miércoles, 25 de agosto de 2021

AUDIENCIA GENERAL: CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LA HIPOCRESÍA

  


Audiencia General: Catequesis del Papa Francisco sobre la hipocresía

Redacción ACI Prensa

 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa



El Papa Francisco presidió la Audiencia General desde el Aula Pablo VI este miércoles 25 de agosto y lamentó la existencia de hipocresía dentro de la Iglesia, algo “particularmente detestable”. El Santo Padre explicó en su catequesis en qué consiste la hipocresía y cómo combatirla.


A continuación, el texto completo de la catequesis del Papa Francisco:


Hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La Carta a los Gálatas informa de un hecho bastante sorprendente. Como hemos escuchado, Pablo dice que hizo una corrección a Cefas, es decir a Pedro, ante la comunidad de Antioquía, porque su comportamiento no fue bueno.

¿Qué había sucedido tan grave para obligar a Pablo a dirigirse en términos duros incluso a Pedro? ¿Quizá Pablo ha exagerado, ha dejado demasiado espacio a su carácter sin saber contenerse? Veremos que no es así, sino que una vez más está en juego la relación entre la Ley y la libertad.

Escribiendo a los Gálatas, Pablo menciona a propósito este episodio que había sucedido en Antioquía años antes. Pretende recordar a los cristianos de esas comunidades que no deben absolutamente escuchar a los que predican la necesidad de circuncidarse y por tanto caer “bajo la Ley” con todas sus prescripciones.

Recordemos que son aquellos predicadores fundamentalistas que llegaron allí y crearon confusión, quitaron la paz a aquella comunidad.

Objeto de la crítica hacia Pedro era su comportamiento en la participación en la mesa. A un judío la Ley le prohibía comer con los no judíos. Pero el mismo Pedro, en otra circunstancia, había ido a Cesárea a la casa del centurión Cornelio, incluso sabiendo que trasgredía la Ley. Entonces afirmó: «me ha mostrado Dios que no hay que llamar profano o impuro a ningún hombre» (Hch 10,28).

Una vez que volvió a Jerusalén, los cristianos circuncisos fieles a la Ley mosaica reprocharon a Pedro este comportamiento suyo, pero él se justificó diciendo: «Me acordé entonces de aquellas palabras que dijo el Señor: Juan bautizó con agua, pero vosotros series bautizados con el Espíritu Santo. Por tanto, si Dios les ha concedido el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poner obstáculos a Dios?» (Hch 11,16-17).

Recordemos que el Espíritu Santo vino en aquel momento a casa de Cornelio cuando Pedro acudió allí.

Un hecho similar había sucedido también en Antioquía en presencia de Pablo. Primero Pedro estaba a la mesa sin ninguna dificultad con los cristianos venidos del paganismo; pero cuando llegaron a la ciudad algunos cristianos circuncisos de Jerusalén, es decir, aquellos que procedían del judaísmo, entonces ya lo no hizo, para no incurrir en sus críticas.

Estemos atentos a esto. El error es que estaba más atento a las críticas, a quedar bien, que a la realidad de la revelación.

Esto es grave a los ojos de Pablo, también porque Pedro era imitado por otros discípulos, el primero de todos Bernabé, que junto con Pablo había evangelizado precisamente a los Gálatas (cfr Gal 2,13). Sin quererlo, Pedro, con esa forma de actuar, no claro, no transparente, creaba de hecho una división injusta en la comunidad.

Pablo, en su reproche, utiliza un término que permite entrar en el fondo de su reacción: hipocresía (cfr Gal 2,13). Esta es una palabra que regresará varias veces. Hipocresía. Creo que todos nosotros sabemos lo que significa. La observancia de la Ley por parte de los cristianos llevaba a este comportamiento hipócrita, que el apóstol pretende combatir con fuerza y convicción. Pablo era recto. Tenía sus defectos, muchos, su carácter era terrible. Pero era recto. ¿Qué es la hipocresía? Cuando decimos: “Atento que ese es un hipócrita”. ¿Qué queremos decir?

