lunes, 20 de mayo de 2013

MARÍA, MADRE DE LA IGLESIA


Autor: Pedro García, Misionero Claretiano
María , Madre de la Iglesia
¿Puede haber un cristiano que no quiera a María?

Si queremos saber lo que significa María como Madre de la Iglesia, abrimos los Hechos de los Apóstoles y vemos cómo Lucas --que al principio de su Evangelio ha centrado los dos primeros capítulos en la Maternidad divina de María, ahora nos la presenta como la Madre de la Iglesia naciente.

Los cuatro Evangelios no nos dan la vida del Señor de una manera seguida, lógica y completa, como nos gustaría a nosotros tener la historia de Jesús. Todos sus hechos son semejantes a piezas de mosaico, que nosotros, bajo la guía del Espíritu, sabemos unir para alcanzar la imagen perfecta que Dios nos quiere mostrar del Señor.

Esto es lo que nos pasa con la figura de María en el Evangelio y en los Hechos de los Apóstoles: piececitas sueltas que nos dan al fin una imagen singular y magnífica de María.

Empezamos por Marcos, y vemos cómo los creyentes somos la madre, hermanos y hermanas de Jesús. Ya no es la carne ni la sangre, o la generación natural de los descendientes de Abraham, lo que constituye la familia o el Pueblo de Dios, sino la fe en Jesucristo.

Viene Lucas, y nos presenta a María como la gran creyente, de modo que Isabel, llena del Espíritu Santo, la colma con la alabanza suprema:

- ¡Dichosa tú, que has creído!

Así tenemos a María como doblemente Madre de Jesús: como quien le ha dado su ser de Hombre, y como quien lo ha concebido por la fe más profundamente que nadie. Lucas nos hace entender perfectamente a Marcos.
María, nos dice ahora Juan, lleva esta su fe hasta la noche oscurísima del Calvario --durante la que no ve nada, pero sigue creyendo con fe firmísima--, y es entonces cuando le declara Jesús la maternidad espiritual sobre todos los creyentes:

- Ahí tienes a tu hijo.

Esto, lo que le dice a Ella. Y nos comunica a continuación a nosotros:

- Ahí tienes a tu madre.

Desde este momento, la Iglesia, representada por Juan, recibe a María y la cuida como Madre suya.

Mateo mira la fe como la estrella de los Magos, a los que guía hasta dar con Jesús, al que encuentran en los brazos de María, su Madre, la cual se lo ofrece para que lo adoren y le den el beso más tierno. De este modo, Mateo nos presenta a María como la gran dadora de Jesús a los hombres.

Los Hechos de los Apóstoles nos hacen ver a María en el centro del grupo. Pedro y los Apóstoles son la cabeza que rigen y gobiernan, y María es el corazón que llena de calor a la primera comunidad cristiana. Los Hechos la presentan al frente de la fe y de la oración, alentando la unión de los discípulos, primero esperando la venida del Espíritu y después viviendo el fuego de Pentecostés.

Los Evangelios y los Hechos, nacidos en las primeras comunidades cristianas como expresión de su fe, nos presentan así a María. Y así es también como nosotros la vemos, la creemos y la vivimos, pues somos la misma Iglesia que enlazamos con los Apóstoles, unidos en Pedro su cabeza.
Aunque no lo escriban expresamente los Hechos, pero, por lo que nos dice en ellos la misma Palabra de Dios, es fácil imaginarse la actitud y quehacer de María dentro de aquella Iglesia primitiva.

La vemos, ante todo, evangelizar a Jesús en los misterios de la Infancia. Todos los especialistas de la Biblia nos hacen ver cómo lo que sabemos de Jesús por Mateo y Lucas en sus primeros años tiene por fuente única a la Virgen María. Sólo Ella era la depositaria de unos hechos de Jesús desconocidos de todos. Unicamente su Madre, que había observado, meditado y guardado todo en su corazón, podía transmitirlo a la Iglesia.

María, que cuidaba de Juan como de un hijo, volvió a llevar en Jerusalén la vida escondida de Nazaret, metida en los quehaceres de casa como cualquier otra mujer, pero conocida ahora como La Madre del Señor Jesús, querida y venerada de todos.

María, que siguió muchos de los caminos de Jesús por Galilea, seguía ahora las actuaciones de los apóstoles de su Jesús, a los que decía lo que el Evangelio de Juan, con mucha intención, pone en sus labios como dirigido a los criados de la boda:

- Haced lo que Jesús os diga, cumplid todo lo que Él os enseñó.

¡Y cómo amaba a los apóstoles! ¡Cómo los miraba! ¡Cómo los animaba! ¡Cómo los bendecía!... Ahora ya no había misterios sobre Jesús, y María y los apóstoles no podían sino amarse con el mismo Corazón del querido Hijo y adorado Maestro.

Por el libro de los Hechos sabemos que todos se reunían para la Fracción del Pan, convencidos de la presencia real del Señor en la Eucaristía. ¿Cómo recibiría María a Jesús, el mismo Pan divino que se horneó en sus entrañas de Madre? Es fácil adivinarlo.

La Comunión de María era por fuerza una Comunión única, y en cada Comunión quedaba María, la llena de gracia, colmada cada vez de una gracia creciente hasta límites casi infinitos...

El amor nos dicta muchas cosas al hablar de María. Pero, aunque pongamos en las palabras todo nuestro corazón de hijos, preferimos hablar de María así, con la Palabra de Dios en la mano. Dios no ha podido ser más claro ni más explícito.

¿Puede haber un cristiano que no quiera a María?....

MADRE MÍA TE QUIERO CON TODO MI CORAZÓN

Autor: P. Mariano de Blas L.C. | Fuente: Catholic.net
Madre mía te quiero con todo mi corazón
Caminar contigo es tocar el cielo con la mano; vivir junto a Ti es ya adelantar la gloria. Contigo los dolores se mitigan, las lágrimas se detienen.
 
Madre mía te quiero con todo mi corazón


Dulcísima Madre mía,
he venido a saludarte con cariño
en este nuevo día.
¿Quién te hizo tan bella?
Quizás Tú no lo sepas,
pero yo no puedo contemplar tu rostro
y mirar tus ojos de cielo
sin emocionarme hasta el alma.

¿Quién me amó tanto, tanto,
que me hizo hijo tuyo?
Hermosísima Reina, Madre de bondad,
estás hecha de bondad y de amor.

¡Qué felices nos has hecho,
qué afortunados por tenerte como madre!
Era yo un gitanillo que inspiraba compasión,
Era un niño pobre, un niño malo.
Había caminado descalzo
Por sendas de piedras y maleza;
traía una carita sucia de lágrimas antiguas
y polvo de muchos caminos.

Era un niño pequeño,
pero había sufrido ya como adulto.
Se me había olvidado la sonrisa.
El futuro era negro de nubes espesas.
Y, de pronto, apareciste Tú en mi vida.
Una mujer muy hermosa,
una mujer que inspiraba todo el cariño del mundo.

Me mirabas con una sonrisa de cielo.
Me llamaste con una voz tan dulce…
Me esforcé en sonreír un tanto,
y me fui acercando temblando de emoción.
De pronto, tus manos se abrieron
y me sumergí en un abrazo tan dulce
que todas mis penas se fueron;
y me sentí el niño más feliz del mundo.

Pero mi alegría fue más grande que yo mismo,
cuando de tus labios graciosos brotó esta palabra: “Hijo mío.”
Quise decir algo que brotaba con ímpetu del corazón.
No pude decirlo, no me atrevía.
Miré mis sandalias rotas, mi vestido raído;
mi corazón y mis manos no eran limpios.

“Hijo mío, cuanto te quiero,
cuánto te he esperado, hijo de mi alma.”
Entonces ya no pude callarme y le dije
con las lágrimas más puras
y la alegría de un niño feliz:
“Madre mía te quiero con todo mi corazón.”
Y un abrazo fundió
a la Madre pura y santa
y al niño pecador.

