Mostrando entradas con la etiqueta SEMANA SANTA - DOMINGO DE RAMOS. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta SEMANA SANTA - DOMINGO DE RAMOS. Mostrar todas las entradas

domingo, 10 de abril de 2022

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN EL DOMINGO DE RAMOS 2022

 


Homilía del Papa Francisco en el Domingo de Ramos 2022
POR ALMUDENA MARTÍNEZ-BORDIÚ | ACI Prensa



El Papa Francisco celebró este domingo 10 de abril, Domingo de Ramos, la Misa de la Pasión del Señor, donde señaló que Dios nunca se cansa de perdonar y que “el privilegio de cada uno de nosotros es ser amado y perdonado”. 


También recordó la “locura de la guerra, donde se vuelve a crucificar a Cristo” y aseguró que “Cristo es clavado en la cruz una vez más en las madres que lloran la muerte injusta de los maridos y de los hijos. Es crucificado en los refugiados que huyen de las bombas con  los niños en brazos. Es crucificado en los ancianos que son abandonados a la muerte, en los jóvenes privados de futuro, en los soldados enviados a matar a sus hermanos”. 

A continuación, la homilía pronunciada por el Papa Francisco: 

En el Calvario se enfrentan dos mentalidades. Las palabras de Jesús crucificado en el  Evangelio se contraponen, en efecto, a las de los que lo crucifican. Estos repiten un estribillo: “Sálvate a ti mismo”. Lo dicen los jefes: «¡Que se salve a sí mismo si este es el Mesías de Dios, el  elegido!» (Lc 23,35). Lo reafirman los soldados: «¡Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti  mismo!» (v. 37). Y finalmente, también uno de los malhechores, que escuchó, repite la idea:  «¿Acaso no eres el Mesías? ¡Sálvate a ti mismo!» (v. 39). Salvarse a sí mismo, cuidarse a sí mismo,  pensar en sí mismo; no en los demás, sino solamente en la propia salud, en el propio éxito, en los  propios intereses; en el tener, en el poder y en la apariencia. Sálvate a ti mismo: es el estribillo de la  humanidad que ha crucificado al Señor. Reflexionemos sobre esto.   

Pero a la mentalidad del yo se opone la de Dios; el sálvate a ti mismo discuerda con el  Salvador que se ofrece a sí mismo. En el Evangelio de hoy también Jesús, como sus opositores,  toma la palabra tres veces en el Calvario (cf. vv. 34.43.46). Pero en ningún caso reivindica algo para  sí; es más, ni siquiera se defiende o se justifica a sí mismo. Reza al Padre y ofrece misericordia al  buen ladrón. Una expresión suya, en particular, marca la diferencia respecto al sálvate a ti mismo:  «Padre, perdónalos» (v. 34).  

Detengámonos en estas palabras. ¿Cuándo las dice el Señor? En un momento específico,  durante la crucifixión, cuando siente que los clavos le perforan las muñecas y los pies. Intentemos  imaginar el dolor lacerante que eso provocaba. Allí, en el dolor físico más agudo de la pasión,  Cristo pide perdón por quienes lo están traspasando. En esos momentos, uno sólo quisiera gritar  toda su rabia y sufrimiento; en cambio, Jesús dice: Padre, perdónalos. A diferencia de otros  mártires, que son mencionados en la Biblia (cf. 2 Mac 7,18-19), no reprocha a sus verdugos ni  amenaza con castigos en nombre de Dios, sino que reza por los malvados. Clavado en el patíbulo de la humillación, aumenta la intensidad del don, que se convierte en perdón.  

Hermanos, hermanas, pensemos que Dios hace lo mismo con nosotros. Cuando le causamos  dolor con nuestras acciones, Él sufre y tiene un solo deseo: poder perdonarnos. Para darnos cuenta de esto, contemplemos al Crucificado. El perdón brota de sus llagas, de esas heridas dolorosas que le provocan nuestros clavos. Contemplemos a Jesús en la cruz y pensemos que nunca hemos  recibido palabras más bondadosas: Padre, perdónalos.  

Contemplemos a Jesús en la cruz y veamos  que nunca hemos recibido una mirada más tierna y compasiva. Contemplemos a Jesús en la cruz y  comprendamos que nunca hemos recibido un abrazo más amoroso. Contemplemos al Crucificado y digamos: “Gracias, Jesús, me amas y me perdonas siempre, aun cuando a mí me cuesta amarme y  perdonarme”.  