Se puede decir que es miedo por la verdad. El hipócrita tiene miedo a la verdad. Se prefiere fingir en vez de ser uno mismo. Es como disfrazar el alma, disfrazar las actitudes, disfrazar el modo de proceder. No es la verdad. Tengo miedo de proceder como soy y me disfrazo con estas actitudes.

Fingir impide la valentía de decir abiertamente la verdad y así se escapa fácilmente a la obligación de decirla siempre, sea donde sea y a pesar de todo. Fingir te lleva a esto: a la media verdad, y la media verdad es una ficción porque la verdad es verdad o no es verdad, y la media verdad es ese modo de actuar que no es sincero.

Se prefiere, como he dicho, fingir impide la valentía de decir abiertamente la verdad y así se escapa fácilmente a la obligación, que es un Mandamiento, de decirla siempre, sea donde sea y a pesar de todo. En un ambiente donde las relaciones interpersonales son vividas bajo la bandera del formalismo, se difunde fácilmente el virus de la hipocresía.

Esa sonrisa que no viene del corazón. Tratar de estar bien con todos, pero con nadie.

En la Biblia se encuentran diferentes ejemplos en los que se combate la hipocresía. Un bonito testimonio es el del viejo Eleazar, a quien se le pedía que fingiera que comía carne sacrificada a las divinidades paganas para salvar su vida. Hacer como que la comía, pero no la comía. O hacer que comía la carne del cerdo, pero en realidad comía otra que le habían preparado sus amigos.

Pero ese hombre con temor de Dios respondió: «Porque a nuestra edad no es digno fingir, no sea que muchos jóvenes creyendo que Eleazar, a sus noventa años, se ha pasado a las costumbres paganas, también ellos por mi simulación y por mi apego a este breve resto de vida, se desvíen por mi culpa y yo atraiga mancha y deshonra a mi vejez» (2 Mac 6,24-25). Es honesto. No entra en el camino de la hipocresía. ¡Qué bonita página sobre la que reflexionar para alejarse de la hipocresía!

También los Evangelios narran diferentes situaciones en las que Jesús reprende fuertemente a aquellos que aparecen justos al externo, pero dentro están llenos de falsedad y de iniquidad (cfr Mt 23,13-29). Si tenéis hoy un poco de tiempo tomad el capítulo 23 del Evangelio de San Mateo y vedéis cuántas veces Jesús dice “hipócritas, hipócritas, hipócritas”. Desvela qué es la hipocresía.

El hipócrita es una persona que finge, adula y engaña porque vive con una máscara en el rostro y no tiene el valor de enfrentarse a la verdad. Por esto, no es capaz de amar verdaderamente. Un hipócrita no sabe amar. Se limita a vivir de egoísmo y no tiene la fuerza de demostrar con transparencia su corazón. Hay muchas situaciones en las que se puede verificar la hipocresía.

A menudo se esconde en el lugar de trabajo, donde se trata de aparentar amigos con los colegas mientras la competición lleva a golpearles a la espalda. En la política no es inusual encontrar hipócritas que viven un desdoblamiento entre lo público y lo privado. Particularmente detestable es la hipocresía en la Iglesia. Por desgracia, existe la hipocresía en la Iglesia y hay muchos cristianos y muchos ministros hipócritas.

No deberíamos olvidar nunca las palabras del Señor: “Sea vuestro lenguaje: ‘sí, sí’; ‘no, no’; que lo que pasa de aquí viene del Maligno” (Mt 5,37). Hermanos y hermanas, pensemos hoy en esto que Pablo condena: la hipocresía. Y que Jesús condena: la hipocresía. No tengamos miedo de ser sinceros, de decir la verdad, sentir la verdad, conformarnos con la verdad. Así podremos amar. Un hipócrita no sabe amar. Actuar de otra manera significa poner en peligro la unidad en la Iglesia, por la cual el Señor mismo ha rezado.

