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miércoles, 28 de diciembre de 2016

SI CUIDAS..


SI CUIDAS...


Si cuidas una abeja, habrá más miel en el panal.

Si evitas una injusticia, habrá más justicia en el mundo.

Si cultivas un rosal, habrá más rosas en el jardín.

Si amas, Dios estará más presente en el mundo.

Si siembras un grano de trigo, habrá más pan sobre la tierra.

Si creces tú como persona, habrá más humanidad en el mundo.

Si enciendes una vela, habrá más luz en la noche.

Si vives en la verdad, habrá menos mentira en el mundo.

Si cuidas un nido de golondrinas, habrá más golondrinas en primavera.

Si vives en libertad, habrá más libertad en el mundo.

Si enciendes un fuego, habrá menos frío en el invierno.

Si irradias tu alegría, habrá menos tristezas en el mundo.

Si esperas cambiar tú cuando haya cambiado el mundo, morirás sin haber vivido.

Si comienzas cambiando tú, ya estás cambiando el mundo...



René Trossero

martes, 27 de diciembre de 2016

ESTRELLAS O COMETAS


Estrellas o cometas



Hay personas Estrella y hay personas Cometa.

Los Cometa pasan. Apenas son recordados por las fechas que pasan y vuelven.

Los Estrella, en cambio, permanecen.

Hay mucha gente Cometa. Pasa por nuestra vida apenas por instantes; no cautiva a nadie, y nadie la cautiva. Es gente sin amigos, que pasa por la vida sin iluminar, sin calentar, sin marcar presencia.

Así son muchos artistas. Brillan apenas por instantes en los escenarios de la vida.

Y con la misma rapidez que aparecen, desaparecen.

Así son muchos reyes y reinas: de naciones, de clubes deportivos o concursos de belleza. También entran los hombres y mujeres que se enamoran y se dejan enamorar con la mayor facilidad.

Así son las personas que viven en una misma familia y pasan al lado de otro sin ser presencia, sin existir.

Lo importante es ser Estrella. Hacer sentir nuestra presencia, ser luz, calor, vida. Los amigos son Estrella. Los años pueden pasar, pueden surgir distancias, pero en nuestros corazones quedan sus marcas.

Ser Cometa no es ser amigo, es ser compañero por instantes, explotar sentimientos, aprovecharse de las personas y de las situaciones. Es hacer creer y hacer dudar al mismo tiempo.

La soledad es el resultado de una vida Cometa.

Nadie permanece, todos pasan.

Y nosotros también pasamos por los otros.

Es necesario crear un mundo de personas Estrella, verlas y sentirlas todos los días, contar con ellas siempre, ver su luz y sentir su calor. Así son los Amigos: estrellas en nuestras vidas.

Se puede contar con los amigos. Ellos son refugio en los instantes de tensión, luz en los momentos oscuros, pan en los períodos de debilidad, seguridad en los pasajes de desánimo.

Al mirar a las personas Cometa es bueno no sentirnos como ellas, ni desear el agarrarnos de su cola. Al mirar a los Cometa, es bueno sentirse Estrella, dejar por sentada nuestra existencia, nuestra constante presencia, vivir y construir una historia personal.

Es bueno sentir que somos luz para muchos amigos y que ellos nos han iluminado a su vez. Es bueno sentir que somos calor para muchos corazones y que esos corazones nos arroparon cuando el frío nos castigó.

Ser Estrella en este mundo pasajero, en este mundo lleno de personas Cometa, es un desafío, pero por encima de todo, una recompensa.

Ser Estrella es nacer, vivir, y no existir apenas.



Eduardo Galeano

sábado, 17 de diciembre de 2016

UN JUICIO MUY ESPECIAL


Un juicio muy especial


Hoy te llevo conmigo a presenciar un juicio para que aprecies la calidad de un juez que resuelve un caso penoso con suma habilidad, con generosidad, y es capaz de involucrar a los curiosos, para que salgan de la audiencia con una memorable lección de ética.

En un despiadado día de invierno, un anciano tembloroso fue llevado ante los tribunales. Se le acusaba de haber robado un pan. Al ser interrogado, el hombre explicó al juez que lo había hecho porque su familia estaba muriéndose de hambre. —La ley exige que sea usted castigado —declaró el juez—. Tengo que exigirle una multa de 50 pesos. Al mismo tiempo metió la mano en su bolsillo y dijo: —Aquí tiene usted el dinero para pagar su multa. Y además —prosiguió el juez—, impongo una multa de 10 pesos a cada uno de los presentes en esta sala, por vivir en una ciudad donde un hombre necesita robar para poder sobrevivir. Pasaron una bandeja por el público, y el hombre, totalmente asombrado, abandonó la sala con 500 pesos en su bolsillo. 

Hay un deber de solidaridad que nos toca a todos. Jesús planteó esta situación en la parábola del buen samaritano. San Pedro lo recordaba a los cristianos: “Vivan todos unidos, compartan las preocupaciones de los demás, ámense como hermanos, sean misericordiosos y humildes”. Que estos sentimientos te vuelvan activo en la caridad.


* Enviado por el P. Natalio

jueves, 15 de diciembre de 2016

EL SENTIMIENTO DE CULPA


El sentimiento de culpa



Mientras crecía miraba mucho la serie Comedy Central, y aprendí dos lecciones: 

1) no debes ser particularmente divertido para llegar a la televisión, y 2) una cantidad impresionante de cómicos está constituida por católicos no practicantes. Y una cantidad impresionante de esos católicos bromea con su propio “sentimiento de culpa católico”. Uno de los objetivos preferidos es la regla del “nada de carne el viernes”, con bromas del estilo “no rezo y ya no respeto ningún mandamiento, pero sigo aterrorizado por el hecho de comerme un hot dog el fin de semana”.

