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jueves, 28 de julio de 2016

MARÍA SIGUE TOCANDO LA PUERTA EN LOS CORAZONES DE TODOS

María sigue tocando la puerta en los corazones de todos”
La Virgen, a lo largo de la historia de la humanidad ha tenido una presencia muy especial. Necesitamos una mamá, una mujer, que con más ternura, con más cariño, con más misericordia, acoja y acompañe los momentos difíciles.


Por: Cardenal Cipriani | Fuente: Arzobispado de Lima Lima 




“María sigue tocando la puerta en los corazones de todos”

En el programa “Diálogo de Fe” del sábado 16 de julio del 2016, el Cardenal Juan Luis Cipriani resaltó la importancia de nuestra Madre María al celebrarse la festividad de la Vírgen del Carmen.

“La Virgen, a lo largo de la historia de la humanidad ha tenido una presencia muy especial. Necesitamos una mamá, una mujer, que con más ternura, con más cariño, con más misericordia, acoja y acompañe los momentos difíciles. Necesitamos esa mamá y esa mujer que se encarga en la Virgen María”.

“Me pregunto, ¿y no será que ahora nosotros a veces nos olvidamos un poquito de ella? El que sea madre es una buena característica de una mujer, el que sea madre te ayuda a tener un mayor respeto, comprensión y cariño. (…) En estos tiempos, María sigue tocando la puerta en los corazones de todos, en los hogares, en los hospitales, en los enfermos, pero me parece que la gente está acostumbrándose a que la mamá es una idea y no la buscan”.

“La presencia de esa madre, María”

Luego, se refirió al valor de la presencia de la Virgen María reflejada en cada mamá:

“Por qué no intentamos tener más presencia de esa madre, María, en la oración, en la conversación. Pedirle a ella por nuestros hijos, hijas, padres, familia. Pero, ¿tú crees que eso es útil hoy? No solamente es útil, es vital para salir de este huayco. Esta semana hemos tenido esta triste noticia de Niza (Francia) y en otras semanas otras, y aquí mismo en el país”.

“Cuando uno tiene a su mamá delante, uno deja fuera insultos, deja fuera peleas, por respeto a la mamá. Y si uno es buen hijo tiene detalles de especial cariño. Si a la Virgen María la tenemos más presente en nuestra realidad, cómo voy a actuar de esa manera si está la Virgen. No es un freno represivo, es una realidad”.

“Que no se elimine la cultura de la familia”

Asimismo, reflexionando sobre las palabras del Santo Padre, el Papa Francisco en su mensaje en su visita a Cuba, pidió a los jóvenes desconectarse de esa inmediatez de las redes sociales y acercarse a su familia:

“Este juventud digital tiene cosas muy positivas, pero definitivamente se está empobreciendo en su capacidad de relacionarse. Estamos con lo inmediatista, ese vivir tan efímero, lo que pasa no deja huella. ¿Qué pasa en tu capacidad de analizar posibilidades de estudio, acercarte a Dios para rezar, pensar si tu mamá te necesita, hacer deporte, visitar a un amigo enfermo o leer un libro? Desconéctate de ese inmediatismo del whatsapp, del twitter y del Facebook”.

“El Papa habla de esas familias donde no hay relaciones, no hay cambio de ideas. Todo eso arranca del primer cambio de ideas, ¿le hablas a Dios, a la Virgen? ¿Les pides por aquel hijo, aquel enfermo? ¿Hay comunicación o no crees? Yo pienso que es una gran crisis de un mundo que no es capaz de hacer al hombre feliz”.

“Hay que iluminar la imagen de la mujer madre”

Finalmente, reconoció el aporte que tienen las madres en la sociedad y pidió que se le dé el lugar que realmente merecen:

“Hay que iluminar la imagen de la mujer madre. Hay un ataque subliminal a la mujer. Te dicen que la están cuidando y hay que respetarla, pero la están atacando más que nunca. No le están dando el lugar que tiene. La mujer tiene carácter, genio, dulzura, elegancia y atracción femenino; es todo un aporte a la sociedad que cuando falta, le falta ese sabor al ambiente”.

“Esa ideología de género hace mucho daño. No reconoce que haya ni mujeres ni hombres, hay géneros. No pues, hay hombres y hay mujeres, hay masculinidad y feminidad, y todo eso, maravillosamente, se complementa. Hoy más que nunca creo que hombres y mujeres necesitan la presencia de María”.

sábado, 2 de julio de 2016

MARÍA ES UNA MUJER CON EL CORAZÓN EN EL CIELO


María es una mujer con el corazón en el cielo
Alegria, distintivo de los cristianos. María nuestro mejor ejemplo


Por: Juan J. Ferrán, L.C. | Fuente: Catholic.net 




María es una mujer alegre. La alegría es la virtud de los resucitados, de los que tienen a Dios, de los que han puesto su corazón en el cielo. Vemos esta alegría en María Magdalena cuando descubre al Resucitado, en los discípulos de Emaús cuando reconocen a Cristo en la fracción del pan, en los apóstoles cuando Cristo resucitado se les presenta en el Cenáculo.

La alegría no puede abandonar nunca a quien cree en Dios. Y éste debería ser el rostro de nosotros los cristianos que ya vivimos de alguna forma nuestra fe en la resurrección. Por el contrario, la tristeza, como vivencia habitual y permanente, no entra nunca, pase lo que pase, en la vida de quien cree en Cristo.

María es una mujer con el corazón en el cielo. María veía todo a través del cielo. ¿Qué importancia tenían el sufrimiento, las carencias, las luchas, los sacrificios, los esfuerzos, las renuncias, los momentos difíciles, cuando todo eso se ve desde el cielo? Ninguna. Todo es parte de ese camino hacia el cielo, ese camino estrecho que tanto asusta al ser humano, que conduce a Dios. Ella ha sido nuestra precursora en este camino, dándonos ejemplo. Sigamos a María en esta vida que sin duda es para todos "un valle de lágrimas", pero tengamos siempre el corazón arriba, junto a Dios, con espíritu de resucitados.

Dios nos ha dado a María como Madre, Abogada, Intercesora, Mediadora, Amiga y Compañera. En la espiritualidad cristiana debe haber un gran sitio para María en el corazón de cada cristiano. De lo contrario nuestra espiritualidad estaría incompleta, sería muy pobre. Podríamos proponer algunos caminos o medios de espiritualidad mariana para nuestro corazón de cristianos.

