BAJO TU AMPARO
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No desoigas nuestras súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todos los peligros, Virgen gloriosa y bendita. Amén
Autor: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net María está cerca de cada uno de nosotros | |
Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, está "dentro" de todos nosotros. | |
Se puede ver que María, por decirlo así, "se sentía como en su casa" en la palabra de Dios, vivía de la palabra de Dios, estaba penetrada de la palabra de Dios. En efecto, hablaba con palabras de Dios, pensaba con palabras de Dios; sus pensamientos eran los pensamientos de Dios; sus palabras eran las palabras de Dios. Estaba penetrada de la luz divina; por eso era tan espléndida, tan buena; por eso irradiaba amor y bondad. María vivía de la palabra de Dios; estaba impregnada de la palabra de Dios. Al estar inmersa en la palabra de Dios, al tener tanta familiaridad con la palabra de Dios, recibía también la luz interior de la sabiduría. Quien piensa con Dios, piensa bien; y quien habla con Dios, habla bien, tiene criterios de juicio válidos para todas las cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiempo, bueno; también se hace fuerte y valiente, con la fuerza de Dios, que resiste al mal y promueve el bien en el mundo. Así, María habla con nosotros, nos habla a nosotros, nos invita a conocer la palabra de Dios, a amar la palabra de Dios, a vivir con la palabra de Dios, a pensar con la palabra de Dios. Y podemos hacerlo de muy diversas maneras: leyendo la sagrada Escritura, sobre todo participando en la liturgia, en la que a lo largo del año la santa Iglesia nos abre todo el libro de la sagrada Escritura. Lo abre a nuestra vida y lo hace presente en nuestra vida. Pero pienso también en el «Compendio del Catecismo de la Iglesia católica», que hemos publicado recientemente, en el que la palabra de Dios se aplica a nuestra vida, interpreta la realidad de nuestra vida, nos ayuda a entrar en el gran "templo" de la palabra de Dios, a aprender a amarla y a impregnarnos, como María, de esta palabra. Así la vida resulta luminosa y tenemos el criterio para juzgar, recibimos bondad y fuerza al mismo tiempo. María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y con Dios es reina del cielo y de la tierra. ¿Acaso así está alejada de nosotros? Al contrario. Precisamente al estar con Dios y en Dios, está muy cerca de cada uno de nosotros. Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, que está cerca de nosotros, más aún, que está "dentro" de todos nosotros, María participa de esta cercanía de Dios. Al estar en Dios y con Dios, María está cerca de cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones, puede ayudarnos con su bondad materna. Nos ha sido dada como "madre" –así lo dijo el Señor–, a la que podemos dirigirnos en cada momento. Ella nos escucha siempre, siempre está cerca de nosotros; y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hijo, de su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en manos de esta Madre, que siempre está cerca de cada uno de nosotros. |
Autor: María Susana Ratero | Fuente: Catholic.net Con María, bajando la montaña | |
No temas el descenso, no bajas sola. Aquel cuya luz es inextinguible, baja contigo… | |
El martes hemos celebrado la Transfiguración. Muchas veces he pensado, Madre, en el momento de la Transfiguración de tu Hijo. - Muchas veces te has querido quedar allí arriba, en la montaña ¿verdad?- me susurras al alma y me siento en paz por saber que no tengo secretos contigo. - Así es, Madre, muchas veces el alma se siente tan plena y feliz de saberse tan amada por Tu hijo, por Ti, que quisiera que el tiempo se detuviese allí ¿Porqué es tan difícil, María, seguir a Jesús cuando baja de la montaña? Alargas tu mano y me conduces al sitio donde Pedro mira, entre extasiado y atemorizado, la bellísima escena de la Transfiguración y dice: “Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”(Mc 9,5) - Fíjate hija- murmuras a mi corazón-cuán grande es el gozo de Pedro ante la Majestad de Cristo. Ni siquiera tiene lienzos para tantas carpas, pero la fuerza de su corazón le lleva, en esta hora, a querer levantar carpas aún sin lienzos. Corazón extasiado. Admiración sin límites. Tiendas sin lienzos. - ¿Cuántas de estas carpas has proyectado, hija mía? - Muchas, Madre, demasiadas… - ¿Lograste levantar alguna? -me preguntas, invitándome a que yo misma me pregunte. - Ninguna, Señora, ninguna. Debí bajar de la montaña demasiado rápido. A veces hasta rodando