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lunes, 29 de febrero de 2016

CORAZÓN CONTEMPLATIVO


Corazón Contemplativo
El Magníficat es un ejemplo precioso del corazón contemplativo de María. María es la perfecta orante por la riqueza de su corazón y de sus palabras.


Por: Fernando Tamayo, L.C. | Fuente: Gama - Virtudes y Valores 




Uno de los paisajes interiores más bellos y profundos de María nos lo ofrece su corazón contemplativo. Esta dimensión orante de la Virgen es la que explica la riqueza de su corazón y de sus palabras. María es la perfecta orante. Un ejemplo precioso podemos descubrirlo en el Magníficat.

El Catecismo de la Iglesia Católica presenta así de modo sintético el Magníficat reconociendo en él no sólo la voz del corazón contemplativo de María, sino también el cántico que hace suyo la Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios:

El cántico de María (cf Lc 1, 46-55) es a la vez el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia, cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios, cántico de acción de gracias por la plenitud de gracias derramadas en la Economía de la salvación, cántico de los “pobres” cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres “en favor de Abrahán y su descendencia por siempre. (C.I.C. 2619)

En María se hace verdad el proverbio evangélico: “De la abundancia del corazón habla la boca”. Su corazón contemplativo era un fruto de la soledad que ella cultivaba y que Dios habitaba y fecundaba. En ese sagrario de su persona, donde ella se encontraba sola con Dios, sola ante Dios, sola para Dios, veía de modo más claro y certero la acción del Señor, a las personas que intervenían en su existencia, las situaciones que debía afrontar, las decisiones que tomaba. Y en el tesoro de su corazón comprende mejor por dónde la lleva Dios. Y de ese mismo tesoro ella extrae las diversas notas de este canto, síntesis de lo mejor de la religiosidad del pueblo judío.

El centro de su contemplación es Dios, el Dios del Antiguo Testamento. Todo lo mira e intenta comprenderlo a la luz del amor de Dios. Y lo que no comprende no la inquieta. Sabe, como nos enseña san Agustín, que lo que no entendemos de la Sagrada Escritura sencillamente encierra amor de Dios.

El corazón contemplativo de María apunta a la persona misma de Dios. Lo descubre en la vida de Israel como Señor y Salvador (Lc 1, 46-47), el Poderoso (v. 49). Y encuentra en estos nombres de Dios una clave segura para ir descubriendo el rostro misterioso e inagotable del Creador de cielos y tierra.

Apunta también a las palabras de Dios. Allí resuenan en su mente las distintas páginas del Antiguo Testamento y de modo particular algunas que aparecen en su cántico de alabanza: “ha puesto los ojos en la humildad de su esclava” (cf 1 S 2, 1), “su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen” (Sl 103, 17), “acogió a Israel su siervo” (cf Is 41, 8-9).

Y contempla asimismo las acciones de Dios. Cada página del Antiguo Testamento, escuchada en la sinagoga y meditada en su corazón, contiene un rico legado del Señor de la vida y de la historia. El Magníficat nos manifiesta que María conoce la elección del pueblo en Abrahán, las páginas sobresalientes de la historia de su pueblo protegido por el Señor, las profecías de Isaías y de Daniel, la riqueza espiritual encerrada en los Salmos y en otros libros sapienciales. De entre todo este arsenal espiritual María destaca en este cántico sobre todo dos acciones del Señor: Dios derriba a los soberbios y enaltece a los humildes (v. 52, cf Jb 12, 19), el Señor elige y favorece de modo especial a Israel desde su orden a Abrahán (vv. 54-55, cf Gn 12, 3).

Jean Guitton comenta así el Magníficat y encuentra en él una ley interior de la historia universal que haremos bien en reconocer e interiorizar:

La Virgen (...) bosqueja en su Cántico una historia universal. Si la palabra no fuera demasiado grave, habría que decir que nos da, de un golpe, su filosofía de la historia. Es la historia de Dios en el mundo, pero es también su historia en Dios. Tiene el sentimiento de esa corriente que parte de Abrahán; que fluye, no se sabe de dónde, eterna. Conoce su ley secreta y simple, tal como pueden entenderla los más pequeños y comprobarla en cada época, y que está contenida en esta fórmula: Dios humilla a los poderosos y ensalza a los humildes. Esta ley interior de la historia universal es bien diferente de la ley exterior, la que describimos en nuestros libros, en los que se ve a las potencias crecer y no sucumbir sino para sucederse. Sin embargo, es la ley de verdad y el verdadero reverso, el envés del tejido de la historia. Es la ley que Jesús proclamará no en una fórmula, sino en las siete bienaventuranzas, desarrollando un pensamiento escondido en el seno de su madre y que le inspiró. (GUITTON J., La Virgen María, Madrid 1952, pp. 111 – 112).

Esta contemplación de Dios suscita unos afectos en el corazón de María. En primer lugar la admiración por las obras del Señor. Todo el cántico es una manifestación sentida de esta sincera admiración del corazón de María. Y es un afecto que lleva tan a pecho, que en esa ocasión sale al exterior en los distintos versículos de este cántico. Es la admiración de una criatura sencilla, humilde, que reconoce la grandeza del poder de Dios manifestado en la historia de Israel y en su acción divina.

También resalta otro afecto importante: la alabanza. Un corazón contemplativo alaba la sabiduría y la bondad del amor de Dios. El primer verbo del cántico es una formulación decidida de la voluntad de alabanza del corazón de María al constatar una vez más la sabiduría de las obras del Señor en los labios de su prima Isabel. En efecto, sin comentárselo antes María, ya sabe Isabel que se halla ante “la madre de su Señor” (Lc 1, 43). Y todo el cántico está permeado de acciones que, mencionadas en este contexto, son todas alabanzas de María al Dios que se ha dignado elegirla para la misión que acaba de proponerle.

El corazón contemplativo de María manifiesta otro aspecto de su alma al contacto con la palabra y la acción de Dios: la asimilación. María ha asimilado en su meditación de la Sagrada Escritura las actitudes espirituales, las preferencias y los métodos del Señor. Destaca, sobre todo, la fidelidad de Dios, su relación de Dios con el soberbio y con el humilde y la elección de Israel. Y en esta línea procura vivir y actuar según estos criterios divinos ella, la humilde esclava del Señor.

Un ulterior aspecto que resalta en el corazón contemplativo de María en este pasaje tiene que ver con una dimensión práctica de la contemplación: la difusión de este mensaje, la difusión de las obras de Dios en la historia sagrada de su pueblo. Se trata de una difusión convencida, serena, oportuna. Y de emplear las palabras, el testimonio y, cuando sea conveniente, también el apoyo y el consejo.

Por ello, en una circunstancia como es este saludo entre las dos primas, María no tiene reparo en manifestar algo de la riqueza que ella vive como don especial del Señor a su alma. E Isabel reconocerá sin envidia y con alegría desde ahora más la hondura de alma de su prima, elegida para ser “la madre de su Señor” (Lc 1, 43).

