sábado, 23 de marzo de 2019

LECTURAS BÍBLICAS DEL DOMINGO 3° DE CUARESMA: 24 DE MARZO DE 2019


Lecturas del Domingo 3º de Cuaresma - Ciclo C
 Domingo, 24 de marzo de 2019



Primera lectura
Lectura del libro del Éxodo (3,1-8a.13-15):

En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse. 
Moisés se dijo: «Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza.» 
Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: «Moisés, Moisés.» 
Respondió él: «Aquí estoy.» 
Dijo Dios: «No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado.» 
Y añadió: «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob.» Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios. 
El Señor le dijo: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel.» 
Moisés replicó a Dios: «Mira, yo iré a los israelitas y les diré: "El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros." Si ellos me preguntan cómo se llama, ¿qué les respondo?» 
Dios dijo a Moisés: «"Soy el que soy"; esto dirás a los israelitas: `Yo-soy' me envía a vosotros".» 
Dios añadió: «Esto dirás a los israelitas: "Yahvé (Él-es), Dios de vuestros padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Éste es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación".»

Palabra de Dios


Salmo
Sal 102,1-2.3-4.6-7.8.11

R/. El Señor es compasivo y misericordioso.

Bendice, alma mía, al Señor, 
y todo mi ser a su santo nombre. 
Bendice, alma mía, al Señor, 
y no olvides sus beneficios. R/.

Él perdona todas tus culpas 
y cura todas tus enfermedades; 
él rescata tu vida de la fosa 
y te colma de gracia y de ternura. R/. 

El Señor hace justicia 
y defiende a todos los oprimidos; 
enseñó sus caminos a Moisés 
y sus hazañas a los hijos de Israel. R/.

El Señor es compasivo y misericordioso, 
lento a la ira y rico en clemencia; 
como se levanta el cielo sobre la tierra, 
se levanta su bondad sobre sus fieles. R/.


Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (10,1-6.10-12):

No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo hicieron aquéllos. No protestéis, como protestaron algunos de ellos, y perecieron a manos del Exterminador. Todo esto les sucedía como un ejemplo y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga.

Palabra de Dios

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (13,1-9):

En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. 
Jesús les contestó: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.» 
Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: "Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?" Pero el viñador contestó: "Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas".»

Palabra del Señor



Comentario al Evangelio del domingo, 24 de marzo de 2019
 Fernando Torres cmf


Un liberador para el pueblo

      La primera de las lecturas de este domingo nos trae a la memoria el gran relato de la liberación de Egipto. Allí los israelitas vivían en la esclavitud. Pero llega un momento en que el Señor ve la opresión del pueblo, escucha sus quejas y los libra de esa situación para llevarlos a la tierra prometida, una tierra que mana leche y miel. ¿Quién es ese liberador? ¿Cómo tiene que responder Moisés cuando su pueblo le pregunta quién lo envía? “Yo soy el que soy”. Dios es el que es y en su ser es el fundamento de nuestro propio ser, de nuestra libertad, de nuestra vida. Somos sus criaturas. Y él quiere la vida para nosotros, la vida en plenitud, la vida en libertad. Para el pueblo oprimido por la esclavitud se abrió un horizonte de esperanza. Dios, el Dios de sus padres, el Dios de la vida, se acercaba a ellos. Moisés era su profeta. Les ofrecía la libertad y un futuro nuevo en una tierra nueva.

      Pero, ¿qué hacemos con esa liberación que Dios nos ofrece? El hecho de que Dios nos libere no quiere decir que automáticamente alcancemos la libertad. Al preso no basta con abrirle la puerta de la cárcel. Tiene que levantarse y salir por su propio pie. Tiene que asumir su parte en su propia liberación. O dicho con las palabras de Jesús: “Si no os convertís, todos pereceréis”. Pero hay que poner esta palabra en conexión con la parábola final. En ella podemos comprender la inmensa misericordia de Dios que una y otra vez sigue tendiendo su mano salvadora, liberadora, hacia nosotros. El dueño llevaba ya tres años gastando tiempo y dinero en una viña que no daba fruto. Quiere cortarla, arrancarla y ocupar el terreno en otra cosa. Pero el viñador quiere seguir probando. Piensa que todavía es posible que dé fruto. Es cuestión de paciencia y trabajo. La misma paciencia que Dios sigue teniendo con nosotros. Hasta que seamos capaces de vivir como hombres y mujeres libres y responsables. 

      Cuaresma no es tiempo para sentirnos desesperanzados o desanimados. Es cierto que al mirar a nuestras vidas descubrimos que hemos desperdiciado la herencia preciosa que recibimos de nuestros padres, que no vivimos como debiéramos la fe cristiana que nos transmitieron. Quizá me dé cuenta de que en muchos aspectos mi vida deja mucho que desear. Pero no es menos cierto que tenemos un liberador que una y otra vez nos sigue tendiendo su mano. Para que salgamos de nuestra cárcel. Para que caminemos en libertad. Para que vivamos en plenitud. Las lecturas de este domingo son causa de esperanza. Nos confirman, una vez más, que Dios no abandona a su pueblo. Aunque a veces la vida se nos haga tan dura que así nos lo llegue a parecer. 


Para la reflexión

      Piensa en tu vida de familia, en el trabajo, con los amigos,¿qué situaciones o cosas me hacen sentirme esclavo? ¿De qué creo que me tendría que liberar? Sabiendo que tengo el apoyo de Jesús, ¿qué pasos concretos tendría que dar para alcanzar la liberación? No te hagas más que un propósito o dos, pero ¡cúmplelos!

UN RATITO CON SAN JOSÉ: JOSÉ, UN PADRE CERCANO


UN RATITO CON SAN JOSÉ
José, un padre cercano



Toda la vida de José está en función de Jesús. San José es el protector del mismo Dios y recibe la orden de poner en nombre de Jesús al Salvador (cf. Mt 1,21). San José conduce a María hacia Belén para que dé a luz al Salvador (cf. Lc 2,4-7) y es testigo, tanto de la adoración de los ángeles y los pastores (cf. Lc 2,8-20), como de los magos de Oriente (cf. Mat 2,11).

San José está presente en la circuncisión del niño (cf. Lc 2,21) y en la presentación en el templo (cf. Lc 2,22-39). Luego, San José, avisado por un ángel, lleva al niño Jesús y a María hacia Egipto huyendo de Herodes (cf. Mt 2, 13-18). Tras ser avisado por un ángel, José regresa con la Sagrada Familia de Egipto residiendo en Nazaret (cf. Mt. 2,19-23). José busca con María al Señor cuando se pierde en Jerusalén (cf. Lc 2,41-50). Finalmente, San José cuida a María Santísima y a Jesús en Nazaret (cf. Mt 2,22-23; Lc 2, 51-52).

San José fue un padre cercano, acompañando a Jesús en los primeros años de su vida terrena. Los padres de familia, como lo hizo San José, tienen que ser cercanos. El mejor amigo de un hijo debes ser su propio padre. Si un niño y un joven no encuentran en su padre a su mejor amigo, buscarán otros amigos que no siempre serán los mejores. Jesús encontró en San José a su mejor amigo. Esto nos enseña que padre e hijo están llamados a forjar una sólida amistad donde reine el diálogo  sincero.

Un papá debe ser el primero en recibir las confidencias de sus hijos. Al mismo tiempo, un padre está llamado a dar consejos acertados de modo que siempre conduzca a su hijo hacia Dios.

Invito a los papás a rezar así: "San José, modelo de padre de familia, intercede por mí ante Jesús para que sea cariñoso y cercanos con mis hijos. Que así sea".

