sábado, 23 de agosto de 2014

ORACIÓN A LA VIRGEN MARÍA PARA ALCANZAR LAS VOCACIONES RELIGIOSAS


ORACIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA ALCANZAR VOCACIONES RELIGIOSAS 

Reina y Madre de los sacerdote, ¡rogad por ellos!

¡Oh Virgen Inmaculada!, Madre de Dios y Madre Nuestra, llevada al Cielo para dispensarnos tus favores, escucha nuestra plegaria.

Rodeada de gloria, has venido varias veces a la tierra para comunicarnos tus mensajes por medio de inocentes niños. Mira el desamparo moral de tantas almas y envíales apóstoles.

En nuestros hogares, en nuestras asociaciones juveniles, en los campos y talleres, en las escuelas y oficinas, suscita una legión de jóvenes encendidos en deseos de dar a conocer a Jesús, tu Hijo, y tu Santo Evangelio.

¡Oh Dulcísima Reina de los Apóstoles!, que guiaste con ternura maternal las primeras vocaciones apostólicas, haz que las almas generosas oigan el llamamiento divino. Alcanza para esos elegidos la gracia de vencer los obstáculos que pudieran impedir su marcha hacia Dios.

¡Madre mía!, aparta de nuestra juventud la indiferencia, la sensualidad y el egoísmo que ahogan los impulsos sobrenaturales y enciende en los corazones la llama de la caridad para los niños, predilectos de Jesús, tu Divino Hijo, que vive y reina en la unidad del Padre y del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. AMÉN.

LA VIRGEN MARÍA Y UN SEMINARISTA EN NAZARETH

Autor: Ma. Susana Ratero | Fuente: Catholic.net
María y un seminarista en Nazaret
Pide por todos los seminaristas, para que, en medio del ruido del mundo, puedan escuchar la voz de María que los acompaña.
 
María y un seminarista en Nazaret


Durante la misa, nuestro Obispo es asistido en ella por un sacerdote, dos monaguillos y un seminarista de quien, y por casualidad, apenas sé su nombre.

Me pregunto, Madre querida, cuál habrá sido el camino que debió recorrer ese joven para llegar hasta...

- Hasta un especial sitio en mi Inmaculado Corazón.- Me respondes mientras le miras desde tu imagen del altar.

- Madre, por caridad, cuéntame lo que él y tantos como él, significan para ti.

Tu imagen de La Dolorosa, al pie de la Cruz, y junto a San Juan, parece murmurar una respuesta. Así es Madre, tu siempre eres para tus hijos, respuesta serena al alma.

- Verás, hija, desde aquellos tiempos en que veía a los Apóstoles ir recorriendo lentamente los caminos que Jesús les mostraba. Desde que aprendí a conocer sus dudas, sus preguntas, sus renuncias. Desde aquellos días mi corazón ha ansiado ser compañera de camino en quienes entregan su vida al servicio de Dios. Ese camino que empezó, para mí, el día de la Anunciación, en medio de un indescriptible gozo, pero que continuó, más tarde, en medio del silencio y la rutina de Nazaret.

- Comprendo, Madre, o casi... pero, a ellos, a nuestros seminaristas, ¿Cómo les acompañas?

Cuando un alma escucha el llamado de Dios y responde, le invito a compartir mi alegría en el día de la Anunciación. Luego, le acompaño fielmente en las dificultades que debe afrontar, pues les espera un viaje a Belén, no programado, y muchas puertas que han de cerrarse. Tendrá una Nochebuena con canto de ángeles y también un Simeón anunciando espadas. Deberá buscar, en medio de tantas noches oscuras, un sitio seguro para resguardarse de las tentaciones. Oh! Hija, no puedes imaginar cuán hermoso, sereno y perfumado, es el sitio que tengo reservado para ese amado hijo.