BUENOS DÍAS

 





 

viernes, 20 de agosto de 2021

EL EVANGELIO DE HOY VIERNES 20 DE AGOSTO DE 2021



Viernes 20 del tiempo ordinario

Viernes 20 de agosto



1ª Lectura (Rut 1,1.3-6.14b-16.22): En tiempo de los jueces, hubo hambre en el país, y un hombre emigró, con su mujer Noemí y sus dos hijos, desde Belén de Judá a la campiña de Moab. Elimelec, el marido de Noemí, murió, y quedaron con ella sus dos hijos, que se casaron con dos mujeres moabitas: una se llamaba Orfá y la otra Rut. Pero, al cabo de diez años de residir allí, murieron también los dos hijos, y la mujer se quedó sin marido y sin hijos.

Al enterarse de que el Señor había atendido a su pueblo dándole pan, Noemí, con sus dos nueras, emprendió el camino de vuelta desde la campiña de Moab. Orfá se despidió de su suegra y volvió a su pueblo, mientras que Rut se quedó con Noemí. Noemí le dijo: «Mira, tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a su dios. Vuélvete tú con ella». Pero Rut contestó: «No insistas en que te deje y me vuelva. Donde tú vayas, iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios». Así fue como Noemí, con su nuera Rut, la moabita, volvió de la campiña de Moab. Empezaba la siega de la cebada cuando llegaron a Belén.



Salmo responsorial: 145

R/. Alaba, alma mía, al Señor.

Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor, su Dios, que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en él.

Que mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos, que da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos.

El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos. El Señor guarda a los peregrinos.

Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad.

Versículo antes del Evangelio (Sal 24,4.5): Aleluya. Descúbrenos, Señor, tus caminos y guíanos con la verdad de tu doctrina. Aleluya.

Texto del Evangelio (Mt 22,34-40): En aquel tiempo, cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo, y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerle a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?». Él le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas».

«Amarás al Señor, tu Dios... Amarás a tu prójimo»

Rev. D. Pere CALMELL i Turet

(Barcelona, España)


Hoy, el maestro de la Ley le pregunta a Jesús: «¿Cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» (Mt 22,36), el más importante, el primero. La respuesta, en cambio, habla de un primer mandamiento y de un segundo, que le «es semejante» (Mt 22,39). Dos anillas inseparables que son una sola cosa. Inseparables, pero una primera y una segunda, una de oro y la otra de plata. El Señor nos lleva hasta la profundidad de la catequesis cristiana, porque «de estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas» (Mt 22,40).

He aquí la razón de ser del comentario clásico de los dos palos de la Cruz del Señor: el que está cavado en tierra es la verticalidad, que mira hacia el cielo a Dios. El travesero representa la horizontalidad, el trato con nuestros iguales. También en esta imagen hay un primero y un segundo. La horizontalidad estaría a nivel de tierra si antes no poseyésemos un palo derecho, y cuanto más queramos elevar el nivel de nuestro servicio a los otros —la horizontalidad— más elevado deberá ser nuestro amor a Dios. Si no, fácilmente viene el desánimo, la inconstancia, la exigencia de compensaciones del orden que sea. Dice san Juan de la Cruz: «Cuanto más ama un alma, tanto más perfecta es en aquello que ama; de aquí que esta alma, que ya es perfecta, toda ella es amor y todas sus acciones son amor».

Efectivamente, en los santos que conocemos vemos cómo el amor a Dios, que saben manifestarle de muchas maneras, les otorga una gran iniciativa a la hora de ayudar al prójimo. Pidámosle hoy a la Virgen Santísima que nos llene del deseo de sorprender a Nuestro Señor con obras y palabras de afecto. Así, nuestro corazón será capaz de descubrir cómo sorprender con algún detalle simpático a los que viven y trabajan a nuestro lado, y no solamente en los días señalados, que eso lo sabe hacer cualquiera. ¡Sorprender!: forma práctica de pensar menos en nosotros mismos. 