Este corazón contemplativo es inimaginable en María sin una estima y un cultivo del silencio interior y exterior. Las pocas palabras que pronuncia en los evangelios y las actitudes que refleja en los distintos pasajes nos dan una idea del ambiente interior de profundidad espiritual en que se desarrollaba su existencia. Gracias a esto le es tan fácil escuchar a Dios, contemplar sus obras en la historia y en la vida de las personas, conservar en el corazón las acciones de Dios, obrar con sencillez y pureza de intención, y hablar de un modo tan centrado y tan rico cuando ve que es lo que corresponde.

María vivía a fondo las recomendaciones que, sobre el silencio, haría muchos siglos después la beata Madre Teresa cuando escribía:

Me gusta insistir en la recomendación del silencio.
El silencio de la lengua nos enseñará a hablar con Dios.
El silencio de los ojos nos enseñará a ver a Dios.
Nuestros ojos son como dos ventanas por las cuales puede entrar o Cristo o el mundo.
A veces necesitamos coraje para mantenerlos cerrados.
Mantengamos el silencio del corazón.
Como la Virgen, que todo lo conservaba en su corazón. (MANGLANO J.P. – DE CASTRO P., Orar con Teresa de Calcuta, Desclée de Brower, Bilbao 2004, 4ª, pp. 129-130).

De este pasaje el corazón contemplativo de María sale más resuelto para aceptar su misión, esa parte de la acción de Dios en la historia que el Señor le ha propuesto y en la que ella debe intervenir como humilde esclava. Y este pasaje no la vuelve vanidosa, sino le sirve para revestirse de una humildad más profunda que se manifiesta en el servicio amoroso y prolongado a su prima. Y es que la humildad abre el corazón a Dios para que él penetre en el alma y la vida de las personas. Él llama, la humildad abre la puerta del corazón y Dios obra sus maravillas.

Una reflexión práctica final. Contemplando este rayo del corazón de María puede venirnos la fácil y equivocada idea de que María alcanzó un alto nivel de contemplación y unión con Dios por ser Madre de Jesús. Y podemos -inducidos por la comodidad y por una falsa humildad- aceptar tranquilamente ese error.

Para refutarlo nos ayuda el siguiente texto de san Juan de la Cruz. Su mensaje central es que Dios quiere elevar a muchas almas a los más altos grados de contemplación, pero pocas se prestan a la difícil tarea de purificación que se exige:

Y aquí nos conviene notar la causa por que hay tan pocos que lleguen a tan alto estado de perfección de unión con Dios... No es porque Dios quiera que haya pocos de estos espíritus levantados, que antes querría que todos fuesen perfectos, sino que halla pocos vasos que sufran tan alta y subida obra; que, como los prueba en lo menos y los halla flacos, de suerte que luego huyen de la labor, no queriendo sujetarse al menor desconsuelo y mortificación... y así no va ya adelante en purificarlos y levantarlos del polvo de la tierra por la labor de la mortificación, para la cual era menester mayor constancia y fortaleza que ellos muestran...( S. JUAN DE LA CRUZ, Llama de amor viva, 2, 27).

sábado, 27 de febrero de 2016

MARÍA ES UNA MUJER CON EL CORAZÓN EN EL CIELO


María es una mujer con el corazón en el cielo
La alegría no puede abandonar nunca a quien cree en Dios. Y éste debería ser el rostro de nosotros los cristianos.


Por: Juan J. Ferrán, L.C. | Fuente: Catholic.net 




María es una mujer alegre. La alegría es la virtud de los resucitados, de los que tienen a Dios, de los que han puesto su corazón en el cielo. Vemos esta alegría en María Magdalena cuando descubre al Resucitado, en los discípulos de Emaús cuando reconocen a Cristo en la fracción del pan, en los apóstoles cuando Cristo resucitado se les presenta en el Cenáculo.

La alegría no puede abandonar nunca a quien cree en Dios. Y éste debería ser el rostro de nosotros los cristianos que ya vivimos de alguna forma nuestra fe en la resurrección. Por el contrario, la tristeza, como vivencia habitual y permanente, no entra nunca, pase lo que pase, en la vida de quien cree en Cristo.

María es una mujer con el corazón en el cielo. María veía todo a través del cielo. ¿Qué importancia tenían el sufrimiento, las carencias, las luchas, los sacrificios, los esfuerzos, las renuncias, los momentos difíciles, cuando todo eso se ve desde el cielo? Ninguna. Todo es parte de ese camino hacia el cielo, ese camino estrecho que tanto asusta al ser humano, que conduce a Dios. Ella ha sido nuestra precursora en este camino, dándonos ejemplo. Sigamos a María en esta vida que sin duda es para todos "un valle de lágrimas", pero tengamos siempre el corazón arriba, junto a Dios, con espíritu de resucitados.

Dios nos ha dado a María como Madre, Abogada, Intercesora, Mediadora, Amiga y Compañera. En la espiritualidad cristiana debe haber un gran sitio para María en el corazón de cada cristiano. De lo contrario nuestra espiritualidad estaría incompleta, sería muy pobre. Podríamos proponer algunos caminos o medios de espiritualidad mariana para nuestro corazón de cristianos.

El amor tierno y filial a María. María debe convertirse en la vida de un cristiano en objeto de ternura, de cariño, de afecto. A María hay que quererla como se quiere a una madre. Lejos de nuestra espiritualidad una actitud seca, austera, distante, fría hacia quien nos ama tanto, hacia quien aboga tanto por nosotros ante Dios, ante quien tanto nos cuida, ante quien vigila nuestros pasos para que no caigamos en el mal. De ahí la necesidad de tener con María momentos de encuentro, diálogos cordiales, intimidad y confianza. No puede pasar un día en nuestra vida que no nos dirijamos a Ella con la sencillez de un niño a contarle a nuestra Madre del Cielo nuestros problemas, nuestras alegrías, nuestras luchas, nuestros planes.


Pero la devoción a María no debe quedarse sólo en un afecto y amor, porque entonces se empobrecería. Debe convertirse en imitación de sus virtudes. Para nosotros María es la obra perfecta de Dios y en Ella resaltan con luz muy especial todos aquellos aspectos de una vida que agradan a Dios. Aunque nunca seremos tan perfectos como Ella, sin embargo podemos seguir sus pasos para llegar a Cristo a través de María. Su mayor deseo es que amemos a su Hijo, que seamos como Él, que vivamos su Evangelio. ¡Qué María sea nuestra guía en este camino!

Y no olvidemos esas formas de oración particular centradas en María como pueden ser el Santo Rosario. Una devoción que hay que llegar a gustar y gozar, metiendo el corazón en cada Avemaría, en cada invocación, en cada recuerdo de María. En casa en familia, ante el Santísimo, en los viajes, el rosario debe ser nuestro acompañante.

viernes, 12 de febrero de 2016

COSAS DE MAMÁ


Cosas de mamá...


“Si llegas a la oración y no consigues entrar en contacto con Dios, toma el Rosario y recita lentamente una o dos decenas; muy pronto verás el resultado. Sorprenderás a tu corazón en «flagrante delito» de oración y serás introducido, sin darte cuenta en el corazón de la Santísima Trinidad por la oración de María”. (Jean Lafrance).

