domingo, 6 de noviembre de 2022

11 CITAS BÍBLICAS QUE AFIRMAN QUE EXISTE EL PURGATORIO



11 citas bíblicas que afirman que existe el Purgatorio

Redacción ACI Prensa



Te explicamos qué dice la Biblia sobre la existencia, origen y misión del Purgatorio en el Plan de Dios para la salvación de las almas.


¿Qué es el Purgatorio?

El Catecismo de la Iglesia Católica señala que el Purgatorio es una “purificación final” que deben atravesar para llegar al Cielo todos aquellos “que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación”.

El autor y apologista católico Dave Armstrong señaló en un artículo publicado en National Catholic Register que a lo largo de los años, santos y teólogos como Orígenes, San Ireneo, San Ambrosio, San Agustín y San Jerónimo encontraron en la Biblia descripciones sobre el Purgatorio.

A continuación, compartimos 11 citas de la Biblia que confirman la existencia del Purgatorio:


1.- Salmos 66:12

"Dejaste que un cualquiera a nuestra cabeza cabalgara, por el fuego y el agua atravesamos; mas luego nos sacaste para cobrar aliento”.

Armstrong indicó que Orígenes y San Ambrosio consideraban que este salmo hace referencia al “agua del bautismo y el fuego del Purgatorio”.


2.- Isaías 4:4

“Cuando haya lavado el Señor la inmundicia de las hijas de Sión, y las manchas de sangre de Jerusalén haya limpiado del interior de ella con viento justiciero y viento abrasador”.

El apologista recordó que San Agustín en el libro 20 capítulo 25 de la “Ciudad de Dios”, interpreta este pasaje como una descripción del Purgatorio y resaltó que el versículo anterior hace referencia a las personas salvadas.


3.- Miqueas 7:9

“La cólera de Yahveh soportaré, ya que he pecado contra Él, hasta que Él juzgue mi causa y ejecute mi juicio; Él me sacará a la luz, y yo contemplaré su justicia”.

Armstrong señaló que “San Jerónimo consideró este versículo una clara prueba del Purgatorio”.


4.- Malaquías 3:3

“Se sentará para fundir y purgar. Purificará a los hijos de Leví y los acrisolará como el oro y la plata; y serán para Yahveh los que presentan la oblación en justicia”.

El autor señaló que “Orígenes, San Ireneo, San Ambrosio, San Agustín y San Jerónimo pensaron que esta era una descripción del Purgatorio”.


5.- 2 Macabeos 12:44-45

“Pues de no esperar que los soldados caídos resucitarían, habría sido superfluo y necio rogar por los muertos; mas si consideraba que una magnífica recompensa está reservada a los que duermen piadosamente, era un pensamiento santo y piadoso”.

“Los judíos ofrecieron expiación y oración por sus hermanos fallecidos, quienes claramente habían violado la ley mosaica. Tal práctica presupone el Purgatorio, ya que los que están en el Cielo no necesitan ayuda y los que están en el Infierno ya no pueden ser socorridos”, resaltó Armstrong.


6.- Mateo 5:22

“Pues yo os digo: todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano ‘imbécil’, será reo ante el Sanedrín; y el que le llame ‘renegado’, será reo de la gehenna de fuego”.

El autor recordó que San Francisco de Sales comentaba sobre este pasaje que “es solo el tercer tipo de ofensa que se castiga con el Infierno; por tanto, en el juicio de Dios después de esta vida hay otros dolores que no son eternos ni infernales; estos son los dolores del Purgatorio”.


7.- Mateo 5:26

“Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo”.

Armstrong señaló que Tertuliano, San Cipriano, Orígenes, San Ambrosio y San Jerónimo concuerdan que la “prisión” a la que hace referencia este versículo es el Purgatorio y “el ‘céntimo’ representa los pecados más leves que comete el hombre”.


8.- Mateo 12:32

“Y al que diga una palabra contra el Hijo del Hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro”.

El autor señaló que si el pecado contra el Espíritu Santo “no puede ser perdonado después de la muerte, se sigue que hay otros que pueden serlo”, los cuales se limpian en el Purgatorio.


9.- 1 Corintios 3:11-15

“Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo. Y si uno construye sobre este cimiento con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el Día, que ha de revelarse por el fuego. Y la calidad de la obra de cada cual, la probará el fuego. Aquel, cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa. Mas aquel, cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. Él, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego”.

