lunes, 24 de junio de 2013

JUNTO A TI MARÍA


COMENCÉ A AMAR A LA VIRGEN MARÍA


"Comencé a amar la Virgen María"
Stefania Falasca


… antes aún de conocerla… por las noches frente al hogar en las rodillas maternas, la voz de mi madre rezando el rosario…». Así Albino Luciani, papa durante treinta y tres días del 26 de agosto al 28 de septiembre de 1978, habló de su devoción a la Virgen. Su hermana Antonia nos lo cuenta…

Puntual como siempre, ya está lista para ir a la cita. Una tarde de mayo en la basílica romana de San Cosme y Damián. Entra en la iglesia como si fuera al encuentro de su infancia y le parece volver a aquellos años. Allí en Canale. En aquellas tardes lejanas. Cuando al atardecer la plaza de la iglesia se llenaba de golondrinas y muchachos que jugaban con el balón antes de que el tañido de la campana pequeña llamara a todos a entrar en la iglesia. También está Albino que corre detrás del balón. Una anciana refunfuña por el jaleo de los críos. Suena la campaña pequeña, y todos corren adentro. Van deprisa también los hombres que vuelven del trabajo y las mujeres con sus hijos en brazos. Nina corre a su sitio en los escalones del altar de la Inmaculada. Se pone de rodillas como los demás chicos. Así lo quiere don Filippo: los niños delante, todos los demás detrás, primero los hombres, luego las mujeres. «Así comenzaba el rosario», recuerda, y las imágenes corren nítidas como fotografías. «Me parece estar allí, la iglesia llena, las oraciones dichas con mucha devoción, las canciones… se cantaba siempre con las canciones a la Virgen. ¡Qué canciones más bonitas! Nombre dulcísimo, Oh bella esperanza mía, Mira a tu pueblo… me acuerdo de todas, no las he olvidado. Y al volverlas a oír ahora me consuelo. Entonces el rosario se rezaba todo en latín –sigue diciendo– y después de las letanías don Filippo terminaba con las “florecillas”, contando breves episodios de la vida de María o de la devoción de los santos a la Virgen. Un año nos contó toda la historia de Lourdes. Era la primera vez que la oía contar…».
Nina se acuerda de todas aquellas tardes de mayo. Todos en fila como las cuentas del rosario que lleva en el bolsillo de su vestido. Recuerda el puesto de las mujeres en la iglesia, el puesto de Berto y de Albino, las flores que iba a recoger para adornar el altar de la Virgen, las primeras nomeolvides, florecidas después de la nieve, y lo contenta que se sentía por aquella tarea que don Filippo había reservado para las niñas. Se acuerda incluso de aquel mayo cuando, al lado de la Inmaculada, colocaron las estatuas de santa Inés y de santa Teresita del Niño Jesús, que hacía poco había sido canonizada. Era el año 1927. Nina era pequeña, pero se le quedó grabada esa procesión de niñas vestidas de blanco que desde la aldea de Celat llevaban a hombros a la Iglesia de Canale las estatuas de las dos santas. Albino le había contado varias veces algunos detalles de la vida de santa Teresita y así había empezado a conocerla y quererla. «En nuestra zona», dice, «durante todo el año el rosario se rezaba en casa. También la súplica a la Virgen de Pompeya. Las tardes de invierno íbamos con mi madre a casa de los abuelos maternos y allí lo rezábamos todos juntos. Conservo recuerdos entrañables de aquellas tardes… formaron nuestra vida, nuestro afecto familiar. Solamente en mayo y en octubre, los meses dedicados a la Virgen, se iba a la iglesia a rezar el rosario y quien no podía por la hora o porque vivía lejos, lo rezaba delante de los atriòl, las pequeñas capillas que había en los caminos. Hay muchas en Canale, en nuestros valles. En nuestros pueblos era muy sentida la devoción a María». Una de estas capillas está en la calle de la casa de los Luciani, el atriòl de Rividela, una antigua imagen de la Virgen que antaño marcaba una etapa de la procesión de la Santa Cros. Se hacía el 3 de mayo, día dedicado a la Santa Cruz. Ese día no se rezaba el rosario en la iglesia. «La procesión encabezada por el párroco», recuerda, «salía a las cinco y media de la mañana y pasaba por todos lo pueblos del valle. A llegar al atriòl de nuestra casa, se leía un fragmento del Evangelio, luego se iba a la iglesia para la misa solemne. Me acuerdo de la procesión con todas sus letanías como si fuera ayer. De un detalle no me olvidaré nunca. Era un año en que la Pascua llegaba tarde y Albino ese día regresaba al seminario después de las vacaciones. Me acuerdo que cuando la procesión llegó arriba, a la aldea de Carlon que está encima de Canale, me di la vuelta y miré hacia la plaza, vi el autobús que salía hacia Belluno y se llevaba a Albino. Me parece verlo…me eché a llorar pensando que por la tarde no iba a ver a mi hermano en casa… Y lo mismo en octubre, cuando hacia mediados del mes regresaba al seminario. En aquellas tardes de octubre íbamos siempre juntos a la iglesia. Me llevaba de la mano. Me parece verlo. Cuando se iba yo me echaba a llorar… fueron los primeros dolores de mi vida…».
«Así», cuenta Nina, «pasaban los meses marianos de mi infancia. Si hay algo que Albino siempre me recomendó es que me mantuviera fiel a la oración, especialmente al rosario. Cuando íbamos a verle a Venecia lo repetía siempre, y también se lo decía a mi hija Lina».

El rosario que nos hace como niños

«Es imposible concebir nuestra vida, la vida de la Iglesia, sin el rosario, las fiestas marianas, los santuarios marianos y las imágenes de la Virgen», escribía Albino Luciani cuando era patriarca de Venecia. De su veneración llena de ternura y de reconocimiento con que se dirigía a la Virgen y de su amor por la práctica del rosario nos hablan no sólo sus discursos y homilías, sino toda su vida. Hablando una vez en Verona con motivo de una fiesta mariana, dijo del rosario: «Hoy algunos consideran superada esta forma de oración, no apropiada para nuestros tiempos, que requieren, dicen, una Iglesia toda espíritu y carisma. “El amor” decía De Foucauld, “se expresa con pocas palabras, siempre las mismas y que repite siempre”. Repitiendo con la voz y con el corazón las Avemarías hablamos como hijos a nuestra madre. El rosario, oración humilde, sencilla y fácil, ayuda a abandonarse en Dios, a ser como niños». En 1975, la diócesis de Santa María, en el sur de Brasil, le invitó a participar en una peregrinación mariana y en el centenario de la inmigración de los vénetos a aquel país; le pidieron además que llevara una copia de la Virgen de la Salud, muy venerada en Venecia. A Luciani no le gustaba viajar, pero esta vez no pudo decir que no. Al llegar se encontró frente a 200.000 personas. Una pancarta decía: «Cuando vuelva a Italia, dígales a los vénetos que seguimos siendo fieles a la devoción de la Virgen». Al lado habían puesto el monumento al emigrante: un hombre con su hatillo, a su derecha su mujer con el vestido típico véneto y el niño en brazos, de su delantal asomaba el rosario. Luciani se acordó de una carta escrita por un emigrante en Brasil que su párroco había leído en la iglesia cuando era niño. Y recordó con cuanta emoción escuchaba aquellas palabras que contaban de lo triste que era allí la Navidad sin una iglesia, sin un sacerdote para la misa, sólo una pequeña capilla que no tenía siquiera una imagen de la Virgen. Comenzó entonces su homilía diciendo: «Quien ama currit, volat, laetatur. Amar significa correr con el corazón hacia el objeto amado. Comencé a amar a la Virgen María antes aún de conocerla… por las noches frente al hogar en las rodillas maternas, la voz de mi madre rezando el rosario…». Y mirando a la estatua de la mujer emigrante con el rosario, dijo: «Dejad que os diga dos palabras respecto a María madre y hermana: Madre del Señor. Lo vemos también en las bodas de Caná; reveló un corazón materno para con los dos esposos en peligro de quedar en ridículo. ¡Ella arranca el milagro! Casi parece que Jesús se hizo una ley para sí mismo: “Yo hago el milagro, pero que Ella lo pida!”. Como madre, por tanto, hemos de invocarla mucho, tener mucha confianza en ella, venerarla mucho. San Francisco de Sales con ternura la llama “nuestra abuela” para tener el consuelo de ser el nieto que se arroja con total confianza a su seno. Pero Pablo VI, que ha declarado a María Madre de la Iglesia, la llama a menudo también hermana», siguió diciendo Luciani: «María, aunque privilegiada, aunque madre de Dios, es también nuestra hermana. Soror enim nostra est dice san Ambrosio. ¡Es de verdad nuestra hermana! Ha vivido una vida como la nuestra. También ella tuvo que emigrar a Egipto. También ella tuvo necesidad de ser ayudada. Lavaba los platos y la ropa, preparaba la comida, barría el suelo. Hizo estas cosas comunes pero de modo no común porque “ella”, dice el Concilio, “mientras vivió en este mundo una vida igual a la de los demás, llena de preocupaciones familiares y de trabajos, estaba constantemente unida a su Hijo”. De modo que la Virgen nos inspira confianza no sólo porque es tan misericordiosa, sino también porque vivió nuestra misma vida, experimentó muchas de nuestras dificultades y nosotros debemos seguirla e imitarla especialmente en la fe».

