jueves, 24 de diciembre de 2015

TODOS LOS DÍAS PUEDE SER NAVIDAD


Todos los días puede ser Navidad
El optimismo es la tarjeta de identificación del cristiano. Este optimismo nace de la certeza de que Dios nació y puso su morada entre nosotros. En esta Navidad Cristo quiere nacer de nuevo en el corazón de los hombres con una condición: dejarlo entrar.


Por: Jorge Enrique Mújica | Fuente: Virtudes y valores 




A veces somos medio miopes y vemos lo blanco, negro y lo negro, blanco. ¿Cuestión de perspectivas? No, cuestión de no engañarnos ni dejarnos engañar; cuestión de equilibrio. A veces nos pasamos de negativos y nos ponemos pesimistas hasta la médula de los huesos. Otras veces nos pasamos de optimistas que nos desubicamos de la realidad. Lo correcto es la mesura, la moderación, la sensatez.


Que si este año se atacó la Navidad más que el otro; que si esta vez menos escuelas la festejaron; que si este año el ayuntamiento prohibió el Belén; que si ahora vetaron los adornos cristianos en lugares públicos; que si se está despojando a la Navidad de su razón y sentido; que si… Sí, no es para hacer fiesta pero tampoco para hundirnos en la tristeza. “Ya para qué celebro la Navidad”, pensará alguno. El pesimismo es una actitud tentativa a elegir en estos casos, pero hay otra más noble y elevada: el optimismo, la actitud por la que el cristiano siempre debería optar.



No nos referimos al mero optimismo humano, al que se queda en la naturalidad de un temperamento. Vamos más allá, al optimismo cristiano, ese que ante las realidades difíciles no se arredra ni achicopala; ese que trasciende temperamentos y no conoce más frontera que la de la libertad del ser humano.



Esperanza es el nombre cristiano del optimismo: si el optimismo es nuestra acta de nacimiento, la esperanza es la de bautismo. ¿Y esto que tiene que ver con la Navidad? ¡Todo! Porque Navidad, además de un periodo donde festejamos el cumpleaños del mero, mero, es también un estado del alma, una actitud de vida. Y como la vida se puede afrontar negativa o positivamente, con pesimismo o con optimismo, debemos aprender a vivirla como cristianos.



Solemos entristecernos a la primera. Vemos el cielo nublado y se nos olvida que detrás está el sol, que sólo hace falta atravesar las nubes, ir más allá de ellas. Y para eso es la vida, para eso es el optimismo cristiano. Nuestras vidas deben ser el gran motor de un avión que nos lleve a atravesar los cielos en búsqueda de esa luz que nos da alegría, serenidad y consuelo. Dependen de nosotros, de si queremos un motorcito de aviones vejestorios que nos pueden dejar a medio camino, que no nos garantizan alcanzar la plenitud de nuestra meta, o uno moderno que tiene la potencia y concede la seguridad de conseguir nuestro destino. Cada día fabricamos ese motor. La fe nos dice que arriba hay luz; la caridad que queremos lograrla; la esperanza que podemos conseguirla.


El optimismo cristiano nace de la conciencia de saber que Dios nació y puso su morada entre nosotros. Nace del hecho de que Dios quiere nacer no sólo cada año sino todos los días de la vida en nuestros corazones. ¡Si supiéramos lo que es bueno! Y ni nos pide mansiones, ni hoteles de primera clase, ni chalets en zonas residenciales exclusivas; sigue queriendo anidar en la humildad, en el silencio, en lo oculto. Únicamente pide un corazón dispuesto, un alma preparada, preñada del optimismo que de un ánima así se desprende.


Todos los días puede ser Navidad. Ahora que lo sabemos no podemos dejar pasar la oportunidad de aprovecharla. Con optimismo, con amor, con obras. Es tan fácil: reconciliarse con aquel con quien me enemisté, recordar los detalles hacia el esposo o esposa (como cuando eran novios), agradecer a los abuelos, manifestarles el cariño; si somos hijo, ofrecerse a cocinar la cena, estar disponible a ayudar en lo que se ofrezca…


Cristo nació y murió aparentemente como un fracasado. Y es que Dios aparenta arruinarse pero luego triunfa; sus “fracasos”, siempre son aparentes, son una oportunidad de probar nuestra fe, nuestra confianza en Él. Ahora que lo sabemos no podemos decepcionarle. El hecho de que se minusvalore la Navidad o que algunos la hayan empezado a vaciar de sentido no puede ser motivo para abandonarnos en la melancolía; ¡es la mejor oportunidad para demostrar con obras nuestro amor, para declararnos abiertamente cristianos! Un corazón que ha construido un Belén para Dios puede lograr esto y mucho más porque ya es de Cristo, porque está bañado por el optimismo cristiano.

A un día del nacimiento del Salvador, conviente prepararse para el gran acontecimiento. Como recordaba el Papa Benedicto XVI : «Que el Niños Jesús, al nacer entre nosotros, no nos encuentre distraídos o dedicados simplemente a decorar de luces nuestras casas. Decoremos más bien en nuestro espíritu y en nuestras familias una digna morada en la que Él se sienta acogido con fe y amor. Que nos ayuden la Virgen y san José a vivir el Misterio de la Navidad con una nueva maravilla y una serenidad pacificadora». La preparación exterior es reflejo de la preparación interior. Las fiestas son manifestaciones del gozo por el nacimiento del Salvador. Sólo así tendremos unas navidades completas y autenticamente felices.

