de todas tus partidas, que fueron dando la paz a tantas almas.
    Por haberte quedado con nosotros a pesar del tiempo y la distancia.





  • Preguntas o comentarios al autor
  • Ma. Esther de Ariño
     

    jueves, 19 de septiembre de 2013

    JOSÉ Y MARÍA


    José y María


    José y María compartieron totalmente el camino de su Hijo. No se rebelaron sino que se abandonaron y, en silencio y paz, comenzaron su viaje al extranjero.

    José y María caminaron entre penumbras tras el rostro de Dios y sus designios. Creyeron con todo su ser y esperaron en silencio la Palabra que diera luz a su caminar.

    En Egipto fueron desconocidos, uno de tantos extranjeros, sin tierra, sin sitio, sin casa. A la espera de que alguien compartiera con ellos la palabra, la sonrisa, el agua y la información adecuada. 

    Enséñanos, María, a mirar al desconocido con amor, a recibirle con nuestros brazos abiertos, desarmados. 

    Palabra de la Iglesia:

    "Peregrinación de la fe", en la que la "santísima Virgen avanzó", manteniendo fielmente su unión con Cristo... No se trata aquí solo de la historia de la Virgen Madre, de su personal camino de fe y de la "parte mejor" que ella tiene en el misterio de la salvación, sino además de la historia de todo el pueblo de Dios, de todos los que toman parte en la misma peregrinación de fe" (RM, 5).

    JESÚS, MODELO DE LA PIEDAD MARIANA


    Jesús, modelo de piedad mariana 
    P.H. Pinard De La Boullanye, S.I.


    Jesús era Él mismo el modelo de los hijos. Tenga la bondad de decir me cuál fue el amor que concibió por la Madre ideal, a quien el Padre Eterno lo había confiado. 

    No busquen, por lo tanto, donde nació la devoción a María. Ella tuvo su origen en la primera sonrisa del Niño-Dios, respondiendo a la primera sonrisa de María, inclinada sobre el pesebre. Esta devoción creció de día en día, con cada caricia de María, con cada una de las delicadezas que Ella no cesó de prodigalizar al Niño Jesús, a Jesús adolescente, a Jesús hombre y, finalmente, a Jesús agonizante sobre el madero. 

    ¿Por ventura creen que el Salvador haya hecho esfuerzos por disimular sus sentimientos hacia Ella? Dado que seguramente Él los manifestó, porque nos debía dar ejemplo en este como en todos los puntos, digamos más. Puesto que Él se complacía en hacerlos conocer, ¿piensan que sus discípulos tomarían una actitud de desdén o de indiferencia en relación a esta Madre, a la que ellos veían tratada con tanta reverencia y afecto? 

    No indaguen más en qué justos límites la devoción mariana se debe contener. He aquí su regla, su medida. Amad a María, si puede ser, tanto cuanto Jesús la amó. Sí, el modelo de la piedad en relación a la Bienaventurada Virgen es el propio Hijo de Dios. Su ejemplo nos dicta nuestro deber. 


    RECUERDA A MARÍA


    Recuerda a María 
    Padre Eusebio Gómez Navarro, OCD


    Cuenta una leyenda carmelitana, que se situaba en el convento carmelitano de San Martín de Bolonia, que estando la comunidad cantando la Salve, al llegar al muéstranos a Jesús fruto bendito de tu vientre, se apareció la Virgen con su hijo en los brazos agradeciendo a la comunidad la alabanza que la tributaban, y, mostrando a su hijo, dijo a los religiosos, "cantad devotamente, hijos, que yo os mostraré a mi hijo Jesús, así en el presente como en el siglo futuro”.

                El oficio de María es presentarnos a su Hijo, llevarnos de la mano a Jesús, para que hagamos lo que él nos dice.
    Muchas son las advocaciones con las que invocamos a María. La Virgen del Carmen ha sido una de las devociones más populares durante setecientos años. Muchos cristianos se han sentido protegidos por María con el Escapulario. El escapulario es un signo especial de la protección de María, madre y hermana nuestra. El Escapulario del Carmen nos compromete a vivir como María, a ser personas orantes, a estar abiertos a Dios y a las necesidades de los hermanos.