Nina recuerda que durante los meses marianos se hacían peregrinaciones en Canale. «Una», dice, «se hizo en el 23 con motivo del Congreso eucarístico diocesano al santuario de Santa María de las Gracias en el valle de Cordevole. Me acuerdo porque, después de muchos años las mujeres ancianas seguían llevando la medalla recordatorio. Pero nunca se iba muy lejos, no podíamos ausentarnos por muchos días. Cuando éramos pequeños nuestra madre nos llevaba a menudo a los pies de la Virgen de la Salud, en Caviola. La iglesia de la infancia del padre Cappello. Era una iglesia pequeñita que luego estuvo a punto de caerse; pero era tanta la devoción que cuando a finales de los años cuarenta se decidió cerrarla para las obras de restauración las mujeres fueron a protestar ante el párroco, no querían que se cerrara por ninguna razón. Recuerdo que una vez Albino me llevó a la Virgen de las Nieves de Garès. “Vamos a llevar esta vela”, me dijo. Yo era muy pequeña y fui con la promesa de una gaseosa; durante el camino tuvo que tomarme en brazos y llegó conmigo a hombros». Albino, sin embargo, hizo otras peregrinaciones. «Lo llevaba don Filippo», dice Antonia. «Berto seguramente se acuerda de la peregrinación que hizo Albino a la Virgen de Pietralba, porque al volver después de tres días», dice riendo, «fue a despertarle a media noche para enseñarle el regalo que le había traído. Albino tendría unos trece o catorce años. Le contó a Berto que había caminado mucho, que durante una parada en casa de un sacerdote amigo de don Filippo, oyendo hablar a los dos curas, se había quedado dormido en una silla y que luego se habían perdido… Esta fue la primera vez que mi hermano fue a Pietralba». El santuario mariano de Pietralba, en Alto Adige, era un lugar especial para Luciani. Allí iba durante los veranos cuando fue obispo de Vittorio Véneto y luego como patriarca de Venecia. Muchas horas de su estancia allí las pasaba en el confesionario. Pero son muchos los santuarios a los que fue Albino Luciani como peregrino. Varias veces acompañó las peregrinaciones diocesanas a Lourdes, Loreto, Fátima. Dijo refiriéndose a esto en una homilía pronunciada en la iglesia de Santa María de las Gracias, de Venecia: «Preparándome a hablar de este santuario mariano he echado un vistazo retrospectivo a mi vida de obispo. Con sorpresa he descubierto que parte de mi servicio pastoral lo he desarrollado en los santuarios». Una vez el superior del convento de la Virgen de los Milagros, en Motta di Livenza, le invitó al convento y Luciani respondió: «Voy con mucho gusto. Cuando era pequeño oía hablar de la Virgen de Motta, pero no he podido nunca cumplir este deseo». Y durante la homilía que pronunció en esta ocasión dijo: «Se escribe y se habla mucho de la Virgen, pero hay que hacerlo de modo que todos entiendan y toque los corazones. Cosa que no es posible si antes no ha sido tocado nuestro corazón. San Alfonso, que era un grande, un teólogo, no dudaba en balbucir para que los pequeños comprendieran, tenía su corazón tocado cuando componía canciones para su pueblo analfabeto, canciones que se han cantado durante más de cien años en toda Italia, especialmente durante las misiones y los meses de mayo. San Juan Bosco se las hacía cantar a sus muchachos. Una por ejemplo dice: «Oh, bella esperanza mía / dulce amor mío María / tú eres mi vida / mi paz eres tú”. Quien escribía así sentía a María cercana, le abría su corazón con confianza. No sólo hablaba de María, sino que hablaba a María con tiernas oraciones intercaladas continuamente. No está bien el estéril y pasajero sentimiento, el sentimentalismo, pero está bien que el corazón, además de la razón y la voluntad, participe en el ejercicio del culto mariano. “Que el hermoso nombre de María no abandone nunca tus labios”, escribía san Bernardo, «no abandone nunca tu corazón”». El 29 de junio de 1978, tres meses antes de su muerte, Luciani volvió a Canale por última vez. El párroco recuerda la última imagen que conserva de él: al entrar en la iglesia lo sorprendí en la penumbra con el rosario en la mano rezando ante el altar de la Inmaculada, en el mismo sitio donde se arrodillaba su madre. 

Fuente: 30 días

PRESENCIA DE JESÚS Y MARÍA EN NUESTRA VIDA


Presencia de Jesús y María en nuestra vida
Padre Mariano de Blas, L.C.



Presencia de Jesús y María en los acontecimientos humanos: una boda. Hay que invitarlos a todas las cosas de nuestra vida, seguros de que accederán con gusto. Su presencia transforma las realidades humanas, las alegres y las tristes, en acontecimientos santificadores. Sufrir en su compañía es muy distinto que sufrir solos.

Ellos dan la fuerza y el ejemplo para llevar la propia cruz con amor y alegría. También quieren participar en nuestras alegrías. Porque la alegría es cristiana, es fruto maduro del misterio pascual. Si, según Santa Teresa,”un santo triste es un triste santo”, quiere decir que el cristiano tiene el derecho y el deber de ser un irradiador de alegría. Si Jesús inventó la religión del amor, inventó por lo mismo la religión de los hombres y mujeres más felices. Es la paradoja del cristianismo: Los santos –los mejores cristianos- son los que más han sufrido y también los más felices. “Con la amistad de Cristo, con su presencia, he sido y soy inmensamente feliz, cargando la cruz que Él ha querido darme ...” María adelanta los milagros. Y Jesús condesciende con mucho gusto. Jesús abre el corazón de sus discípulos a la fe, obrando su primer milagro, gracias a la intervención de María.

Todos los que quieran ser apóstoles de Jesús, deben aprender a amar a María, para ser eficaces en su labor de salvación de los hombres. En la salvación de los hijos, debe intervenir la presencia de la Madre, por voluntad del Redentor. El rosario que reza el sacerdote habla muy bien de él. Cuantas veces al Papa se le ve con el rosario entre los dedos. El sacerdote que invoca frecuentemente a María, que predica con entusiasmo sobre Ella a los fieles, tiene garantizado el éxito apostólico. No se puede decir lo mismo del ministro –quizás celoso y trabajador- que no tiene tiempo de rezar el rosario y que demuestra hacia su Madre una superficial adhesión. “Totus tuus” es un lema elegido amorosamente por Juan Pablo II. Pero, aunque no esté esculpido en un escudo, cada sacerdote debe hacerlo propio. La importancia de María para llegar a Jesús: La devoción a María es señal de predestinación.