-Es ¿Tu Corazón? O sí, seguro ha de ser tu Corazón, Madre querida. Allí tienes, para el alma, una exquisita ternura, un refugio seguro en las tormentas del alma, y, sobre todo, el camino más corto, seguro y fácil para llegar a Jesucristo.

-Así es hija. Desde mi corazón, le llevaré a los días en que Jesús se perdió y yo le buscaba. Le contaré que muchas veces deberá hacer esta búsqueda a lo largo de su vida. Después, le traeré conmigo a los días de Nazaret, al silencio, a lo cotidiano, a las pequeñas cosas.

- Entonces, Madre, un seminario ¿Es como un pequeño Nazaret?

- Pues... sí.

- Y, si es Nazaret, entonces ¡estas tú!. Siempre, cada día, cada mañana.

- Cada mañana- y tus ojos parecen recorrer todos los seminarios del mundo-, cada mañana le pregunto, si quiere permanecer junto a mí en Nazaret. Y su "sí" me alegra el alma. Y nos vamos juntos a buscar agua al pozo. Él alivia mis cansados brazos y yo le sirvo agua fresca cuando estudia en la biblioteca. También me ayuda a cargar la leña y encender el fuego y yo le regalo gracias a su alma, para que su oración no sea una simple repetición de palabras sino un torrente de amor que, desde su corazón, llegue al Corazón de Jesús.

Miro hacia el altar y allí, en un rincón, en un Nazaret de silencio, el joven seminarista se arrodilla durante la Consagración.

- Hija mía- susurras a mi corazón- ahora soy yo la que quiere pedirte algo.

- Dime, Madre, dime, pues mi corazón halla gozo en servirte.

Ora, hija, ora por ese joven y por todos los seminaristas. Ora para que, en medio del ruido del mundo, puedan escuchar el canto del viento de Nazaret, el perfume de aquel hogar, que ahora habitan. Ora para que, cada mañana, su corazón elija, nuevamente, acompañarme al Corazón de Jesús, de donde brotan ríos de agua viva.. Ora para que sientan mi mano en la suya, mi abrazo en la noche oscura del alma, mi compañía en cada día, en cada alegría, en cada soledad, en cada pena. ¿Puedo, hija, contar con tus oraciones?.

-Sí, Madre, sí, y perdóname por no habértelas ofrecido antes. Perdóname por haber esperado, cómodamente, que siempre haya un sacerdote en la parroquia, sin haber pensado que, para hallarlo, primero debió existir un seminarista que, cada mañana, eligió ser tu compañero en Nazaret. Que sintió tu mano, cuando yo sólo le regalaba olvido, que sintió tu abrazo, cuando yo ni siquiera me preocupé por saber su nombre.

La misa ha terminado. Todos se han retirado. El joven seminarista atiende los pequeños detalles para la siguiente misa. Ahora sé que está contigo en Nazaret, ordenando la casa, esperando a Jesús.

Te regalo, Madre, mi oración por él. Regálale tu, todo el perfume de Nazaret.


NOTA DE LA AUTORA "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."


  • Preguntas o comentarios al autor
  • María Susana Ratero.
     

    SANTA ROSA DE LIMA - 23 DE AGOSTO


    Santa Rosa de Lima - 23 de agosto

    Nacida en Lima, Perú, el 20 de abril de 1586, sufrió por su belleza a la que debía el nombre de Rosa, aunque en el bautismo se le impuso el de Isabel. Fue una india que mecía su cuna quién un día reparó en la finura de sus facciones, su tez blanca que realzaba el sonrosado color de sus mejillas enmarcando el ovalo de un rostro coronado por rubios cabellos, y decidió llamarla como la flor. Con el tiempo completó su atractivo una espigada estatura. Pertenecía a una familia numerosa compuesta por trece hermanos, que se trasladó a Quives por motivos laborales del cabeza de familia, un portorriqueño que trabajaba en un oficio relacionado con el refinamiento de la plata.