    María fue la favorecida de Dios, la “llena de gracia”. Sabía que el Señor estaba con ella, sentía su presencia. Dios se había fijado en su humildad y cuidaba de ella. Estaba arropada por la fuerza de Dios. No podía temer a nada ni a nadie. María conocía el corazón de Dios, sabía de su infinita misericordia. Por eso, lo alababa y adoraba. Vivía de Dios, con Dios y para Dios.

    Concibió y dio a luz a su hijo, “el Hijo del Altísimo” a quien puso por nombre Jesús, Salvador de cada pueblo y de todos aquellos que creen en él. En su vientre había llevado a Jesús y facilitó que estuviera en su corazón durante toda su vida.

    María fue una mujer sencilla. Se ubicó entre los socialmente considerados inferiores, entre los que no tienen ni voz ni voto. Todos los necesitados tenían cabida en su corazón. Sin demora ni tardanza se puso en camino para atender a su pariente Isabel, para llevarle al Dios de la vida, para asistirla y ayudarla.

    María tiene muchos títulos. Entre todos ellos, todos hermosos y grandes, sobresale el de ser  Madre de Cristo y Madre nuestra. María es Madre de la Iglesia. Como dice Pablo, sufre por ella dolores de parto hasta ver a Cristo formado en cada uno de los creyentes. Ella cuida de sus hijos, como buena madre,  durante la vida y en la hora de la muerte. Ella ayuda a caminar con Jesús y a esperar hasta el final.

    María estuvo junto a su hijo en todos los momentos de su vida. En las alegrías y, sobre todo, en el momento de la cruz. Lo acompañó hasta la tragedia final del Calvario. Ella, la Dolorosa, también está cercana a nuestras penas y sufrimientos cotidianos. Los pobres, los enfermos, los que sufren, alcanzan de María la fuerza y ayuda para sobrellevar con fe una vida plagada de dificultades.

    La historia y la leyenda nos han mostrado a la Virgen del Escapulario siempre cercana a todos aquellos que, viviendo momentos difíciles y amargos, han acudido a ella pidiendo su protección.

                Llevar el Escapulario de la Virgen del Carmen es ponerse, como ella, un vestido nuevo, el ropaje de la fe, de la alegría... Es un símbolo de amor que nos recuerda a María.

    Sí, hemos sido revestidos de Cristo y, como María, debemos permanecer fieles a Dios hasta el final. Para ello es necesario acudir e invocar el nombre de María, hermana, madre, amiga. Así nos dice Bostio:

    “Nunca olvides sus beneficios. Nunca olvides los múltiples testimonios de su amor de hermana y de madre. Ella nunca cambiará sus disposiciones de amor hacía ti, su fidelidad es irreversible.

    Que no pase, pues, un solo día, que no transcurra una noche, que no vayas a ninguna parte, que ningún pensamiento ni conversación alguna tengan lugar, que no te sobrevenga trabajo ni descanso, sin que traigas afectuosamente a la mente el recuerdo de María. Que en el vestíbulo de tu memoria ella ocupe siempre un puesto de vanguardia.

    De corazón, vuélvete a menudo hacia María, y nunca te canses de invocarla con estas palabras de la Biblia: Hermana mía, amiga mía, inmaculada mía, ábreme tu corazón, morada de misericordia. Tú, María, eres el amor de mi corazón, más aún, mí propio corazón, mi propia alma. Y no dudes en añadir las dulcísimas palabras de Esdras: Abraza, madre, a tus hijos; estréchate al corazón de tus devotos; afianza sus pasos; guíalos en la santa alegría. O la súplica de Abraham: Te ruego que digas que eres mí hermana, para que, gracias a ti, encuentre yo una buena acogida y por causa tuya viva mi alma”.

