martes, 1 de noviembre de 2016

ORACIONES PARA PEDIR A DIOS POR TUS FAMILIARES DIFUNTOS


Con estas oraciones puedes pedirle a Dios por tus familiares difuntos


 (ACI).- "Una flor sobre su tumba se marchita, una lágrima sobre su recuerdo se evapora. Una oración por su alma, la recibe Dios", decía San Agustín. Cada 2 de noviembre la Iglesia recuerda con mucho cariño a los fieles difuntos y por ello te recomendamos estas oraciones por las almas de tus familiares que ya partieron a la Casa del Padre.

________________________

Por un niño
Señor, tú que conoces nuestra profunda tristeza por la muerte del (de la) niño(a) N., concede a quienes acatamos con dolor tu voluntad de llevártelo(a), el consuelo de creer que vive eternamente contigo en la gloria. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

_______________________

Por un joven
Concede, Señor, la felicidad de la gloria eterna a tu siervo(a) N. a quien has llamado de este mundo cuando el vigor de la juventud embellecía su vida corporal; muestra para con él (ella) tu misericordia y acógelo(a) entre tus santos en el canto eterno de tu alabanza. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

_____________________

Por los padres y abuelos
¡Oh Dios! Nos mandaste honrar padre y madre. Por tu misericordia, ten piedad de mi padre (madre) y no recuerdes sus pecados. Que yo pueda verlo (la) de nuevo en el gozo de eterno fulgor. Te lo pido por Cristo nuestro Señor. Amén.

_____________________

En caso de accidente o suicidio
Escucha, Señor, las súplicas de tu pueblo unidas a las lágrimas de dolor que sentimos por la muerte inesperada de nuestro(a) hermano(a) N., y haz que alcance tu misericordia y goce para siempre de la luz de aquella patria en que no hay más sufrimiento ni muerte. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

__________________________________________


Oración en el cementerio el día de los fieles difuntos
La costumbre de visitar los cementerios el día de difuntos es una buena oportunidad para orar por ellos y afirmar nuestra fe en la resurrección. Proponemos para esta ocasión la siguiente celebración.

A/. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. T/. Amén.

A/. Bendigamos al Señor que, por la resurrección de su Hijo, nos ha hecho nacer a una esperanza viva. T/. Bendito seas por siempre, Señor.

A/. Hermanos: Todos tenemos familiares y amigos que han muerto. Hoy los recordamos a ellos y a todos los que han fallecido y los encomendamos a la misericordia de Dios. En este cementerio nos unimos para afirmar nuestra fe en Cristo que ha vencido la muerte y nuestra esperanza de que él vencerá también nuestra muerte y nos reunirá con nuestros seres queridos en su reino de gloria. Que esta celebración nos anime a ser fieles al Señor y a seguir los buenos ejemplos que nuestros familiares nos dejaron en su vida. Comencemos reconociendo nuestros pecados ante el Señor (momentos de silencio).

Tú que resucitaste a Lázaro del sepulcro, SEÑOR, TEN PIEDAD.
Tú que has vencido la muerte y has resucitado, CRISTO, TEN PIEDAD.
Tú que nos has prometido una vida eterna contigo, SEÑOR, TEN PIEDAD.
A/. El Señor todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna. T/: Amén.

L/. Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (6, 3-4. 8-9).

“Hermanos: Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva... Por tanto, si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él”. Palabra de Dios. T/. Te alabamos, Señor.

A/. Hermanos: Invoquemos con fe a Dios Padre todopoderoso que resucitó de entre los muertos a su Hijo Jesucristo para la salvación de todos.

Para que afiance al pueblo cristiano en la fe, la 28 esperanza y el amor, roguemos al Señor.
 Todos: TE LO PEDIMOS, SEÑOR.

Para que libere al mundo entero de todas sus injusticias, violencias y signos de muerte, roguemos al Señor.

Para que acoja e ilumine con la claridad de su rostro a todos los que han muerto en la esperanza de la resurrección, roguemos al Señor.

Para que reciba en su reino a N. y N. (se pueden decir nombres) y a todos los difuntos de nuestras familias, roguemos al Señor.

Para que nuestra visita y nuestras ofrendas de flores, velas y comida sean signos de nuestra fe en la vida más allá de la muerte, roguemos al Señor.

Para que la fe en Cristo mueva nuestros corazones para dar frutos de solidaridad y de justicia, roguemos al Señor.

A/. Oremos, hermanos, como Jesús mismo nos enseñó.

T/. Padre nuestro... Dios te salve María... Gloria al Padre...

A/. El Dios de todo consuelo, que con amor inefable creó al hombre y en la resurrección de su Hijo ha dado a los creyentes la esperanza de resucitar, derrame sobre nosotros su bendición. T/. Amén.

A/. Él nos conceda el perdón de nuestras culpas a los que vivimos en este mundo y otorgue a los que han muerto el lugar de la luz y de la paz. T/. Amén.

A/. Y a todos nos conceda vivir eternamente felices con Cristo, al que proclamamos resucitado de entre los muertos. T/. Amén.

A/. Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nosotros y nos acompañe siempre. T/. Amén.

A/. Dales, Señor, el descanso eterno T/. Y brille para ellos la luz perpetua.

A/. Que las almas de todos los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. T/. Amén.

SER SANTO ES UN DON Y REGALO DE DIOS


Ser santo es un don y regalo de Dios
Todos los cristianos estamos llamados a la santidad......si ¡todos!


Por: P. Juan Carlos Ortega Rodríguez | Fuente: Catholic.net 






"Todas tenemos ya una aureola sobre nuestra cabeza", me comentó, con cierta ironía, una señora después de un retiro espiritual en el que invité a un grupo de madres de familia a ser santas. Con sus esposos me fue más o menos igual: "¿No cree usted, padre, que eso de la santidad es una palabra demasiada pía?", me dijo uno de ellos. ¿Qué opina usted, querido lector?