    Recibió la confirmación de manos del arzobispo de Lima, santo Toribio de Mogrovejo y en ese momento ratificó el nombre de Rosa sin que nadie lo hubiese mencionado antes, ya que por él era conocida la joven. Más tarde, ella confió a un dominico que hubiera preferido ser denominada por el de pila, ya que Rosa aludía a la hermosura, de la que tendía a huir. Él le hizo ver que su alma era una rosa de la Virgen, y como tal debía custodiarla. A partir de entonces llevó gozosa el de Rosa de Santa María que ofreció a Nuestra Señora del Rosario ante cuya imagen solía orar cuando acudía a la iglesia de santo Domingo.

    De todos modos, durante años hizo todo lo posible para que la belleza con la que estaba adornada no fuese objeto de atención y tropiezo ni para ella ni para nadie. Ideó diversas formas para desembarazarse de ese ornato natural que recuerdan a prácticas de mortificación clásicas en un periodo de la historia de la ascética. Se clavaba una horquilla en la cabeza para castigar su vanidad, se aplicaba ungüentos corrosivos en las manos para afearlas, se cubría el rostro con un velo tupido, o bien se cortaba los hermosos cabellos de raíz por el hecho de verlos ensalzados. Al final, aunque estos actos le ayudaban a progresar espiritualmente, comprendió que ese no era el camino; que todo sacrificio y mortificación era vano si no hacía entrega cabal de los defectos que le dominaban, como su orgullo. Vio la sutileza y el peligro que puede quedar agazapado también en ciertos ejercicios de ayuno. Así que, puso todo su empeño en dominar sus pasiones, ejercitándose en la vivencia de las virtudes. Aceptó humildemente las indicaciones paternas, y aún contrariándole y sabiéndose incomprendida las asumió con toda humildad y paciencia. Solamente las contravino en lo que era sagrado para ella: su voto de plena consagración a Dios. Su familia insistía para que contrajese matrimonio, incluso fue cortejada por jóvenes de la alta sociedad limeña, pero mucho antes ya había labrado el huerto, bordaba para ayudar económicamente a la familia y aceptaba las dificultades del día a día, todo con afán de agradar a su amado; era a lo que su espíritu tendía.

    Desde niña rezaba a la Virgen con auténtica devoción. En una ocasión en la que se encomendaba a Ella, entendió que el Niño Jesús le decía: «Rosa, conságrame a Mí todo tu amor». No lo olvidó ni un instante. Su ideal de santidad, junto a Santo Domingo, era santa Catalina de Siena a la que eligió como modelo para su vida. A los 25 años se comprometió como terciaria dominica. Era muy inteligente. Poseía gran agudeza espiritual, como revelaron los testigos de su proceso. Sus escritos rezuman la hondura mística que jalonó su vida. Supo reflejar admirablemente los peldaños del ascenso espiritual que marcaron su trayectoria, incluidos quince años de aridez. Vivió centrada en la oración y las mortificaciones: ayunaba casi a diario, se abstenía de beber, dormía sobre un lecho de tablas con un palo como almohada, etc. Su morada era una humilde cabaña que erigió en el huerto familiar con ayuda de su hermano Hernando. Y la disciplina que puso sobre la cabeza, una cinta de plata que simulaba una corona de espinas, ya que estaba conformada nada menos que con 3 hileras de 33 puntas; desde que se la colocó la mantuvo hasta el fin de sus días. Su atuendo era una túnica blanca, un manto y velo negros.

    Fue paciente, comprensiva y misericordiosa con todos los que la vituperaron y se burlaron de ella. Auxiliaba a los pobres, indígenas, mestizos, y enfermos, a los que atendía en su casa y les animaba a convertirse. Prestó gran ayuda en su acción caritativa para san Martín de Porres. Tanto amor se traslucía en su rostro y en sus palabras. El Domingo de Ramos de 1617, unos meses antes de morir, en la capilla del Rosario se produjo su «desposorio místico». No le dieron la palma que esperaba llevar en procesión. Y temiendo que fuese debido a alguna ofensa contra Dios que hubiera podido cometer, se postró ante la imagen de María. Entonces el Niño Jesús le dijo: «Rosa de Mi Corazón, Yo te quiero por Esposa». Ella respondió: «Aquí tienes Señor a tu humilde esclava. Tuya soy y Tuya seré».

