Lecturas de hoy Viernes de la 1ª semana del Tiempo Ordinario
Hoy, viernes, 18 de enero de 2019
Primera lectura
Lectura de la carta a los Hebreos (4,1-5.11):
HERMANOS:
Temamos, no sea que, estando aún en vigor la promesa de entrar en su descanso, alguno de vosotros crea haber perdido la oportunidad.
También nosotros hemos recibido la buena noticia, igual que ellos; pero el mensaje que oyeron no les sirvió de nada a quienes no se adhirieron por La fe a los que lo habían escuchado.
Así pues, los creyentes entremos en el descanso, de acuerdo con lo dicho:
«He jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»,
y eso que sus obras estaban terminadas desde la creación del mundo.
Acerca del día séptimo se dijo:
«Y descansó Dios el día séptimo de todo el trabajo que había hecho».
En nuestro pasaje añade:
«No entrarán en mi descanso».
Empeñémonos, por tanto, en entrar en aquel descanso, para que nadie caiga, imitando aquella desobediencia.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 77,3.4bc.6c-7.8
R/. No olvidéis las acciones de Dios
V/. Lo que oímos y aprendimos,
lo que nuestros padres nos contaron,
lo contaremos a la futura generación:
las alabanzas del Señor, su poder. R/.
V/. Que surjan y lo cuenten a sus hijos,
para que pongan en Dios su confianza
y no olviden las acciones de Dios,
sino que guarden sus mandamiento. R/.
V/. Para que no imiten a sus padres,
generación rebelde y pertinaz;
generación de corazón inconstante,
de espíritu infiel a Dios. R/.
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Marcos (2,1-12):
CUANDO a los pocos días entró Jesús en Cafarnaún, se supo que estaba en casa.
Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Y les proponía la palabra.
Y vinieron trayéndole un paralítico llevado entre cuatro y, como no podían presentárselo por el gentío, levantaron la techumbre encima de donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dice al paralítico:
«Hijo, tus pecados te son perdonados».
Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros:
«¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo uno, Dios?».
Jesús se dio cuenta enseguida de lo que pensaban y les dijo:
«¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados” o decir: “Levántate, coge la camilla y echa a andar”?
Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados -dice al paralítico-:
“Te digo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”».
Se levantó, cogió inmediatamente la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo:
«Nunca hemos visto una cosa igual».
Palabra del Señor
Comentario al Evangelio de hoy viernes, 18 de enero de 2019
Severiano Blanco, cmf
Queridos hermanos:
Resulta un poco simple, o hasta inverosímil, la conversión tan rápida de esos escribas críticos con Jesús, que incluso acaban de tildarle de blasfemo. Sería raro que, derrotados por su palabra y acción, se incluyesen de inmediato en el coro de los que, por lo que ven en él, “dan gloria a Dios”.
Todo se explica cuando en este pasaje evangélico distinguimos dos escenas diferentes, de origen independiente: una controversia sobre perdón de pecados ha sido incrustada en una narración de curación de parálisis. De hecho, esa curación del paralítico reaparece en otro evangelio sin la controversia sobre el perdón y en un marco geográfico diferente: la piscina de Betesda, de Jerusalén (Jn 5), no en Cafarnaúm. Seguramente la aclamación entusiasta final nada tenía que ver, en su origen, con la derrota de los escribas, sino con la curación del tullido, que ahora camina tan campante con su litera a cuestas.
Jesús acogió lo mejor de la pedagogía teológica de su tiempo; en el caso que hoy nos ocupa, acepta el uso del “pasivo divino”, es decir, usa frases en voz pasiva para hablar de la acción de Dios sin manosear excesivamente su nombre. “Tus pecados son perdonados” significa sencillamente “Dios perdona tus pecados”; y ese Dios es el Padre. Lo notable es que Jesús está seguro de conoce el sentir de Dios hacia una determinada persona (no sabemos quién, en su origen no es el paralítico). Y además sabe que el Padre acoge con misericordia a esa persona porque se ha acercado confiadamente a él, el plenipotenciario de Yahvé, su presencia insuperable en este mundo. Se ha especulado mucho sobre la autoconciencia de Jesús: ¿qué pensaba exactamente de sí mismo? ¿cómo se habría definido? Es seguro que la encarnación comportaba limitación de vocabulario, la pobreza expresiva del lenguaje humano; pero, sobre su conocimiento del Abbá y su cercanía al mismo no parece que a Jesús le cupiese oscuridad o duda alguna.
El evangelista tiene un rico concepto de salvación, de salud integral. Al unir las dos piezas, perdón y curación, nos recuerda que sirve de poco la movilidad física si se carece de paz interior. Cuando a Jesús se le pide la salud corporal, sin quitarle importancia, comienza por regalar serenidad de espíritu; y ese renacer interior (liberación de culpabilidad), esa fresca alegría de vivir, tendrá un reflejo en la exterior libertad de movimientos. Desaparecen las opresiones, el mundo que rodea al hombre se hace nuevo.
Cuando nos acercamos confiadamente a Jesús y le dejamos actuar sobre nosotros, tiene lugar algo así como un “fin del mundo”, o un nuevo nacimiento; desaparecen los fardos pesados de angustias y culpabilidades, y todo se hace ligero, claro, limpio y lozano. Ante tal experiencia no podemos sino exclamar como los testigos de lo que narra el evangelio: “jamás habíamos visto cosa igual”.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf