sábado, 29 de octubre de 2016

LA VÍSPERA DE TODOS LOS SANTOS



La víspera de Todos los Santos



En estos días he visto muchos comentarios sobre el Halloween. Yo les propongo una forma nueva de vivir la Víspera de todos los Santos, es decir el próximo 31 de Octubre:

1.- Ve a Misa, aprovecha para confesarte. El 1 de Noviembre es dedicado a la Divina Providencia y puede ser un excelente inicio de mes.

2.- Dedícale una hora a Jesús Eucaristía. Reza por tu familia, reza por quien tu desees. Y dile que deseas ser santo.

3.-Prepárate para recibir a los niños que toquen a tu puerta y ábreles cómo lo haría Jesús.

4.-La preparación consiste en tener dulces en cantidad, porque por eso van, en segundo lugar sería bueno que tengas una imagen de la Virgen y preparado un altar a ella o a Jesús en la entrada de tu casa.

5.-Imprime estampas de santos con alguna oración, que sean suficientes para los niños y sus acompañantes.

6.- Trata de estar preparado cuando toquen el timbre, invoca al Espíritu Santo con la siguiente oración: “Espíritu Santo, inspirarme lo que debo pensar, lo que debo decir, lo que debo callar, lo que debo escribir, lo que debo hacer, cómo debo obrar para procurar el bien de los hombres, el cumplimiento de mi misión y el triunfo del reino de Cristo, Amén”.

7.- Abre la puerta con una sonrisa en tu cara y en tu corazón.

8.- Diles la alegría que significa que hayan tocado tu puerta y que con gusto les darás algunos dulces, pero que se los tienen que ganar.

8.- Invítalos a rezar un Padre Nuestro, una Ave María y  Gloria.

9.- Reparte a cada uno una estampa de un Santo.

10.-Dales un dulce y despídelos con mucha alegría.

Espero que tengan una fabulosa víspera de todos los santos. Si te gusta la iniciativa compártela con todos tus contactos.

No solo nos dediquemos a decir lo que está mal… sino propongamos algo nuevo para evitarlo.


Fuente: Pequeñas Semillitas

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS, 29 DE OCTUBRE


LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Octubre 29



Modernamente se está hablando mucho de complejos que alteran la vida del hombre.
Unos tienen complejos de inferioridad; que los anulan.
Otros, complejos de timidez, que los inhiben.
No faltan quienes experimentan el complejo de superioridad o de dominio, que los lanza a empresas desorbitadas que ineludiblemente terminan en fracasos desalentadores.
Dicen los psicólogos que, quien más, quien menos, todos estamos en el ámbito de algún complejo.
¿Por qué entonces extrañarse de tener cierto "complejo" de Dios?
Si, al fin y al cabo, es el único complejo verdaderamente liberador, el único que no aplasta, sino que alienta, el único que no corta las alas sino que las extiende y aumenta su potencialidad.
Ver en todo a Dios no destruye la propia personalidad, sino que la reafirma, la orienta, la fundamenta y robustece.
“Exaltándose a sí mismo el hombre como regla absoluta, o hundiéndose hasta la desesperación, la duda y la ansiedad se siguen en consecuencia… La Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado a imagen de Dios, con capacidad para conocer y amar a su Creador y que por Dios ha sido constituido señor de la entera Creación visible, para gobernarla y usarla, glorificando a Dios” (GS 12).


* P. Alfonso Milagro

IMÁGENES DE TARJETAS DE NO AL HALLOWEEN









CÓMO DEBE SER TRATADO UN DIFUNTO?


¿Cómo debe ser tratado un difunto?
El difunto, aunque esté incinerado, no es una posesión, ni un objeto: explicamos cómo debe tratarse


Por: Pablo J. Ginés | Fuente: Religion en Libertad 




Con su nuevo documento Ad resurgendum cum Christo la Iglesia recuerda lo que venía enseñando desde hace décadas: que la cremación de lo fallecidos es admisible para los cristianos, pero siempre que las cenizas se traten como a un difunto, es decir, enterrándolas o colocándolas en columbarios [1] en lugar sagrado, lugares que se van a proteger y donde pueden ser visitados y recibir oración.

"Con mis cenizas... ¿hago lo que quiero?"
Se ha generado un cierto debate social, con personas que aunque dicen ser cristianas proclaman: “con mi cenizas -o las de mi difunto- hago lo que quiero, son mías”.

