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sábado, 2 de abril de 2016
7 COSAS QUE DEBES SABER SOBRE EL DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA
7 cosas que debes saber sobre el Domingo de la Divina Misericordia
Por Diego López Marina
(ACI).- La Iglesia está cerca de la celebración del segundo Domingo de Pascua o Domingo de la Divina de la Misericordia. ¿Qué es y por qué es tan importante este día para los católicos? Estas son 7 cosas que debes saber al respecto:
1. ¿Qué es el Domingo de la Misericordia?
Esta celebración se lleva a cabo en el segundo Domingo de Pascua. Se basa en las revelaciones privadas de Santa Faustina Kowalska, religiosa polaca que recibió mensajes de Jesús sobre su Divina Misericordia en el pueblo de Plock, Polonia.
[Puede leer: 5 de octubre: Santa Faustina Kowalska, servidora del Señor de la Divina Misericordia]
2. ¿Cuándo empezó a formar parte del calendario de la Iglesia?
En el año 2000 el Papa Juan Pablo II canonizó a Santa Faustina y durante la ceremonia declaró: “así pues, es importante que acojamos íntegramente el mensaje que nos transmite la palabra de Dios en este segundo domingo de Pascua, que a partir de ahora en toda la Iglesia se designará con el nombre de ‘Domingo de la Divina Misericordia’”. [Homilía, 30 de Abril, 2000]
3. Si esto se basa en una revelación privada, ¿por qué se encuentra en el calendario de la Iglesia?
En su comentario teológico sobre el mensaje de Fátima, el entonces Cardenal Joseph Ratzinger, ahora Papa Emérito Benedicto XVI, escribió: “podemos añadir que a menudo las revelaciones privadas provienen sobre todo de la piedad popular y se apoyan en ella, le dan nuevos impulsos y abren para ella nuevas formas. Eso no excluye que tengan efectos incluso sobre la liturgia, como por ejemplo muestran las fiestas del Corpus Domini y del Sagrado Corazón de Jesús”.
4. ¿Qué hace la Iglesia para animar a la celebración de la devoción a la Divina Misericordia en este día?
Entre otras cosas, ofrece una indulgencia plenaria: “para hacer que los fieles vivan con intensa piedad esta celebración, el mismo Sumo Pontífice (Juan Pablo II) ha establecido que el citado domingo se enriquezca con la indulgencia plenaria para que los fieles reciban con más abundancia el don de la consolación del Espíritu Santo y cultiven así una creciente caridad hacia Dios y hacia el prójimo, y una vez obtenido de Dios el perdón de sus pecados, ellos a su vez perdonen generosamente a sus hermanos”. [Decreto de la Penitenciaría Apostólica del 2002]
5. ¿Qué es la imagen de la Divina Misericordia?
Esta imagen le fue revelada a Santa Faustina en 1931 y Jesús mismo le pidió que se pintara. Luego el Señor le explicaría su significado y lo que los fieles alcanzarán con ella.
En la mayoría de versiones Jesús se muestra levantando su mano derecha en señal de bendición, y apuntando con su mano izquierda sobre su pecho fluyen dos rayos: uno rojo y otro blanco.
“El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas (….). Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos” (Diario, 299). Toda la imagen es un símbolo de la caridad, el perdón y el amor de Dios, conocida como la "Fuente de la Misericordia".
[Puede leer: El significado de la imagen de la Divina Misericordia]
6. ¿Qué es la Coronilla de la Divina Misericordia?
La Coronilla es un conjunto de oraciones utilizadas como parte de la devoción a la Divina Misericordia.
Se suele rezar a las 3:00 pm (el momento de la muerte de Jesús) utilizando las cuentas del Santo Rosario, pero con un conjunto diferente de oraciones. Puede acceder a la Coronilla en el siguiente enlace.
7. ¿Está la devoción a la Divina Misericordia vinculada a las lecturas del Evangelio del Segundo Domingo de Pascua?
La imagen de la Divina Misericordia representa a Jesús en el momento en que se aparece a los discípulos en el Cenáculo -tras la resurrección-, cuando se les da el poder de perdonar o retener los pecados.