¿Quieres ser santo? Veamos qué nos dice el Papa:

La Iglesia vive "un confiado optimismo, aunque sin minusvalorar los problemas. No nos satisface ciertamente -afirma el Papa - la ingenua convicción de que haya un fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será un fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!".


"¿Qué hemos de hacer?", nos pregunta el Papa al mismo tiempo que ofrece la respuesta: "En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad" . Sus palabras son claras y lo afirma sin dudar: todo trabajo pastoral debe buscar la santidad. Ya sé lo que usted está pensando. También el Santo Padre lo sabe. Por ello, te dice: "Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor". ¿Te convences? El Papa no se refiere solamente al sacerdote de tu parroquia o a la monjita del colegio de tu hija. Se refiere a ti. Sí, a ti, no dudes: tú debes ser santo.

"Nosotros también somos Iglesia" es una frase que muchos repiten, por desgracia, para opinar en contra del Vicario de Cristo y de los obispos.

De acuerdo, somos Iglesia. Por ella, Cristo "se entregó, precisamente para santificarla. Este don de santidad, por así decir, objetiva, se da a cada bautizado". El gran privilegio de ser Iglesia no es el poder opinar sino el poder llegar a ser santo como la Iglesia es santa.

Quizás conoces una película muy famosa hace unos años: "El soldado Ryan". Un grupo de militares recibieron la misión de sacar de la línea de fuego de una batalla a un soldado llamado Ryan. Después de muchas peripecias que costó la muerte a algunos de los militares, lo encontraron pero el bueno de Ryan no quería dejar la batalla. Entonces el jefe de la expedición le incriminó: "¿eres consciente de lo que ha costado encontrarte y salvarte la vida?" Jesucristo nos podría interpelar del mismo modo: "¿eres consciente que lo que me ha costado darte la posibilidad de ser santo y salvarte como para que ahora no quieras aceptarlo?"

En realidad ser santo es, primero de todo, un don y regalo de Dios.

Pero también es "un compromiso que ha de dirigir toda la vida cristiana". En efecto, al momento de bautizar la pregunta "¿quieres recibir el Bautismo?, significa al mismo tiempo preguntarle, ¿quieres ser santo? Significa ponerle en el camino del Sermón de la Montaña: sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial". Desde ese momento, si queremos ser coherentes, en todas las acciones de la vida diaria debemos buscar ser santos, pues "sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial".

Y el Papa vuelve a recalcar: "este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos genios de la santidad. Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este alto grado de la vida cristiana ordinaria".

Después de leer las palabras del Santo Padre, te propongo nuevamente la pregunta del inicio: ¿quieres ser santo?

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS, 1 DE NOVIEMBRE


LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Noviembre 1


Hubo un gran hombre, de apellido Carducci, de fuertes pasiones y de indomable carácter. Espíritu ardiente, no conoció las medias tintas.

No tuvo formación religiosa; por eso fue ateo y dedicó no pocos esfuerzos a combatir la idea de Dios. Para él, Dios era un mito; pero un mito pernicioso, que por eso había que combatir, a fin de desterrarlo del corazón del hombre.

Pero un día Carducci salió a pasear a la playa y en un rapto de muda contemplación frente a la inmensidad del mar rompió su gran silencio con este grito: "¡Creo en Dios!"

La serena majestad de aquella inmensidad de agua arrancó de Carducci lo que tenía escondido y acallado en su conciencia.
Es que en los grandes silencios del hombre siempre aparece Dios.
“Otros ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de Dios porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna y no perciben el motivo de preocuparse por el hecho religioso” (GS 19). La inquietud de Dios, el hambre de Dios, esto es algo que, pese al ateísmo moderno, siente el hombre en todos sus niveles. Es que Dios es el oxígeno para los pulmones de la vida.



* P. Alfonso Milagro

FELIZ MARTES!!!

lunes, 31 de octubre de 2016

LA UNIÓN FAMILIAR


La unión familiar



Las piedras de los cerros caen al lecho de los torrentes y allí rozándose entre sí, pulen sus aristas, se suavizan y se vuelven brillantes. La convivencia familiar nos ayuda a madurar y pulirnos. Es un taller donde se forma la personalidad y se arraigan virtudes fundamentales, como la paciencia, la humildad y la esperanza. Aprovéchalo.  

Un padre tenía siete hijos, que casi siempre estaban en desacuerdo. Algunos malvados pensaron aprovechar esta debilidad para apoderarse de la herencia al morir el viejo. Entonces el padre reunió a sus hijos, les mostró un atado de siete varas y les dijo: “Aquél que logra romper estos palos, recibirá la chacra en herencia.” Uno tras otro, usando todas las fuerzas, lo intentó inútilmente. Y dijeron: “¡Es imposible!”.  “Y sin embargo no hay nada más fácil”, replicó el padre. Desató las sogas, separó los palos, y sus gastadas fuerzas fueron suficientes para quebrarlos uno tras otro. “¡Claro!”, exclamaron los hijos, “así es fácil, ¡hasta un niño lo hace!” Pero el padre añadió: “Hijos míos, lo mismo sucederá con ustedes. Mientras estén unidos, nadie los podrá vencer”.

El amor que pide Jesús debe llevarte a evitar en tu familia las faltas de aceptación, incomprensiones, y malentendidos. El Señor te quiere ver bondadoso, pacífico, servicial… No es fácil, pero lo puedes, si lo pides cada día: “Señor, ayúdame a ser hoy comprensivo, compasivo y paciente en mi hogar”. Que tengas un día de buena convivencia.


* Enviado por el P. Natalio 

REFLEXIÓN SOBRE LA POBREZA


Reflexión sobre la pobreza
No hay pobreza más grande que la de aquel a quien le falta Dios. Al hombre que a Él tiene podrá derrumbársele el mundo pero permanecerá impasible porque sabe a Quién tiene a su lado, Quién es su compañía.