Se cuenta que san Pedro, muy preocupado al notar irregularidades en el cielo, se puso a investigar y encontró por donde se infiltraban algunos. Buscó al Señor y le dijo: —Mira, Jesús, hace unos días venía observando que hay algunos aquí que no recordaba haberles abierto las puertas a la felicidad eterna. Hice mis investigaciones y hallé el hueco por donde entran. Yo quisiera que lo vieras... Aceptó Jesús acompañarlo y vio que del hoyo descubierto colgaba hacia la tierra un inmenso rosario, por donde subían muchas almas. Alarmado, le dijo Pedro: — Creo, Señor, que debemos cerrar esa entrada. —No, no, — le respondió Jesús, — ¡Déjalo así!... Esas son cosas de mamá... 

“En el Rosario he hallado los atractivos más dulces, más suaves, más eficaces y más poderosos para unirme con Dios” (Santa Teresa de Jesús). “El Rosario es el instrumento con el cual se vence al demonio y se obtienen todas las gracias. Es la síntesis de nuestra fe, el sostén de nuestra esperanza, la expresión y crecimiento de nuestra caridad” (San Pío de Pietrelcina). Valoriza esta devoción alabada por los santos.


* Enviado por el P. Natalio

viernes, 5 de febrero de 2016

PRÁCTICAS DE DEVOCIÓN A LA VIRGEN MARÍA


Prácticas de devoción a María.
La verdadera devoción a la Santísima Virgen puede expresarse interiormente de diversas maneras...

Por: San Luis María Grignion de Montfort




a. Prácticas comunes.

115. La verdadera devoción a la Santísima Virgen puede expresarse interiormente de diversas maneras. He aquí, en resumen, las principales:

1º honrarla como a digna Madre de Dios, con un culto de hiperdulía, es decir, estimarla y venerarla más que a todos los otros santos, por ser Ella la obra maestra de la gracia y la primera después de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
2º meditar sus virtudes, privilegios y acciones;
3º contemplar sus grandezas;
4º ofrecerle actos de amor, alabanza y acción de gracias;
5º invocarla de corazón;
6º ofrecerse y unirse a Ella;
7º realizar todas las acciones con intención de agradarla;
8º comenzar, continuar y concluir todas las acciones por Ella, en Ella, con Ella y para Ella a fin de hacerlas por Jesucristo, en Jesucristo, con Jesucristo y para Jesucristo, nuestra meta definitiva.
Más adelante explicaremos esta última práctica.

116. La verdadera devoción a la Santísima Virgen tiene también varias prácticas exteriores. Estas son las principales:

1º inscribirse en su cofradías y entrar en las congregaciones marianas;
2º entrar en las Ordenes o Institutos religiosos fundados para honrarla;
3º publicar sus alabanzas;
4º hacer en su obsequio limosnas, ayunos y mortificaciones espirituales y corporales;
5º llevar sus libreas, como el santo rosario, el escapulario o la cadenilla;
6º rezar atenta, devota y modestamente:
* el santo Rosario, compuesto de 15 decenas de Avemarías, en honor de los 15 principales misterios de Jesucristo,
* o la tercera parte del Rosario, que son cinco decenas, en honor de:
los cinco misterios gozosos (Anunciación, Visitación, Nacimiento de Jesucristo, Purificación y el Niño perdido y hallado en el templo) o de los cinco misterios dolorosos (Agonía de Jesús en el Huerto, Flagelación, Coronación de espinas, Subida al Calvario con la cruz a cuestas y Crucifixión y Muerte de Jesús) o de los cinco misterios gloriosos (Resurrección de Jesucristo, Ascensión del Señor, Venida del Espíritu Santo, Asunción y Coronación de María por las tres Personas de la Santísima Trinidad).
* o una corona de seis o siete decenas en honor de los años que, según se cree, vivió sobre la tierra la Santísima Virgen.
* o la Coronilla de la Santísima Virgen, compuesta de tres Padrenuestros y doce Avemarías, en honor de su corona de doce estrellas o privilegios.
* o el Oficio de Santa María Virgen, tan universalmente aceptado y rezado en la Iglesia,
* o el Salterio menor de María Santísima,
compuesto en honor suyo por San Buenaventura y que inspira afectos tan tiernos y devotos, que no se puede rezar sin conmoverse.
* o catorce Padrenuestros y Avemarías en honor de su catorce alegrías u otras oraciones, himnos y cánticos de la Iglesia, como la Salve; Madre del Redentor; Salve, Reina de los cielos, según los tiempos litúrgicos: el himno Salve, de mares Estrella, la antífona Oh gloriosa Señora, el Magnificat u otras piadosas plegarias de que están llenos los Devocionarios.

7º cantar y hacer cantar en su honor cánticos espirituales.
8º hacer de su honor cierto número de genuflexiones 9 reverencias, diciéndole, por ejemplo, todas las mañanas sesenta o cien veces: Dios te salve, María, Virgen fiel, para alcanzar de Dios, por mediación suya, la fidelidad a la gracia durante todo el día, y por la noche. Dios te salve, María Madre de misericordia, para implorar de Dios, por medio de Ella, el perdón de los pecados cometidos durante el día.
9º mostrar interés por sus cofradías, adornar sus altares, coronar y embellecer sus imágenes;
10º organizar procesiones y llevar en ellas sus imágenes y llevar una consigo, como arma poderosa contra el demonio.
11º hacer pintar o grabar sus imágenes o su monograma y colocarlas en las iglesias, las casas o los dinteles de las puertas y entrada de las ciudades, de las iglesias o de las casas;
12º consagrarse a Ella en forma especial y solemne.


117. Existen muchas otras formas de verdadera devoción a María, inspiradas por el Espíritu Santo a las personas santas y que son muy eficaces para la santificación. Pueden leerse, en extenso, en el Paraíso abierto a Filagia, compuesto por el Reverendo Padre Pablo Barry S.J., quien ha recopilado en esta obra gran número de devociones practicadas por los santos en honor de la Santísima Virgen, siempre que se hagan con las debidas disposiciones, es decir:


1º con la buena y recta intención de agradar a Dios solo, unirse a Jesucristo, nuestra meta final y edificar al prójimo;
2º con atención, sin distracciones voluntarias;
3º con devoción, sin precipitación ni negligencia;
4º con modestia y compostura corporal respetuosa y edificante.



b. La práctica perfecta.

118. Después de esto, protesto abiertamente que aunque he leído casi todos los libros que tratan de la devoción a la Santísima Virgen y conversado familiarmente con las personas más santas y sabias de estos últimos tiempos no he logrado conocer ni aprender una práctica de devoción semejante a la que voy a explicarte, que te exija más sacrificios por Dios, te libere más de ti mismo y de tu egoísmo, te conserve más fácilmente en gracia de Dios y a la gracia en ti, que te una más perfecta y fácilmente a Jesucristo y sea más gloriosa para Dios, más santificadora para ti mismo y más útil para el prójimo.