RADIOGRAFÍA DE UN ALMA TIBIA


Radiografía del alma tibia
El alma tibia intenta hacer compatible el amor a Dios con el egoísmo, las transigencias, los abandonos


Por: Padre Javier Muñoz-Pellín | Fuente: Novelda 




"Conozco tus obras y que no eres frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente; más porque eres tibio y no eres ni caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi boca" (Apocalipsis 3, 15). Es un peligro más solapado que el pecado. Santo Tomás habla de "cierta tristeza por la que el hombre se vuelve tardo, perezoso o indolente, para realizar actos espirituales a causa del esfuerzo que comportan". La tibieza se opone a la Cruz de Cristo pues en el entorno de la Pasión y muerte de Nuestro Señor, todo es gracia, amor, magnanimidad y grandeza; la tibieza lleva a no percibir la grandeza -del Crucificado, del Resucitado- cuando ésta está presente. Un día acudí a contemplar el Cristo yacente de El Pardo; subía al catafalco un matrimonio; el marido le dijo a su mujer: no subas, sólo es un muerto. Eso es la tibieza , no apreciar la grandeza cuando está ante nosotros. Por eso, el catolicismo no es cuestión de persuasión, sino de grandeza.

El alma "quiere" acercarse a Dios pero con poco esfuerzo: "Cómo vas a salir de ese estado de tibieza, de lamentable languidez, si no pones los medios! Luchas muy poco y, cuando te esfuerzas, lo haces como por rabieta y con desazón, casi con deseo de que tus débiles esfuerzos no produzcan efecto, para así autojustificarte: para no exigirte y para que no te exijan más. Estás cumpliendo tu voluntad; no la de Dios. Mientras no cambies, en serio, ni serás feliz, ni conseguirás la paz que ahora te falta. Humíllate delante de Dios, y procura querer de veras" (Surco, 146).

 El alma tibia intenta hacer compatible el amor a Dios con el egoísmo, las transigencias, los abandonos: una vela encendida a San Miguel, y otra al diablo, por si acaso: "Chapoteas en las tentaciones, te pones en peligro, juegas con la vista y con la imaginación, charlas de... estupideces. Y luego te asustas de que te asalten dudas, escrúpulos, confusiones, tristeza y desaliento. Has de concederme que eres poco consecuente" (Surco, 132).

Si el pecado mortal mata la vida de la gracia en el alma, la tibieza es una grave enfermedad: "No quieres ni lo uno -el mal- ni lo otro -el bien-... Y así, cojeando con entrambos pies, además de equivocar el camino, tu vida queda llena de vacío" (Camino, 540).

 Una persona tibia es la que "está de vuelta", un alma cansada de luchar, que ha perdido a Cristo en el horizonte de su vida. Supone, sobre todo una crisis de esperanza que son las peores pues "tanto alcanzas cuanto esperas" (Santa Teresa). "La tibieza, hijos míos, supone una grave enfermedad de la voluntad. Con una mirada apagada para el bien y otra más penetrante hacia lo que alaga el propio yo, la voluntad tibia acumula en el alma posos y podredumbre de egoísmo y de soberbia que, al sedimentar, producen un progresivo sabor carnal en todo el comportamiento. Si no se ataja ese mal, toman fuerza, cada vez con más cuerpo, los anhelos más desgraciados, teñidos por esos posos de tibieza: y surge el afán de compensaciones; la irritabilidad ante la más pequeña exigencia o sacrificio; las quejas por motivos banales; la conversación insustancial o centrada en uno mismo, ya que un síntoma peculiar de la tibieza se define en aquel non cogitare nisi de se que se exterioriza en non loqui nisi de se. Aparecen las faltas de mortificación y de sobriedad; se despiertan los sentidos con asaltos violentos, se resfría la caridad, y se pierde la vibración apostólica para hablar de Dios con garra" (Beato Álvaro, Carta, 9.1.1980, n. 31).

 Cristo, para un alma tibia es sólo una figura desdibujada, in.concreta, de rasgos indefinidos y un poco indiferente: "Ese Cristo, que tú ves, no es Jesús. —Será, en todo caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios... — Purifícate. Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego... no te faltarán las limpias luces del Amor. Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será realmente la suya: ¡Él!" (Camino, 212).

 Queda en el alma un vacío interior que el tibio intenta llenar con otras cosas, con sustitutivos de Dios. A veces con el propio estudio o trabajo y, algo que es santificable y santificador, se convierte en campo para afirmaciones personales. Otras, con pasarlo bien, moverse de un lado para otro de, tal manera que no pueda quedarme a solas con mi conciencia: lo paso bien pero sé que no estoy bien. El tibio suele llenarse de ideologías, teorías, o de "cultura" que justifiquen su actuación; o con la impureza, con la búsqueda del placer que deja todavía más vacío.

 La fe está como adormecida. A una situación así no se llega de pronto, de la noche a la mañana, sino que viene precedida de un conjunto de pequeñas infidelidades, abandonos y dejaciones. Descuido habitual de las cosas pequeñas; pereza para levantarse por la mañana y vivir el hodie, nunc. El tibio nunca acaba nada, todo lo deja inacabado, incompleto: método de inglés, terminar de leer un libro, guitarra, bicicleta, flamenco, jardinería, bricolage, atletismo, nadar, correr, pasear, ir al monte. Tiene falta de contrición y de dolor ante los errores y pecados personales. Hay una ausencia de metas concretas, de ideales, de ilusiones para mejorar en el trato con Dios o en el trato con los demás.

 La respuesta del tibio a la pregunta ¿cómo estás? es siempre "pues ya lo ves, aquí, tirando"; se ha dejado de luchar, o esa lucha es ficticia o ineficaz. El lema del tibio es "no hay que excederse", pues se instala en el conformismo y la mediocridad: el tibio es siempre mediocre. Además justifica su poca lucha y su falta de exigencia personal con diversas razones: de naturalidad, todo el mundo hace lo mismo, no se puede ir por la vida dando bofetadas morales; de eficacia, yo pasando inadvertido puedo ayudar más a los otros pues si te significas, te encasillan, te etiquetan y ya pierde eficacia tu apostolado porque te consideran un beato (el apóstol tibio: ése es el gran enemigo de las almas); de salud, ya me gustaría a mí, pero es que tengo la tensión baja. Estas razones hacen que el tibio sea comprensivo e indulgente con sus propios defectos, apegos y comodidades y, al mismo tiempo y en las mismas cosas en las que él falla, absolutamente intransigente con los demás

.¿Quieres saber si eres tibio? Apunta: si aciertas todas, bingo y si no, al menos, línea: "1º Eres tibio si haces perezosamente y de mala gana las cosas que se refieren al Señor; 2º si buscas con cálculo o "cuquería" el modo de disminuir tus deberes; 3º si no piensas más que en ti y en tu comodidad; 4º si tus conversaciones son ociosas y vanas; 5º si no aborreces el pecado venial; 6º si obras por motivos humanos.

 La vida del tibio es la de un hombre dividido, sin unidad, tal como se refleja en este punto de Surco, 166 "En tu vida hay dos piezas que no encajan: la cabeza y el sentimiento. La inteligencia iluminada por la fe te muestra claramente no sólo el camino, sino la diferencia entre la manera heroica y la estúpida de recorrerlo. Sobre todo, te pone delante la grandeza y la hermosura divina de las empresas que la Trinidad deja en nuestras manos. El sentimiento, en cambio, se apega a todo lo que desprecias, incluso mientras lo consideras despreciable. Parece como si mil menudencias estuvieran esperando cualquier oportunidad, y tan pronto como por cansancio físico o por pérdida de visión sobrenatural tu pobre voluntad se debilita, esas pequeñeces se agolpan y se agitan en tu imaginación, hasta formar una montaña que te agobia y te desalienta: las asperezas del trabajo; la resistencia a obedecer; la falta de medios; las luces de bengala de una vida regalada; pequeñas y grandes tentaciones repugnantes; ramalazos de sensiblería; la fatiga; el sabor amargo de la mediocridad espiritual... Y, a veces, también el miedo: miedo porque sabes que Dios te quiere santo y no lo eres.