“He ahí a tu Madre, he ahí a tu hijo”
El que dijo estas bellas palabras
era Dios mismo,
un Dios que moría por mí en una cruz:
un Dios que me dio a su misma madre
en un impulso de amor.
No es un rato de contento,
es una eternidad de felicidad.
La eternidad de la alegría
comenzó desde ese momento
en que Jesús dijo esas palabras en la cruz.
Nos daba su vida y su sangre,
nos daba la Madre de sus sueños.

Desde entonces ya no soy el niño malo;
que malo no puedo seguir siendo
junto a una Madre tan buena.
Ya no soy un niño huérfano,
ni triste ni harapiento.
Soy el niño más feliz.
Ya mis lágrimas son de de amor y alegría,
por Ella, por mi Madre del cielo.

Caminar contigo es tocar el cielo con la mano;
vivir junto a Ti es ya adelantar la gloria.
Contigo los dolores se mitigan,
las amargas lágrimas se detienen
y el desierto vuelve a florecer.
Mi desierto ha vuelto a florecer.
Todo cambió desde aquel día,
el día maravilloso en que te conocí, oh Madre.
Yo no te conocía, primor de los valles.
Ignoraba que existías, amor de mi vida.
Pasé junto a valles hermosos y bellísimas flores
y nunca imaginé que Tú tenías
la luz y la belleza de los valles y las flores.
Vida mía, amor mío,
Vida, belleza y amor ensamblados.

Eres una senda florecida
que me ha conducido a Dios.
Me enamoré de Ti primero para siempre,
pero tu amor me llevó dulcemente, sin fatiga,
hacia el Dios Amor.
Tú me hiciste querer a ese ser infinitamente amable.
Presentaste a mis ojos
a un Dios Niño, ternura infinita,
un encanto de Dios hecho niño por mí.

La mujer que es amor
llevando en sus brazos al Niño que es amor,
porque es el Niño Dios.
Oh Madre dulcísima,
no quiero jamás separarme de Ti,
no quiero jamás separarme del Dios
que me has enseñado a querer;
el mismo Dios que Tú amas tanto
porque es tu Dios y es hijo de tus entrañas.
Enséñame a amarlo con todo mi corazón.



  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Mariano de Blas LC
     

    domingo, 19 de mayo de 2013

    FLORECILLAS A MARÍA - 19 DE MAYO


    FLORECILLAS A MARÍA
    Flor del 19 de mayo:
    Estrella de la mañana

    Meditación: María, como el lucero del alba, nos anuncia el Nacimiento de Jesús, Sol de Justicia. Ella, la puerta del Cielo, nos sube peldaño a peldaño hacia su Hijo Amado, pidiéndonos con amor que tengamos humildad de corazón, viviendo las virtudes que en Ella destellan, como verdaderos discípulos y dignos hijos. 

    Seamos sinceros y de corazón recto para subir de su mano al Cielo.
    Oración: ¡Estrella de la mañana, nuestra soberana!, marca nuestro camino que es el mismo Cristo, para que no caigamos en ningún desvío y estemos siempre contigo. Amén.

    Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).
    Florecilla para este día: Dar testimonio a alguien cercano sobre las virtudes de María, y su importancia como el más fácil y corto camino a Cristo. Recomendar también la lectura del libro de San Luis Grignon de Montfort: “Tratado sobre la verdadera devoción a María”.


    Peldaños para una verdadera devoción a María


    Peldaños para una verdadera devoción a María
    Padre Tomás Rodríguez Carbajo  


    Una auténtica devoción a María supone un ascenso en la vida espiritual, ya que en la medida en que amamos a María, estamos amando a Jesús, a quien Ella siempre nos encamina.

    1.- El primer peldaño que hemos de subir está apoyado en un sólido fundamento: En el amor a María. Si no hay amor en el cristiano, no hay fundamento en su vida hacia Dios, pues, San Pablo en 1 Cor. 13, 1 ss nos lo advierte: Ya puedo tener todos los carismas, riquezas, bienes... "si no tengo caridad, nada me aprovecha" (v. 3).
    Amor cristiano, que tiene su fundamento en Dios, quien fue el primero en amar (1Jn. 4, 19). Mi correspondencia a este amor me lleva a amar a todos los que Dios ama, y hemos de reconocer que el primer puesto entre las criaturas está reservado para María, la predilecta de Dios, quien tuvo el privilegio de estar siempre inmune de pecado por ser la elegida para ser la Madre del Verbo Encarnado.
    El amor que le tiene Dios es razón suficiente, para que yo la ame, pero además hay otra de gran peso, y es que es ni Madre. Cristo me la ha entregado en el momento culminate del Calvario, allí donde del "costado de Cristo nace la Iglesia".

    María no es sólo la Madre de Jesús de Nazaret, también lo es del Cuerpo Místico de Cristo. Con gran entusiasmo fue acogido en el discurso de Pablo Vl, el 21 de Noviembre de 1964 en la sesión de clausura de la tercera etapa conciliar la proclamación de María Madre de la Iglesia: "Nos proclamamos a María Santísima "Madre de la Iglesia", es decir, de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores, que la llaman Madre amorosa, y queremos que desde ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título".
    Esta razón de que María es mi Madre tiene peso sobrado, para que la ame, aparte de otros motivos de muchísimo peso ya mencionados.

    2.- El segundo peldaño basado en el anterior es el de la veneración.
    A María la invocamos con títulos, que implican en nosotros un gran respeto y veneración por lo que Ella es y por el papel necesario, que ha ocupado en la obra de la redención llevada a cabo por su Hijo, le decimos: "Arca de la Alianza", "Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad".
    La humildad no tiene por qué estar reñida con la verdad, de ahí que María proféticamente haya reconocido que iba a ser objeto de veneración por parte de sus hijos fieles, así nos dijo en el Magníficat: "Me llamarán Bienaventurada todas las generaciones". (Lc. 1, 48).
    Abriendo las páginas de la historia de la Iglesia, en todas las épocas, tiempos y lugares donde prendió la fe cristiana allí brotaba el reconocimiento de las maravillas, que Dios había hecho con una simple criatura humana elegida por El, para que fuera su Madre.
    Esto lo atestiguan de manera muy plástica las ermitas, iglesias, catedrales, santuarios dedicados a honrar a María, como las innumerables imágenes, que están diseminadas por todos los lugares de culto, de casas de formación religiosas, de colegios, de hogares cristianos. Son incontables las fiestas, romerías, novenas, procesiones celebradas para honrar a María.

    3.- El tercer peldaño basado en la veneración y en el amor está en la invocación.
    Las limitaciones y necesidades humanas, juntamente con los peligros, que nos rodean, nos hacen levantar los ojos hacia María, "la Omnipotencia Suplicante", quien tiene "vara alta" delante de su Hijo. D. Bosco decía: "Cuando María ruega, todo se obtiene, nada se niega".

    Ningún hijo bien nacido niega a su madre nada de lo que esté a su alcance. Qué decir cuando se lo pide la mejor de las Madres al mejor de los Hijos en favor de sus hijos necesitados, que se encuentran en "este valle de lágrimas".
    A María se le invoca:
    .- para que nos consiga gracias y favores de su Hijo,
    .- para que nos ayude a agradecer los favores recibidos,
    .- para alabarla y bendecirla por lo que Dios ha hecho en "la esclava del Señor".
    La invocan los niños, los jóvenes, los adultos y los ancianos, los sanos y los enfermos, los ricos y los necesitados, los sabios y los ignorantes, todos los cristianos conscientes del papel de María en sus vidas se ven impelidos a rezarle "ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte".

    4.- El Vaticano ll nos pone un cuarto peldaño (L.G. n 66), es la imitación.
    La verdadera devoción no se reduce a un sentimentalismo, ni simplemente a invocarla o venerarla, debe llevarnos a una imitación.

