domingo, 20 de noviembre de 2022

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA SOLEMNIDAD DE CRISTO REY 2022



Homilía del Papa Francisco en la Solemnidad de Cristo Rey

Redacción ACI Prensa

 Crédito: Daniel Ibáñez/ACI Prensa



A continuación, la homilía completa del Papa Francisco en la Misa de la Solemnidad de Cristo Rey que ha presidido desde la catedral de Asti, pueblo del norte de Italia.

Vimos a este joven, Stefano, pidiendo recibir el ministerio de acólito en su camino hacia el sacerdocio. Hay que rezar por él, para que siga en su vocación y sea fiel; pero también hay que rezar por esta Iglesia de Asti, para que el Señor envíe vocaciones sacerdotales, porque como veis, la mayoría son viejos, como yo: necesitamos sacerdotes jóvenes, como algunos de los que hay aquí, que son muy buenos. Pidamos al Señor que bendiga esta tierra. 

Y de estas tierras partió mi padre para emigrar a Argentina; y en estas tierras, apreciadas por los buenos productos de la tierra y sobre todo por la genuina laboriosidad de la gente, vine a reencontrar el sabor de mis raíces. Pero hoy es de nuevo el Evangelio el que nos devuelve a las raíces de la fe. Se encuentran en la tierra árida del Calvario, donde la semilla de Jesús, al morir, hizo brotar la esperanza: plantada en el corazón de la tierra, nos abrió el camino del Cielo; con su muerte nos dio la vida eterna; a través del madero de la cruz nos trajo los frutos de la salvación. Miremos, pues, a Él, miremos al Crucificado. 

En la cruz sólo aparece una frase: "Es el Rey de los judíos" (Lc 23,38). Este es el título: Rey.  Sin embargo, cuando miramos a Jesús, nuestra idea de un rey se trastoca. Intentemos imaginar visualmente a un rey: pensaremos en un hombre fuerte sentado en un trono con preciosas insignias, un cetro en sus manos y anillos brillantes entre sus dedos, mientras pronuncia palabras solemnes a sus súbditos. 

Esta es, a grandes rasgos, la imagen que tenemos en la cabeza. Pero mirando a Jesús, vemos que es todo lo contrario. No está sentado en un cómodo trono, sino colgado de una horca; el Dios que "derriba a los poderosos de sus tronos" (Lc 1:52) trabaja como un siervo puesto en la cruz por los poderosos; adornado sólo con clavos y espinas, despojado de todo pero rico en amor, desde el trono de la cruz ya no enseña a las multitudes con palabras, ya no levanta la mano para enseñar. Hace más: no señala con el dedo a nadie, sino que abre los brazos a todos. Así se manifiesta nuestro Rey: con los brazos abiertos, un brasa aduerte. 

Sólo entrando en su abrazo lo entendemos: comprendemos que Dios llegó hasta donde llegó, hasta la paradoja de la cruz, precisamente para abrazar todo lo nuestro, incluso lo que estaba más lejos de Él: nuestra muerte -abrazó nuestra muerte-, nuestro dolor, nuestra pobreza, nuestra fragilidad y nuestra miseria. Y Él abrazó todo esto. Se dejó insultar y burlar, para que en cada humillación ninguno de nosotros estuviera solo; se dejó despojar, para que nadie se sintiera despojado de su dignidad; subió a la cruz, para que en cada crucificado de la historia estuviera la presencia de Dios. 

Aquí está nuestro Rey, Rey de cada uno de nosotros, Rey del universo porque ha cruzado las fronteras más lejanas de lo humano, ha entrado en los agujeros negros del odio, en los agujeros negros del abandono para iluminar cada vida y abrazar cada realidad. Hermanos, hermanas, ¡este es el Rey que celebramos hoy! No es fácil entenderlo, pero es nuestro Rey. Y la pregunta que hay que hacerse es: ¿es este Rey del universo el Rey de mi existencia?  ¿Creo en Él? ¿Cómo puedo celebrarlo como Señor de todas las cosas si no se convierte también en el Señor de mi vida? Y vosotros, que iniciáis hoy este camino hacia el sacerdocio, no olvidéis que éste es vuestro modelo: no os aferréis a los honores, no. Este es tu modelo; si no crees que puedas ser un sacerdote como este rey, mejor detente ahí.  