Armstrong recordó que San Agustín indica en la “Exposición sobre el Libro de los Salmos” que los hombres “se salvarán, sin duda, después de la prueba de fuego, pero esa prueba será terrible, ese tormento será más intolerable que todos los sufrimientos más insoportables de este mundo”.


10.- Hebreos 12:14

“Procurad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”.

“Incluso suponiendo que se permitiera que un hombre de vida impía entrara al Cielo, no sería feliz allí; de modo que no sería misericordioso permitirle entrar. Hay una enfermedad moral que trastorna la vista interior y el gusto; y ningún hombre que trabaje bajo él está en condiciones de disfrutar lo que las Escrituras llaman la plenitud del gozo en la presencia de Dios”, señaló San John Henry Newman.


11.- Apocalipsis 21:27

“Nada profano entrará en ella, ni los que cometen abominación y mentira, sino solamente los inscritos en el libro de la vida del Cordero”.

El autor señaló que el historiador de la Iglesia Protestante, Philip Schaff, indicaba que “estos puntos de vista del estado medio en relación con las oraciones por los muertos muestran una fuerte tendencia a la doctrina católica romana de Purgatorio”. 

EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 6 DE NOVIEMBRE DE 2022

 



 Domingo 32 (C) del tiempo ordinario

Domingo 6 de noviembre de 2022


1ª Lectura (2Mac 7,1-2.9-14): En aquellos días, sucedió que arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la ley. Uno de ellos habló en nombre de los demás: «Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres». El segundo, estando a punto de morir, dijo: «Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el Rey del universo nos resucitará para una vida eterna». Después se burlaron del tercero. Cuando le pidieron que sacara la lengua, lo hizo enseguida y presentó las manos con gran valor. Y habló dignamente: «Del Cielo las recibí y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios».

El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos. Cuando murió este, torturaron de modo semejante al cuarto. Y, cuando estaba a punto de morir, dijo: «Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la esperanza de que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida».



Salmo responsorial: 16

R/. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.

Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica, que en mis labios no hay engaño.

Mis pies estuvieron firmes en tus caminos, y no vacilaron mis pasos. Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras.

Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme. Yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante.


2ª Lectura (2Tes 2,16—3,5): Hermanos: Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y nos ha regalado un consuelo eterno y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones y os dé fuerza para toda clase de palabras y obras buenas. Por lo demás, hermanos, orad por nosotros, para que la palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada, como lo fue entre vosotros, y para que nos veamos libres de la gente perversa y malvada, porque la fe no es de todos. El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno. En cuanto a vosotros, estamos seguros en el Señor de que ya cumplís y seguiréis cumpliendo todo lo que os hemos mandado. Que el Señor dirija vuestros corazones hacia el amor de Dios y la paciencia en Cristo.


Versículo antes del Evangelio (Ap 1,5.6): Aleluya. Jesucristo es el primogénito de los muertos; a él sea dada la gloria y el poder por siempre. Aleluya.


Texto del Evangelio (Lc 20,27-38): En aquel tiempo, acercándose algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; y la tomó el segundo, luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer».

Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven».



«No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven»

Mn. Ramon SÀRRIAS i Ribalta

(Andorra la Vella, Andorra)


Hoy, Jesús hace una clara afirmación de la resurrección y de la vida eterna. Los saduceos ponían en duda, o peor todavía, ridiculizaban la creencia en la vida eterna después de la muerte, que —en cambio— era defendida por los fariseos y lo es también por nosotros.

La pregunta que hacen los saduceos a Jesús «¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer» (Lc 20,33) deja entrever una mentalidad jurídica de posesión, una reivindicación del derecho de propiedad sobre una persona. Además, la trampa que ponen a Jesús muestra un equívoco que todavía existe hoy; imaginar la vida eterna como una prolongación, después de la muerte, de la existencia terrenal. El cielo consistiría en la transposición de las cosas bonitas que ahora gozamos.

Una cosa es creer en la vida eterna y otra es imaginarse cómo será. El misterio que no está rodeado de respeto y discreción, peligra ser banalizado por la curiosidad y, finalmente, ridiculizado.

La respuesta de Jesús tiene dos partes. En la primera quiere hacer entender que la institución del matrimonio ya no tiene razón de ser en la otra vida: «Los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido» (Lc 20,35). Lo que sí perdura y llega a su máxima plenitud es todo lo que hayamos sembrado de amor auténtico, de amistad, de fraternidad, de justicia y verdad...

