Adviento: el misterio de Dios que busca al hombre
Mensaje del presidente del Consejo Pontificio para los Laicos en este Adviento
Por: Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos | Fuente: http://www.laici.va/
En la Iglesia vivimos el tiempo litúrgico de Adviento. Es un tiempo extremamente rico de significado para la vida de cada uno de nosotros. El Adviento nos habla sobre todo de Dios que viene al encuentro del hombre, es más, nos habla de Dios que, impulsado por un amor sin límites, busca al hombre apasionadamente, “hasta el final”… Por ello el Adviento es un tiempo de esperanza. En la profecía de Isaías Dios dice: “Consolad, consolad a mi pueblo…” (Is 40,1). Más adelante añade el profeta: “¡Alza fuerte la voz… no temas…! ¡Aquí está vuestro Dios! Mirad, el Señor Dios llega…” (Is 40,9-10).
Toda la historia de la salvación escrita en la Biblia no es otra cosa que una paciente e insistente búsqueda del hombre de parte de Dios. En el Antiguo Testamento, Dios busca al hombre mediante el anuncio de los profetas; en el Nuevo Testamento, cuando llega la plenitud del tiempo, Dios manda a su Hijo unigénito, hecho hombre, muerto y resucitado para nuestra salvación. El profeta sigue diciendo: “Como un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían” (Is 40,11). Esta imagen de Dios que, como pastor atento, cuida de sus criaturas nos revela la grandeza de la dignidad y el valor que cada ser humano tiene ante Él. San Juan Pablo II, lleno de estupor dado por la fe, escribía en la Redemptor Hominis: “¡Qué valor debe tener el hombre a los ojos del Creador, si ha «merecido tener tan grande Redentor»! […] En realidad, ese profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre se llama Evangelio, es decir, Buena Nueva. Se llama también cristianismo” (N.º 10). Durante el tiempo de Adviento todos estamos llamados a renovar en nosotros tal estupor…
Dios busca al hombre que, en cambio, huye siempre de Él, se esconde ante Él, es más, a menudo lo rechaza, le dice “no” con su pecado, su orgullo e indiferencia. La crisis del mundo actual, antes que ser una crisis financiera, económica y social, es una “crisis de Dios”. Es aquí donde encontramos la clave para encontrar las soluciones más adecuadas y responder así a los grandes y numerosos desafíos que afligen la humanidad. Dios tiene que volver a ser el centro de nuestra vida y de la vida del mundo. Es fundamental que el hombre de hoy vuelva a buscar a Dios. El tiempo de Adviento no sólo nos recuerda que Dios busca al hombre, sino también que Dios desea que el hombre le busque a Él. Es un tiempo providencial para despertar en nuestros corazones el deseo de Dios, la espera de Dios, como lo expresa el salmista: “… mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti… “(Sal 63,2). Todos estamos llamados a buscar a Dios en nuestra vida; también nosotros los bautizados, cristianos comprometidos en la vida de la Iglesia y su misión. En una prédica, el papa Francisco habló extensamente de “una santa inquietud del corazón” (cfr. Santa misa al inicio del Capítulo general de la Orden de San Agustín, 28 de agosto de 2013), que se expresa en tres inquietudes complementarias: La primera es la inquietud de la búsqueda espiritual. El Papa nos pide: “Mira en lo profundo de tu corazón, mira en lo íntimo de ti mismo, y pregúntate: ¿tienes un corazón que desea algo grande o un corazón adormecido por las cosas? ¿Tu corazón ha conservado la inquietud de la búsqueda o lo has dejado sofocar por las cosas, que acaban por atrofiarlo?”. Después está la inquietud del encuentro con Dios. El Santo Padre continúa preguntándose: “¿Estoy inquieto por Dios, por anunciarlo, para darlo a conocer? ¿O me dejo fascinar por esa mundanidad espiritual que empuja a hacer todo por amor a uno mismo? […] Por así decirlo ¿me he «acomodado» en mi vida […] o conservo la fuerza de la inquietud por Dios, por su Palabra, que me lleva a «salir fuera», hacia los demás?”. Por último, el papa Bergoglio habla de la inquietud del amor y pone algunas preguntas verdaderamente incisivas: “¿Creemos en el amor a Dios y a los demás? ¿O somos nominalistas en esto? No de modo abstracto, no sólo las palabras, sino el hermano concreto que encontramos, ¡el hermano que tenemos al lado! ¿Nos dejamos inquietar por sus necesidades o nos quedamos encerrados en nosotros mismos…?”.
Que estas preguntas del Santo Padre sean una saludable provocación para todos nosotros en este Adviento. La búsqueda de Dios quiere decir conversión del corazón, para que no se dé por satisfecho con menos, como dice San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.