Vuelve a fijar tus ojos, sin embargo, en Jesús Crucificado. Ya ves, no observa tu vida un momento y ya está, no te echa una mirada fugaz como solemos hacer con Él, sino que se queda ahí, para brasa aduerte, para decirte en silencio que nada de ti le es ajeno, que quiere abrazarte, levantarte, salvarte tal y como eres, con tu historia, tus miserias, tus pecados. Pero Señor, ¿es verdad? Con mis miserias, ¿me quieres así? Cada uno en este momento piensa en su propia pobreza: "Pero, ¿me amas con estas pobrezas espirituales que tengo, con estas limitaciones?" 

Y Él sonríe y nos hace ver que nos ama y que ha dado su vida por nosotros. Pensamos un poco en nuestras limitaciones, incluso en las cosas buenas: Él nos ama tal como somos, tal como somos ahora. Él nos da la posibilidad de reinar en la vida, si te entregas a su amor manso que te propone pero nunca se impone -el amor de Dios nunca se impone- a su amor que siempre te perdona. Muchas veces nos cansamos de perdonar a la gente y hacemos la cruz, hacemos el entierro social. Nunca se cansa de perdonar, nunca, nunca: siempre te pone en pie, siempre te devuelve la dignidad real. Sí, ¿de dónde viene la salvación? De dejarnos amar por Él, porque sólo así nos liberamos de la esclavitud de nuestro ego, del miedo a estar solos, de pensar que no podemos hacerle frente. 

Hermanos, hermanas, pongámonos a menudo ante el Crucificado, dejémonos amar, porque esa brasa aduerte también nos abre el paraíso, como al "buen ladrón". Escuchemos dirigida a nosotros esa frase, la única que Jesús dice hoy desde la cruz: "Conmigo estaréis en el paraíso" (Lc 23,43). Esto es lo que Dios quiere y desea decirnos, a todos nosotros, cada vez que nos dejamos mirar por Él. Y entonces comprendemos que no tenemos un Dios desconocido que está allá arriba en los cielos, poderoso y distante, no: un Dios cercano, la cercanía es el estilo de Dios: cercanía, con ternura y misericordia. Este es el estilo de Dios. No tiene otro estilo. Cerrar, misericordioso y tierno. Tierna y compasiva, cuyos brazos abiertos reconfortan y acarician.  ¡Contempla a nuestro Rey!  

Hermanos, hermanas, habiéndolo contemplado, ¿qué podemos hacer? El Evangelio de hoy nos propone dos caminos. Ante Jesús están los que actúan como espectadores y los que se involucran. Los espectadores son muchos, la mayoría. Observan, es un espectáculo ver morir en la cruz. De hecho -dice el texto- "el pueblo estaba mirando" (v. 35). No eran malas personas, muchos eran creyentes, pero a la vista del Crucificado se quedan como espectadores: no dan un paso adelante hacia Jesús, sino que lo miran de lejos, curiosos e indiferentes, sin interesarse realmente, sin preguntarse qué podrían hacer. Puede que hayan comentado: "Pero mira esto...", puede que hayan expresado juicios y opiniones: "Pero es inocente, mira esto así...", puede que alguien se haya quejado, pero todos se quedaron con las manos cruzadas, con los brazos cruzados. 

Pero incluso cerca de la cruz hay espectadores: los dirigentes del pueblo, que quieren presenciar el espectáculo sangriento del final glorioso de Cristo; los soldados, que esperan que la ejecución termine pronto, para poder volver a casa; uno de los malhechores, que descarga su ira sobre Jesús.  Se burlan, insultan, se desahogan.  

Y todos estos curiosos comparten un estribillo, que el texto relata tres veces: "¡Si eres rey, sálvate a ti mismo!" (cf. vv. 35.37.39) ¡Lo insultan así, lo desafían! Sálvate a ti mismo, exactamente lo contrario de lo que hace Jesús, que no piensa en sí mismo, sino en salvarlos a ellos, que lo insultan. Pero salvarse contagia: desde los dirigentes hasta los soldados y el pueblo, la ola de maldad llega a casi todos. Pero pensamos que el mal es contagioso, nos contagia: como cuando cogemos una enfermedad infecciosa, nos contagia inmediatamente y esas personas hablan de Jesús pero no sintonizan ni un momento con Jesús. 