El segundo momento de la respuesta nos deja dos certezas: «No es un Dios de muertos, sino de vivos» (Lc 20,38). Confiar en este Dios quiere decir darnos cuenta de que estamos hechos para la vida. Y la vida consiste en estar con Él de manera ininterrumpida, para siempre. Además, «para Él todos viven» (Lc 20,38): Dios es la fuente de la vida. El creyente, sumergido en Dios por el bautismo, ha sido arrancado para siempre del dominio de la muerte. «El amor se convierte en una realidad cumplida si se incluye en un amor que proporcione realmente eternidad» (Benedicto XVI).

FELIZ DOMINGO!!!!

  





miércoles, 2 de noviembre de 2022

HOY CELEBRAMOS EL DÍA DE LOS FIELES DIFUNTOS - 2 DE NOVIEMBRE




Hoy es día de la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos
Redacción ACI Prensa



Señala el Martirologio Romano:
“Conmemoración de todos los fieles difuntos. La santa Madre Iglesia, después de su solicitud para celebrar con las debidas alabanzas la dicha de todos sus hijos bienaventurados en el cielo, se interesa ante el Señor en favor de las almas de cuantos nos precedieron con el signo de la fe y duermen en la esperanza de la resurrección, y por todos los difuntos desde el principio del mundo, cuya fe solo Dios conoce, para que, purificados de toda mancha de pecado y asociados a los ciudadanos celestes, puedan gozar de la visión de la felicidad eterna” (elog. del Martirologio Romano).

Hoy miles de personas en todo el mundo visitan los cementerios para honrar la memoria de sus seres queridos y de todos aquellos que partieron al encuentro con Dios.

En este día la Iglesia toda dedica la liturgia a animar a los fieles a orar por el eterno descanso de quienes han muerto, con la esperanza de que todos, en el día que no conoce final, nos podamos reunir en el amor infinito de Dios.


Caridad, memoria y recogimiento

Constituye una obra de caridad indispensable que quienes aún peregrinamos en este mundo oremos y hagamos sacrificios por las almas del purgatorio, conscientes de que muchos entre quienes nos han precedido necesitan aún purgar sus faltas para poder gozar de Dios de manera definitiva.

Dice el Santo Padre: “El recuerdo de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios son testimonios de confiada esperanza, arraigada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre la suerte humana, puesto que el hombre está destinado a una vida sin límites, cuya raíz y realización están en Dios” (Papa Francisco).

Es importante que todos los católicos guardemos el debido respeto en los cementerios y campos santos. Ciertamente, hay una diversidad de costumbres presentes y arraigadas, que pueden o no ser parte de lo que se denomina la Piedad Popular.

Como fuere, esta conmemoración no puede ser pretexto para abandonar el recogimiento, la oración de intercesión o la conciencia de que somos pecadores y necesitamos todos, vivos y muertos, de la misericordia de Dios.

¿Qué más recomienda la Iglesia para hoy?

Recomendables son las oraciones de intercesión ofrecidas a la Virgen María, de manera especial el Santo Rosario; también es bueno pedir la intercesión de los santos a través de novenas u oraciones votivas; y, finalmente, no debemos olvidar que toda oración debe estar acompañada de obras de caridad o pequeños sacrificios de la vida cotidiana como, por ejemplo, la limosna, esto es, compartir nuestros bienes con los más necesitados.

Una mención aparte merece la asistencia a la Santa Misa. Si bien en la mayoría de lugares no es día de precepto o día de guardar, la celebración eucarística es “la oración por excelencia''. Eso no puede ser pasado por alto. Ofrezcamos la Santa Misa.

También es muy recomendable averiguar y poner en práctica las distintas alternativas que da la Iglesia universal o las Iglesias locales para obtener la Indulgencia Plenaria por los difuntos.


Indulgencia plenaria por la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos
La Penitenciaría Apostólica del Vaticano otorga, como todos los años, las facilidades para obtener la indulgencia plenaria en el Día de los Fieles Difuntos que hoy, miércoles 2 de noviembre, celebramos.

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA MISA POR LOS CARDENALES Y OBISPOS FALLECIDOS EN 2022

 


Homilía del Papa Francisco en la Misa por los cardenales y obispos fallecidos en 2022

Redacción ACI Prensa


El Papa Francisco presidió esta mañana en la Basílica de San Pedro del Vaticano la Misa en sufragio por los cardenales y obispos fallecidos durante el año. 