¡Feliz Navidad!

CRISTO JESÚS ESTÁ CON NOSOTROS ESTA NOCHE


Cristo Jesús está con nosotros esta noche
El Dios de los cielos, queriendo ponerse en nuestras manos, se hace pequeño, indefenso, niño, en el portal de Belén, donde podremos adorarle.


Por: P. Alberto Ramírez Mozqueda | Fuente: Catholic.net 




Natividad del Señor

"Como el joven se desposa con una doncella, se desposará contigo tu hacedor: como el esposo se alegra con la esposa, así se alegrará tu Dios contigo".

Como en un magnífico exordio, con la alegría de los esposos que conviven juntos, así anuncia el Profeta Isaías la venida de Cristo el Salvador que colmará los deseos de los hombres de una muy estrecha solidaridad con el autor de los siglos, de los continentes y de los hombres.

Cristo Jesús está con nosotros esta noche, este día y todos los siglos, y aunque personajes extraños tratan de acaparar las miradas y atraerlas hacia sí, Cristo Jesús tendrá que ser el único centro de atención, de amor, de paz y de solidaridad.

Benedicto XVI lo expresa magníficamente: "En la gruta de Belén, la soledad del hombre está vencida, nuestra existencia ya no está abandonada a las fuerzas impersonales de los procesos naturales e históricos, nuestra casa puede ser construida en la roca: nosotros podemos proyectar nuestra historia, la historia de la humanidad, no en la utopía sino en la certeza de que el Dios de Cristo Jesús está presente y nos acompaña".

No cabe duda que todos los hombres se preguntan, unos para acogerlo y otros para rechazarlo, cómo es Dios y qué rostro tiene. Los que han intentado acercarse a él, nos han dado su propia versión, y nos han reflejado su experiencia, pero ha sido la suya propia que muchas veces no refleja definitivamente el rostro del verdadero Dios. Ni los profetas, ni los sacerdotes, ni Moisés siquiera, han logrado darnos una versión total del Dios del Universo, e incluso, muchos quisieron hacerse un Dios a su imagen y semejanza, para sostener la precariedad de sus vidas e incluso tratando de encontrar en él, justificación para su estrecha o torcida manera de vivir, justificando sus injusticias, su avaricia, su tremenda avaricia, que deja a muchos sin comer, mientras ellos se permiten disfrutarlo todo.

Todas esas versiones que nos han dejado de Dios, han sido o incompletas o falsas, y podría haber desconcierto, cuando San Juan, en el prólogo de su Evangelio, afirma tajantemente que a Dios nadie lo ha visto. ¿Entonces qué hacer? ¿Está el Señor jugando a las escondiditas? No definitivamente no, pero tendríamos que decir al llegar a este punto, que el verdadero Dios es tan grande, que nunca lo entenderíamos ni podríamos poseerlo con nuestra débil inteligencia y con la cortedad de nuestra manos.

Pero precisamente el Dios de los cielos, queriendo ponerse en nuestras manos, se hace pequeño, indefenso, niño, en el portal de Belén, y en él podremos adorar al Dios que los hombres buscan para tener una respuesta a todas sus inquietudes. Es la respuesta del verdadero Dios, un Dios que se hace niño y se hace hombre, para que el hombre se haga Dios. Y esa realidad se realiza en la persona de Cristo Jesús, que es todo Dios y es al mismo tiempo todo hombre. Qué admirable descubrimiento del Dios de los cielos, creador de cuanto existe. En el Divino Niño podemos adorar la grandeza de Dios, sin olvidarnos que cuando el Hijo de Dios se encarna, ya lleva presente con él la salvación para todos los hombres con su muerte y resurrección.

Es el momento de la adoración, es el momento del amor. a Cristo mismo no lo entenderemos sin amor, y sin amor tampoco comprenderíamos el designio de Dios de hacerse cercano a los hombres. Mientras prendemos luces y más luces en al árbol de Navidad, esforcémonos más por encender el corazón en la luz del corazón de Cristo para que todo el mundo se convierta en una hoguera de amor, de paz, de consuelo y de solidaridad para todos los hombres.


Esta es la VERDADERA Y FELIZ NAVIDAD.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

ESTAMPAS CRISTIANAS CON SALUDOS DE NAVIDAD



















NAVIDAD, NAVIDAD


Navidad, Navidad 
July Mouriño




Navidad, Navidad,
ya pasaron nueve meses,
hoy María nos mostró
a Jesús que se encarnó. 

Navidad, Navidad,
en el cielo hay claridad
pues hoy brillan las estrellas,
iluminan la Humildad. 

Navidad, Navidad,
Dios mostró su humanidad,
cantan ángeles el Gloria,
vemos la Misericordia. 

Navidad, Navidad,
que hoy los niños por nacer
salten todos de alegría,
como en el encuentro aquel
de María e Isabel,
cuando Juan saltó de gozo
saludándola a María 
y reconociéndolo a El.


IMÁGENES DE LA VIRGEN MARÍA CON MENSAJES









lunes, 21 de diciembre de 2015

NAVIDAD, QUÉ ES?