Allí, mientras es crucificado, en el momento más duro, Jesús vive su mandamiento más  difícil: el amor por los enemigos. Pensemos en alguien que nos haya herido, ofendido,  desilusionado; en alguien que nos haya hecho enojar, que no nos haya comprendido o no haya sido  un buen ejemplo. ¡Cuánto tiempo perdemos pensando en quienes nos han hecho daño! Y también  mirándonos dentro de nosotros mismos y lamiéndonos las heridas que nos han causado los otros, la  vida, la historia. 

Hoy Jesús nos enseña a no quedarnos ahí, sino a reaccionar, a romper el círculo  vicioso del mal y de las quejas, a responder a los clavos de la vida con el amor y a los golpes del  odio con la caricia del perdón. Pero nosotros, discípulos de Jesús, ¿seguimos al Maestro o a nuestro  instinto rencoroso? Es una pregunta que debemos hacernos. Si queremos verificar nuestra pertenencia a Cristo, veamos cómo nos  comportamos con quienes nos han herido. El Señor nos pide que no respondamos según nuestros  impulsos o como lo hacen los demás, sino como Él lo hace con nosotros. Nos pide que rompamos la  cadena del “te quiero si tú me quieres; soy tu amigo si eres mi amigo; te ayudo si me ayudas”. No,  compasión y misericordia para todos, porque Dios ve en cada uno a un hijo. No nos separa en  buenos y malos, en amigos y enemigos. Somos nosotros los que lo hacemos, haciéndolo sufrir. Para  Él todos somos hijos amados, que desea abrazar y perdonar.   

También esa invitación al banquete del Hijo, el Señor invita a todos: blancos, negros, buenos, malos, a todos. Sanos, enfermos, todos. El amor de Jesús es para todos. No hay privilegios en esto, es para todos. El privilegio de cada uno de nosotros es ser amado y perdonados.  

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. El Evangelio destaca que Jesús «decía»  (v. 34) esto. No lo dijo una sola vez en el momento de la crucifixión, sino que pasó las horas que  estuvo en la cruz con estas palabras en los labios y en el corazón. Dios no se cansa de perdonar. Debemos entender esto, pero entenderlo no sólo con la mente sino también con el corazón. Dios no se cansa de perdonar, somos nosotros quienes nos cansamos de pedir perdón, Él nunca se cansa de perdonar.  

N es que aguante hasta un cierto punto para luego cambiar de idea, como estamos tentados de hacer  nosotros. Jesús —enseña el Evangelio de Lucas— vino al mundo a traernos el perdón de nuestros  pecados (cf. Lc 1,77) y al final nos dio una instrucción precisa: predicar a todos, en su nombre, el perdón de los pecados (cf. Lc 24,47). No nos cansemos del perdón de Dios, ni nosotros sacerdotes de administrarlo, ni cada cristiano de recibirlo y testimoniarlo. Nos nos cansemos del perdón de Dios.  

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Observemos algo más. Jesús no sólo  implora el perdón, sino que dice también el motivo: perdónalos porque no saben lo que hacen.  Pero, ¿cómo? Los que lo crucificaron habían premeditado su muerte, organizado su captura, los  procesos, y ahora están en el Calvario para asistir a su final. Y, sin embargo, Cristo justifica a esos  violentos porque no saben. Así es como Jesús se comporta con nosotros: se hace nuestro abogado.  No se pone en contra de nosotros, sino de nuestra parte contra nuestro pecado. Y es interesante el  argumento que utiliza: porque no saben. Cuando se usa la violencia ya no se sabe nada de Dios, que  es Padre, ni tampoco de los demás, que son hermanos. Se nos olvida porqué estamos en el mundo y llegamos a cometer crueldades absurdas. Lo vemos en la locura de la guerra, donde se vuelve a  crucificar a Cristo. Sí, Cristo es clavado en la cruz una vez más en las madres que lloran la muerte  injusta de los maridos y de los hijos. Es crucificado en los refugiados que huyen de las bombas con  los niños en brazos. Es crucificado en los ancianos que son abandonados a la muerte, en los jóvenes privados de futuro, en los soldados enviados a matar a sus hermanos.  Cristo es crucificado hoy allí. 

