13 de Diciembre: Santa Lucía, virgen y mártir
Texto del Evangelio (Mt 25,1-13): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas. Como el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron. Mas a media noche se oyó un grito: ‘¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!’. Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas.
»Y las necias dijeron a las prudentes: ‘Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan’. Pero las prudentes replicaron: ‘No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis’. Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de boda, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras vírgenes diciendo: ‘¡Señor, señor, ábrenos!’. Pero él respondió: ‘En verdad os digo que no os conozco’. Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora».
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«Las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas»
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy conmemoramos a santa Lucía, virgen y mártir. La parábola evangélica que hoy leemos refleja lo que es la vida de los hombres en la tierra. Ahora, en el tiempo, todos tenemos la antorcha de la vida, que supuestamente ha de dar luz, es decir, fructificar. ¡Esto es lo más sensato! A la vez, todos deseamos la eternidad: de hecho, todas las vírgenes de la parábola querían ir a recibir al esposo. Pero, para entrar en la Vida, la fe ha de iluminar la vida, como el aceite hace funcionar la lámpara.
Lucía —nombre que significa “luz para el mundo”— fue educada en la fe cristiana y se comprometió virginalmente con Dios. Por defender su amor virginal hacia Jesucristo fue martirizada el año 304. Era la época de la tercera gran persecución contra los cristianos, emprendida por el emperador Diocleciano. Este emperador, ya retirado poco después, fue testigo de la paz para los cristianos que Constantino otorgaba por medio del Edicto de Milán el año 313.
Así son las cosas: Lucía, una simple chica virgen, y Diocleciano, todo un emperador, fueron contemporáneos. Lucía será siempre recordada con gozo en todo el mundo y por mucha gente: incluso, su nombre está incluido entre los santos mencionados en la Plegaria Eucarística I (el “Canon Romano”) de la misa. Por el contrario, la memoria de Diocleciano no llega más allá de los libros de historia de la Iglesia que relatan las persecuciones del Imperio Romano contra los cristianos. ¡Triste y pobre memoria!
El recuerdo de los santos —especialmente, de los mártires— no se pierde ni se desgasta con el paso de los siglos. Esto es lo que queda: la santidad. El resto de cosas pasa… Con palabras de san Ambrosio, «Cristo te deseó, Cristo te eligió (…). Retenlo, pídele que no se vaya. La palabra de Dios no es entendida por el tedio ni retenida por la dejadez. A Cristo lo estrechamos contra nosotros con los lazos de la caridad, con las riendas del entendimiento; lo retenemos con el amor de nuestra alma». El entendimiento de la fe y los vínculos de la caridad: eso es lo que queda inmortalizado por siempre…