El amor tierno y filial a María. María debe convertirse en la vida de un cristiano en objeto de ternura, de cariño, de afecto. A María hay que quererla como se quiere a una madre. Lejos de nuestra espiritualidad una actitud seca, austera, distante, fría hacia quien nos ama tanto, hacia quien aboga tanto por nosotros ante Dios, ante quien tanto nos cuida, ante quien vigila nuestros pasos para que no caigamos en el mal. De ahí la necesidad de tener con María momentos de encuentro, diálogos cordiales, intimidad y confianza. No puede pasar un día en nuestra vida que no nos dirijamos a Ella con la sencillez de un niño a contarle a nuestra Madre del Cielo nuestros problemas, nuestras alegrías, nuestras luchas, nuestros planes.

Pero la devoción a María no debe quedarse sólo en un afecto y amor, porque entonces se empobrecería. Debe convertirse en imitación de sus virtudes. Para nosotros María es la obra perfecta de Dios y en Ella resaltan con luz muy especial todos aquellos aspectos de una vida que agradan a Dios. Aunque nunca seremos tan perfectos como Ella, sin embargo podemos seguir sus pasos para llegar a Cristo a través de María. Su mayor deseo es que amemos a su Hijo, que seamos como Él, que vivamos su Evangelio. ¡Qué María sea nuestra guía en este camino!

Y no olvidemos esas formas de oración particular centradas en María como pueden ser el Santo Rosario. Una devoción que hay que llegar a gustar y gozar, metiendo el corazón en cada Avemaría, en cada invocación, en cada recuerdo de María. En casa en familia, ante el Santísimo, en los viajes, el rosario debe ser nuestro acompañante.

domingo, 26 de junio de 2016

LA NIETA QUE SALVÓ A SU ABUELO

LA NIETA QUE SALVÓ A SU ABUELO



En un lugar del Perigord (Francia), ejercía su profesión un médico, a quien nadie hacía referencia  por su propio nombre, sino al que todos llamaban «el buen Doctor»,Y en verdad merecía este título, porque era realmente bueno con todos, y, sobre todo, con los 
pobres.

Sin embargo, el doctor no era un hombre religioso. No es que fuese descreído. No llegaba a tanto. Más bien era «indiferente». Así, se daba el caso de que desde la fecha lejana de su matrimonio no se habla preocupado de recibir los sacramentos...

Los muchos años y la excesiva actividad profesional desarrollada postraron al doctor en el lecho,  con irreparable agotamiento. Toda esperanza de curación quedaba descartada. ¡Y «el buen Doctor» iba a morir en la impiedad!


Este pensamiento y temor torturaba el corazón de una nieta que le acompañaba en aquella ocasión. La niña era un ángel de dulzura y de piedad. Sentada junto al enfermo, lo entretenía y cuidaba. Y mientras descansaba el anciano, dirigía con lágrimas esta plegaria al cielo:

«Oh, Virgen buena, Vos que sois todo misericordia y todo lo podéis, moved a penitencia el corazón de mi abuelo! No permitáis, santa Madre de Dios, que muera sin auxilios espirituales. En vos, Madre mía, tengo puesta toda mi confianza.» Y tras de esa oración rezaba las fres Avemarias...

Una tarde, con el fin de distraer a su abuelo, la niña empezó a pasar revista al contenido de una gran cartera donde aquél había ido dejando recuerdos de pasados tiempos... Sus ojos se detuvieron en un sobre viejo, y exclamó:

—Una antigua carta, abuelo. ¿De quién será que la has conservado?...
El anciano le respondió:
—Léela y haremos memoria.

Y la joven leyó:
«Mi querido ahijado: ¡Cuánto siento no poder abrazarte antes de que te marches a París!, pero me es imposible ir a verte. Estoy atada a la cama por mi reumatismo. Seguramente no volverás a ver aquí abajo a tu vieja madrina, y por esto te pido escuches mis consejos, que serán los últimos.

«Tú sabes que París ha sido siempre un abismo, y ante ese peligro tiemblo por ti. Sé un hombre fuerte, de buen temple, firme en la fe. Permanece fiel al Dios de tu bautismo, que has de ver en la eternidad.- Yo te pongo bajo la protección de la Santísima Virgen María, y te recomiendo encarecidamente seas constante en la práctica de piedad que desde muy niño tuviste de rezar mañana y noche las tres Avemarias... «Rogará por ti tu madrina, que te estrecha fuertemente sobre su corazón...»

La carta, que tenía fecha de hacía cuarenta y ocho años, produjo una honda emoción al doctor. Rememoró los años despreocupados de su juventud, sus extravíos y ligerezas, su alejamiento de los actos de culto y el abandono de sus devociones. Pensó también en sus tareas profesionales y en su vida familiar y se detuvo recordando a su bondadosa madrina, que murió a los pocos meses de escribir aquella carta. Ella le había enseñado a rezar las tres Avemarias en su infancia...

Sintió el doctor un vivo impulso de gratitud hacia esa mujer buena, cuyos buenos consejos no siguió. Y mirando tiernamente a la nieta, balbuceó:

—¡Por mi madrina!... Dios te salve, María...
Y rezó las tres Avemarias juntamente con la nieta, que, con íntimo gozo, sonreía y lloraba a la vez.

¡Estaba ganado para Dios «el buen Doctor»!...
—Llama al Padre —dijo el enfermo—, porque he de contarle estas cosas.

Acudió el sacerdote diligentemente, y el doctor hizo su confesión con singular fervor, Al día siguiente empeoró alarmantemente y hubo que administrarle el Santo Viático... Con paso acelerado se aproximaba la muerte.

Cogió «el buen Doctor» con dificultad una mano de su nieta y, haciendo un gran esfuerzo, le dijo:
—Esto se acaba..., reza conmigo las tres Avemarías,,,
Al terminar la tercera Avemaria expiró dulcemente.

sábado, 25 de junio de 2016

MARÍA, CAUSA DE NUESTRA ALEGRÍA


María, causa de nuestra alegría
Si queremos vivir alegres, en un ambiente de tristeza, ¿por qué no contamos más con María?