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Muchos escuchan esta frase inaudita;  pero sólo uno la acoge. Es un malhechor, crucificado junto a Jesús. Podemos pensar que la  misericordia de Cristo suscitó en él una última esperanza que lo llevó a pronunciar estas palabras:  «Jesús, acuérdate de mí» (Lc 23,42). Como diciendo: “Todos se olvidaron de mí, pero tú piensas incluso en quienes te crucifican. Contigo, entonces, también hay lugar para mí”. El buen ladrón  acoge a Dios mientras su vida está por terminar, y así su vida empieza de nuevo; en el infierno del mundo ve abrirse el paraíso: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43). Este es el prodigio del perdón de Dios, que transforma la última petición de un condenado a muerte en la primera  canonización de la historia.  

Hermanos, hermanas, en esta semana acojamos la certeza de que Dios puede perdonar todo  pecado, toda distancia, y puede cambiar todo lamento en danza (cf. Sal 30,12); la certeza de que con  Jesús siempre hay un lugar para cada uno; de que con Jesús nunca es el fin, nunca es demasiado tarde. Con Dios siempre se puede volver a vivir. Ánimo, caminemos hacia la Pascua con su perdón. Porque Cristo intercede continuamente ante el Padre por nosotros (cf. Hb 7,25) y, mirando nuestro mundo violento y herido, no se cansa nunca de repetir, y nosotros lo hacemos ahora con nuestro corazón en silencio. Repetir con Jesús: Padre, perdónalos, porque no saben lo que  hacen. 


 

PAPA FRANCISCO EN DOMINGO DE RAMOS: EN LA LOCURA DE LA GUERRA SE VUELVE A CRUCIFICAR A CRISTO

 











Papa en Domingo de Ramos: “En la locura de la guerra se vuelve a crucificar a Cristo”

POR ALMUDENA MARTÍNEZ-BORDIÚ | ACI Prensa

 Crédito: Daniel Ibáñez/ACI Prensa




Este 10 de abril, Domingo de Ramos, el Papa Francisco presidió la celebración de la Misa de la Pasión del Señor en la Plaza de San Pedro, donde señaló que “Cristo es clavado en la cruz una vez más en las madres que lloran la muerte injusta de los maridos y de los hijos, es crucificado en los refugiados que huyen de las bombas con los niños en brazos”.

“Es crucificado en los ancianos que son abandonados a la muerte, en los jóvenes privados de futuro, en los soldados enviados a matar a sus hermanos. Cristo es crucificado hoy allí”, dijo el Papa respecto a la guerra que sufre Ucrania desde el pasado 24 de febrero.

Como es tradición, el Santo Padre bendijo los ramos de olivo de los presentes, más tarde un diácono cantó el pasaje del Evangelio de San Lucas que relata la entrada de Jesús a Jerusalén y después se llevó a cabo la procesión formada por algunos cardenales. 

Durante la Misa se leyeron las lecturas y el Evangelio de la Pasión del Señor fue cantado por tres solistas y un coro. 

Al comienzo de su homilía, el Papa Francisco recordó las palabras de quienes crucificaron a Jesús: “¡Que se salve a sí mismo si este es el Mesías de Dios, el elegido!”. 

Ante estas palabras, el Papa señaló que la frase “sálvate a ti mismo” es “el estribillo de la humanidad que ha crucificado al Señor”, y aquello que lleva a las personas a “salvarse a sí mismo, cuidarse a sí mismo, pensar en sí mismo y no en los demás, sino solamente en la propia salud, en el propio éxito, en los  propios intereses, en el tener, en el poder y en la apariencia”. 

El Santo Padre animó a reflexionar sobre esto y aseguró que “la mentalidad del yo se opone a la de Dios”, ya que Jesús “marca la diferencia respecto al sálvate a ti mismo” y lo hace con la frase “Padre, perdónalos”. 

El Papa destacó a continuación que Jesús “no reprocha a sus verdugos ni amenaza con castigos en nombre de Dios, sino que reza por los malvados. Clavado en el patíbulo de la humillación, aumenta la intensidad del don, que se convierte en perdón”. 

“Contemplemos a Jesús en la cruz y veamos  que nunca hemos recibido una mirada más tierna y compasiva. Contemplemos a Jesús en la cruz y  comprendamos que nunca hemos recibido un abrazo más amoroso. Contemplemos al Crucificado y digamos: “Gracias, Jesús, me amas y me perdonas siempre, aun cuando a mí me cuesta amarme y  perdonarme”, dijo el Papa Francisco. 