    IMÁGENES DE LA VIRGEN DE FÁTIMA







    FUERZA DE LAGRIMAS


    Fuerza de lagrimas
    Autor: Lope de Vega


    Con ánimo de hablarle en confianza
    de su piedad entré en el templo un día,
    donde Cristo en la cruz resplandecía
    con el perdón de quien le mira alcanza.

    Y aunque la fe, el amor y la esperanza
    a la lengua pusieron osadía,
    acordéme que fue por culpa mía
    y quisiera de mí tomar venganza.

    Ya me volvía sin decirle nada
    y como vi la llaga del costado,
    paróse el alma en lágrimas bañada.

    Hablé, lloré y entré por aquel lado,
    porque no tiene Dios puerta cerrada
    al corazón contrito y humillado.

    miércoles, 18 de septiembre de 2013

    MARÍA ES MADRE DE JESÚS Y MADRE NUESTRA

    Autor: P Mariano de Blas | Fuente: Catholic.net
    Es Madre de Jesús y nuestra
    María Santísima nos ve a cada uno de nosotros como su hijo predilecto. ¡No te olvides de Ella!
     
    Es Madre de Jesús y nuestra
    Es Madre de Jesús y nuestra

    María es toda de Jesús por derecho, y toda de nosotros por regalo. Pero es toda nuestra y, por tanto aquí, no pensemos que robamos, porque nos la han dado. No pensemos que somos demasiado pecadores, demasiado indignos, para tenerla como madre, porque, a pesar de que eso es cierto, también es cierto que ella es madre nuestra. No nos puedes ver separados de Jesús, como hijos añadidos, sino injertados en su sangre y en la tuya. Por lo tanto, la seriedad con la que una madre ve a su hijo, como su hijo, queda muy lejos de la seriedad, la profundidad y el amor con que nos ve María Santísima a cada uno de nosotros: somos más hijos de ella que de nuestra propia madre de la tierra

    La ingratitud con Dios es terrible porque se ofende al Amor con mayúscula. Se desprecia un amor eterno, un amor divino, un amor maravilloso y totalmente gratuito.

    De una manera semejante, olvidar, despreciar, el amor de una madre tan grande, es una ingratitud terrible. Pero, siendo los hijos predilectos de María Santísima, nuestra ingratitud adquiere unas dimensiones mucho más grandes.

    "Los pecados que ofenden a Dios lastiman tu corazón porque hieren el corazón de tu hijo y hacen un daño terrible a tus hijos".

    "Cómo tengo que decirte esto, Madre: te he llevado pocas flores hasta el día de hoy"





  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Mariano de Blas LC

    La dulce mirada de María


    La dulce mirada de María

    La historia de Santa María junto a San Celso, el  santuario más popular de Milán. Ya desde  finales del siglo IV este área fue meta de  peregrinaciones, porque se habían hallado los  cuerpos de los mártires Nazario y Celso. Y en  1485, frente a centenares de testigos, la antigua  imagen de la Virgen con el Niño, que mandara  pintar san Ambrosio, se movió milagrosamente.

    por Giuseppe Frangi

    Es una historia muy sencilla y muy antigua la de Santa  María junto a San Celso, el santuario más popular de  Milán. El comienzo de esta historia se remonta al año 395. 
    Como refiere Paulino de Milán, biógrafo de san Ambrosio,  ese año, «en un cementerio fuera de la ciudad» en una  localidad llamado de los “tres Moros”, en dirección sur, fue  hallado el cuerpo intacto del mártir Nazario. «Su sangre  aún tan fresca como si hubiera sido versada ese mismo  día», escribe Paulino, que dice que fue testigo ocular. Y  añade: «Su cabeza, que los impíos habían cortado, tan  íntegra e incorrupta con su cabello y barba, que parecía  lavada y arreglada en el momento mismo en que era  exhumada». 

