domingo, 31 de mayo de 2020

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA MISA DE LA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS 2020


Homilía del Papa Francisco en la Misa de la solemnidad de Pentecostés 2020
Redacción ACI Prensa
 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa / Vatican Pool




El Papa Francisco presidió, desde el altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro del Vaticano, la Misa por la Solemnidad de Pentecostés este domingo 31 de mayo. En su homilía, el Santo Padre reflexionó sobre la enseñanza contenida en los Evangelios y en la predicación de San Pablo en la que se explica que “el Espíritu Santo es la unidad que reúne a la diversidad; y que la Iglesia nació así: nosotros, diversos, unidos por el Espíritu Santo.

A continuación, la homilía completa del Papa Francisco:

«Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu» (1 Co 12,4), escribe el apóstol Pablo a los corintios; y continúa diciendo: «Hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios» (vv. 5-6).

Diversidad-unidad: San Pablo insiste en juntar dos palabras que parecen contraponerse. Quiere indicarnos que el Espíritu Santo es la unidad que reúne a la diversidad; y que la Iglesia nació así: nosotros, diversos, unidos por el Espíritu Santo.

Vayamos, pues, al comienzo de la Iglesia, al día de Pentecostés. Y fijémonos en los Apóstoles: muchos de ellos eran gente sencilla, pescadores, acostumbrados a vivir del trabajo de sus propias manos, pero estaba también Mateo, un instruido recaudador de impuestos. Había orígenes y contextos sociales diferentes, nombres hebreos y nombres griegos, caracteres mansos y otros impetuosos, así como puntos de vista y sensibilidades distintas. Todos eran diferentes.

Jesús no los había cambiado, no los había uniformado y convertido en ejemplares producidos en serie. No. Había dejado sus diferencias y, ahora, ungiéndolos con el Espíritu Santo, los une. La unión se realiza con la unción. En Pentecostés los Apóstoles comprendieron la fuerza unificadora del Espíritu.

La vieron con sus propios ojos cuando todos, aun hablando lenguas diferentes, formaron un solo pueblo: el pueblo de Dios, plasmado por el Espíritu, que entreteje la unidad con nuestra diversidad, y da armonía porque es armonía. Él es la armonía.

Pero volviendo a nosotros, la Iglesia de hoy, podemos preguntarnos: “¿Qué es lo que nos une, en qué se fundamenta nuestra unidad?”. También entre nosotros existen diferencias, por ejemplo, de opinión, de elección, de sensibilidad.


La tentación está siempre en querer defender a capa y espada las propias ideas, considerándolas válidas para todos, y en llevarse bien sólo con aquellos que piensan igual que nosotros. Esta es una fea tentación que divide. Pero esta es una fe construida a nuestra imagen y no es lo que el Espíritu quiere. En consecuencia, podríamos pensar que lo que nos une es lo mismo que creemos y la misma forma de comportarnos.

Sin embargo, hay mucho más que eso: nuestro principio de unidad es el Espíritu Santo. Él nos recuerda que, ante todo, somos hijos amados de Dios. Todos iguales en esto, y todos diferentes. El Espíritu desciende sobre nosotros, a pesar de todas nuestras diferencias y miserias, para manifestarnos que tenemos un solo Señor, Jesús, y un solo Padre, y que por esta razón somos hermanos y hermanas. Empecemos de nuevo desde aquí, miremos a la Iglesia como la mira el Espíritu, no como la mira el mundo. El mundo nos ve de derechas y de izquierdas, con esta ideología, con esa otra; el Espíritu nos ve del Padre y de Jesús. El mundo ve conservadores y progresistas; el Espíritu ve hijos de Dios.

La mirada mundana ve estructuras que hay que hacer más eficientes; la mirada espiritual ve hermanos y hermanas mendigos de misericordia. El Espíritu nos ama y conoce el lugar que cada uno tiene en el conjunto: para Él no somos confeti llevado por el viento, sino teselas irremplazables de su mosaico.

Regresemos al día de Pentecostés y descubramos la primera obra de la Iglesia: el anuncio. Y, aun así, notamos que los Apóstoles no preparan ninguna estrategia. Cuando estaban encerrados allí, en el cenáculo, no pensaban en una estrategia. No tienen un plan pastoral.