119. Dado que lo esencial de esta devoción consiste en el interior que ella debe formar, no será igualmente comprendida por todos.
- algunos se detendrán en lo que tiene de exterior, sin pasar de ahí serán el mayor número;- otros, en número reducido, penetrarán en lo interior de la misma, pero se quedarán en el primer grado.¿Quién subirá al segundo? ¿Quién llegará hasta el tercero? ¿Quién, finalmente, permanecerá en el habitualmente? Sólo aquel a quien el Espíritu de Jesucristo revele este secreto y lo conduzca por sí mismo para hacerlo avanzar de virtud en virtud, de gracia en gracia, de luz en luz, hasta transformarlo en Jesucristo y llevarlo a la plenitud de su madurez sobre la tierra y perfección en el cielo.

sábado, 23 de enero de 2016

LOS ESPONSALES DE SANTA MARÍA VIRGEN

Los Esponsales de Santa María Virgen
En nuestros días se celebra en casi toda la Iglesia Latina el 23 de enero, en los países hispanoparlantes el 26 de noviembre


Por: Enciclopedia Católica Online | Fuente: ec.aciprensa.com 



Los esponsales de la Virgen es una celebración de la Iglesia Latina. Es cierto que San José y María contrajeron un matrimonio real. A pesar de eso, María es llamada “desposada” con José (“su madre María estaba desposada con José”, Mt. 1,18) porque el matrimonio nunca fue consumado. El término esposo(a) es aplicado a gente casada hasta que el casamiento se ha consumado (Colvenerius, Cal. Marian., 23 Jan.). Pierre d'Ailly, canciller de la Universidad de París, (murió en 1420), y su famoso discípulo, Jean Charlier, llamado Gerson, fueron los primeros propagadores enérgicos de la devoción en honor de San José. Gerson trabajó varios años para instituir una fiesta votiva especial (jueves de témporas en Adviento), cuyo objeto sería los esponsales virginales de María y José. El amigo de Gerson, Enrique Chicoti, canónigo del capítulo de la catedral de Chartres, había legado una cierta suma para la celebración en la catedral de esta fiesta votiva, para la cual Gerson compuso un oficio adecuado. Parece que Gerson realizó el deseo de su amigo, pero la tradición no nos dice que día se celebraba la fiesta.
El primer conocimiento preciso de la fiesta en honor a los esponsales de María data del 29 de agosto de 1517, cuando con otras nueve Misas en honor a María, fue otorgada por León X a las Monjas de la Anunciación, fundada por Santa Juana de Valois. Esta fiesta se celebraba el 22 de octubre como doble de segunda clase. Sin embargo, su Misa honraba a Santa María Virgen exclusivamente; apenas mencionaba a San José y por lo tanto no correspondía a la idea de Gerson. Simplemente como fiesta de María aparece en el Misal de los Franciscanos, a quienes se le concedió el 21 de agosto de 1537, para el 7 de marzo (mayor doble). Por ese mismo tiempo los Servitas obtuvieron la fiesta para el 8 de marzo. Se recitaba el Oficio de la Natividad de María, cambiando la palabra Nativilas por Desponsatio. Siguiendo a las órdenes religiosas, Arras tomó la primacía entre las diócesis que adoptaron la fiesta de los Esponsales de María. Se ha realizado allí desde el 23 de enero de 1556. El primer oficio propio fue compuesto por Pierre Doré O.P. (murió en 1569), confesor del Duque Claude de Lorraine.
El Oficio siguió los perfiles dados por Gerson y conmemoraba tanto a María como a José. En 1546 Pedro Doré solicitó sin éxito a Pablo III la extensión de la fiesta del Desponsatio B. M. V. a la Iglesia Universal. Pero aun sin la recomendación de la Sede Apostólica, la fiesta fue adoptada por varias Iglesias. En el siglo XVI se celebraba en Moravia el 18 de julio. En tiempos siguientes Roma no favoreció ninguna otra extensión de la fiesta, pero luego que se le negó al rey de España (1655), se le concedió al emperador alemán para Austria el 27 de enero de 1678 (23 de enero); en 1680 fue concedida a España, pero transferida (13 de julio de 1682) al 26 de noviembre, porque en España la fiesta de San Idelfonso o San Ramón se celebra el 23 de enero. En 1680 fue extendido a todo el Imperio Germano, en 1689 a Tierra Santa (doble, segunda clase), en 1702 a los Cistercienses (20 de febrero), en 1720 a Toscana, y en 1725 a los Estados Papales. En nuestros días se celebra en casi toda la Iglesia Latina el 23 de enero, en los países hispanoparlantes el 26 de noviembre, pero nunca se ha extendido a la Iglesia Universal. Desde que el Papa San Pío V abolió el Oficio de Pierre Doré e introdujo el oficio moderno, es otra vez fiesta de María. La conmemoración de San José en la Misa, vísperas, laudes (decreto del 5 de mayo de 1736) sólo se puede hacer por un privilegio especial.

Bibliografía: SEITZ, Die Verehrung des hl. Joseph (Freiburg, 1908); HOLWECK, Fasti Mariani (Freiburg, 1892).
Fuente: Holweck, Frederick. "Espousals of the Blessed Virgin Mary." The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909.


Traducido por Luz María Hernández Medina y Juan Ramón Cifre.

Imagen: Desposorios de María y José. Cristóbal de Villapando

MADRE, DANOS TU MIRADA


¡Madre, danos tu mirada!
Tenemos necesidad de su mirada de ternura, de su mirada materna que nos conoce, de su mirada llena de compasión y cuidado.


Por: SS Francisco | Fuente: Catholic.net 




Fragmento de la homilía del Papa Francisco en la Santa Misa en el Santuario de Nuestra Señora de Bonaria. 22 septiembre 2013 

En (Cfr. Hc 1, 12-14) nos muestra a María en oración en el Cenáculo, junto a los Apóstoles, en espera de la efusión del Espíritu Santo (Cfr. Hc 1, 12-14). María reza, reza junto a la Comunidad de los Discípulos y nos enseña a tener plena confianza en Dios, en su misericordia. ¡La potencia de la Oración! No nos cansemos de llamar a la puerta de Dios. ¡Llevemos al corazón de Dios a través de María, toda nuestra vida, cada día!

Jesús nos confía a la custodia materna de su Madre, en cambio, en el Evangelio, acogemos sobre todo la última mirada de Jesús hacia su Madre. Desde la cruz, Jesús mira a su Madre y a ella le confía el Apóstol Juan, diciendo: "Éste es tu Hijo". En Juan estamos todos, también nosotros, y la mirada de Amor de Jesús nos confía a la custodia materna de su Madre. María habrá recordado otra mirada de Amor, cuando era una jovencita: la mirada de Dios Padre, que había mirado su humildad, su pequeñez. María nos enseña que Dios no nos abandona, puede hacer grandes cosas también con nuestra debilidad. ¡Tengamos confianza en Él! Llamemos a la puerta de su corazón.

Encontremos la mirada de María, porque allí está el reflejo de la mirada del Padre que la hace Madre de Dios, y la mirada del Hijo desde la cruz, que la hace Madre nuestra. Y con aquella mirada hoy María nos mira.

Tenemos necesidad de su mirada de ternura, de su mirada materna que nos conoce mejor que cualquier otro, de su mirada llena de compasión y de cuidado. María, hoy queremos decirte: ¡Madre, danos tu mirada! Tu mirada nos lleva a Dios, tu mirada es un don del Padre bueno, que nos espera en cada encrucijada de nuestro camino. Es un don de Jesucristo en la cruz, que carga sobre sí nuestros sufrimientos, nuestras fatigas, nuestros pecados. Y para encontrar este Padre, lleno de amor, hoy le decimos: ¡Madre, danos tu mirada! Lo decimos todos juntos: ¡Madre, danos tu mirada!