    Al igual que le sucedió a otros santos, también Rosa fue interrogada por la Inquisición que no pudo alegar nada en contra de ella, puesto que solo apreciaron su excelsa virtud. Fue adornada con dones de penetración de espíritus y profecía. Vaticinó lafundación del monasterio de Santa Catalina de Siena con todo lujo de detalles, la fecha de su muerte y el ingreso de su madre en un monasterio, hecho que se produjo tiempo después de su fallecimiento. La última etapa de su vida la pasó en casa de Gonzalo de Massa, un hombre destacado del gobierno virreinal que la acogió como a una hija. Allí se reunían en torno a ella personas de lo más granado de la sociedad limeña a las que evangelizaba. En ese lugar se erigió después el monasterio que lleva su nombre. Rosa sufrió un ataque de hemiplejía, y cuando su salud se agravó, musitaba: «Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor». Murió a los 31 años con fama de santidad el 24 de agosto de 1617. Clemente IX la beatificó el 15 de abril de 1668. Y Clemente X la canonizó el 12 de abril de 1671.

    jueves, 21 de agosto de 2014

    SANTA MARÍA REINA, 22 DE AGOSTO


    SANTORAL
    Santa María Virgen, Reina
    22 DE AGOSTO

    "La Virgen Inmaculada ... asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial fue ensalzada por el Señor como Reina universal, con el fin de que  se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores  y vencedor del pecado y de la muerte". 
    (Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, n.59).


    El pueblo cristiano, movido de un certero instinto sobrenatural, siempre reconoció la regia dignidad de la Madre del "Rey de reyes y Señor de señores". Padre y Doctores, Papas y teólogos se hicieron eco de ese reconocimiento y la misma halla sublime expresión en los esplendores del arte y en la elocuente catequesis de la liturgia.

    Al ser Madre de Dios, María vióse adornada por Él con todas las gracias, prescas y títulos más nobles. Fue constituida Reina y Señora de todo lo creado, de los hombres y aún de los ángeles. Es tan Reina poderosa como Madre cariñosa, asociada como se halla en la obra redentora y a la consiguiente mediación y distribución de las gracias. 

    Quiere la Iglesia que oigamos la voz de María pregonando agradecida a Dios los singulares privilegios de que la colmó. El Evangelio anuncia el Reino de Cristo, de donde fluye también el reinado universal de María. 

    Esta fiesta litúrgica fue instituida por Pío XII, y se celebra ahora en la octava de la Asunción, para manifestar claramente la conexión que existe entre la realeza de María y su asunción a los cielos. La piedad del medievo fue la que comenzó en Occidente a saludar con el título de Reina a la Santísima Virgen Madre de Dios, invocándola con las palabras: Salve, Reina caelorum; Reina caeli, laetare. Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.

    Salve

    Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A Tí llamamos los desterrados hijos de Eva; a Tí suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro múestranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!

    V. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
    R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor
    Jesuscristo. Amén.

    Himno
    Reina y Madre, Virgen pura,
    que sol y cielo pisáis,
    a vos sola no alcanzó
    la triste herencia de Adán.

    ¿Cómo en vos, Reina de todos,
    si llena de gracia estáis,
    pudo caber igual parte
    de la culpa original?

    De toda mancha estáis libre:
    ¿y quién pudo imaginar
    que vino a faltar la gracia
    en donde la gracia está?
    Si los hijos de sus padres
    Toman el fuero en que están,
    ¿cómo pudo ser cautiva
    quien dio a luz la libertad? Amén.



    ORACIÓN

    Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos.