Pero la postura católica es clara: las cenizas del fallecido no son “un objeto”, igual que un cadáver no es “un objeto”, y mucho menos es una propiedad. Ni siquiera basta con decir que son “un recuerdo”, como sí lo sería una foto o un objeto cargado de memorias del pasado. Son mucho más.

ReL habló de ello con Fermín Labarga, director de departamento de Teología Histórica de la Universidad de Navarra y experto en religiosidad popular, iconografía y cofradías.

“Hay gente que habla del difunto como si fuera un objeto, que parece que diga ‘el difunto es mío’. Pero, no: el difunto cristiano es de Dios y de la comunidad cristiana, y no es un objeto ni es una posesión, ni tampoco es un mero recuerdo”, explica Labarga.



“Con un cadáver no es fácil hacer lo que quieras. Y tampoco te lo permiten. La realidad es que las autoridades y la sociedad no te dejan hacer cualquier cosa con los cadáveres de tus seres queridos”.

Al quemar el cadáver, el cuerpo en cenizas se hace más manejable, pero aún así surgen normas civiles. En España hay normativas que impiden tirar cenizas de difuntos en muchos lugares.

El individualismo… y aferrarse al difunto
El duelo no ha sido nunca un tema individual, sino social. En los pueblos, en las familias grandes, se ha vivido siempre comunalmente el proceso de despedirse del difunto, de aceptar su partida.

Pero una sociedad individualista que esconde la muerte y el duelo puede generar efectos psicológicos perjudiciales en la persona en proceso de duelo.

“No dejar marchar al difunto es un problema psicológico. Todos conocemos esas señoras que acuden a la tumba de su marido, que quieren dormir allí, sobre ella… y la autoridad se lo impide, y se les da tratamiento psicológico. Pasa más en muertes traumáticas, por accidentes, por ejemplo”.

¿Y si esa relación enfermiza pasa ahora en casa, donde quiere guardar la urna con cenizas, donde quizá nadie la vea ni le atienda? Es otra combinación de soledad y cultura individualista.

Los primeros cristianos… y las hermandades hoy
Cuando uno visita lugares como la cripta de Santa Eulalia en Mérida, contempla que las tumbas de los primeros cristianos hispanos, los del siglo IV y V, se apiñaban intentando estar cerca del sepulcro de la joven mártir.

“Jesús fue enterrado, los mártires fueron enterrados… la tradición cristiana es imitar a Jesús”. Ser enterrados como Él, para resucitar después como Él.

Pero hoy, por razones prácticas y económicas, el enterramiento puede ser difícil. Sin embargo, una solución a la vez práctica y hermosa se ve, por ejemplo, en algunas cofradías y hermandades, sobre todo en Andalucía.

“En Andalucía muchas Hermandades hacen columbarios preciosos para sus hermanos, en la cripta de su iglesia. Los que compartieron su fe como hermanos en vida, comparten después el reposo en la iglesia, unidos tras la muerte. Creo que es una magnífica solución”, propone Labarga. Hay cremación, pero la urna se guarda en un lugar sagrado, de oración, y lleno de significación. Hay comunidad y cercanía sacra entre vivos y muertos.

No es lo mismo cuando un equipo de fútbol presenta sus propios columbarios… en los que probablemente no habrá oración por los difuntos.

Un cementerio, o un columbario, con nichos con muchos difuntos, tienen otra ventaja: ayudan a rezar. Uno visita la tumba de su difunto, ve las de otros y reza no sólo por el suyo, sino por los demás. El cementerio, explica Labarga, “ayuda a hacerte ver que naces y mueres en una comunidad”.

Cuando sólo se incineraban masones y ateos
La norma eclesial prohíbe las exequias a quien, según el texto, “hubiera dispuesto la cremación y la dispersión de sus cenizas en la naturaleza por razones contrarias a la fe cristiana”, es de toda la vida.

“Hay que tener en cuenta que antiguamente, en el siglo XIX por ejemplo, solo encargaban ser incinerados masones o personas activamente hostiles a la fe católica. Pedían ser quemadas para simbolizar que no creían en la Resurrección. Pero a Dios lo mismo le cuesta resucitar huesos que cenizas y hoy se incineran muchos cristianos por razones prácticas, que sí creen en la Resurrección. Así que esta norma de prohibir las exequias se dará sólo en casos aislados, ultraminoritarios”, explica Labarga.

Un sociedad que esconde la muerte
El documento explica que “la iglesia se opone a ocultar o privatizar el evento de la muerte”.