En el camino, muchas veces difícil, no estamos solos, somos tantos, somos un pueblo, y la mirada de la Virgen, nos ayuda a mirarnos entre nosotros de modo fraterno. ¡Mirémonos de un modo más fraterno! María nos enseña a tener esa mirada que busca acoger, acompañar, proteger. ¡Aprendamos a mirarnos, los unos a los otros, bajo la mirada materna de María! Hay personas que instintivamente no tenemos en cuenta, y que sin embargo tienen más necesidad: los más abandonados, los enfermos, aquellos que no tienen de qué vivir, aquellos que no conocen a Jesús, los jóvenes que están en dificultad, que no tienen trabajo. No tengamos miedo de salir y mirar a nuestros hermanos y hermanas con la mirada de la Virgen. Ella nos invita a ser verdaderos hermanos. Y no permitamos que alguna cosa o alguno se interponga entre nosotros y la mirada de la Virgen.

¡Madre, danos tu mirada! ¡Que ninguno nos esconda tu mirada! Nuestro corazón de hijos sepa defenderla de tantas palabras que prometen ilusiones; de aquellos que tienen una mirada ávida de vida fácil, de promesas que no se pueden cumplir. Que no nos roben la mirada de María, que está llena de ternura. Que nos da fuerza, que nos hace solidarios entre nosotros. Digamos todos: ¡Madre, danos tu mirada!

viernes, 22 de enero de 2016

¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS DECIMOS QUE MARÍA ES MADRE DE MISERICORDIA?


¿Por qué los Católicos decimos que María es Madre de Misericordia?
María es Madre del amor en el perdón. Ella brota del amor misericordioso de Cristo y está al servicio de la Misericordia de Cristo


Por: Fr. Carlos Lledó López O.P. | Fuente: Cofradiarosario.net 




María es Madre del perdón en el amor, y del amor en el perdón. Brota del amor misericordioso de Cristo y María está al servicio de la Misericordia de Cristo. Es lo que recordamos y vivimos en el Rosario.

Cristo es el eterno amor misericordioso

Porque contempla la situación de la humanidad por el pecado original y ofrece la única solución posible: la redención centrada en la Pasión y muerte.

La misericordia es la constante de la vida de Jesucristo. Al paralítico le ofrece la solución de alma y de cuerpo: “Confía, hijo: tus pecados te son perdonados”(Mt.9,2). Igualmente a la mujer hemorroísa: “Hija, ten confianza; tu fe te ha sanado. Y quedó sana la mujer desde aquel momento” (Mt.9,22) En la Cruz nos ofrece la gran solución: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen (Lc.23,34) y abre las puertas del Cielo al buen ladrón suplicante: Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc.23, 40-44).




María, objeto preferencial de misericordia

María diciendo orden al pecado original, no lo contrae de hecho porque es objeto preferencial de la misericordia de Cristo. Por ello, es privilegiada y excepcionalmente redimida. Es la Inmaculada Concepción.

María, objeto preferencial de la misericordia de Cristo, es también la llena de gracia, de toda la gracia que necesita para ser la Madre de Dios, Madre-Virgen.

Entonces... ¿Por qué María es madre de misericordia?

Tan sencillo como el hecho de que es la Madre de Cristo, quien es el manantial divino de la eterna misericordia. María es Madre de la misericordia desde el misterio de la Encarnación, la gran misericordia del Verbo que se hace hombre al calor del corazón de María por obra del Espíritu Santo.

María es Madre de Misericordia proyectando su amor sobre Cristo en la cruz con ternura de madre. Lo sigue proyectando sobre la Iglesia, Cuerpo de Cristo y por lo tanto, sobre nosotros, pecadores.

María es Madre de Misericordia que perdona a Pedro que niega su Hijo, también a Judas el traidor y a los que crucifican a Cristo. Pienso que Ella repite con su Hijo: “Padre, perdónalos…” María nos ofrece la Misericordia de Cristo y nos orienta hacia Él.

María es camino del perdón. Por eso, nos conduce al Confesionario, a la Eucaristía... El Rosario es camino de oración para alcanzar la misericordia de Cristo y experimentar el amor misericordioso de la Madre.

En María triunfa la Misericordia. Por eso, es privilegiadamente asunta al Cielo en cuerpo y alma, y coronada Reina y Madre de Misericordia.

*San Juan Pablo II nos dejó una gran enseñanza sobre Maria Madre de misericordia, en la Encíclica "Veritaris Splendor" aquí un pequeño extracto:

"El privilegio especial que Dios otorgó a la toda santa nos lleva a admirar las maravillas realizadas por la gracia en su vida. Y nos recuerda también que María fue siempre toda del Señor, y que ninguna imperfección disminuyó la perfecta armonía entre ella y Dios. Su vida terrena, por tanto, se caracterizó por el desarrollo constante y sublime de la fe, la esperanza y la caridad. Por ello, María es para los creyentes signo luminoso de la Misericordia divina y guía segura hacia las altas metas de la perfección evangélica y la santidad.

María es Madre de Misericordia porque Jesucristo, su Hijo, es enviado por el Padre como revelación de la Misericordia de Dios (cf. Jn 3, 16-18). El ha venido no para condenar sino para perdonar, para derramar misericordia (cf. Mt 9, 13). Y la misericordia más grande radica en su estar en medio de nosotros y en la llamada que nos ha dirigido para encontrarlo y proclamarlo, junto con Pedro, como «el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Ningún pecado del hombre puede cancelar la Misericordia de Dios, ni impedirle poner en acto toda su fuerza victoriosa, con tal de que la invoquemos. Más aún, el mismo pecado hace resplandecer con mayor fuerza el amor del Padre que, para rescatar al esclavo, ha sacrificado a su Hijo: Su misericordia para nosotros es redención. Esta misericordia alcanza la plenitud con el don del Espíritu Santo, que genera y exige la vida nueva. Por numerosos y grandes que sean los obstáculos opuestos por la fragilidad y el pecado del hombre, el Espíritu, que renueva la faz de la tierra (cf. Sal 104 [103], 30), posibilita el milagro del cumplimiento perfecto del bien. Esta renovación, que capacita para hacer lo que es bueno, noble, bello, grato a Dios y conforme a su voluntad, es en cierto sentido el colofón del don de la misericordia, que libera de la esclavitud del mal y da la fuerza para no pecar más. Mediante el don de la vida nueva, Jesús nos hace partícipes de su amor y nos conduce al Padre en el Espíritu."

Aplicación

Nos acogemos a la misericordia maternal de María en nuestra debilidad, con el Rosario en el corazón, en los labios y en las manos. El Rosario marca el camino de la misericordia y lo aplica. Recemos el Rosario.

sábado, 9 de enero de 2016

NACER DE LA VIRGEN MARÍA



Nacer de la Virgen María
María, con un amor inimaginable, nos lleva siempre como hijos pequeños, formando nuestra vida con la suya.
Por: Ágora marianista 




Una persona realmente cristiana no puede ni debe vivir más que de la vida de Nuestro Señor Jesucristo.