Navidad...¿Qué es.?


Navidad es un presente, no un pasado.  
Navidad no es una fecha histórica a recordar, sino un presente que hay que vivir:

Cuando decides amar a los que te rodean. Ese día es Navidad.

Cuando decides dar un paso de reconciliación con el que te ha ofendido. Ese día es Navidad.

Cuando te encuentras con alguien que te pide ayuda y lo socorres. Ese día es Navidad.

Cuando te tomas el tiempo para charlar con los que están solos. Ese día es Navidad.

Cuando comprendes que los rencores pueden ser transformados a través del perdón. Ese día es Navidad.

Cuando te desprendes aún de lo que necesitas, para dar a los que tienen menos. Ese día es Navidad.

Cuando renuncias al materialismo y al consumismo. Ese día es Navidad.

Cuando eliges vivir en la alegría y la esperanza. Ese día es Navidad. 

CON MARÍA A LA NAVIDAD


Con María a la Navidad



El último domingo de Adviento es el que debe preparar inmediatamente a la Navidad. Las compras ya deberían estar hechas, y tal vez estamos un poco más disponibles para pensar también en el sentido religioso de la fiesta. El Evangelio es el de la Visitación de María a Isabel, que finaliza con el Magnificat: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva»

Con el Magnificat María nos ayuda a captar un aspecto importante del misterio navideño sobre el que desearía insistir: la Navidad como fiesta de los humildes y como rescate de los pobres. Dice: «Ha derribado del trono a los poderosos y ha enaltecido a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos». En el mundo de hoy se van perfilando dos nuevas clases sociales, que ya no son las mismas que se consideraban en el pasado, esto es, propietarios y proletarios. Son más bien, por un lado, la sociedad cosmopolita que sabe inglés, que se mueve a sus anchas por los aeropuertos del mundo, que sabe utilizar el ordenador y «navega» por Internet; para la cual la tierra es ya «la aldea global»; por otro, la gran masa de aquellos que apenas han salido de su pueblo natal y tienen un acceso limitado o sólo indirecto a los grandes medios de comunicación social. Hoy son estos, respectivamente, los nuevos «poderosos» y los nuevos «humildes».

María nos ayuda a volver a poner las cosas en su sitio y a no dejarnos engañar. Nos dice que frecuentemente los valores más profundos se esconden entre los humildes; que los acontecimientos que más inciden en la historia (como el nacimiento de Jesús) suceden en medio de ellos, no sobre los grandes escenarios del mundo. Belén era «la aldea más pequeña de Judá», dice la primera lectura del día; sin embargo, fue en ella en la que nació el Mesías. Grandes escritores, como Manzoni y Dostoiewski, han inmortalizado en sus obras los valores y las historias de la «gente pobre».

La «opción preferencial» de los pobres es algo que hizo Dios mucho antes del Concilio Vaticano II. La Escritura dice que «el Señor es excelso, pero se fija en el humilde» (Sal 138, 6); que «resiste a los soberbios, pero concede su favor a los humildes» (1 P 5, 5). A lo largo de toda la revelación se nos muestra como un Dios que se inclina sobre los pobres, los afligidos, los abandonados y aquellos que no son nada a los ojos del mundo. Todo esto contiene una lección actualísima. Nuestra tentación, en efecto, es la de hacer exactamente lo contrario de lo que hizo Dios: querer mirar a quien está arriba, no a quien está abajo; a quien le va bien, no a quien se encuentra en necesidad.

No podemos contentarnos con recordar que Dios orienta su mirada hacia los humildes. Debemos hacernos nosotros mismos pequeños, humildes, al menos de corazón. La Basílica de la Natividad en Belén sólo tiene una puerta de entrada, y es tan baja que no se puede pasar por ella más que inclinándose profundamente. Hay quien dice que fue construida así para impedir que los beduinos entraran a grupa de sus camellos. Pero la explicación que siempre se ha dado (y que contiene, en cualquier caso, una profunda verdad espiritual) es otra. Esa puerta debía recordar a los peregrinos que para penetrar en el significado profundo de la Navidad hay que abajarse y hacerse pequeños.


P. Raniero Cantalamessa

ESTAMPAS CON ORACIONES AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS






MARÍA, UN MISTERIO


María, un misterio
¿Cómo decirlo todo sin inventar nada, cuando sabemos tan poco de ella, pero ese poco que sabemos es tan vertiginoso?


Por: José Luis Martín Descalzo | Fuente: Vida y misterio de Jesús de Nazaret 




Sí, un misterio que invita más a llorar de alegría que a hablar. ¿Cómo hablar de María con la suficiente ternura, con la necesaria verdad? ¿Cómo explicar su sencillez sin retóricas y su hondura sin palabrerías? ¿Cómo decirlo todo sin inventar nada, cuando sabemos tan poco de ella, pero ese poco que sabemos es tan vertiginoso? Los evangelios -y es lo único que realmente conocemos con certeza de ella- no le dedican más allá de doce o catorce lineas. ¡Pero cuántos misterios y cuánto asombro en ellas!