Por: Pedro García, misionero claretiano | Fuente: Catholic.net 




Se ha observado muchas veces dentro de nuestro entorno religioso que las almas amantes de la Virgen María gozan y esparcen una alegría especial. Es un hecho comprobado y que nadie puede negar. La Virgen arrastra a multitudes hacia sus santuarios. Ante su imagen se congregan las gentes con flores, con velas, y rezan y cantan con fervor y entusiasmo inigualable. Y sobre ese ambiente flota un aire de paz y de alegría que no se da en otras partes. ¿Por qué será?... Una respuesta nos sale espontánea de los labios, y no nos equivocamos: ¡Pues, porque están con la Madre!...

Si esta es la razón más poderosa. Entonces, si queremos vivir alegres, y ser además apóstoles de la alegría para desterrar de las almas la tristeza, ¿por qué no contamos más con María?...

Partamos de la realidad familiar. Se trata de un hogar bien constituido. La madre ha sido siempre el corazón de ese hogar y los hijos se han visto siempre también amparados por el calor del corazón más bello que existe. ¿Puede haber allí tristeza?...
Aún podemos avanzar un poco más en nuestra pregunta, y plantear la cuestión de otra manera diferente.

Se trata de un hijo que viene con un fracaso espantoso, del orden que sea. No sabe dónde refugiarse. Pero llega a la casa y se encuentra con la madre que le está esperando. ¿Cabrá allí la desesperación? ¿Dejarán de secarse las lágrimas de los ojos? ¿Volverán los labios a sonreír?...

Todas estas cuestiones están de más. Sabemos de sobra que el amor de una madre no falla nunca. Y al no fallar su amor, al lado de ella la tristeza se hace un imposible.
Esto que nos pasa a todos en el seno del hogar cuando contamos con la bendición de una madre, es también la realidad que se vive en la Iglesia. Dios ha querido que en su Iglesia no falte la madre, para que en esa casa y en ese hogar del cristiano, como es la Iglesia, no sea posible la tristeza, pues se contará en ella con el ser querido que es siempre causa de alegría.

Por eso Cristo, moribundo en la Cruz, declaró la maternidad espiritual de María, nos la dio por Madre, y nosotros la aclamamos gozosos: ¡Madre de la Iglesia!.
Por eso el pueblo cristiano, con ese instinto tan certero que tiene --como que está guiado por el Espíritu Santo-- llama a María Causa de nuestra alegría.

Unos jóvenes ingeniosos, humoristas y cristianos fervientes, hicieron suyo un eslogan publicitario, que aplicaron a María y lo cantaban con ardor:
- Y sonría, sonría, con la protección de la Virgen cada día.
Habían cambiado el nombre de una pasta dentífrica por el nombre más hermoso, el de la Virgen. ¡Bien por la imaginación de nuestros simpáticos muchachos!...

Esos jóvenes cantaban de este modo su ideal y pregonaban por doquier, de todos modos y a cuantos quisieran oírles, su amor a la más bella de las mujeres.

Amar a la Virgen es tener el alma llena de juventud, de ilusiones, de alegría. Un amar que lleva a esparcir siempre en derredor ese optimismo que necesita el mundo.

Amar y hacer amar a la Virgen alegra forzosamente la vida. La mujer es el símbolo más significativo del amor, el ser más querido del amor, el difusor más potente del amor.

Y mujer como María no hay, la mujer más bella salida de la mano de Dios.
María, al dar amor, llenará de alegría, de canciones y de flores el mundo; porque, donde existe el amor, no mueren ni menguan nunca la felicidad, la belleza, el cantar...

Alegría y cantar de los que el mundo moderno está tan necesitado.
Alegría la más sana. Cantar el más puro a la más pura de las mujeres.
Con María, las caras aparecen radiantes, con la sonrisa siempre a flor de labios, como un rayo primaveral.
Ser apóstol de María es ser apóstol de la felicidad.

Llevemos María al que sufre soledad, y le haremos sonreír.
Llevemos María al tímido, y lo convertiremos en decidido y emprendedor.
Llevemos María al triste, y el que padece comenzará a disfrutar.
Llevemos María al anciano, y lo veremos volver a los años felices de la juventud.
Llevemos María al pecador, y veremos cómo el culpable vuelve muy pronto a su Dios.
Llevemos María a nuestro propio hogar, y veremos lo que será nuestra familia con dos madres juntas, que no son rivales celosas, sino dos amigas inseparables.
Llevemos María a nuestros amigos, ¡y sabremos lo que es amarnos con una mujer como Ella en medio del grupo!...

Hemos dicho antes que la piedad cristiana, siempre conducida por el Espíritu Santo, llama a la Virgen: Causa de nuestra alegría.
No puede ser de otra manera. Porque María nos trae y nos da siempre a Jesús, el que es el gozo del Padre, el pasmo de los Angeles, la dicha colmada de los Santos.

Como los jóvenes aquellos, junto con la plegaria, tenemos siempre en los labios el nombre de María, y sabemos decirnos:
- Sonría, sonría, con la protección de la Virgen cada día....

jueves, 23 de junio de 2016

COMO UNA ESCOBA


Como una escoba



Cuando Bernardita Soubirous era religiosa de las Hermanas de la Caridad, una hermana de la comunidad le enseñó una foto de los lugares de Lourdes y manifestaba la grandeza de haber sido elegida para tan gran honor como es la visión de la Virgen. Bernardita se limitó a sonreír y, con aparente ingenuidad, preguntó:

— Hermana, ¿para qué sirve una escoba? — Para barrer. Bernardita siguió preguntando:
— ¿Y después? — Se guarda en su sitio, detrás de la puerta.
— Así ha hecho la Virgen conmigo. Me usó y me ha vuelto a poner en mi sitio. Y yo estoy muy bien.

El humilde reconoce a Dios como autor de todo bien. De él proviene todo cuanto tenemos y somos. Y también cuanto tiene y es nuestro prójimo. Por eso no cabe el sentido competitivo de la vida, que está en el fondo de la actitud soberbia y envidiosa. El que quiere sobresalir no busca tanto alcanzar una meta, sino crear distancia respecto de los otros.



* Enviado por el P. Natalio

domingo, 19 de junio de 2016

MARÍA, CAUSA DE NUESTRA ALEGRÍA


María, causa de nuestra alegría


Se ha observado muchas veces dentro de nuestro entorno religioso que las almas amantes de la Virgen María gozan y esparcen una alegría especial. Es un hecho comprobado y que nadie puede negar. La Virgen arrastra a multitudes hacia sus santuarios. Ante su imagen se congregan las gentes con flores, con velas, y rezan y cantan con fervor y entusiasmo inigualable. Y sobre ese ambiente flota un aire de paz y de alegría que no se da en otras partes. ¿Por qué será?... Una respuesta nos sale espontánea de los labios, y no nos equivocamos: ¡Pues, porque están con la Madre!...