Esta vida divina debe ser el principio de todos sus pensamientos, de todas sus palabras y de todas sus acciones.

Jesucristo fue concebido en el seno de María por obra del Espíritu Santo. Jesucristo nació del seno virginal de María. Concebido por obra del Espíritu Santo, nacido de María Virgen.
El bautismo y la fe hacen que empiece en nosotros la vida de Jesucristo. Por eso, somos como concebidos por obra del Espíritu Santo. Pero debemos, como el Salvador, nacer de la Virgen María.

Jesucristo quiso formarse a nuestra semejanza en el seno virginal de María. También nosotros debemos formarnos a semejanza de Jesucristo en el seno de María, conformar nuestra conducta con su conducta, nuestras inclinaciones con sus inclinaciones, nuestra vida con su vida.

María, con un amor inimaginable, nos lleva siempre en sus castas entrañas como hijos pequeños, hasta tanto que, habiendo formado en nosotros los primeros rasgos de su hijo, nos dé a luz como a Él. María nos repite incesantemente estas hermosas palabras de san Pablo: Hijitos míos, por quienes de nuevo sufro dolores de parto hasta que Cristo se forme en vosotros (Gál 4,19). Hijitos míos, que yo quisiera dar a luz cuando Jesucristo se haya formado perfectamente en vosotros.

lunes, 21 de diciembre de 2015

MARÍA, UN MISTERIO


María, un misterio
¿Cómo decirlo todo sin inventar nada, cuando sabemos tan poco de ella, pero ese poco que sabemos es tan vertiginoso?


Por: José Luis Martín Descalzo | Fuente: Vida y misterio de Jesús de Nazaret 




Sí, un misterio que invita más a llorar de alegría que a hablar. ¿Cómo hablar de María con la suficiente ternura, con la necesaria verdad? ¿Cómo explicar su sencillez sin retóricas y su hondura sin palabrerías? ¿Cómo decirlo todo sin inventar nada, cuando sabemos tan poco de ella, pero ese poco que sabemos es tan vertiginoso? Los evangelios -y es lo único que realmente conocemos con certeza de ella- no le dedican más allá de doce o catorce lineas. ¡Pero cuántos misterios y cuánto asombro en ellas!

Sabemos que se llamaba María (Mirjam, un nombre al que la piedad ha buscado más de sesenta interpretaciones, pero que probablemente significa sólo «señora»); sabemos que era virgen y deseaba seguir siéndolo, y que -primera paradoja- estaba, sin embargo, desposada con un muchacho llamado José: sabemos que estaba «llena de gracia» y que vivió permanentemente en la fe... Es poco, pero es ya muchísimo.

Estaba «llena de gracia». Más: era «la llena de gracia». El ángel dirá «llena de gracia» como quien pronuncia un apellido, como si en todo el mundo y toda la historia no hubiera más "llena de gracia" que ella. Y hasta los escrituristas insisten en el carácter pasivo que ahí tiene el verbo llenar y piensan que habría que traducirlo -con perdón de los gramáticos- «llenada de gracia». Era una mujer elegida por Dios, invadida de Dios, inundada por Dios. Tenia el alma como en préstamo, requisada, expropiada para utilidad pública en una gran tarea.

No quiere esto decir que su vida hubiera estado hasta entonces llena de milagros, que las varas secas florecieran de nardos a su paso o que la primavera se adelgazara al rozar su vestido. Quiere simplemente decir que Dios la poseía mucho más que el esposo posee a la esposa. El misterio la rodeaba con esa muralla de soledad que circunda a los niños que viven ya desde pequeños una gran vocación. No hubo seguramente milagros en su infancia, pero sí fue una niña distinta, una niña «rara». O más exactamente: misteriosa. La presencia de Dios era la misma raíz de su alma. Orar era, para ella, respirar, vivir.

Seguramente este mismo misterio la torturaba un poco. Porque ella no entendía. ¿Cómo iba a entender? Se sentía guiada, conducida. Libre también, pero arrastrada dulcemente, como un niño es conducido por la amorosa mano de la madre. La llevaban de la mano, eso era.



Muchas veces debió de preguntarse por qué ella no era como las demás muchachas, por qué no se divertía como sus amigas, por qué sus sueños parecían venidos de otro planeta. Pero no encontraba respuesta. Sabía, eso sí, que un día todo tendría que aclararse. Y esperaba.

Esperaba entre contradicciones. ¿Por qué -por ejemplo- había nacido en ella aquel «absurdo» deseo de permanecer virgen? Para las mujeres de su pueblo y su tiempo ésta era la mayor de las desgracias. El ideal de todas era envejecer en medio de un escuadrón de hijos rodeándola «como retoños de olivos» (Sal 127, 3), llegar a ver «los hijos de los hijos de los hijos» (Tob 9, 11). Sabía que «los hijos son un don del Señor y el fruto de las entrañas una recompensa» (Sal 126, 3). Había visto cómo todas las mujeres bíblicas exultaban y cantaban de gozo al derrotar la esterilidad. Recordaba el llanto de Jefté y sus lamentos no por la pena de morir, sino por la de morir virgen, como un árbol cortado por la mitad del tronco.

Sabía que esta virginidad era aún más extraña en ella. ¿No era acaso de la familia de David y no era de esta estirpe de donde saldría el Salvador? Renunciando a la maternidad, renunciaba también a la más maravillosa de las posibilidades. No, no es que ella se atreviera siquiera a imaginarse que Dios podía elegirla para ese vertiginoso prodigio -"yo, yo» pensaba asustándose de la simple posibilidad- pero, aunque fuera imposible, ¿por qué cerrar a cal y canto esa maravillosa puerta?

Sí, era absurdo, lo sabía muy bien. Pero sabía también que aquella idea de ser virgen la había plantado en su alma alguien que no era ella. ¿Cómo podría oponerse? Temblaba ante la sola idea de decir «no» a algo pedido o insinuado desde lo alto. Comprendía que humanamente tenían razón en su casa y en su vecindario cuando decían que aquel proyecto suyo era locura. Y aceptaba sonriendo las bromas y los comentarios. Sí, tenían razón los suyos: ella era la loca de la familia, la que habla elegido el «peor» partido. Pero la mano que la conducía la había llevado a aquella extraña playa.

Por eso tampoco se opuso cuando los suyos decidieron desposarla con José. Esto no lo entendía: ¿Cómo quien sembró en su alma aquel ansia de virginidad aceptaba ahora que le buscasen un esposo? Inclinó la cabeza: la voluntad de Dios no podía oponerse a la de sus padres. Dios vería cómo combinaba virginidad y matrimonio. No se puso siquiera nerviosa: cosas más grandes había hecho Dios. Decidió seguir esperando.

El saber que era José el elegido debió de tranquilizarla mucho. Era un buen muchacho.

Ella lo sabía bien porque en Nazaret se conocían todos. Un muchacho «justo y temeroso de Dios», un poco raro también, como ella. En el pueblo debieron de comentarlo: «Tal para cual». Hacían buena pareja: los dos podían cobijarse bajo un mismo misterio, aquel que a ella la poseía desde siempre.