Sabemos que se llamaba María (Mirjam, un nombre al que la piedad ha buscado más de sesenta interpretaciones, pero que probablemente significa sólo «señora»); sabemos que era virgen y deseaba seguir siéndolo, y que -primera paradoja- estaba, sin embargo, desposada con un muchacho llamado José: sabemos que estaba «llena de gracia» y que vivió permanentemente en la fe... Es poco, pero es ya muchísimo.

Estaba «llena de gracia». Más: era «la llena de gracia». El ángel dirá «llena de gracia» como quien pronuncia un apellido, como si en todo el mundo y toda la historia no hubiera más "llena de gracia" que ella. Y hasta los escrituristas insisten en el carácter pasivo que ahí tiene el verbo llenar y piensan que habría que traducirlo -con perdón de los gramáticos- «llenada de gracia». Era una mujer elegida por Dios, invadida de Dios, inundada por Dios. Tenia el alma como en préstamo, requisada, expropiada para utilidad pública en una gran tarea.

No quiere esto decir que su vida hubiera estado hasta entonces llena de milagros, que las varas secas florecieran de nardos a su paso o que la primavera se adelgazara al rozar su vestido. Quiere simplemente decir que Dios la poseía mucho más que el esposo posee a la esposa. El misterio la rodeaba con esa muralla de soledad que circunda a los niños que viven ya desde pequeños una gran vocación. No hubo seguramente milagros en su infancia, pero sí fue una niña distinta, una niña «rara». O más exactamente: misteriosa. La presencia de Dios era la misma raíz de su alma. Orar era, para ella, respirar, vivir.

Seguramente este mismo misterio la torturaba un poco. Porque ella no entendía. ¿Cómo iba a entender? Se sentía guiada, conducida. Libre también, pero arrastrada dulcemente, como un niño es conducido por la amorosa mano de la madre. La llevaban de la mano, eso era.



Muchas veces debió de preguntarse por qué ella no era como las demás muchachas, por qué no se divertía como sus amigas, por qué sus sueños parecían venidos de otro planeta. Pero no encontraba respuesta. Sabía, eso sí, que un día todo tendría que aclararse. Y esperaba.

Esperaba entre contradicciones. ¿Por qué -por ejemplo- había nacido en ella aquel «absurdo» deseo de permanecer virgen? Para las mujeres de su pueblo y su tiempo ésta era la mayor de las desgracias. El ideal de todas era envejecer en medio de un escuadrón de hijos rodeándola «como retoños de olivos» (Sal 127, 3), llegar a ver «los hijos de los hijos de los hijos» (Tob 9, 11). Sabía que «los hijos son un don del Señor y el fruto de las entrañas una recompensa» (Sal 126, 3). Había visto cómo todas las mujeres bíblicas exultaban y cantaban de gozo al derrotar la esterilidad. Recordaba el llanto de Jefté y sus lamentos no por la pena de morir, sino por la de morir virgen, como un árbol cortado por la mitad del tronco.

Sabía que esta virginidad era aún más extraña en ella. ¿No era acaso de la familia de David y no era de esta estirpe de donde saldría el Salvador? Renunciando a la maternidad, renunciaba también a la más maravillosa de las posibilidades. No, no es que ella se atreviera siquiera a imaginarse que Dios podía elegirla para ese vertiginoso prodigio -"yo, yo» pensaba asustándose de la simple posibilidad- pero, aunque fuera imposible, ¿por qué cerrar a cal y canto esa maravillosa puerta?

Sí, era absurdo, lo sabía muy bien. Pero sabía también que aquella idea de ser virgen la había plantado en su alma alguien que no era ella. ¿Cómo podría oponerse? Temblaba ante la sola idea de decir «no» a algo pedido o insinuado desde lo alto. Comprendía que humanamente tenían razón en su casa y en su vecindario cuando decían que aquel proyecto suyo era locura. Y aceptaba sonriendo las bromas y los comentarios. Sí, tenían razón los suyos: ella era la loca de la familia, la que habla elegido el «peor» partido. Pero la mano que la conducía la había llevado a aquella extraña playa.

Por eso tampoco se opuso cuando los suyos decidieron desposarla con José. Esto no lo entendía: ¿Cómo quien sembró en su alma aquel ansia de virginidad aceptaba ahora que le buscasen un esposo? Inclinó la cabeza: la voluntad de Dios no podía oponerse a la de sus padres. Dios vería cómo combinaba virginidad y matrimonio. No se puso siquiera nerviosa: cosas más grandes había hecho Dios. Decidió seguir esperando.

El saber que era José el elegido debió de tranquilizarla mucho. Era un buen muchacho.

Ella lo sabía bien porque en Nazaret se conocían todos. Un muchacho «justo y temeroso de Dios», un poco raro también, como ella. En el pueblo debieron de comentarlo: «Tal para cual». Hacían buena pareja: los dos podían cobijarse bajo un mismo misterio, aquel que a ella la poseía desde siempre.

¿Contó a José sus proyectos de permanecer virgen? Probablemente no. ¿Para qué? Si era interés de Dios el que siguiera virgen, él se las arreglarla para conseguirlo. En definitiva, aquel asunto era más de Dios que suyo. Que él lo resolviera. Esperó...

domingo, 20 de diciembre de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: LA VISITA DE MARÍA A SANTA ISABEL



La Visita de la Virgen a su prima Isabel
Adviento



Lucas 1, 39-45. Adviento. Estas dos mujeres viven y comparten el mayor secreto que pueda Dios comunicar a los hombres. 