Este momento está registrado en Juan 20: 19-31, que es la lectura del Evangelio de este domingo.
La lectura se coloca en ese día porque incluye la aparición de Jesús al apóstol Tomás (en la que Jesús lo invita a tocar sus llagas). Este evento ocurrió en el octavo día después de la Resurrección (Juan 20:26) y por ello se utiliza en la liturgia ocho días después de la Pascua.
Traducido y adaptado por Diego López Marina. Publicado originalmente en National Catholic Register.
MARÍA, MADRE DE MISERICORDIA
María, Madre de misericordia
Conclusión final de la Encíclica Veritatis Splendor, dada en Roma, por el Santo Padre Juan Pablo II, el 6 de agosto del año 1993
Por: S.S. Juan Pablo II | Fuente: Vatican.va
Al concluir estas consideraciones, encomendamos a María, Madre de Dios y Madre de misericordia, nuestras personas, los sufrimientos y las alegrías de nuestra existencia, la vida moral de los creyentes y de los hombres de buena voluntad, las investigaciones de los estudiosos de moral.
María es Madre de misericordia porque Jesucristo, su Hijo, es enviado por el Padre como revelación de la misericordia de Dios (cf. Jn 3, 16-18). Él ha venido no para condenar sino para perdonar, para derramar misericordia (cf. Mt 9, 13). Y la misericordia mayor radica en su estar en medio de nosotros y en la llamada que nos ha dirigido para encontrarlo y proclamarlo, junto con Pedro, como «el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Ningún pecado del hombre puede cancelar la misericordia de Dios, ni impedirle poner en acto toda su fuerza victoriosa, con tal de que la invoquemos. Más aún, el mismo pecado hace resplandecer con mayor fuerza el amor del Padre que, para rescatar al esclavo, ha sacrificado a su Hijo(181): su misericordia para nosotros es redención. Esta misericordia alcanza la plenitud con el don del Espíritu Santo, que genera y exige la vida nueva. Por numerosos y grandes que sean los obstáculos opuestos por la fragilidad y el pecado del hombre, el Espíritu, que renueva la faz de la tierra (cf. Sal 104, 30), posibilita el milagro del cumplimiento perfecto del bien. Esta renovación, que capacita para hacer lo que es bueno, noble, bello, grato a Dios y conforme a su voluntad, es en cierto sentido el colofón del don de la misericordia, que libera de la esclavitud del mal y da la fuerza para no volver a pecar. Mediante el don de la vida nueva, Jesús nos hace partícipes de su amor y nos conduce al Padre en el Espíritu.
Esta es la consoladora certeza de la fe cristiana, a la cual debe su profunda humanidad y su extraordinaria sencillez. A veces, en las discusiones sobre los nuevos y complejos problemas morales, puede parecer como si la moral cristiana fuese en sí misma demasiado difícil: ardua para ser comprendida y casi imposible de practicarse. Esto es falso, porque —en términos de sencillez evangélica— consiste fundamentalmente en el seguimiento de Jesucristo, en el abandonarse a él, en el dejarse transformar por su gracia y ser renovados por su misericordia, que se alcanzan en la vida de comunión de su Iglesia. «Quien quiera vivir —nos recuerda san Agustín—, tiene en donde vivir, tiene de donde vivir. Que se acerque, que crea, que se deje incorporar para ser vivificado. No rehuya la compañía de los miembros»(182). Con la luz del Espíritu, cualquier persona puede entenderlo, incluso la menos erudita, sobre todo quien sabe conservar un «corazón entero» (Sal 86, 11). Por otra parte, esta sencillez evangélica no exime de afrontar la complejidad de la realidad, pero puede conducir a su comprensión más verdadera porque el seguimiento de Cristo clarificará progresivamente las características de la auténtica moralidad cristiana y dará, al mismo tiempo, la fuerza vital para su realización. Vigilar para que el dinamismo del seguimiento de Cristo se desarrolle de modo orgánico, sin que sean falsificadas o soslayadas sus exigencias morales —con todas las consecuencias que ello comporta— es tarea del Magisterio de la Iglesia. Quien ama a Cristo observa sus mandamientos (cf. Jn 14, 15).