Podrían haber repartido a las personas en grupos, según sus distintos pueblos de origen, o dirigirse primero a los más cercanos y, luego, a los lejanos; también hubieran podido esperar un poco antes de comenzar el anuncio y, mientras tanto, profundizar en las enseñanzas de Jesús, para evitar riesgos, pero no.

El Espíritu no quería que la memoria del Maestro se cultivara en grupos cerrados, en cenáculos donde se toma gusto a “hacer el nido”. Esa es una mala enfermedad que puede afectar a la Iglesia. La Iglesia no comunidad, no familia, no madre, sino nido.

El Espíritu abre, reaviva, impulsa más allá de lo que ya fue dicho y fue hecho, más allá de los ámbitos de una fe tímida y desconfiada. En el mundo, todo se viene abajo sin una planificación sólida y una estrategia calculada.

En la Iglesia, por el contrario, es el Espíritu quien garantiza la unidad a los que anuncian. Por eso, los apóstoles se lanzan, poco preparados, corriendo riesgos; pero salen. Un solo deseo los anima: dar lo que han recibido.

Es bello ese inicio de la Carta de San Juan, “aquello que nosotros hemos recibido, hemos visto, os lo damos a vosotros”.

Finalmente llegamos a entender cuál es el secreto de la unidad, el secreto del Espíritu. Es el don. Porque Él es don, vive donándose a sí mismo y de esta manera nos mantiene unidos, haciéndonos partícipes del mismo don.

Es importante creer que Dios es don, que no actúa tomando, sino dando. ¿Por qué es importante? Porque nuestra forma de ser creyentes depende de cómo entendemos a Dios. Si tenemos en mente a un Dios que arrebata y se impone, también nosotros quisiéramos arrebatar e imponernos: ocupando espacios, reclamando relevancia, buscando poder. Pero si tenemos en el corazón a un Dios que es don, todo cambia.

Si nos damos cuenta de que lo que somos es un don suyo, gratuito e inmerecido, entonces también a nosotros nos gustaría hacer de nuestra vida un don. Y así, amando humildemente, sirviendo gratuitamente y con alegría, daremos al mundo la verdadera imagen de Dios. El Espíritu, memoria viviente de la Iglesia, nos recuerda que nacimos de un don y que crecemos dándonos; no preservándonos, sino entregándonos sin reservas.


Queridos hermanos y hermanas: Examinemos nuestro corazón y preguntémonos qué es lo que nos impide darnos. Tres son los enemigos del don, siempre agazapados en la puerta del corazón: el narcisismo, el victimismo y el pesimismo. El narcisismo, que lleva a la idolatría de sí mismo y a buscar sólo el propio beneficio. El narcisista piensa: “La vida es buena si obtengo ventajas”.

Y así llega a decirse: “¿Por qué tendría que darme a los demás?”. En esta pandemia, cuánto duele el narcisismo, el preocuparse de las propias necesidades, indiferente a las de los demás, el no admitir las propias fragilidades y errores. Pero también el segundo enemigo, el victimismo, es peligroso.

El victimista está siempre quejándose de los demás: “Nadie me entiende, nadie me ayuda, nadie me ama, ¡están todos contra mí!”. Cuántas veces hemos escuchado estos lamentos. Y su corazón se cierra, mientras se pregunta: “¿Por qué los demás no se donan a mí?”.

En el drama que vivimos, ¡qué grave es el victimismo! Pensar que no hay nadie que nos entienda y sienta lo que vivimos. Por último, está el pesimismo. Aquí la letanía diaria es: “Todo está mal, la sociedad, la política, la Iglesia...”. El pesimista arremete contra el mundo entero, pero permanece apático y piensa: “Mientras tanto, ¿de qué sirve darse? Es inútil”.

Y así, en el gran esfuerzo que supone comenzar de nuevo, qué dañino es el pesimismo, ver todo negro y repetir que nada volverá a ser como antes. Cuando se piensa así, lo que seguramente no regresa es la esperanza.

Estos son los tres enemigos, el dios narcisista del espejo, el “dios espejo”, el “dios lamento”, me siento persona en el lamento, y el “dios negatividad”, todo es negro, todo oscuro.

Nos encontramos ante una carestía de esperanza y necesitamos valorar el don de la vida, el don que es cada uno de nosotros. Por esta razón, necesitamos el Espíritu Santo, don de Dios que nos cura del narcisismo, del victimismo y del pesimismo. Nos sana del espejo, de los lamentos y de la oscuridad.