Por: Jorge Enrique Mújica, LC | Fuente: GAMA - Virtudes y valores 




¿Es la pobreza una virtud? Si así es, ¡cuántos miles de seres humanos vagan por el mundo viviéndola sin saberse virtuosos! No, no es esa pobreza la que hace, sin más, a las personas virtuosas. Y esta afirmación ¿no es ir contra de aquellas palabras del Maestro: “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de los Cielos” (Lc 6, 20)?


Escribir sobre la pobreza puede parecer como una falta de respeto a los pobres y pecar de doblez. Con qué facilidad nos quejamos de ella –pues hasta llegamos a pensar que la vivimos radicalmente– cuando para millones de hombres, mujer y niños nuestra “pobreza heroica” es el hecho normal de todos los días y de toda su vida. ¡Cuántas veces eso que nosotros tenemos por menos sería para ellos el mayor lujo! ¡Cuántas veces una jornada de pan y agua podría significar para nosotros la máxima austeridad mientras que para millones sería una especia de sueño con el que tendrían asegurada la existencia!

Sólo puede entender la virtud de la pobreza quien la ha abrazado voluntariamente y ha hecho suyas todas las radicales consecuencias que de ella se desprenden. Consecuencias que van más allá del mero desprendimiento material. Consecuencias que abarcan gustos, aficiones, deseos, lícitos quereres…

Jesús no canonizó la pobreza a secas. San Mateo especifica mejor la bienaventuranza evangélica de Jesús cuando dice: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5, 3). La pobreza de que se habla nunca es un simple fenómeno material. La pobreza puramente material no salva, aun cuando sea cierto que los más perjudicados de este mundo pueden contar de un modo especial con la bondad de Dios. Pero la pobreza tampoco es una actitud espiritual.

Nos encontramos así con dos matices de pobreza: la material y la espiritual. Dentro de cada una de éstas hay dos tipos de pobrezas más, una mala y una buena.

La pobreza material negativa deshumaniza y debe ser combatida. Es la pobreza ante la que muchos preferimos no voltear, ante la que se calla, ante la que se enmudece cuando se mira de frente. ¡Cuántos se han hecho santos de Dios al entrar en contacto con ella! Sabemos que existe, conocemos en dónde, su rostro nos es del todo familiar… Pero hasta que uno no se pone en la realidad más absoluta del otro la pobreza se sigue mirando con indiferencia.

La pobreza material positiva libera y eleva; es el ideal evangélico que debemos cultivar. Es el querer vivir desprendido para que nada me ate y sea efectivamente libre. Y aquí entra el desapego de cosas, personas y pensamientos. No es minusvalorar ni una especie de frigidez del corazón, no. Es un ensanchamiento del mismo donde todos tienen recta cabida a partir de la jerarquía encabezada por Dios y del cual proviene el orden.

La pobreza espiritual negativa es ausencia de los bienes del espíritu y de los valores humanos: es la pobreza de los ricos. Nada más grotesco, nada más burdo que una pobreza de este tipo. La sensibilidad no existe, los valores y las virtudes se han extinguido; no hay amor, ni esperanza, ni fe; no hay un horizonte, la vida no importa, la existencia es oscura, el hombre -¿quién es?-, no han sido amados ni saben amar: Dios no existe.

La pobreza espiritual positiva está hecha de humildad y fe en Dios que son los frutos más bellos nacidos del árbol frondoso de la pobreza bíblica: es la riqueza de los pobres. Es la pobreza de los hombres que se saben pobres también en su interior, personan que aman, que aceptan con sencillez lo que Dios les da, y precisamente por eso viven en íntima conformidad con la esencia y la palabra de Dios.

***

No hay pobreza más grande que la de aquel a quien le falta Dios. Al hombre que a Él tiene podrá derrumbársele el mundo pero permanecerá impasible porque sabe a Quién tiene a su lado, Quién es su compañía.

MUERTES Y ESPERANZA CRISTIANA


Muerte y esperanza cristiana
La esperanza cristiana es la certeza que tenemos del cumplimiento de las promesas de Cristo.


Por: Laureano López, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores 




El hombre es un “ser para la muerte”, decía Martin Heidegger. Partiendo del presupuesto que en este mundo nadie tiene experiencia de su propia muerte, sino que sólo experimenta la muerte ajena, “del otro”, veamos “lo que dicen” los muertos para reflexionar después sobre lo que aporta la esperanza cristiana ante este “drama”. Y así, los difuntos en sus epitafios han dejado su última palabra. He aquí algunos de ellos:

“Como te ves, yo me vi. Como me ves, te verás. Piensa un poco y no pecarás”.

“Ay de aquel que nada espera más que el polvo sepulcral, pues roto el vaso mortal donde vive aprisionada, salva el alma o condenada, entra en la vida inmortal”.

“Revolucionario sin rencor”.

“Malditas las manos que roben mis flores”.

“No quiero, cuando me muera, nada con el otro mundo, quiero quedarme en la tierra. Quedarme sólo en la tierra sin paraíso ni infierno, ni purgatorio siquiera. Quedarme como se quedan, sobre el suelo humedecido del bosque, las hojas muertas”.

“Aquí la ambición termina, la tumba fría te espera con unas flores marchitas y el pijama de madera”.

“He cambiado de domicilio. Ahora habito en la Casa del Padre”.

“Gracias por su visita, perdonen que no me levante”.

“Estoy aquí en contra de mi voluntad”.

“Se vieron un momento aquí en el suelo, y sus restos unió la misma losa. Dios una así sus almas en el cielo, que es la última esperanza de consuelo, para quien pierde a par hijo y esposa”.

En unas pocas palabras quedan selladas distintas visiones del mundo, incomparables maneras de afrontar la vida y diversas actitudes al llegar a la muerte. En resumen, algunas reflejan vidas sin esperanza, otras sólo esperanzas meramente humanas y otras más una auténtica esperanza cristiana.