“Ocultar la muerte es propio de la sociedad actual”, explica Labarga. “Es curioso que hay  padres que hoy no dejan al niño ir al cementerio o al funeral del abuelo pero después sí les dejan ir a  Halloween con sus brujas. Hace pocas generaciones la muerte estaba muy integrada en la vida y los niños veían la muerte de los abuelos, que no era especialmente traumática –como sí lo es la de un padre de hijos pequeños-. Los niños veían que la vida tiene un final. Hoy los ancianos mueren en hospitales, o en geriátricos, lejos de su familia. La sociedad, además oculta la vejez y la enfermedad”. 

Los ritmos de trabajo tampoco ayudan. “Los sacerdotes vemos que cada vez viene menos gente a los funerales. Hay que celebrarlos a las 20.30, después de la jornada laboral, para que parientes y amigos puedan acudir. Además, en las ciudades las funerarias han ido imponiendo la separación entre el funeral y el entierro, con la pérdida simbólica que significa que en el funeral no esté el cadáver”, constata Labarga.

Los pueblos y los marineros
Un caso peculiar es el de los españoles que, viviendo en una ciudad, se sienten más ligados espiritualmente a su pueblo. “Es esa gente que cuando va a su pueblo en verano, o en fiestas, acude a misa allí, pero que en la ciudad no va a misa. Y quiere su funeral y entierro en el pueblo, donde aún se vive el luto de otra manera”.

¿Y los marinos, cuyos cuerpos o cenizas se entregaban al mar? “Es algo que la Iglesia siempre permitió por su excepcionalidad y razones prácticas, igual que permitió las bodas marítimas. Sucedía cuando un cadáver iba a tardar mucho en llegar al hogar. Pero ahora los cadáveres se devuelven pronto”. La realidad es que cuando hay un accidente las familias reclaman insistentemente los cuerpos.

Vender (¿por error?) el cadáver de la abuela
El texto vaticano es rotundo contra la nueva moda (cara) de hacerse recuerdos o joyas con el cadáver incinerado del difunto y recuerda que, pasada la primera generación, con esos objetos, e incluso con las urnas, puede suceder de todo. 

“¿Qué pasará con esa joya? ¿La venderán tus herederos, venderán el cadáver de tu abuela, quizá sin saberlo?”, plantea Labarga. Y si las cenizas o joyas son meras propiedades, ¿tendremos juicios por su propiedad en divorcios, o entre hermanos que se pelean, partes de herencia a dividir?

Labarga insiste en que la mera moral natural ya pide tratar con respeto a cualquier cadáver humano, pero un cadáver de bautizado es algo aún más especial: ¡ha sido templo del Espíritu Santo!

Una opción pastoral: esperar
¿Y qué hacer con esas personas, a menudo ancianas, que son cristianos piadosos pero se empeñan en tener en casa las urnas con las cenizas de su esposo o parientes fallecidos?

Una opción pastoral podría ser, simplemente, esperar acompañando, dar tiempo a esa persona, y en su momento recordarle que, cuando muera, puede pasar de todo con las urnas, y que es importante ponerlas a buen recaudo en tierra sagrada. Probablemente dará permiso para que se entierren tras su muerte.

Al final, la Iglesia lo que busca es el respeto para los restos humanos, acompañar a los que sufren en el dolor y evitar que se oculte esa realidad misteriosa que es el morir.

A PESAR DEL DOLOR... SOY SU ESCLAVA


A pesar del dolor...soy Su esclava.
¡Qué pensaría María, en los momentos de dolor de su Hijo!


Por: José Martín Descalzo | Fuente: Catholic.net 






Ahora sé que elegí bien la palabra: «Esclava, esclava». Pude decir sencillamente: «Dile que sí, que estoy de acuerdo». O responder: «El sabe que estoy a sus órdenes». O preguntar: «¿Acaso Dios tiene que pedirme a mí permiso?» Pero dije: «He aquí la esclava», sin comprender hasta qué punto me convertía en lo que estaba diciendo, en alguien a quien arrastrarán siempre con los ojos cerrados por túneles oscuros que jamás entenderá.