Por: P Juan Pablo Menéndez | Fuente: Catholic.net 



Del santo Evangelio según san Lucas 1, 39-45
En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor! 

Oración introductoria
«Dichosa tú, que has creído». María fue llamada dichosa, no por el hecho de ser Madre de Dios, sino por su fe. Ven, Espíritu Santo, para que esta oración aumente mi fe en el amor y en el poder de Dios, y sepa entregarme con amor y sin reservas a mi misión.

Petición
María, Madre mía, ayúdame a imitarte hoy en el servicio a los demás.

Meditación del Papa Francisco
Este episodio nos muestra ante todo la comunicación como un diálogo que se entrelaza con el lenguaje del cuerpo. En efecto, la primera respuesta al saludo de María la da el niño saltando gozosamente en el vientre de Isabel. Exultar por la alegría del encuentro es, en cierto sentido, el arquetipo y el símbolo de cualquier otra comunicación que aprendemos incluso antes de venir al mundo. El seno materno que nos acoge es la primera “escuela” de comunicación, hecha de escucha y de contacto corpóreo, donde comenzamos a familiarizarnos con el mundo externo en un ambiente protegido y con el sonido tranquilizador del palpitar del corazón de la mamá. Este encuentro entre dos seres a la vez tan íntimos, aunque todavía tan extraños uno de otro, es un encuentro lleno de promesas, es nuestra primera experiencia de comunicación. Y es una experiencia que nos acomuna a todos, porque todos nosotros hemos nacido de una madre.
Después de llegar al mundo, permanecemos en un “seno”, que es la familia. Un seno hecho de personas diversas en relación; la familia es el “lugar donde se aprende a convivir en la diferencia”: diferencias de géneros y de generaciones, que comunican antes que nada porque se acogen mutuamente, porque entre ellos existe un vínculo. Y cuanto más amplio es el abanico de estas relaciones y más diversas son las edades, más rico es nuestro ambiente de vida.  (Mensaje de S.S. Francisco, 23 de enero de 2015).
Reflexión
El evangelio de San Lucas nos narra el Anuncio del ángel a María como "de puntillas", con gran respeto, venerando a los protagonistas de este diálogo único. Hoy, sin embargo, asistimos a aquella "segunda anunciación". La que el Espíritu Santo revela a santa Isabel en el momento de reconocer en María a la Madre de su Señor. Estas dos mujeres viven y comparten el mayor secreto que pueda Dios comunicar a los hombres, y lo hacen con una naturalidad sorprendente. Por su parte, María, la llena de gracia, no sólo no se queda ociosa en su casa. Ser Madre de Dios no desdice un ápice de su condición de mujer humilde, de modo que va en ayuda de su prima. Isabel, por su parte, anuncia, inspirada por el Espíritu, una gran verdad: la felicidad está en el creer al Señor.

Cuando alguien se profesa cristiano, su fe y su vida; lo que cree y cómo lo vive, son dos esferas que están íntimamente unidas. Quien piense que "creer" es sólo profesar un credo religioso, adherir a una religión o a unos dogmas, quizás tiene una pobre visión del término. Porque cuando se cree de verdad se empieza a gustar las delicias con que Dios regala a las almas que le buscan con sinceridad. La pedagogía de Dios es tan sabia que sabe impulsarnos, dándonos a saborear su felicidad, -que es inmensa e incomparable-, cuando somos fieles. Es un gozo que, sin casi quererlo, nos lleva a más, nos invita a entregarnos con más generosidad a la realización de un plan que va más allá de nuestra visión humana. Isabel reconoce en su prima esa felicidad porque ha creído, pero además porque en consecuencia, su vida ya no respondía a un plan trazado por ella, sino por su Señor. Ella estaba también encinta ¿por qué era necesario un viaje en las condiciones de aquel tiempo...?

Preguntémonos, si hoy queremos ser felices, ¿cómo va mi fe en la presencia de Dios en mi vida? Si lucho por aceptarla y vivirla ya tengo el primer requisito para mi felicidad. Aunque tenga que trabajar y sufrir, sabré en todo momento que Dios está a mi lado, como lo estuvo de María y de Isabel.

Propósito
Vivir hoy con la resolución de servir, por amor, a las personas con las que convivo.

Diálogo con Cristo 
María, gracias por enseñarme a entregar mi voluntad a Dios, a no querer cumplir todos mis deseos, por muy importantes que me puedan parecer, a saber dejar todo en manos de nuestro Padre y Señor. Quiero imitar tu bondad y disposición para ayudar a los demás. Intercede por mí para que sepa imitar esas virtudes que más agradan a tu Hijo, nuestro Señor.

NAVIDAD ES PARA TODOS... ES TAMBIÉN PARA TI


Autor: P Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net
Navidad es para todos...es también para ti
Dios es un Niño que ama, que te ama con un corazón de niño y con la fuerza de un Dios.


Quienquiera que seas,
detente un momento ante esa cueva.
¿Ves ese niño indefenso?
Es Dios, es el único Redentor.
Es para ti.

Si te sientes muy pecador…
Él te dice que tienes perdón.
Si estás muy desesperado…
Él te ofrece la alegría de vivir.