    Reina dignísima del mundo, María Virgen perpetua, intercede por nuestra paz y salud, tú que engendraste a Cristo Señor, Salvador de todos.

    Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.

    SANTA MARÍA REINA DE TODO LO CREADO - 22 DE AGOSTO


    Autor: Tere Fernandez del Castillo | Fuente: Catholic.net
    María Reina, Santa
    Reina de todo lo creado
    El 22 de agosto celebramos a la Santísima Virgen María como Reina. María es Reina por ser Madre de Jesús, Rey del Universo.


    Un poco de historia

    La fiesta de hoy fue instituida por el Papa Pío XII, en 1955 para venerar a María como Reina igual que se hace con su Hijo, Cristo Rey, al final del año litúrgico. A Ella le corresponde no sólo por naturaleza sino por mérito el título de Reina Madre.

    María ha sido elevada sobre la gloria de todos los santos y coronada de estrellas por su divino Hijo. Está sentada junto a Él y es Reina y Señora del universo.

    María fue elegida para ser Madre de Dios y ella, sin dudar un momento, aceptó con alegría. Por esta razón, alcanza tales alturas de gloria. Nadie se le puede comparar ni en virtud ni en méritos. A Ella le pertenece la corona del Cielo y de la Tierra.

    María está sentada en el Cielo, coronada por toda la eternidad, en un trono junto a su Hijo. Tiene, entre todos los santos, el mayor poder de intercesión ante su Hijo por ser la que más cerca está de Él.

    La Iglesia la proclama Señora y Reina de los ángeles y de los santos, de los patriarcas y de los profetas, de los apóstoles y de los mártires, de los confesores y de las vírgenes. Es Reina del Cielo y de la Tierra, gloriosa y digna Reina del Universo, a quien podemos invocar día y noche, no sólo con el dulce nombre de Madre, sino también con el de Reina, como la saludan en el cielo con alegría y amor los ángeles y todos los santos.

    La realeza de María no es un dogma de fe, pero es una verdad del cristianismo. Esta fiesta se celebra, no para introducir novedad alguna, sino para que brille a los ojos del mundo una verdad capaz de traer remedio a sus males.

    AMARÁS A DIOS CON TODO TU CORAZÓN



    Autor: P Clemente González | Fuente: Catholic.net
    Amarás a Dios con todo tu corazón
    Mateo 22, 34-40. Tiempo Ordinario. Este amor a Dios debe salir de nuestro corazón y convertirse en amor a los hombres.

    Amarás a Dios con todo tu corazón
    Del santo Evangelio según san Mateo 22, 34-40 

    En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? Él le dijo: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser." Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas. 

    Oración introductoria 

    Jesús, gracias por recordarme que lo más importante es amarte en los demás. El mantener una relación personal contigo en la oración debe ser la prioridad en mi vida. Creo, espero y te quiero, ilumina mi oración para que el amor me transforme. 

    Petición 

    Señor, enséñame a ser fiel y amar a los demás con tu caridad divina. 

    Meditación del Papa Francisco 

    La exhortación a emprender el camino del amor a Dios, a ponerse en camino para llegar a su Reino, fue la coronación de una reflexión centrada en el Evangelio cuando Jesús responde al escriba que le interroga sobre cuál es el más importante de los mandamientos. [...] 
    La confesión de Dios se realiza en la vida, en el camino de la vida; no basta decir: yo creo en Dios, el único; sino que requiere preguntarse cómo se vive este mandamiento. En realidad, con frecuencia se sigue viviendo como si Él no fuera el único Dios y como si existieran otras divinidades a nuestra disposición. El peligro de la idolatría, la cual llega a nosotros con el espíritu del mundo. 
    Pero ¿cómo desenmascarar estos ídolos? Son los que llevan a contrariar el mandamiento "¡Escucha, Israel! El Señor nuestro Dios es el único Señor". Por ello el camino del amor a Dios —amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma— es un camino de amor; es un camino de fidelidad. (Cf. S.S. Francisco, 6 de junio de 2013, homilía en Santa Marta). 