Además, el Papa señaló que Cristo rompe así “el círculo vicioso del mal y de las quejas” algo que nos enseña “a responder a los clavos de la vida con el amor y a los golpes del odio con la caricia del perdón”. 

“El Señor nos pide que no respondamos según nuestros  impulsos o como lo hacen los demás, sino como Él lo hace con nosotros”, dijo el Papa al mismo tiempo que aseguró que “Dios ve en cada uno a un hijo. No nos separa en  buenos y malos, en amigos y enemigos. Somos nosotros los que lo hacemos, haciéndolo sufrir. Para  Él todos somos hijos amados, que desea abrazar y perdonar”. 

“El Señor invita a todos: blancos, negros, buenos, malos, a todos. Sanos, enfermos, todos. El amor de Jesús es para todos. No hay privilegios en esto, es para todos. El privilegio de cada uno de nosotros es ser amado y perdonado”, subrayó. 


En la guerra se vuelve a crucificar a Cristo 

A continuación, el Papa explicó que Jesús “se hace nuestro abogado” y “no se pone en contra de nosotros, sino de nuestra parte contra nuestro pecado”. 

También lamentó que “se nos olvida porqué estamos en el mundo y llegamos a cometer crueldades absurdas” y aseguró que esto “lo vemos en la locura de la guerra, donde se vuelve a  crucificar a Cristo. Sí, Cristo es clavado en la cruz una vez más en las madres que lloran la muerte injusta de los maridos y de los hijos. Es crucificado en los refugiados que huyen de las bombas con los niños en brazos. Es crucificado en los ancianos que son abandonados a la muerte, en los jóvenes privados de futuro, en los soldados enviados a matar a sus hermanos. Cristo es crucificado hoy allí”. 

Por último, el Santo Padre recordó al buen ladrón y la manera en la que Jesús le perdonó y aseguró que “este es el prodigio del perdón de Dios, que transforma la última petición de un condenado a muerte en la primera  canonización de la historia”. 

“Con Jesús nunca es el fin, nunca es demasiado tarde. Con Dios siempre se puede volver a vivir”, subrayó Francisco.  

“Cristo intercede continuamente ante el Padre por nosotros (cf. Hb 7,25) y, mirando nuestro mundo violento y herido, no se cansa nunca de repetir, y nosotros lo hacemos ahora con nuestro corazón en silencio. Repetir con Jesús: Padre, perdónalos, porque no saben lo que  hacen”, concluyó el Santo Padre.  


"Al querido pueblo del Perú"

Tras finalizar la Misa, durante el rezo del Ángelus, el Santo Padre mostró su cercanía “al querido pueblo del Perú, que está atravesando un momento difícil de tensión social”. 

“Les acompaño con la oración y ánimo a todas las partes a encontrar lo más pronto posible una solución pacífica para el bien del país, especialmente por los más pobres, en el respeto y derechos de todos y de las instituciones”, dijo el Papa Francisco.  


Nada es imposible para Dios 

El Papa también dirigió su mirada a la Virgen María, y recordó que el Ángel le dijo a la Virgen “que nada es imposible para Dios”. 

“Nada es imposible para Dios, aunque haya una guerra de la que no se ve el fin, una guerra que cada día pone delante de nuestros ojos masacres y heridas con demasiada crueldad, realizadas contra civiles desarmados. Recemos por esto”, pidió el Papa. 

“Hoy hay guerra porque se quiere vencer así, según la manera del mundo. ¿Por qué?”, se preguntó Francisco, quien aseguró que con la guerra “solamente se pierde”. 

“¿Por qué no dejar que venza Él? Cristo estuvo en la cruz para liberarnos del dominio del mal, murió para que reinase la vida, el amor y la paz”. 

A continuación, el Papa volvió a pedir “que se bajen las armas, que se inicie una tregua pascual, y no para recargar las armas y volver a combatir, sino una tregua para llegar a la paz, a través de una verdadera negociación, dispuesta también a algún sacrificio por el bien de la gente. De hecho, ¿qué victoria será aquella que levantará la bandera sobre un cúmulo de escombros?”, preguntó. 

“Nada es imposible para Dios, a Él nos confiamos por la intercesión de la Virgen María”, concluyó.  

Por último, el Papa se subió al papamóvil para saludar a los fieles presentes en la Plaza de San Pedro, algo que no ocurría desde hace dos años debido a la pandemia del coronavirus.