Si eres pobre…
piensa que Él es más pobre que tú
y que es pobre por ti.

Si crees que no hay camino para encontrar la paz…
El es el Camino.

Si crees que todo es farsa y mentira
en la vida y en la sociedad…
Él es la Verdad.

Si crees que la vida no tiene sentido ni valor…
Recuerda que Él es la Vida.

Tú que te has detenido ante muchos palacios,
y tiendas, y salas de fiestas,
sin encontrar lo que buscas…
nada pierdes con intentar
comprar a ese Niño el amor,
la vida y la paz.
Y Él a cambio te pide
una pequeña limosna de amor.

Cada año vuelve a nacer donde le dejan
y vuelve a pasar frío, mucho frío en tantos corazones;
pero queda compensado por el calor y el cariño
de unos pocos que le aman con locura.

¿Qué le ofrezco yo en esta Noche Buena?
¿Unas pajas, un poquito de cariño,
el rescoldo de un viejo amor?
Voy a entrar a esa cueva de rodillas,
voy a besar ese pesebre y esas pajas.. .

El Amor se hizo pequeño,
se hizo débil, se hizo tierno,
se hizo carne,
carne como la nuestra,
carne que llora y sufre y tiene frío,
pero carne de amor: Dios es Amor Encarnado.

Dios es un Niño que ríe, que ríe contigo.
Dios es un Niño que llora, que llora por ti.
Dios es un Niño que ama,
que te ama con un corazón de niño,
y con la fuerza de un Dios.

MARÍA, LA VIRGEN DEL AMOR MISERICORDIOSO


María, la Virgen del amor misericordioso
Ese gran amor de esposa, de madre, de amiga que se respiraba en torno suyo, estaba entretejido con mil y un detalles.


Por: P. Marcelino de Andrés LC | Fuente: Catholic.net 




Entre los muchos títulos con los que nos referimos a María está el de Madre del Amor misericordioso. Es la Madre de Cristo, la Madre de Dios. Y Dios es amor. Dios quiso, sin duda, escogerse una Madre adornada especialmente de la cualidad o virtud que a Él lo define. Por eso María debió vivir la virtud del amor, de la caridad en grado elevadísimo. Fue, ciertamente, uno de sus principales distintivos. Es más, Ella ha sido la única creatura capaz de un amor perfecto y puro, sin sombra de egoísmo o desorden. Porque sólo Ella ha sido inmaculada; y por eso sólo Ella ha sido capaz de amar a Dios, su Hijo, como Él merecía y quería ser amado.

Fue ese amor suyo un amor concreto y real. El amor no son palabras bonitas. Son obras. “El amor es el hecho mismo de amar”, dirá San Agustín. La caridad no son buenos deseos. Es entrega desinteresada a los demás. Y eso es precisamente lo que encontramos en la vida de la Santísima Virgen: un amor auténtico, traducido en donación de sí a Dios y a los demás.

María irradiaba amor por los cuatro costados y a varios kilómetros a la redonda. La casa de la sagrada familia debía estar impregnada de caridad. Como también su barrio, el pueblo entero e incluso gran parte de la comarca... Las hondas expansivas del amor, cuando es real, se difunden prodigiosamente con longitudes insospechadas.

El amor de la Virgen en la casa de Nazaret, como en las otras donde vivió, haría que allí oliese de verdad a cielo. Ese gran amor de esposa, de madre, de amiga que se respiraba en torno suyo, estaba entretejido con mil y un detalles.

Con qué sonrisa y ternura abriría la Santísima Virgen cada nuevo día de José y del niño con su puntual y acogedor “buenos días”; y de igual modo lo cerraría con un “buenas noches” cargado de solicitud y cariño. Cuántas agradables sorpresas y regalos aguardaban al Niño Dios detrás de cada “feliz cumpleaños” seguido del beso y abrazo de su Madre.

Cómo sabía Ella preparar los guisos que más le agradaban a José; y aquellos otros que le encantaban al niño Jesús. Qué bien se le daba a Ella eso de tener siempre limpia y arreglada la ropa de los dos hombres de la casa. Con cuánta atención y paciencia escucharía las peripecias infantiles que le contaba Jesús tras sus incansables aventuras con sus amigos; y también los éxitos e infortunios de la jornada carpintera de José. Cuántas veces se habrá apresurado María en terminar las labores de la casa para llevarle un refrigerio a su esposo y echarle una mano en el trabajo.

Era el amor lo que transformaba en sublimes cada uno de esos actos aparentemente normales y banales. Donde hay amor lo más normal se hace extraordinario y no existe lo banal. En María ninguna caricia era superficial o mecánica, ningún abrazo cansado o distraído, ningún beso de repertorio, ninguna sonrisa postiza.

“En Ella -afirma San Bernardo- no hay nada de severo, nada de terrible; todo es dulzura”. Todo lo que hacía estaba impregnado de aquella viveza del amor que nunca se marchita.

¡Qué mujer tan encantadora la Virgen! ¡Qué madre tan cariñosa y solícita! ¡Qué ama de casa tan atenta y maravillosa!