    Reflexión: 

    La religión consiste en amar a Dios. El versículo que cita Jesús (Dt 6, 5) es parte del Shema: el "credo" básico y esencial del judaísmo. Esta frase, con la cual también hoy se da inicio a cada servicio litúrgico hebraico, es el primer texto que todo joven hebreo aprende de memoria. Significa que debemos dar a Dios un amor total, un amor que controla nuestras emociones, que dirige nuestros pensamientos y que mueve cada una de las acciones. 

    La verdadera religión comienza con el amor y la entrega total de la vida a Dios. Este amor a Dios debe salir de nuestro corazón y convertirse en amor a los hombres. Observemos el orden de los mandamientos: primero debe venir el amor a Dios y después el amor al prójimo. Sólo podemos querer verdaderamente a los hombres si amamos a Dios. Esto sucede porque hemos sido creados a su imagen y semejanza. 

    También en la sociedad actual el amor a Dios es un factor insustituible. Si eliminamos el amor a Él, con más facilidad se abre el camino a la impaciencia, a la rabia y al odio entre lo hombres. Así, la paz y la convivencia fraternal desaparecen. 

    Diálogo con Cristo 

    Jesús, dame la gracia de amar a los demás con todo mi esfuerzo y buena voluntad. Que mi amor no sea sólo un buen, pero vago, deseo sino que se concretice en buenas obras. Quiero contemplarte, experimentar tu cercanía para que pueda aprender a querer a los demás, especialmente a los más cercanos, como Tú me quieres. 

    Propósito 

    Examinar mi conciencia y, honestamente, evaluar la espontaneidad, la profundidad y la extensión de mi caridad hacia los demás, especialmente con aquellos que supuestamente amo más. 

    IMÁGENES DE SANTA MARÍA REINA - 22 DE AGOSTO















    miércoles, 20 de agosto de 2014

    SEÑOR DIOS


    LA CORRECCIÓN FRATERNA

    Autor: Salvador Canals | Fuente: Del libro Ascética meditada
    La corrección fraterna
    El Evangelio, con sus mandatos y sus consejos, nos advierte continuamente de que la vida es el tiempo de la acción
     
    La corrección fraterna
    La corrección fraterna
    "Cuando veáis una desviación en un hermano vuestro, un error que pueda significar un peligro para su alma o una rémora para su eficacia, habladle con claridad. Y os lo agradecerá."

    San Josemaría Escrivá, 29-IX-1957.


    Una cuestión de leal caridad 

    Hay un fragmento del Evangelio de San Mateo (18, 15), el que se refiere a la obligación de la corrección fraterna, que no se puede leer sin experimentar una cierta sensación como de sorpresa y de pena. Pues oímos allí, en efecto, cómo la voz amable de Cristo nos impone un deber que muy rara vez se cumple en nuestros días, que tan ávidos están, sin embargo, de franqueza y de sinceridad, y que incluso parecen deseosos de asumir la franqueza y la sinceridad como características suyas, propias e inconfundibles. Y no es que el deber de la corrección fraterna alcance su fuerza y ahonde sus raíces en la virtud de la sinceridad; sino que, aun cuando la virtud de la sinceridad, como la de la honestidad, contribuye con algo propio a la práctica de dicho precepto evangélico, éste se funda directamente sobre la caridad.

    Pues, precisamente a la luz de la caridad, llega la voz de Cristo a sernos perfectamente comprensible, y dicho precepto evangélico se nos aparece en toda su grandeza. Es menester amar al prójimo y quererle bien, querer su bien, sobre todo su bien eterno: por esto no permanecemos indiferentes, ni nos encogemos de hombros ante alguien que está en peligro, que no haya tomado el camino justo o que no sea como debería y como podría ser; también por esto, por ejemplo, nos guardamos bien de «dejarlo correr» cuando vemos que alguien, en el círculo de nuestros familiares o conocidos, está a punto de romper, o quizá ha roto ya el orden y la armonía de la caridad. En ésta, como en tantas ocasiones semejantes, es precisamente la palabra de Cristo la que nos obliga a no "dejarlo correr". Pues El, en efecto, nos dice. "...Ve y corrígelo a solas. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano." Y su mandato tiene la profundidad de las cosas sencillas, la fresca inmediatez de los programas concretos.