    Los impíos a los que se refiere el biógrafo son  los verdugos de Nerón: Nazario, según la tradición, fue El fresco de la Virgen de san Ambrosio y  del Milagro bautizado por el papa Lino y murió durante las  persecuciones neronianas. La crónica de Paulino sigue 
    refiriendo que el obispo Ambrosio hizo llevar el cuerpo,  «compuesto sobre una litera», a la basílica recién  construida en la vía que iba hacia Roma y dedicada a los santos apóstoles (y que desde entonces fue llamada de los  Santos Apóstoles y de Nazario). Luego el obispo quiso  volver a los “tres Moros”, para «rezar» en el lugar donde,  según la tradición, estaba enterrado otro mártir, Celso, el  mártir niño, que había querido seguir a Nazario, dejando su  Niza natal, y que murió, como él, durante las persecuciones  neronianas.

     Una “noticia” que pasó de testigo en testigo, como  cuenta el biógrafo: «Los custodios de aquel lugar afirmaron  que sus padres les habían dado disposición de que no  abandonaran nunca esos lugares, porque conservaban  grandes tesoros». Noticias dignas de crédito, subraya  Paulino, visto que en aquel cementerio se halló poco  después también el cuerpo de Celso. Esta vez Ambrosio 
    ordenó que no se cambiará de lugar. Hizo construir una capilla, una “cella memoriae”: mandó colocar  debajo del altar la tumba del mártir (el sarcófago del siglo IV aún se conserva en el actual santuario). 

    Luego en un nicho situado detrás del altar mandó pintar una tierna imagen de la Virgen con el Niño  protegida por una reja.
     En el transcurso de los siglos, el área siguió desempeñando su función simple y tradicional de  cementerio cristiano. La imagen que Ambrosio mandó pintar permaneció siempre en su sitio, protegida  por una simple reja, al lado del sepulcro de san Celso. 

    Los peregrinos seguían rindiéndole homenaje. Y si 
    el tiempo atenuaba los colores y el contorno, siempre había alguien que los arreglaba y avivaba. En torno  al año 996 el arzobispo de Milán, Landolfo de Carcano, decidió construir un edificio más amplio, para  acoger a los peregrinos cada vez más numerosos. La “basilichetta”, como la definen los historiadores,  fue confiada a los benedictinos, cuyo monasterio, construido a la derecha del edificio, se mantuvo en pie hasta los años treinta del siglo XX. Alrededor del monasterio creció el barrio “de San Celso”. En 1430  Filippo Maria Visconti, duque de Milán, ordenó construir, al lado de la antigua “basilichetta”, un edificio  con más capacidad. En la nueva iglesia cabían hasta trescientas personas, como refieren con precisión 
    muy milanesa los historiadores de la época. Y precisamente eran trescientas las personas que estaban  presentes aquel 30 de diciembre de 1485, cuando ocurrió el hecho que marcó la historia de este lugar. 

    Celebraba la misa, en la iglesia abarrotada, el padre Pietro Porro. Era un viernes, hacia las 11. De pronto,  la figura, aunque casi difuminada, de la Virgen comenzó a moverse: primero levantando el velo que, tras  la reja, la protegía; luego, abriendo los brazos, y por último, uniendo las manos. También el Niño pareció  insinuar una bendición a los fieles. «Según los presentes, hubo una explosión de conmovedor  entusiasmo», escribe el más documentado historiador del santuario, Ferdinando Reggiori, «que continuó  y duró días enteros; acorrían los suplicantes, invocaciones de desgraciados y enfermos, gracias y  curaciones: la ciudad entera estaba turbada». Los testimonios, que en pocos meses llevaron a la 
    aprobación eclesiástica (que se dio el 1 de abril del año siguiente), se conservan aún en el archivo del santuario. Verdaderas actas “registradas” una a una, con meticulosa precisión, testimonios de fieles de  todas las condiciones y de todos los orígenes, todos ellos presentes durante el “milagro”. Este es uno de  los muchos: «El año 1486, la tarde del sábado 7 de enero […] se presentó Giovanni Battista Stramitis, de  Ambrogio, carpintero. residente en puerta Ticinesa, de la parroquia de San Giorgio al Palazzo que, 
    invitado a decir la verdad…». El simple carpintero contó lo que había visto una semana antes. Sigue  diciendo el acta: «Durante la última oración después de la comunión vio […] el rostro de la Virgen que  se movía y parecía vivo, como el de una mujer que se asoma a la reja. En el mismo momento se oyó  gritar “¡misericordia!” en medio del llanto de los presentes. Y el velo que estaba delante de la reja se  movió hacia arriba y luego cayó y se vio a la Virgen en la misma postura y así se quedó por lo menos  durante un par de Avemarías».