Este sentimiento de culpa es representado como una piedra de molino alrededor del cuello de personas más bien tranquilas, una cadena amarrada a los tobillos del fiel por siniestros clérigos propensos al control absoluto de la vida de las personas.

Con todo el respeto por los que cuentan ese tipo de chistes, digo que no es así. El sentimiento de culpa no es un castigo, sino un don de Dios.

Lejos de ser un obstáculo psicológico impuesto por parientes y clérigos prepotentes, es la campana de alarma que suena en la conciencia y que nos dice cuándo hemos violado la ley natural y hemos perdido la sincronía con el orden divino de las cosas.

Para usar una analogía médica, el sentimiento de culpa es el equivalente espiritual al dolor físico: nos dice cuando algo no está bien. Si algo nos hace daño, el dolor nos hace entender que es necesario prestar atención sobre cierta zona de nuestro cuerpo.

Al mismo tiempo, el sentimiento de culpa nos informa que debemos concentrarnos en una zona particular del alma: nuestra fe, nuestra esperanza o nuestra caridad pueden haberse debilitado.

Podemos haber dicho una palabra poco amable o haber cometido un acto imprudente, y ese sentimiento de ahogo es la sensación de la herida que hemos infringido en nuestra alma. Y es algo que deberíamos querer saber.

El sentimiento de culpa no es un instrumento infalible. La persona escrupulosa es muy sensible en relación al sentimiento de culpa, y creo que es a estas personas a quienes se refieren los cómicos cuando hablan del “sentimiento de culpa católico”. Las personas escrupulosas, sin embargo, son la excepción, no la regla.

Podríamos decir que son una especie de hipocondríacas espirituales, constantemente preocupadas por cualquier pequeño dolor, seguras de que en la mejor de las hipótesis se trate de un signo de una enfermedad debilitadora y angustiosa que se posa sobre ellas.

Las personas escrupulosas no nos ofrecen una imagen del sentimiento de culpa mejor que la que los hipocondríacos ofrecen de la medicina.

En el otro extremo existen personas cuya conciencia ha quedado tan anestesiada en relación al sentimiento de culpa que no consideran de hecho las consecuencias espirituales de sus acciones.

Caen cada vez más en el comportamiento pecaminoso, desde las pequeñas cosas hasta las más importantes, sin notar las heridas y las contusiones que están acumulando y que podrían conducir a una infección mortal. Su sentimiento de culpa atrofiado ya no es capaz de advertir el mal que se provocan a sí mismas.

Estas aberraciones han enlodado la reputación del sentimiento de culpa y ya tienen demasiados daños. Más que rechazar nuestro sentimiento de culpa a causa de los excesos de algunos, debemos formar bien nuestra conciencia y abrazar el sentimiento de culpa como el don de la autoconciencia que es en realidad.

Prestar atención a los acontecimientos de nuestro sentimiento de culpa hace la diferencia para la salud de nuestra alma, y no es una broma.


© Nicholas Senz (Aleteia)

miércoles, 14 de diciembre de 2016

PAN TOSTADO... QUEMADO


¡Pan tostado... quemado!



La comprensión es la base de cualquier relación, ya sea de pareja, de padre e hijo, de amistad, laboral, vecinal… Toda la gente que conocemos, está librando en este momento, algún tipo de batalla. Sé, pues, amable hasta el extremo. Todos tenemos problemas y estamos aprendiendo a vivir.

Después de un largo y duro día de trabajo, mamá puso en la mesa salchichas y pan tostado muy quemado frente a mi padre. Yo esperaba que alguien lo señalara, pero aunque mi padre lo notó, sacó un pan tostado, sonrió a mi madre y me preguntó cómo me había ido en la escuela. No recuerdo qué contesté, pero aún lo veo untando manteca y mermelada al pan tostado y comérselo todo. Al levantarme de la mesa, oí a mi madre pedir disculpas a mi padre por los panes muy quemados. Nunca olvidaré lo que él le dijo: “Cariño, no te preocupes, a veces me gustan los panes bien quemados”. Luego fui a dar el beso de las buenas noches a mi padre y le pregunté si le gustaban de verdad los panes bien quemados. Él me abrazó y dijo: “Tu mamá tuvo un día muy pesado, está cansada y además, un pan un poco quemado no le hace daño a nadie”.

La vida está llena de gente y de cosas imperfectas. Aprender a aceptar los defectos y las diferencias de los demás, es una de las cosas más importantes para crear una relación sana y duradera. Un pan tostado quemado no va a romper un corazón y no tiene por qué romper la armonía en el hogar.  


* Enviado por el P. Natalio 

lunes, 12 de diciembre de 2016

LA FE ES GARANTÍA DE LO QUE SE ESPERA


La fe es garantía de lo que se espera
Sin la fe no podríamos subsistir, somos lo que creemos, el poder sin límites está en nuestra fe, cuando hay confianza mostramos lo que verdaderamente somos.


Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente: es.catholic.net 




Un hombre estaba sentado en el comedor de su casa; a su izquierda había un vaso de agua y a su derecha un plato de comida. Inseguro de si era hambre o sed lo que padecía, dudaba entre tomar la comida o beber el agua. Y al persistir la incertidumbre, murió sin probar alimento ni saciar su sed.

Para la Biblia, la fe es la fuente de toda la vida religiosa. A Dios debe responderle el ser humano con la fe. Siguiendo las huellas de Abrahán, padre de todos los creyentes (Rm 4, 11), personajes ejemplares del Antiguo Testamento vivieron y murieron en la fe (Hb 11), que Jesús lleva a su perfección (Hb 12, 2). Los discípulos de Cristo son los que han creído (Hch 2, 44) en Él.