    María, que es ejemplo y modelo de todas las virtudes, quiere para nosotros lo mejor, por eso nos encamina siempre hacia Cristo, pues, nos repite constantemente la invitación de Caná: "Haced lo que El os diga"(Jn. 2, 5). Ella fue siempre fiel en llevar a la práctica la voluntad de Dios, aunque no la entendiera, pero por la fe aceptaba cualquier insinuación que conociera venida de Dios.

    Para cualquier hijo es un título de honra el que le digan: "Te pareces a tu madre", también lo es para un cristiano el que le digan que se parece a María, pues, en la medida en que ama e imita a María, en esa misma proporción está amando a Cristo.
    Subiendo por estos cuatro peldaños, llegamos a la cima de la verdadera devoción a María.

    LA PACIENCIA DE MARÍA


    Las Virtudes de María
    Paciencia de María

    San Alfonso María de Ligorio

    Siendo esta tierra lugar para merecer, con razón es llamada valle de lágrimas, porque todos tenemos que sufrir y con la paciencia conseguir la vida eterna, como dijo el Señor: "Mediante vuestra paciencia salvaréis vuestras almas" (Lc 21,19). Dios, que nos dio a la Virgen María como modelo de todas las virtudes, nos la dio muy especialmente como modelo de paciencia. Reflexiona san Francisco de Sales que, entre otras razones, precisamente para eso le dio Jesús a la santísima Virgen en las bodas de Caná aquella respuesta que pareciera no tener en cuenta su súplica: "Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti?", precisamente para darnos ejemplo de la paciencia de su Madre. Pero ¿qué andamos buscando? Toda la vida de María fue un ejercicio continuo de paciencia. Reveló el ángel a santa Brígida que la vida de la Virgen transcurrió entre sufrimientos. Como suele crecer la rosa entre las espinas, así la santísima Virgen en este mundo creció entre tribulaciones. La sola compasión ante las penas del Redentor bastó para hacerla mártir de la paciencia. Por eso dijo san Buenaventura: la crucificada concibió al crucificado. Y cuánto sufrió en el viaje a Egipto y en la estancia allí, como todo el tiempo que vivió en la casita de Nazaret, sin contar sus dolores de los que ya hemos hablado abundantemente. Bastaba la sola presencia de María ante Jesús muriendo en el Calvario para darnos a conocer cuán sublime y constante fue su paciencia. "Estaba junto a la cruz de Jesús su Madre". Con el mérito de esta paciencia, dice san Alberto Magno, se convirtió en nuestra Madre y nos dio a luz a la vida de la gracia.

    Si deseamos ser hijos de María es necesario que tratemos de imitarla en su paciencia. Dice san Cipriano: ¿Qué cosa puede darse más meritoria y que más nos enriquezca en esta vida y más gloria eterna nos consiga que sufrir con paciencia las penas? Dice Dios: "Cercaré su camino de espinas" (Os 2,8). Y comenta san Gregorio: Los caminos de los elegidos están cercados de espinas. Como la valla de espinas guarda la viña, así Dios rodea de tribulaciones a sus siervos para que no se apeguen a la tierra. De este modo, concluye san Cipriano, la paciencia es la virtud que nos libra del pecado y del infierno. Y la paciencia es la que hace a los santos. "La paciencia ha de ir acompañada de obras perfectas" (St 1,4), soportando con paz las cruces que vienen directamente de Dios, es decir, la enfermedad, la pobreza, etc., como las que vienen de los hombres: persecuciones, injurias y otras. San Juan vio a todos los santos con palmas en sus manos. "Después de esto vi una gran muchedumbre..., y en sus manos, palmas" (Ap 7,9). Con esto se demostraba que todos los que se salvan han de ser mártires o por el derramamiento de la sangre o por la paciencia. San Gregorio exclamaba jubiloso: Nosotros podemos ser mártires sin necesidad de espadas; basta que seamos pacientes si, como dice san Bernardo, sufrimos las penas de esta vida aceptándolas con paciencia y con alegría. ¡Como gozaremos en el cielo por todos los sufrimientos soportados por amor de Dios! Por eso nos anima el apóstol: "La leve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un denso caudal de gloria eterna" (2Co 4,17). Hermosos los avisos de santa Teresa cuando decía: El que se abraza con la cruz no la siente. Cuando uno se resuelve a padecer, se ha terminado el sufrimiento.

    Al sentirnos oprimidos por el peso de la cruz recurramos a María, a la que la Iglesia llama "consoladora de los afligidos" y san Juan Damasceno "medicina de todos los dolores del corazón".

    Señora mía, tú, siendo inocente, lo soportaste todo con tanta paciencia, y yo, reo del infierno, ¿me negaré a padecer? Madre mía, hoy te pido esta gracia: no ya el verme libre de las cruces, sino el sobrellevarlas con paciencia. Por amor de Jesucristo te ruego me consigas de Dios esta gracia. De ti lo espero.

    sábado, 18 de mayo de 2013

    REGINA COELI


    Regina Coeli
    Se reza en lugar del Angelus en el Tiempo Pascual desde la Vigila Pascual hasta el medio día del sábado de Pentecostés.


    Regina Coeli

    V. Alégrate, Reina del cielo. Aleluya.
    R. Porque el que mereciste llevar en tu seno. Aleluya.

    V. Ha resucitado, según predijo. Aleluya.
    R. Ruega por nosotros a Dios. Aleluya.

    V. Gózate y alégrate, Virgen María. Aleluya.
    R. Porque ha resucitado Dios verdaderamente. Aleluya.

    V. Oremos: Oh Dios que por la Resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, te has dignado dar la alegría al mundo, concédenos por su Madre, la Virgen María, alcanzar el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor.

    R. Amén.

    MIRA A LA ESTRELLA... LLAMA A MARÍA


    MIRA A LA ESTRELLA... LLAMA A MARÍA

    Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas con los escollos de la tentación, mira a la estrella, llama a María.

    Si te agitan las olas de la soberbia, de la ambición o de la envidia, mira a la estrella, llama a María.

    Si la ira, la avaricia o la impureza impelen violentamente la nave de tu alma, mira a María.

    Si turbado con la memoria de tus pecados, confuso ante la fealdad de tu conciencia, temeroso ante la idea del juicio, comienzas a hundirte en la sima sin fondo de la tristeza o en el abismo de la desesperación, piensa en María.

    En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir su ayuda intercesora no te apartes tú de los ejemplos de su virtud. No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en ella piensas.

    Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás sí es tu guía; llegarás felizmente al puerto si Ella te ampara

    San Bernardo

    Avemaría, Juan Pablo II - AVEMARÍA


    Avemaría, Juan Pablo II
    AVEMARÍA

    ¡Dios te salve, María!
    Te saludamos con el Angel: Llena de gracia.
    El Señor está contigo.
    Te saludamos con Isabel: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¡Feliz porque has creído a las promesas divinas!
    Te saludamos con las palabras del Evangelio:
    Feliz porque has escuchado la Palabra de Dios y la has cumplido.
    ¡Tú eres la llena de gracia!