María es también Madre de misericordia porque Jesús le confía su Iglesia y toda la humanidad. A los pies de la cruz, cuando acepta a Juan como hijo; cuando, junto con Cristo, pide al Padre el perdón para los que no saben lo que hacen (cf. Lc 23, 34), María, con perfecta docilidad al Espíritu, experimenta la riqueza y universalidad del amor de Dios, que le dilata el corazón y la capacita para abrazar a todo el género humano. De este modo, se nos entrega como Madre de todos y de cada uno de nosotros. Se convierte en la Madre que nos alcanza la misericordia divina.
María es signo luminoso y ejemplo preclaro de vida moral: «su vida es enseñanza para todos», escribe san Ambrosio(183), que, dirigiéndose en especial a las vírgenes, pero en un horizonte abierto a todos, afirma: «El primer deseo ardiente de aprender lo da la nobleza del maestro. Y ¿quién es más noble que la Madre de Dios o más espléndida que aquella que fue elegida por el mismo Esplendor?»(184). Vive y realiza la propia libertad entregándose a Dios y acogiendo en sí el don de Dios. Hasta el momento del nacimiento, custodia en su seno virginal al Hijo de Dios hecho hombre, lo nutre, lo hace crecer y lo acompaña en aquel gesto supremo de libertad que es el sacrificio total de su propia vida. Con el don de sí misma, María entra plenamente en el designio de Dios, que se entrega al mundo. Acogiendo y meditando en su corazón acontecimientos que no siempre puede comprender (cf. Lc 2, 19), se convierte en el modelo de todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (cf. Lc 11, 28) y merece el título de «Sede de la Sabiduría». Esta Sabiduría es Jesucristo mismo, el Verbo eterno de Dios, que revela y cumple perfectamente la voluntad del Padre (cf. Hb 10, 5-10).
María invita a todo ser humano a acoger esta Sabiduría. También nos dirige la orden dada a los sirvientes en Caná de Galilea durante el banquete de bodas: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5).
María comparte nuestra condición humana, pero con total transparencia a la gracia de Dios. No habiendo conocido el pecado, está en condiciones de compadecerse de toda debilidad. Comprende al hombre pecador y lo ama con amor de Madre. Precisamente por esto se pone de parte de la verdad y comparte el peso de la Iglesia en el recordar constantemente a todos las exigencias morales. Por el mismo motivo, no acepta que el hombre pecador sea engañado por quien pretende amarlo justificando su pecado, pues sabe que, de este modo, se vaciaría de contenido el sacrificio de Cristo, su Hijo. Ninguna absolución, incluso la ofrecida por complacientes doctrinas filosóficas o teológicas, puede hacer verdaderamente feliz al hombre: sólo la cruz y la gloria de Cristo resucitado pueden dar paz a su conciencia y salvación a su vida.
María,
Madre de misericordia,
cuida de todos para que no se haga inútil
la cruz de Cristo,
para que el hombre
no pierda el camino del bien,
no pierda la conciencia del pecado
y crezca en la esperanza en Dios,
«rico en misericordia» (Ef 2, 4),
para que haga libremente las buenas obras
que él le asignó (cf. Ef 2, 10)
y, de esta manera, toda su vida
sea «un himno a su gloria» (Ef 1, 12).
viernes, 1 de abril de 2016
ORACIÓN DE SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS A LA VIRGEN MARÍA
Oración de Santa Teresita a la Virgen María
"Para que una hija
pueda a su madre querer,
es necesario que ésta
sepa llorar con ella,
que con ella comparta
sus penas y dolores.
¡Oh dulce Reina mía!,
cuántas y amargas lágrimas
lloraste en el destierro para ganar mi corazón,
¡oh Reina!
Meditando tu vida
tal como describe el Evangelio,
yo me atrevo a mirarte
y hasta a acercarme a ti.
No me cuesta creer que soy tu hija,
cuando veo que mueres,
cuando veo que sufres como yo".
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