cuesta abajo y lastimándome con cuanto arbusto espinoso se cruzaba en mi camino. No supe quedarme arriba, en la montaña… lo siento, Madrecita… - No te angusties, amiga. Eso es lo que espero de ti. Espero que bajes, no que permanezcas. Se te es permitido subir para que, cada vez que bajes, sientas que el ascenso no fue en vano. - ¿Cada vez, Señora? ¿Como “cada vez”? ¿Es que, acaso, he de subir muchas veces yo a la montaña a contemplar el esplendor de tu Hijo? - Pues si, querida, si. Precisamente de eso se trata. Verás, subir la montaña no es fácil, es camino escarpado, a veces árido y difícil. Aunque por momentos hallarás oasis perfectos. Es camino largo y delicado, pero lo que te espera en la cima bien vale el esfuerzo ¿verdad? - Madre, perdona mi gran torpeza, pero siento que hablas con palabras conocidas… siento que son…. caminos conocidos, como si… ya los hubiese caminado. Y el silencio de la parroquia se inunda de tu delicado perfume y las piedritas de tu manto brillan iluminando el alma… - Busca, hija, busca en tu interior la respuesta. Busca hija, que el que busca encuentra. - Madre, el camino a la montaña es... ¿El camino de la oración? ¡Oh Madre! Entonces… entonces siento que mi corazón ha vivido lo que el de Pedro muchas veces. - Y también como él quisiste quedarte allí… - Si, Madre, no sé como se vuelve y, muchas veces, ni siquiera sé que es volver. Continúa la Misa y siento que comienzo a subir la montaña. Me tomas como Jesús a Pedro, y camino contigo en espera del milagro. Y las palabras de la plegaria de la Misa se tornan en pasos… pasos ascendentes hacia la cima. Mi alma quiere estar muy atenta a tales pasos, porque cada uno, cada palabra de la plegaria, prepara el alma para el encuentro. Las vestiduras blancas de Jesús. La blancura del Pan que se lleva como ofrenda. Y canto el “Santo”. Por la Bendita Comunión de los Santos, sé que no canto sola, que hermanos lejanos, en distancia y tiempo, cantan conmigo. Y el milagro llega. Y los ojos del alma ven el esplendor de Su Amor entre las manos del sacerdote, en la Consagración. - Madre, Jesús brilla para mí, brilla para cada uno de los que aquí estamos, el brillo es interior y sólo puede verse con los ojos del alma. Falta el último paso. El abrazo. Voy de Tu Mano, Madre. En Tu Corazón le recibo. ¡Oh Bendito Jesús Eucaristía!. El abrazo es pleno, único. Conoces, Maestro, cada una de las súplicas de mi corazón. Me abrazas, Jesús, en el Corazón de tu Madre. Quisiera detener el tiempo, aunque fuesen sólo unos instantes. Sé que no es posible. - Hija, es tiempo de bajar… es tiempo… La Misa ha terminado. Mis pasos me llevan de regreso a la cotidianeidad de mis días. Bajar la montaña, Madre. Siento que no bajo sola. Como Jesús bajó con Pedro, Santiago y Juan, siento que ahora también baja conmigo…. Y además, tengo tu compañía, Maria…. ¡Madre, bajar así no es tan duro! Las espinas siguen estando, duelen María, pero tú curas las heridas… -¿Has notado, hija, que hay en la cumbre flores que sólo crecen allí? - ¡Oh, sí, Señora, lo he notado! Y son bellísimas en verdad. Y para sorpresa de mi alma, sacas de Tu Corazón una flor de las de la cumbre. - Toma, hija, para que aspires su perfume cada vez que sientas que el encuentro ha quedado lejano en el alma. Que la realidad del valle te supera y te lastima. Cada vez que sientas que hay demasiadas paredes y ninguna puerta…. La flor de la cumbre. La Comunión espiritual. ¡Oh dulce regalo del Maestro!.... Y mientras acaricio los pétalos de tan dulce flor, doy los últimos pasos sobre la montaña. Ya todo es valle. He de caminar en él con la misma alegría que sentí en la cumbre ¿Podré, Madre? Ente mis manos la flor es respuesta. Flor de cumbre escarpada. Flor para algunos - ¿Para quienes, María? - Para los que la ansíen. Cumbres escarpadas. Blanquísimo Pan. Carpas sin lienzo. Descenso con Cristo. Todo junto en el alma va tomando su lugar… Gracias, Maestra del alma. Cuan experimentadísima alpinista, me esperas en cada Misa para subir hasta el milagro, para bajar fortalecida, para enseñarme a ser luz para los que aun no han subido, para los que ni siquiera imaginan que hay montaña. Amigo mío, amiga mía que subes con Maria tantas veces la montaña. No temas el descenso, no bajas sola. Aquel cuya luz es inextinguible, baja contigo… Y si te apresuras tanto que le dejas lejos, no te angusties, siempre puedes volver. La oración hará que halles tus pasos en la arena, que encuentres el camino, que vuelvas a subir…. NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna." |
Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net Transfiguración, lo que Cristo es | |
¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza con la auténtica felicidad, que es Cristo? | |
Cuando Pedro ve a Cristo transfigurado, resplandeciente como el sol, con sus vestiduras blancas como la nieve, lo que está viendo no es simplemente a Cristo, sino que, de alguna manera, se está viendo a sí mismo y a todos nosotros. Lo que San Pedro ve es el estado en el cual nosotros gloriosos viviremos por la eternidad. Es un misterio el hecho de que nosotros vayamos a encontrarnos en la eternidad en cuerpo y alma. Y Cristo, con su verdadera humanidad, viene a darnos la explicación de este misterio. Cristo se convierte, por así decir, en la garantía, en la certeza de que, efectivamente, nuestra persona humana no desaparece, de que nuestro ser, nuestra identidad tal y como somos, no se acaba. Está muy dentro del corazón del hombre el anhelo de felicidad, el anhelo de plenitud. Muchas de las cosas que hacemos, las hacemos precisamente para ser felices. Yo me pregunto si habremos pensado alguna vez que nuestra felicidad está unida a Jesucristo; más aún, que la Transfiguración de Cristo es una manifestación de la verdadera felicidad. Si de alguna manera nosotros quisiéramos entender esta unión, podríamos tomar el Evangelio y considerar algunos de los aspectos que nos deja entrever. En primer lugar, la felicidad es tener a Cristo en el corazón como el único que llena el alma, como el único que da explicación a todas las obscuridades, como dice Pedro: "¡Qué bueno es estar aquí contigo!". Pero, al mismo tiempo, tener a Cristo como el único que potencia al máximo nuestra felicidad. Las personas humanas a veces pretendemos ser felices por nosotros mismos, con nosotros mismos, pero acabamos dándonos cuenta de que eso no se puede. Cuántas veces hay amarguras tremendas en nuestros corazones, cuántas veces hay pozos de tristeza que uno puede tocar cuando va caminando por la vida. ¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza, de amargura o de ceguera con la auténtica felicidad, que es Cristo? Cuando tenemos en nuestra alma una decepción, un problema, una lucha, una inquietud, una frustración, ¿sabemos auténticamente meter a Jesucristo dentro de nuestro corazón diciéndole: «¡Qué bueno es estar aquí!»? Hay una segunda parte de la felicidad, la cual se ve simbolizada en la presencia de Moisés y de Elías. Moisés y Elías, para la mentalidad judía, no son simplemente dos personaje históricos, sino que representan el primero la Ley, y el segundo a los Profetas. Ellos nos hablan de la plenitud que es Cristo como Palabra de Dios, como manifestación y revelación del Señor a su pueblo. La plenitud es parte de la felicidad. Cuando uno se siente triste es porque algo falta, es porque no tiene algo. Cuando una persona nos entristece, en el fondo, no es por otra cosa sino porque nos quitó algo de nuestro corazón y de nuestra alma. Cuando una persona nos defrauda y nos causa tristeza, es porque no nos dio todo lo que nosotros esperábamos que nos diera. Cuando una situación nos pone tristes o cuando pensamos en alguien y nos entristecemos es porque hay siempre una ausencia; no hay plenitud. La Transfiguración del Señor nos habla de la plenitud, nos habla de que no existen carencias, de que no existen limitaciones, de que no existen ausencias. Cuántas veces las ausencias de los seres queridos son tremendos motivos de tristeza y de pena. Ausencias físicas unas veces, ausencias espirituales otras; ausencias producidas por una distancia que hay en kilómetros medibles, o ausencias producidas por una distancia afectiva. Aprendamos a compartir con Cristo todo lo que Él ha venido a hacer a este mundo. El saber ofrecernos, ser capaces de entregarnos a nuestro Señor cada día para resucitar con Él cada día. "Si con Él morimos -dice San Pablo- resucitaremos con Él. Si con Él sufrimos, gozaremos con Él". La Transfiguración viene a significar, de una forma muy particular, nuestra unión con Cristo. Ojalá que en este día no nos quedemos simplemente a ver la Transfiguración como un milagro más, tal vez un poquito más espectacular por parte de Cristo, sino que, viendo a Cristo Transfigurado, nos demos cuenta de que ésa es nuestra identidad, de que ahí está nuestra felicidad. Una felicidad que vamos a ser capaces de tener sola y únicamente a través de la comunión con los demás, a través de la comunión con Dios. Una felicidad que no va a significar otra cosa sino la plenitud absoluta de Dios y de todo lo que nosotros somos en nuestra vida; una felicidad a la que vamos a llegar a través de ese estar con Cristo todos los días, muriendo con Él, resucitando con Él, identificándonos con Él en todas las cosas que hagamos. Pidamos para nosotros la gracia de identificarnos con Cristo como fuente de felicidad. Pidámosla también para los que están dentro de nuestro corazón y para aquellas personas que no son capaces de encontrar que estar con Cristo es lo mejor que un hombre o que una mujer pueden tener en su vida. |