Permíteme que te hable con crudeza. Te sobran "motivos" para volver la cara, y te faltan arrestos para corresponder a la gracia que Él te concede, porque te ha llamado a ser otro Cristo, ¡pse Christus! el mismo Cristo. Te has olvidado de la amonestación del Señor al Apóstol: "¡te basta mi gracia!", que es una confirmación de que, si quieres, puedes.

Contra la tibieza, espíritu de examen, valentía y reaccionar acudiendo a la Virgen pues, a veces "Te falta la madurez y el recogimiento propios de quien camina por la vida con la certeza de un ideal, de una meta. Reza a la Virgen Santa, para que aprendas a ensalzar a Dios con toda tu alma, sin dispersiones de ningún género" (Surco, 553). "El amor a nuestra Madre será soplo que encienda en lumbre viva las brasas de virtudes que están ocultas en el rescoldo de tu tibieza" (Camino, 492).

LECTURAS BÍBLICAS DE HOY SÁBADO 23 DE MARZO DE 2019


Lecturas de hoy Sábado de la 2ª semana de Cuaresma
 Hoy, sábado, 23 de marzo de 2019


Primera lectura
Lectura de la profecía de Miqueas (7,14-15.18-20):

PASTOREA a tu pueblo, Señor, con tu cayado, 
al rebaño de tu heredad, 
que anda solo en la espesura, 
en medio del bosque; 
que se apaciente como antes 
en Basán y Galaad. 
Como cuando saliste de Egipto, 
les haré ver prodigios. 
¿Qué Dios hay como tú, 
capaz de perdonar el pecado, 
de pasar por alto la falta 
del resto de tu heredad? 
No conserva para siempre su cólera, 
pues le gusta la misericordia. 
Volverá a compadecerse de nosotros, 
destrozará nuestras culpas, 
arrojará nuestros pecados 
a lo hondo del mar.
Concederás a Jacob tu fidelidad 
y a Abrahán tu bondad, 
como antaño prometiste a nuestros padres.

Palabra de Dios


Salmo
Sal 102,1-2.3-4.9-10.11-12

R/. El Señor es compasivo y misericordioso

V/. Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.

V/. Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura. R/.

V/. No está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R/.

V/. Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre los que lo temen;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos. R/.


Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Lucas (15,1-3.11-32):

EN aquel tiempo, se acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían ¡os cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado e! ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

Palabra del Señor



Comentario al Evangelio de hoy sábado, 23 de marzo de 2019
 José María Vegas, cmf


Cuando estaba todavía lejos

Esta parábola contiene toda la verdad de la vida humana, de sus relaciones con los demás y con Dios, de su inclinación al pecado, pero también de su capacidad de escuchar dentro de sí, de reconocer errores y de reconciliarse consigo mismo, con los demás y con Dios, recuperando así la propia dignidad. Todos podemos leernos en ella.

Todos tenemos la inclinación a disponer de manera egoísta y sin agradecimiento de la parte de la herencia que nos toca: nuestra libertad, nuestros talentos, nuestras posibilidades reales. Tenemos derecho a ello, es verdad, pero no debemos olvidar que la herencia es don, y que no podemos ni debemos desgajarla de sus raíces, sino usarla con responsabilidad. El hijo menor, como tantas veces nosotros, no lo hizo así: tomó lo suyo y cortó con la fuente de esos bienes, para disponer de ellos a su antojo. Rompiendo con sus raíces, usándolos de manera arbitraria, egoísta, irresponsable esos bienes reales no dan frutos, se agotan en sí mismos, son incapaces de darnos la verdadera felicidad que brota de una vida vivida con sentido. Entregados a nuestros deseos nos exiliamos de nuestra verdad más íntima, abdicamos de nuestra propia dignidad. Así puede entenderse la situación del hijo menor, convertido en pastor de cerdos, servidor de las dimensiones inferiores e impuras, y además hambriento. Pero incluso en la situación de mayor postración, el ser humano es capaz de escuchar las voces que en su interior le llaman a su verdad. En el caso de la parábola es la voz que le recuerda que es hijo, que tiene una casa, que sólo allí puede saciarse de esas hambres que no son sólo de pan. “Entrar dentro de sí” es un movimiento que todos podemos y debemos hacer, para tratar de escuchar esas voces que nos llaman a volver a casa. El camino de vuelta es el de una profunda transformación interior, en la que el que quería vivir sólo para sí descubre que la vida adquiere sentido sólo si se está dispuesto a servir, y que en ese servicio es dónde el ser humano vuelve a vestirse con los trajes que reconocen su dignidad de hijo. La verdadera oración (“entrar dentro de sí”) lleva a la servicio, y éste a la fiesta: el reencuentro alegre con el Padre y con los hermanos. Es verdad que a veces los hermanos no quieren reconciliarse. El hijo mayor, que representa a los fariseos, y, en general a todos lo que se consideran justos y condenan sin misericordia a los pecadores “oficiales” (olvidando de paso su propio pecado), se niega a participar en la fiesta, porque no considera posible el arrepentimiento de su hermano, ni justo el perdón generoso del Padre. Deberíamos meditar en esto. No sólo somos como el hermano menor, que se aleja (pero vuelve), sino que con frecuencia nos parecemos al mayor, que no se acerca: si nos negamos a perdonar y a reconciliarnos, nos quedamos fuera de la fiesta, aunque vayamos todos los días a Misa.

El centro de la parábola es el padre, que vio al hijo menor “cuando estaba todavía lejos”. Dios no nos espera sentado: sale al encuentro (un Dios “en salida”), se anticipa, nos busca, como Buen pastor. Sale en busca del hijo menor, cuando estaba aún lejos, y del mayor, que estando en casa se aleja en su corazón por su falta de misericordia.

Dios nos llama (suya es esa voz que suena dentro de nosotros), nos llama a la conversión, sale a buscarnos (en Jesucristo, que ha ido hasta el extremo exilio de la muerte), nos reconcilia, nos perdona, nos devuelve nuestra dignidad. Pero también nos llama a reproducir en nosotros esa misma actitud de misericordia que renuncia a condenar a aquellos que, estando alejados, están tal vez sintiendo ya el hambre de la vuelta a casa, o entrando ya dentro de sí, o de camino, o si nada de eso es así ?¿quién puede juzgarlo??, es sin embargo seguro que ese al que juzgo es alguien a quien el Padre espera con los brazos abiertos, para ponerle un anillo y un vestido nuevo y organizar una fiesta, tan pronto como vuelva a casa.

HOY LA IGLESIA CELEBRA A SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO, 23 DE MARZO


Hoy la Iglesia celebra a Santo Toribio de Mogrovejo, Patrono del Episcopado Latinoamericano
Redacción ACI Prensa





El 23 de marzo es la Fiesta de Santo Toribio de Mogrovejo, Patrono del Episcopado Latinoamericano y llamado “Santo Padre de América”. Defendió a los indefensos y explotados durante la colonia española en América y convocó numerosos sínodos y concilios que trajo buenos frutos en el Virreinato del Perú.

Confirmó a Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres, San Juan Macías y contó con el apoyo del misionero San Francisco Solano.

Toribio Alfonso de Mogrovejo nació en España hacia el 1538. Estudió derecho y fue profesor en la Universidad de Salamanca. Siendo laico, el rey Felipe II lo nombró principal juez de la Inquisición en Granada.

Por sus cualidades humanas y su virtud, el rey lo propuso al Papa Gregorio XIII como Arzobispo de Lima, que en ese entonces comprendía gran parte de Sudamérica hispana. Aunque humildemente Santo Toribio se resistió, con dispensa papal recibió las órdenes menores y mayores, siendo consagrado Obispo en 1580.

Se embarcó para América y al llegar al Perú de inmediato se preocupó por restaurar la disciplina eclesiástica y se enfrentó abiertamente a los conquistadores, personas de poder y sacerdotes que habían cometido o permitido abusos contra los nativos.

Esto hizo que fuera perseguido por el poder civil y que lo calumniaran, pero él siguió en su defensa por los pobres, argumentando que a quien siempre se debía tener contento es a Cristo y no al Virrey.  