Pidámoslo: Espíritu Santo, memoria de Dios, reaviva en nosotros el recuerdo del don recibido. Líbranos de la parálisis del egoísmo y enciende en nosotros el deseo de servir, de hacer el bien. Porque peor que esta crisis, es solamente el drama de desaprovecharla, encerrándonos en nosotros mismos.

Ven, Espíritu Santo, Tú que eres armonía, haznos constructores de unidad; Tú que siempre te das, concédenos la valentía de salir de nosotros mismos, de amarnos y ayudarnos, para llegar a ser una sola familia. Amén.

LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA, 30 DE MAYO


Los cinco minutos de María
Mayo 30



Te damos gracias, María. Virgen más bella que el sol, porque nos has dado al Cristo, porque nos has dado a Dios.

Que todos los ángeles bendigan a María, y espíritus celestiales bendigan al Señor.

Que la luna y el sol bendigan a María, y las claras estrellas bendigan a María, y que las nieves blancas bendigan al Señor.
Los hijos bendigamos a María, los hombres bendigamos al Señor.
Madre, que todas las edades te bendigan y alaben al Señor.


* P. Alfonso Milagro

LECTURAS BÍBLICAS DE HOY DOMINGO 31 DE MAYO DE 2020, PENTECOSTÉS


Lecturas de hoy Domingo de Pentecostés



Hoy, domingo, 31 de mayo de 2020
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2,1-11):

AL cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.
Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:
«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».

Palabra de Dios


Salmo
Sal 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34

R/. Envía tu Espíritu, Señor,
y repuebla la faz de la tierra

Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas. R/.

Les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu espíritu, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra. R/.

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras;
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor. R/.


Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (12,3b-7.12-13):

HERMANOS:
Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo.
Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.
Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Palabra de Dios


Secuencia

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequia,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.


Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-23):


AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Palabra del Señor




Comentario al Evangelio de hoy domingo, 31 de mayo de 2020
Fernando Torres cmf


Testigos del Espíritu, testigos del amor

      En nuestro mundo se hablan muchos idiomas. Muchas veces no nos entendemos. Seguro que en nuestra ciudad también nos encontramos por la calle con personas que hablan otras lenguas. Quizá nosotros mismos hemos pasado por la experiencia de no encontrar a nadie que entendiese nuestro idioma cuando necesitábamos ayuda o de no poder ayudar adecuadamente a alguien porque sencillamente no le entendíamos. 

      Hoy celebramos Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre aquel primer grupo de apóstoles y discípulos que, después de la muerte y resurrección de Jesús se seguían reuniendo para orar y recordar al maestro. La venida del Espíritu Santo tuvo un efecto maravilloso. De repente, los que habían estado encerrados y atemorizados se atrevieron a salir a la calle y a hablar de Jesús a todos los que se encontraron. En aquellos días Jerusalén era un hervidero de gente de diversos lugares y procedencias. Por sus calles pasaban gentes de todo el mundo conocido de aquellos tiempos. Lo sorprendente es que todos escuchaban a los apóstoles hablar en su propio idioma de las maravillas de Dios, del gran milagro que Dios había hecho en Jesús resucitándolo de entre los muertos. 

      Desde entonces el Evangelio ha saltado todas las fronteras de las naciones, de las culturas y de las lenguas. Ha llegado hasta los más recónditos rincones de nuestro mundo, proclamando siempre las maravillas de Dios de forma que todos lo han podido entender. Junto con el Evangelio ha llegado también la paz a muchos corazones y la capacidad de perdonar, tal y como Jesús en el Evangelio les dice a los apóstoles. 

      Hoy son muchos los que se siguen dejando llevar por el Espíritu y con sus palabras y con su forma de comportarse dan testimonio de las maravillas de Dios. Con su amor por todos y su capacidad de servir a los más pobres y necesitados hacen que todos comprendan el amor con que Dios nos ama en Jesús. Con su capacidad de perdonar van llenando de paz los corazones de todos. El Espíritu sigue alentando en nuestro mundo. Hay testigos que comunican el mensaje por encima de las barreras del idioma o las culturas. ¿No ha sido la madre Teresa de Calcuta un testigo de dimensiones universales? Su figura pequeña y débil era un signo viviente de la preferencia de Dios por los más débiles, por los últimos de la sociedad. 