Conducida del gozo al dolor, del dolor al espanto, del espanto a este vacío de ahora en el que mi corazón es un lagar molido, un cesto de cenizas, una cadena de muertes. Si sabías que esto acabaría así, ¿por qué elegiste una madre? ¿Por qué no naciste como el pedernal, en la montaña, en lugar de entrar en el pobre seno de una mujer que no podría soportar tanta desgarradura? Todas las madres dicen: «Los hijos son difíciles de entender, crecen, crecen; tu crees saber hasta la más mínima de las arruguitas de su cara. Y un día descubres que han crecido tan desmesuradamente que no acabas de creerte que un día han estado dentro de ti. Pero tú…

Es como si hubiera engendrado un gigante, parido una montaña, albergado dentro todas las cordilleras del universo entero. Siempre supe que me desbordarías. Cada vez que en tu vida quise descender al fondo de tus ojos entendí que me perdía por los vericuetos de tu alma. Tú eras, desde luego, un hombre. Yo lo sabía como nadie. Pero también más, también un vértigo a cuya orilla yo no podía ni asomarme. Crecías, crecías, como si tuvieras que vivir muchos años dentro de cada uno de los tuyos, como si te sobrase alma y la pobre piel que la ceñía fuera a estallar en cada hora. Y Yo, cuando te abrazaba ¿cómo podía abrazarte? Me dolías de tanto como te olía el alma a vida y a muerte. Que vendría el dolor, lo supe siempre. Bien me lo dijo Simeón antes de que Tú aprendieses a andar. Pero que el dolor fuese esto, no pude ni sospecharlo: oír el gotear de tu sangre, de «Nuestra» sangre, cayendo sobre el silencio de esta hora, sonando cada gota con más crueldad que los mismos martillazos. Se clava en mí el retumbar de cada gota, como un clavo que me penetra dentro, dentro, dentro, más dentro, allí donde el alma está en carne viva. ¡Ah, tus manos! Yo las vi gordezuelas, buscando mi pecho, enredando en mi pelo, besadas, mordisqueadas por mí, rubias de trigo nuevo, tendidas para acariciar mi rostro, partiendo el pan por mí amasado. ¿Y estaba preparándolas yo para ese hermano clavo que acabaría poseyéndolas, destrozándolas, desgarrándolas como abrías Tú el pan? Hijo, hijo, perdóname, perdóname por seguir viva cuando Tú estás muriendo, Perdóname por no saber decirte nada en esta hora, por no saber ni orar, por tener el alma como el desierto de los desiertos, por no saber ni estar contigo, por no tener en esta hora otro oficio que el de estar cansada y decirte: hijo, hijo, hijo. He entrado en el túnel de Dios. Y está oscuro. A los dos nos ha abandonado. Y ni siquiera nos ha abandonado juntos. Encerrado cada uno en su abandono como en un «bunker» de piedra, en dos vacíos gemelos pero separados.

Conocía la noche de la fe, pero nunca creí que fuera tan profunda. Ni una sola ventana con luz en el alma. Sólo creer, creer, apretar los puños del alma, esperar, agarrarte a los barrotes de tu cárcel, entrar en las entrañas de la oscuridad. Sin ángeles, sin voces de lo alto. Sólo la noche y el seguir escuchando el golpear feroz de los martillazos como látigos. Y el galopar de la muerte que se acerca. Y ojalá fueran, al menos, dos muertes las que se acercan. «Dios te salve, María, dijo el ángel. ¿Salvarme? ¿No es acaso ahora cuando tendría que salvarme y salvarte? ¿Llena de gracia quería decir llena de dolor y de muertes? ¿La gracia es esta espada que nos pulveriza? Gabriel, Gabriel, ¿dónde te has metido? Y si al menos ahora viviera José… Ah, José, amor mío, ¡qué daría yo ahora por tenerte junto a mí y reclinar mi cabeza en tu hombro! En la noche no hay nada. Sólo la noche. Y la certeza de que el sol vendrá mañana. Pero, ¿cuántos siglos faltan para mañana? Dímelo, hijo, respóndeme: ¿Es que siempre hay que salvar con sangre? ¿tan hondos son los pecados de los hombres que sólo pueden borrarse con manos y frente desgarradas? Yo acaricié tantas veces tu frente cuando, de niño, tenías fiebre. Pero las espinas, no, nunca pude imaginarlas. Salíamos al campo, corrías, jugabas con las zarzas. «No vayas a pincharte» Y reías, reías. Yo te veía crecer siempre con miedo. Ah, poder encerrarte para siempre en la infancia, retenerte, disfrutarte. ¿Por qué crecen los hombres, a dónde van, qué prisa tienen? ¿Qué les lleva a la muerte? ¿Una misión será más fuerte que la vida? Tu corazón estuvo siempre tirado, arrastrado por invisibles caballos, como por un hilo que te sujetara desde la eternidad. Tenías que salvar. Como si todas las otras vidas fuesen más importantes que la tuya. Te veo yéndote, como si fuera un pecado cada hora dedicada a ser feliz. «Si el grano no muere, es infecundo», decías. Y tenías que subirte a la cruz, como un suicida, como un amante, enterrándote, sin que entendieran tu entrega ni tus propios apóstoles. Esos pobres que han acabado fallándote. ¿Es que no lo supiste desde siempre? Veo el rostro de Judas, ese muchacho asustado que parecía temblar cada vez que oía la palabra «amor». Me habría gustado ser su madre. Tal vez, entonces… Cuánto le quise y le temí.