Construyó iglesias, conventos, hospitales y abrió el primer seminario en América Latina,  que se mantiene hasta hoy. Estudió las lenguas y dialectos locales para poder estar más cerca de sus fieles y comunicarse con ellos, lo que favoreció en el incremento de las conversiones.

Con el fin de evangelizar, viajó por lejanas ciudades y lugares, caminando o montado a caballo, muchas veces solo y exponiéndose a las enfermedades y peligros. Cierto día se le acercó un mendigo y como no tenía qué darle, le entregó sus camisas.

Convocó tres concilios o sínodos provinciales y se ordenó imprimir el catecismo en quechua y aymara. Además celebró trece sínodos diocesanos que ayudaron al cumplimiento de las normas del Concilio de Trento y a la independencia de la Iglesia del poder civil.

A sus 68 años, Santo Toribio cayó enfermo y partió a la Casa del Padre el Jueves Santo del 23 de marzo de 1606. En su testamento dejó a sus empleados sus efectos personales y a los pobres, el resto de sus propiedades. San Juan Pablo II lo declaró Patrono del Episcopado Latinoamericano.

FELIZ FIN DE SEMANA






lunes, 18 de marzo de 2019

COMENTARIO DEL EVANGELIO DE HOY: MARTES 19 DE MARZO DE 2019, SAN JOSÉ


Comentario al Evangelio de hoy martes, 19 de marzo de 2019
 José María Vegas, cmf



Varón justo

Dios, sin duda alguna, cumple sus promesas. Pero lo hace a su modo, salvaguardando siempre su libertad soberana, y superando, además, infinitamente nuestras expectativas. La promesa realizada a David y a su descendencia de una realeza para siempre no tiene el significado que, por el contexto, se entiende a primera vista. De hecho, la dinastía davídica tuvo un destino y un fin bien trágicos. Y, sin embargo, Dios restaura esa dinastía, pero no en un sentido monárquico y político, sino en la realeza de Cristo, que, vencedor del pecado y de la muerte, no pasará jamás. No será, pues, el reino de uno sobre muchos, o de unos pocos sobre todos los demás, o de un pueblo que somete y oprime al resto. Se trata de una realidad infinitamente más grande y más importante, de un valor infinitamente superior, porque supone el fin de los dominios despóticos, de las opresiones, de la violencia como forma de gobierno y de convivencia. Esas realidades, fruto del pecado, siguen vigentes, el mundo continúa caminando por sus viejas sendas, pero se abre paso en él una posibilidad nueva y superior: el Reino de Dios, la realeza de Cristo, la ley del amor y la fraternidad, que no es sólo promesa para un futuro indeterminado, más allá de la muerte, sino que está ya presente y operando en este mundo nuestro, gracias a la presencia encarnada del Hijo de Dios, el Cristo, el Ungido, en el que se cumplen definitivamente aquellas antiguas promesas de un reino sin fin, si bien no es de este mundo, pues no funciona como los reinos (y las repúblicas) mundanos.

Pero, ¿qué pinta José, el humilde carpintero, en todo esto? En primer lugar, que en él se cumple, según la ley, aquella antigua promesa. No es un rey, ni un príncipe, ni siquiera un noble, es un obrero anónimo, pero al que la Providencia salvífica de Dios ha situado en el centro de la historia. Es él el depositario legal de aquellas promesas ya remotas y casi olvidadas, el renuevo del tronco de Jesé (cf. Is 11, 1), el fruto inesperado de un árbol que parecía ya por completo seco y sin vida. Y es él, en consecuencia, el que transmite, según la ley, la sucesión davídica al verdadero David, el hijo de la Virgen, el verdadero Rey, Profeta y Sacerdote de la nueva alianza.

En José vemos con claridad una verdad de extraordinaria importancia para nuestra fe y para la vida de cada uno. Los grandes acontecimientos de la historia, esos que conmueven sus cimientos y hacen que varíe su rumbo, suceden gracias a personas humildes y anónimas que han hecho posible la aparición de los grandes y decisivos personajes. Es verdad que esto es así para bien y para mal. Los protagonistas que aparecen en los libros y las crónicas para bien y para mal no hubieran podido hacer nada sin la cooperación de muchos seres humanos anónimos, que crearon de un modo y otro las condiciones para la aparición de aquellos. No cabe duda de que no hay un acontecimiento más decisivo en la historia de la humanidad que la encarnación, la muerte y la resurrección de Cristo. Aquí es Dios quien ha intervenido. Pero lo ha hecho humanamente, humanizándose, haciéndose uno de nosotros. Y, por eso mismo, es normal que haya querido (y tenido que) contar con la cooperación en la sombra de personas que han hecho posible su venida a nuestra historia.

José es el prototipo del varón justo: el que sabe discernir la presencia de Dios, el que está dispuesto a retirarse con respeto, pero también a escuchar la voz de Dios que habla en sueños, y a actuar con diligencia, tomando decisiones, asumiendo riesgos, colaborando calladamente y en espíritu de obediencia con los planes de Dios.

Si en algo nos parecemos a José es en que somos también personajes anónimos, que viven y trabajan en la sombra de la historia mundial, cuyos focos iluminan a otros. Pero José nos enseña la importancia de ser justos, es decir, de estar abiertos y a la escucha, de trabajar con fidelidad y diligencia, de saber soñar, pero también tomar decisiones y asumir riesgos, para que en la historia sucedan acontecimientos positivos y salvíficos, en vez de las muchas catástrofes que la afligen (con las que también podemos colaborar si no vivimos como debemos); para que Dios pueda seguir viniendo a visitarnos con su voluntad salvífica, para que, en definitiva, Cristo siga reinando en nuestro mundo y las promesas de Dios, que superan toda expectativa, se puedan seguir cumpliendo.

LECTURAS BÍBLICAS DE HOY SAN JOSÉ, MARTES 19 DE MARZO DE 2019


Lecturas de hoy San José
Hoy, martes, 19 de marzo de 2019



Primera lectura
Lectura del segundo libro de Samuel (7,4-5a.12-14a.16):

En aquellos días, recibió Natán la siguiente palabra del Señor:
- «Ve y dile a mi siervo David: "Esto dice el Señor: Cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. El cons¬truirá una casa para mi nombre, y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre." ».

Palabra de Dios


Salmo
Sal 88,2-3.4-5.27.29

R/. Su linaje será perpetuo

Cantaré eternamente las misericordias del Señor, 
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno, 
más que el cielo has afianzado tu fidelidad.» R.

Sellé una alianza con mi elegido, 
jurando a David, mi siervo:
«Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades.» R.

El me invocará: «Tú eres mi padre, mi Dios, 
mi Roca salvadora.»
Le mantendré eternamente mi favor, 
y mi alianza con él será estable. R.


Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 
(4,13.16-18):

Hermanos:
No fue la observancia de la Ley, sino la justificación obtenida por la fe, la que obtuvo para Abrahán y su
descendencia la promesa de heredar el mundo.
Por eso, como todo depende de la fe, todo es gracia; así, la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la descendencia legal, sino también para la que nace de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros. Así, dice la Escritura: «Te hago padre de muchos pueblos.»
Al encontrarse con el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que, no existe, Abrahán
creyó.
Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: «Así será tu descendencia.»

Palabra de Dios


Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Mateo (1,16.18-21.24a):

Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.
El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
- «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.

Palabra del Señor


DOLORES Y GOZOS DE SAN JOSÉ




DOLORES Y GOZOS DE SAN JOSÉ


Torreciudad es un lugar de la provincia de Huesca donde se venera desde antiguo a la Madre de Dios. En 1975 se construyó allí un Santuario Mariano, demostración de la fe y del amor que san Josemaría Escrivá de Balaguer tenía a la Virgen, y de la fe de sus hijos del Opus Dei que secundaron su deseo. Por un costado de la explanada que recibe a los peregrinos desciende un camino empedrado que baja a la Ermita. Y en ese camino se encuentran -guarecidas del viento por una hilera de pinos y litaneros- las representaciones de los Dolores y Gozos de San José que en este librito se ofrecen para meditación.