      Hoy el Espíritu nos llama a nosotros a dejarnos llevar por él, a proclamar las maravillas de Dios, a amar y a perdonar a los que nos rodean como Dios nos ama y perdona, a encontrar nuevos caminos para proclamar el Evangelio de Jesús en nuestra comunidad. Hoy es día de fiesta porque el Espíritu está con nosotros, ha llegado a nuestro corazón. ¡Aleluya!



Para la reflexión

      ¿Qué me llamaba más la atención de la madre Teresa de Calcuta? ¿Qué otras personas me parece que son hoy testigos del amor de Dios en nuestro mundo? ¿Cómo podría yo ser testigo del amor y perdón de Dios para los que me rodean?

HOY ES PENTECOSTÉS, SOLEMNIDAD DEL ESPÍRITU SANTO Y NACIMIENTO DE LA IGLESIA


Hoy es Pentecostés, Solemnidad del Espíritu Santo y nacimiento de la Iglesia [VIDEO]
Redacción ACI Prensa




Hoy se celebra la Solemnidad de Pentecostés, que conmemora la Venida del Espíritu Santo sobre María y los Apóstoles, cincuenta días después de la Resurrección de Jesucristo.

El capítulo dos del libro de los Hechos de los Apóstoles describe que “de repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo”.

San Juan Pablo II al reflexionar sobre este acontecimiento en su encíclica "Dominum et Vivificantem" señaló que “el Concilio Vaticano II habla del nacimiento de la Iglesia el día de Pentecostés. Tal acontecimiento constituye la manifestación definitiva de lo que se había realizado en el mismo Cenáculo el domingo de Pascua”.

“Cristo resucitado vino y ‘trajo’ a los apóstoles el Espíritu Santo. Se lo dio diciendo: ‘Recibid el Espíritu Santo’. Lo que había sucedido entonces en el interior del Cenáculo, ‘estando las puertas cerradas’, más tarde, el día de Pentecostés es manifestado también al exterior, ante los hombres”.

Posteriormente, el Papa de la familia cita el documento conciliar “Lumen Gentium”, en el que se resalta que “el Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cf. 1 Co 3,16; 6,19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cf. Ga 4,6; Rm 8,15-16 y 26). Guía la Iglesia a toda la verdad (cf. Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cf. Ef 4,11-12; 1 Co 12,4; Ga5,22)”.

EL PAPA PONE EN MANOS DE LA VIRGEN MARÍA A LA HUMANIDAD GOLPEADA POR EL COVID












El Papa pone en manos de la Virgen a la humanidad golpeada por el coronavirus
Redacción ACI Prensa





El Papa Francisco presidió este sábado 30 de mayo el rezo del Rosario desde la gruta de Nuestra Señora de Lourdes, que se encuentra en los Jardines Vaticanos, para pedir a la Virgen por el fin de la pandemia de coronavirus y rezar por los enfermos, los fallecidos y sus familiares, así como por todos los profesionales y voluntarios que luchan contra la enfermedad.

A la iniciativa se han sumado 50 santuarios marianos de todo el mundo que se han conectado con el Santo Padre en la gruta de Nuestra Señora de Lourdes por vía telemática.

Entre esos santuarios marianos están el de Nuestra Señora de Guadalupe, Nuestra Señora de Fátima, Nuestra Señora de Lourdes, Nuestra Señora de la Concepción de Aparecida o la Santa Casa de Loreto. Entre las televisiones que han retransmitido el evento en directo está EWTN.

La gruta de los Jardines Vaticanos es una réplica de la del Santuario de Lourdes inaugurada en 1905 durante el Pontificado de Pío X.

El Pontífice llegó a la gruta a las 05:30 p.m. (hora local de Roma) y, mientras sonaba el canto de inicio, cruzó la reja de la gruta y ofreció un ramo de flores a la Virgen. Después se dirigió a su puesto y rezó la primera parte de la oración mariana por él mismo escrita antes de empezar el rezo del Rosario.

“Oh María, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza. A ti nos encomendamos, Salud de los enfermos, que al pie de la cruz fuiste asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe…”, comienza esta oración compuesta de forma especial por Francisco para el mes de mayo. En ella pide auxilio a María para ayudar a la humanidad a superar la grave crisis sanitaria, económica y social desatada por la pandemia de coronavirus.

El rezo del Rosario comenzó con la exposición de la intención: “Nos ponemos bajo el manto materno de la Virgen María para confiar al Señor, por medio de su intercesión, a la humanidad entera sometida duramente a prueba durante este período de pandemia”.