HOY ES DOMINGO DE RAMOS!!! IMÁGENES Y ORACIÓN AL PONER EN CASA LAS RAMAS BENDITAS DEL DOMINGO DE RAMOS




























Reza esta oración al poner en casa las palmas benditas del Domingo de Ramos
POR CYNTHIA PÉREZ | ACI Prensa



Este Domingo de Ramos, los católicos iniciarán la Semana Santa conmemorando el momento en el que Jesucristo hizo su entrada triunfal en Jerusalén, y fue aclamado como el Mesías por una multitud que lo recibió con palmas y ramos de olivo.

En el también llamado Domingo de la Pasión, los fieles acompañarán al sacerdote en una procesión solemne antes de la Misa, en la que se leerá el relato de la Pasión de Cristo. Como es tradición, los fieles llevarán en las manos palmas o ramos de olivo, que también pueden ser de otros tipos de plantas locales, pero que en esencia buscan rendir honores al Hijo de Dios.

Según recuerda la Carta de fiestas pascuales del Vaticano, durante la procesión los cristianos celebran la entrada triunfal de Cristo a Jerusalén, “imitando las aclamaciones y gestos, que hicieron los niños hebreos cuando salieron al encuentro del Señor, cantando el fervoroso ‘Hossana’”, grito de júbilo de significado mesiánico.

La liturgia de las palmas tiene un significado profundo, pues anticipa el triunfo de la resurrección, que celebraremos al terminar la Semana Santa en la Fiesta de la Pascua, la celebración más importante de la vida de todo cristiano.

Al terminar la Misa del Domingo de Ramos, muchos fieles acostumbran colocar sus palmas benditas en sus hogares o lugares de trabajo. Sin embargo, se debe recordar que las palmas no se conservan como amuletos, porque eso sería superstición, sino que son “signos de la paz mesiánica” que nos recuerdan hacer de nuestra vida un don para Dios y nuestros hermanos.




 A continuación, compartimos una sencilla oración para colocar las palmas benditas en casa:

Bendice, Señor, nuestro hogar.
Que tu Hijo Jesús y la Virgen María reinen en él.
Danos paz, amor y respeto,
para que respetándonos y amándonos
los sepamos honrar en nuestra vida familiar,
sé Tú, el Rey en nuestro hogar.
Amén.




 

domingo, 28 de marzo de 2021

¡BENDITO EL QUE VIENE EN NOMBRE DEL SEÑOR! DOMINGO DE RAMOS 2021

  


¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

El Domingo de Ramos abre la puerta a la semana de los días más amargos, más crueles para el Dios que se hizo hombre por amor.

Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net



Domingo de Ramos, la Iglesia Católica y sus fieles, conmemoramos la entrada de Jesús en Jerusalén. Marcos en su Evangelio, nos describe como fue esa entrada: "Llegó Jesús en un borriquillo mientras muchos extendían sus mantos en el camino y otros lo tapizaban con ramos cortados en el campo y gritaban vivas, ¡Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor!.

Parece que todo nos anima a que sea un domingo de fiesta, los ramos, las palmas, los gritos de júbilo...y sin embargo la tradición nos sorprende en la santa misa de este día, relatándonos la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

¡Qué cercano estaba el día en que sería entregado a los sumos sacerdotes, a los grandes personajes y autoridades, Anás, Caifás, Pilato, Herodes y luego al mismo pueblo que ahora lo vitorea y más tarde pedirá su crucifixión.

Repasamos toda esta historia (que siempre es la misma, dirán algunos) pero que siempre es diferente según la medite nuestro corazón.

El Domingo de Ramos abre la puerta a la semana de los días más amargos, más crueles para el Dios que se hizo hombre por amor, por amor a rodos los hombres y en ese "todos" estaba yo.

La agonía en el Getsemaní, una oración al Padre con temblores de miedo, sus palabras "una tristeza en el alma hasta la muerte" y bajo el resplandor de la luna llena de Pascua, allá en el Huerto de los Olivos, nuestro Salvador postrado en tierra, se cubre de sudor y se llena de amarga soledad. Necesita la compañía de sus amigos, "velad conmigo" pero ellos se durmieron.

Y después el beso que traiciona, la flagelación, las espinas, la cruz, los clavos en pies y manos, la lanza que penetra en su costado, la muerte. "Al que no conoció el pecado, Dios lo trató por nosotros, como el propio pecado, para que, por medio de él, nosotros sintamos la fuerza salvadora de Dios" (Cor 5:21).