    La fachada del santuario de Santa María junto a  San Celso y el altar de la Virgen, que conserva  el fragmento de pared del siglo IV. 
     No sucedió nada más. Ni un palabra, ni una  recomendación. Simplemente, como Ambrosio había  dicho en sus predicaciones, María se había  presentado, por bondad, como había hecho con su 
    prima Isabel. Se había quedado con sus parientes  –ahora sus fieles– el tiempo que duran “un par de  Avemarías”.

     Nada más. Y nada más pedían los fieles de Milán  de aquel tiempo, que en el lugar de la “aparición”, o  mejor dicho, en el lugar de aquel “hacerse presente”,  quisieron construir una gran iglesia dedicada a la  Virgen. Santa María junto a San Celso, precisamente 
    como había sugerido originariamente Ambrosio. Y en  ese “junto a” está todo el carácter físico y la ternura  de un “hacerse presente”, de un “estar presente”, sin  ruidos ni retórica.

     Hoy Santa María junto a San Celso es una  hermosa iglesia, ancha y sobria como las mejores  iglesias lombardas, que se asoma a una ajetreada y neurálgica calle de la ciudad (ayer Corso San Celso, 
    hoy Corso Italia). Es el edificio que mandó construir Galeazzo Maria Sforza y que se comenzó en 1493,  y que luego fue ampliado según aumentaban los peregrinos. En 1513 se construyó su hermoso  cuadripórtico, tan amplio y acogedor, que parece pensado para acompañar a los peregrinos hasta el lugar  del milagro. Dentro del santuario hay un pequeño cofre con tesoros del arte padano. Pero nada ostenta la  presencia que, desde hace 16 siglos, habita ese lugar. Debajo del altar mayor en una urna de cristal,  vestido con paramentos dorados, está el cuerpo de Celso, el joven mártir. 

    Un indicio: “junto a” él, pues,  tiene que estar también María. Y así es. Pero el pequeño edículo está, tímido y escondido, debajo de la 
    ménsula de un macizo altar barroco, adosado al pilar de la izquierda. Para verla, hay que arrodillarse.  Contiene esa tierna imagen, ajada por el tiempo, como agrietada. María mira con dulzura al Niño y él con  un gesto aún más dulce le toma la mano en la suya. La imagen sobresale de una pared encajada como si 
    fuera una ventana con sus jambas. Y desde esta ventana María se asoma. Los fieles más ancianos la  conocen como la “Virgen de san Ambrosio y del Milagro”. Donde por “milagro” (en singular) se 
    entiende simplemente el asomarse de María. Y la alegría que da en quien, arrodillándose, cruza la mirada  con su rostro. Solamente esto. 

    PENSAMIENTO MARIANO 19


    PENSAMIENTO MARIANO

    María es, de los misterios cristianos, el más dulce. La virgen es la sencillez, la madre la ternura. De mujer nació el Hombre Dios, de la calma de la humanidad, de su sencillez.