Después comenzó la recitación de los Misterios Gloriosos del Rosario: “la resurrección del Señor”, “la ascensión del Señor al cielo”, “la venida del Espíritu Santo”, “la Asunción de la Virgen María al cielo”, “la coronación de María como Reina del cielo y de la tierra”.

Cada misterio se ofreció por los médicos, enfermeros y todo el personal sanitario; por los militares, fuerzas de seguridad, bomberos y voluntarios; por los sacerdotes y consagrados que han llevado los sacramentos y el consuelo cristiano a los enfermos; por los moribundos y los difuntos y sus familias; y por aquellas personas que se encuentran necesitadas de fe y esperanza, en especial por los desempleados, las personas que están solos y por los niños recién nacidos.


El rezo del Rosario lo dirigirán 14 personas diferentes: un neumólogo del Hospital San Felipe Neri de Roma, una enfermera, un voluntario de Protección Civil junto con su mujer y su hija, superviviente del coronavirus, el capellán del Instituto Nacional de Enfermedades Infecciosas Lazzaro Spallanzani, la Superiora General de las Hijas de San Camilo (también superviviente del virus), una farmacéutica, la hija de una víctima del virus, un periodista vaticanista, un matrimonio que ha tenido un hijo durante la pandemia y su hija mayor.

Tras la recita de todos los Misterios Gloriosos del Rosario, el Papa Francisco rezó la segunda parte de la oración mariana que compuso para el mes de mayo antes de impartir la bendición final y concluir con el cántico del Ave María de Fátima.

Antes de despedirse, el Papa Francisco se dirigió en español a los santuarios de América Latina: “Me dicen que hay muchos santuarios de América Latina y quisiera dar un saludo en español: A todos ustedes, los santuarios de América Latina, veo Guadalupe, y tantos otros que están comunicados en la oración. En mi lengua materna los saludo y gracias por estar cerca de todos nosotros. Que nuestra Madre de Guadalupe nos acompañe”.

ESTA ES LA ORACIÓN QUE HIZO EL PAPA FRANCISCO A LA VIRGEN MARÍA EN ROSARIO POR FIN DE CORONAVIRUS


Esta es la oración que hizo el Papa a la Virgen María en Rosario por fin del coronavirus
Redacción ACI Prensa





Durante el rezo del Rosario en la gruta de Nuestra Señora de Lourdes de los Jardines Vaticanos este sábado 30 de mayo para pedir por el fin de la pandemia de coronavirus, el Papa Francisco recitó la oración que presentó a comienzos del mes de mayo dirigida a la Virgen María.

La oración está dividida en dos partes, y el Pontífice rezó una antes de iniciar el Rosario y la otra al concluir.

A continuación, las oraciones rezadas por el Papa Francisco:

Oración 1:

Oh María,
tú resplandeces siempre en nuestro camino
como un signo de salvación y esperanza.
A ti nos encomendamos, Salud de los enfermos,
que al pie de la cruz fuiste asociada al dolor de Jesús,
manteniendo firme tu fe.

Tú, Salvación del pueblo romano,
sabes lo que necesitamos
y estamos seguros de que lo concederás
para que, como en Caná de Galilea,
vuelvan la alegría y la fiesta
después de esta prueba.


Ayúdanos, Madre del Divino Amor,
a conformarnos a la voluntad del Padre
y hacer lo que Jesús nos dirá,
Él que tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo
y se cargó de nuestros dolores
para guiarnos a través de la cruz,
a la alegría de la resurrección. Amén.

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios,
no desprecies nuestras súplicas en las necesidades,
antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita.

Oración 2:

«Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios».

En la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, Madre de Dios y Madre nuestra, y buscamos refugio bajo tu protección.

Oh Virgen María, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos en esta pandemia de coronavirus, y consuela a los que se encuentran confundidos y lloran por la pérdida de sus seres queridos, a veces sepultados de un modo que hiere el alma. Sostén a aquellos que están angustiados porque, para evitar el contagio, no pueden estar cerca de las personas enfermas. Infunde confianza a quienes viven en el temor de un futuro incierto y de las consecuencias en la economía y en el trabajo.

Madre de Dios y Madre nuestra, implora al Padre de misericordia que esta dura prueba termine y que volvamos a encontrar un horizonte de esperanza y de paz. Como en Caná, intercede ante tu Divino Hijo, pidiéndole que consuele a las familias de los enfermos y de las víctimas, y que abra sus corazones a la esperanza.