Si esta es la razón más poderosa. Entonces, si queremos vivir alegres, y ser además apóstoles de la alegría para desterrar de las almas la tristeza, ¿por qué no contamos más con María?...

Partamos de la realidad familiar. Se trata de un hogar bien constituido. La madre ha sido siempre el corazón de ese hogar y los hijos se han visto siempre también amparados por el calor del corazón más bello que existe. ¿Puede haber allí tristeza?...

Aún podemos avanzar un poco más en nuestra pregunta, y plantear la cuestión de otra manera diferente. 

Se trata de un hijo que viene con un fracaso espantoso, del orden que sea. No sabe dónde refugiarse. Pero llega a la casa y se encuentra con la madre que le está esperando. ¿Cabrá allí la desesperación? ¿Dejarán de secarse las lágrimas de los ojos? ¿Volverán los labios a sonreír?...

Todas estas cuestiones están de más. Sabemos de sobra que el amor de una madre no falla nunca. Y al no fallar su amor, al lado de ella la tristeza se hace un imposible. Esto que nos pasa a todos en el seno del hogar cuando contamos con la bendición de una madre, es también la realidad que se vive en la Iglesia. Dios ha querido que en su Iglesia no falte la madre, para que en esa casa y en ese hogar del cristiano, como es la Iglesia, no sea posible la tristeza, pues se contará en ella con el ser querido que es siempre causa de alegría.

Por eso Cristo, moribundo en la Cruz, declaró la maternidad espiritual de María, nos la dio por Madre, y nosotros la aclamamos gozosos: ¡Madre de la Iglesia!
Por eso el pueblo cristiano, con ese instinto tan certero que tiene -como que está guiado por el Espíritu Santo- llama a María Causa de nuestra alegría.

Amar a la Virgen es tener el alma llena de juventud, de ilusiones, de alegría. Un amar que lleva a esparcir siempre en derredor ese optimismo que necesita el mundo.

Amar y hacer amar a la Virgen alegra forzosamente la vida. La mujer es el símbolo más significativo del amor, el ser más querido del amor, el difusor más potente del amor. Y mujer como María no hay, la mujer más bella salida de la mano de Dios.

María, al dar amor, llenará de alegría, de canciones y de flores el mundo; porque, donde existe el amor, no mueren ni menguan nunca la felicidad, la belleza, el cantar... Con María, las caras aparecen radiantes, con la sonrisa siempre a flor de labios, como un rayo primaveral. Ser apóstol de María es ser apóstol de la felicidad.

Llevemos María al que sufre soledad, y le haremos sonreír.

Llevemos María al tímido, y lo convertiremos en decidido y emprendedor.

Llevemos María al triste, y el que padece comenzará a disfrutar.

Llevemos María al anciano, y lo veremos volver a los años felices de la juventud.

Llevemos María al pecador, y veremos cómo el culpable vuelve muy pronto a su Dios.

Llevemos María a nuestro propio hogar, y veremos lo que será nuestra familia con dos madres juntas, que no son rivales celosas, sino dos amigas inseparables.

Llevemos María a nuestros amigos, ¡y sabremos lo que es amarnos con una mujer como Ella en medio del grupo!...

Hemos dicho antes que la piedad cristiana, siempre conducida por el Espíritu Santo, llama a la Virgen: Causa de nuestra alegría. No puede ser de otra manera. Porque María nos trae y nos da siempre a Jesús, el que es el gozo del Padre, el pasmo de los Ángeles, la dicha colmada de los Santos.


Autor: Pedro García, misionero claretiano

martes, 14 de junio de 2016

LA VIRGEN MARÍA, COOPERADORA EN LA SALVACIÓN DE LA HUMANIDAD


María cooperadora en la salvación de la humanidad
Padre Felipe Santos Campaña SDB

 

Texto: “La muerte vino por Eva, la vida por María”
(Vaticano II)

Comentario: María, empleo esta mañana las palabras que el Concilio Vaticano II te dedica a ti cuando habla de que eres Corredentora de la humanidad.

“Con razón piensan los Santos Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres.

Como dice san Ireneo, obedeciendo se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano. Por eso no pocos Padres antiguos afirman gustosamente con él en su predicación que el “nudo de desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María mediante su fe”; y, comparándola con Eva, llaman a María “madre de los vivientes”, afirmando aún con mayor frecuencia que la muerte vino por Eva, la vida por María”.

María, de verdad, te digo con el corazón en la mano, que esta mañana siento cómo por decir sí a Dios en el momento de la Encarnación, nos abriste a todos las puertas del cielo. Ya nadie habla de la antigua Eva, sino de la nueva por la que nos ha llegado la vida nueva que emana de tu entrega generosa al género humano.

Tan feliz me encuentro, que aquí, junto a tu altar, te presento hoy a los niños, a los jóvenes, adultos y ancianos para que los abraces a todos con tu gran cariño. Necesitan todos de tu presencia. No sé qué tienes, María, que a todos les caes bien. Quizá sea por esta obediencia enriquecedora para ti y para todos cuantos sentimos ahora la alegría de la Resurrección de tu Hijo en nuestras nuevas vidas.

Oración: María, desde mi intimidad contigo, no me canso de alabarte con todos los hombres y mujeres de la tierra. Eres la bienaventurada, la amable, la cordial, la madre nueva que nos ha traído al Salvador de todos por tu acto de fe absoluta en la amada voluntad de Dios.

Al darte hoy las gracias, uno a mi gratitud la de todos los seres que te sienten cercana como alguien que contagia de vida nueva a quien se acerca a ti.

domingo, 12 de junio de 2016

SE PUEDE SER CRISTIANO SIN MARÍA?


¿Se puede ser cristiano sin María?
Un cristiano sin María no es cristiano porque ella nos ha dado a Cristo. 


Por: Fátima Moreno y Pedro Mira | Fuente: https://catolicosconaccion.com 




“Dichosa por haber creído” (Lc 1, 45)

El término cristiano es bíblico, el libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra que fue en Antioquía en donde los Apóstoles recibieron el nombre de “cristianos” (Hch 11, 26), ahora bien, definido de donde proviene término cristiano, nos podemos preguntar ¿Qué significa ser cristiano? En la más simple de las definiciones cristiano es aquel que cree en Cristo, pero en realidad ser cristiano es aquel que cree en Cristo bajo la Fe de los Apóstoles, ya que no se puede creer en Cristo sino es por aquellos quienes contaron su historia y la han hecho trascender hasta nuestros días, por medio de la Sagrada Tradición en un primer momento, y luego por la Sagrada Escritura.