Mantienen la distancia y hablan. Es el contagio letal de la indiferencia. Una fea enfermedad, la indiferencia. "Esto no me toca, no me toca". Indiferencia hacia Jesús e indiferencia también hacia los enfermos, hacia los pobres, hacia los miserables de la tierra. Me gusta preguntar a la gente, y os pregunto a cada uno de vosotros; sé que cada uno de vosotros da limosna a los pobres, y os pregunto: "Cuando dais limosna a los pobres, ¿les miráis a los ojos? ¿Eres capaz de mirar a los ojos a ese pobre hombre o mujer que te pide limosna? Cuando das limosna a los pobres, ¿tiras la moneda o tocas su mano? ¿Eres capaz de tocar una miseria humana?" Cada uno se da a sí mismo la respuesta de hoy. Esas personas eran indiferentes.  Esas personas hablan de Jesús pero no sintonizan con él. 

Y ese es el contagio letal de la indiferencia: crea distancias con la miseria. La ola del mal siempre se extiende así: empieza por distanciarse, por mirar sin hacer nada, por no preocuparse, luego uno sólo piensa en lo que le interesa y se acostumbra a apartarse. Esto también es un riesgo para nuestra fe, que se marchita si se queda en una teoría que no se convierte en práctica, si no hay implicación, si no nos implicamos. Entonces nos convertimos en cristianos de agua de rosas -como he oído en casa- que dicen creer en Dios y querer la paz, pero no rezan y no se preocupan por el prójimo, y además, no les interesa Dios, ni la paz. Estos cristianos sólo de palabras, ¡superficiales! 

Esta era la ola del mal, que estaba allí en el Calvario. Pero también existe la beneficiosa ola del bien. Entre tantos curiosos, uno se involucra, concretamente el "buen ladrón". Los demás se ríen del Señor, él les habla y les llama por su nombre: 'Jesús'; muchos le echan la bronca, él confiesa sus errores a Cristo; muchos le dicen 'sálvate', él reza: 'Jesús, acuérdate de mí' (v. 42). Sólo se lo pide al Señor. Hermosa oración esta. 

Si cada uno de nosotros lo recita cada día, es un hermoso camino: el camino de la santidad: "Jesús, acuérdate de mí". Así, un malhechor se convierte en el primer santo: se acerca a Jesús por un momento y el Señor lo mantiene con él para siempre. Ahora, el Evangelio habla del buen ladrón para nosotros, para invitarnos a superar el mal dejando de ser espectadores. 

 Por favor, esto es peor que hacer el mal, la indiferencia. ¿Por dónde empezar? De la confianza, de llamar a Dios por su nombre, como hizo el buen ladrón, que al final de su vida redescubre la confianza valiente de los niños, que confían, piden, insisten. Y en confianza admite sus errores, llora, pero no sobre sí mismo, sino ante el Señor. Y nosotros, ¿tenemos esta confianza, llevamos a Jesús lo que tenemos dentro, o nos disfrazamos ante Dios, quizás con un poco de sacralidad e incienso? Por favor, no hagas espiritualidad de maquillaje: eso es aburrido.

Ante Dios: agua y jabón, solamente, sin maquillaje, pero el alma tal como es. Y de ahí viene la salvación. El que practica la confianza, como este buen ladrón, aprende la intercesión, aprende a llevar a Dios lo que ve, los sufrimientos del mundo, la gente que encuentra; para decirle, como el buen ladrón, "¡Recuerda, Señor!". No estamos en el mundo sólo para salvarnos a nosotros mismos, no: sino para llevar a nuestros hermanos y hermanas al abrazo del Rey. Interceder, recordar al Señor, abre las puertas del cielo. Pero, cuando rezamos, ¿intercedemos? "Acuérdate Señor, acuérdate de mí, acuérdate de mi familia, acuérdate de este problema, acuérdate, acuérdate...." Conseguir la atención del Señor. 

Hermanos, hermanas, hoy nuestro Rey desde la cruz nos mira un brasa aduerte. Depende de nosotros elegir si somos espectadores o nos involucramos. ¿Soy un espectador o quiero participar? Vemos las crisis de hoy, la disminución de la fe, la falta de participación.... ¿Qué hacemos? ¿Nos limitamos a teorizar, a criticar, o nos arremangamos, tomamos la vida en nuestras manos, pasamos del "si" de las excusas al "sí" de la oración y el servicio?

Todos pensamos que sabemos lo que está mal en la sociedad, todos; hablamos todos los días de lo que está mal en el mundo y también en la Iglesia: tantas cosas están mal en la Iglesia. ¿Pero entonces hacemos algo? ¿Nos ensuciamos las manos como nuestro Dios clavado en el madero, o nos quedamos con las manos en los bolsillos y observamos? 