El que ha creído en la Palabra, introducido en la Iglesia por el bautismo, participa en la enseñanza, en el espíritu, en la liturgia de la Iglesia (Hch 7, 55-60), en una confianza absoluta en Aquel en quien ha creído (2 Tm 1, 12; 4, 17s.) Se llega a la fe por la entrega, por la confianza en Dios, por la aceptación de su Palabra. El corazón tiene razones que la razón no comprende… Es el corazón el que siente a Dios, no la razón. Y eso es precisamente la fe: Dios sensible al corazón, no a la razón (Pascal).

La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven (Hb 11, 1). La fe mueve montañas. Sólo las personas de fe pueden realizar grandes empresas y sacar fuerzas de todas las contrariedades que salen al paso. La fe ayuda, la fe es tabla de salvación. La fe te ayuda mucho. Cuando no hay fe, falta la vida.

Sin la fe no podríamos subsistir. El hombre es lo que cree. Somos lo que creemos que somos. A. Chejov y J. Suart Mill afirman que la persona que tiene fe posee más fuerza que otras noventa y nueve que sólo tengan intereses. Cuando uno cree que algo es verdadero, se pone en un estado como si lo fuese. Fe es cualquier principio, guía, aforismo, convicción o pasión que pueda suministrar sentido y orientación a la vida (A. Robbins).

El poder sin límites está en nuestra fe, pues ya lo expresaba muy bien Virgilio: Pueden porque creen que pueden. Hay que aprovechar cualquier cosa que ofrezca a un ser humano un rayo de fe y de esperanza y lo pueda cambiar. Somos lo que creemos. Nuestro sistema de creencias se basa en nuestras experiencias pasadas, las cuales revivimos constantemente en el presente, temiendo que el futuro vaya a ser igual que el pasado.

Sólo en el ahora podemos rectificar nuestras percepciones erróneas, y eso sólo se puede lograr eliminando de nuestra mente todo lo que creemos que otros nos han hecho y lo que nosotros creemos haberles hecho a otros.

La duda y la indecisión nos llevan a la muerte. No podemos vivir sin fe, sin confianza. Las dudas son nuestros traidores, decía Shakespeare. Y es cierto, porque basta con que penetre una duda en nuestra mente para acabar con toda la confianza y seguridad del mundo. La duda forma parte del sistema de nuestras creencias.
Al dudar de nuestros logros potenciales, proclamamos con certeza lo que es y lo que no es posible. Nadie se puede permitir el lujo de albergar dudas y admitir en su mente frases como: No tengo el talento suficiente, Eso no se puede hacer, sé realista.

Si hay confianza al pedir, también la hay al expresarse en cualquier tipo de conversación. Cuando hay confianza nos movemos a gusto, nos mostramos como somos, abrimos la mente, el corazón y todo el ser.

En 1982, la Corporación Forum, de Boston Massachussets, estudió a 341 vendedores de distintas compañías, en cinco industrias, para determinar a qué se debía la diferencia entre los más altos productores y los productores término medio. De éstos, 173 eran vendedores del más alto nivel, y 168 eran vendedores término medio.

Cuando se terminó el estudio, era claro que la diferencia entre los dos grupos no podía atribuirse a destrezas, conocimientos o habilidad. La Corporación Forum encontró que la diferencia ¡se debía a la honradez! Las personas que alcanzaban el más alto nivel en ventas eran más productivas porque los clientes tenían confianza en ellas. Y como les creían, les compraban a ellas.

En Jeremías (17,5-8) se ponen en claro dos actitudes, la del que confía en el ser humano y la del que pone toda su confianza en el Señor. Por eso dice maldito, es decir, infeliz, a quien pone su propia estabilidad, el fundamento de todo el edificio de su existencia, en sí mismo y en la caducidad humana: maldito el hombre que confía en otra persona (Jr 17,5); y declara bendito, es decir, lleno de vida, al que pone toda su existencia en la fidelidad de la palabra de Dios: bendito el hombre que confía en el Señor (Jr 17,7). Al ser humano se le presentan dos opciones fundamentales en su vida, o poner su confianza en Dios, en la vida, adherirse a él, o vivir alejado de Dios y poner su confianza en los ídolos que llevan a la muerte.

En Lc 6,20-26 se nos ofrece la proclamación fundamental de Jesús condensada en las bienaventuranzas, dirigida a los pobres e infelices, y en los ayes, que tienen como destinatarios a los ricos de este mundo. En los salmos se declara a una persona bienaventurada o feliz porque cumple con la ley del Señor: ¡Dichoso el que teme al Señor y sigue su camino! (Sal 128,1).

Las maldiciones, o ayes, son dirigidos a aquellos que se han apartado de Dios y viven en la muerte. ¡Ay de los que disimulan sus planes para ocultarlos al Señor! (Is 29,15).

Jesús dirige las bienaventuranzas simplemente a los pobres, a los hambrientos, a los que lloran, a los perseguidos, como declaración de felicidad. Los pobres, los perseguidos, los mansos, son felices porque, son ya desde ahora los seguros y privilegiados destinatarios de la misericordia de Dios.

domingo, 11 de diciembre de 2016

LA MURALLA DE NIEVE


LA MURALLA DE NIEVE



Cuando comenzó el año 1814, las tropas de suecos, cosacos, alemanes y rusos estaban a media hora de marcha de la ciudad de Sleswick. Cada día, llegaban noticias terribles desde el campo sobre el comportamiento de los soldados. Se pensaba que el ataque final llegaría la medianoche del 5 de enero, que se acercaba.