A continuación, la homilía completa del Papa Francisco:

Las lecturas que hemos escuchado me provocan dos palabras: expectación y sorpresa. La espera expresa el sentido de la vida, porque vivimos a la espera del encuentro: el encuentro con Dios, que es el motivo de nuestra oración de intercesión de hoy, especialmente por los cardenales y obispos fallecidos durante el pasado año, por los que ofrecemos este sacrificio eucarístico en sufragio. 

Todos vivimos a la expectativa, con la esperanza de escuchar un día aquellas palabras de Jesús: "Venid, benditos de mi Padre" (Mt 25,34). Estamos en la sala de espera del mundo para entrar en el cielo, para participar en ese "banquete para todos los pueblos" del que nos habló el profeta Isaías (cf. 25,6). 

Dice algo que nos alegra el corazón porque hará realidad precisamente nuestras mayores expectativas: el Señor "abolirá la muerte para siempre" y "enjugará las lágrimas de todos los rostros" (v. 8). Es bonito cuando el Señor viene a secar las lágrimas. Y es feo cuando esperamos que sea algún otro y no el Señor quien las seque. Y es más feo todavía, no tener lágrimas. 

Entonces podremos decir: "Este es el Señor en quien hemos esperado, aquel que seca las lágrimas; alegrémonos, gocemos de su salvación" (v. 9). Sí, vivimos a la espera de recibir bienes tan grandes y hermosos que ni siquiera podemos imaginarlos, porque, como nos recuerda el apóstol Pablo, "somos herederos de Dios, coherederos con Cristo" (Rm 8,17) y "esperamos vivir para siempre, esperamos la redención de nuestros cuerpos" (cf. v. 23).  

Hermanos y hermanas, alimentemos nuestra espera del cielo, ejercitemos nuestro deseo del cielo. Nos hace bien preguntarnos hoy si nuestros deseos tienen algo que ver con el Cielo. Si nuestros deseos tienen algo que ver con el Cielo. Porque nos arriesgamos a aspirar continuamente a las cosas que pasan, de confundir los deseos con las necesidades, de anteponer las expectativas del mundo a la expectativa de Dios. 

Pero perder de vista lo que importa para perseguir el viento sería el mayor error de la vida. Miremos hacia arriba, porque estamos en camino hacia lo Más Alto, mientras que las cosas de aquí abajo no subirán allí: las mejores carreras, los mayores éxitos, los títulos y los galardones más prestigiosos, las riquezas acumuladas y las ganancias terrenales, todo se desvanecerá en un instante. Y todas las expectativas depositadas en ellos se verán defraudadas para siempre. Y, sin embargo, ¡cuánto tiempo, esfuerzo y energía gastamos preocupándonos y afligiéndonos por estas cosas, dejando que la tensión hacia el hogar se desvanezca, perdiendo de vista el sentido del viaje, la meta del viaje, el infinito al que tendemos, la alegría por la que respiramos! 

Preguntémonos: ¿vivo lo que dice el Credo, espero -es decir- la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro? ¿Y cómo es mi espera? ¿Voy a lo esencial o me distraigo con muchas cosas superfluas? ¿Cultivo la esperanza o sigo lamentándome porque valoro demasiado tantas cosas que no importan y que luego pasarán? 

Mientras esperamos el mañana, nos ayuda el Evangelio de hoy. Y aquí surge la segunda palabra que me gustaría compartir con ustedes: sorpresa. Porque la sorpresa es grande cada vez que escuchamos el capítulo 25 de Mateo. Es similar a la de los protagonistas, que dicen: "Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te acogimos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vinimos a visitarte?" (vv. 37-39). ¿Cuándo lo hemos hecho? Así se expresa la sorpresa de todos, el asombro de los justos y la consternación de los injustos.  

¿Cuando? También nosotros podríamos decirlo: esperaríamos que el juicio sobre la vida y sobre el mundo tuviera lugar bajo la bandera de la justicia, ante un tribunal decisivo que, cribando todos los elementos, arrojara luz sobre las situaciones y las intenciones para siempre. En cambio, en el tribunal divino, la única cabeza de mérito y acusación es la misericordia hacia los pobres y descartados: "Todo lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis", sentencia Jesús (v. 40).  

El Altísimo habita en los más pequeños, el que habita en los cielos habita entre los más insignificantes del mundo. ¡Qué sorpresa! Pero el juicio se hará así porque será Jesús, el Dios del amor humilde, el que, nacido y muerto pobre, vivió como siervo. Su medida es un amor que va más allá de nuestras medidas, y su criterio de juicio es la gratuidad. Así que, para prepararnos, ya sabemos lo que hay que hacer: amar gratuitamente y sin esperar reciprocidad, a los que están en su lista de preferencias, a los que no pueden darnos nada a cambio, a los que no nos atraen. 