Autor: . | Fuente: Corazones.org Nuestra Señora de las Nieves | |
Advocación Mariana, 5 de agosto | |
Nuestra Señora, Protectora de Roma o Auxilio del Pueblo RomanoNuestra Señora les agradeció sobremanera y la noche del 4 de agosto, se le apareció a Juan Patricio y a su esposa, diciéndoles que deseaba que construyeran una basílica en el Monte Esquilino (una de las siete colinas de Roma), en el punto preciso que ella señalaría con una nevada. También se le apareció al Papa Liberio con el mismo mensaje. En la mañana siguiente, el 5 de agosto, mientras brillaba el sol en pleno verano, la ciudad quedó sorprendida al ver un terreno nevado en el Monte Esquilino. La pareja, feliz, se apresuró al lugar y el Papa Liberio marchó hacia el mismo en solemne procesión. La nieve cubrió exactamente el espacio que debía ser utilizado para la basílica y desapareció una vez señalado el lugar. Pronto se construyó la Basílica de Santa María la Mayor. Grandes devotos de la Santísima Virgen El Papa Liberio buscaba una imagen de la Santísima Virgen que fuera digna de esta espléndida Basílica de Sta. María la Mayor. El mismo donó la famosísima Madonna, Nuestra Señora y el Niño, la cual, según una tradición había sido pintada por San Lucas sobre una gruesa tabla de cedro de casi cinco pies de alta y tres y un cuarto de ancha, y llevada a Roma por Santa Helena. Esta obra es venerada en el oratorio pontificio. A lo largo de los años, el pueblo de Roma ha sido muy devoto de la Madonna. Cada vez que Roma se encontraba en peligro de calamidades o de pestilencia, corría en bandadas al santuario de Nuestra Señora para pedirle auxilio. La imagen era llevada en procesión solemne, con gran devoción. La Virgen Santísima les demostró ser una poderosa protectora con grandes milagros. Durante el pontificado de San Gregorio el Grande, una peste terrible arrasó con la ciudad de Roma. El Pontífice ordenó que se hiciera una procesión penitencial desde Santa María la Magiore, en la cual el mismo llevaba una estatua de la Virgen. Durante la procesión 80 personas murieron, pero el pontífice continuaba sus oraciones. Cuando llegaron al puente que cruza el río Tiber, oyeron cantos de ángeles en el cielo. De pronto sobre el castillo (que hoy se llama "de San Angelo"), se apareció el arcángel San Miguel. En su mano derecha llevaba una espada que metió en su vaina. En ese mismo momento ceso la peste. En la actualidad, esta advocación se le llama Nuestra Señora, Protectora de Roma o Auxilio del Pueblo Romano. El Señor también ha obrado milagros --por medio de la Stma. Virgen-- a través de numerosas réplicas, particularmente sobre una que pertenecía a los Padres Jesuitas. Los Papas siempre han sentido una tierna devoción por esta imagen de la Virgen María. Algunos han pasado incluso noches enteras en oración ante él. Benedicto XIV hizo el compromiso de hacerse presente para el canto de las letanías de Sta. María la Mayor todos los sábados. El Papa Pablo V, la noche en que iba a morir, manifestó el deseo de que lo llevaran a la capilla de Nuestra Señora para así poder morir a sus pies. Instauración de la fiesta de María, Reina El 1º de noviembre, de 1954, al final del Año Mariano, el Santo Padre Pío XII colocó una corona enjoyada sobre la pintura de Nuestra Señora, Protectora de Roma. En ese momento, se levantó un fuerte llanto de entre la gran multitud congregada en Sta. María la Mayor: "¡Viva la Reina!". El Papa nombró a la Virgen Reina de cielos y tierra y decretó que se celebrara una fiesta especial para honrarla bajo ese título. No era éste un nuevo privilegio para la Madre de Dios. Ella siempre ha sido considerada nuestra Reina, como lo testifica el arte Mariano desde los primeros siglos y las oraciones, especialmente la Letanía de Loreto. Sin embargo, no había hasta entonces fiesta en particular que lo conmemorara. En la actualidad esta fiesta se celebra el 22 de agosto. La fiesta de Nuestra Señora de las Nieves, 5 de agosto, se celebraba, en principio, solamente en la basílica, se extendió en el siglo XIV a toda Roma y, finalmente, San Pío V la declaró fiesta de la Iglesia universal en el siglo XVII. |