BUENOS DÍAS





  

jueves, 19 de agosto de 2021

EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 19 DE AGOSTO DE 2021

 



 Jueves 20 del tiempo ordinario

Jueves 19 de agosto de 2021


1ª Lectura (Jue 11,29-39a): En aquellos días, el espíritu del Señor vino sobre Jefté, que recorrió la región de Galaad y de Manasés, pasó por Mispá de Galaad y de allí marchó contra los amonitas. Jefté le hizo una promesa al Señor, diciendo: «Si me entregas a los amonitas, al primero que salga a la puerta de mi casa para recibirme, cuando vuelva victorioso de la guerra contra los amonitas, te lo ofreceré en holocausto». Jefté marchó contra los amonitas y el Señor se los entregó. Los derrotó desde Aroer hasta la entrada de Minit, donde hay veinte ciudades, hasta Abel-Keramín, y les tomó sus veinte ciudades. La derrota de los amonitas fue grandísima y fueron humillados por los israelitas.

Cuando Jefté volvió a su casa en Mispá, lo salió a recibir su hija, bailando al son de las panderetas. Jefté no tenía más hijos que ella. Al verla, Jefté se rasgó las vestiduras y gritó: «¡Ay, hija mía! ¡Qué desdichado soy! ¿Por qué tenías que ser tú la causa de mi desgracia? Le hice una promesa al Señor y no puedo retractarme». Ella le dijo: «Padre mío, si le has hecho una promesa al Señor, haz conmigo lo que le prometiste, ya que el Señor te ha concedido la victoria sobre tus enemigos». Después le dijo a su padre: «Concédeme tan sólo este favor: Déjame andar por los montes durante dos meses para llorar con mis amigas la desgracia de morir sin tener hijos». El le respondió: «¡Vete!». Y le concedió lo que le había pedido. Ella se fue con sus amigas y estuvo llorando su desgracia por los montes. Al cabo de los dos meses, volvió a la casa de su padre y él cumplió con ella la promesa que había hecho.



Salmo responsorial: 39

R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los idólatras, que se extravían con engaños.


Sacrificios y ofrendas no quisiste, abriste, en cambio, mis oídos a tu voz. No exigiste holocaustos por la culpa, así que dije: «Aquí estoy».


En tus libros se me ordena hacer tu voluntad; esto es, Señor, lo que deseo: tu ley en medio de mi corazón.


He anunciado tu justicia en la gran asamblea; no he cerrado los labios: tú lo sabes, Señor.


Versículo antes del Evangelio (Sal 94,8): Aleluya. Hagámosle caso al Señor que nos dice: No endurezcáis vuestros corazones. Aleluya.


Texto del Evangelio (Mt 22,1-14): En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a los grandes sacerdotes y a los notables del pueblo: «El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Envió a sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir. Envió todavía a otros siervos, con este encargo: ‘Decid a los invitados: Mirad, mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la boda’. Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron. Se airó el rey y, enviando sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad.

»Entonces dice a sus siervos: ‘La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda’. Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales. Entró el rey a ver a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía traje de boda, le dice: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?’. Él se quedó callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: ‘Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes’. Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos».



«Mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la boda»

Rev. D. David AMADO i Fernández

(Barcelona, España)

Hoy, la parábola evangélica nos habla del banquete del Reino. Es una figura recurrente en la predicación de Jesús. Se trata de esa fiesta de bodas que sucederá al final de los tiempos y que será la unión de Jesús con su Iglesia. Ella es la esposa de Cristo que camina en el mundo, pero que se unirá finalmente a su Amado para siempre. Dios Padre ha preparado esa fiesta y quiere que todos los hombres asistan a ella. Por eso dice a todos los hombres: «Venid a la boda» (Mt 22,4).