En nuestra querida América Latina, se ha acuñado el término cristiano para referirse a los hermanos separados que viven su fe, iglesias o sectas de diferentes denominaciones, una equivocación que nosotros como católicos cometemos muy frecuentemente. No se debe caer en el error de reducir el término cristiano únicamente para refiriéndose a hermanos separados, es decir, quienes nacieron de la protesta contra Iglesia Católica (luteranos, calvinistas, anglicanos, presbiterianos, bautistas, pentecostales, etc.) y sectas fundamentalistas que existen en nuestro entorno. Los católicos somos cristianos, siempre lo hemos sido, porque nuestra fe proviene directamente de la Fe de los Apóstoles. La palabra “católico” viene del griego “katholikos”, que significa universal y en los primeros siglos de la Iglesia los términos cristiano o católico se utilizaban indistintamente. Somos cristianos universales, católicos, porque Jesús antes de ascender al cielo nos dejó el siguiente mandato que expone la universalidad de su mensaje: “Vayan y prediquen el Evangelio a toda criatura.” (Mc 16, 15)

San Juan Crisóstomo en su homilía sobre el Evangelio de San Juan 19,2- 3 en el año 390 decía:

“Entonces recibían diversos nombres. Mas ahora tenemos todos un único nombre, mayor que todos aquéllos; nos llamamos cristianos, hijos de Dios, amigos, un solo cuerpo. Esta apelación nos obliga más que cualquier otra y nos hace más diligentes en la práctica de la virtud. No hagamos nada que sea indigno de tan gran nombre, pensando en la gran dignidad con la que llevamos el nombre de Cristo. Meditemos y veneremos la grandeza de este nombre.”



Somos cristianos y bajo la universalidad del mandato que Cristo nos encomendó nos llamamos católicos, por ende somos cristianos católicos; comprometidos en la vivencia del misterio de Cristo a la luz de la Fe Apostólica. Dentro de la Fe Apostólica, María es celebrada tanto en la Tradición como en las Sagradas Escrituras como “Dichosa por haber creído” (Lc 1, 45). No se puede separar a María de la Apostolicidad, ya que desde la comunidad primitiva (compuesta por discípulos, amigos y familiares de Jesús) tenía especial estima entre todos los miembros, el cual se fue extendiendo entre los que se agregaban. Cabe destacar que antes de ser escritos los evangelios, hubo un período de aproximadamente 20 años en que los relatos de la vida de Jesús fueron de boca en boca; pero al ir falleciendo quienes contaban estos relatos, los cristianos empezaron a poner por escrito todo cuanto escuchaban de quienes habían sido testigos de primera mano de la vida y obra de Jesús (La Sagrada Tradición Apostólica).

En este contexto, podemos tomar como referencia el trabajo de San Lucas, discípulo de Pablo, en el cual es palpable que antes de escribir su evangelio, recopiló la mayor cantidad información sobre Jesús mediante una especie de investigación que tuvo que documentar, para escribir su obra y en la que podemos apreciar la importancia de María en la comunidad cristiana; él la llama “llena de gracia” (Lc 1, 28). A partir de este punto podemos empezar a esbozar que la figura de María está estrechamente ligada a la herencia cristiana que hemos recibido de los Apóstoles, no solo por tener el privilegio de haber sido la madre del Cristo, sino por méritos que ella reflejaba en su diario vivir. María fue la primera cristiana, ya que ella creyó en Cristo antes que cualquier otro ser humano, María fue la primera discípula, debido a que ella siguió atentamente los pasos y las enseñanzas de su hijo, siempre fue consciente que el fruto de su vientre era el Mesías, el Hijo de Dios; María fue la primera Apóstol, ya que el día de Pentecostés ella estaba presente en el cenáculo y fue testigo de la obra maravillosa del Espíritu Santo de la cual ella ya era partícipe desde la anunciación años atrás (Lc 1, 35).

Muchas de las sectas “cristianas” que están en el entorno Latinoamericano y con el que a diario nos encontramos, negando la Tradición Apostólica e interpretando a conveniencia la Sagrada Escritura manifiestan un odio tal, que en ocasiones hasta se percibe como diabólico hacia la Madre de Dios, María Santísima; a lo que tomando como base la definición del término cristiano genera los siguientes cuestionamientos: ¿Será digno de un cristiano no amar a la Madre de Cristo? ¿Se honra el nombre de Cristo al ofender a su Madre?

Tratando de obviar la Sagrada Tradición y tomando básicamente lo narrado en los Evangelios, nos podemos preguntar: ¿Cristo negó a su Madre? ¿Les enseñó Cristo a los apóstoles a no querer a su Madre? ¿Por qué entonces la encomendó al apóstol San Juan? ¿Se puede ser Cristiano sin María? ¿Por qué los hermanos separados nos atacan tanto en el tema de María?

Parece un poco extraño que los propios reformadores tenían una concepción de María diametralmente opuesta a lo que predican nuestros hermanos de las sectas cristianas. Veamos que dicen algunos de sus fundadores acerca de la Santísima Virgen María, la madre de Jesús.

Martín Lutero – fundador de los luteranos.

Sermón Navidad 1531: “[Ella es] la mujer más encumbrada y la joya más noble de la cristiandad después de Cristo… Ella es la nobleza, sabiduría y santidad personificadas. Nunca podremos honrarla lo suficiente. Aun cuando ese honor y alabanza debe serle dado en un modo que no falte a Cristo ni a las Escrituras.”

Juan Calvino- fundador de los calvinistas.

“Helvidius mostró demasiada ignorancia al concluir que María debió haber tenido muchos hijos, por la razón de que son mencionados algunas veces los hermanos de Cristo”

Ulrico Zuinglio – reformador protestante.

Publicó en 1524 uno de sus sermones que trató sobre María, siempre virgen, madre de Dios: “Nunca he pensado, ni mucho menos enseñado o declarado públicamente, nada concerniente al tema de la siempre Virgen María, Madre de nuestra salvación, que pudiera ser considerado deshonroso, impío, sin valor o malvado… Creo con todo mi corazón, de acuerdo con el santo Evangelio, que su pureza virginal nos conduce hacia el Hijo de Dios y que ella permaneció, durante y después del parto, pura y sin mancha, virgen por la eternidad>.