"El fue triturado por nuestros crímenes, sobre él descargó el castigo que nos sana" (Is 53:5).

Cristo se acerca al Padre en esa hora de redención, los pecados de la humanidad están sobre Cristo misteriosamente. El pecado es el rechazo a Dios. Cristo está entre los hombres de todos los tiempos y ese amor es rechazado, pisado.


Hay que meditar sobre esto:

Yo soy la causa pero también el destinatario de la redención, soy el fin de la obra redentora de Cristo.

Entremos pues, con la fe y la alegría del Domingo de Ramos, alabando a Jesús desde nuestros corazones, con la confianza y amor que es nuestro Señor, y preparándonos con la lectura de la Pasión, escuchando la Palabra de Dios (el mismo Dios que nos habla) para acompañar a Cristo en la Pasión,

Y desde la cruz con nuestra Madre para todos los seres humanos. María que al pie de la cruz nos recibe como hijos que aunque algunas veces perdamos el rumbo, será nuestro faro de luz que nos conducirá amorosamente hasta su Hijo Jesús

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN EL DOMINGO DE RAMOS 2021

  


Homilía del Papa Francisco en el Domingo de Ramos 2021
Redacción ACI Prensa




El Papa Francisco celebró en el Vaticano este 28 de marzo, Domingo de Ramos, la Misa de la Pasión del Señor en la que invitó en esta Semana Santa a contemplar con asombro los misterios de la pasión y muerte de Jesús.

“Hermanos y hermanas, hoy Dios continúa sorprendiendo nuestra mente y nuestro corazón. Dejemos que este estupor nos invada, miremos al Crucificado y digámosle también nosotros: ‘Realmente eres el Hijo de Dios. Tú eres mi Dios’”, dijo el Papa.

A continuación, la homilía pronunciada por el Papa Francisco:

Esta Liturgia suscita cada año en nosotros un sentimiento de asombro. Pasamos de la alegría que supone acoger a Jesús que entra en Jerusalén al dolor de verlo condenado a muerte y crucificado. Es un sentimiento profundo que nos acompañará toda la Semana Santa. Entremos entonces en este estupor.


Jesús nos sorprende desde el primer momento. Su gente lo acoge con solemnidad, pero Él entra en Jerusalén sobre un humilde burrito. La gente espera para la Pascua al libertador poderoso, pero Jesús viene para cumplir la Pascua con su sacrificio. Su gente espera celebrar la victoria sobre los romanos con la espada, pero Jesús viene a celebrar la victoria de Dios con la cruz. ¿Qué le sucedió a aquella gente, que en pocos días pasó de aclamar con hosannas a Jesús a gritar “crucifícalo”? ¿Qué sucedió?

En realidad, aquellas personas seguían más una imagen del Mesías, que al Mesías real. Seguían una imagen, no al Mesías. Admiraban a Jesús, pero no estaban dispuestas a dejarse sorprender por Él. El asombro es distinto de la simple admiración. La admiración puede ser mundana, porque busca los gustos y las expectativas de cada uno; en cambio, el asombro permanece abierto al otro, a su novedad. También hoy hay muchos que admiran a Jesús, porque habló bien, porque amó y perdonó, porque su ejemplo cambió la historia. Lo admiran, pero sus vidas no cambian. Porque admirar a Jesús no es suficiente. Es necesario seguir su camino, dejarse cuestionar por Él, pasar de la admiración al asombro.

¿Y qué es lo que más sorprende del Señor y de su Pascua? El hecho de que Él llegue a la gloria por el camino de la humillación. Él triunfa acogiendo el dolor y la muerte, que nosotros, rehenes de la admiración y del éxito, evitaríamos. Jesús, en cambio —nos dice san Pablo—, «se despojó de sí mismo, [...] se humilló a sí mismo» (Flp 2,7.8). Sorprende ver al Omnipotente reducido a nada. Verlo a Él, la Palabra que sabe todo, enseñarnos en silencio desde la cátedra de la cruz. Ver al rey de reyes que tiene por trono un patíbulo. Ver al Dios del universo despojado de todo. Verlo coronado de espinas y no de gloria. Verlo a Él, la bondad en persona, que es insultado y pisoteado. ¿Por qué toda esta humillación? Señor, ¿por qué dejaste que te hicieran todo esto? Y esta pregunta nos asombra.