    Te alabamos, Hija predilecta del Padre.
    Te bendecimos, Madre del Verbo divino.
    Te veneramos, Sagrario del Espíritu Santo.
    Te invocamos; Madre y Modelo de toda la Iglesia.
    Te contemplamos, imagen realizada de las esperanzas de toda la humanidad.
    ¡El Señor está contigo!
    Tú eres la Virgen de la Anunciación, el Sí de la humanidad entera al misterio de la salvación.
    Tú eres la Hija de Sión y el Arca de la nueva Alianza en el misterio de la visitación.
    Tú eres la Madre de Jesús, nacido en Belén, la que lo mostraste a los sencillos pastores y a los sabios de Oriente.
    Tú eres la Madre que ofrece a su Hijo en el templo, lo acompaña hasta Egipto, lo conduce a Nazaret.
    Virgen de los caminos de Jesús, de la vida oculta y del milagro de Caná.
    Madre Dolorosa del Calvario y Virgen gozosa de la Resurrección.
    Tú eres la Madre de los discípulos de Jesús en la espera y en el gozo de Pentecostés.
    Bendita…
    porque creíste en la Palabra del Señor,
    porque esperaste en sus promesas,
    porque fuiste perfecta en el amor.
    Bendita por tu caridad premurosa con Isabel,
    por tu bondad materna en Belén,
    por tu fortaleza en la persecución,
    por tu perseverancia en la búsqueda de Jesús en el templo,
    por tu vida sencilla en Nazaret,
    por tu intercesión en Cana,
    por tu presencia maternal junto a la cruz,
    por tu fidelidad en la espera de la resurrección,
    por tu oración asidua en Pentecostés.
    Bendita eres por la gloria de tu Asunción a los cielos,
    por tu maternal protección sobre la Iglesia,
    por tu constante intercesión por toda la humanidad.
    ¡Santa María, Madre de Dios!
    Queremos consagrarnos a ti.
    Porque eres Madre de Dios y Madre nuestra.
    Porque tu Hijo Jesús nos confió a ti.
    Porque has querido ser Madre de la Iglesia.
    Nos consagramos a ti:
    Los obispos, que a imitación del Buen Pastor
    velan por el pueblo que les ha sido encomendado.
    Los sacerdotes, que han sido ungidos por el Espíritu.
    Los religiosos y religiosas, que ofrendan su vida
    por el Reino de Cristo.
    Los seminaristas, que han acogido la llamada del Señor.
    Los esposos cristianos en la unidad e indisolubilidad de su amor con sus familias.
    Los seglares comprometidos en el apostolado.
    Los jóvenes que anhelan una sociedad nueva.
    Los niños que merecen un mundo más pacífico y humano.
    Los enfermos, los pobres, los encarcelados,
    los perseguidos, los huérfanos, los desesperados,
    los moribundos.
    ¡Ruega por nosotros pecadores!

    Madre de la Iglesia, bajo tu patrocinio nos acogemos y a tu inspiración nos encomendamos.
    Te pedimos por la Iglesia, para que sea fiel en la pureza de la fe, en la firmeza de la esperanza, en el fuego de la caridad, en la disponibilidad apostólica y misionera, en el compromiso por promover la justicia y la paz entre los hijos de esta tierra bendita.
    Te suplicamos que toda la Iglesia se mantenga siempre en perfecta comunión de fe y de amor, unida a la Sede de Pedro con estrechos vínculos de obediencia y de caridad.

    Te encomendamos la fecundidad de la nueva evangelización, la fidelidad en el amor de preferencia por los pobres y la formación cristiana de los jóvenes, el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, la generosidad de los que se consagran a la misión, la unidad y la santidad de todas las familias.

    ¡Ahora y en la hora de nuestra muerte!
    ¡Virgen, Madre nuestra! Ruega por nosotros ahora. Concédenos el don inestimable de la paz, la superación de todos los odios y rencores, la reconciliación de todos los hermanos.
    Que cese la violencia y la guerrilla.

    Que progrese y se consolide el diálogo y se inaugure una convivencia pacífica.

    Que se abran nuevos caminos de justicia y de prosperidad. Te lo pedimos a ti, a quien invocamos como Reina de la Paz.
    ¡Ahora y en la hora de nuestra muerte!
    Te encomendamos a todas las víctimas de la injusticia y de la violencia, a todos los que han muerto en las catástrofes naturales, a todos los que en la hora de la muerte acuden a ti como Madre.
    Sé para todos nosotros Puerta del cielo, vida, dulzura y esperanza, para que, juntos, podamos contigo glorificar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
    ¡Amén!

    15 MINUTOS CON MARÍA AUXILIADORA




    15 minutos con Maria Auxiliadora


    ¡María! ¡María! ¡Dulcísima María, Madre querida y poderosa Auxiliadora mía! Aquí me tienes; tu voz maternal ha dado nuevos bríos a mi alma y anhelosa vengo a tu soberana presencia... Estréchame cariñosa entre tus brazos... deja que yo recline mi cansada frente sobre tu pecho y que deposite en él mis tristes gemidos y amargas cuitas, en íntima confidencia contigo, lejos del ruido y bullicio del mundo, de ese mundo que sólo deja desengaños y pesares.


    Mírame compasiva... estoy triste, Madre, bien lo sabes, nada me alegra ni me distrae, me hallo enteramente turbada y llena de temor...


    Abrumada bajo el peso de la aflicción, sobrecogida de espanto, busco un hueco para ocultarme, como la tímida paloma perseguida por el cazador... y ese hueco, ese asilo bendito, ese lugar de refugio es,¡oh Madre Augusta! tu corazón.


    A ti me acerco llena de confianza... no me deseches ni me niegues tus piedades. Bien comprendo que no las merezco por mis muchas infidelidades; dignas de tus bondades son las almas santas e inocentes que saben imitarte y a las cuales yo tanto envidio sinceramente, mas Tú eres la esperanza y el consuelo, por eso vengo sin temor.


    ¡Madre mía! Permite que yo no toque, sino que abra de par en par la puerta de tu corazón tan bueno y entre de lleno en él pues vengo cansada y sé que Tú no sabes negarte al que afligido viene a postrarse a tus pies.


    ¡Virgen Madre! Tu trono se levanta precisamente donde hay dolores que calmar, miserias que remediar, lágrimas que enjugar y tristezas que consolar... por eso, levantándome del profundo caos de mis miserias en que me encuentro sumergida imitando al Pródigo del Evangelio, digo también: "Me levantaré e iré a mi dulce Madre y le diré: ¡Madre buena, aquí está tu hija que te busca! perdona si en algo te he sido infiel, soy tu pobre hija que llora, aquí me tienes aunque indigna a tus favores... te pertenezco y no me separaré de Ti, hasta no llevar en mi pecho el suave bálsamo del consuelo y del perdón.


    ¿Me abandonarás dulce María? ¿No herirán tus oídos mis clamores? ¡Oh, no! tu apacible rostro ensancha mi confianza, tus castos ojos me miran compasivamente disipando las densas nubes de mi espíritu y de mi abatimiento y zozobra desaparecen con tu materna sonrisa.


    Si majestuosa empuñas tu cetro en señal de poder, como eres mi Madre, es tan sólo para manifestarme que eres la dispensadora de las gracias y mercedes del cielo para derramarlas con abundancia sobre esta tu pobre hija que sólo desea amarte y agradecerte.
    ¡Oh sí! Tú eres el Océano, Madre, y yo el imperceptible grano de arena arrojado en él... Tú eres el rocío y yo la pobre flor mustia y marchita que necesita de Ti para volver a la vida. Que nada me
    distraiga, que nadie me busque... Yo estoy perdida en el mar inmenso de tu bondad, estoy escondida en el seno misterioso de mi bendita Madre.


    Reina mía, confiando en tu Auxilio bondadoso y tierno quiero hablarte con la confianza del niño... quiero acariciarte, quiero llorar contigo... traer a mi memoria dulces recuerdos... derramar mi alma en tu presencia para pedirte gracias, arráncame, en una palabra el
    corazón para regalártelo en prenda de mi amor.


    Escucha pues, tierna María, mi dulce Auxiliadora, una a una todas mis palabras y deja que cual bordo de fuego penetre en tu corazón, porque quiero conmoverte... quiero rendirlo y quiero en fin que tu Jesús, que tan amable abre sus bracitos sonriendo con dulzura, repita en mi favor nuevamente aquella consoladora palabra que alienta al desvalido y hace temblar al demonio: "He aquí a tu Madre, he aquí a tu hija".


    Sí, aquí estoy... aquí está tu pobre hija a quien has amado y amas aún con predilección y que te pertenece por todos títulos... la que descansó en tus brazos antes de reposar en el regazo maternal... la
    que probó tus caricias mucho antes que los maternos besos... ¿lo recuerdas?


    Yo dormí en tu seno el dulce sueño de la inocencia, viví tranquila bajo tu manto sin conocer ni sospechas siquiera los escollos de la vida, amándote con ardor y gozando de tus caricias con las quepreparaste mi alma y corazón para los rudos ataques de mis enemigos y sinsabores de la vida.