Dios no permitirá que un alma que ame a María no se salve. El amor a María es un elemento muy específico y gratificante de la religión cristiana. La devoción a María otorga al cristianismo una ternura, una finura y delicadeza extraordinaria. La necesidad que en el orden humano experimentan de una mamá todos los seres humanos, no es menos requerida en el orden del espíritu, Y Dios, que quiso darnos una madre de la tierra para las necesidades materiales, tuvo la buena idea de regalarnos una Madre para las necesidades del espíritu.

El huérfano de madre lo demuestra, el huérfano de madre en el espíritu lo acusa también. María no es un estorbo para llegar a Jesús, al contrario, es el camino más corto y maravilloso para llegar al Mediador. Esta es la voluntad del mismo Mediador, Jesucristo. Jesús mismo que quiso tener una madre, no ha querido privarnos a nosotros de ella, Más aun, la misma madre suya nos la regaló a nosotros, Con ello no sólo nos ha dado una madre, sino la mejor de todas. El agua convertida en vino: Vida triste convertida en vida feliz; mediocridad en santidad; esterilidad en apostolado fecundo. “En tu nombre echaré la red”, dijo Pedro a Jesús. También podemos decir nosotros: “En tu nombre, María, echaremos la red”. Jesús no es celoso, y llenará también nuestras redes de peces. Sin duda que el vino mejor del mundo se bebió en Caná, como lo atestigua el mayordomo de la fiesta.

Cuantas veces nuestra triste vida se nutre de vinagre, de vino de poca calidad o tiene que conformarse con simple agua. María puede pedir Jesús que convierta esa pobre agua en dulce vino que nos dé gusto y fuerzas para el camino de la vida. “Haced lo que Él os diga”. Siempre nos guía a Él, nos invita a obedecerle, a seguirle, a imitarle. Y los discípulos creyeron en Él, por María. Cuando la presencia de María en la vida de un apóstol es constante, ese apóstol tiene la bendición y el beneplácito de Dios. María nunca se cree ni se nombra Maestra, sino discípula; la mejor de todas. Es la que conoce como nadie la religión del amor y quien la ha vivido mejor que ningún cristiano. Por eso puede enseñar a sus hijos lo que Ella sabe. Jesús dijo “ Yo soy el camino, la verdad y la vida”, María podría decirnos. “Yo soy la caminante más decidida, la seguidora de la verdad, la distribuidora de la vida”. Ella nos dice:”Hagan lo que Él les diga”. Él nos dice: “Hagan lo que Ella les diga”

jueves, 20 de junio de 2013

NUESTRA SEÑORA DE LA CONSOLACIÓN - 20 DE JUNIO

Autor: . | Fuente: www.terrelontane.org
Nuestra Señora de la Consolación
Advocación Mariana, 20 de junio
 
Nuestra Señora de la Consolación
Nuestra Señora de la Consolación

La Madre que consuela y sostiene

El día 20 de junio se celebra la fiesta de la Santísima Virgen del Consuelo, patrona especial de Turín y del Piamonte.

El culto de la Virgen del Consuelo data del siglo XI, cuando se amplió el primitivo edificio dedicado a San Andrés y se erigió, en el transcurso del siglo XVIII el Santuario de la Consolación, una de las iglesias más bellas y más amadas por los habitantes de Turín.

En relación con el culto de la Virgen del Consuelo, se narra que, en el mismo sitio en que hoy admiramos el santuario, había un pequeño templete que se vio destruido en una de las invasiones de los bárbaros.

Algunos años después, en la ciudad de Briançon, un hombre ciego de nacimiento, tuvo en sueños una visión de la Virgen María que le exhortó a llegarse a Turín para buscar un cuadro con su efigie que se había extraviado.

El hombre, llegado a aquel sitio, recobró milagrosamente su vista y pudo ver a la Virgen, quien se presentó como "Consoladora" y se convirtió en la patrona de Turín.

Hoy, la Virgen del Consuelo no sólo es venerada por muchísimos fieles que a ella imploran gracia y consuelo y que con fe y con devoción participan en la procesión que, todos los años durante su celebración, sale del Santuario y serpentea por las calles de la ciudad.

Ella es también la Madre inspiradora de los misioneros que, en su nombre, se empeñan en llevar el Evangelio por todo el mundo. Al igual que María, que veneran bajo el título de Consolación, pretenden llevar al mundo el auténtico Consuelo que es Jesús, el Evangelio y con ello su presencia junto a los marginados, con la ayuda a los afligidos, la cura a los enfermos, la defensa de los derechos humanos y el fomento de la justicia y de la paz.

Por todo eso, ellos se dedican a la Misión de forma total, sin ninguna clase de vínculos, alejados de la materialidad de las cosas, profesando la pobreza y la obediencia en el espíritu de la beatitud evangélica.

martes, 18 de junio de 2013

MARÍA, ¿OBSTÁCULO O SIGNO DE UNIDAD ENTRE PROTESTANTES Y CATÓLICOS?


Autor: R.P. Lic. Luis Jorge Montagna, IVE
María ¿Obstáculo o signo de unidad entre protestantes y católicos?
Que María no sea más una piedra de escándalo sino por el contrario un vínculo de unión
 
María ¿Obstáculo o signo de unidad entre protestantes y católicos?
María ¿Obstáculo o signo de unidad entre protestantes y católicos?
Entre las distintas concepciones teológicas que han mantenido separados a católicos y protestantes se destaca de manera especial el lugar que ocupa la Virgen María en la obra de la redención humana.

Bien sabemos que la teología protestante, en líneas generales, no acepta la posibilidad de ninguna mediación en la obra de la salvación, excepto el mismo Jesucristo. En este sentido, para ellos María no ocupa ningún lugar como cooperadora en la redención del género humano, generando de este modo lógicas discrepancias con los católicos.

A pesar de esto en el siglo pasado, teólogos tanto protestantes como católicos estaban convencidos que María no podía ser en absoluto un punto de división sino más bien el camino seguro para restablecer la verdadera unidad entre los cristianos separados.

En la actualidad, distintos grupos interconfesionales en un clima de total sinceridad y sensibilidad por el diálogo ecuménico, vienen trabajando con gran esfuerzo por descubrir en las fuentes escriturísticas y patrísticas, como así también en el análisis teológico de las distintas cuestiones de fe, raíces comunes que puedan servir como base de diálogo para las distintas denominaciones cristianas. Estos grupos escriben documentos que luego son entregados a las distintas Iglesias para que una vez tomados en consideración elaboren una respuesta en vistas siempre a lograr una actitud de mayor apertura en el diálogo ecuménico.

El Grupo de Dombes, uno de los grupos de teólogos interconfesionales más avanzados en el diálogo ecuménico, emitió en 1997 un documento titulado María en el designio de Dios y en la comunión de los santos.

Este documento reconoce que María ha sido motivo de conflicto entre católicos y protestantes, un conflicto que, según el documento, la misma María ha sido víctima. Por eso el grupo es conciente que ha llegado el momento de decir basta al nombrar en vano el nombre de María y de humillarla por causa del pecado de los hombres. Se anhela el hecho de revertir esta situación, de modo que María no sea más una piedra de escándalo sino por el contrario un vínculo de unión.

En primer lugar el documento expresa cómo en el primer milenio la teología reconocía unánimemente en María un rol importante y perfectamente determinado en el designio del Padre, en el misterio de Cristo y en el misterio de la Iglesia o comunión de los santos. Esta situación alejaba completamente entre los cristianos motivos de discordia en lo que respecta a la fe sobre la Virgen María. Atestiguan esta realidad los Símbolos de la fe, el apostólico y el niceno-constantinopolitano, en donde encontramos las sentencias “nació de Santa María Virgen” y “se encarnó de María la Virgen”; también los santos Padres y finalmente los primeros Concilios ecuménicos, en particular el de Éfeso en el cual se declara el dogma mariano de Theotokos, es decir, madre de Dios. Por lo tanto “Virgen y Madre de Dios” pertenecen al patrimonio común de todas la Iglesias.