¿Contó a José sus proyectos de permanecer virgen? Probablemente no. ¿Para qué? Si era interés de Dios el que siguiera virgen, él se las arreglarla para conseguirlo. En definitiva, aquel asunto era más de Dios que suyo. Que él lo resolviera. Esperó...

domingo, 20 de diciembre de 2015

MARÍA, LA VIRGEN DEL AMOR MISERICORDIOSO


María, la Virgen del amor misericordioso
Ese gran amor de esposa, de madre, de amiga que se respiraba en torno suyo, estaba entretejido con mil y un detalles.


Por: P. Marcelino de Andrés LC | Fuente: Catholic.net 




Entre los muchos títulos con los que nos referimos a María está el de Madre del Amor misericordioso. Es la Madre de Cristo, la Madre de Dios. Y Dios es amor. Dios quiso, sin duda, escogerse una Madre adornada especialmente de la cualidad o virtud que a Él lo define. Por eso María debió vivir la virtud del amor, de la caridad en grado elevadísimo. Fue, ciertamente, uno de sus principales distintivos. Es más, Ella ha sido la única creatura capaz de un amor perfecto y puro, sin sombra de egoísmo o desorden. Porque sólo Ella ha sido inmaculada; y por eso sólo Ella ha sido capaz de amar a Dios, su Hijo, como Él merecía y quería ser amado.

Fue ese amor suyo un amor concreto y real. El amor no son palabras bonitas. Son obras. “El amor es el hecho mismo de amar”, dirá San Agustín. La caridad no son buenos deseos. Es entrega desinteresada a los demás. Y eso es precisamente lo que encontramos en la vida de la Santísima Virgen: un amor auténtico, traducido en donación de sí a Dios y a los demás.

María irradiaba amor por los cuatro costados y a varios kilómetros a la redonda. La casa de la sagrada familia debía estar impregnada de caridad. Como también su barrio, el pueblo entero e incluso gran parte de la comarca... Las hondas expansivas del amor, cuando es real, se difunden prodigiosamente con longitudes insospechadas.

El amor de la Virgen en la casa de Nazaret, como en las otras donde vivió, haría que allí oliese de verdad a cielo. Ese gran amor de esposa, de madre, de amiga que se respiraba en torno suyo, estaba entretejido con mil y un detalles.

Con qué sonrisa y ternura abriría la Santísima Virgen cada nuevo día de José y del niño con su puntual y acogedor “buenos días”; y de igual modo lo cerraría con un “buenas noches” cargado de solicitud y cariño. Cuántas agradables sorpresas y regalos aguardaban al Niño Dios detrás de cada “feliz cumpleaños” seguido del beso y abrazo de su Madre.

Cómo sabía Ella preparar los guisos que más le agradaban a José; y aquellos otros que le encantaban al niño Jesús. Qué bien se le daba a Ella eso de tener siempre limpia y arreglada la ropa de los dos hombres de la casa. Con cuánta atención y paciencia escucharía las peripecias infantiles que le contaba Jesús tras sus incansables aventuras con sus amigos; y también los éxitos e infortunios de la jornada carpintera de José. Cuántas veces se habrá apresurado María en terminar las labores de la casa para llevarle un refrigerio a su esposo y echarle una mano en el trabajo.

Era el amor lo que transformaba en sublimes cada uno de esos actos aparentemente normales y banales. Donde hay amor lo más normal se hace extraordinario y no existe lo banal. En María ninguna caricia era superficial o mecánica, ningún abrazo cansado o distraído, ningún beso de repertorio, ninguna sonrisa postiza.

“En Ella -afirma San Bernardo- no hay nada de severo, nada de terrible; todo es dulzura”. Todo lo que hacía estaba impregnado de aquella viveza del amor que nunca se marchita.

¡Qué mujer tan encantadora la Virgen! ¡Qué madre tan cariñosa y solícita! ¡Qué ama de casa tan atenta y maravillosa!

No sería tampoco difícil encontrar a María en casa de alguna vecina. Hoy en la de una, más tarde o mañana en la de otra. Porque a la una le han llovido muchos huéspedes y la Virgen intuye que allí será bienvenida una ayudita en el servicio. Porque la otra está enferma en cama y, con cinco chiquillos sueltos, la casa necesita no una sino dos manos femeninas que pongan un poco de orden. Porque a la de más allá le llegó momento de dar a luz y la Virgen quería estarle cerca y hacerle más llevadero ese trance que para Ella, en su momento y por las circunstancias, fue bastante difícil.

Y todo eso lo adivinaba e intuía Ella y se adelantaba a ofrecerse sin que nadie le dijera o pidiera nada. ¡Qué corazón tan atento el suyo!

En fin, que no era raro el día en que la Virgen prepararía y serviría no una sino dos o más comidas. No era desusual que además de ordenar y limpiar en su casa, lo hiciese en alguna otra de la vecindad. Como no era tampoco extraño comprobar que entre la ropa que Ella dejaba como nueva en el lavadero del pueblo, había prendas demás; y a veces muchas...

Ni siquiera debió ser insólito sorprender a María consolando y aconsejando a una coterránea que había reñido con su esposo; o visitando y atendiendo, en las afueras de la aldea, a los indeseables leprosos; o dando limosna a los pobres, aun a costa de estrechar un poco más la ya apretada situación económica de su hogar.

Todo eso lo aprendió y practicó María desde niña. La Virgen estaba habituada a preocuparse de las necesidades de los demás y a ofrecerse voluntariosa para remediarlas. Sólo así se comprende la presteza con la que salió de casa para visitar a su prima Isabel, apenas supo que estaba encinta e intuyó que necesitaba sus servicios y ayuda.

Su exquisita sensibilidad estaba al servicio del amor. Da la impresión de que llegaba a sentir como en carne propia los aprietos y apuros de todos aquellos que convivían junto Ella. Por eso no es de extrañar que en la boda aquella de Caná, mientras colaboraba con el servicio, percibiera enseguida la angustia de los anfitriones porque se había terminado el vino. De inmediato puso su amor en acto para remediar la bochornosa situación. Ella sabía quién asistía también al banquete. Tenía muy claro quién podía poner solución al asunto. Ni corta ni perezosa, pidió a Jesús, su Hijo, que hiciera un milagro. Y, aunque Él pareció resistirse al inicio, no pudo ante aquella mirada de ternura y cariño de su Madre. El amor de María precipitó la hora de Cristo.

El amor de María no conoció límites y traspasó las fronteras de lo comprensible. Ella perdonó y olvidó las ofensas recibidas, aun teniendo (humanamente hablando) motivos más que suficientes para odiar y guardar rencor. Perdonó y olvidó la maldad y crueldad de Herodes que quiso dar muerte a su pequeñín. Perdonó y olvidó las malas lenguas que la maldecían y calumniaban a causa de su Hijo. Perdonó y olvidó a los íntimos del Maestro tras el abandono traidor la noche del prendimiento. Perdonó y olvidó, en sintonía con el corazón de Jesús, a los que el viernes Santo crucificaron al que era el fruto de sus entrañas. Y también hoy sigue perdonando y olvidando a todos los que pecando continuamos ultrajando a su divino Jesús.