La parábola, sin embargo, tiene un desarrollo trágico, pues muchos, «sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio...» (Mt 22,5). Por eso, la misericordia de Dios va dirigiéndose a personas cada vez más lejanas. Es como un novio que va a casarse e invita a sus familiares y amigos, pero éstos no quieren ir; llama después a conocidos y compañeros de trabajo y a vecinos, pero ponen excusas; finalmente se dirige a cualquier persona que encuentra, porque tiene preparado un banquete y quiere que haya invitados a la mesa. Algo semejante ocurre con Dios.


Pero, también, los distintos personajes que aparecen en la parábola pueden ser imagen de los estados de nuestra alma. Por la gracia bautismal somos amigos de Dios y coherederos con Cristo: tenemos un lugar reservado en el banquete. Si olvidamos nuestra condición de hijos, Dios pasa a tratarnos como conocidos y sigue invitándonos. Si dejamos morir en nosotros la gracia, nos convertimos en gente del camino, transeúntes sin oficio ni beneficio en las cosas del Reino. Pero Dios sigue llamando.


La llamada llega en cualquier momento. Es por invitación. Nadie tiene derecho. Es Dios quien se fija en nosotros y nos dice: «¡Venid a la boda!». Y la invitación hay que acogerla con palabras y hechos. Por eso aquel invitado mal vestido es expulsado: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?» (Mt 22,12).

ESTOS FUERON LOS HALLAZGOS DE SANTA ELENA EN TIERRA SANTA


 Estos fueron los hallazgos de Santa Elena en Tierra Santa

POR MARÍA XIMENA RONDÓN | ACI Prensa


En el siglo IV, la madre del emperador Constantino, Santa Elena, decidió viajar a Tierra Santa para buscar la Santa Cruz sobre la cual murio Cristo, y encontró mucho más que eso.

Según indica la tradición, los obreros que acompañaron a la santa realizaron excavaciones en el monte Calvario, donde encontraron la Santa Cruz y también otras reliquias relacionadas con Jesucristo.


La Santa Cruz

Escritores antiguos como San Crisóstomo y San Ambrosio narraron que, después de realizar muchas excavaciones, se encontraron tres cruces. 

Sin saber cuál era la de Jesús, trajeron hasta el Monte Calvario a una mujer agonizante y al tocarla con dos de las cruces ella empeoró. Pero con la tercera cruz, la enferma se recuperó instantáneamente.

El entonces Obispo de Jerusalén, Santa Elena, Santa Elena y miles de fieles llevaron la cruz en procesión por las calles de la ciudad.

Un trozo del madero donde fue crucificado Jesús se conserva en la ciudad de Caravaca de la Cruz, en Murcia (España) y otro fragmento de la Vera Cruz se encuentra en la Catedral del Niño Jesús, en la ciudad de Alepo (Siria). 

Esta reliquia fue obsequiada por el fallecido Vicario Apostólico Emérito de Alepo, Mons. Giuseppe Nazzaro. Durante todos los viernes de Cuaresma, los fieles tienen la oportunidad de rezar el Vía Crucis con ella.


La Escalera Santa

Santa Elena también mandó a llevar a Roma la Escalera Santa del palacio de Poncio Pilato, que estaba en Jerusalén. Dice la tradición que Jesús subió por estos peldaños de mármol en Viernes Santo para ser juzgado y que derramó allí gotas de sangre.

En la actualidad, la Escalera Santa se conserva frente de la Basílica de San Juan de Letrán en Roma. En 1723 fue protegida con madera de nogal para preservarla de los desgastes, ya que todos los días miles de peregrinos suben por ella de rodillas. 

En algunos peldaños se pueden apreciar a través de un cristal las gotas de sangre que derramó Cristo.


La Escalera Santa / Foto: Cortesía Ximena Rondón (ACI Prensa)


En 1908 el Papa San Pío X concedió la indulgencia plenaria a todos los que asciendan con devoción la escalera, luego de cumplir con las condiciones de la Confesión, la Comunión y la oración por las intenciones del Santo Padre.


Los clavos de Jesús y el “Titulus Crucis”

Santa Elena también encontró los clavos que perforaron las manos y los pies de Cristo. Se dice que la santa los utilizó para proteger a su hijo Constantino en las batallas, al colocar un clavo en su caballo y otro en su casco.