    Miguel de Unamuno

    martes, 17 de septiembre de 2013

    A NUESTRA SEÑORA DEL CAMINO , VIRGEN MARÍA


    A Nuestra Señora del Camino, Virgen María 
    Padre Marcelo Rivas Sánchez


    “Cuando me veas decaer.
    Ayúdame Señora del camino”  

    No todos los caminos son buenos.
    Unos de piedra que nos hacen tropezar.
    Unos de arena que nos hunden.
    Unos de polvo que no dejan mirar
    Y unos de pavimento que nos hacen correr
    sin esperar a muchos que lentos avanzan.
    Por eso, ayúdame, Señora del Camino.

    Unos van y vienen.
    Otros a punto de desmayar.
    Algunos pidiendo dirección.
    Ajenos queriendo dañar.
    Ciertos encendiendo barricadas.
    Terceros sentados esperan pasar.
    Y muchos agobiados y perdidos.
    Por eso, ayúdame, Señora del camino.

    Los caminos son duros,
    empinados y tortuosos
    donde resbalan los pies más ligeros
    y caen los cansados y viejos.
    Esos caminos sin señales ni avisos
    merman las fuerzas sacando sudores,
    tropiezan, empujan y jadean
    los que desde atrás vienen subiendo.
    Por eso, ayúdame, Señora del Camino.

    Son meros senderos de recuas,
    caídos en el olvido
    que sin follaje y flores
    se desgastan día tras día.
    Camino, camino de aquellos años de mozo
    que hoy camino con la pena y sin gozo.
    Por eso, ayúdame, Señora del camino.

    Camino de amargos recuerdos
    donde dejé mis mejores sudores.
    Dame la calma de tus senderos.
    Déjame beber la sabia de tus cactus.
    Permíteme oír tu viento silente
    y seguir la huella de las piedras de tus años.
    Por eso, ayúdame, Señora del camino

    Caminé y caminé sin detenerme,
    llegando al final del camino
    pude mirar con tristeza
    que frente a mis ojos,
    apagados por el sol incandescente,
    otro camino más largo y deteriorado
    al que había caminado
    Por eso, ayúdame, Señora del camino

    CON MARÍA, EN LA PUERTA DE LA MISERICORDIA


    Con María, en la puerta de la Misericordia... 
    Autor: María Susana Ratero


    Ha pasado casi una semana de la fiesta de la Misericordia. En la silenciosa semipenumbra de la Parroquia, te contemplo en tu imagen de la Inmaculada Concepción.

    - Perdona Madre, que no haya podido escribir nada para la fiesta de la Misericordia... quizás el año que viene..

    - ¿Por qué quieres esperar tanto, hija mía?

    - Bueno, Madre, es que ahora ya paso la fiesta, digo ¿no quedaría como descolgado un relato de la Misericordia?

    Desde la ternura de tu Corazón Inmaculado te acercas al mío, tan lento para comprender...

    - Hija, la Misericordia de Jesús tiene una fiesta para honrarla especialmente. O sea, tienes un día para festejarla, pero toda la vida para disfrutarla, si quieres, claro. Acercarte a ella, animar a otros a que lo hagan, no tiene una fecha fija en el Calendario... 

    - Perdona Madre... entonces, enséñame a acercarme a la Misericordia, que no sé bien como se hace eso... 

    - ¿Qué es, exactamente, lo que no sabes?

    - Bueno... perdona la torpeza de mi razonamiento, pero.. si la Misericordia, digamos, tuviese un lugar físico, como ir a tal o cual lado... bueno, seria mas fácil. Como si fuera un gran jardín con una puerta. Solo bastaría con saber donde esta la puerta... 

    Me miras serenamente y dices...

    - Ven, sígueme...

    - ¿Adónde, madre?- ¡Que inútil pregunta! Si tu me dices que te siga, ¿Para qué preguntar dónde? Si siempre me llevas al Corazón de tu Hijo...

    - Pues... a la puerta del jardín-susurras bajito para no lastimar el silencio de la mañana... 