En las afueras de la ciudad, en el lado por donde venían los enemigos, había una casa solitaria, y en ella había una anciana creyente, que estaba orando seriamente con las palabras de un antiguo himno, para que Dios levantase una muralla alrededor de ellos, de forma que el enemigo no pudiera atacarles. En esa misma casa vivían su hija, viuda, y su nieto, un joven de 20 años. Él oyó la oración de su abuela, y no pudo evitar decir que no comprendía cómo ella podía pedir algo tan imposible como que un muro se construyera alrededor de la casa para librarlos del enemigo. La anciana añadió:
- "Sin embargo, ¿piensas que si fuera la voluntad de Dios construir una muralla alrededor de nosotros, sería imposible para Él?

Llegó la terrible noche del 5 de enero y a la medianoche, los soldados empezaron a entrar en todos lados. La casa de la que hablábamos estaba cerca de la carretera, y era mayor que las casas que estaban cerca, que eran solo casas muy pequeñas. Sus habitantes miraban con ansias o temor cómo los soldados entraban en una y otra casa para pedir lo que quisieran; pero todos pasaron de largo de su casa.

Durante todo el día había habido una terrible nevada (la primera del invierno) y hacia la noche la tormenta se hizo tan violenta que apenas se reconocía con otros años.

Al final cuatro partidas de cosacos llegaron, porque la nieve no los dejaba entrar antes en la ciudad por otro camino. Esta parte de las afueras estaba un poco lejos de la ciudad misma. Las casas cercanas a donde vivía la anciana se vieron así llenas con 50 o 60 de estos hombres salvajes. Fue una noche terrible para los que vivían en esa parte de la ciudad, llena a rebosar con tropas enemigas. Pero ni un solo soldado entró en la casa de la abuela; y en medio de los gritos de alrededor ni siquiera se oyó un golpe en la puerta para asombro de la familia.

A la mañana siguiente, cuando salió el sol, vieron la causa. La tormenta había descargado una cantidad tal de nieve entre la carretera y la casa que no se podía llegar allí.

- "¿Ves ahora, hijo mío," -dijo la anciana- "que fue posible para Dios levantar una muralla alrededor de nosotros?".

LAS SIETE REGLAS DEL GALLO


LAS 7 REGLAS DEL GALLO



Muchas veces nos sentimos incapaces de realizar ciertas actividades o desarrollar proyectos por creer que somos poca cosa. Sin embargo, nunca debemos pensar que no servimos, pues para Dios todos servimos (aunque no todos para lo mismo). Si Dios pudo utilizar un simple gallo para recuperar a un apóstol como Pedro, también puede apoyarse en ti para muchas cosas.

Tan sólo debes de seguir las 7 reglas del gallo:

1- El gallo se levanta temprano e inmediatamente emprende su tarea (que Dios le ha confiado).

2- El gallo no se niega a cantar porque existan ruiseñores. Hace lo que puede, lo mejor que sabe.

3- El gallo sigue cantando aunque nadie lo anime ni se lo agradezca. En realidad, no espera que nadie lo haga.

4- El gallo despierta a los que duermen. Su tarea es impopular, pero necesaria.

5- El gallo proclama buenas noticias: Acaba de amanecer. Ante ti tienes por estrenar un nuevo día, lleno de magníficas oportunidades.

6- El gallo es fiel cumplidor de su tarea. Se puede contar con él. No falla nunca. Es un excelente centinela.

7- El gallo nunca se queja de tener que hacer siempre lo mismo, de que nadie le felicite o de que a nadie le importe su cometido.

sábado, 10 de diciembre de 2016

APRENDER A AMAR


Aprender a amar



El hombre, para ser feliz, ha de encontrar respuesta a las grandes cuestiones de la vida. Entre esas cuestiones que afectan al hombre de todo tiempo y lugar, que apelan a su corazón, que es donde se desarrolla la más esencial trama de su historia, está, incuestionablemente, la sexualidad.

Por eso es preciso encontrar respuesta a preguntas capitales como: ¿qué debo hacer para educar mi sexualidad, para ser dueño de ella?, pues el cuerpo de la otra persona se presenta a la vez como reflejo de esa persona y también como ocasión para dar rienda suelta a un deseo de autosatisfacción egoísta.

¿Consideras entonces la sexualidad un asunto muy importante?

El gobierno más importante es el de uno mismo. Y si una persona no adquiere el necesario dominio sobre su sexualidad, vive con un tirano dentro.

La sexualidad es un impulso genérico entre cualquier macho y cualquier hembra. El amor entre un hombre y una mujer, en cambio, busca la máxima individualización.

Y para que el cuerpo sea expresión e instrumento de ese amor individualizado, es necesario dominar el cuerpo de modo que no quede subyugado por el placer inmediato y egoísta, sino que actúe al servicio del amor.

Porque, si no se educa bien la propia afectividad, es fácil que, en el momento en que tendría que brotar un amor limpio, se imponga la fuerza del egoísmo sexual. En el momento en que la sexualidad deja de estar bajo control, comienza su tiranía. Chesterton decía que pensar en una desinhibición sexual simpática y desdramatizada, en la que el sexo se convierte en un pasatiempo hermoso e inofensivo como un árbol o una flor, sería una fantasía utópica o un triste desconocimiento de la naturaleza y la psicología humanas.


© Alfonso Aguiló

viernes, 9 de diciembre de 2016

EN ESTE MOMENTO DE MI VIDA, QUE ESPERO?


En este momento de mi vida...¿qué espero?
El hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza.