No sería tampoco difícil encontrar a María en casa de alguna vecina. Hoy en la de una, más tarde o mañana en la de otra. Porque a la una le han llovido muchos huéspedes y la Virgen intuye que allí será bienvenida una ayudita en el servicio. Porque la otra está enferma en cama y, con cinco chiquillos sueltos, la casa necesita no una sino dos manos femeninas que pongan un poco de orden. Porque a la de más allá le llegó momento de dar a luz y la Virgen quería estarle cerca y hacerle más llevadero ese trance que para Ella, en su momento y por las circunstancias, fue bastante difícil.

Y todo eso lo adivinaba e intuía Ella y se adelantaba a ofrecerse sin que nadie le dijera o pidiera nada. ¡Qué corazón tan atento el suyo!

En fin, que no era raro el día en que la Virgen prepararía y serviría no una sino dos o más comidas. No era desusual que además de ordenar y limpiar en su casa, lo hiciese en alguna otra de la vecindad. Como no era tampoco extraño comprobar que entre la ropa que Ella dejaba como nueva en el lavadero del pueblo, había prendas demás; y a veces muchas...

Ni siquiera debió ser insólito sorprender a María consolando y aconsejando a una coterránea que había reñido con su esposo; o visitando y atendiendo, en las afueras de la aldea, a los indeseables leprosos; o dando limosna a los pobres, aun a costa de estrechar un poco más la ya apretada situación económica de su hogar.

Todo eso lo aprendió y practicó María desde niña. La Virgen estaba habituada a preocuparse de las necesidades de los demás y a ofrecerse voluntariosa para remediarlas. Sólo así se comprende la presteza con la que salió de casa para visitar a su prima Isabel, apenas supo que estaba encinta e intuyó que necesitaba sus servicios y ayuda.

Su exquisita sensibilidad estaba al servicio del amor. Da la impresión de que llegaba a sentir como en carne propia los aprietos y apuros de todos aquellos que convivían junto Ella. Por eso no es de extrañar que en la boda aquella de Caná, mientras colaboraba con el servicio, percibiera enseguida la angustia de los anfitriones porque se había terminado el vino. De inmediato puso su amor en acto para remediar la bochornosa situación. Ella sabía quién asistía también al banquete. Tenía muy claro quién podía poner solución al asunto. Ni corta ni perezosa, pidió a Jesús, su Hijo, que hiciera un milagro. Y, aunque Él pareció resistirse al inicio, no pudo ante aquella mirada de ternura y cariño de su Madre. El amor de María precipitó la hora de Cristo.

El amor de María no conoció límites y traspasó las fronteras de lo comprensible. Ella perdonó y olvidó las ofensas recibidas, aun teniendo (humanamente hablando) motivos más que suficientes para odiar y guardar rencor. Perdonó y olvidó la maldad y crueldad de Herodes que quiso dar muerte a su pequeñín. Perdonó y olvidó las malas lenguas que la maldecían y calumniaban a causa de su Hijo. Perdonó y olvidó a los íntimos del Maestro tras el abandono traidor la noche del prendimiento. Perdonó y olvidó, en sintonía con el corazón de Jesús, a los que el viernes Santo crucificaron al que era el fruto de sus entrañas. Y también hoy sigue perdonando y olvidando a todos los que pecando continuamos ultrajando a su divino Jesús.

¡Cuánto tenemos nosotros que imitar a nuestra Madre! Porque pensamos mucho más en nosotros mismos que en el vecino. A nosotros nos cuesta mucho estar atentos a las necesidades de los demás y echarles una mano para remediarlas. Nosotros no estamos siempre dispuestos a escuchar con paciencia a todo el que quiere decirnos algo. Nosotros distinguimos muy bien lo que “en justicia” nos toca hacer y lo que le toca al prójimo, y rara vez arrimamos el hombro para hacer más llevadera la carga de los que caminan a nuestro lado. Nosotros en vez de amor, muchas veces irradiamos egoísmo. En vez de afecto y ternura traspiramos indiferencia y frialdad. En vez de comprensión y perdón, nuestros ojos y corazón despiden rencor y deseo de venganza. ¡Qué diferentes a veces de nuestra Madre del cielo!

María, la Virgen del amor, puede llenar de ese amor verdadero nuestro corazón para que sea más semejante al suyo y al de su Hijo Jesucristo. Pidámoselo.

LA SONRISA DE DIOS ES LA SONRISA DE MARÍA


La sonrisa de Dios es la sonrisa de María
María, nos invita a imitarla en un complaciente abandono a la palabra de Dios, que puede decirnos desde su obediencia,


Por: P. Alberto Ramírez Mozqueda | Fuente: Catholic.net 




Domingo cuarto de Adviento
Virgilio, el gran poeta latino, pagano, que ha tenido una gran influencia en la literatura universal, dice que el “niño comienza a conocer a su madre por la sonrisa”, anunciado proféticamente que la sonrisa de Dios es la sonrisa de María después del pecado, una vez que ella aceptó convertirse en la Madre de su Hijo Jesucristo, proporcionándole su Cuerpo precioso, un cuerpo necesario para realizar en los hombres y para los hombres la redención y la salvación de todo el genero humano.

Y hoy nos encontramos, ya en las inmediaciones de la Navidad, dejando atrás a Isaías y a San Juan Bautista, con el personaje central del Adviento, a María la Madre de Jesús, que nos dejará a las plantas del mismísimo Hijo de Dios encarnado.