Hoy, mientras Jesús, despojado en la cruz, quita todo velo sobre Dios y destruye toda falsa imagen de su realeza, miremos hacia Él, para encontrar el valor de mirarnos a nosotros mismos, para recorrer los caminos de la confianza y la intercesión, para hacernos siervos para reinar con Él. "Acuérdate Señor, acuérdate": Recemos esta oración más a menudo. Gracias.   

sábado, 19 de noviembre de 2022

MÁRTIR FIEL - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 20 DE NOVIEMBRE DE 2022 - CRISTO REY DEL UNIVERSO




MÁRTIR FIEL


Los cristianos hemos atribuido al Crucificado diversos nombres: «redentor», «salvador», «rey», «liberador». Podemos acercarnos a él agradecidos: él nos ha rescatado de la perdición. Podemos contemplarlo conmovidos: nadie nos ha amado así. Podemos abrazarnos a él para encontrar fuerzas en medio de nuestros sufrimientos y penas.

Entre los primeros cristianos se le llamaba también «mártir», es decir «testigo». Un escrito llamado Apocalipsis, redactado hacia el año 95, ve en el Crucificado al «mártir fiel», «testigo fiel». Desde la cruz, Jesús se nos presenta como testigo fiel del amor de Dios y también de una existencia identificada con los últimos. No hemos de olvidarlo.

Se identificó tanto con las víctimas inocentes que terminó como ellas. Su palabra molestaba. Había ido demasiado lejos al hablar de Dios y su justicia. Ni el Imperio ni el templo lo podían consentir. Había que eliminarlo. Tal vez, antes de que Pablo comenzara a elaborar su teología de la cruz, entre los pobres de Galilea se vivía esta convicción: «Ha muerto por nosotros», «por defendernos hasta el final», «por atreverse a hablar de Dios como defensor de los últimos».

Al mirar al Crucificado deberíamos recordar instintivamente el dolor y la humillación de tantas víctimas desconocidas que, a lo largo de la historia, han sufrido, sufren y sufrirán olvidadas por casi todos. Sería una burla besar al Crucificado, invocarlo o adorarlo mientras vivimos indiferentes a todo sufrimiento que no sea el nuestro.

El crucifijo está desapareciendo de nuestros hogares e instituciones, pero los crucificados siguen ahí. Los podemos ver todos los días en cualquier telediario. Hemos de aprender a venerar al Crucificado no en un pequeño crucifijo, sino en las víctimas inocentes del hambre y de las guerras, en las mujeres asesinadas por sus parejas, en los que se ahogan al hundirse sus pateras.

Confesar al Crucificado no es solo hacer grandes profesiones de fe. La mejor manera de aceptarlo como Señor y Redentor es imitarle viviendo identificados con quienes sufren injustamente.

Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
gruposdejesus.com
Lc (23,35-43) 


EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 20 DE NOVIEMBRE DE 2022 - JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO



Domingo 34 del tiempo ordinario: Jesucristo, Rey del Universo (C)

Domingo 20 de noviembre de 2022



 Ver 1ª Lectura y Salmo

1ª Lectura (2Sam 5,1-3): En aquellos días, todas las tribus de Israel se presentaron ante David en Hebron y le dijeron: «Hueso tuyo y carne tuya somos. Desde hace tiempo, cuando Saúl reinaba sobre nosotros, eras tú el que dirigía las salidas y entradas de Israel. Por su parte, el Señor te ha dicho: ‘Tú pastorearás a mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel’». Los ancianos de Israel vinieron a ver al rey en Hebrón. El rey hizo una alianza con ellos en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos le ungieron como rey de Israel.



Salmo responsorial: 121

R/. Vamos alegres a la casa del Señor.

Qué alegría cuando me dijeron: ¡«Vamos a la casa del Señor»! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén.


Allá suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor; en ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David.

2ª Lectura (Col 1,12-20): Hermanos: Demos gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. Él es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles. Tronos y Dominaciones, Principados y Potestades; todo fue creado por él y para él.

Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Versículo antes del Evangelio (Mc 11,10): Aleluya. ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David! Aleluya.

Texto del Evangelio (Lc 23,35-43): En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo: «A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido». También los soldados se burlaban de Él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: «Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!». Había encima de él una inscripción: «Éste es el Rey de los judíos».

Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».


«Éste es el Rey de los judíos»

Rev. D. Joan GUITERAS i Vilanova

(Barcelona, España)


Hoy, el Evangelio nos hace elevar los ojos hacia la cruz donde Cristo agoniza en el Calvario. Ahí vemos al Buen Pastor que da la vida por las ovejas. Y, encima de todo hay un letrero en el que se lee: «Éste es el Rey de los judíos» (Lc 23,38). Este que sufre horrorosamente y que está tan desfigurado en su rostro, ¿es el Rey? ¿Es posible? Lo comprende perfectamente el buen ladrón, uno de los dos ajusticiados a un lado y otro de Jesús. Le dice con fe suplicante: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino» (Lc 23,42). La respuesta de Jesús es consoladora y cierta: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43).