    Tu mano salvadora no sólo me apartó del abismo en que tantas almas han perecido sino que me regaló con gracias particularísimas y especiales dones, que reserves tan sólo para tus amados.

    Todo... todo lo confieso para mayor gloria tuya y quisiera tener mil lenguas para cantar tus alabanzas digna y elocuentemente en fervorosos y tiernos himnos de santa gratitud.

    ¡Ah cuando me hallo cercada de tinieblas y sombras de muerte, sobrecogida de angustioso quebranto... cuando mi corazón tiembla ante la presencia del dolor, este pensamiento dulcísimo de tus tiernas muestras de predilección viene a ser el rayo luminoso que hace surgir mi frente dándome alas para remontarme hasta lo infinito... ¡Oh recuerdo consolador! ¡Bendito seas! Eres la escala por la cual subo hasta el trono de la clemencia y del amor santo y verdadero.

    Mas ¡ay!... pronto pasaron de aquella alma los días de encanto... con la velocidad del relámpago se disiparon mis goces infantiles y llegó para mí la hora del desamparo... Madre, no puedo soportar su peso... siento quebrantar al mismo tiempo todas mis fuerzas interiores y necesito que tu mano me sostenga para no sucumbir en la lucha... Ansiosa te busco como el pobre náufrago busca su tabla salvadora... Levanto a Ti mis ojos y mi pesada frente como el marino en busca de la estrella que debe señalarle el puerto. Me siento como abandonada, semejante a una nave sin piloto a merced del oleaje tempestuoso e incesante... ¡Tengo miedo! mucho miedo de perecer, entre las turbias ondas del agitado mar del pecado... Tengo miedo de la justicia divina a quien soy deudora de tantas y tan especialísimas gracias... pero sobre todo tengo miedo... ¡Oh no quisiera ni decirlo... tengo miedo de serte ingrata, abandonándote algún día y olvidando tus ternuras, pagarlas con ingratitud!

    ¡Jamás lo permitas, Reina mía! Haz que viva siempre unida a Ti, como la débil yedra vive asida fuertemente a la robusta encina defendiéndose del furioso huracán... ¿Qué sería de ésta tu hija? ¡Oh Madre! ¿sin Ti? Mil enemigos me acechan redoblando a cada paso sus infernales astucias... acosada me siento por todas partes y si Tú no me amparas, ¿quién se dolerá de mí? No me alejes, por piedad, sálvame... muestra que eres mi Madre Auxiliadora; olvida por piedad las veces que te he contristado, reduce a polvo mis pecados, lávame con tus lágrimas y límpiame más y más.

    Tus brazos son el trono de la misericordia, en ellos descansa tu Jesús... sujétame entre ellos para que no haga uso de la justicia contra mí... dile que acepto el dolor que redime si Tú me lo envías, que venga, si es preciso, el sufrimiento aun cuando mi pobre carne
    tiemble ante él, con tal que mi alma se torne blanca como la nieve.

    Sí, dile a tu amado hijo que yo quiero desagraviar para alcanzar su clemencia, dile que eche un velo sobre mis faltas y miserias y que olvide para siempre lo mala que he sido... ¡María! de mi vida no resta más que la última etapa... mis ensangrentadas huellas van marcando mis pasos en la senda escabrosa de la vida que está por cortarse... mi cansado corazón late aún, sí, porque Tú les das vida y aliento, pero derrama las últimas lágrimas que manan de él cual candente lava.

    Terminará mi existencia y ¿qué será de mí, si mi Auxiliadora no viene en ese momento terrible? ¿A quién volveré mis ojos si te alejas en ese instante? La gracia que te he pedido y tanto deseo para mi agonía, es grandísima y no la merezco, pero la espero con plena confianza y tu sonrisa me alentará. Estoy segura de que aun cuando el demonio ruja a mi derredor, preparando su último asalto, tu mano maternal me acariciará y con sin par solicitud me prodigará los últimos consuelos en mi despedida de este triste valle de lágrimas.

    Esto lo sé cierto, lo siento en mí y no fallará mi esperanza... ni un momento lo dudo. Los ángeles santos, al ver las ternuras de que seré objeto en el terrible trance exclamarán también enternecidos: "Mirad cómo la ama nuestra Reina". Esta es la gracia de las gracias, mi último anhelo, mi petición suprema. Haz ¡oh Madre mía! que tu dulcísimo nombre, que fue la primera palabra que supieron balbucir mis infantiles labios entre las caricias de mi buena madre, sea también la última expresión que suavice y endulce mi sedienta boca al entregar mi alma. ¡Madre!... que mi tránsito sea el postrer tributo de mi amor hacia Ti... que sea la última nota de mis
    cantos que tantas veces se elevaron en tu loor y el ósculo moribundo que te envíe sea el preludio de mi eterna e íntima unión con la Majestad divina y contigo, ¡oh mi dulce, mi santa y tierna Madre Auxiliadora...!

    ¡María! ¡María! ¡Dulcísima María, Madre querida y poderosa Auxiliadora mía! Aquí me tienes; tu voz maternal ha dado nuevos bríos a mi alma y anhelosa vengo a tu soberana presencia... Estréchame cariñosa entre tus brazos... deja que yo recline mi cansada frente sobre tu pecho y que deposite en él mis tristes gemidos y amargas cuitas, en íntima confidencia contigo, lejos del ruido y bullicio del mundo, de ese mundo que sólo deja desengaños y pesares.


    Mírame compasiva... estoy triste, Madre, bien lo sabes, nada me alegra ni me distrae, me hallo enteramente turbada y llena de temor... Abrumada bajo el peso de la aflicción, sobrecogida de espanto, busco un hueco para ocultarme, como la tímida paloma perseguida por el cazador... y ese hueco, ese asilo bendito, ese lugar de refugio es, ¡oh Madre Augusta! tu corazón.


    A ti me acerco llena de confianza... no me deseches ni me niegues tus piedades. Bien comprendo que no las merezco por mis muchas infidelidades; dignas de tus bondades son las almas santas e inocentes que saben imitarte y a las cuales yo tanto envidio sinceramente, mas Tú eres la esperanza y el consuelo, por eso vengo sin temor.


    ¡Madre mía! Permite que yo no toque, sino que abra de par en par la puerta de tu corazón tan bueno y entre de lleno en él pues vengo cansada y sé que Tú no sabes negarte al que afligido viene a postrarse a tus pies. ¡Virgen Madre! Tu trono se levanta precisamente donde hay dolores que calmar, miserias que remediar, lágrimas que enjugar y tristezas que consolar... por eso, levantándome del profundo caos de mis miserias en que me encuentro sumergida imitando al Pródigo del Evangelio, digo también: "Me levantaré e iré a mi dulce Madre y le diré: ¡Madre buena, aquí está tu hija que te busca! perdona si en algo te he sido infiel, soy tu pobre hija que llora, aquí me tienes aunque indigna a tus favores... te pertenezco y no me separaré de Ti, hasta no llevar en mi pecho el suave bálsamo del consuelo y del perdón.


    ¿Me abandonarás dulce María? ¿No herirán tus oídos mis clamores? ¡Oh, no! tu apacible rostro ensancha mi confianza, tus castos ojos me miran compasivamente disipando las densas nubes de mi espíritu y de mi abatimiento y zozobra desaparecen con tu materna sonrisa.


    Si majestuosa empuñas tu cetro en señal de poder, como eres mi Madre, es tan sólo para manifestarme que eres la dispensadora de las gracias y mercedes del cielo para derramarlas con abundancia sobre esta tu pobre hija que sólo desea amarte y agradecerte.


    ¡Oh sí! Tú eres el Océano, Madre, y yo el imperceptible grano de arena arrojado en él... Tú eres el rocío y yo la pobre flor mustia y marchita que necesita de Ti para volver a la vida. Que nada me
    distraiga, que nadie me busque... Yo estoy perdida en el mar inmenso de tu bondad, estoy escondida en el seno misterioso de mi bendita Madre.