Esta mañana he recibido una carta de un capellán de un orfanato, un capellán protestante, luterano, de un orfanato en Ucrania. Niños huérfanos de guerra, niños solos, niños abandonados. Y él decía: Este es mi servicio, acompañar a estos descartados, porque han perdido a sus padres en esta guerra cruel, y se han quedado solos. 

Este hombre hace lo que Jesús le pide, cuidar a los más pequeños en la tragedia. Y cuando he leído esa carta, escrita con tanto dolor, me he conmovido. Y he dicho: Señor, se ve que continúas mostrando los verdaderos valores del Reino. 

¿Cuándo? dirá este pastor cuando encuentre al Señor. Ese asombrado "cuando", que vuelve no menos de cuatro veces en las preguntas que la humanidad dirige al Señor (cf. vv. 37.38.39.44), llega tarde, sólo "cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria" (v. 31). 

Hermanos, hermanas, tampoco nos dejemos sorprender. Tengamos mucho cuidado de no endulzar el sabor del Evangelio. Porque a menudo, por conveniencia o comodidad, tendemos a suavizar el mensaje de Jesús, a diluir sus palabras. 

Reconozcámoslo, nos hemos vuelto bastante buenos para hacer concesiones con el Evangelio: alimentar a los hambrientos sí, pero el tema del hambre es complejo y ciertamente no puedo resolverlo. Ayudar a los pobres sí, pero entonces las injusticias tienen que ser tratadas de una manera determinada y entonces es mejor esperar, también porque si te comprometes entonces te arriesgas a que te molesten todo el tiempo y quizás te das cuenta de que podrías haberlo hecho mejor.

Estar cerca de los enfermos y de los encarcelados, sí, pero en las portadas de los periódicos y en las redes sociales hay otros problemas más acuciantes, ¿por qué debería interesarme por ellos? Acoger a los inmigrantes sí, pero es una cuestión general complicada, tiene que ver con la política...yo no me mezclo con estas cosas. Siempre los compromisos; “Sí, sí, sí, pero no, no, no”. Estos son los compromisos evangélicos, que nosotros hacemos con el Evangelio. Todo sí, pero al final, todo no. 

Y así, a fuerza de peros, (muchas veces somos hombres y mujeres de “peros”), hacemos de la vida un compromiso con el Evangelio. De simples discípulos del Maestro pasamos a ser maestros de la complejidad, que discuten mucho y hacen poco, que buscan las respuestas más frente al ordenador que frente al Crucifijo, en internet que a los ojos de los hermanos; cristianos que comentan, debaten y exponen tantas teorías, pero que ni siquiera conocen a un pobre por su nombre, no han visitado a un enfermo en meses, nunca han dado de comer o vestir a alguien, nunca se han hecho amigos de un necesitado, olvidando que "el programa del cristiano es un corazón que ve" (Benedicto XVI, Deus caritas est, 31). 

¿Cuándo la grande sorpresa? Tanto los justos como los injustos se preguntan sorprendidos. La respuesta es sólo una: el cuándo es ahora. A la salida de esta Eucaristía. Ahora, hoy. Está en nuestras manos, en nuestras obras de misericordia: no en el análisis refinado, no en las justificaciones individuales o sociales. En nuestras manos, y nosotros somos responsables. 

Hoy el Señor nos recuerda que la muerte viene a hacer la verdad de la vida y elimina todos los atenuantes de la misericordia. Hermanos, hermanas, no podemos decir que no sabemos. No podemos confundir la realidad de la belleza con el maquillaje hecho artificialmente. 

El Evangelio explica cómo vivir la espera: vamos al encuentro de Dios amando porque Él es amor. Y el día de nuestra despedida, la sorpresa será feliz si ahora nos dejamos sorprender por la presencia de Dios, que nos espera entre los pobres y heridos del mundo. No tengamos miedo de esta sorpresa y sigamos adelante con las cosas que el Evangelio nos pide seguir adelante para ser juzgados al final. La sorpresa del Evangelio espera ser acariciado no con palabras, sino con hechos.  