La santa también encontró el “Titulus Crucis”, la tablilla colgada en la Cruz que dice: “Jesús Nazareno Rey de los Judíos". Este último objeto fue llevado en el siglo VII a Roma por el Papa San Gregorio Magno.


Uno de los clavos y el "Titulus Crucis" / Foto: Ximena Rondón (ACI Prensa)


El “Titulus Crucis” y uno de los clavos se pueden venerar en la Basílica de la Santa Cruz en Jerusalén. Se cree que los otros clavos están en el altar mayor de la Catedral de Milán, en la llamada Corona de Hierro que está en la Catedral de Monza (Italia) y otro en la Catedral de Colle di Val d´Elsa en la región italiana de Toscana.


La Santa Túnica

En la Catedral de Tréveris se conserva una parte de la túnica que utilizó Jesús antes de ser crucificado. El trozo de tela habría sido conseguida por Santa Elena en Jerusalén y entregada al entonces Arzobispo de Tréveris (Alemania), San Agricio.


La cuna de Jesús

De su viaje a Tierra Santa, la madre del emperador Constantino trajo consigo un fragmento de la cuna donde, según la tradición, reposó el Niño Jesús. Esta reliquia se encuentra en la Basílica Santa María la Mayor en Roma.


Reliquias de los Reyes Magos

De acuerdo al sitio web de la Catedral de Colonia (Alemania), Santa Elena encontró las reliquias de los Reyes Magos en la ciudad de Saba, ubicada en la Península Arábiga, y las llevó hasta Constantinopla (hoy Estambul), que en ese entonces era la capital del Imperio Romano.

Años más tarde las reliquias fueron obsequiadas a San Eustorgio, Obispo de Milán (Italia), pero en el siglo XII el emperador Federico Barbarroja se las llevó a la Catedral de Colonia, donde permanecen hasta la fecha.


El Santo Sepulcro

La iglesia del Santo Sepulcro construida por el emperador Constantino, fue levantada sobre la tumba donde, según la tradición, fue enterrado Jesucristo. Este hallazgo también fue descubierto por Santa Elena en el siglo IV. 

BUENOS DÍAS

 




IMÁGENES DE PENSAMIENTOS SOBRE LA EUCARISTÍA

 









 

martes, 17 de agosto de 2021

EL HOGAR FELIZ QUE TODOS QUEREMOS



 El Hogar Feliz que todos queremos

Un buen hogar siempre estará donde el crecimiento sea por el mismo tronco.

Por: P. Dennis Doren, LC | Fuente: Catholic.Net



Un buen hogar siempre estará donde el camino esté lleno de “paciencia”; la almohada, de secretos; el perdón, de rosas. Estará donde el puente se halle tendido para pasar, las caras estén dispuestas para sonreír, las mentes activas para pensar y las voluntades deseosas para servir.

Un buen hogar siempre estará donde los besos tengan vuelo, y los pasos, mucha seguridad; los tropiezos tengan cordura y los detalles significación; la ternura sea muy tibia y el trato diario muy respetuoso; el deber sea gustoso, la armonía contagiosa y la paz dulce.

Un buen hogar siempre estará donde el crecimiento sea por el mismo tronco y el fruto por la misma raíz. Donde la navegación sea por la misma orilla y hacia el mismo puerto; la autoridad se haga sentir y, sin miedos ni amenazas, llene la función de encauzar, dirigir y proteger. Donde los abuelos sean reverenciados, los padres obedecidos ¡y los hijos acompañados!

Un buen hogar siempre estará donde el fracaso y el éxito sean de todos. Donde disentir sea intercambiar y no guerrear. Donde la formación junte los eslabones ¡y la oración forme la cadena! Donde las pajas se pongan con el alma y los hijos se calienten con amor. Donde el vivir esté lleno de sol y el sufrir esté lleno de fe.