    Reina mía, confiando en tu Auxilio bondadoso y tierno quiero hablarte con la confianza del niño... quiero acariciarte, quiero llorar contigo... traer a mi memoria dulces recuerdos... derramar mi alma en tu presencia para pedirte gracias, arráncame, en una palabra el
    corazón para regalártelo en prenda de mi amor.


    Escucha pues, tierna María, mi dulce Auxiliadora, una a una todas mis palabras y deja que cual bordo de fuego penetre en tu corazón, porque quiero conmoverte... quiero rendirlo y quiero en fin que tu Jesús, que tan amable abre sus bracitos sonriendo con dulzura, repita en mi favor nuevamente aquella consoladora palabra que alienta al desvalido y hace temblar al demonio: "He aquí a tu Madre, he aquí a tu hija".


    Sí, aquí estoy... aquí está tu pobre hija a quien has amado y amas aún con predilección y que te pertenece por todos títulos... la que descansó en tus brazos antes de reposar en el regazo maternal... la
    que probó tus caricias mucho antes que los maternos besos... ¿lo recuerdas?


    Yo dormí en tu seno el dulce sueño de la inocencia, viví tranquila bajo tu manto sin conocer ni sospechas siquiera los escollos de la vida, amándote con ardor y gozando de tus caricias con las quepreparaste mi alma y corazón para los rudos ataques de mis enemigos y sinsabores de la vida.

    Tu mano salvadora no sólo me apartó del abismo en que tantas almas han perecido sino que me regaló con gracias particularísimas y especiales dones, que reserves tan sólo para tus amados.

    Todo... todo lo confieso para mayor gloria tuya y quisiera tener mil lenguas para cantar tus alabanzas digna y elocuentemente en fervorosos y tiernos himnos de santa gratitud.

    ¡Ah cuando me hallo cercada de tinieblas y sombras de muerte, sobrecogida de angustioso quebranto... cuando mi corazón tiembla ante la presencia del dolor, este pensamiento dulcísimo de tus tiernas muestras de predilección viene a ser el rayo luminoso que hace surgir mi frente dándome alas para remontarme hasta lo infinito... ¡Oh recuerdo consolador! ¡Bendito seas! Eres la escala por la cual subo hasta el trono de la clemencia y del amor santo y verdadero.

    Mas ¡ay!... pronto pasaron de aquella alma los días de encanto... con la velocidad del relámpago se disiparon mis goces infantiles y llegó para mí la hora del desamparo... Madre, no puedo soportar su peso... siento quebrantar al mismo tiempo todas mis fuerzas interiores y necesito que tu mano me sostenga para no sucumbir en la lucha... Ansiosa te busco como el pobre náufrago busca su tabla salvadora... Levanto a Ti mis ojos y mi pesada frente como el marino en busca de la estrella que debe señalarle el puerto. Me siento como abandonada, semejante a una nave sin piloto a merced del oleaje tempestuoso e incesante... ¡Tengo miedo! mucho miedo de perecer, entre las turbias ondas del agitado mar del pecado... Tengo miedo de la justicia divina a quien soy deudora de tantas y tan especialísimas gracias... pero sobre todo tengo miedo... ¡Oh no quisiera ni decirlo... tengo miedo de serte ingrata, abandonándote algún día y olvidando tus ternuras, pagarlas con ingratitud!

    ¡Jamás lo permitas, Reina mía! Haz que viva siempre unida a Ti, como la débil yedra vive asida fuertemente a la robusta encina defendiéndose del furioso huracán... ¿Qué sería de ésta tu hija? ¡Oh Madre! ¿sin Ti? Mil enemigos me acechan redoblando a cada paso sus infernales astucias... acosada me siento por todas partes y si Tú no me amparas, ¿quién se dolerá de mí? No me alejes, por piedad, sálvame... muestra que eres mi Madre Auxiliadora; olvida por piedad las veces que te he contristado, reduce a polvo mis pecados, lávame con tus lágrimas y límpiame más y más.

    Tus brazos son el trono de la misericordia, en ellos descansa tu Jesús... sujétame entre ellos para que no haga uso de la justicia contra mí... dile que acepto el dolor que redime si Tú me lo envías, que venga, si es preciso, el sufrimiento aun cuando mi pobre carne
    tiemble ante él, con tal que mi alma se torne blanca como la nieve.

    Sí, dile a tu amado hijo que yo quiero desagraviar para alcanzar su clemencia, dile que eche un velo sobre mis faltas y miserias y que olvide para siempre lo mala que he sido... ¡María! de mi vida no resta más que la última etapa... mis ensangrentadas huellas van marcando mis pasos en la senda escabrosa de la vida que está por cortarse... mi cansado corazón late aún, sí, porque Tú les das vida y aliento, pero derrama las últimas lágrimas que manan de él cual candente lava.

    Terminará mi existencia y ¿qué será de mí, si mi Auxiliadora no viene en ese momento terrible? ¿A quién volveré mis ojos si te alejas en ese instante? La gracia que te he pedido y tanto deseo para mi agonía, es grandísima y no la merezco, pero la espero con plena confianza y tu sonrisa me alentará. Estoy segura de que aun cuando el demonio ruja a mi derredor, preparando su último asalto, tu mano maternal me acariciará y con sin par solicitud me prodigará los últimos consuelos en mi despedida de este triste valle de lágrimas.

    Esto lo sé cierto, lo siento en mí y no fallará mi esperanza... ni un momento lo dudo. Los ángeles santos, al ver las ternuras de que seré objeto en el terrible trance exclamarán también enternecidos: "Mirad cómo la ama nuestra Reina". Esta es la gracia de las gracias, mi último anhelo, mi petición suprema.


    Haz ¡oh Madre mía! que tu dulcísimo nombre, que fue la primera palabra que supieron balbucir mis infantiles labios entre las caricias de mi buena madre, sea también la última expresión que suavice y endulce mi sedienta boca al entregar mi alma. ¡Madre!... que mi tránsito sea el postrer tributo de mi amor hacia Ti... que sea la última nota de mis cantos que tantas veces se elevaron en tu loor y el ósculo moribundo que te envíe sea el preludio de mi eterna e íntima unión con la Majestad divina y contigo, ¡oh mi dulce, mi santa y tierna Madre Auxiliadora...!

    FLORECILLAS A MARÍA: 18 DE MAYO

    Flor del 18 de mayo:
    María, para Dios toda la gloria


    Meditación: Cuando Jesús comenzó su predicación la gente lo aclamó Profeta, Varón de Dios y aún lo quisieron hacer rey. María se conservaba oculta, en su soledad Ella no atraía sobre sí la fama ni la gloria como Madre de tal Hijo. Así debemos ser nosotros, sólo dispuestos a procurarle Gloria a Dios, porque todo lo bueno, aunque provenga a través nuestro, viene de Dios. Por ello no son nuestras victorias, sino sólo victorias del Señor. Demos Gloria a Dios con nuestros trabajos y obras, permanezcamos ignorados frente a los hombres. Recordemos “…vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Eclesiastés 1,2-3). Estemos presentes como María en el Calvario, donde no hay palmas ni laureles, sino injurias y vilipendios para compartirlos con Jesús.

    Oración: ¡Oh María Madre de la modestia!. Haz que nuestra alma no permanezca ciega por nuestras vanidades y miserias, que rinda sólo alabanza al Buen Dios que todo lo alcanza y que seamos a Su semejanza. Amén.

    Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).
    Florecilla para este día: Meditar sobre nuestra tendencia a hacer obras buenas buscando el reconocimiento y halago de los demás, en lugar de sólo pretender ser contemplados por los Ojos de Dios.


    viernes, 17 de mayo de 2013

    LA VIRGINIDAD DE MARIA

    Autor: SS Juan Pablo II | Fuente: Catholic.net
    La Virginidad de María
    Catequésis del Papa Juan Pablo II sobre la Virginidad de María.
     