¿Qué es, entonces, la esperanza cristiana? “Es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo” (C.I.C.1817).

La esperanza cristiana se convierte así en una certeza, porque Cristo nos ha dicho con su vida que la muerte no tiene la última palabra, que sólo es la puerta que nos conduce a la eternidad. Cristo nos invita a creer en Él, a trabajar duramente para que nuestros actos sean gratos a los ojos de Dios y a confiar en su misericordia infinita con la que quiere acogernos en la morada celestial.

La esperanza cristiana se puede manifestar concretamente al visitar los cementerios en el día de muertos para rezar por los difuntos. Esto, además de ser un acto de misericordia con las almas de los difuntos, nos puede ayudar para acrecentar en nuestra alma la esperanza de poder llegar un día a la Casa del Padre.

Hay un proverbio latino que dice: qualis vita, finis ita. Ampliamente la podríamos traducir así: “como sea la vida, así será la muerte”. En los epitafios los muertos dejan sus últimas palabras, queda a los vivos esculpir durante su vida “epitafios de esperanza” y dejar al Dios misericordioso la Última Palabra.

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS, 31 DE OCTUBRE


LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Octubre 31



Dice la Biblia que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza; esta afirmación está henchida de significado.

Esa imagen y semejanza de Dios deberá existir en todas y cada una de nuestras acciones exteriores e interiores, de tal forma que Dios pueda reflejarse y contemplarse a sí mismo cuando se asome a la ventana de nuestro espíritu.

Cada acción del día de mañana deberá ser, pues, una semejanza de Dios.

En cada una de ellas deberemos poder hallar un destello de Dios por el que cuantos nos rodean puedan llegar a descubrirlo en nosotros.

Cada uno de nuestros actos deberá llevar un poco de la belleza de Dios, de la bondad de Dios, del amor de Dios.
Así, más que vivir nosotros en el día de mañana, será Dios el que vivirá en nosotros.

“Ahora te seguimos de todo corazón, te tememos y buscamos tu rostro. No nos cubras de vergüenza, trátanos según tu bondad y la abundancia de tu misericordia” (Dn 3,4-42). Nos conviene más fiarnos en la bondad de Dios que en la de las criaturas.


* P. Alfonso Milagro

FELIZ SEMANA!!!


sábado, 29 de octubre de 2016

LA VÍSPERA DE TODOS LOS SANTOS



La víspera de Todos los Santos



En estos días he visto muchos comentarios sobre el Halloween. Yo les propongo una forma nueva de vivir la Víspera de todos los Santos, es decir el próximo 31 de Octubre:

1.- Ve a Misa, aprovecha para confesarte. El 1 de Noviembre es dedicado a la Divina Providencia y puede ser un excelente inicio de mes.

2.- Dedícale una hora a Jesús Eucaristía. Reza por tu familia, reza por quien tu desees. Y dile que deseas ser santo.

3.-Prepárate para recibir a los niños que toquen a tu puerta y ábreles cómo lo haría Jesús.

4.-La preparación consiste en tener dulces en cantidad, porque por eso van, en segundo lugar sería bueno que tengas una imagen de la Virgen y preparado un altar a ella o a Jesús en la entrada de tu casa.

5.-Imprime estampas de santos con alguna oración, que sean suficientes para los niños y sus acompañantes.

6.- Trata de estar preparado cuando toquen el timbre, invoca al Espíritu Santo con la siguiente oración: “Espíritu Santo, inspirarme lo que debo pensar, lo que debo decir, lo que debo callar, lo que debo escribir, lo que debo hacer, cómo debo obrar para procurar el bien de los hombres, el cumplimiento de mi misión y el triunfo del reino de Cristo, Amén”.

7.- Abre la puerta con una sonrisa en tu cara y en tu corazón.

8.- Diles la alegría que significa que hayan tocado tu puerta y que con gusto les darás algunos dulces, pero que se los tienen que ganar.

8.- Invítalos a rezar un Padre Nuestro, una Ave María y  Gloria.

9.- Reparte a cada uno una estampa de un Santo.

10.-Dales un dulce y despídelos con mucha alegría.

Espero que tengan una fabulosa víspera de todos los santos. Si te gusta la iniciativa compártela con todos tus contactos.

No solo nos dediquemos a decir lo que está mal… sino propongamos algo nuevo para evitarlo.


Fuente: Pequeñas Semillitas

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS, 29 DE OCTUBRE


LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Octubre 29



Modernamente se está hablando mucho de complejos que alteran la vida del hombre.
Unos tienen complejos de inferioridad; que los anulan.
Otros, complejos de timidez, que los inhiben.
No faltan quienes experimentan el complejo de superioridad o de dominio, que los lanza a empresas desorbitadas que ineludiblemente terminan en fracasos desalentadores.
Dicen los psicólogos que, quien más, quien menos, todos estamos en el ámbito de algún complejo.
¿Por qué entonces extrañarse de tener cierto "complejo" de Dios?
Si, al fin y al cabo, es el único complejo verdaderamente liberador, el único que no aplasta, sino que alienta, el único que no corta las alas sino que las extiende y aumenta su potencialidad.
Ver en todo a Dios no destruye la propia personalidad, sino que la reafirma, la orienta, la fundamenta y robustece.
“Exaltándose a sí mismo el hombre como regla absoluta, o hundiéndose hasta la desesperación, la duda y la ansiedad se siguen en consecuencia… La Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado a imagen de Dios, con capacidad para conocer y amar a su Creador y que por Dios ha sido constituido señor de la entera Creación visible, para gobernarla y usarla, glorificando a Dios” (GS 12).


* P. Alfonso Milagro

IMÁGENES DE TARJETAS DE NO AL HALLOWEEN









CÓMO DEBE SER TRATADO UN DIFUNTO?