Protege a los médicos, a los enfermeros, al personal sanitario, a los voluntarios que en este periodo de emergencia combaten en primera línea y arriesgan sus vidas para salvar otras vidas. Acompaña su heroico esfuerzo y concédeles fuerza, bondad y salud.


Permanece junto a quienes asisten, noche y día, a los enfermos, y a los sacerdotes que, con solicitud pastoral y compromiso evangélico, tratan de ayudar y sostener a todos. Virgen Santa, ilumina las mentes de los hombres y mujeres de ciencia, para que encuentren las soluciones adecuadas y se venza este virus.

Asiste a los líderes de las naciones, para que actúen con sabiduría, diligencia y generosidad, socorriendo a los que carecen de lo necesario para vivir, planificando soluciones sociales y económicas de largo alcance y con un espíritu de solidaridad.

Santa María, toca las conciencias para que las grandes sumas de dinero utilizadas en la incrementación y en el perfeccionamiento de armamentos sean destinadas a promover estudios adecuados para la prevención de futuras catástrofes similares.

Madre amantísima, acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria. Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio y la constancia en la oración.

Oh María, Consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, haz que Dios nos libere con su mano poderosa de esta terrible epidemia y que la vida pueda reanudar su curso normal con serenidad.

Nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Amén.

BIENVENIDOS!!!





viernes, 29 de mayo de 2020

IMÁGENES DE JUNIO, MES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS





















LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA, 29 DE MAYO


Los cinco minutos de María
Mayo 29



Sin par es tu gloria, pues de ti nació
el Dios de la hostia, cautivo de amor.
Danos, oh María, fuerza, amor y luz,
en el pan de vida, danos a Jesús.
Te materna mano preparó gentil,
Reina fiel del  hombre, nuestro gran festín;
tú dejaste el mundo, Madre celestial,
de tu seno el fruto, trocado en manjar.
Prepara, oh María, nuestro corazón
a ser cada día de Jesús mansión.
Madre de todos los tiempos, que hoy y siempre reine Jesús en el 
mundo.


* P. Alfonso Milagro

LECTURAS BÍBLICAS DE HOY VIERNES 29 DE MAYO DE 2020


Lecturas de hoy Viernes de la 7ª semana de Pascua
Hoy, viernes, 29 de mayo de 2020



Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (25,13-21):

En aquellos días, el rey Agripa llegó a Cesarea con Berenice para cumplimentar a Festo, y se entretuvieron allí bastantes días.
Festo expuso al rey el caso de Pablo, diciéndole: «Tengo aquí un preso, que ha dejado Félix; cuando fui a Jerusalén, los sumos sacerdotes y los ancianos judíos presentaron acusación contra él, pidiendo su condena. Les respondí que no es costumbre romana ceder a un hombre por las buenas; primero el acusado tiene que carearse con sus acusadores, para que tenga ocasión de defenderse. Vinieron conmigo a Cesarea, y yo, sin dar largas al asunto, al día siguiente me senté en el tribunal y mandé traer a este hombre. Pero, cuando los acusadores tomaron la palabra, no adujeron ningún cargo grave de los que yo suponía; se trataba sólo de ciertas discusiones acerca de su religión y de un difunto llamado Jesús, que Pablo sostiene que está vivo. Yo, perdido en semejante discusión, le pregunté si quería ir a Jerusalén a que lo juzgase allí. Pero, como Pablo ha apelado, pidiendo que lo deje en la cárcel, para que decida su majestad, he dado orden de tenerlo en prisión hasta que pueda remitirlo al César.»

Palabra de Dios


Salmo
Sal 10,4-7

R/. El Señor puso en el cielo su trono

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.

Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos. R/.

El Señor puso en el cielo su trono,
su soberanía gobierna el universo.
Bendecid al Señor, ángeles suyos,
poderosos ejecutores de sus órdenes. R/.

Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (21,15-19):

Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer con ellos, dice a Simón Pedro:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»
Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice: «Apacienta mis corderos.»
Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Él le dice: «Pastorea mis ovejas.»
Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.»
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió: «Sígueme.»

Palabra del Señor



Comentario al Evangelio de hoy viernes, 29 de mayo de 2020
Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf



«¿Me quieres más que...?»