¡Cuánto tenemos nosotros que imitar a nuestra Madre! Porque pensamos mucho más en nosotros mismos que en el vecino. A nosotros nos cuesta mucho estar atentos a las necesidades de los demás y echarles una mano para remediarlas. Nosotros no estamos siempre dispuestos a escuchar con paciencia a todo el que quiere decirnos algo. Nosotros distinguimos muy bien lo que “en justicia” nos toca hacer y lo que le toca al prójimo, y rara vez arrimamos el hombro para hacer más llevadera la carga de los que caminan a nuestro lado. Nosotros en vez de amor, muchas veces irradiamos egoísmo. En vez de afecto y ternura traspiramos indiferencia y frialdad. En vez de comprensión y perdón, nuestros ojos y corazón despiden rencor y deseo de venganza. ¡Qué diferentes a veces de nuestra Madre del cielo!

María, la Virgen del amor, puede llenar de ese amor verdadero nuestro corazón para que sea más semejante al suyo y al de su Hijo Jesucristo. Pidámoselo.

LA SONRISA DE DIOS ES LA SONRISA DE MARÍA


La sonrisa de Dios es la sonrisa de María
María, nos invita a imitarla en un complaciente abandono a la palabra de Dios, que puede decirnos desde su obediencia,


Por: P. Alberto Ramírez Mozqueda | Fuente: Catholic.net 




Domingo cuarto de Adviento
Virgilio, el gran poeta latino, pagano, que ha tenido una gran influencia en la literatura universal, dice que el “niño comienza a conocer a su madre por la sonrisa”, anunciado proféticamente que la sonrisa de Dios es la sonrisa de María después del pecado, una vez que ella aceptó convertirse en la Madre de su Hijo Jesucristo, proporcionándole su Cuerpo precioso, un cuerpo necesario para realizar en los hombres y para los hombres la redención y la salvación de todo el genero humano.

Y hoy nos encontramos, ya en las inmediaciones de la Navidad, dejando atrás a Isaías y a San Juan Bautista, con el personaje central del Adviento, a María la Madre de Jesús, que nos dejará a las plantas del mismísimo Hijo de Dios encarnado.

Por eso, hoy queremos asistir embelezados al encuentro de dos mujeres pobres, gente del pueblo, las dos embarazadas, una de edad avanzada y la otra apenas una jovencita que tuvieron un papel destacado en la historia de la Salvación de nuestros pueblos.

Se trata de Isabel, la anciana, la que concibió en su seno prodigiosamente, ya en su ancianidad y María, que apenas en su adolescencia ofreció su cuerpo para que Dios realizara entre los hombres el prodigio inaudito de enviar para estar entre los hombres y para siempre a su mismísimo Hijo.

El encuentro no podía ser más agradable y simpático: “En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo en las montañas de Judea, y entrando, saludó a Isabel”. 

Fue ese viaje, el primer recorrido eucarístico, la primera vez que Cristo aún en el seno de su Madre, como el mejor tabernáculo, sagrario o manifestador pudo acercarse a los hombres y llevarles la presencia, la fuerza y la alegría del Espíritu Santo que lo había encarnado precisamente en el seno de aquella mujer singular.

Esa presencia y ese abrazo, hicieron que Juan Bautista, santificado en ese momento con la presencia del Espíritu Santo, saltara de gozo en el seno de su propia madre, que no escatimó la alabanza y la ternura a la mujercita que venía a atenderla en su propio parto:

“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre... Dichosa tú que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor!”.

Esas solas palabras, en las inmediaciones de la Navidad, nos sugieren muchas preguntas que no podemos dejar de contestar, porque ahí va implicada nuestra propia alegría, nuestra felicidad y en última instancia, nuestra propia salvación: ¿En qué creyó María, y qué le fue anunciado de parte del Señor?.

Podemos aventurar las respuestas diciendo que María le creyó al Padre que con un profundo respeto, una entrañable ternura, se acerca a la criatura, se abaja casi, para “pedirle”, hay que subrayarlo, para pedirle que se dignara ser la madre del Salvador. No se le impone la maternidad, no se la violenta, aunque se trate del Señor de Cielos y Tierra, dueño de todo.

Eso es ya una primera lección para los machistas, para los hombres que se creen superiores y con derecho a tratar a la mujer como su esclava, como simple objeto de placer y como una máquina de hacer hijos y criaturas muchas veces infelices.

María le creyó al Padre, y desde entonces se convierte en mujer “eucarística” toda la vida, dedicada en cuerpo y alma a su Hijo que con su Cuerpo logrará la santificación para todos los hombres.

La actitud de María, nos obliga entonces a imitarla en un complaciente abandono a la palabra de Dios, que puede decirnos desde su obediencia, “Hagan lo que él les diga”, no duden, pueden fiarse de la palabra de mi Hijo que pudo cambiar el agua en vino y que puede hacer del pan sencillo de los hombres nada menos que su propio Cuerpo y su propia Sangre, haciéndose para todos los hombres “pan de vida”.

A María le fue anunciada la presencia del Hijo de Dios que sería también hijo de María, a quien recibe amorosamente, anunciando a todos los bautizados la necesidad de recibir así como ella recibió la carne mortal, de Cristo, recibamos nosotros las especies sacramentales, las especies de pan y de vino, el Cuerpo y la Sangre del Señor.

María acertó a decir a Dios que aceptaba el compromiso de dedicarse totalmente a su Hijo con un famosísimo “Fíat”, hágase, realícese, consúmese en mí todo lo que tu palabra quiera, para enseñarnos a decir reverente y alegremente el “Amén” cada que recibimos presente con todo su ser humano-divino a Cristo en las especies de pan y de vino.

Ese fíat de María hizo que pronto pudiera recibir en sus brazos y arropar con todo cariño a Jesús, el Salvador de los hombres:

"Y la mirada embelezada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?” (Juan Pablo II).

Ese fíat de María le bastó y la fortaleció internamente, para prepararse a acompañar a su Hijo en todo momento, sin reparar en subir hasta cerca de él en alto de la cruz, correspondiendo a lo que el profeta le había anunciado:

“Y a ti una espada traspasará tu propia alma."

Pero si María tuvo que pasar por el Calvario y la cruz para acompañar a su Hijo, tuvo también la dicha de estar entre los apóstoles de su Hijo, acompañándoles en la oración y sosteniendo su esperanza en la resurrección de su hijo.

El Papa San Juan Pablo II, de quien estoy tomando todas estas ideas, de su encíclica sobre la Eucaristía, la cual recomiendo encarecidamente que lean todos mis cristianos catoliquísimos, nos hace asistir al momento sublime cuando María pudo escuchar en labios de los apóstoles “éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros.

Aquel Cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la cruz”.

Todo esto ha sido necesario para que nosotros podamos pasar una Navidad muy especial, acompañados de María, preparando no una cena ni unos vinos ni unos regalos, ni siquiera unos abrazos, a menos que se parezcan al abrazo de María a su prima Isabel, sino a preparar nuestros corazones para abrazarnos a Cristo hecho Carne y Sangre en el Sacramento Eucarístico, y recibirlo reverentemente como lo hizo María en la cuna de Belén. Será así la mejor de las Navidades.

Sonriendo con María, recibamos al Hijo de Dios hecho carne.

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