Necesitamos silencio interior y exterior que nos permitan el diálogo con Dios y con los santos, y a eso tiende esta popular devoción. Los Dolores y Gozos se pueden meditar, uno a uno, durante los siete domingos que preceden al 19 de marzo, o bien se puede hacer el ejercicio completo recorriendo las catorce escenas en el camino de Torreciudad.

Lo que importa es que contemplemos a aquél que, después de María -y junto a Ella-, ha sido quien ha estado más unido a Jesús en esta tierra; de él aprenderemos muchas cosas para nuestra propia vida, y en especial la disponibilidad para dedicarnos a las cosas que se refieren al servicio de Dios.

El Papa Juan Pablo II ha afirmado que «las almas más sensibles a los impulsos del amor divino ven con razón en José un luminoso ejemplo de vida interior» (Exh. Ap. Redemptoris Custos, 27). No es de extrañar que el Fundador del Opus Dei tuviera gran devoción al esposo de María y deseara no separar la devoción a la Virgen de la de San José -pues Dios les unió en esta tierra-. Por eso quiso que en Torreciudad los peregrinos pudieran realizar el ejercicio de los Gozos y Dolores de San José.
A él le gustaba invocarle con un título entrañable: Nuestro Padre y Señor. «San José es realmente Padre y Señor, que protege y acompaña en su camino terreno a quienes le veneran, como protegió y acompañó a Jesús mientras crecía y se hacía hombre. Tratándole se descubre que el Santo Patriarca es, además, Maestro de vida interior: porque nos enseña a conocer a Jesús, a convivir con El, a sabernos parte de la familia de Dios» 
(Es Cristo que pasa, 39).

Y hablaba de San José como de una persona muy cercana, de alguien a quien se trata: «Yo me lo imagino -decía- joven, fuerte, quizá con algunos años más que Nuestra Señora, pero en la plenitud de la edad y de la energía humana», y añadía que «de las narraciones evangélicas se desprende la gran personalidad humana de José: en ningún momento se nos aparece como un hombre apocado o asustado ante la vida; al contrario, sabe enfrentarse con los problemas, salir adelante en las situaciones difíciles, asumir con responsabilidad e iniciativa las tareas que se le encomiendan» (Es Cristo que pasa, 40).

Dios cuenta con los hombres y las mujeres para realizar la redención en la historia, pero necesita que ellos se confíen plenamente en Él y pongan a su servicio todo lo suyo: su libertad, su iniciativa, todas sus capacidades. San Josemaría -que tenía esa experiencia- impulsó a muchas personas a dedicar sus más nobles energías -toda su vida- a esta tarea de la santidad y el apostolado. Porque a cada uno le llama Dios en las circunstancias normales de su existencia.

Y ponía como ejemplo al santo patriarca: «José era efectivamente un hombre corriente, en el que Dios se confió para obrar cosas grandes. Supo vivir, tal y como el Señor quería, todos y cada uno de los acontecimientos que compusieron su vida. Por eso, la Escritura Santa alaba a José, afirmando que era justo».

Cada uno tenemos nuestro trabajo, nuestra familia, nuestras amistades; Dios nos ha puesto ahí, con nuestras circunstancias, para hacernos santos y llevar todo hacia Él. «Se trata, en definitiva, de la santificación de la vida cotidiana, que cada uno debe alcanzar según el propio estado y que puede ser fomentada según un modelo accesible: San José es el modelo de los humildes, que el cristianismo eleva a grandes destinos; San José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan grandes cosas, sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas» (Redemptoris Custos, 24).

Estas virtudes las aprenderemos considerando sus Dolores y Gozos. Lo podemos hacer cada uno por nuestra cuenta en cualquier lugar; pero también podemos acercarnos a Torreciudad. A veces es necesario dejar por un momento el ritmo diario y ver desde lejos -en un clima de silencio y oración- nuestra propia vida para aprender a darle el sentido que Dios quiere; porque también a nosotros Dios quiere confiarnos cosas grandes.

* * *

El sol se refleja en el agua del lago que rodea la Ermita. La brisa que sube acaricia carrascas y mueve hojas de árboles. Y en el viento ascienden vencejos hacia los recios perfiles del Santuario, observando, en una y mil vueltas, ese trabajo compuesto de ladrillos y de amor para Dios y para su Madre.

A mitad de ladera -como contrafuertes- se encuentran estas escenas ingenuas de quien nos puede enseñar tantas cosas. Quizá, amigo lector, quieras hacer algún día el ejercicio de los Dolores y Gozos de San José en el camino de la Ermita de Torreciudad.

* * *

Al comienzo de cada uno de los siete Dolores y Gozos ponemos el ejercicio tradicional del venerable P. Jenaro Sarnelli (+1744), discípulo de san Alfonso María, quien inició esta piadosa devoción a san José, a la que los Papas Gregorio XVI y Pío IX enriquecieron con diversas indulgencias.

Para lucrar la Indulgencia plenaria basta rezar esas oraciones con un Padrenuestro, Avemaría y Gloria al final de cada una de ellas, los siete domingos anteriores a la fiesta de san José -o en cualquier otro tiempo-, cumpliendo las demás condiciones acostumbradas. Ofrecemos, sin embargo, otras consideraciones que, por su meditación, pueden servir para la vida corriente.


Primer dolor y gozo

Castísimo Esposo de María, glorioso san José. Así como fue terrible el dolor y la angustia de tu corazón cuando creíste que debías separarte de tu Inmaculada Esposa, experimentaste después un vivo gozo cuando el Ángel te reveló el misterio de la Encarnación.

Por este dolor y gozo, te suplicamos te dignes consolar nuestras almas ahora y en nuestros últimos momentos; alcánzanos la gracia de llevar una vida santa y tener una muerte semejante a la tuya, en compañía de Jesús y de María.

(Padrenuestro, Avemaría y Gloria)


Primer dolor
Estando desposada su madre María con José, antes de vivir juntos se halló que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo (Mt 1,18)

José se sabía verdaderamente afortunado por haber encontrado a María, una mujer que pensaba como él y tenía a Dios como valor más importante de su vida. Reconoce y agradece los designios de la Providencia divina.

En medio de su deseo por agradar a Dios y amar a su esposa observa con sorpresa que María espera un niño. ¿Qué significa aquello? María era una mujer muy especial y en ese momento sospecha que algo grande ha debido suceder; un misterio divino como tantos otros que recoge la Biblia.

José piensa que tiene que desaparecer de la escena y dejar que Dios haga como desee. Pero sufre, sufre muchísimo porque eso supone dejar a quien más quiere en el mundo.

En ocasiones no se entiende lo que sucede. ¿Qué hacer entonces? Mirar a Dios y esperar. Dios es fiel; quien se apoya en él no quedará defraudado.


Primer gozo
El ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús (Mt 1, 20-21).

Cuando se consideran las cosas en la presencia de Dios se pueden ver como Dios las ve. A José se le hace entender que María ha concebido virginalmente y no sólo no debe abandonarla, sino que, siendo su esposo, el Salvador nacerá en el seno de una familia, de la cual él será el padre, pues debe poner el nombre al Niño.

Gozo inmenso al conocer su misión: cuidar al Mesías prometido. Se le pide -¡nada menos!- no separarse de Jesús ni de María. El dolor ha dado paso a la alegría desbordante y se va corriendo a contar a su esposa lo que acaba de descubrir: su vocación.

Antes José se sentía afortunado, pero al comprender los planes divinos siente una alegría mayor. José mira con inmenso cariño a María y agradece a Dios haberle escogido a él para contemplar y participar en tales sucesos divinos.


REFLEXIÓN:
¿Comprendo que Dios tiene unos planes para mí y que yo debo conocerlos?