Sí, confesemos que Jesús es Rey. “Rey” con mayúscula. Nadie estará nunca a la altura de su realeza. El Reino de Jesús no es de este mundo. Es un Reino en el que se entra por la conversión cristiana. Un Reino de verdad y de vida, Reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz. Un Reino que sale de la Sangre y el agua que brotaron del costado de Jesucristo.

El Reino de Dios fue un tema primordial en la predicación del Señor. No cesaba de invitar a todos a entrar en él. Un día, en el Sermón de la montaña, proclamó bienaventurados a los pobres en el espíritu, porque ellos son los que poseerán el Reino.

Orígenes, comentando la sentencia de Jesús «El Reino de Dios ya está entre vosotros» (Lc 17,21), explica que quien suplica que el Reino de Dios venga, lo pide rectamente de aquel Reino de Dios que tiene dentro de él, para que nazca, fructifique y madure. Añade que «el Reino de Dios que hay dentro de nosotros, si avanzamos continuamente, llegará a su plenitud cuando se haya cumplido aquello que dice el Apóstol: que Cristo, una vez sometidos quienes le son enemigos, pondrá el Reino en manos de Dios el Padre, y así Dios será todo en todos». El escritor exhorta a que digamos siempre «Sea santificado tu nombre, venga a nosotros tu Reino».

Vivamos ya ahora el Reino con la santidad, y demos testimonio de él con la caridad que autentifica a la fe y a la esperanza.


 

¡VIVA CRISTO REY!

 




 

domingo, 13 de noviembre de 2022

IMÁGENES Y GIFS DE CRISTO REY







































 

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES 2022


Homilía del Papa Francisco en la Jornada Mundial de los Pobres 2022

Redacción ACI Prensa



El Papa Francisco celebró una Misa en el Vaticano este domingo 13 de noviembre con ocasión de la Jornada Mundial de los Pobres con el tema “Jesucristo se hizo pobre por nosotros” (Cor 2, 8-9).

“No sigamos a los falsos ‘mesías’ que, en nombre de la ganancia, proclaman recetas útiles solo para aumentar la riqueza de unos pocos, condenando a los pobres a la marginación. Al contrario, demos testimonio, encendamos luces de esperanza en medio de la oscuridad; aprovechemos, en las situaciones dramáticas, las ocasiones para testimoniar el Evangelio de la alegría y construir un mundo fraterno”, dijo el Santo Padre.


A continuación, la homilía pronunciada por el Papa Francisco:

Mientras algunos hablan de la belleza exterior del templo y admiran sus piedras, Jesús llama la atención sobre los eventos turbulentos y dramáticos que marcan la historia humana. En efecto, mientras el templo construido por las manos del hombre pasará, como pasan todas las cosas de este mundo, es importante saber discernir el tiempo en que vivimos, para seguir siendo discípulos del Evangelio incluso en medio a las dificultades de la historia.

Y, para indicarnos el modo de discernir, el Señor nos propone dos exhortaciones: no se dejen engañar, segunda, y den testimonio. No se dejen engañar y den testimonio.

Lo primero que Jesús les dice a sus oyentes, preocupados por “cuándo” y “cómo” ocurrirán los hechos espantosos de los que habla, es: «Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: “Soy yo”, y también: “El tiempo está cerca”. No los sigan» (Lc 21,8). Y añade: «Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen» (v. 9). Y esto, en este momento nos viene bien ¿eh?

¿De qué engaño, pues, quiere liberarnos Jesús? De la tentación de leer los hechos más dramáticos de manera supersticiosa o catastrófica, como si ya estuviéramos cerca del fin del mundo y no valiera la pena seguir comprometiéndonos en cosas buenas. Si pensamos de esta manera, nos dejamos guiar por el miedo, y quizás luego buscamos respuestas con curiosidad morbosa en las fábulas de magos u horóscopos, que nunca faltan; -y hoy, muchos cristianos van a visitar a los magos, buscan los horóscopos como si fuera la voz de Dios- o incluso, confiamos en fantasiosas teorías propuestas por algún “mesías” de última hora, generalmente siempre derrotistas y conspirativas. También la psicología del complot es mala, nos hace mal. Aquí no está el Espíritu del Señor. No está. Ni en el buscar al gurú, ni con el espíritu del complot, allí no está el Señor.