Por otro lado, en lo que respecta al rol que desempeña María en la obra de la salvación, que como ya dijimos, ha sido un motivo importante de separación entre protestantes y católicos, el Grupo de Dombes declara que se estaría llegando a un acuerdo en este aspecto.

El documento señala que si bien solo Dios otorga la gracia para obtener la salvación, es necesario contar con la respuesta libre del hombre para que éste se beneficie y sea justificado. La solución propuesta es inequivocable sobre el carácter absoluto de la gracia electiva de Dios, sin embargo se insiste también sobre la importancia de la respuesta humana que es parte integrante. En este sentido y en un hecho particularísimo, el misterio de la Encarnación atestigua claramente que María ha cooperado con la respuesta de la propia fe, como cada ser justificado, a través de la propia obediencia, la propia maternidad, y todas la obras de “sierva” entre ellas su intervención en Caná.

Históricamente el autor de la gracia, Jesucristo, se encarna plenamente en nuestra humanidad a través de María, quien coopera de este modo efectivamente en la obra de redención de los hombres. Se comprende entonces que una devoción sobria y veraz hacia la Virgen María, Madre de Dios, sea un potente salvoconducto para el camino de fe referido a Jesucristo.

Podemos decir entonces que, reconociendo que en el primer milenio toda la Iglesia aceptó a María como la “Madre de Dios” y la importancia clave que tiene la cooperación humana en la obra de la redención, manifestada en la disposición efectiva en cada hombre de recibir la gracia, y manifestada singularmente en María, de manera particular y espacialísima en el sí de la Encarnación, ella, en el orden del diálogo ecuménico, no puede ser motivo de división, por el contrario se convierte en “Madre de unidad” para todos los creyentes en Cristo.

ORACIÓN AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA


LA "ADORACIÓN" A MARÍA

Autor: Aci Digital
La "adoración" a María
Hay algunos que piensan que los católicos "adoramos" a María ¿Es eso cierto?
 
La
La "adoración" a María
Hay algunos que piensan que los católicos "adoramos" a María ¿Es eso cierto?

Primero que nada, hay que decir que los católicos no adoramos a la Virgen María. El culto que le profesamos no es adoración, puesto que ésta corresponde únicamente a Dios. Los católicos veneramos a Santa María, porque Ella es la mujer a quien Dios escogió para que fuera la Madre de Cristo. Es decir, María no es una persona cualquiera, es la Madre del mismo Dios.

María es bienaventurada por el hecho de haber sido escogida por Dios para llevar al Salvador en su seno, y por ello los católicos la hemos llamado así durante "todas las generaciones". El respeto y veneración que le profesamos los católicos a la Santísima Virgen tiene, por lo tanto, bases bíblicas sólidas.


1. Desde el designio divino

Dios manda alabar a María. El ángel Gabriel enviado por Dios saludó a María con estas palabras: "Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo" (Lc 1,28). Dios Padre ha querido asociar a María a la realización de su Plan de Reconciliación. Es así que María está asociada a la obra de su Hijo, el Señor Jesús. No es un simple capricho o exageración el reconocer la maternidad divina de María. El misterio de María está íntimamente unido al misterio de su Hijo. En Ella "todo está referido a Cristo", subordinado a Él. María no tiene naturaleza divina y todos sus dones le vienen por los méritos de su Hijo, y no por ello deja de ser una mujer única, con dones únicos para una misión muy particular en la historia.

La cooperación de María en la obra de la Reconciliación. Para ser la Madre del Salvador, María fue dotada por Dios con dones a la medida de su importante misión; ella es la "Llena de gracia". Sin esta gracia única, María no hubiera podido responder a tan grande llamado. Ella es Inmaculada, libre de todo pecado original, en virtud de los méritos de su Hijo (LG 53).

Los relatos evangélicos presentan la concepción virginal como una obra divina que sobrepasa toda comprensión y posibilidad humanas (Catecismo de la Iglesia Católica n. 497). María es, pues, una mujer muy especial, dotada por Dios para ser Madre del Redentor, Madre de Dios.


2. Testimonio de las Escrituras

Los Evangelios nos la presentan como activa colaboradora en la misión de su Hijo. En Belén da a luz a Jesús, lo presenta a los pastores, a los Magos y en el Templo; convive con Él treinta años en Nazareth; intercede en Caná; sufre al pie de la cruz; ora en el Cenáculo. Por tanto, hacer a un lado a María, separarla de Cristo, no es lo que la revelación enseña. Si los Reyes Magos adoraron a Jesús en brazos de María, ¿será idolatría imitar su ejemplo?


3. En la vida de la Iglesia

La Iglesia nos presenta a María como Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. "Pero todo esto ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada nada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador" (S. Ambrosio). La luna brilla porque refleja la luz del sol. La luz de la luna no quita ni añade nada a la luz del sol, sino manifiesta su resplandor. De la misma manera, la mediación de María depende de la de Cristo, único Mediador.

El culto a María está basado en estas palabras proféticas: "Todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi maravillas el Poderoso" (Lc 1, 48-49). Ella será llamada bienaventurada, no porque su naturaleza sea divina, sino por las maravillas que el Poderoso hizo en ella. Así como María presentó a los pastores al Salvador, a los Magos al Rey, para que lo adoraran, le presentaran dones y se alegraran con el gozo de su venida, así el culto a la Madre hace que el Hijo sea mejor conocido, amado, glorificado y que, a la vez, sean mejor cumplidos sus mandamientos. María nunca busca reducir la gloria de su propio Hijo; todo lo contrario, y así es como lo ha entendido la Iglesia desde los primeros siglos, cuando oraban al Señor los discípulos en el Cenáculo en compañía de la Virgen Madre (Hch 1,14).

Para una información más completa acerca de la Santísima Virgen, visita la sección de Mariología

lunes, 17 de junio de 2013

ORACIÓN DE MARÍA


Oración de María
San Alfonso María de Ligorio

Nadie en la tierra ha practicado con tanta perfección como la Virgen la gran enseñanza de nuestro Salvador: "Hay que rezar siempre y no cansarse de rezar" (Lc 18,1). Nadie como María, dice san Buenaventura, nos da ejemplo de cómo tenemos necesidad de perseverar en la oración; es que, como atestigua san Alberto Magno, la Madre de Dios, después de Jesucristo, fue el más perfecto modelo de oración de cuantos han sido y serán. Primero, porque su oración fue continua y perseverante. Desde el primer momento en que con la vida gozó del uso perfecto de la razón, como ya dijimos en el discurso de la natividad de nuestra Señora, comenzó a rezar. Para meditar mejor los sufrimientos de Cristo, dice Odilón, visitaba frecuentemente los santos lugares de la natividad del Señor, de la Pasión, de la sepultura. Su oración fue siempre de sumo recogimiento, libre de cualquier distracción o de sentimientos impropios. Escribe Dionisio Cartujano: Ningún afecto desordenado ni distracción de la mente pudo apartar a la Virgen de la luz de la contemplación, ni tampoco las ocupaciones.

La santísima Virgen, por el amor que tenía a la oración, amó la soledad. Comentando san Jerónimo las palabras del profeta: "He aquí que la Virgen está encinta y va a dar a luz un hijo y le pondrá el nombre de Emmanuel" (Is 7,14), dice que, en hebreo, la palabra virgen significa propiamente virgen retirada, de modo que el profeta predijo el amor de María por la soledad. Dice Ricardo que el ángel le dijo las palabras "el Señor está contigo" por el mérito de la soledad que ella tanto amaba. Por eso afirma san Vicente Ferrer que la Madre de Dios no salía de casa sino para ir al templo; y entonces iba con toda modestia, con los ojos bajos. Por eso, yendo a visitar a Isabel se fue con premura.