¿Entiendo que Dios llama a todos a la santidad, que toda vida es respuesta y que toda mi vida debe ser una respuesta afirmativa a Dios?

¿Me doy cuenta de que la vocación nunca puede suponer un fastidio porque es lo que da sentido sobrenatural y eterno a nuestro paso por la tierra?

¿Sé que todos los santos han tenido que pasar por la oscuridad, la prueba, la renuncia a los planes personales, pero que, precisamente por su abandono total en Dios, Él les ha dado la luz, la alegría y la paz que el mundo no puede dar?

¿Hay algo más grande en el mundo que servir a Dios? ¿Rezo por las vocaciones sacerdotales? ¿Qué me pide Dios a mí ahora?


PROPÓSITO:
Pedir estos días por las vocaciones, especialmente por la mía propia.

ORACIÓN:
San José, patrono de las vocaciones en la Iglesia, ayúdame a descubrir lo que Dios espera de mí, a ser fiel todos los días de mi vida hasta la muerte, especialmente en las pequeñas llamadas que Dios me hace a lo largo del día, y a entender la importancia de servir con generosidad a los planes de Dios. Así sea.

Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.
Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María, con vos descanse en paz el alma mía.


Segundo dolor y gozo

Bienaventurado Patriarca san José, que fuiste elegido para hacer las veces de padre del Hijo de Dios hecho hombre. El dolor que sentiste al ver nacer al Niño en tanta pobreza, se trocó pronto en un gozo celestial cuando oíste los armoniosos conciertos de los Ángeles, y fuiste testigo de los acontecimientos de aquella luminosa noche.

Por este dolor y gozo te suplicamos nos alcances que, al término de nuestra vida, oigamos las alabanzas de los Ángeles y gocemos del resplandor de la gloria celestial.

(Padrenuestro, Avemaría y Gloria)


Segundo dolor
Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron (Jn 1,11).


José va con su esposa a empadronarse a Belén, porque ambos descienden de la casa de David. Después de varios días de camino, por fin llegaron. Estando allí, a María se le cumplieron los días de dar a luz (Lc 2,6). Las casas estaban llenas, la posada también, no quedaba libre ni un rincón para que el Niño pudiera nacer.

La pena de no poder dar al Mesías lo mejor ensombrece el rostro de José. María le saca de sus pensamientos. Desde encima de la mula le dice con su mirada: «No te preocupes; ya nos arreglaremos». Y a las afueras del pueblo se van, a una cueva.

A veces Dios permite que suframos y pasemos necesidad porque ése es el clima propicio para que Él pueda nacer en nuestro corazón. Cuando sienta en mi vida la pobreza o la soledad, diré: «Señor, yo sí te quiero recibir; cuenta conmigo».


Segundo gozo
Fueron deprisa y encontraron a María, a José y al niño reclinado en el pesebre (Lc 2,16).

Cuando nace un niño se olvidan los sufrimientos porque ahí delante, sonriendo, está ese don del cielo que es la vida humana. José, además, tiene delante de sí al Hijo de Dios. Siente la alegría de tener a Dios cerca, muy cerca.

Van llegando unos pastores que, por indicación de ángeles, quieren ver al Salvador. Y se organiza la fiesta con panderetas y zambombas porque también ellos han encontrado al Niño Dios. El canto de miles de coros angélicos envuelve las voces de los pastores, manifestando que es fiesta en el cielo y en la tierra.

María conservaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón (Lc 2,19). José también las pondera y nos enseña que la oración consiste en esto, en contemplar a Dios y ver nuestra vida a la luz de la vida de Jesús. Entonces, el corazón se enciende y rompe a cantar de alegría.


REFLEXIÓN:
¿Advierto que Dios permite el mal en el mundo -las injusticias, el desprecio, la humillación- porque respeta la libertad humana, pero que de todo podemos sacar bienes sobrenaturales?

¿Sé reconocer el mal que hago a los demás -y sobre todo el mal que hago al pecar- al comprobar el daño que me hacen otros?

¿Procuro alegrar la vida de los que me rodean o me encierro en mis problemas personales? ¿Sé que la puerta de la felicidad se abre siempre hacia afuera -dándome-, nunca hacia dentro?

¿Comprendo que a veces cuesta sonreír, pero puede ser lo que alguien espera de mí?

¿Me doy cuenta de que lo que más necesitan los demás es que les hable de Dios?

PROPÓSITO:
Hacer cada día unos minutos de oración para ponderar en mi corazón en qué puedo yo ayudar a alguien ese día.

ORACIÓN:
Bienaventurado José, maestro de oración, haz que yo descubra a Dios cerca de mí, y la alegría que le doy cuando me dirijo a Él. Ayúdame a comprender en la contrariedad que Dios me espera para enriquecer mi vida interior, para olvidarme de mí y darme a los demás. Así sea.

Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.
Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María, con vos descanse en paz el alma mía.




Tercer dolor y gozo

Cumplidor obediente de la Ley de Dios, glorioso san José. La vista de la sangre preciosa que el Redentor Niño derramó en la circuncisión traspasó de dolor tu corazón; pero el nombre de Jesús que se le impuso te llenó de consuelo.

Por este dolor y gozo alcánzanos que, después de luchar en nuestra vida contra la esclavitud de los vicios, tengamos la dicha de morir con el santo nombre de Jesús en los labios y en el corazón.

(Padrenuestro, Avemaría y Gloria)


Tercer dolor
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de que fuera concebido en el seno materno (Lc 2,21).

«¡Que no le hagan daño! -piensa José-, que para mí es más que un hijo». Pero hay que cumplir con la Ley, porque así lo dispuso Dios para que Jesús formase parte del Pueblo escogido. Y el Niño llora.

Si no hubiera habido pecado los hombres no sufriríamos. Al principio, recién creados, los hombres eran buenos, pero ellos se alejaron de Dios y se hicieron daño, a sí mismos y a los demás. Pasados los siglos, Dios hizo una Alianza para que los hombres, viviendo según los Mandamientos, fueran buenos. Y esa alianza se selló con sangre.

El mundo llora, ¿y por qué llora? A veces cumplir los mandatos del Señor supone sacrificio, pero siempre es mayor el sufrimiento por no seguirlos. ¡Cuándo aprenderemos definitivamente que la Ley de Dios es camino de libertad, de felicidad, de amor!


Tercer gozo
Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados (Mt 1, 21).

El nombre indica su misión en esta tierra: Jesús, el Salvador. Pero este Niño no va a quitar los males que aquejan a la humanidad, porque mientras haya pecados, el sufrimiento podrá servir de purificación y de corredención.

La sangre de la circuncisión evoca el precio de nuestro rescate. La sangre de la nueva Alianza ofrecida en la Cruz perdona los pecados y nos da la vida sobrenatural. Ahora sabemos, aunque nos cueste entenderlo, que detrás de nuestro sacrificio hecho por amor está la santidad.

Le han puesto por nombre Jesús, que significa «Dios salva». Toda su vida será camino salvador, y especialmente en la Cruz y la Resurrección se abrirán las compuertas de las aguas de la salvación. ¡Qué alegría saber que, unidos a Cristo en los Sacramentos y en la Cruz de cada día, toda nuestra vida tiene sentido redentor!


REFLEXIÓN:
¿Veo en los Mandamientos precisamente el orden adecuado para amar a Dios y a los demás; o, por el contrario, me parece que limitan mis caprichos?

¿Sé que en el sacrificio se demuestra el amor y, en él, el amor se hace más puro?

¿Noto en mi vida la pobreza, la castidad, el orden, la comprensión, la obediencia? ¿Comprendo que si no costara una virtud podría ser señal de que no se vive?

¿Entiendo que, aunque no tenga que llegar al derramamiento de sangre, también a mí se me pide ser mártir, es decir, amar dando lo que más cuesta?

¿Comprendo que con mi vida de sacrificio tengo que completar –actualizar hoy– lo que falta a la Pasión de Cristo? ¿Estoy dispuesto a redimir con Él?