       Parece que en el corazón de Pedro hay un problema que dificulta sus futuras responsabilidades comunitarias. Lo podríamos llamar «el-más-que». Es como una herida mal curada, que tiene que ver en parte con su orgullo personal, derivado de haber sido elegido por el Señor como «piedra» de su comunidad, y en parte con una mala comprensión de su autoridad o responsabilidad en ella. Y Jesús, con una infinita ternura y discreción, procura sanarlo y hacerle comprender su verdadera misión. Es una tentación siempre acechante para los pastores y responsables del Pueblo de Dios (clérigos y laicos), porque nos aleja del estilo y las opciones de Jesús.

       Resulta que Jesús -siendo el Hijo de Dios- nació en una cueva: fue «menos que» los demás, que sí habían encontrado acomodo en la posada o en algún otro lugar digno. Jesús en su primera noche en la tierra, y después tantas otras veces, fue"menos que" otros que sí tenían «dónde reclinar la cabeza». Y en el punto final de su vida, en la dura experiencia de la cruz,  «muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre». «Menos-que» un hombre.

       Los discípulos, nada menos que en plena última cena, discutían «quién era el más importante». Jesús les preguntó:  ¿Quién es el más importante, el que se sienta a la mesa o el que la sirve? No es acaso el que se sienta a la mesa? Sin embargo, yo estoy entre vosotros como el que sirve (Lc 22,27), como el menos importante, el «menos-que». 

       Podemos recordar también aquella parábola del fariseo y el publicano que suben al templo a orar. El fariseo no era como los demás, era «más-que», era «mejor que» el pobre desgraciado publicano que oraba en el último banco. Y su oración no fue escuchada. 

     Y sin olvidar que Jesús se rodeó durante su vida de los que «menos» importaban a los ojos de la sociedad y de la religión de entonces: prostitutas, leprosos, publicanos, cojos, ciegos...



      Pedro, en su impulsividad, había dejado salir una desagradable autosuficiencia, al considerarse «más-que» el resto de los discípulos: «Aunque todos te abandonen, yo no. Estoy dispuesto a dar mi vida por ti». O sea: «Yo más valiente y fiel que los demás». Pero a la hora de la verdad ni estaba tan dispuesto como pensaba, ni fue «más-que» ni mejor que los demás.

     Fue en el momento del lavatorio de pies cuando Pedro rechazó abiertamente la opción de Jesús por el «menos-que». Aquel gesto de lavar los pies, propio de esclavos, pretendía corregir la idea de «Maestro y Señor» que tenían los Doce: «Si yo, que soy el Maestro y Señor, os he lavado los pies»... Haced vosotros lo mismo. Poneos a los pies de los demás, servid, aliviad, cuidad... Sabéis que ningún esclavo es más importante (el «más-que») que su amo, y que ningún mensajero es más importante que quien lo envía. Si entendéis estas cosas, hacedlas. (Jn 13, 13-17. 37-38).Pero Pedro parece que no terminaba de entenderlo.

    Y Jesús decide ayudarle a bajarse de su «pedestal» antes de confirmarle en sus tareas como jefe del colegio apostólico. Empieza por preguntarle: «¿Me amas más que éstos?». Formula la pregunta hasta tres veces. Y por tres veces, cuando Pedro le responde (sin aludir a los demás, sin afirmar su «más que»), Jesús le dice: «pastorea, apacienta» a mis ovejas. Lo que necesito de ti no es que seas «más-que»  nadie, ni mejor que los demás, sino que aprendas que el Buen Pastor es el que da la vida por sus ovejas, el que está pendiente de ellas, el que ni se mira a sí mismo, ni se compara con nadie, ni se considera más digno. Es decir: Pedro, ya que dices que me amas... que se te note en lo que yo te mando: que ames a los míos. Que, al igual que yo he guardado a los que me han sido encomendados por el Padre, ahora tú, Pedro (y luego el resto de apóstoles) tenéis la tarea de guardar y cuidar, apacentar un rebaño que es suyo, y al que tenemos que servir como si fuéramos el mismo Jesús. Sólo así puede entenderse la misión de Pedro, y de todo pastor o agente de pastoral. 

       Esta encomienda de Jesús debiera afectar mucho más a nuestro modo de estar con, entre y al servicio de la ovejas. Con menos «dignidades, distinciones, distancias, títulos....» y mucho más pendientes del rebaño, a pesar de todas nuestras fragilidades, y precisamente partiendo de ellas, porque eso nos hará más compasivos, más servidores, más humildes, más «pastores según el corazón de Dios».

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
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