Por: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net 




¡Queridos hermanos y hermanas!

En el Adviento, la Iglesia inicia un nuevo Año Litúrgico, un nuevo camino de fe que, por una parte, hace memoria del acontecimiento de Jesucristo, y por otra, se abre a su cumplimiento final. Es precisamente desde esta doble perspectiva de donde vive el Tiempo de Adviento, mirando tanto a la primera venida del Hijo de Dios, cuando nació de la Virgen María, como a su vuelta gloriosa, cuando vendrá a “juzgar a vivos y muertos”, como decimos en el Credo.

Sobre este sugestivo tema de la “espera” quisiera ahora detenerme brevemente, porque se trata de un aspecto profundamente humano, en el que la fe se convierte, por así decirlo, en un todo con nuestra carne y nuestro corazón.

La espera, el esperar es una dimensión que atraviesa toda nuestra existencia personal, familiar y social. La espera está presente en mil situaciones, desde las más pequeñas y banales hasta las más importantes, que nos implican totalmente y en lo profundo. Pensemos, entre estas, en la espera de un hijo por parte de dos esposos; a la de un pariente o de un amigo que viene a visitarnos de lejos; pensemos, para un joven, en la espera del éxito en un examen decisivo, o de una entrevista de trabajo; en las relaciones afectivas, en la espera del encuentro con la persona amada, de la respuesta a una carta, o de la acogida de un perdón...

Se podría decir que el hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza. Y al hombre se le reconoce por sus esperas: nuestra “estatura” moral y espiritual se puede medir por lo que esperamos, por aquello en lo que esperamos.

Cada uno de nosotros, por tanto, especialmente en este Tiempo que nos prepara a la Navidad, puede preguntarse: yo, ¿qué espero? ¿A qué, en este momento de mi vida, está dirigido mi corazón? Y esta misma pregunta se puede plantear a nivel de familia, de comunidad, de nación. ¿Qué es lo que esperamos, juntos? ¿Qué une nuestras aspiraciones, qué las acomuna?

En el tiempo precedente al nacimiento de Jesús, era fortísima en Israel la espera del Mesías, es decir, de un Consagrado, descendiente del rey David, que habría finalmente liberado al pueblo de toda esclavitud moral y política e instaurado el Reino de Dios. Pero nadie habría nunca imaginado que el Mesías pudiese nacer de una joven humilde como era María, prometida del justo José. Ni siquiera ella lo habría esperado nunca, pero en su corazón la espera del Salvador era tan grande, su fe y su esperanza eran tan ardientes, que Él pudo encontrar en ella una madre digna. Del resto, Dios mismo la había preparado, antes de los siglos.

Hay una misteriosa correspondencia entre la espera de Dios y la de María, la criatura “llena de gracia”, totalmente transparente al designio de amor del Altísimo. Aprendamos de Ella, Mujer del Adviento, a gestionar los gestos cotidianos con un espíritu nuevo, con el sentimiento de una espera profunda, que solo la venida de Dios puede colmar.


Palabras del Papa Benedicto XVI pronunciadas el domingo a mediodía, durante el rezo del Ángelus, el domingo 28 de noviembre de 2010 en la Plaza de San Pedro. 

lunes, 5 de diciembre de 2016

EL PAN DE CADA DÍA


El pan de cada día


La Biblia contiene la palabra sagrada escrita por autores elegidos e inspirados por Dios. Sabía él muy bien en medio de qué tinieblas se encontrarían sus hijos en los años venideros, y por amor a cada uno de nosotros asistió con dones especiales a los escritores del libro santo para que escribieran todo y solo lo que él les inspiraba. Son cartas de amor de Dios a nosotros.

Cuentan que el emperador romano había prohibido con la amenaza de severos castigos a los cristianos que tuvieran una Biblia en su casa. Pero muchos cristianos la guardaban a pesar de todo y la leían a escondidas. Un día entró al pueblo un contingente de policías para revisar casa por casa. Una mujer que los veía llegar tuvo una idea ingeniosa. Ya que estaba justo preparando la masa para hornear el pan para la semana tomó la Biblia la envolvió en la masa y la introdujo en el horno. Cuando entraron los policías a la casa no encontraron Biblia alguna en la casa. Vieron nada más que pan horneándose. Al día siguiente la madre sacó el pan del horno para servirlo a la familia. En medio del pan la Biblia estaba perfectamente conservada.

Vigorízate cada día con el pan de la Palabra. Te sugiero que pongas en un lugar visible el libro sagrado. Elige un rinconcito de Dios en tu casa. En una mesita con algunas imágenes o estatuas de Jesús, María y tus santos patronos, que esté también la Biblia adornada con flores, velas, o ikebanas… Y que de día en día crezcas en amor y vivencia de la Palabra de Dios.


* Enviado por el P. Natalio 

EL REGALO


El regalo



“Hace algunos años, cuando visitaba una provincia de jesuitas en América Latina, fui invitado a celebrar la Misa en un suburbio, en una favela, en uno de los lugares más pobres de la zona. Unas cien mil personas vivían allí en medio del barro, porque este suburbio estaba construido en una depresión que se inundaba cada vez que llovía…

La Misa tuvo lugar bajo una especie de techumbre en mal estado, sin puerta, con perros y gatos que entraban libremente. El resultado me pareció, con todo, maravilloso. El canto repetía: “Amar es darse… ¡Qué bello es vivir para amar y qué grande tener para dar!”

A medida que el canto avanzaba, sentí que se me hacía un gran nudo en la garganta. Tenía que hacer un verdadero esfuerzo para continuar la Misa. Aquellas gentes, que parecían no tener nada, estaban dispuestas a darse a sí mismas para comunicar a los demás la alegría, la felicidad.