Un buen hogar siempre estará en el ambiente donde naciste, en el huerto donde creciste, en el molde donde te configuraste y el taller donde te puliste.

Y muchas veces será el punto de referencia y la credencial para conocerte, porque el hogar esculpe el carácter, imprime rasgos, deja señales y marca huellas.

Con buenos hogares se podría salvar al mundo, porque ellos tocan a fondo la conducta de los hombres, la felicidad de los pueblos y la raíz de la vida.


            Señor Jesús, Tú viviste en una familia feliz.

            Haz de esta casa una morada de tu presencia,

            un hogar cálido y dichoso.

            Venga la tranquilidad a todos sus miembros,

            la serenidad a nuestros nervios,

            el control a nuestras lenguas,

            la salud a nuestros cuerpos.

            Que los hijos sean y se sientan amados,

            y se alejen de ellos para siempre,

            la ingratitud y el egoísmo.

            Inunda, Señor, el corazón de los padres

            de paciencia y comprensión,

            y de una generosidad sin límites.

            Extiende, Señor Dios, un toldo de amor,

            para cobijar y refrescar, calentar y madurar

            a todos los hijos de la casa.

            Danos el pan de cada día

            y aleja de nuestra casa

            el afán de exhibir, brillar y aparecer;

            líbranos de las vanidades mundanas

            y de las ambiciones que inquietan y roban la paz.

            Que la alegría brille en los ojos,

            la confianza abra todas las puertas,

            la dicha resplandezca como un sol;

            sea la paz la reina de este hogar

            y la unidad su sólido entramado.

            Te lo pedimos a Ti que fuiste un hijo feliz

            en el hogar de Nazaret junto a María y José.

            Amén.



            El Hogar donde yo vivo:

Es un mundo de dificultades afuera y un mundo de amor adentro.

Es el sitio donde los pequeños son grandes y donde los grandes son pequeños.

Es el mundo del padre, el reino de la madre, y el paraíso de los hijos.

Es el lugar donde rezongamos más y donde somos tratados mejor.

Es el centro de nuestros afectos, alrededor del cual, se tejen nuestros mejores deseos.

Es el sitio donde nuestro estómago recibe tres comidas diarias y nuestro corazón mil.

Es el único lugar de la tierra donde las faltas y los fracasos de la humanidad quedan ocultos bajo el suave manto del AMOR.

La excelencia en el hogar implica un esfuerzo común de los esposos, y luego de los hijos, por crear un lugar con un clima de cariño y ayuda mutua, con tradiciones y personalidad propias, fruto también de unos trabajos que trascienden la cotidianidad y la materialidad. Así, nuestro hogar será bendecido, iluminado y todos seremos felices viviendo en él…

EL EVANGELIO DE HOY MARTES 17 DE AGOSTO DE 2021



Martes 20 del tiempo ordinario

Martes 17 de agosto de 2021



1ª Lectura (Jue 6,11-24a): En aquellos días, el ángel del Señor vino y se sentó bajo la encina de Ofrá, propiedad de Joás de Abiezer, mientras su hijo Gedeón estaba trillando a látigo en el lagar, para esconderse de los madianitas. El ángel del Señor se le apareció y le dijo: «El Señor está contigo, valiente». Gedeón respondió: «Perdón, si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha venido encima todo esto? ¿Dónde han quedado aquellos prodigios que nos contaban nuestros padres: ‘De Egipto nos sacó el Señor’. La verdad es que ahora el Señor nos ha desamparado y nos ha entregado a los madianitas». El Señor se volvió a él y le dijo: «Vete, y con tus propias fuerzas salva a Israel de los madianitas. Yo te envío». Gedeón replicó: «Perdón, ¿cómo puedo yo librar a Israel? Precisamente mi familia es la menor de Manasés, y yo soy el más pequeño en la casa de mi padre». El Señor contestó: «Yo estaré contigo, y derrotarás a los madianitas como a un solo hombre».