Escuchaba tus palabras no como quien las bebe, sino como quien las cuenta, como quien las numera con el alma retorcida. Y ahora, ¿dónde está? ¿dónde estás, Judas, hermano mío, hijo mío? Tu aullido es la gran sombra de esta tarde, un viento helado, una noche de invierno, una sed imposible. Hiel y vinagre suben por mi boca. Y Tú, pequeño mío, ¿por qué agitas ahora la cabeza? ¿qué nube de murciélagos quieres espantar de tu mente? No, no tengas miedo: el Padre tiene que estar orgulloso de ti, como ,o está tu madre. Has cumplido, has cumplido y El lo sabe, aunque esconda su rostro. Yo sé y Él sabe que has sido un valiente, digno de ser lo que eres: mi hijo y mi Dios. Ese Dios diminuto cuyo cuerpo lavé yo tantas veces, cuyas manos creadoras y pequeñitas cabían en las mías. Me quedaba mirándote y pensando: No es posible, no es posible que «esto» sea Dios; y tu boquita me hacía daño al mamar. Ea, ea, mi Dios. Aquella leche iba volviéndose sangre de Dios, la misma que ahora derramas. ¡Pero dejadle morir al menos! Muere por vosotros, ¿no lo entendéis? Un hombre puede ser redimido mientras se carcajea de su Redentor. La Humanidad es ciega. Ceguera. Un océano de ceguera nos rodea. ¡Si al menos supieran a Quien están matando! Tú jugabas a mi lado como los demás niños. Y nadie sospechaba. Como ahora. Si hubieran sabido con Quien jugaron, a Quien crucifican, morirían de espanto. Mejor que ni siquiera lo imaginen, pobres, pobres hombres. Pero yo no puedo permitirme el lujo de estar ciega. Yo sé. Yo mido el volcán sobre el que caminamos, el vértigo de Dios, la página que gira el Universo.

¿Te duele, niño mío? ¡Ah, si al menos volvieras hacia mí esos tus ojos misericordiosos! Pero lo entiendo: ahora estás redimiendo. ¿Qué tiempo podría sobrarte para sentimentalismos? No, no tengo yo derecho a robar a los hombres ni una sola esquirla de tu muerte. Aunque también mueres por mí. También yo necesito de su sangre. Me redimes con la que te presté. ¿Y ahora? ¿No es demasiado, hijo, lo que me estás pidiendo? ¿Habiendo sido madre tuya, cómo podría serlo de tus asesinos? Pero si fui esclava una vez, seguiré siéndolo. Que entren, que entren en mi seno. Se ha desgarrado tanto en esta hora, que ya me caben todos.

Y Tú, descansa hijo. Deja caer de una vez tu cabeza. Y descansa en la muerte. Ella no te hará daño. No podrá vencerte. Cruzará por tus venas, triturará tu sangre, pero Tú tienes tanta vida en ti que ella no durará mucho sobre tus dominios y se irá, derrotada, asombrada de haber podido estar alguna vez sobre su Dios. Y yo cuidaré tu cuerpo. Iré quitándole una a una las espinas, besándote las llagas, cerrando tus ojos, aunque al hacerlo el universo se oscurezca. ¡Ah, si pudiera volver a llevarte dentro, ah, si pudiera parirte otra vez y no sólo tenerte derrumbado sobre mis pobres brazos! Descansa, hijo. Y vuelve, vuelve pronto. Y si puedes, regresa con todas tus heridas, para que ni yo ni nadie lo olvidemos, tanto amor, tanto amor. Vuelve con todas tus sangrientas condecoraciones, hermano nuestro, hijo mío, mi Dios.

FELIZ SÁBADO!!!

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