A Nuestra Señora
Juan del Encina
¿A quién debo yo llamar
vida mía,
sino a ti, Virgen María?
Todos te deben servir,
Virgen y Madre de Dios,
que siempre ruegas por nos
y tú nos haces vivir.
Nunca me verán decir
vida mía,
sino a ti, Virgen María.
Duélete, Virgen, de mí,
mira bien nuestro dolor,
que este mundo pecador
no puede vivir sin ti.
No llamo desque nací
vida mía,
sino a ti, Virgen María.
Tanta fue tu perfección
y de tanto merecer,
que de ti quiso nacer
quien fue nuestra redención;
no hay otra consolación,
vida mía,
sino a ti, Virgen María.
El tesoro divinal
en tu vientre se encerró,
tan preciosa que libró
todo el linaje humanal.
¿A quién quejaré mi mal,
vida mía,
sino a ti, Virgen María?
Tu sellaste nuestra fe
con el sello de la cruz;
tu pariste nuestra luz,
Dios de ti nacido fue.
Nunca jamás llamaré
vida mía,
sino a ti, Virgen María.
¡Oh clara virginidad,
fuente de toda virtud,
no ceses de dar salud
a toda la cristiandad!
No te pedimos piedad,
vida mía,
sino a ti, Virgen María.