Gedeón insistió: «Si he alcanzado tu favor, dame una señal de que eres tú quien habla conmigo. No te vayas de aquí hasta que yo vuelva con una ofrenda y te la presente». El Señor dijo: «Aquí me quedaré hasta que vuelvas». Gedeón marchó a preparar un cabrito y unos panes ázimos con media fanega de harina; colocó luego la carne en la cesta y echó el caldo en el puchero; se lo llevó al Señor y se lo ofreció bajo la encina. El ángel del Señor le dijo: «Coge la carne y los panes ázimos, colócalos sobre esta roca y derrama el caldo». Así lo hizo. Entonces el ángel del Señor alargó la punta del cayado que llevaba, tocó la carne y los panes, y se levantó de la roca una llamarada que los consumió. Y el ángel del Señor desapareció. Cuando Gedeón vio que se trataba del ángel del Señor, exclamó: «¡Ay, Dios mío, que he visto al ángel del Señor cara a cara!». Pero el Señor le dijo: «¡Paz, no temas, no morirás!». Entonces Gedeón levantó allí un altar al Señor y le puso el nombre de “Señor de la Paz”.





Salmo responsorial: 84

R/. El Señor anuncia la paz a su pueblo.

Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón».

La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.

El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.


Versículo antes del Evangelio (2Cor 8,9): Aleluya. Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza. Aleluya.

Texto del Evangelio (Mt 19,23-30): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos. Os lo repito, es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos». Al oír esto, los discípulos, llenos de asombro, decían: «Entonces, ¿quién se podrá salvar?». Jesús, mirándolos fijamente, dijo: «Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible».

Entonces Pedro, tomando la palabra, le dijo: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, pues?». Jesús les dijo: «Yo os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros».



«Un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos... Entonces, ¿quién se podrá salvar?»

Rev. D. Fernando PERALES i Madueño

(Terrassa, Barcelona, España)


Hoy contemplamos la reacción que suscitó entre los oyentes el diálogo del joven rico con Jesús: «¿Quién se podrá salvar?» (Mt 19,25). Las palabras del Señor dirigidas al joven rico son manifiestamente duras, pretenden sorprender, despertar nuestras somnolencias. No se trata de palabras aisladas, accidentales en el Evangelio: veinte veces repite este tipo de mensaje. Lo debemos recordar: Jesús advierte contra los obstáculos que suponen las riquezas, para entrar en la vida...

Y, sin embargo, Jesús amó y llamó a hombres ricos, sin exigirles que abandonaran sus responsabilidades. La riqueza en sí misma no es mala, sino su origen si fue injustamente adquirida, o su destino, si se utiliza egoístamente sin tener en cuenta a los más desfavorecidos, si cierra el corazón a los verdaderos valores espirituales (donde no hay necesidad de Dios).

«¿Quién se podrá salvar?». Jesús responde: «Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible» (Mt 19,26). —Señor, Tú conoces bien las habilidades de los hombres para atenuar tu Palabra. Tengo que decírtelo, ¡Señor, ayúdame! Convierte mi corazón.

Después de marchar el joven rico, entristecido por su apego a sus riquezas, Pedro tomó la palabra y dijo: —Concede, Señor, a tu Iglesia, a tus Apóstoles ser capaces de dejarlo todo por Ti.

«En la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria...» (Mt 19,28). Tu pensamiento se dirige a ese “día”, hacia ese futuro. Tú eres un hombre con tendencia hacia el fin del mundo, hacia la plenitud del hombre. En ese tiempo, Señor, todo será nuevo, renovado, bello.

Jesucristo nos dice: —Vosotros, que lo habéis dejado todo por el Reino, os sentaréis con el Hijo del Hombre... Recibiréis el ciento por uno de lo que habéis dejado... Y heredaréis la vida eterna... (cf. Mt 19,28-29).

El futuro que Tú prometes a los tuyos, a los que te han seguido renunciando a todos los obstáculos... es un futuro feliz, es la abundancia de la vida, es la plenitud divina.

—Gracias, Señor. ¡Condúceme hasta ese día! 

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