Lo hizo por nosotros, para tocar lo más íntimo de nuestra realidad humana, para experimentar toda nuestra existencia, todo nuestro mal. Para acercarse a nosotros y no dejarnos solos en el dolor y en la muerte. Para recuperarnos, para salvarnos. Jesús subió a la cruz para descender a nuestro sufrimiento. Probó nuestros peores estados de ánimo: el fracaso, el rechazo de todos, la traición de quien le quiere e, incluso, el abandono de Dios. Experimentó en su propia carne nuestras contradicciones más dolorosas, y así las redimió, las transformó. Su amor se acerca a nuestra fragilidad, llega hasta donde nosotros sentimos más vergüenza. Y ahora sabemos que no estamos solos. Dios está con nosotros en cada herida, en cada miedo. Ningún mal, ningún pecado tiene la última palabra. Dios vence, pero la palma de la victoria pasa por el madero de la cruz. Por eso las palmas y la cruz están juntas.

Pidamos la gracia del estupor. La vida cristiana, sin asombro, es monótona. ¿Cómo se puede testimoniar la alegría de haber encontrado a Jesús, si no nos dejamos sorprender cada día por su amor admirable, que nos perdona y nos hace comenzar de nuevo? Si la fe pierde su capacidad de sorprenderse se queda sorda, ya no siente la maravilla de la gracia, ya no experimenta el gusto del Pan de vida y de la Palabra, ya no percibe la belleza de los hermanos y el don de la creación. Y no tiene otra alternativa que refugiarse en el legalismo, en el clericalismo, en todas estas cosas que Jesús condena en el capítulo 23 de Mateo.


En esta Semana Santa, levantemos nuestra mirada hacia la cruz para recibir la gracia del estupor. San Francisco de Asís, mirando al Crucificado, se asombraba de que sus frailes no llorasen. Y nosotros, ¿somos capaces todavía de dejarnos conmover por el amor de Dios? ¿Por qué hemos perdido la capacidad de asombrarnos ante él? Tal vez porque nuestra fe ha sido corroída por la costumbre. Tal vez porque permanecemos encerrados en nuestros remordimientos y nos dejamos paralizar por nuestras frustraciones. Tal vez porque hemos perdido la confianza en todo y nos creemos incluso fracasados. Pero detrás de todos estos “tal vez” está el hecho de que no nos hemos abierto al don del Espíritu, que es Aquel que nos da la gracia del estupor.

Volvamos a comenzar desde el asombro; miremos al Crucificado y digámosle: “Señor, ¡cuánto me amas, qué valioso soy para Ti!”. Dejémonos sorprender por Jesús para volver a vivir, porque la grandeza de la vida no está en tener o en afirmarse, sino en descubrirse amados. Esta es la grandeza de la vida descubrirse amados y la grandeza de la vida está en la belleza de amar. En el Crucificado vemos a Dios humillado, al Omnipotente reducido a un despojo. Y con la gracia del estupor entendemos que, acogiendo a quien es descartado, acercándonos a quien es humillado por la vida, amamos a Jesús. Porque Él está allí, en los últimos, en los rechazados, en aquellos que nuestra cultura farisea condena.

Hoy el Evangelio nos muestra, justo después de la muerte de Jesús, la imagen más hermosa del estupor. Es la escena del centurión que, al verlo «expirar así, exclamó: “¡Realmente este hombre era Hijo de Dios!”» (Mc 15,39). Se dejó asombrar por el amor. ¿Cómo había visto morir a Jesús? Lo había visto morir amando, y esto lo asombró. Sufría, estaba agotado, pero seguía amando. Esto es el estupor ante Dios, quien sabe llenar de amor incluso el momento de la muerte. En este amor gratuito y sin precedentes, el centurión, un pagano, encuentra a Dios. ¡Realmente este hombre era Hijo de Dios! Su frase ratifica la Pasión. Muchos antes de él en el Evangelio, admirando a Jesús por sus milagros y prodigios, lo habían reconocido como Hijo de Dios, pero Cristo mismo los había mandado callar, porque existía el riesgo de quedarse en la admiración mundana, en la idea de un Dios que había que adorar y temer en cuanto potente y terrible. Ahora ya no, ante la cruz no hay lugar a malas interpretaciones. Dios se ha revelado y reina sólo con la fuerza desarmada y desarmante del amor.