PROPÓSITO:
Vivir estos días alguna mortificación, quizá la puntualidad en algún detalle que habitualmente me cuesta.

ORACIÓN:
Oh Dios que concediste al bienaventurado José hacerle partícipe de la salvación a través del cumplimiento puntual de sus obligaciones, haz que yo comprenda que la mortificación es un medio de amar y de reparar los pecados. Dame la fuerza para vivir como Tú deseas que viva. Así sea.

Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.
Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María, con vos descanse en paz el alma mía.



Cuarto dolor y gozo

Santo fidelísimo a quien le fueron comunicados los misterios de nuestra redención. Grande fue tu dolor al conocer por la profecía de Simeón que Jesús y María iban a sufrir; mas este dolor se convirtió en gozo al saber que sus padecimientos servirían para la salvación de muchas almas.

Por este dolor y gozo te pedimos la gracia de trabajar sin cansancio por la salvación de las almas y ser contados en el número de los que resucitarán para la gloria, por los méritos de Jesús y la intercesión de María.

(Padrenuestro, Avemaría y Gloria)


Cuarto dolor
Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre: Mira, éste ha sido puesto... como signo de contradicción... para que se descubran los pensamientos de muchos corazones (Lc 2, 34-35).

Simeón advierte a María y a José lo que habrán de sufrir aquellos que quieran estar con Jesús. Serán perseguidos por causa de la justicia, por vivir conforme a la verdad. Y a María se le augura que su alma será traspasada por una espada de dolor.

José sufre por la dureza de los corazones de tantos que no admiten ni a Jesús y ni la verdad que predicó, porque buscan su verdad, su felicidad egoístamente. Y sufre por cuantos son maltratados por cumplir la voluntad de Dios.

Dios puede hacer milagros, pero no puede cambiar el corazón de quien no es sincero y no quiere reconocer la verdad. Y eso, a José le duele, porque sabe que la felicidad y la salvación pasan por la puerta de la sinceridad.


Cuarto gozo
Porque han visto mis ojos tu salvación, la que preparaste ante todos los pueblos; luz para iluminar a las naciones (Lc 2, 30-31).

Ciertamente Jesús será signo de contradicción para quienes no amen la verdad, pero será sobre todo luz para millones de mujeres y de hombres de toda la historia.

Las gentes se agolpan junto a la Sagrada Familia y al anciano sacerdote, y están mirando la Luz. Son los albores del cumplimiento de las palabras de Simeón, quien agradece a Dios haber podido ver al Mesías antes de morir.

José es feliz con Jesús. El no es su padre en el orden natural, pero lo es espiritual y afectivamente mucho más que si lo fuera. José es también nuestro padre en el orden espiritual, y goza viendo la Luz -que es Cristo- en nuestras almas.

Verdaderamente hay alegría en el cielo cuando nosotros -pecadores- nos arrepentimos, cuando reconocemos con sinceridad la verdad de Dios y la fe se hace vida en nuestra conducta.


REFLEXIÓN:
¿Es en la práctica el Señor lo primero en mi día, o antepongo otros intereses como si ellos fueran los que dan sentido a mi vida?

¿Hay algo que no quiero reconocer -un error práctico, algo que me humilla- y me hace sufrir en el corazón?

¿Pido a Dios luz para ver qué he de hacer y la fortaleza para realizar lo que Él me sugiera?

¿Estoy dispuesto a descubrir mis pensamientos al sacerdote y a escuchar lo que me diga para conocer la verdad en mi vida?

¿Acudo a mi padre san José en estos días?

¿Comprendo que tengo la responsabilidad de ser luz para los demás con mi ejemplo y mi palabra?

PROPÓSITO:
Cada noche, en presencia de Dios, examinaré mi conciencia con sinceridad, y acudiré estos días a la dirección espiritual.

ORACIÓN:
Oh Jesús, Luz de la gentes, ejemplo y medida de lo que el hombre debe ser, Maestro de la única verdad que salva, hazme humilde como lo fue san José para que sepa reconocer las verdades de la fe y sea consecuente con mi condición de cristiano. Así sea.

Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.
Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María, con vos descanse en paz el alma mía.




Quinto dolor y gozo

Custodio del Hijo de Dios hecho hombre. Cuánto tuviste que sufrir por defender y alimentar al Hijo del Altísimo, particularmente en la huida a Egipto, y viendo los ídolos de los egipcios; pero también fue grande tu alegría al tener a tu lado al Hijo de Dios y a su Santísima Madre.

Por este dolor y gozo alcánzanos la gracia de que, huyendo de las ocasiones de pecado, venzamos al enemigo infernal, y no vivamos ya más que para servir a Jesús y a María.

(Padrenuestro, Avemaría y Gloria)


Quinto dolor
El ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo (Mt 2,13).

Es todavía de noche cuando la Sagrada Familia tiene que huir de Belén hacia el lejano Egipto. Pero José está acostumbrado a obedecer a Dios y lo hace con prontitud. No inquiere sobre las razones que pueda tener Dios al ordenar ese viaje, porque Dios siempre sabe más.

Obedeciendo a Dios el hombre no se equivoca nunca. Sólo se equivoca cuando el príncipe de la mentira distorsiona la realidad y hace que se vean con aparente claridad cosas que no son verdad.

Bendita obediencia que descomplica el alma y hace que el hombre tenga una especial confianza con Dios. El sacrificio que comporta cumplir la divina voluntad traerá enseguida el gozo.


Quinto gozo
Y estuvo allí hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que dice el Señor por el profeta: «De Egipto llamé a mi hijo» (Mt 2,15).

Sin él saberlo, se están cumpliendo las Escrituras sagradas. No conoce hasta cuándo tienen que estar en Egipto. De momento está viviendo donde Dios quiere, como Dios quiere, con quien Dios quiere, hasta que Dios quiera. Procurando trabajar y entablar amistades, santificando lo que tiene que hacer en esos momentos. Porque ahí le espera Dios.

Cuando se ama la voluntad de Dios se es muy feliz. La imaginación -movida por la vanidad- puede sugerir que en otro lugar o con otras personas seríamos más felices. No hay que esperar al día de mañana o a que cambien las circunstancias para servir a Dios. Ahora es cuando hemos de realizar sus designios.

Entonces se cumplirán sus palabras y escribiremos una historia humana que será a la vez historia santa, en medio de la vida corriente. Quien descubre esto, se llena de gozo y seguridad.


REFLEXIÓN:
¿Comprendo que Dios me ha hecho el gran regalo de la libertad para poder amarle, y que le amo precisamente cuando le obedezco?

¿Me doy cuenta de la delicadeza de Dios con los hombres que no nos obliga, sino que nos propone sus planes?

¿Procuro llevar a la oración las cosas que Dios me sugiere, sabiendo que, a veces, la cuestión no está en entender sino en amar?

¿Sé que los santos han entendido más porque han procurado cumplir la voluntad de Dios, es decir, porque han amado más?

¿Me doy cuenta de que mi vida -mi trabajo, mi descanso, mis amores- es tan importante que Dios cuenta con ella?

¿Está sirviendo mi vida a los planes de Dios o prefiero realizar el plan que yo me he forjado para mí?

PROPÓSITO:
Rezar estos días despacio el Padrenuestro con el deseo de cumplir su voluntad.

ORACIÓN:
Oh bienaventurado José que acomodaste tu vida a los planes divinos, ayúdanos a obedecer a Dios en nuestra vida ordinaria y a descubrir la trascendencia divina que tiene todo lo que hacemos, para el bien nuestro y el de los demás. Así sea.

Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.
Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María, con vos descanse en paz el alma mía.



Sexto dolor y gozo

Glorioso san José, que viste sujeto a tus órdenes al Rey de los Cielos. El consuelo que experimentaste al conducir de Egipto a tu querido Jesús fue turbado por el temor a Arquelao, fuiste, sin embargo, tranquilizado por el Ángel y permaneciste gozoso en Nazaret con Jesús y María.