    La Virginidad de María
    La Virginidad de María

    La Virginidad de María, verdad de fe
    Catequesis de SS Juan Pablo II. Vaticano, 10 de julio de 1996

    El propósito de la Virginidad de María
    Catequesis de SS Juan Pablo II. Vaticano, 24 de Julio 1996.

    La concepción virginal de Jesús
    Catequesis de SS Juan Pablo II. 31 de Julio 1996.

    María, modelo de Virginidad en la Iglesia
    Catequesis de SS Juan Pablo II. Vaticano, 7 Agosto 1996.

    María, siempre Virgen
    Catequesis de SS Juan Pablo II. Vaticano, 28 de Agosto 1996

    jueves, 16 de mayo de 2013

    FLORECILLAS A MARÍA - Flor del 17 de mayo:


    FLORECILLAS A MARÍA 
    Flor del 17 de mayo:
    Modelo de entrega a Dios

    Meditación: “He aquí la Esclava del Señor” (Lucas 1,38). “Después de esto salió y vio un publicano…y le dijo: sígueme, él, dejándolo todo se levantó y lo siguió” (Lucas 5,27). Todos somos sus discípulos, ¿pero realmente lo somos?. ¿Dejamos todo y lo seguimos?. ¿O hipócritamente queremos llamarnos cristianos de acuerdo a nuestras comodidades y conveniencias, siguiendo con las pompas y obras de este mundo, y no con un corazón verdadero y único?. No se puede servir a dos señores, somos legítimos apóstoles y no falsos profetas que repetimos con la boca la Santa Palabra y hacemos con las obras lo que a nosotros nos apetece y no el Querer de Dios. 

    Oración: ¡Oh María la elegida, la prometida de Dios!. Pon en nuestro corazón el ser servidores de Dios como lo fuiste Vos, con humildad y dejando todo acá para caminar hacia la Verdad. Amén.
    Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

    Florecilla para este día: Ayuno de algo que sea muy personal y apetecible, ofreciendo a Dios esta pequeña mortificación.

    INTERSECESIÓN DE MARÍA


     Intercesión de María
        Fray Ángel Martín Fernández



    Madre de Dios que acoges amorosa
    nuestra piedad,
    tú que estás a la diestra
    de Jesús, y conoces
    su lado bueno, atiende
    a quien acude a ti, cansado
    de tanto andar, no siempre
    por las piedras más llanas del camino.

    Hoy me llego hasta ti, Madre, seguro
    de tu favor. Nadie mejor, Señora,
    para mediar ante la bondadosa
    mano del Hijo.
    Pon un beso
    en mi nombre en la llaga desangrada
    que le clavó al madero
    encarnizado de mi ingratitud.
    Necesito sentirme tan cercano
    a su dolor, que el mismo clavo
    que destrozó su mano, clave el pulso
    desconcertado de mi sufrimiento.

    Tú que estás a la diestra
    de Jesús, no distraigas
    la mirada de amor con que mirabas
    sus ojos, protegiendo
    sus días claros y sus claras noches.

    FLORECILLAS A MARIA - Flor del 16 de mayo:


    FLORECILLAS A MARIA
    Flor del 16 de mayo:

     María peregrina


    Meditación: María inició su camino desde Nazaret a Jerusalén, visitó Ein Karem, viajó a Belén y huyó a Egipto siguiendo con sus pasos un camino escarpado, un camino difícil pero siempre cumpliendo la misión que el Padre le había encomendado. Hoy María sigue caminando: Lourdes, Fátima, San Nicolás, Medjugorje, Corea y tantos otros sitios Santos. Va de casa en casa llamando a las almas. Caminemos con Ella y tengámosla como maestra; Ella no se fatiga, camina de prisa y mendiga una caricia de amor a cada corazón que se aferra al mundo, habiendo olvidado lo dicho por Su Hijo Santo…”estad en el mundo sin ser del mundo”. Vivamos librados de esta tierra que no es la verdadera, pongamos nuestros ojos en el Cielo para que un día sea nuestro.

    Oración: ¡Oh María peregrina, oh María Purísima!. Haz que te imitemos llevando la luz de Dios a cada corazón, y siendo como vos, testimonio de evangelización. Amén.

    Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

    Florecilla para este día: Caminar es evangelizar: llevemos nuestra fe cristiana a alguien cercano al que nunca dimos testimonio del amor por Cristo y Su Madre.

    Jaculatoria al Corazòn Inmaculado de Marìa



    Jaculatoria al Corazòn Inmaculado de Marìa

     ¡Oh Corazón Inmaculado de María, compadeceos de nosotros!
    ¡Refugio de pecadores, rogad por nosotros!
    ¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!

    *Un Padrenuestro a intención del Sumo Pontífice.*

    FLORECILLAS A MARIA - Flor del 15 de mayo:


    FLORECILLAS A MARIA
    Flor del 15 de mayo:

    Causa de nuestra alegría


    Meditación: “Los justos se alegran, se regocijan y saltan de júbilo pensando en la Providencia y Bondad de Dios” (Salmos 32,33). Cómo no estar felices si agradamos al Señor cumpliendo Su Voluntad y viendo todo lo que El nos da. Seamos hijos dignos pues el Señor es nuestro amigo. Todo nos da, y si caminamos junto a El, todo compartiremos: Su Amor, Su Dolor y Su Crucifixión, pero felices sabiéndonos herederos del Reino de Dios.

    Oración: Madre de la alegría, sé nuestra guía y haznos llevar una vida realmente digna. Haz que ésta vasija rebose de amor, fe y esperanza, pues el Señor nos acompaña. Amén.

    Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

    Florecilla para este día: Valorar todo lo que Dios nos da, porque nada es mérito nuestro, todo lo bueno viene del Señor.

    DAME TU MANO, MARÍA


                               
     Dame tu mano, María     
    Himno, Liturgia de las horas


    Dame tu mano, María,
    la de las tocas moradas;
    clávame tus siete espadas
    en esta carne baldía.
    Quiero ir contigo en la impía
    tarde negra y amarilla.
    Aquí, en mi torpe mejilla,
    quiero ver si se retrata
    esa lividez de plata,
    esa lágrima que brilla.

    Déjame que te restañe
    ese llanto cristalino
    y a la vera del camino
    permite que te acompaña.
    Deja que en lágrimas bañe
    la orla negra de tu manto
    a los pies del árbol santo,
    donde tu fruto se mustia.
    Capitana de la angustia:
    no quiero que sufras tanto.

    Qué lejos, Madre, la cuna
    y tus gozos de Belén:
    "No, mi Niño, no. No hay quien
    de mis brazos te desuna".
    Y rayos tibios de luna,
    entre las pajas de miel,
    le acariciaban la piel
    sin despertarle. ¡Qué larga
    es la distancia y qué amarga
    de Jesús muerto a Emmanuel!

    ¿Dónde está ya el mediodía
    luminoso en que Gabriel,
    desde el marco del dintel,
    te saludó: "Ave, María"?
    Virgen ya de la agonía,
    tu Hijo es el que cruza ahí.
    Déjame hacer junto a ti
    ese augusto itinerario.
    Para ir al monte Calvario,
    cítame en Getsemaní.

    A ti, doncella graciosa,
    hoy maestra de dolores,
    playa de los pecadores,
    nido en que el alma reposa,
    a ti ofrezco, pulcra rosa,
    las jornadas de esta vía.
    A ti, Madre, a quien quería
    cumplir mi humilde promesa.
    A ti, celestial princesa,
    Virgen sagrada María.
     


    martes, 14 de mayo de 2013

    MARÍA Y EL ESPÍRITU SANTO









    IMÁGENES DE LA ANUNCIACIÓN A MARÍA





    MARÍA Y LA SANTÍSIMA TRINIDAD





    A JESÚS POR MARÍA


    AVE MARÍA


    Ave María
    Padre Tomás Rodríguez Carbajo


    “Ave” fue la primera palabra dirigida por Gabriel a María e indudablemente es la primera que también dirige un cristiano a su Madre María.