¿Cómo debe ser tratado un difunto?
El difunto, aunque esté incinerado, no es una posesión, ni un objeto: explicamos cómo debe tratarse


Por: Pablo J. Ginés | Fuente: Religion en Libertad 




Con su nuevo documento Ad resurgendum cum Christo la Iglesia recuerda lo que venía enseñando desde hace décadas: que la cremación de lo fallecidos es admisible para los cristianos, pero siempre que las cenizas se traten como a un difunto, es decir, enterrándolas o colocándolas en columbarios [1] en lugar sagrado, lugares que se van a proteger y donde pueden ser visitados y recibir oración.

"Con mis cenizas... ¿hago lo que quiero?"
Se ha generado un cierto debate social, con personas que aunque dicen ser cristianas proclaman: “con mi cenizas -o las de mi difunto- hago lo que quiero, son mías”.

Pero la postura católica es clara: las cenizas del fallecido no son “un objeto”, igual que un cadáver no es “un objeto”, y mucho menos es una propiedad. Ni siquiera basta con decir que son “un recuerdo”, como sí lo sería una foto o un objeto cargado de memorias del pasado. Son mucho más.

ReL habló de ello con Fermín Labarga, director de departamento de Teología Histórica de la Universidad de Navarra y experto en religiosidad popular, iconografía y cofradías.

“Hay gente que habla del difunto como si fuera un objeto, que parece que diga ‘el difunto es mío’. Pero, no: el difunto cristiano es de Dios y de la comunidad cristiana, y no es un objeto ni es una posesión, ni tampoco es un mero recuerdo”, explica Labarga.



“Con un cadáver no es fácil hacer lo que quieras. Y tampoco te lo permiten. La realidad es que las autoridades y la sociedad no te dejan hacer cualquier cosa con los cadáveres de tus seres queridos”.

Al quemar el cadáver, el cuerpo en cenizas se hace más manejable, pero aún así surgen normas civiles. En España hay normativas que impiden tirar cenizas de difuntos en muchos lugares.

El individualismo… y aferrarse al difunto
El duelo no ha sido nunca un tema individual, sino social. En los pueblos, en las familias grandes, se ha vivido siempre comunalmente el proceso de despedirse del difunto, de aceptar su partida.

Pero una sociedad individualista que esconde la muerte y el duelo puede generar efectos psicológicos perjudiciales en la persona en proceso de duelo.

“No dejar marchar al difunto es un problema psicológico. Todos conocemos esas señoras que acuden a la tumba de su marido, que quieren dormir allí, sobre ella… y la autoridad se lo impide, y se les da tratamiento psicológico. Pasa más en muertes traumáticas, por accidentes, por ejemplo”.

¿Y si esa relación enfermiza pasa ahora en casa, donde quiere guardar la urna con cenizas, donde quizá nadie la vea ni le atienda? Es otra combinación de soledad y cultura individualista.

Los primeros cristianos… y las hermandades hoy
Cuando uno visita lugares como la cripta de Santa Eulalia en Mérida, contempla que las tumbas de los primeros cristianos hispanos, los del siglo IV y V, se apiñaban intentando estar cerca del sepulcro de la joven mártir.

“Jesús fue enterrado, los mártires fueron enterrados… la tradición cristiana es imitar a Jesús”. Ser enterrados como Él, para resucitar después como Él.

Pero hoy, por razones prácticas y económicas, el enterramiento puede ser difícil. Sin embargo, una solución a la vez práctica y hermosa se ve, por ejemplo, en algunas cofradías y hermandades, sobre todo en Andalucía.

“En Andalucía muchas Hermandades hacen columbarios preciosos para sus hermanos, en la cripta de su iglesia. Los que compartieron su fe como hermanos en vida, comparten después el reposo en la iglesia, unidos tras la muerte. Creo que es una magnífica solución”, propone Labarga. Hay cremación, pero la urna se guarda en un lugar sagrado, de oración, y lleno de significación. Hay comunidad y cercanía sacra entre vivos y muertos.

No es lo mismo cuando un equipo de fútbol presenta sus propios columbarios… en los que probablemente no habrá oración por los difuntos.

Un cementerio, o un columbario, con nichos con muchos difuntos, tienen otra ventaja: ayudan a rezar. Uno visita la tumba de su difunto, ve las de otros y reza no sólo por el suyo, sino por los demás. El cementerio, explica Labarga, “ayuda a hacerte ver que naces y mueres en una comunidad”.

Cuando sólo se incineraban masones y ateos
La norma eclesial prohíbe las exequias a quien, según el texto, “hubiera dispuesto la cremación y la dispersión de sus cenizas en la naturaleza por razones contrarias a la fe cristiana”, es de toda la vida.

“Hay que tener en cuenta que antiguamente, en el siglo XIX por ejemplo, solo encargaban ser incinerados masones o personas activamente hostiles a la fe católica. Pedían ser quemadas para simbolizar que no creían en la Resurrección. Pero a Dios lo mismo le cuesta resucitar huesos que cenizas y hoy se incineran muchos cristianos por razones prácticas, que sí creen en la Resurrección. Así que esta norma de prohibir las exequias se dará sólo en casos aislados, ultraminoritarios”, explica Labarga.

Un sociedad que esconde la muerte
El documento explica que “la iglesia se opone a ocultar o privatizar el evento de la muerte”.

“Ocultar la muerte es propio de la sociedad actual”, explica Labarga. “Es curioso que hay  padres que hoy no dejan al niño ir al cementerio o al funeral del abuelo pero después sí les dejan ir a  Halloween con sus brujas. Hace pocas generaciones la muerte estaba muy integrada en la vida y los niños veían la muerte de los abuelos, que no era especialmente traumática –como sí lo es la de un padre de hijos pequeños-. Los niños veían que la vida tiene un final. Hoy los ancianos mueren en hospitales, o en geriátricos, lejos de su familia. La sociedad, además oculta la vejez y la enfermedad”. 