De aquí, dice san Gregorio, deben aprender las vírgenes a huir de andar en público. Afirma san Bernardo que María, por el amor a la oración y a la soledad evitaba las conversaciones con los hombres. Así es que el Espíritu Santo la llamó tortolilla: "Hermosas son tus mejillas como de paloma" (Ct 1,9). Comenta Vergelio que la paloma es amiga de la soledad y símbolo de la vida unitiva. La Virgen vivió siempre solitaria en este mundo como en un desierto, que por eso se dijo de ella: "¿Quién es ésta que sube por el desierto como columnita de humo?" (Ct 3,6). Así sube por el desierto, comenta Ruperto abad, el alma que vive en soledad.

Dice Filón que Dios no habla al alma sino en la soledad. Y Dios mismo lo declaró: "La llevaré a la soledad y le hablaré al corazón" (Os 2,16). Exclama san Jerónimo: ¡Oh soledad en la que Dios habla y conversa familiarmente! Sí, dice san Bernardo, porque la soledad y el silencio que en la soledad se goza fuerzan al alma a dejar los pensamientos terrenos y a meditar en los bienes del cielo.

Virgen santísima, consíguenos el amor a la oración y a la soledad para que desprendiéndonos del amor desordenado a las criaturas podamos aspirar sólo a Dios y al paraíso en el que esperamos vernos un día para siempre, alabando y amando juntos contigo a tu Hijo Jesús por los siglos de los siglos. Amén.
"Venid a mí todos los que me deseáis y hartaos de mis frutos" (Ecclo 24,19). Los frutos de María son sus virtudes. No se ha visto otra semejante a ti ni otra que se te iguale. Tú sola has agradado a Dios más que todas las demás criaturas.

BUSCAS A CRISTO Y ENCUENTRAS A MARÍA


Buscas a Cristo y encuentras a María
Padre Tomás Rodríguez Carbajo  



1.- No podemos separar a Cristo de María.

Al pensar en Cristo, inmediatamente nos viene a la mente la condición humana y divina del Hijo de Dios, que vino a salvarnos.
Partimos de la realidad, tenemos a Cristo, porque nació de María.
La historia nos confirma que cuando se ha querido precisar la naturaleza de Cristo: Una sola persona y dos naturalezas (verdadero Dios y verdadero hombre), llegamos a la conclusión que es así, porque María es verdadera Madre de Jesús, y por lo tanto Madre de Dios, Ella prestó lo que cualquier madre presta a su hijo para ser llamada verdaderamente madre.

La condición inseparable de Cristo y María nos lleva a que, cuando nos acercamos a uno de los dos, necesariamente llegamos al otro. Es verdad que con distinción de importancia, pues, Cristo es Dios y hombre; María es criatura privilegiada, pero nunca es diosa, ni de naturaleza divina; le llamamos Madre de Dios, porque su Hijo, verdadero Dios, tomó en su seno la naturaleza humana, sin dejar la divina, que tenía por ser la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

Quien ama a Dios, tiene que amar lo que Dios ama, y de manera especial ama entre todas las criaturas a su Madre, por eso no ama realmente a Cristo, quien deja de lado a María. Los encontramos juntos en varios episodios evangélicos, iban buscando a Jesús y se encontraron con María, quien fue la encargada de mostrárselo, por ejemplo, si leemos a S. Lucas 2, 15 -16: "Cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado. Y fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre". Podemos leer también la adoración de los Magos, que nos narra San Mateo, 2, 11: "Entraron en la casa, vieron al Niño con su Madre María y, postrándose, le adoraron "

Todo hijo se encuentra orgulloso de su madre, Cristo no se avergüenza de Ella, no ha querido servirse de Ella solo para entrar en este mundo, sino que la tiene muy cerca de Sí, pues, es su colaboradora, nunca "suplente" de Jesús, por eso siempre que nos acercamos a El, nunca deja de presentarnos a su Madre.

2.- El mariano tiene que ser cristiano.

Si nos acercamos a María, Ella nos lleva a su Hijo, pues, tiene claro su misión de intercesora y medianera. Sabe que es el medio que Dios ha elegido para que nos acercásemos a El. Quien se cree devoto de María, lo será realmente, si su devoción es "santa", es decir, si de verdad ama a Cristo, pues, María no es ninguna gatera, que tenemos para salvarnos, sino que es la "Puerta del Cielo". ¿Cómo se entendería el amar a la Madre sin amar al Hijo?.
"El fin de toda devoción debe ser Jesucristo, Salvador del mundo, verdadero Dios y verdadero hombre", nos dice S. Luis M Grignión de Montfort en su libro "Tratado de la verdadera devoción".

La íntima unión de Jesús y María la encontramos expresada en los siguientes asertos:
. Con María busco a Jesús.
. Por María llego a Jesús.
. A Jesús por María.
. Todo a María para Jesús.

. El amor ardiente a María llega siempre a Jesús.
. A María no se le puede separar de Jesús.
. Junto a la cruz de Jesús encontramos a María.
. Jesucristo es el último fin de la devoción mariana.
. María nunca puede ser "suplente" de Jesús, sino la colaboradora.
. María no es la fuente de la gracia, sino el canal por el que llega.
. María no nos salva, sino que nos presenta a Cristo, el Mesías, el Salvador.

. Todo el interés de María es llevarnos a Cristo.

PARA SER UNA PEQUEÑA MARÍA


Para ser una pequeña María
Autor: Chiara Lubich


Deseo comunicar una experiencia mía, pequeña, personal, pero que ha incidido en mi alma y quizás puede ser útil a otros.
Tomé en mis manos, en estos días, un libro que me regalaron. Se titula: El secreto de Madre Teresa de Calcuta, obviamente. Lo abro en la mitad, allí donde habla de “mística de la caridad”. Leo este capítulo y otros. Me sumerjo con gran interés en esas páginas. Todo lo que se refiere a esta próxima santa, me interesa personalmente: fue, por años, mi preciosísima amiga.
Se me pone en evidencia lampante, la extrema radicalidad de su vida, de su vocación totalitaria, que impresiona, y casi asusta, pero, sobre todo, me empuja a imitarla en el típico compromiso, radical y totalitario, que Dios me pide a mí. De hecho, cada carisma es una maravillosa flor, única, irrepetible, distinta de las demás, como, por otra parte, pensaba Madre Teresa. Cuando teníamos ocasión de encontrarnos me repetía: “Lo que yo hago, tú no lo puedes hacer. Lo que tú haces, yo no lo puedo hacer”.

Movida por esta convicción, tomo en mis manos el Estatuto del Movimiento, convencida de que allí habría encontrado la medida y el tipo de radicalidad de vida que el Señor me pide a mí. Abro, y enseguida, en la primera página, recibo un pequeño shock espiritual, como por un descubrimiento del momento. ¡Y son casi 60 años que lo conozco! Se trata de la “norma de las normas, premisa de toda regla” de la mía y de nuestra vida: generar –así se expresaba el Papa Pablo VI- y mantener, primero y ante todo, también en las grandes empresas, también en los compromisos extraordinarios, también en los triunfos por el Reino, a Jesús entre nosotros con el amor recíproco.
Porque, entiendo enseguida, esta es la mía y nuestra tarea más importante, especialmente hoy: ser en la Iglesia una pequeña María, “una presencia suya en la tierra, casi su continuación” sola y con todo el movimiento; ser otra María que ofrece a Jesús al mundo.