Heinrich Bullinger – reformador protestante.

“La Virgen María… completamente santificada por la gracia y la sangre de su único Hijo, abundantemente dotada del don del Espíritu Santo y distinguida entre todos… ahora vive felizmente con Cristo en el cielo, es llamada y permanece siempre Virgen y es la Madre de Dios.”

Es interesante analizar como los fundadores de las iglesias provenientes de la reforma también amaban y veneraban profundamente a la Virgen María, pero aún más interesante como la Iglesia Católica ha logrado custodiar el agradecimiento a ella. Con este artículo no se pretende atacar a las Iglesias protestantes nacidas de la reforma, mucho menos las sectas cristianas que están presente en nuestro entorno, lo que se pretende con este artículo es crear conciencia que no es cristiano apartar a María de nuestra Fe, mucho menos menospreciarla o insultarla, porque dentro del corazón del cristiano lo mínimo que debe de existir es un infinito agradecimiento por haber colaborado con el plan de Salvación que Dios tenía preparado para cada uno de nosotros.

Cristiano sin María no es cristiano. ¿Virgen María que me has dado? con tu sí me has dado a Cristo, por tu sí, yo soy cristiano. ¡Gracias Señora!

jueves, 2 de junio de 2016

LAS PALABRAS DE LA VIRGEN MARÍA EN LA BIBLIA QUE CUESTIONA AL MUNDO HOY


Las palabras de la Virgen María en la Biblia que cuestionan al mundo hoy
Por Abel Camasca

 (ACI).- En los Evangelios se encuentra poco de lo que dijo la Virgen María, pero cuando aparecen citadas sus palabras se puede apreciar que estas no solo generan una reacción del Señor sino que además cuestionan al mundo de hoy. San Juan Pablo II nos ofreció una profunda reflexión sobre cada una de ellas.



La Anunciación (Lc. 1, 26-38)

Las primeras palabras de la Virgen las cuenta San Lucas cuando el Ángel Gabriel visita a María y le manifiesta que concebirá a Jesús. Ella pregunta: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” Y el mensajero divino con paciencia le explica la acción del Espíritu Santo. “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”, dijo María.

Sobre este pasaje, San Juan Pablo II escribe en la Redemptoris Mater, numeral 13, que la Madre de Dios “ha respondido, por tanto, con todo su ‘yo’ humano, femenino, y en esta respuesta de fe estaban contenidas una cooperación perfecta con ‘la gracia de Dios que previene y socorre’ y una disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo, que, ‘perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones’”.



La visita a su prima Isabel (Lc 1, 39-56)

María, movida por la caridad, se pone al servicio de su anciana prima Isabel. En ese encuentro familiar, Isabel la felicita y la sencilla Virgen alaba a Dios y proclama una de las oraciones más excelsas del cristianismo, inspirada en el Antiguo Testamento: el Magníficat.

“Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava…”.

“Con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos” (San Juan Pablo II, Audiencia General, 1996).



Jesús hallado en el Templo (Lc. 2, 41 - 52)

Cuando Jesús tenía doce años se quedó en Jerusalén y sus padres al no encontrarlo en la caravana regresan a buscarlo. Después de tres días lo hallan en el Templo dialogando con los doctores de la ley y María le dice: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando”.

Jesús contestó que tenía que estar en los asuntos de su Padre y la Virgen y San José no entendieron aquella respuesta.

San Juan Pablo II explica que “Jesús tenía conciencia de que ‘nadie conoce bien al Hijo sino el Padre’ (cf. Mt 11, 27). Tanto que aun aquella, a la cual había sido revelado más profundamente el misterio de su filiación divina, su Madre, vivía en la intimidad con este misterio sólo por medio de la fe. Hallándose al lado del hijo, bajo un mismo techo y ‘manteniendo fielmente la unión con su Hijo’, ‘avanzaba en la peregrinación de la fe’, como subraya el Concilio” (Redemptoris Mater, 17).



Bodas de Caná (Jn. 2, 1 - 11)

María, como toda buena madre, vivió preocupada porque no faltaran las cosas de la casa y mucho menos en una boda. Es así que en Caná alerta a su Hijo que los novios: “No tienen vino”. Con la confianza de saber que Jesús ayudará, adelante la “hora” del Señor y da un mensaje a los sirvientes, y en ellos a todos los creyentes: “Hagan lo que Él les diga”.

“En Caná, merced a la intercesión de María y a la obediencia de los criados, Jesús da comienzo a ‘su hora’. En Caná María aparece como la que cree en Jesús; su fe provoca la primera ‘señal’ y contribuye a suscitar la fe de los discípulos” (San Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 21).

No hay más palabras de María en la Biblia, pero las que aparecen cobran especial sentido para cada generación y por eso San Juan Pablo II en su visita del año 2000 a la Basílica de la Anunciación en Nazaret, expresó uno de sus mayores deseos:

“Pido a la Sagrada Familia que impulse a todos los cristianos a defender la familia contra las numerosas amenazas que se ciernen actualmente sobre su naturaleza, su estabilidad y su misión. A la Sagrada Familia encomiendo los esfuerzos de los cristianos y de todos los hombres de buena voluntad para defender la vida y promover el respeto a la dignidad de todo ser humano”.

martes, 31 de mayo de 2016

PAPA FRANCISCO: LA IGLESIA NECESITA MUJERES VALIENTES Y ALEGRES COMO LA VIRGEN MARÍA


Papa Francisco: La Iglesia necesita mujeres valientes y alegres como la Virgen María
Por Alvaro de Juana

 (ACI).- ¿Cómo cambiar el mundo? Con el servicio y yendo al encuentro de los demás como hizo la Virgen María y como hacen muchas mujeres en la Iglesia, señaló el Papa Francisco en la Misa matutina en la Casa Santa Marta.

El Pontífice dedicó la reflexión de este martes a la Virgen por ser el último día del mes de mayo, dedicado siempre a Ella.

Francisco comentó el Evangelio del día en el que se narra la visita de María a su prima Santa Isabel, un episodio “lleno de alegría” que es como un soplo de “aire fresco” que llena “nuestra vida”.

Por eso, no dudó en alertar contra los cristianos tristes: “Son feos los cristianos con la cara ‘torcida’, los cristianos tristes. Es feo, feo, feo. No son plenamente cristianos. Creen serlo, pero no lo son de verdad”.