Los ritmos de trabajo tampoco ayudan. “Los sacerdotes vemos que cada vez viene menos gente a los funerales. Hay que celebrarlos a las 20.30, después de la jornada laboral, para que parientes y amigos puedan acudir. Además, en las ciudades las funerarias han ido imponiendo la separación entre el funeral y el entierro, con la pérdida simbólica que significa que en el funeral no esté el cadáver”, constata Labarga.

Los pueblos y los marineros
Un caso peculiar es el de los españoles que, viviendo en una ciudad, se sienten más ligados espiritualmente a su pueblo. “Es esa gente que cuando va a su pueblo en verano, o en fiestas, acude a misa allí, pero que en la ciudad no va a misa. Y quiere su funeral y entierro en el pueblo, donde aún se vive el luto de otra manera”.

¿Y los marinos, cuyos cuerpos o cenizas se entregaban al mar? “Es algo que la Iglesia siempre permitió por su excepcionalidad y razones prácticas, igual que permitió las bodas marítimas. Sucedía cuando un cadáver iba a tardar mucho en llegar al hogar. Pero ahora los cadáveres se devuelven pronto”. La realidad es que cuando hay un accidente las familias reclaman insistentemente los cuerpos.

Vender (¿por error?) el cadáver de la abuela
El texto vaticano es rotundo contra la nueva moda (cara) de hacerse recuerdos o joyas con el cadáver incinerado del difunto y recuerda que, pasada la primera generación, con esos objetos, e incluso con las urnas, puede suceder de todo. 

“¿Qué pasará con esa joya? ¿La venderán tus herederos, venderán el cadáver de tu abuela, quizá sin saberlo?”, plantea Labarga. Y si las cenizas o joyas son meras propiedades, ¿tendremos juicios por su propiedad en divorcios, o entre hermanos que se pelean, partes de herencia a dividir?

Labarga insiste en que la mera moral natural ya pide tratar con respeto a cualquier cadáver humano, pero un cadáver de bautizado es algo aún más especial: ¡ha sido templo del Espíritu Santo!

Una opción pastoral: esperar
¿Y qué hacer con esas personas, a menudo ancianas, que son cristianos piadosos pero se empeñan en tener en casa las urnas con las cenizas de su esposo o parientes fallecidos?

Una opción pastoral podría ser, simplemente, esperar acompañando, dar tiempo a esa persona, y en su momento recordarle que, cuando muera, puede pasar de todo con las urnas, y que es importante ponerlas a buen recaudo en tierra sagrada. Probablemente dará permiso para que se entierren tras su muerte.

Al final, la Iglesia lo que busca es el respeto para los restos humanos, acompañar a los que sufren en el dolor y evitar que se oculte esa realidad misteriosa que es el morir.

A PESAR DEL DOLOR... SOY SU ESCLAVA


A pesar del dolor...soy Su esclava.
¡Qué pensaría María, en los momentos de dolor de su Hijo!


Por: José Martín Descalzo | Fuente: Catholic.net 






Ahora sé que elegí bien la palabra: «Esclava, esclava». Pude decir sencillamente: «Dile que sí, que estoy de acuerdo». O responder: «El sabe que estoy a sus órdenes». O preguntar: «¿Acaso Dios tiene que pedirme a mí permiso?» Pero dije: «He aquí la esclava», sin comprender hasta qué punto me convertía en lo que estaba diciendo, en alguien a quien arrastrarán siempre con los ojos cerrados por túneles oscuros que jamás entenderá.

Conducida del gozo al dolor, del dolor al espanto, del espanto a este vacío de ahora en el que mi corazón es un lagar molido, un cesto de cenizas, una cadena de muertes. Si sabías que esto acabaría así, ¿por qué elegiste una madre? ¿Por qué no naciste como el pedernal, en la montaña, en lugar de entrar en el pobre seno de una mujer que no podría soportar tanta desgarradura? Todas las madres dicen: «Los hijos son difíciles de entender, crecen, crecen; tu crees saber hasta la más mínima de las arruguitas de su cara. Y un día descubres que han crecido tan desmesuradamente que no acabas de creerte que un día han estado dentro de ti. Pero tú…

Es como si hubiera engendrado un gigante, parido una montaña, albergado dentro todas las cordilleras del universo entero. Siempre supe que me desbordarías. Cada vez que en tu vida quise descender al fondo de tus ojos entendí que me perdía por los vericuetos de tu alma. Tú eras, desde luego, un hombre. Yo lo sabía como nadie. Pero también más, también un vértigo a cuya orilla yo no podía ni asomarme. Crecías, crecías, como si tuvieras que vivir muchos años dentro de cada uno de los tuyos, como si te sobrase alma y la pobre piel que la ceñía fuera a estallar en cada hora. Y Yo, cuando te abrazaba ¿cómo podía abrazarte? Me dolías de tanto como te olía el alma a vida y a muerte. Que vendría el dolor, lo supe siempre. Bien me lo dijo Simeón antes de que Tú aprendieses a andar. Pero que el dolor fuese esto, no pude ni sospecharlo: oír el gotear de tu sangre, de «Nuestra» sangre, cayendo sobre el silencio de esta hora, sonando cada gota con más crueldad que los mismos martillazos. Se clava en mí el retumbar de cada gota, como un clavo que me penetra dentro, dentro, dentro, más dentro, allí donde el alma está en carne viva. ¡Ah, tus manos! Yo las vi gordezuelas, buscando mi pecho, enredando en mi pelo, besadas, mordisqueadas por mí, rubias de trigo nuevo, tendidas para acariciar mi rostro, partiendo el pan por mí amasado. ¿Y estaba preparándolas yo para ese hermano clavo que acabaría poseyéndolas, destrozándolas, desgarrándolas como abrías Tú el pan? Hijo, hijo, perdóname, perdóname por seguir viva cuando Tú estás muriendo, Perdóname por no saber decirte nada en esta hora, por no saber ni orar, por tener el alma como el desierto de los desiertos, por no saber ni estar contigo, por no tener en esta hora otro oficio que el de estar cansada y decirte: hijo, hijo, hijo. He entrado en el túnel de Dios. Y está oscuro. A los dos nos ha abandonado. Y ni siquiera nos ha abandonado juntos. Encerrado cada uno en su abandono como en un «bunker» de piedra, en dos vacíos gemelos pero separados.