Pero es necesario ese amor ultrafino que no mide, que sabe hacerse espiritualmente nada delante de quien tiene al lado. En nuestra vida, no siempre todo es perfecto: alguna palabra de más, mía o de otros, algún silencio demasiado largo, algún juicio hecho sin razonar, algún pequeño apego, algún sufrimiento mal soportado, ofuscan la presencia de Jesús entre nosotros, si no llegan a impedirla.
Comprendo que debo ser yo, en primera persona, quien debo darLe espacio, aplanando todo, colmando todo, condimentando todo con la máxima caridad; soportando todo, en quien me está a mí alrededor. Soportar -una palabra que por lo general nosotros no usamos, pero que recomienda el Apóstol Pablo- no es cualquier caridad. Es una caridad especial, la quinta esencia de la caridad.
Empiezo. Y no va mal, ¡todo lo contrario!
Siento el deber de hacer primero toda mi parte y tiene efecto. Además me llena el corazón de felicidad, quizás porque, de este modo, vuelve a aparecer la presencia de Jesús entre nosotros y permanece.

Y es el colmo de mi alegría cuando me llegan las palabras de Jesús: “Misericordia quiero y no sacrificios” (Mt. 9, 13). ¡Misericordia! He aquí la caridad ultrafina que se nos pide y que vale más del sacrificio, porque el mejor sacrificio es este amor que también sabe soportar, que sabe, si es necesario, perdonar y olvidar.

Para ser pequeñas María, para asegurar a Jesús al mundo, es necesario vivir la “premisa de toda regla”, en esa mutua y continua caridad que florece como misericordia.

Es ésta la radicalidad, es ésta la totalitariedad que se le pide a nuestra vida.

Fuente: Movimiento Focolare

sábado, 15 de junio de 2013

MARÍA....AHORA Y EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE


María... ahora y en la hora de nuestra muerte... 
María Susana Ratero

- Madre... hoy necesito preguntarte acerca de las almas del purgatorio.

- Bien hija. ¿Qué es lo que quieres saber, exactamente?- contestas a mi alma desde tu suave imagen de Luján.
En la parroquia de mi barrio sólo escucho un sereno silencio. Un momento más y comenzará la Santa Misa... 
- Madre, es tan grande mi ignorancia que ni siquiera sé que preguntarte.

- Mira, antes de responderte quiero que te respondas a ti misma una pregunta. ¿Mueve tu corazón la curiosidad o el amor?
- Quiero que sea el amor, Señora mía ¡Ayúdame a que sea el amor!...

- Tus palabras alegran mi corazón. Me preguntas acerca de las almas del purgatorio. Te propongo que cierres los ojos y vengas conmigo.

- ¿Adónde Madre?

- A un lugar donde es grande la pena y larga la espera.
Mi imaginación dibuja, entonces, un sitio triste, solitario... en semipenumbras. Como un grande y profundo valle al que no puedo bajar. María permanece a mi lado. Desde una especie de acantilado diviso, en el fondo del valle, tantísimas almas suplicantes.
La Misa comienza en la Parroquia. Quiero oírla a tu lado, Madre. Pero necesito preguntar:
- Señora, nada soy y nada valgo. Ningún mérito tengo para pedirte ¡Oh Madre de Misericordia! ¿Puede mi nada hacer algo para aliviar el gran sufrimiento de estas almas?
Me miras con infinita ternura. Te acercas a mi corazón y tomas de él algo que parece una cadena.

- Pero ¿De dónde sacas esos eslabones, María?
- Esta cadena, hija mía, es la que has construido con tus oraciones de hoy.
Ella se acerca al borde del acantilado y arroja un extremo de la cadena pero... resulta demasiado corta para llegar, siquiera, al alma más cercana. Mis oraciones fueron tan apuradas, tan frías, tan débiles...
María camina ahora hacia una persona entre los bancos de la parroquia y toma la cadena que brota de su corazón.
¡Oh, sí! Ésta sí que alcanza. La pobre alma logra asirse de ella y María comienza a rescatarla. El alma a ascendido unos pasos cuando la cadena ¡Se rompe! ¡Ay, Madre, se ha cortado! ¿Qué se hace ahora María?

Mi amadísima Madre no se rinde. Se dirige ahora a una señora mayor que sigue la misa con devoción. Esta simple mujer diariamente reza el Santo Rosario en la Parroquia. También se preocupa de estar en estado de gracia, confesando asiduamente, ora por el Santo Padre y no tiene afecto alguno al pecado. A este último punto ella lo consigue a fuerza de gran lucha diaria con sus naturales inclinaciones, pidiendo continuamente la asistencia del Señor, quien la fortalece en la diaria Eucaristía.

María toma, delicadamente, el Rosario que pende de su cuello y con él, como irrompible y eterna cadena ¡Rescata un alma!. ¡Santo Dios! ¡Jamás vi algo semejante!¡Qué gratitud infinita la del alma liberada!¡Que exquisita es ahora su belleza!
- Explícame, Madre, por caridad.

- Hija, lo que acabo de tomar del alma de esa buena mujer, sencilla, callada y muchas veces inadvertida es, sencillamente ¡Una indulgencia plenaria! ¡La indulgencia del Rosario!
- Entonces, ¡Oh Madre!¡Mira esa alma allí!¡Rescátala con ese Rosario!
- Ya no puedo hija, pues sólo se puede ganar una indulgencia plenaria por día...
- Que pena, María, habrá que esperar, entonces, hasta mañana. Cuando ella vuelva a rezar el Rosario y recibir la Eucaristía ¿Verdad?

- Si querida, pero no debería darte pena tener que esperar. Más bien debería darte pena que yo no tenga otro rosario, con las debidas condiciones, que me regalara una indulgencia plenaria.
Allí, con profundo dolor por mis olvidos, me doy cuenta de que no tiene, mi corazón, el Rosario que necesita María... ¿Cuánto tiempo me hubiese llevado el rezarlo con devoción?¿Media hora, tal vez? ¡Oh alma mía! Te vas tras tantas preocupaciones vanas y descuidas las cosas eternas.

- Mi querida, tan grande es la misericordia de Dios que no sólo con el rezo del Rosario un alma puede ganar indulgencias. Puedes ganarlas plenarias o parciales, es decir, puedes alcanzar la remisión total o parcial de las penas debidas por los pecados de un alma, la tuya o la de un difunto, mas no la de otra persona que aún camina en la tierra.

- Dime, Madrecita dulce, de qué otras maneras puedo regalarte cadenas largas y fuertes para que tú, entre tus piadosas manos, las tornes santas y eternas.
- Veamos ¿Recuerdas la enseñanza de Jesús? “El que busca encuentra”... Busca hija, tómate el trabajo de averiguar, habla con tu párroco. Hallarás lo que buscas si media de tu parte voluntad y esfuerzo.
Se acerca la hora de la consagración. El coro de la parroquia canta ¡Santo, Santo, Santo!. Miro a esas pobres almas angustiadas en el fondo del valle. Sus miradas me dicen ¡Canta, hermana, canta fuerte!¡Canta por nosotras!¡Canta por todas las veces que no supimos hacerlo!
Canto entre lágrimas... canto por ellas...

Voy a recibir la Eucaristía. Vuelvo mis ojos al fondo del valle. ¡Qué miradas! ¡Cómo quisieran ellas estar, por un segundo, en mi sitio... a escasos metros del Santísimo!
Pobres almas, tantas veces olvidadas por mi corazón.
Si tan sólo pudiera, ahora, hacer algo por aliviar sus penas...
- Puedes... puedes, hermana.. –Claman a mi corazón las benditas almas del Purgatorio- Al menos escribe de nuestra espera y nuestra angustia por no poder llegar aún a la presencia del Padre. Escribe acerca de cadenas que se cortan y de cadenas que liberan. Pide a María, Madre de Misericordia, que tus letras lleguen a las almas de los hermanos. Pide que ellos sientan compasión de nosotras y nos alivien con sus oraciones y limosnas en nuestro nombre. Quizás esas almas hagan por nosotras todo lo que querrían que hicieran por ellas cuando mueran.

Así lo hice. Ya está escrito. Entre tus manos queda, Madre. Ahora rezaré el Rosario. Pido a Dios que los eslabones que broten de mi alma no defrauden las esperanzas de mi Reina y Señora.