Por este dolor y gozo te pedimos nos obtengas que, libres de todo temor nocivo, gocemos de la paz de conciencia y, viviendo tranquilos en unión de Jesús y de María, muramos en su compañía.

(Padrenuestro, Avemaría y Gloria)


Sexto dolor
El se levantó, tomó al niño y a su madre y regresó a la tierra de Israel. Pero al oír que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir allá (Mt 2, 21-22).

En el viaje de retorno a casa José tiene que cambiar los planes; toma el desvío y sigue hacia el norte, hacia Galilea. Va con Jesús -que ya tiene unos años- y con María; pero aunque camina contento, está preocupado por solucionar los problemas de cada día, por evitar los peligros del camino. Y no descansará tranquilo hasta el final del viaje.

La vida consiste, en cierto sentido, en ir de camino. De camino hacia la casa del Padre, nuestra morada definitiva. Cada día es un paso que nos puede acercar al cielo. Pero no caminamos solos, vamos en compañía de otros, sobre todo de nuestra familia.

Sería muy cómodo -muy egoísta- vivir sin preocuparse de los demás. Como a José, también a nosotros nos pide Dios que carguemos con la salud espiritual y física de los que nos rodean.


Sexto gozo
Y fue a vivir a una ciudad llamada Nazaret, para que se cumpliera lo dicho por los profetas: será llamado Nazareno (Mt 2,23).

En Nazaret estableció José de nuevo su taller de artesano. Trabaja y trabaja con la garlopa. María también trabaja. Y Jesús, todavía niño, juega con las virutas de serrín; aprende a moverse entre clavos y maderos para el momento de la redención.

José goza porque Dios ha querido que sea artesano, padre y esposo. Porque, precisamente en medio de esas tareas, él está con Jesús y con la Virgen María. Trabajar satisface humanamente, es medio de subsistencia, sirve para sacar adelante la familia. Pero sobre todo es el instrumento que tenemos para servir a Dios y a los demás.

Nazaret ha quedado para la historia como el modelo de hogar, y el lugar donde Dios enseña a trabajar por amor y con alegría sobrenatural. El santo patriarca será el patrono de quienes trabajen con ese sentido cristiano. ¡Qué gozada vivir en una familia así, trabajando como Él!


REFLEXIÓN:
¿Estoy contento en mi trabajo porque me gusta, porque saco provecho, o tendría que tener una motivación más sobrenatural?

¿Procuro trabajar con la seriedad de un padre que tiene que sacar adelante su familia?

¿Advierto que Dios ve todo lo que realizo, cómo está hecho y las intenciones que tengo? ¿Se lo puedo ofrecer a Él? ¿Se lo ofrezco de hecho?

¿Dedico suficiente tiempo a mi familia? ¿Me doy cuenta de que los demás necesitan de mi tiempo, de mí?

¿Sé escuchar? ¿Recuerdo alguna cosa que me hayan hecho notar mis familiares y no acabo de tener en cuenta para rectificar?

¿Rezo por mi familia? ¿Rezamos en familia?

PROPÓSITO:
Considerar en el trabajo -al menos al empezar- que puedo ofrecerlo a Dios a través de san José.

ORACIÓN:
Oh glorioso José, alcánzame la gracia de trabajar a imitación tuya: con orden, constancia, intensidad y presencia de Dios; de trabajar teniendo siempre ante mis ojos las almas todas y la cuenta que habré de dar del tiempo perdido y de la vana complacencia en mis trabajos, tan contraria a la gloria de Dios. Así sea.

Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.
Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María, con vos descanse en paz el alma mía.



Séptimo dolor y gozo

San José, modelo de santidad, que habiendo perdido al Niño Jesús sin tu culpa, le buscaste durante tres días con inmenso dolor hasta que, con gozo indecible, le encontraste en el templo en medio de los doctores.

Por este dolor y gozo, y ya que estás tan cerca de Dios, te pedimos nos ayudes a no perder nunca a Jesús por el pecado mortal, y si por desgracia lo perdiéramos, haz que lo busquemos con profundo dolor hasta que lo encontremos y podamos vivir en su amistad para gozar de Él contigo eternamente en el Cielo.

(Padrenuestro, Avemaría y Gloria)


Séptimo dolor
Le estuvieron buscando entre los parientes y conocidos, y al no hallarle, volvieron a Jerusalén en su busca (Lc 2, 44-45).

Cuánto dolor embargaba a José y a María aquellos días. Tantos desvelos, tantos cuidados, tantas alegrías..., y ahora no tenían al Niño. Además Dios les había dado el encargo de custodiar a su Hijo, ¡y lo habían perdido!

José y María preguntaron a unos y a otros. Nadie sabía nada. Tres días que se hacían larguísimos. A otros este suceso les dejaba indiferentes, a sus padres no. Sufrían sobremanera porque valoraban Quién era Jesús: Dios con nosotros.

¡Qué pena si no nos dolieran los pecados, pues nos separan de Dios! ¡Qué pena si no los valorásemos como lo peor que puede suceder en el mundo! Ojalá tengamos aquellos sentimientos que tuvieron sus padres para que se nos rompa el corazón -de dolor de amor- al ver el pecado en nosotros o en los demás.


Séptimo gozo
Al cabo de tres días lo hallaron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y haciéndoles preguntas (Lc 2,46).

¿Cómo expresar la alegría de María y de José al encontrar al Niño? ¿No era alegría desbordante la que sentían los apóstoles y las santas mujeres después de encontrarse con el Resucitado? ¿No es alegría lo que hay en el cielo cuando un pecador se convierte y hace penitencia? Porque no hay felicidad como la de estar con Jesús.

¿Y dónde estaba el Niño? Estaba en el Templo. Jesús esperaba que sus padres le buscaran allí, como también hoy espera de nosotros que vayamos a la casa de Dios, le encontremos en su Palabra, nos alimentemos con la Eucaristía y nos unamos a Él por el amor en el sacramento de la Penitencia.

Si tenemos tristeza es porque nos apartamos de Dios. Si queremos ser felices, muy felices, ya sabemos el camino: estar con Jesús. Que estemos siempre con los Tres: con Jesús, con María y con José.


REFLEXIÓN:
¿Puedo decir en verdad que estoy contento, o hay algo que me quita la alegría? ¿Sé distinguir el cansancio de lo que me aparta de Dios?
¿Considero como algo verdaderamente vital el vivir siempre en gracia?

¿Valoro el pecado venial o cualquier otra falta de correspondencia como algo que me aleja de Dios?

¿Comprendo que la castidad es una virtud necesaria para poder ver y amar a Dios, y para que Dios me pueda mirar y amar mejor?

¿Recurro a la oración en todas mis necesidades y tribulaciones, o ando perdido en mis pensamientos?

¿Pido a Dios la perseverancia en las buenas obras hasta el fin de mi vida?


PROPÓSITO:

Acudir antes de la fiesta de san José al sacramento de la Penitencia, sabiendo que le daré una alegría a Dios.

ORACIÓN:
Oh varón justo y fiel, esposo castísimo de María Santísima, haz que aprendamos a vivir como Dios espera de nosotros. Enséñanos a confiar en Él, a santificarnos en nuestro trabajo, a ser alegres y a servir. Ayúdanos a ser fieles a nuestra vocación, llena de fecundidad a la Iglesia y extiende el ambiente de tu Sagrada Familia en todas las familias de la tierra. Así sea.

Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.
Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María, con vos descanse en paz el alma mía.

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Estas páginas están inspiradas en las enseñanzas de san Josemaría y en el ejemplo de su vida de fe. Encomiendo a san José y al Fundador del Opus Dei para que quienes contemplen estas escenas intensifiquen su vida cristiana. Los azulejos que figuran aquí fueron realizados en por Palmira Laguens.


Jesús Martínez García
Ed. Rialp. Madrid, 2000
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