Jesús nos advierte: “No se dejen engañar”, no se dejen deslumbrar por curiosidades ridículas, no afronten los acontecimientos movidos por el miedo, más bien apréndanlos a leerlos con los ojos de la fe, seguros de que estando cerca de Dios «Ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza» (v. 18).

Si la historia humana está llena de acontecimientos dramáticos, situaciones de dolor, guerras, revoluciones y calamidades, es igualmente cierto -dice Jesús- que todo esto no es el final (cf. v. 9); no es un buen motivo para dejarse paralizar por el miedo o ceder al derrotismo de quien piensa que todo está perdido y es inútil comprometerse en la vida.

El discípulo del Señor no se deja atrofiar por la resignación, no cede al desaliento ni siquiera en las situaciones más difíciles, porque su Dios es el Dios de la resurrección y de la esperanza, que siempre reanima, con Él siempre se puede levantar la mirada, empezar de nuevo y volver a caminar. El cristiano, entonces, ante la prueba, cualquiera prueba sea, cultural, histórica o personal, ante la prueba se pregunta “¿Qué nos está diciendo el Señor a través de este momento de crisis?”. También yo hago esta pregunta hoy: “¿Qué nos está diciendo el Señor ante esta tercera guerra mundial? ¿Qué nos está diciendo el Señor?”.

Y, mientras ocurren cosas malas que generan pobreza y sufrimiento, se pregunta “¿Concretamente, que bien puedo hacer yo?”. No huir, sino hacerse la pregunta: “¿Qué me dice el Señor? y ¿Qué bien puedo hacer yo?”.

No por casualidad, la segunda exhortación de Jesús, después de “no se dejen engañar”, está en positivo. Él dice «Esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí» (v. 13). Ocasión para dar testimonio. Ocasión para dar testimonio.

Quisiera subrayar esta hermosa palabra: ocasión, que significa tener la oportunidad de hacer algo bueno a partir de las circunstancias de la vida, incluso cuando no son ideales. Es un hermoso arte, típicamente cristiano; no quedarnos como víctimas de lo que sucede -el cristiano no es víctima, y la piscología del victimismo es mala, nos hace mal-, el cristiano no permanece víctima de lo que sucede sino que aprovecha la oportunidad que se esconde en todo lo que nos acontece, el bien que es posible construir, toma el bien, el poco bien que es posible hacer, y construye también a partir de situaciones negativas.

Cada crisis es una posibilidad y ofrece oportunidades de crecimiento. Porque cada crisis está abierta, cada crisis tiene la presencia de Dios y tiene la presencia de la humanidad. ¿Qué hace el mal espíritu? Quiere que nosotros transformemos la crisis en conflicto, y el conflicto siempre es cerrado, sin horizontes, sin vía de salida. No, vivamos la crisis como personas humanas, como cristianos, pero no transformándola en conflicto porque cada crisis es una posibilidad y ofrece ocasión de crecimiento.

Nos damos cuenta de ello si volvemos a leer nuestras historias personales. En la vida, a menudo, los pasos adelante más importantes se dan precisamente dentro de algunas crisis, de momentos de prueba, de pérdida de control, de inseguridad. Y, entonces, comprendemos la invitación que Jesús hace hoy directamente a mí, a ti, a cada uno de nosotros.

Mientras ves a tu alrededor hechos desconcertantes, mientras se levantan guerras y conflictos, mientras ocurren terremotos, carestías y epidemias, ¿tú qué haces? ¿Te distraes para no pensar en ello? ¿Te diviertes para no involucrarte? ¿Eliges el camino de la mundanidad para no tomar por la mano, tomar con el corazón estas situaciones dramáticas? ¿Miras hacia otro lado para no ver? ¿Te adaptas, sumiso y resignado, a lo que sucede? ¿O estas situaciones se convierten en ocasiones para testimoniar el Evangelio?

Hoy cada uno de nosotros debe interrogarse ante tantas calamidades, ante esta tercera guerra mundial así de cruel, ante el hambre de tantos niños, de tanta gente, ¿yo puedo desperdiciar? ¿desperdiciar el dinero? ¿desperdiciar mi vida? ¿desperdiciar el sentido de mi vida sin tomar valentía e ir hacia adelante?