    Bueno, no voy a negar que mi imaginación dibujó cien jardines majestuosos en un segundo. Delineaba en mi cabeza un largo trayecto por lugares desconocidos... Pero nada de eso sucede. El trayecto es corto y el lugar por demás conocido.

    Solo unos pocos pasos, desde tu imagen hasta... el confesionario...

    -¿Querías conocer la puerta de la Misericordia?. Pues aquí la tienes.

    No atino yo a reaccionar, mucho menos a preguntar, por lo que tu ternura infinita comienza a explicarme...

    - Verás. Este sencillo y pequeño lugar tiene una profundidad que no puedes comprender totalmente. A esta pequeña puertecita se acerca el alma cargada de pecados, angustia, tristeza y dolor. Aquí, el corazón se muestra sin disfraces, tal como es. Aquí, cada hijo mío viene confiado a pedir perdón, un perdón que necesita, que ansía. Un perdón que le ha sido prometido desde las entrañas de la Misericordia, a cambio de un sincero arrepentimiento.

    - Ay Madre, cuantas veces la pequeña puertecita del confesionario se abrió para mí. Infinidad de veces mi alma, llena de culpa y vergüenza por tantos pecados, hallo paz al recibir el perdón que tu Hijo, a través del sacerdote, me regalaba...

    - A través del sacerdote, tú lo has dicho. Por eso, es que no debes renunciar a la posibilidad de la confesión sólo porque el sacerdote no te agrada, no le conoces y todos los etcétera imaginables. Mira, para que me comprendas mejor, nos quedaremos un momento aquí, y apreciarás por ti misma, los perfumes del jardín de la misericordia.

    El silencio de la mañana es interrumpido por un rumor de pasos. El sacerdote se acerca al confesionario y queda allí, en espera. Algunas personas van entrando a la Parroquia y los bancos van poblándose lentamente.

    - Mira con atención-me sugiere María.

    Mi corazón aprecia entonces una lluvia de rosas en espera, rodeando el confesionario.

    - ¿Qué es eso, Madre?-mientras pregunto, mis pulmones se llenan del perfuma más exquisito que haya conocido jamás.

    - Esos pétalos en espera, representan la Misericordia de Jesús aguardando un alma que venga por ella. Acércate más.

    Sin que el sacerdote lo note, me acerco hasta él. El paisaje ha cambiado y el hombre se halla sentado a la puerta de un vastísimo jardín. Sus manos se hallan inundadas de pétalos. Mientras reza en silencio, de su aliento sale el perfume indescriptible de la misericordia. Pero allí se queda, no se extiende ni un centímetro.

    - ¡Madre, corre, dile a esas personas que vengan!. Mira sus almas, Madrecita, están tristes, agobiadas, doloridas..... Si tan sólo pudieran ver esto, Madre, correrían agolpándose frente al confesionario, para inundarse del Amor derramado en perfumes eternos.

    Pero ¿qué digo? Si yo misma miles de veces estuve en el lugar de mis hermanos. Mil veces, como ellos, me quedaba arrodillada en el banco, cargando tanto peso en el alma que apenas si podía rezar. Mil veces deje los pétalos en espera, mil veces no bebí de la fuente del Amor...”Ni bien pueda, me confieso””Cuando halle a tal o cual cura me confesare” ”Hoy no lo siento, cuando lo sienta lo haré” ¡Que desperdicio, Madrecita, que desperdicio!.

    - Presta atención, hija mía, a lo que ahora te mostrare.

    Una señora se acerca al confesionario. Se arrodilla lentamente y recibe el saludo del sacerdote.

    En ese momento los pétalos comienzan a rodearla. A medida que confiesa sus faltas, una lluvia de luz y perfume desciende a su alma. Cuando reza el Pésame, se oyen los trinos de los pájaros del jardín, en una melodía única que jamás podría interpretar instrumento alguno. El sacerdote le da su bendición, unos ángeles se acercan... la señora se levanta y mira hacia el Sagrario. En ese momento Jesús, sentado en el lugar del sacerdote, sale del pequeño recinto del confesionario y la abraza. Su alma se halla ahora en estado de gracia, hermosa, casi con alas, y totalmente perfumada.