Por eso, hoy queremos asistir embelezados al encuentro de dos mujeres pobres, gente del pueblo, las dos embarazadas, una de edad avanzada y la otra apenas una jovencita que tuvieron un papel destacado en la historia de la Salvación de nuestros pueblos.

Se trata de Isabel, la anciana, la que concibió en su seno prodigiosamente, ya en su ancianidad y María, que apenas en su adolescencia ofreció su cuerpo para que Dios realizara entre los hombres el prodigio inaudito de enviar para estar entre los hombres y para siempre a su mismísimo Hijo.

El encuentro no podía ser más agradable y simpático: “En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo en las montañas de Judea, y entrando, saludó a Isabel”. 

Fue ese viaje, el primer recorrido eucarístico, la primera vez que Cristo aún en el seno de su Madre, como el mejor tabernáculo, sagrario o manifestador pudo acercarse a los hombres y llevarles la presencia, la fuerza y la alegría del Espíritu Santo que lo había encarnado precisamente en el seno de aquella mujer singular.

Esa presencia y ese abrazo, hicieron que Juan Bautista, santificado en ese momento con la presencia del Espíritu Santo, saltara de gozo en el seno de su propia madre, que no escatimó la alabanza y la ternura a la mujercita que venía a atenderla en su propio parto:

“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre... Dichosa tú que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor!”.

Esas solas palabras, en las inmediaciones de la Navidad, nos sugieren muchas preguntas que no podemos dejar de contestar, porque ahí va implicada nuestra propia alegría, nuestra felicidad y en última instancia, nuestra propia salvación: ¿En qué creyó María, y qué le fue anunciado de parte del Señor?.

Podemos aventurar las respuestas diciendo que María le creyó al Padre que con un profundo respeto, una entrañable ternura, se acerca a la criatura, se abaja casi, para “pedirle”, hay que subrayarlo, para pedirle que se dignara ser la madre del Salvador. No se le impone la maternidad, no se la violenta, aunque se trate del Señor de Cielos y Tierra, dueño de todo.

Eso es ya una primera lección para los machistas, para los hombres que se creen superiores y con derecho a tratar a la mujer como su esclava, como simple objeto de placer y como una máquina de hacer hijos y criaturas muchas veces infelices.

María le creyó al Padre, y desde entonces se convierte en mujer “eucarística” toda la vida, dedicada en cuerpo y alma a su Hijo que con su Cuerpo logrará la santificación para todos los hombres.

La actitud de María, nos obliga entonces a imitarla en un complaciente abandono a la palabra de Dios, que puede decirnos desde su obediencia, “Hagan lo que él les diga”, no duden, pueden fiarse de la palabra de mi Hijo que pudo cambiar el agua en vino y que puede hacer del pan sencillo de los hombres nada menos que su propio Cuerpo y su propia Sangre, haciéndose para todos los hombres “pan de vida”.

A María le fue anunciada la presencia del Hijo de Dios que sería también hijo de María, a quien recibe amorosamente, anunciando a todos los bautizados la necesidad de recibir así como ella recibió la carne mortal, de Cristo, recibamos nosotros las especies sacramentales, las especies de pan y de vino, el Cuerpo y la Sangre del Señor.

María acertó a decir a Dios que aceptaba el compromiso de dedicarse totalmente a su Hijo con un famosísimo “Fíat”, hágase, realícese, consúmese en mí todo lo que tu palabra quiera, para enseñarnos a decir reverente y alegremente el “Amén” cada que recibimos presente con todo su ser humano-divino a Cristo en las especies de pan y de vino.

Ese fíat de María hizo que pronto pudiera recibir en sus brazos y arropar con todo cariño a Jesús, el Salvador de los hombres:

"Y la mirada embelezada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?” (Juan Pablo II).

Ese fíat de María le bastó y la fortaleció internamente, para prepararse a acompañar a su Hijo en todo momento, sin reparar en subir hasta cerca de él en alto de la cruz, correspondiendo a lo que el profeta le había anunciado:

“Y a ti una espada traspasará tu propia alma."

Pero si María tuvo que pasar por el Calvario y la cruz para acompañar a su Hijo, tuvo también la dicha de estar entre los apóstoles de su Hijo, acompañándoles en la oración y sosteniendo su esperanza en la resurrección de su hijo.

El Papa San Juan Pablo II, de quien estoy tomando todas estas ideas, de su encíclica sobre la Eucaristía, la cual recomiendo encarecidamente que lean todos mis cristianos catoliquísimos, nos hace asistir al momento sublime cuando María pudo escuchar en labios de los apóstoles “éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros.

Aquel Cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la cruz”.

Todo esto ha sido necesario para que nosotros podamos pasar una Navidad muy especial, acompañados de María, preparando no una cena ni unos vinos ni unos regalos, ni siquiera unos abrazos, a menos que se parezcan al abrazo de María a su prima Isabel, sino a preparar nuestros corazones para abrazarnos a Cristo hecho Carne y Sangre en el Sacramento Eucarístico, y recibirlo reverentemente como lo hizo María en la cuna de Belén. Será así la mejor de las Navidades.

Sonriendo con María, recibamos al Hijo de Dios hecho carne.

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