Hermanos y hermanas, en esta Jornada Mundial de los Pobres la Palabra de Jesús es una fuerte advertencia para romper esa sordera interior que nos impide escuchar el grito sofocado de dolor de los más débiles. También hoy vivimos en sociedades heridas y asistimos, precisamente como nos lo ha dicho el Evangelio, a escenarios de violencia, -basta pensar en la crueldad que está sufriendo el pueblo de Ucrania- injusticia y persecución; además, debemos afrontar la crisis generada por el cambio climático y la pandemia, que ha dejado tras de sí un rastro de malestares no solo físicos, sino también psicológicos, económicos y sociales.

También hoy, hermanos y hermanas, vemos levantarse pueblo contra pueblo y presenciamos angustiados la vehemente ampliación de los conflictos, la desgracia de la guerra, que provoca la muerte de tantos inocentes y multiplica el veneno del odio.

También hoy, hermanos y hermanas, mucho más que ayer, muchos hermanos y hermanas, probados y desalentados, emigran en busca de esperanza, y muchas personas viven en la precariedad por la falta de empleo a causa de condiciones laborales injustas e indignas.

Y también hoy, hermanos y hermanas, los pobres son las víctimas más penalizadas de cada crisis. Pero, si nuestro corazón permanece adormecido e insensible, no logramos escuchar su débil grito de dolor, llorar con ellos y por ellos, ver cuánta soledad y angustia se esconden también en los rincones más olvidados de nuestras ciudades. Se necesita ir a los rincones de las ciudades, a los rincones escondidos, obscuros, allí se ve mucha miseria, mucho dolor, mucha pobreza descartada.

Hagamos nuestra la invitación fuerte y clara del Evangelio a no dejarnos engañar. No escuchemos a los profetas de desventura; no nos dejemos seducir por los cantos de sirena del populismo, que instrumentaliza las necesidades del pueblo proponiendo soluciones demasiado fáciles y apresuradas.

No sigamos a los falsos “mesías” que, en nombre de la ganancia, proclaman recetas útiles solo para aumentar la riqueza de unos pocos, condenando a los pobres a la marginación. Al contrario, demos testimonio, encendamos luces de esperanza en medio de la oscuridad; aprovechemos, en las situaciones dramáticas, las ocasiones para testimoniar el Evangelio de la alegría y construir un mundo fraterno, al menos un poco más fraterno; comprometámonos con valentía por la justicia, la legalidad y la paz, estando siempre del lado de los débiles.

No escapemos para defendernos de la historia, sino que luchemos para darle a esta historia que nosotros estamos viviendo un rostro diferente.

¿Dónde encontrar la fuerza para todo esto? En la confianza en Dios, que es Padre y vela por nosotros. Si le abrimos nuestro corazón, aumentará en nosotros la capacidad de amar. Este es el camino, crecer en el amor.

Jesús, en efecto, después de haber hablado de escenarios de violencia y de terror, concluye diciendo, «Ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza» (v. 18). Pero ¿qué significa? Que Él está con nosotros, Él es nuestro custodio, Él camina con nosotros ¿yo tengo esta fe? ¿tú tienes esta fe que el Señor camina contigo?

Esto nos lo debemos repetir siempre, especialmente en los momentos más dolorosos: Dios es Padre y está a mi lado, me conoce y me ama, vela por mí, no duerme, cuida de mí y con Él ni siquiera un cabello de mi cabeza se perderá. ¿y yo cómo respondo a esto? Mirando a los hermanos y hermanas necesitados, mirando esta civilización del descarte, esta cultura del descarte, que descarta a los pobres, que descarta a las personas con menos posibilidades, que descarta a los ancianos, que descarta a quienes nacen, todo descarto, mirando eso ¿qué siento que debo hacer como cristiano en este momento?

Amados por Él, decidámonos a amar a los hijos más descartados, -el Señor está allí-. Hay una antigua tradición, también en los pueblos en Italia, algunos lo hacen, en la cena de Navidad, dejar un lugar vacío para el Señor, que tocará a la puerta en una persona que tendrá necesidad. ¿Tú corazón tiene lugar libre para esa gente? ¿mi corazón, tiene un lugar libre para esa gente? O ¿estamos tan ocupados con los amigos, los eventos sociales, las obligaciones? Nunca tenemos un lugar libre para esa gente.

Amados por Él, decidámonos a amar a los hijos más descartados, cuidemos de los pobres, en quienes está Jesús, que se hizo pobre por nosotros (cf. 2 Co 8,9). Él se identifica con el pobre. Sintámonos comprometidos para que no se pierda ni un cabello de sus cabezas.