Fuente: autorescatolicos.org 

DONDE ENTRA MARÍA


Donde entra María
Padre Tomás Rodríguez Carbajo


Hay personas atrevidas que se meten en donde nadie les llama, las hay valientes que van a donde otros no se atreven, no faltan las tímidas que por miedo a molestar no llaman a ninguna puerta; pero las hay correctas que saben ser prudentes para no entremeterse, sin que esto las haga estar ausentes allí donde se las necesita.

Una persona que saber estar siempre a punto, cuando la necesitamos, es María. Como madre siempre está pendiente de nosotros, que somos sus hijos, como poderosa está dispuesta siempre a socorremos, pues, por sus manos pasan todas las gracias, que su Hijo derrama sobre los hombres.

Lo grande de María es que "no se le ha subido a la cabeza" su puesto de Madre del Mesías anunciado durante siglos, Ella se distingue por su sencillez, no llama la atención, sino libremente ocupa los puestos de servicio, por ejemplo, va a asistir a su prima Isabel, está pendiente dé el apuro en que  están metidos los novios de Caná para darles una solución rápida y cortés.

María es la aurora que precede al sol radiante, Ella nos augura la presencia de Dios, no sabe prescindir de El, ya que su dignidad le viene de que es la Madre de Dios. No podemos separar a María de Cristo. Una auténtica condición de la devoción a María es que tiene que ser santa, es decir, que nos tiene  que ayudar a amar más a Cristo, pues, de lo contrario no nos serviría para nada el acercarnos a María, si no nos dejásemos guiar por Ella hacia Jesús. ¡Qué bien lo expresa aquella jaculatoria!:

"Todo a Jesús por María
Todo a María para Jesús."

Cuando dejamos que anide en nuestro corazón el tierno amor a María, estamos seguros que Ella se  encargará de entregamos a su Hijo, porque viene siempre Jesús a donde entra María.

¿HACE CUÁNTO QUE NO LE CANTAS A MARÍA?

Autor: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net
¿Hace cuánto que no le cantas a María?
Porque necesitamos la paz de su mirada, el calor de su compañía, la ternura de su afecto, la alegría de su sí al Padre.
 
¿Hace cuánto que no le cantas a María?
Cantar a María es una manera íntima, humana, muy nuestra, de cantar a Dios. Es reconocer que la Redención ha sido completa en nuestra Madre. Es celebrar que Ella, en cierto modo, nos representa ante el Dios amante de la vida, redentor del hombre y de la historia.

Cantar a María es mirar al mundo con ojos distintos. Porque la santidad divina purificó completamente una existencia humana. Porque el sí de la creatura fue genuino y alegre. Porque el Amor encontró en una joven de Nazaret su morada. Porque no faltó el vino en Caná y empezaron, para todo el mundo, las bodas del Cordero.

Cantar a María es reconocer la grandeza de Dios. Porque mira al humilde, porque acoge al débil, porque rechaza al soberbio, porque salva al pecador arrepentido. Porque quiso ser Niño, porque quiso tener Madre humana, porque empezó a ser Hermano nuestro. Porque tuvo necesidad de alguien que sufriese, como Mujer, como Mediadora, al lado de la cruz.

Cantar a María es aprender a ser como niños. Porque necesitamos la paz de su mirada, el calor de su compañía, la ternura de su afecto, la alegría de su sí al Padre. Porque queremos ser creyentes como Ella, porque necesitamos fiarnos de Dios, porque no nos resulta fácil caminar en las tinieblas, porque necesitamos ayuda para escuchar la voz del Espíritu.

Cantar a María es parte de nuestro caminar cristiano. No hay Hijo del Hombre sin la Madre. Jesús la quiso, y, en Ella, nos quiso a todos. También a quien lucha contra el egoísmo, a quien siente difícil la pureza, a quien piensa que es imposible el amor al enemigo. También a quien se levanta, una y mil veces, tras la caída, para pedir perdón a Dios (un Dios presente a través del sacerdote que repite lo que diría el Hijo: te perdono).

Cantar a María es decir, simplemente, desde el corazón, un gracias a Dios. Porque en su Madre nos ha amado con locura. Porque venció así nuestro pecado. Porque nos abrió el cielo, donde está Ella esperándonos. Porque nos quiere pequeños, débiles, pero seguros: no hay miedo junto a la Madre. Sólo hay esperanza, alegría y amor sincero.



  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Fernando Pascual 

    miércoles, 12 de junio de 2013

    CONSAGRACIÓN DEL HOGAR Y LA FAMILIA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA


    Consagración del hogar y la familia al Inmaculado Corazón de María

    ¡Oh Virgen María!, queremos consagrar hoy nuestro hogar y cuantos lo habitan a vuestro Purísimo Corazón.
    Que nuestra casa, como la tuya de Nazaret, llegue a ser un oasis de paz y felicidad por:
       -  el cumplimiento de la voluntad de Dios,
       -  la práctica de la caridad,
       -  y el abandona a la Divina Providencia,

    ¡Que nos  amemos  todos como Cristo  nos enseñó!. Ayúdanos a vivir siempre cristianamente y envuélvenos en tu ternura.

    Te pido por los hijos que Dios nos ha dado (se citan los nombres) para que los libres de todo mal y peligro de alma y cuerpo, y los guardes dentro de Tu Corazón Inmaculado. Dígnate, Madre nuestra, transformar nuestro hogar en un pequeño cielo, consagrados todos a vuestro Corazón Inmaculado. Amén.

    ¡Corazón Inmaculado de María, sálvanos! 

    ¿QUÉ ES LA CONSAGRACIÓN AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA ?


    ¿Qué es la Consagración al Inmaculado Corazón de María?


    Una promesa de amor en donde se le da todo lo que la familia es, tiene y hace a Jesús a través del Corazón Inmaculado de la Virgen María, para vivir plenamente entregados a la voluntad del Padre.

    La familia se abandona en las manos de la Virgen María para que ella ejerza su papel de Madre espiritual, de Mediadora de las gracias, de Abogada y de Reina.

    La meta final de toda consagración es Jesús; La Virgen María es el medio eficaz para alcanzar mayor unión con Cristo y es fuente de protección maternal contra Satanás.

    Por medio de la consagración, los miembros de la familia han de llegar a ser como San José, totalmente dedicados a Jesús y a María. Deben pedir a Dios la gracia de vivir fieles a esta consagración, reconociendo que pertenecen a los Corazones de Jesús y de María, quienes han de ser el centro de cada aspecto de sus vidas, decisiones, relaciones, etc.

    ¿Cuáles son los frutos de la Consagración al Inmaculado Corazón de María?

    Permitirá a la Virgen Santísima usar libremente su poder de intercesión y de santificación para el crecimiento de su familia en la gracia.

    La Virgen  respeta la voluntad de cada uno y por eso espera a que la familia se consagre libremente para entonces ejercer su misión plenamente. Primero hay que abrir las puertas y luego responder fielmente a todo cuanto pide la Virgen para acercarnos al Corazón de Jesús.

    La Virgen María será Fuente de Protección: Por la decisión libre que han tomado, su familia pertenece a al Corazón de María, y serán protegidos espiritualmente.

    Les obtendrá gracias para vivir en la virtud y les ayudará a abrir sus corazones para vivir las virtudes que se encuentran en los Corazones de Jesús y María. Especialmente la humildad, la mansedumbre, el amor sacrificial, la pureza y la obediencia

    También les ayudará a ejercer las virtudes que construyen y mantienen la unidad de familia, como la  paz, el orden, el respeto, la delicadeza, el pensar primero en el otro, la abnegación, la comunicación y sobre todo la caridad.


    ¿Cómo debe vivir una Familia consagrada al Corazón Inmaculado de María?

    -Fidelidad a la Iglesia y a los Sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Confesión habitual.

    -Oración, personal y familiar, especialmente el rezo del Santo Rosario con frecuencia.