Cuando en la consagración elevé la hostia, percibí, en medio del tremendo silencio, la alegría del Señor que se encuentra entre los que ama. Como dice Jesús: “Me ha enviado a predicar la Buena Noticia a los pobres”, y “felices los pobres”…

Al dar la comunión, me fijé en que en aquellos rostros secos, duros, quemados por el sol, había lágrimas que rodaban como perlas. Acababan de encontrarse con Jesús, que era su único consuelo. Mis manos temblaban.

Mi homilía fue corta. Fue sobre todo un diálogo. Me contaron cosas que no suelen escucharse en los discursos importantes, cosas sencillas, pero profundas y sublimes…

Al terminar la eucaristía un tipo corpulento, con aspecto de delincuente y que casi daba miedo, me dijo: “Venga a mi casa. Tengo un regalo para usted”. Yo, indeciso, dudaba si debería aceptarlo, pero el jesuita que me acompañaba me dijo: “Acepte, padre, son muy buena gente”.

Así que fui con él a su casa, que era una barraca medio destruida, y me invitó a sentarme en una silla desvencijada. Desde mi sitio yo podía contemplar la puesta de sol. El grandullón me dijo: “Mire, Señor, ¡qué hermosura!”. Nos quedamos en silencio durante algunos minutos. El sol desapareció. El hombre exclamó: “No sabía cómo agradecerle todo lo que hacen por nosotros. No tengo nada que darle. Pero pensé que le gustaría ver esta puesta de sol. ¿A qué le ha gustado?”. Y me dio la mano.”


P. Pedro Arrupe

LA FE NOS SALVA


La fe nos salva
La fe es un don y una tarea, nos da vida y nos mantiene con vida aquí y en la eternidad.


Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente: es.catholic.net 




Somos lo que pensamos y lo que creemos. Según pensamos en positivo o negativo, vivimos en el cielo o en el infierno. Todo es posible para el que cree, pues si Dios está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros? Dios camina con nosotros y no tenemos que temer, sino apoyarnos en Él y saber que de derrota en derrota se ha logrado llegar a la victoria final (Churchill). Estamos en las manos de Dios.

 La fe es don y tarea, es misterio, exige compromiso. El cristiano tiene una gran tarea y una gran ocasión en la sociedad de la incredulidad funcional y de la incredulidad de los hombres ávidos de sentido: se trata de ser testigos de la profundidad en medio de la profanidad (J. M. Mardones).

La fe nos da la seguridad de que Dios camina con nosotros, de que para Él y con Él todo es posible, de que con su presencia tenemos todo: sol, luz, paz, bien, vida. Si falta Él, no tenemos nada. Lord Byron tiene estas significativas palabras: Cuando nos acercamos a casa, es dulce oír cómo ladra el perrito al sentir nuestra presencia, como si quisiera darnos la bienvenida. También nosotros marcharemos un día a la casa del Padre, y es consolador pensar que Cristo nos espera en ella con una dulce sonrisa. Sin fe, estamos perdidos.

La fe nos salva, nos mantiene vivos, nos da la vida aquí, y la eterna.

viernes, 2 de diciembre de 2016

PAPÁ, CUÁNTO GANAS?


¿Papá, cuánto ganas?



En el seno de la familia aprendes a reconocer tu propia dignidad, en la convivencia diaria descubres la maravilla del amor. La familia es el remedio por excelencia para superar los efectos nocivos del desamparo y del abandono, cuyas trágicas consecuencias son la violencia, la delincuencia y las adicciones… 

“Papi, ¿cuánto ganas?” Preguntó un niño a su papá que volvía del trabajo. El padre repuso severamente: “Mira hijo, esos informes ni tu madre los conoce. No  molestes, estoy cansado”. “Pero, papá”, insistía el pequeño, “por favor, ¿cuánto ganas por hora? El padre, más tranquilo, contestó: “800 pesos la hora”. “Papi, ¿me podrías prestar 400 pesos?”. El padre fuera de sí le dijo: “¿Así que por eso querías saber cuánto gano? Vete a dormir y no molestes más, ¡niño aprovechador!” Había caído la noche. El padre meditó lo sucedido y se sintió culpable: ¡quizá su hijo necesitaba algo! Fue al cuarto del niño y con voz baja preguntó: “¿Duermes, hijo?”. “Habla, papá”, respondió el niño. “Aquí tienes el dinero que me pediste”. “Gracias, papá”, contestó, y sacando unos billetes debajo de la almohada, dijo: “Ahora ya completé, papi, ¡tengo 800 pesos! ¿Me podrías vender una hora de tu tiempo?”.

En la familia aprendes a salir de la estrechez del egoísmo para abrirte a los demás. La familia te enseña que el mundo está hecho para ser compartido en paz y armonía, espacio humano donde tus gustos no son norma suprema, y donde las necesidades de los demás son reclamos a tu capacidad de amor y servicio.


* Enviado por el P. Natalio 

jueves, 1 de diciembre de 2016

SEÑOR, AMIGO DE LA VIDA


Señor, amigo de la vida 


“¿Por qué en un mundo que se dice civilizado, la muerte, no sólo ha extendido su dominio, sino que se ha desacralizado ese misterio respetado incluso por los paganos? ¿Por qué la muerte, si es tanta la sed de vivir? ¿No hemos nacido para vivir? ¿Por qué esa furia ciega, esa carrera alocada hacia la destrucción de la vida? 