No podemos quedarnos, como aquellos de los que habla el Evangelio, admirando las hermosas piedras del templo, sin reconocer el verdadero templo de Dios, que es el ser humano, el hombre y la mujer, especialmente el pobre, en cuyo rostro, en cuya historia, en cuyas heridas está Jesús. Él lo dijo. Nunca lo olvidemos. Gracias.  

EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 13 DE NOVIEMBRE DE 2022



Domingo 33 (C) del tiempo ordinario

Domingo 13 de noviembre de 2022



1ª Lectura (Mal 3,19-20a): He aquí que llega el día, ardiente como un horno, en el que todos los orgullosos y malhechores serán como paja; los consumirá el día que está llegando, dice el Señor del universo, y no les dejará ni copa ni raíz. Pero a vosotros, los que teméis mi nombre, os iluminará un sol de justicia y hallaréis salud a su sombra.


Salmo responsorial: 97

R/. El Señor llega para regir los pueblos con rectitud.

Tañed la cítara para el Señor, suenen los instrumentos: con clarines y al son de trompetas, aclamad al Rey y Señor.

Retumbe el mar y cuanto contiene, la tierra y cuantos la habitan; aplaudan los ríos, aclamen los montes.

Al Señor, que llega para regir la tierra. Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud.

2ª Lectura (2Tes 3,7-12): Hermanos: Ya sabéis vosotros cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: No vivimos entre vosotros sin trabajar, no comimos de balde el pan de nadie, sino que con cansancio y fatiga, día y noche, trabajamos a fin de no ser una carga para ninguno de vosotros. No porque no tuviéramos derecho, sino para daros en nosotros un modelo que imitar. Además, cuando estábamos entre vosotros, os mandábamos que si alguno no quiere trabajar, que no coma. Porque nos hemos enterado de que algunos viven desordenadamente, sin trabajar, antes bien metiéndose en todo. A esos les mandamos y exhortamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con sosiego para comer su propio pan.

Versículo antes del Evangelio (Lc 21,28): Aleluya. Estad alerta y levantad la cabeza, porque se acerca la hora de vuestra liberación. Aleluya.

Texto del Evangelio (Lc 21,5-19): En aquel tiempo, como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, Él dijo: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida».

Le preguntaron: «Maestro, ¿Cuándo sucederá eso? Y ¿Cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?». Él dijo: «Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: ‘Yo soy’ y ‘el tiempo está cerca’. No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato».

Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo. Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».



«Mirad, no os dejéis engañar»

+ Rev. D. Joan MARQUÉS i Suriñach

(Vilamarí, Girona, España)


Hoy, el Evangelio nos habla de la última venida del Hijo del hombre. Se acerca el final del año litúrgico y la Iglesia nos presenta la parusía, y al mismo tiempo quiere que pensemos en nuestras postrimerías: muerte, juicio, infierno o cielo. El fin de un viaje condiciona su realización. Si quieres ir al infierno, te podrás comportar de una manera determinada de acuerdo con el término de tu viaje. Si escoges el cielo, habrás de ser coherente con la Gloria que quieres conquistar. Siempre, libremente. Al infierno no va nadie por la fuerza; ni al cielo, tampoco. Dios es justo y da a cada uno lo que se ha ganado, ni más ni menos. No castiga ni premia arbitrariamente, movido por simpatías o antipatías. Respeta nuestra libertad. Sin embargo, hay que tener presente que al salir de este mundo la libertad ya no podrá escoger. El árbol permanecerá tendido por el lado en que haya caído.

«Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección» (Catecismo de la Iglesia n. 1033).

¿Te imaginas la grandiosidad del espectáculo? Los hombres y las mujeres de todas las razas y de todos los tiempos, con nuestro cuerpo resucitado y nuestra alma compareceremos delante de Jesucristo, que presidirá el acto con gran poder y majestad. Vendrá a juzgarnos en presencia de todo el mundo. Si la entrada no fuera gratuita, valdría la pena... Entonces se sabrá la verdad de todos nuestros actos interiores y exteriores. Entonces veremos de quién son los dineros, los hijos, los libros, los proyectos y las demás cosas: «No quedará piedra sobre piedra que no sea derruida» (Lc 21,6). Día de alegría y de gloria para unos; día de tristeza y de vergüenza para otros. Lo que no quieras que aparezca públicamente, ahora te es posible eliminarlo con una confesión bien hecha. No puedes improvisar un acto tan solemne y comprometedor. Jesús nos lo advierte: «Mirad, no os dejéis engañar» (Lc 21,8). ¿Estás preparado ahora?  

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