    Este pregón del cielo ha tenido resonancia a través de toda la historia.

    Es el principio de un saludo muy español, que se repetía en momentos y lugares muy distintos, se empleaba por el pobre al pedir limosna por las puertas, por el penitente al comenzar su confesión, por el forastero, vecino o conocido que pedía permiso para entrar en algún recinto.

    Como pie de una imagen o como letrero recordatorio, ocupa un puesto en descansos de escaleras, en entradas o salidas de muchas casas.

    La profecía que María se dijo de sí misma la vemos cumplida al ser en todas lenguas así saludada. Una muestra de esta realidad lo vemos en Rafat, cerca de Nazaret, en donde está esculpida en piedra en 150 lenguas.

    Ha calado tan hondo en el alma del cristiano que ha querido inmortalizarla el arte en sus distintas ramas, en pintura, escultura y música.

    ¡Qué pegadiza es al oído el Ave de Lourdes y el de Fátima¡ en qué procesión mariana no se repite este saludo a María!

    Un poeta del s. XV, Hernán Pérez de Guzmán, nos recomienda que asiduamente la tengamos en nuestros labios:

    “De tu boca aquella prosa

    que repite Ave María

    no se aparte noche y día”.

         Oteando horizontes como desde la campana que hay sobre el edificio del Ayuntamiento de Cádiz, en cuyo interior hay esta inscripción “Ave María, gracia plena”, o subiendo del profundo del corazón del hombre, esta salutación gozosa es una oración, al mismo tiempo que una profesión de fe y de amor.

         Esta jaculatoria puede estar a flor de labios al encontrarnos con una imagen de la Señora. Qué pronto se dice y cuanto bien nos hace el repetir: “Ave María”.

    SONRISAS CON LA VIRGEN


    Sonrisas con la Virgen


    Se ha observado muchas veces dentro de nuestro entorno religioso que las almas amantes de la Virgen María gozan y esparcen una alegría especial. Es un hecho comprobado y que nadie puede negar. La Virgen arrastra a multitudes hacia sus santuarios. Ante su imagen se congregan las gentes con flores, con velas, y rezan y cantan con fervor y entusiasmo inigualable. Y sobre ese ambiente flota un aire de paz y de alegría que no se da en otras partes. ¿Por qué será?... Una respuesta nos sale espontánea de los labios, y no nos equivocamos: ¡Pues, porque están con la Madre!...

    Sí: esta es la razón más poderosa. Entonces, si queremos vivir alegres, y ser además apóstoles de la alegría para desterrar de las almas la tristeza, ¿por qué no contamos más con María?...
    Partamos de la realidad familiar. Se trata de un hogar bien constituido. La madre ha sido siempre el corazón de ese hogar y los hijos se han visto siempre también amparados por el calor del corazón más bello que existe. ¿Puede haber allí tristeza?... 
    Aún podemos avanzar un poco más en nuestra pregunta, y plantear la cuestión de otra manera diferente.

    Se trata de un hijo que viene con un fracaso espantoso, del orden que sea. No sabe dónde refugiarse. Pero llega a la casa y se encuentra con la madre que le está esperando. ¿Cabrá allí la desesperación? ¿Dejarán de secarse las lágrimas de los ojos? ¿Volverán los labios a sonreír?... 

    Todas estas cuestiones están de más. Sabemos de sobra que el amor de una madre no falla nunca. Y al no fallar su amor, al lado de ella la tristeza se hace un imposible.
    Esto que nos pasa a todos en el seno del hogar cuando contamos con la bendición de una madre, es también la realidad que se vive en la Iglesia. Dios ha querido que en su Iglesia no falte la madre, para que en esa casa y en ese hogar del cristiano, como es la Iglesia, no sea posible la tristeza, pues se contará en ella con el ser querido que es siempre causa de alegría. 

    Por eso Cristo, moribundo en la Cruz, declaró la maternidad espiritual de María, nos la dio por Madre, y nosotros la aclamamos gozosos: ¡Madre de la Iglesia!. 

    Por eso el pueblo cristiano, con ese instinto tan certero que tiene --como que está guiado por el Espíritu Santo-- llama a María Causa de nuestra alegría.

    Unos jóvenes ingeniosos, humoristas y cristianos fervientes, hicieron suyo un eslogan publicitario, que aplicaron a María y lo cantaban con ardor:
    - Y sonría, sonría, con la protección de la Virgen cada día. 
    Habían cambiado el nombre de una pasta dentífrica por el nombre más hermoso, el de la Virgen. ¡Bien por la imaginación de nuestros simpáticos muchachos!... 

    Esos jóvenes cantaban de este modo su ideal y pregonaban por doquier, de todos modos y a cuantos quisieran oírles, su amor a la más bella de las mujeres.

    Amar a la Virgen es tener el alma llena de juventud, de ilusiones, de alegría. Un amar que lleva a esparcir siempre en derredor ese optimismo que necesita el mundo.

    Amar y hacer amar a la Virgen alegra forzosamente la vida. La mujer es el símbolo más significativo del amor, el ser más querido del amor, el difusor más potente del amor. 
    Y mujer como María no hay, la mujer más bella salida de la mano de Dios. 

    María, al dar amor, llenará de alegría, de canciones y de flores el mundo; porque, donde existe el amor, no mueren ni menguan nunca la felicidad, la belleza, el cantar... 

    Alegría y cantar de los que el mundo moderno está tan necesitado. 
    Alegría la más sana. Cantar el más puro a la más pura de las mujeres.

    Con María, las caras aparecen radiantes, con la sonrisa siempre a flor de labios, como un rayo primaveral. 
    Ser apóstol de María es ser apóstol de la felicidad.

    Llevemos María al que sufre soledad, y le haremos sonreír.
    Llevemos María al tímido, y lo convertiremos en decidido y emprendedor.
    Llevemos María al triste, y el que padece comenzará a disfrutar.
    Llevemos María al anciano, y lo veremos volver a los años felices de la juventud.
    Llevemos María al pecador, y veremos cómo el culpable vuelve muy pronto a su Dios.
    Llevemos María a nuestro propio hogar, y veremos lo que será nuestra familia con dos madres juntas, que no son rivales celosas, sino dos amigas inseparables.
    Llevemos María a nuestros amigos, ¡y sabremos lo que es amarnos con una mujer como Ella en medio del grupo!...
    Hemos dicho antes que la piedad cristiana, siempre conducida por el Espíritu Santo, llama a la Virgen: Causa de nuestra alegría. 
    No puede ser de otra manera. Porque María nos trae y nos da siempre a Jesús, el que es el gozo del Padre, el pasmo de los Angeles, la dicha colmada de los Santos. 
    Como los jóvenes aquellos, junto con la plegaria, tenemos siempre en los labios el nombre de María, y sabemos decirnos: 
    - Sonría, sonría, con la protección de la Virgen cada día....

    Red Informática de la Iglesia en América Latina Estoy pensando en Dios (Mensaje radiado)

    FLORECILLAS A MARIA: 14 DE MAYO DEL 2013


    FLORECILLAS A MARIA
    Flor del 14 de mayo:
    Trono de Sabiduría

    Meditación: “Quien me obedece no quedará avergonzado” (Eclesiástico 24,22). María llevó nueve meses en su Seno a La Sabiduría misma. De allí que sea Su Trono, siempre La sirvió y obedeció Sus designios. Por eso Ella es nuestra mejor consejera, oigamos y obedezcamos todo lo que nos ha mostrado y enseñado.

    Oración: ¡Oh Madre de Dios, oh Madre del Salvador, oh Madre de la Sabiduría!. Haz que siempre obedezcamos la Voz de Dios, haciendo Su Santa Voluntad hoy. Amén.
    Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

    Florecilla para este día: Hagamos silencio interior y meditemos para discernir lo que realmente nos pide el Señor.



    Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...