“Este es el mensaje cristiano. Y en esta atmósfera de alegría, que la liturgia de hoy nos da como un regalo, yo querría subrayar solo dos cosas: primero, una actitud; segundo un hecho. La actitud es el servicio”.


El Papa destacó cómo María fue corriendo a ver a Isabel a pesar de estar encinta y tener apenas 16 o 17 años. “Era valiente. Se levanta y emprende camino”, destacó

“Coraje de mujer. Las mujeres valientes que están en la Iglesia son como la Virgen. Estas mujeres que llevan adelante la familia, estas mujeres que llevan adelante la educación de los hijos, que hacen frente a tantas adversidades, tanto dolor, que curan a los enfermos… Valientes: se levantan y sirven, sirven. El servicio es signo cristiano. Quien no vive para servir, no sirve para vivir”.

El Papa continuó diciendo que se trata de un “servicio en la alegría, esta es la actitud que querría subrayar hoy. Hay alegría y también servicio. Siempre para servir”.

El segundo punto en el que se detuvo el Santo Padre fue el del encuentro. “Estas dos mujeres se encuentran y se encuentran con alegría” y ese momento se convierte en “toda una fiesta”.

“Si nosotros aprendiéramos esto, servicio y andar al encuentro de los otros”, “cómo cambiaría el mundo”, sostuvo.

“El encuentro es otro signo cristiano. Una persona que dice ser cristiana y no es capaz de ir al encuentro de los demás, de encontrar a los otros, no es totalmente cristiana”.

Francisco destacó que tanto el servicio como el encuentro “requieren salir de sí mismos: salir para servir y servir para encontrar, para abrazar a otra persona”.

“Y con este servicio de María, con este encuentro, se renueva la promesa del Señor, se hace presente”, afirmó el Papa. 

Evangelio comentado por el Papa:

Lucas 1:39-56
39 En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá;
40 entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
41 Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo;
42 y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno;
43 y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?
44 Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.
45 ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»
46 Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor
47 y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador
48 porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada,
49 porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre
50 y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen.
51 Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón.
52 Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes.
53 A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada.
54 Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia
55 - como había anunciado a nuestros padres - en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.»
56 María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.

EL MAGNIFICAT


MAGNIFICAT
(Lc 1, 46-55)

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre. Gloria al Padre.

sábado, 28 de mayo de 2016

MARÍA, LA VIRGEN DEL AMOR MISERICORDIOSO


María, la Virgen del amor misericordioso
Ese gran amor de esposa, de madre, de amiga que se respiraba en torno suyo, estaba entretejido con mil y un detalles.


Por: P. Marcelino de Andrés LC | Fuente: Catholic.net 




Entre los muchos títulos con los que nos referimos a María está el de Madre del Amor misericordioso. Es la Madre de Cristo, la Madre de Dios. Y Dios es amor. Dios quiso, sin duda, escogerse una Madre adornada especialmente de la cualidad o virtud que a Él lo define. Por eso María debió vivir la virtud del amor, de la caridad en grado elevadísimo. Fue, ciertamente, uno de sus principales distintivos. Es más, Ella ha sido la única creatura capaz de un amor perfecto y puro, sin sombra de egoísmo o desorden. Porque sólo Ella ha sido inmaculada; y por eso sólo Ella ha sido capaz de amar a Dios, su Hijo, como Él merecía y quería ser amado.

Fue ese amor suyo un amor concreto y real. El amor no son palabras bonitas. Son obras. “El amor es el hecho mismo de amar”, dirá San Agustín. La caridad no son buenos deseos. Es entrega desinteresada a los demás. Y eso es precisamente lo que encontramos en la vida de la Santísima Virgen: un amor auténtico, traducido en donación de sí a Dios y a los demás.

María irradiaba amor por los cuatro costados y a varios kilómetros a la redonda. La casa de la sagrada familia debía estar impregnada de caridad. Como también su barrio, el pueblo entero e incluso gran parte de la comarca... Las hondas expansivas del amor, cuando es real, se difunden prodigiosamente con longitudes insospechadas.

El amor de la Virgen en la casa de Nazaret, como en las otras donde vivió, haría que allí oliese de verdad a cielo. Ese gran amor de esposa, de madre, de amiga que se respiraba en torno suyo, estaba entretejido con mil y un detalles.

Con qué sonrisa y ternura abriría la Santísima Virgen cada nuevo día de José y del niño con su puntual y acogedor “buenos días”; y de igual modo lo cerraría con un “buenas noches” cargado de solicitud y cariño. Cuántas agradables sorpresas y regalos aguardaban al Niño Dios detrás de cada “feliz cumpleaños” seguido del beso y abrazo de su Madre.

Cómo sabía Ella preparar los guisos que más le agradaban a José; y aquellos otros que le encantaban al niño Jesús. Qué bien se le daba a Ella eso de tener siempre limpia y arreglada la ropa de los dos hombres de la casa. Con cuánta atención y paciencia escucharía las peripecias infantiles que le contaba Jesús tras sus incansables aventuras con sus amigos; y también los éxitos e infortunios de la jornada carpintera de José. Cuántas veces se habrá apresurado María en terminar las labores de la casa para llevarle un refrigerio a su esposo y echarle una mano en el trabajo.

Era el amor lo que transformaba en sublimes cada uno de esos actos aparentemente normales y banales. Donde hay amor lo más normal se hace extraordinario y no existe lo banal. En María ninguna caricia era superficial o mecánica, ningún abrazo cansado o distraído, ningún beso de repertorio, ninguna sonrisa postiza.

“En Ella -afirma San Bernardo- no hay nada de severo, nada de terrible; todo es dulzura”. Todo lo que hacía estaba impregnado de aquella viveza del amor que nunca se marchita.

¡Qué mujer tan encantadora la Virgen! ¡Qué madre tan cariñosa y solícita! ¡Qué ama de casa tan atenta y maravillosa!

No sería tampoco difícil encontrar a María en casa de alguna vecina. Hoy en la de una, más tarde o mañana en la de otra. Porque a la una le han llovido muchos huéspedes y la Virgen intuye que allí será bienvenida una ayudita en el servicio. Porque la otra está enferma en cama y, con cinco chiquillos sueltos, la casa necesita no una sino dos manos femeninas que pongan un poco de orden. Porque a la de más allá le llegó momento de dar a luz y la Virgen quería estarle cerca y hacerle más llevadero ese trance que para Ella, en su momento y por las circunstancias, fue bastante difícil.