Yo venía de oír la radio y dar un vistazo al diario: “Chofer de camión, cargado con dinamita, se lanza contra un edificio, se temen víctimas”. “Mujer con sus dos hijos se lanza al metro”. “Gresca en una boda: un centenar de contusos”. (Señor, ¡qué mal comienzo, en una boda!), y una noticia que me ha entristecido mucho: el Director de un hospital local denunciaba unos mil abortos ocurridos en el último año, en su mayoría de muchachas adolescentes... Sin hablar de secuestros, violaciones y robos... 

Ayúdanos, Señor, a sentir lo que es vivir, a redescubrir las alegrías de la vida cotidiana: los amigos, la luz, la belleza, la bondad, el compartir, las fiestas…, lo que da sabor al vivir. Señor, amigo de la vida, danos vivirla en plenitud, y, agradecidos, ser siempre portadores de vida (Spoletini)”. Aprecia y respeta la vida, don inapreciable del amor de Dios.


* Enviado por el P. Natalio 

miércoles, 30 de noviembre de 2016

REJUVENECER


Rejuvenecer  


“El Señor perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa, y te colma de gracia y de ternura; el sacia de bienes tus anhelos, y como un águila se renueva tu juventud”. (Salmo 103). Qué maravillosa es la oportunidad de rejuvenecer. El hombre bíblico sabía que las águilas pueden rejuvenecer.

El águila a los 40 años está casi ciega, las plumas pesadas y feas, el pico se curva hacia dentro lo mismo que las garras y no puede cazar para sobrevivir. Es cuando el águila debe tomar una decisión radical: se somete a una renovación o se deja morir. La que decide seguir viviendo, se retira a lo alto de una roca en donde construye un nido. Estando allí, ella misma se arranca el pico viejo golpeándolo contra la roca, y sale uno nuevo, con el cual arranca y destroza una por una sus viejas garras. Luego le salen garras nuevas con las cuales arranca sus plumas, hasta quedar pelona. Al mismo tiempo, un aceite le limpia los ojos, devolviéndole la visión. Cuando le crecen estas nuevas plumas, con un pico, garras y nueva visión el águila puede seguir en su vuelo diario por 30 años más. Es un proceso sumamente doloroso de unos 150 días, pero que le ofrece una nueva juventud.

Al orar con los salmos déjate arrebatar por la presencia viva de Dios, envolver por los sentimientos de asombro, exaltación, alabanza, contrición, intimidad, dulzura u otros estados de ánimo que impregnan estos antiguos cánticos (I. Larrañaga). Aprovecha los salmos para rejuvenecer tu oración y tu vida.


* Enviado por el P. Natalio 

lunes, 28 de noviembre de 2016

EL LADRILLO DE ORO


El ladrillo de oro



Si quieres ser tú mismo, el único punto de referencia para superarte eres tú. No necesitas compararte con nadie más. Lo correcto es conocer tus talentos y habilidades, alegrarte de lo que tienes y cultivarlo. Acepta, por otra parte, tus límites y carencias. Piénsalo y vive en armonía y paz tu propia realidad. 

Un pobre se encontró con un antiguo amigo, que se había dedicado a la oración y al crecimiento espiritual. Este tenía el don de hacer milagros. Como el pobre se quejara de las dificultades que tenía para vivir, su amigo, apenado por su situación, tocó con el dedo un ladrillo que, de inmediato, se transformó en oro. Se lo ofreció al pobre, pero a éste le pareció poco y siguió quejándose. Entonces su amigo tocó un león de piedra, que se convirtió en un león de oro macizo. Pero tampoco lo contentó. Entonces el hacedor de prodigios le preguntó: - Bueno, y ¿qué es lo que tú quieres? Enseguida contestó el otro: - ¡Quisiera tu dedo! 

El trabajo honrado y responsable nos libera del aburrimiento y de los vicios, y nos proporciona los recursos para remediar nuestras necesidades fundamentales. Es una bendición de Dios. Trabaja con gusto y acabarás sintiendo gusto por el trabajo. “El que no quiera trabajar, que no coma” (S. Pablo). Que tengas un día de acción.

* Enviado por el P. Natalio 

NO SOY DIGNO


No soy digno

Si se entiende bien, ante este tipo de dificultades para responder a la vocación diría que se puede pasar por alto la incompetencia, pero no la pusilanimidad: alma encogida, insuficiencia moral, desmoralización. Me explicaré -espero- de modo que se compre


Por: Juan Manuel Roca | Fuente: Fluvium.com 




Si se entiende bien, ante este tipo de dificultades para responder a la vocación diría que se puede pasar por alto la incompetencia, pero no la pusilanimidad: alma encogida, insuficiencia moral, desmoralización. Me explicaré -espero- de modo que se comprenda, trayendo a nuestra consideración un conocido pasaje del Evangelio.

San Lucas relata que Jesús se subió un día a la barca de Pedro para predicar desde allí a la multitud y, al terminar, pidió a Pedro que llevara la barca mar adentro (es el Duc in altum!, ¡mar adentro!, que nos ha repetido Juan Pablo II como consigna para el tercer Milenio cristiano) y echara las redes para pescar. Pedro le respondió que habían estado toda la noche bregando y no habían pescado nada, pero añadió: "sin embargo porque tú lo dices echaré la red". Así lo hizo y quedó atónito, impresionado, al ver que casi no podían sacar la red del agua de tantos peces como habían cogido. Entonces se echó de rodillas a los pies de Jesús, con la cabeza inclinada hasta el suelo, y le dijo: "apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador" (Lc 5, 1-11).