    - Señora, jamás pensé... ¡Oh Señora!. Quiere decir que todo lo que me has mostrado en esa buena mujer, ¿También ha sucedido conmigo hace un rato, cuando me confesé?

    - Claro, hija, claro. Pero aun no hemos visto todo el jardín. Te he mostrado la puerta. Te has acercado a ella, por lo que ahora, te es permitido entrar.

    - ¿Entrar?¿Por cuánto tiempo?

    - Por el que tu quieras...

    Reconozco que mi capacidad de asombro se agota enseguida contigo, Madre. Pero tu, que renuevas en mi corazón todas las cosas, me darás mas asombro para poder seguirte.

    Comienza la Misa. Cada palabra del sacerdote llega a mi corazón. Pero no me faltan las involuntarias distracciones, pues mi corazón, humano e inconstante, se escapa corriendo tras cuanto pensamiento pasa cerca de él. Pero tu paciencia, Madre, que supera infinitamente mi pobreza, una y otra vez, lo trae a mí.

    Llega el momento de la Comunión.

    - Mira el jardín-me dices.

    Veo a la misma señora del confesionario acercarse a comulgar. Un inmenso jardín la rodeaba y su alma, extasiada de gozo, abrazaba al Maestro, hecho Pan Eucarístico. 

    Pero el jardín no es constante. No todas las personas salen envueltas en pétalos y perfumes.

    - ¿Porqué Madrecita, no a todos les es mostrado el jardín?

    - Porque no todos lo han buscado, hija. Algunos se han acercado a recibir a Jesús con el alma demasiado cargada de pequeñas faltas. Otros han ido como por costumbre. El maestro golpea una y otra vez la puerta del corazón, pero éste se halla tan ocupado encargándose de sus propios asuntos, que no escucha el llamado. Y allí queda Jesús, casi una hora, esperando y esperando... Hasta que decide irse. Sus manos, que estaban llenas de Misericordia, hecha pétalo y perfume de eternidad, ahora quedan cargadas de las espinas del olvido, que tanto le lastiman.

    Poco a poco intento comprender. El sacerdote me da la Comunión, y la misericordia de Dios me abraza. La disfruto en silencio, pero me queda una gran tristeza por mis hermanos. 

    Si mi corazón disfruta de un abrazo de la Misericordia, es por su bondad, no por mis méritos. Pero algo me resta por comprender.

    - Madre, si ahora estoy en el jardín de la misericordia ¿por qué no permanezco en él?

    - Pues, porque te dejas engañar por el espejismo del pecado y te sales, seducida por el canto de las sirenas. 

    - ¿Por qué Jesús no cierra las puertas, para que no pueda yo salir?

    - Porque respeta tu libertad. Recuerda que ese es uno de los regalos más bellos que te ha dado, pero el más difícil de disfrutar. Tu libertad se viste con extraños disfraces. Digamos que es como una gran ola del mar y tu, una tabla. Dejas que te arrastre donde quiera, o te trepas a la tabla, como el deportista, y la dominas...

    Me quedo en silencio. Sigo sintiendo en el alma la compañía de Jesús Sacramentado. Tengo mucho para meditar... Mucho para aprender y sobre todo, muchísimo más que agradecer... 

    La misa ha terminado. Camino lentamente hacia la salida del templo. Paso frente al confesionario... Parece solitario, pero no... no lo está. Tu, Madre querida, me has enseñado a ver, tras esa sencilla y pequeña puerta, el jardín de la eterna misericordia. Dame la gracia, Madre, de grabar en mi alma tus enseñanzas, de reconocer mis pecados y de acercarme, en cada oportunidad, a las puertas del jardín de la infinita misericordia, o sea, al Sagrado Corazón de Jesús
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