Hermanos y hermanas, hoy Dios continúa sorprendiendo nuestra mente y nuestro corazón. Dejemos que este estupor nos invada, miremos al Crucificado y digámosle también nosotros: “Realmente eres el Hijo de Dios. Tú eres mi Dios”.


EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO DE RAMOS, 28 DE MARZO DE 2021

 


 

Lecturas de hoy Domingo de Pasión - Ciclo B

Hoy, domingo, 28 de marzo de 2021



Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (50,4-7):

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído; y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.


Palabra de Dios



Salmo

Sal 21,8-9.17-18a.19-20.23-24


R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?


Al verme, se burlan de mí, hacen visajes,

menean la cabeza: «Acudió al Señor,

que lo ponga a salvo;

que lo libre, si tanto lo quiere.» R/.


Me acorrala una jauría de mastines,

me cerca una banda de malhechores;

me taladran las manos y los pies,

puedo contar mis huesos. R/.


Se reparten mi ropa,

echan a suertes mi túnica.

Pero tú, Señor, no te quedes lejos;

fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R/.


Contaré tu fama a mis hermanos,

en medio de la asamblea te alabaré.

Fieles del Señor, alabadlo;

linaje de Jacob, glorificadlo;

temedlo, linaje de Israel. R/.


Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (2,6-11):

Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.


Palabra de Dios


Evangelio de hoy

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos (15,1-39):

C. Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó:

S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»

C. Él respondió:

+ «Tú lo dices.»

C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo:

S. «¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti.»

C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado. Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó:

S. «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?»

C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:

S. «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?»

C. Ellos gritaron de nuevo:

S. «¡Crucifícalo!»

C. Pilato les dijo:

S. «Pues ¿qué mal ha hecho?»

C. Ellos gritaron más fuerte:

S. «¡Crucifícalo!»

C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio –al pretorio– y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:

S. «¡Salve, rey de los judíos!»

C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos.» Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: «Lo consideraron como un malhechor.» Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:

S. «¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.»

C. Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo:

S. «A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.»

C. También los que estaban crucificados con él lo insultaban. Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, jesús clamó con voz potente:

+ «Eloí, Eloí, lamá sabaktaní.»

C. Que significa:

+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»

C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:

S. «Mira, está llamando a Elías.»

C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo:

S. «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.»

C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:

S. «Realmente este hombre era Hijo de Dios.»


Palabra del Señor





«Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios»

Rev. D. Fidel CATALÁN i Catalán

(Terrassa, Barcelona, España)



Hoy, en la Liturgia de la palabra leemos la pasión del Señor según san Marcos y escuchamos un testimonio que nos deja sobrecogidos: «Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15,39). El evangelista tiene mucho cuidado en poner estas palabras en labios de un centurión romano, que atónito, había asistido a una más de entre tantas ejecuciones que le debería tocar presenciar en función de su estancia en un país extranjero y sometido.

No debe ser fácil preguntarse qué debió ver en Aquel rostro -a duras penas humano- como para emitir semejante expresión. De una manera u otra debió descubrir un rostro inocente, alguien abandonado y quizá traicionado, a merced de intereses particulares; o quizá alguien que era objeto de una injusticia en medio de una sociedad no muy justa; alguien que calla, soporta e, incluso, misteriosamente acepta todo lo que se le está viniendo encima. Quizá, incluso, podría llegar a sentirse colaborando en una injusticia ante la cual él no mueve ni un dedo por impedirla, como tantos otros se lavan las manos ante los problemas de los demás.

La imagen de aquel centurión romano es la imagen de la Humanidad que contempla. Es, al mismo tiempo, la profesión de fe de un pagano. Jesús muere solo, inocente, golpeado, abandonado y confiado a la vez, con un sentido profundo de su misión, con los "restos de amor" que los golpes le han dejado en su cuerpo.

Pero antes -en su entrada en Jerusalén- le han aclamado como Aquel que viene en nombre del Señor (cf. Mc 11,9). Nuestra aclamación este año no es de expectación, ilusionada y sin conocimiento, como la de aquellos habitantes de Jerusalén. Nuestra aclamación se dirige a Aquel que ya ha pasado por el trago de la donación total y del que ha salido victorioso. En fin, «nosotros deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo sus pies nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían su verdor, su fruto y su aspecto agradable, sino revistiéndonos de su gracia» (San Andrés de Creta).

¡FELIZ DOMINGO DE RAMOS!

 




 
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...