Al ver el prodigio que había hecho Jesús contando con su obediencia, Pedro se asustó, porque se consideraba indigno de servir de instrumento a tales milagros. Pero Jesús le dijo: "no temas. Desde ahora serán hombres lo que tendrás que pescar". No sólo no considera que la indignidad de Pedro sea un obstáculo, sino que se apoya en su humildad para hacerle capaz de atraer a Dios a una muchedumbre incontable de hombres y mujeres, como sucedió ya durante su vida.

Por supuesto que somos indignos de que Dios nos elija para servirse de nosotros como instrumentos: sería grotesco que no nos diéramos cuenta. Pero ya hemos dicho que Dios no nos llama por nuestros méritos (Pedro, con toda su experiencia y su dominio del oficio, había estado toda la noche faenando en vano), sino porque quiere; por eso basta que reconozcamos nuestra indignidad y le hagamos caso, fiándonos de Él, para dar con nuestra vida obediente un fruto maravilloso.

Me parece muy lúcida esta manera de explicar cómo la indignidad y la humildad de los santos hacen que Dios se luzca en los frutos: "Un santo es un avaricioso que va llenándose de Dios, a fuerza de vaciarse de sí. Un santo es un pobre que hace su fortuna desvalijando las arcas de Dios. Un santo es un débil que se amuralla en Dios y en Él construye su fortaleza. Un santo es un imbécil del mundo -stulta mundi- que se ilustra y se doctora con la sabiduría de Dios. Un santo es un rebelde que a sí mismo se amarra con las cadenas de la libertad de Dios. Un santo es un miserable que lava su inmundicia en la misericordia de Dios. Un santo es un paria de la tierra que planta en Dios su casa, su ciudad y su patria. Un santo es un cobarde que se hace gallardo y valiente, escudado en el poder de Dios. Un santo es un pusilánime que se dilata y se acrece con la magnificencia de Dios. Un santo es un ambicioso de tal envergadura que sólo se satisface poseyendo cada vez más y más ración de Dios... Un santo es un hombre que todo lo toma de Dios: un ladrón que le roba a Dios hasta el Amor con que poder amarle. Y Dios se deja saquear por sus santos. Ése es el gozo de Dios. Y ése, el secreto negocio de los santos" (P. Urbano, El hombre de Villa Tevere).

Ya se ve que lo decisivo aquí es el amor impresionante de Dios por el hombre, que nos da motivos para esperarlo todo de Él. El quid de la santidad es una cuestión de fe, de confianza: lo que el hombre esté dispuesto a dejar que Dios haga en él. No es tanto el "yo hago", "yo lo haré", como el "hágase en mí" de aquella muchacha desconocida de Nazaret a la que Dios comunicó que la había elegido para ser Madre de su Hijo.

Las realidades grandes empiezan con humildad: "No te elegí porque seas grande, por el contrario eres el más pequeño de los pueblos; te he elegido porque te amo" dice el Señor al Pueblo de Israel en el Antiguo Testamento. Ciertamente, Dios no nos elige por nuestra grandeza; al contrario, la grandeza de Dios entra en nuestra vida cuando nos abrimos humildemente a sus planes amorosos, como nos enseña la Virgen María, que después de haber concebido en su seno purísimo al Hijo de Dios, canta, llena de humilde alborozo: "Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se llena de gozo en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la pequeñez de su esclava. Desde ahora me llamarán bendita todas las generaciones, porque el Todopoderoso ha hecho obras grandes en mí" (Lc 1, 46-49).

sábado, 26 de noviembre de 2016

GIME EL DESIERTO


Gime el desierto…


¿Ha perdido “actualidad” la palabra pecado? Pareciera que sí. Sin embargo es una radical experiencia humana. Basta mirar con sinceridad dentro de nosotros para descubrir una cuota de egoísmo y de fragilidad que nos induce a hacer el mal que deberíamos evitar y a no hacer el bien que estamos llamados a practicar.

Refieren los viajeros que, cuando el viento a la caída de la tarde roza la arena del desierto, se oye a lo lejos algo así como un suspiro prolongado: “Escucha” –dice entonces la voz del beduino–  “el desierto se lamenta, porque quisiera ser pradera“. En cuántos hombres, caídos por el pecado, existe la añoranza de lo que podrían ser y no son... 

Nunca el hombre es tan grande como cuando cae de rodillas y pide ser purificado, cuando, desde lo profundo del alma grita: “¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad; por tu gran compasión, borra mis faltas!”, (Sal 51, 3) ¡Cuánta paz trae una confesión hecha con humilde arrepentimiento!


* Enviado por el P. Natalio 

viernes, 25 de noviembre de 2016

CAER Y LEVANTARSE


¡Caer y levantarse!



“No se equivoca el hombre que ensaya distintos caminos para alcanzar sus metas, se equivoca aquel que por temor a equivocarse no actúa. No se equivoca el pájaro que ensayando el primer vuelo cae al suelo, se equivoca aquel que por temor a caerse renuncia a volar permaneciendo en el nido.

Una noche la gente oyó un ruido espantoso que provenía de la casa de Nasrudin. A la mañana siguiente y apenas se levantaron lo fueron a visitar y le preguntaron: "¿Qué fue todo ese ruido?". "Mi capa cayó al suelo". Respondió Nasrudín. Pero… "¿una capa puede hacer tal ruido?" Le cuestionaron: "Por supuesto, si usted está dentro de ella, como yo lo estaba".   

El error más grande lo cometes cuando, por temor a equivocarte, no te arriesgas para lograr tus objetivos. No se equivoca el río cuando, al encontrar una montaña en su camino, retrocede para seguir avanzando hacia el mar; se equivoca el agua que por temor a equivocarse, se estanca y se pudre en la laguna” (A.D.)


* Enviado por el P. Natalio 
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