    -Tener una imagen del Corazón Inmaculado de María en un lugar destacado del hogar

    -Apoyar a su parroquia de la manera que ustedes puedan (con su tiempo, con recursos, etc.)

    -Ser generosos en las necesidades de los demás.

    -Renovar regularmente la oración de Consagración de la familia al Corazón Inmaculado de María.

    DEVOCIÓN DE LAS TRES AVEMARÍAS


    DEVOCIÓN DE LAS TRES AVEMARÍAS

    ¿En qué consiste la devoción de las tres Avemarías?


    En rezar tres veces el Avemaría a la Santísima Virgen, Madre de Dios y Señora nuestra, bien para honrarla o bien para alcanzar algún favor por su mediación.

    ¿Cuál es el fin de esta devoción?

    Honrar los tres principales atributos de María Santísima, que son: 
    1.- El poder que le otorgó Dios Padre por ser su Hija predilecta.
    2.- La sabiduría con que la adornó Dios Hijo, al elegirla como su Madre.
    3.- La misericordia con que la llenó Dios Espíritu Santo, al escogerla por su inmaculada Esposa.
    De ahí viene que sean tres las Avemarías a rezar y no otro número diferente.

    ¿Cuál es la forma de rezar las tres Avemarías?

    María Madre mía, líbrame de caer en pecado mortal.

    1. Por el poder que te concedió el Padre Eterno

    Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

    2. Por la sabiduría que te concedió el Hijo.

    Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

    3. Por el Amor que te concedió el Espíritu Santo

    Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

    ¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre por los 
    siglos de los siglos. Amén!


    ¿Cuál es el origen de la devoción de las tres Avemarías? 

    Santa Matilde, religiosa benedictina, suplicó a la Santísima Virgen que la asistiera en la hora de la muerte. La Virgen María le dijo lo siguiente: "Sí que lo haré; pero quiero que por tu parte me reces diariamente tres Avemarías. La primera, pidiendo que así como Dios Padre me encumbró a un trono de gloria sin igual, haciéndome la más poderosa en el cielo y en la tierra, así también yo te asista en la tierra para fortificarte y apartar de ti toda potestad enemiga. Por la segunda Avemaría me pedirás que así como el Hijo de Dios me llenó de sabiduría, en tal extremo que tengo más conocimiento de la Santísima Trinidad que todos los Santos, así te asista yo en el trance de la muerte para llenar tu alma de las luces de la fe y de la verdadera sabiduría, para que no la oscurezcan las tinieblas del error e ignorancia. Por la tercera, pedirás que así como el Espíritu Santo me ha llenado de las dulzuras de su amor, y me ha hecho tan amable que después de Dios soy la más dulce y misericordiosa, así yo te asista en la muerte llenando tu alma de tal suavidad de amor 
    divino, que toda pena y amargura de muerte se cambie para ti en delicias."

    Y esta promesa se extendió en beneficio de todos cuantos ponen en práctica ese rezo diario de las tres Avemarías.


    ¿Cuáles son las promesas de la Virgen a quienes recen diariamente las tres avemarías? 

    Nuestra Señora prometió a Santa Matilde y a otras almas piadosas que quien rezara diariamente tres avemarías, tendría su auxilio durante la vida y su especial asistencia a la hora de la muerte, presentándose en esa hora final con el brillo de una belleza tal que con sólo verla la consolaría y le transmitiría las alegrías del Cielo.


    ¿De qué fecha data el primer texto del Avemaría? 

    El 23 de octubre de 1498 apareció impreso en Brescia-Italia, el primer texto completo del Avemaría, tal como se le reza en la actualidad. Fue incluida en una obra dedicada a la Virgen, compuesta por el padre servita Gasparino Borro.

    En 1568, el Papa Pío V, al promulgar la nueva Liturgia de las Horas, introdujo y prescribió la fórmula completa del Avemaría y dispuso que todos los sacerdotes, al iniciar en cada hora el rezo del Oficio Divino, recen el Avemaría después del Padre Nuestro.

    ¿Cuál es el fundamento de esta devoción?

    La afirmación católica de que la Santísima Virgen poseyó, en el más alto grado posible a una criatura, los atributos de poder, sabiduría y misericordia. 
    Esto es lo que enseña la Iglesia al invocar a María como Virgen Poderosa, Madre de Misericordia y Trono de Sabiduría.

    LOS NUEVOS MISTERIOS DEL ROSARIO


    LOS NUEVOS MISTERIOS DEL ROSARIO

    El 16 de Octubre de 2002, fue presentada la carta apostólica del Papa Juan Pablo II «Rosarium Virginis Mariae» («El Rosario de la Virgen María»). El punto más destacado fue la inclusión de cinco nuevos misterios en el Rosario.

    El Papa, al explicar esta decisión en el documento, define el Rosario como un «compendio del Evangelio» orientado «a la contemplación del rostro de Cristo» con los ojos de María a través de la repetición del «avemaría». 

    Ahora bien, constata, en los quince misterios del Rosario (cada día se contemplan cinco misterios rezando en cada uno diez avemarías) faltaban hasta ahora momentos decisivos de la vida de Cristo. 

    Por este motivo, considera «oportuna una incorporación que, si bien se deja a la libre consideración de los individuos y de la comunidad, les permita contemplar también los misterios de la vida pública de Cristo desde el Bautismo a la Pasión». 

    Explica que los llama «misterios de la luz» (los otros eran «misterios de dolor», «misterios de gozo», y «misterios de gloria»), pues en su vida pública, Cristo se manifiesta como «misterio de luz»: «Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo» (Juan 9, 5). 

    Juan Pablo II presenta el enunciado de cada uno de los cinco «misterios luminosos» sobre la vida pública de Jesús: 

    1. El Bautismo en el Jordán; 

    2. La autorrevelación de Jesús en las bodas de Caná; 

    3. El anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 

    4. La Transfiguración; 

    5. La institución de la Eucaristía. 

    La carta apostólica explica después el misterio que contempla el cristiano en cada uno de estos pasajes de la vida pública de Jesús. 

    «Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el Jordán --constata--. En él, mientras Cristo, como inocente que se hace 'pecado' por nosotros (cf. 2 Co 5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf. Mt 3, 17 par.), y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera». 

    «Misterio de luz --añade la carta-- es el comienzo de los signos en Caná (cf. Jn 2, 1-12), cuando Cristo, transformando el agua en vino, abre el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la primera creyente». 

    «Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión (cf. Mc 1, 15), perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe (cf. Mc 2. 3-13; Lc 47-48), iniciando así el ministerio de misericordia que Él continuará ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia», sigue aclarando. 

    «Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración --subraya al explicar el cuarto misterio añadido--, que según la tradición tuvo lugar en el Monte Tabor. La gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo "escuchen"». 

    «Misterio de luz es, por fin, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la humanidad "hasta el extremo" (Jn13, 1) y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio». 

    El Papa sugiere --respetando la libertad del creyente en este campo-- que los «misterios luminosos» sean contemplados el jueves. Propone, entonces, que el lunes y el sábado los cristianos recen a partir de ahora los «misterios gozosos»; el martes y el viernes los «dolorosos»; el miércoles, y el domingo los «gloriosos».
    Juan Pablo II ha proclamado el período comprendido entre Octubre de 2002 hasta Octubre de 2003, Año del Rosario. Aclaró que esta convocatoria celebra tres momentos significativos: los 25 años de su pontificado; los 120 años del aniversario de la encíclica «Supremi apostolatus officio» de León XIII que comenzó una serie de documentos sobre el Rosario; y el apéndice del Año Santo de 2000. 

    El Santo Padre concluyó indicando que el Rosario es una oración "tan fácil y, al mismo tiempo tan rica, que merece de veras ser recuperada por la Comunidad Cristiana". Y finalizó pidiéndonos con su habitual solicitud y fuerza: "¡ Que este llamamiento mío no sea en balde!" 
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