Conocía la noche de la fe, pero nunca creí que fuera tan profunda. Ni una sola ventana con luz en el alma. Sólo creer, creer, apretar los puños del alma, esperar, agarrarte a los barrotes de tu cárcel, entrar en las entrañas de la oscuridad. Sin ángeles, sin voces de lo alto. Sólo la noche y el seguir escuchando el golpear feroz de los martillazos como látigos. Y el galopar de la muerte que se acerca. Y ojalá fueran, al menos, dos muertes las que se acercan. «Dios te salve, María, dijo el ángel. ¿Salvarme? ¿No es acaso ahora cuando tendría que salvarme y salvarte? ¿Llena de gracia quería decir llena de dolor y de muertes? ¿La gracia es esta espada que nos pulveriza? Gabriel, Gabriel, ¿dónde te has metido? Y si al menos ahora viviera José… Ah, José, amor mío, ¡qué daría yo ahora por tenerte junto a mí y reclinar mi cabeza en tu hombro! En la noche no hay nada. Sólo la noche. Y la certeza de que el sol vendrá mañana. Pero, ¿cuántos siglos faltan para mañana? Dímelo, hijo, respóndeme: ¿Es que siempre hay que salvar con sangre? ¿tan hondos son los pecados de los hombres que sólo pueden borrarse con manos y frente desgarradas? Yo acaricié tantas veces tu frente cuando, de niño, tenías fiebre. Pero las espinas, no, nunca pude imaginarlas. Salíamos al campo, corrías, jugabas con las zarzas. «No vayas a pincharte» Y reías, reías. Yo te veía crecer siempre con miedo. Ah, poder encerrarte para siempre en la infancia, retenerte, disfrutarte. ¿Por qué crecen los hombres, a dónde van, qué prisa tienen? ¿Qué les lleva a la muerte? ¿Una misión será más fuerte que la vida? Tu corazón estuvo siempre tirado, arrastrado por invisibles caballos, como por un hilo que te sujetara desde la eternidad. Tenías que salvar. Como si todas las otras vidas fuesen más importantes que la tuya. Te veo yéndote, como si fuera un pecado cada hora dedicada a ser feliz. «Si el grano no muere, es infecundo», decías. Y tenías que subirte a la cruz, como un suicida, como un amante, enterrándote, sin que entendieran tu entrega ni tus propios apóstoles. Esos pobres que han acabado fallándote. ¿Es que no lo supiste desde siempre? Veo el rostro de Judas, ese muchacho asustado que parecía temblar cada vez que oía la palabra «amor». Me habría gustado ser su madre. Tal vez, entonces… Cuánto le quise y le temí.

Escuchaba tus palabras no como quien las bebe, sino como quien las cuenta, como quien las numera con el alma retorcida. Y ahora, ¿dónde está? ¿dónde estás, Judas, hermano mío, hijo mío? Tu aullido es la gran sombra de esta tarde, un viento helado, una noche de invierno, una sed imposible. Hiel y vinagre suben por mi boca. Y Tú, pequeño mío, ¿por qué agitas ahora la cabeza? ¿qué nube de murciélagos quieres espantar de tu mente? No, no tengas miedo: el Padre tiene que estar orgulloso de ti, como ,o está tu madre. Has cumplido, has cumplido y El lo sabe, aunque esconda su rostro. Yo sé y Él sabe que has sido un valiente, digno de ser lo que eres: mi hijo y mi Dios. Ese Dios diminuto cuyo cuerpo lavé yo tantas veces, cuyas manos creadoras y pequeñitas cabían en las mías. Me quedaba mirándote y pensando: No es posible, no es posible que «esto» sea Dios; y tu boquita me hacía daño al mamar. Ea, ea, mi Dios. Aquella leche iba volviéndose sangre de Dios, la misma que ahora derramas. ¡Pero dejadle morir al menos! Muere por vosotros, ¿no lo entendéis? Un hombre puede ser redimido mientras se carcajea de su Redentor. La Humanidad es ciega. Ceguera. Un océano de ceguera nos rodea. ¡Si al menos supieran a Quien están matando! Tú jugabas a mi lado como los demás niños. Y nadie sospechaba. Como ahora. Si hubieran sabido con Quien jugaron, a Quien crucifican, morirían de espanto. Mejor que ni siquiera lo imaginen, pobres, pobres hombres. Pero yo no puedo permitirme el lujo de estar ciega. Yo sé. Yo mido el volcán sobre el que caminamos, el vértigo de Dios, la página que gira el Universo.

¿Te duele, niño mío? ¡Ah, si al menos volvieras hacia mí esos tus ojos misericordiosos! Pero lo entiendo: ahora estás redimiendo. ¿Qué tiempo podría sobrarte para sentimentalismos? No, no tengo yo derecho a robar a los hombres ni una sola esquirla de tu muerte. Aunque también mueres por mí. También yo necesito de su sangre. Me redimes con la que te presté. ¿Y ahora? ¿No es demasiado, hijo, lo que me estás pidiendo? ¿Habiendo sido madre tuya, cómo podría serlo de tus asesinos? Pero si fui esclava una vez, seguiré siéndolo. Que entren, que entren en mi seno. Se ha desgarrado tanto en esta hora, que ya me caben todos.