Y todo eso lo adivinaba e intuía Ella y se adelantaba a ofrecerse sin que nadie le dijera o pidiera nada. ¡Qué corazón tan atento el suyo!

En fin, que no era raro el día en que la Virgen prepararía y serviría no una sino dos o más comidas. No era desusual que además de ordenar y limpiar en su casa, lo hiciese en alguna otra de la vecindad. Como no era tampoco extraño comprobar que entre la ropa que Ella dejaba como nueva en el lavadero del pueblo, había prendas demás; y a veces muchas...

Ni siquiera debió ser insólito sorprender a María consolando y aconsejando a una coterránea que había reñido con su esposo; o visitando y atendiendo, en las afueras de la aldea, a los indeseables leprosos; o dando limosna a los pobres, aun a costa de estrechar un poco más la ya apretada situación económica de su hogar.

Todo eso lo aprendió y practicó María desde niña. La Virgen estaba habituada a preocuparse de las necesidades de los demás y a ofrecerse voluntariosa para remediarlas. Sólo así se comprende la presteza con la que salió de casa para visitar a su prima Isabel, apenas supo que estaba encinta e intuyó que necesitaba sus servicios y ayuda.

Su exquisita sensibilidad estaba al servicio del amor. Da la impresión de que llegaba a sentir como en carne propia los aprietos y apuros de todos aquellos que convivían junto Ella. Por eso no es de extrañar que en la boda aquella de Caná, mientras colaboraba con el servicio, percibiera enseguida la angustia de los anfitriones porque se había terminado el vino. De inmediato puso su amor en acto para remediar la bochornosa situación. Ella sabía quién asistía también al banquete. Tenía muy claro quién podía poner solución al asunto. Ni corta ni perezosa, pidió a Jesús, su Hijo, que hiciera un milagro. Y, aunque Él pareció resistirse al inicio, no pudo ante aquella mirada de ternura y cariño de su Madre. El amor de María precipitó la hora de Cristo.

El amor de María no conoció límites y traspasó las fronteras de lo comprensible. Ella perdonó y olvidó las ofensas recibidas, aun teniendo (humanamente hablando) motivos más que suficientes para odiar y guardar rencor. Perdonó y olvidó la maldad y crueldad de Herodes que quiso dar muerte a su pequeñín. Perdonó y olvidó las malas lenguas que la maldecían y calumniaban a causa de su Hijo. Perdonó y olvidó a los íntimos del Maestro tras el abandono traidor la noche del prendimiento. Perdonó y olvidó, en sintonía con el corazón de Jesús, a los que el viernes Santo crucificaron al que era el fruto de sus entrañas. Y también hoy sigue perdonando y olvidando a todos los que pecando continuamos ultrajando a su divino Jesús.

¡Cuánto tenemos nosotros que imitar a nuestra Madre! Porque pensamos mucho más en nosotros mismos que en el vecino. A nosotros nos cuesta mucho estar atentos a las necesidades de los demás y echarles una mano para remediarlas. Nosotros no estamos siempre dispuestos a escuchar con paciencia a todo el que quiere decirnos algo. Nosotros distinguimos muy bien lo que “en justicia” nos toca hacer y lo que le toca al prójimo, y rara vez arrimamos el hombro para hacer más llevadera la carga de los que caminan a nuestro lado. Nosotros en vez de amor, muchas veces irradiamos egoísmo. En vez de afecto y ternura traspiramos indiferencia y frialdad. En vez de comprensión y perdón, nuestros ojos y corazón despiden rencor y deseo de venganza. ¡Qué diferentes a veces de nuestra Madre del cielo!

María, la Virgen del amor, puede llenar de ese amor verdadero nuestro corazón para que sea más semejante al suyo y al de su Hijo Jesucristo. Pidámoselo.

sábado, 21 de mayo de 2016

MARÍA, UNA MUJER INMENSAMENTE FELIZ


María, una mujer inmensamente feliz
Tenía a Dios, y, a quien tiene a Dios, nada la falta. Tu también puedes ser como Ella.


Por: P Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net 




María fue una mujer inmensamente feliz... Su presupuesto era de dos reales. No tenía dinero, coche, lavadora, televisor ni computadora, ni títulos académicos. No era directora del jardín de niños de Nazareth. Tampoco presumía de nombramientos, como Miss Nazareth. María a secas. No salió en la televisión ni en los periódicos.

Pero poseía una sólida base de fe, esperanza y caridad y de todas las virtudes. Tenía gracia y santidad...Tenía a Dios, y, a quien tiene a Dios, nada la falta.

Tú puedes ser, deberías ser, una mujer inmensamente feliz, aunque no tengas muchas cosas materiales. Aunque no seas famosa, rica, artista o cosas del género. Pero, si tienes a Dios, las virtudes teologales, la santidad a la mano.

No debes pretender, aspirar, ansiar demasiadas cosas materiales... La grandeza de un alma está en su interior, va por dentro. Lo de fuera es ruido, música, bombo y platillo, viento, humo, oropel, incienso, hojarasca, apariencia, nada. Por dentro va la santidad, la fe, el amor.

La Virgen no se quejaba: de ir a Egipto, de que Dios le pidiera tanto. La sonrisa de la Virgen era lo mejor de su rostro. ¿Cómo reaccionaría ante las adversidades, dificultades, cólera de los vecinos?

No te quejes: del tiempo, de la comida, del trabajo, de tus compañeras, de tus limitaciones, de tu falta de lujo. Trata de sonreír como Ella.

María veía la Providencia en todo: en los lirios del campo, en los amaneceres... en la tormenta. Cuando no había dinero. Cuando tenía que ausentarse. Cuando alguna vecina se ponía necia y molestaba.

Lo más admirable de María era el amor. Lo más grande de la mujer debe ser el amor. El amor es un talismán, una varita mágica que transforma todo en maravilla. Dios te ha dado este don en abundancia. Si lo emplearas bien, haría de ti una gran mujer, una ferviente cristiana, una esposa y madre admirable. Pero, si dejas que el amor se corrompa en ti, ¡pobre mujer!

María Magdalena tenía una gran capacidad de amar. La empleó mal, y se convirtió en una mujer de mala vida. Pero, después de encontrarse con Jesucristo, utilizó aquella capacidad para amar apasionadamente a Dios y a los demás, y hoy es una gran santa y una gran mujer.
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