EL EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES 2 DE NOVIEMBRE - CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS



 2 de Noviembre: Conmemoración de todos los fieles difuntos

Miércoles 2 de noviembre de 2022


 Ver 1ª Lectura y Salmo

1ª Lectura (Sab 3,1-9): Las almas de los justos están en las manos de Dios y no los alcanzará ningún tormento. Los insensatos pensaban que los justos habían muerto, que su salida de este mundo era una desgracia y su salida de entre nosotros, una completa destrucción. Pero los justos están en paz. La gente pensaba que sus sufrimientos eran un castigo, pero ellos esperaban confiadamente la inmortalidad. Después de breves sufrimientos recibirán una abundante recompensa, pues Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí.

Los probó como oro en el crisol y los aceptó como un holocausto agradable. En el día del juicio brillarán los justos como chispas que se propagan en un cañaveral. Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos, y el Señor reinará eternamente sobre ellos. Los que confían en el Señor comprenderán la verdad y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado, porque Dios ama a sus elegidos y cuida de ellos.




Salmo responsorial: 22

R/. El Señor es mi pastor, nada me faltará.

El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace reposar y hacia fuentes tranquilas me conduce para reparar mis fuerzas. Por ser un Dios fiel a sus promesas, me guía por el sendero recto.

Así, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado me dan seguridad.

Tú mismo preparas la mesa, a despecho de mis adversarios; me unges la cabeza con perfume y llenas mi copa hasta los bordes.

Tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida; y viviré en la casa del Señor por años sin término.

2ª Lectura (Rom 5,5-11): Hermanos: La esperanza no defrauda porque Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que él mismo nos ha dado. En efecto, cuando todavía no teníamos fuerzas para salir del pecado, Cristo murió por los pecadores en el tiempo señalado. Difícilmente habrá alguien que quiera morir por un justo, aunque puede haber alguno que esté dispuesto a morir por una persona sumamente buena. Y la prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por nosotros, cuando aún éramos pecadores.

Con mayor razón, ahora que ya hemos sido justificados por su sangre, seremos salvados por él del castigo final. Porque, si cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con él por la muerte de su Hijo, con mucha más razón, estando ya reconciliados, recibiremos la salvación participando de la vida de su Hijo. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.

Versículo antes del Evangelio (Mt 25,34): Aleluya. Venid, benditos de mi Padre, dice el Señor; tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Aleluya.

Texto del Evangelio (Lc 23,33.39-43): Cuando los soldados llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».




«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino»

Fra. Agustí BOADAS Llavat OFM

(Barcelona, España)



Hoy, el Evangelio evoca el hecho más fundamental del cristiano: la muerte y resurrección de Jesús. Hagamos nuestra, hoy, la plegaria del Buen Ladrón: «Jesús, acuérdate de mí» (Lc 23,42). «La Iglesia no ruega por los santos como ruega por los difuntos, que duermen en el Señor, sino que se encomienda a las oraciones de aquéllos y ruega por éstos», decía san Agustín en un Sermón. Una vez al año, por lo menos, los cristianos nos preguntamos sobre el sentido de nuestra vida y sobre el sentido de nuestra muerte y resurrección. Es el día de la conmemoración de los fieles difuntos, de la que san Agustín nos ha mostrado su distinción respecto a la fiesta de Todos los Santos.

Los sufrimientos de la Humanidad son los mismos que los de la Iglesia y, sin duda, tienen en común que todo sufrimiento humano es de algún modo privación de vida. Por eso, la muerte de un ser querido nos produce un dolor tan indescriptible que ni tan sólo la fe puede aliviarlo. Así, los hombres siempre han querido honrar a los difuntos. La memoria, en efecto, es un modo de hacer que los ausentes estén presentes, de perpetuar su vida. Pero sus mecanismos psicológicos y sociales amortiguan los recuerdos con el tiempo. Y si eso puede humanamente llevar a la angustia, cristianamente, gracias a la resurrección, tenemos paz. La ventaja de creer en ella es que nos permite confiar en que, a pesar del olvido, volveremos a encontrarlos en la otra vida.

Una segunda ventaja de creer es que, al recordar a los difuntos, oramos por ellos. Lo hacemos desde nuestro interior, en la intimidad con Dios, y cada vez que oramos juntos, en la Eucaristía, no estamos solos ante el misterio de la muerte y de la vida, sino que lo compartimos como miembros del Cuerpo de Cristo. Más aún: al ver la cruz, suspendida entre el cielo y la tierra, sabemos que se establece una comunión entre nosotros y nuestros difuntos. Por eso, san Francisco proclamó agradecido: «Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana, la muerte corporal». 

IMÁGENES Y GIFS DEL DÍA DE LOS FIELES DIFUNTOS




















  

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