Y Tú, descansa hijo. Deja caer de una vez tu cabeza. Y descansa en la muerte. Ella no te hará daño. No podrá vencerte. Cruzará por tus venas, triturará tu sangre, pero Tú tienes tanta vida en ti que ella no durará mucho sobre tus dominios y se irá, derrotada, asombrada de haber podido estar alguna vez sobre su Dios. Y yo cuidaré tu cuerpo. Iré quitándole una a una las espinas, besándote las llagas, cerrando tus ojos, aunque al hacerlo el universo se oscurezca. ¡Ah, si pudiera volver a llevarte dentro, ah, si pudiera parirte otra vez y no sólo tenerte derrumbado sobre mis pobres brazos! Descansa, hijo. Y vuelve, vuelve pronto. Y si puedes, regresa con todas tus heridas, para que ni yo ni nadie lo olvidemos, tanto amor, tanto amor. Vuelve con todas tus sangrientas condecoraciones, hermano nuestro, hijo mío, mi Dios.

FELIZ SÁBADO!!!

viernes, 28 de octubre de 2016

NUESTRAS MADRES


Nuestras madres



“Me preguntas qué es la Madre. Junta el perfume de todas las flores y el arrullo de todas las montañas y la inquietud de todos los ríos; la frescura de todos los valles y la mirada de todas las estrellas; la caricia de todas las brisas y el beso de todos los labios. Todo guardado por Dios en un corazón de mujer. Eso es una madre” (A. Barbieri).

Iba un borracho caminando a su casa, cuando se detuvo ante un letrero que le llamó la atención. Y comenzó a llorar desconsoladamente. Pasó por casualidad su vecino que, al verlo tan afligido, le preguntó: —¿Por qué llora, vecino? El borracho le contestó:
— A lo que hemos llegado en este mundo. Mira lo que dice ese letrero: “Se vende madre sin sentimiento”. El vecino lee el letrero y le contesta: — Pero, chico, tú no ves que allí dice: “Se vende madera, zinc y cemento”.

La primera mujer, Eva, salió de la costilla del hombre... No de los pies, para ser pisoteada. No de la cabeza, para ser superior... Sino del lado, para ser igual. Debajo del brazo, para ser protegida y al lado del corazón, para ser amada. Que este símbolo ayude a los esposos a cultivar cada día una mejor convivencia, hecha de respeto y  tolerancia mutua.


* Enviado por el P. Natalio 

EL PROBLEMA EN HALLOWEEN NO ESTÁ EN LOS DISFRACES O EN LOS DULCES, SINO EN GLORIFICAR EL MAL


El problema en Halloween no está en los disfraces o en los dulces, sino en glorificar el mal
El P. Vincent Lampert, exorcista y párroco en la Arquidiócesis de Indianápolis, lo afirma


Por: Mary Rezac | Fuente: ACI Prensa 



El P. Vincent Lampert, exorcista y párroco en la Arquidiócesis de Indianápolis, afirmó en diálogo con ACI Prensa que los padres deben recordar los orígenes cristianos de Halloween y hacer una celebración consecuente en la Víspera de Todos los Santos “en vez de glorificar al mal”.
"En última instancia, no creo que haya nada malo con que los niños se pongan un traje, se vistan de vaquero o Cenicienta y pasen por el barrio pidiendo dulces. Es una diversión sana”, dijo el P. Lampert.
El sacerdote aseguró que el peligro radica en los trajes que glorifican el mal deliberadamente e infunden miedo, o cuando las personas pretenden “obtener poderes especiales” a través de la magia y brujería, inclusive por mero entretenimiento.
"En el libro de Deuteronomio, en el capítulo 18, se habla de no intentar consultar a los espíritus de los muertos, tampoco a los que practican magia, brujería o actividades afines. Aquello sería una violación de un mandamiento de la Iglesia, al colocar otras cosas por delante de la relación con Dios".
"Y ese sería el peligro de Halloween. Que de alguna manera Dios se pierde en todo esto, que la connotación religiosa se pierda y finalmente la gente glorifique el mal", añadió.


También dijo que es importante recordar que el diablo y los espíritus malignos no tienen ninguna autoridad adicional en Halloween, aunque lo parezca.
"El diablo actúa por lo que la gente hace, no porque este haga algo por sí mismo. Tal vez por la forma en que se celebra ese día, en realidad se invita a que el mal entre a nuestras vidas", dijo.
Finalmente el P. Lampert aseguró que una de las mejores cosas que los padres pueden hacer es utilizar Halloween como un momento de aprendizaje y explicar a los niños “por qué ciertas prácticas no conducen a nuestra fe e identidad católica”.
Por otro lado, Anne Auger, una madre católica de tres niños proveniente del estado de Winsconsin en Estados Unidos, dijo a ACI Prensa, que si bien deja que sus niños se disfracen y pidan dulces, siempre verifica las casas por donde pasarán y así evitar aquella que están decoradas “con cosas temibles”.
"El año pasado una persona llegó a la puerta vestido como un lobo demoníaco. A veces las personas se visten como brujas y puedo entender eso, pero esto fue un nivel completamente nuevo, tan diferente a cuando éramos pequeños".
También aseguró que los padres deben enseñar a sus hijos el significado de Halloween, siempre en relación al día de Todos los Santos.
"Les decimos que estamos teniendo una fiesta porque celebraremos a los santos en el cielo, y es por ello salimos a pedir dulces”, añadió.
Kate Lesnefsky, otra madre católica, con niños entre las edades de 3 y 16 años, también les permite que elijan sus trajes para pedir dulces, siempre y cuando no infundan miedo o tengan aspecto demoníaco.
Al día siguiente lleva a sus hijos a la Misa por Todos los Santos, y la familia lo usa como una oportunidad para hablar sobre lo que significa la muerte y la santidad.
"Tengo una hermana que murió cuando tenía 19 años. Entonces hablamos de diferentes personas que sabemos que están en el cielo, de mis abuelos o de los diferentes santos" dijo Lesnefsky.
Traducido y adaptado para ACI Prensa por Diego López Marina.
Publicado originalmente en CNA.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...