    Hay que actuar con diligencia

    Las páginas de la Sagrada Escritura nos enseñan que antaño Dios se servía de los profetas, almas llenas de fortaleza y de caridad, para advertir a los hombres, incluso a los soberanos, de que estaban fuera de su camino. ¡Y con cuánta fidelidad y caridad supieron los profetas vivir y cumplir el deber de la corrección fraterna! Piensa: en nuestros tiempos, ¿es quizá obra menos urgente de misericordia espiritual el advertir al que se equivoca, el enseñar al hermano que no sabe? Casi parece como si esas palabras del Señor: "Ve y corrígelo", ni siquiera rozasen hoy la conciencia del que vislumbra a su alrededor, a su lado, el mal, un mal que podría ser evitado. Pues para muchos de nosotros, hoy -¿lo ves?- el "vecino" no es ya el prójimo y "el otro" no es todavía el hermano.

    Y, sin embargo, tú lo sabes, cuando encuentra un corazón fiel y deseoso del bien propio y del ajeno, la palabra de Cristo penetra en el alma como una espada que pide ser empuñada, que requiere y exige poderosamente la acción. "Ve y corrígelo": el Evangelio, con sus mandatos y sus consejos, nos advierte continuamente de que la vida es el tiempo de la acción -tempus agendi-, y nos invita a no poner tiempo por medio (ese tiempo que concedemos a nuestra pereza y a nuestro egoísmo) entre la idea serenamente madurada en nuestro juicio y nuestro propósito, y la acción que ha de cumplirla.


    No se trata de un problema personal

    Puede suceder que ese precepto de Cristo, a alguno, le suene a ofensa, por esa exquisita y a veces excesiva sensibilidad hacia la libertad y hacia la dignidad de nuestros semejantes que el espíritu de la época ha contribuido a formar en las conciencias de los cristianos. Pues, efectivamente, el Señor, al instruirnos sobre el deber de la corrección fraterna, nos manda corregir, o sea decir cara a cara a una persona algo que viene haciendo y que no está bien hacer. Y decírselo no como quien, teniendo que cumplir un encargo desagradable, se escuda graciosamente tras la amable expresión de que ambasciator non porta pena, y con toda su actitud pide excusa y comprensión, y casi compasion; sino con sentido de personal responsabilidad asumiendo como propias todas las responsabilidades y también todas las contrariedades que de la corrección puedan derivar para sí y para el otro. Ya por esta simple consideración podemos darnos cuenta de que el cumplimiento de tal precepto evangélico supera en mucho lo que es el plano del espíritu del mundo, de las convenciones sociales y de la misma amistad que esté fundada sobre criterios exclusivamente humanos.

    Y es obvio que no se trata -porque entonces no habríamos superado ese plano, sino que estaríamos precisamente por debajo de él- de agredir a alguien con malas palabras y con peores modales, porque, pongamos, por ejemplo, haya hecho o dicho algo que nos ha molestado, o simplemente haya lesionado lo que nosotros llamamos "nuestros intereses", esos intereses enmascarados otras veces bajo la ambiciosa expresión de nuestro "buen nombre". No se trata de esto, evidentemente: obrar así no es practicar el deber evangélico de la correcclón fraterna, sino alentar las querellas del amor propio, autorizar el espíritu de venganza, y faltar por lo general, más o menos gravemente, a la caridad.


    El miedo a no contristar 

    Quien vive con espíritu cristiano el precepto de la corrección fraterna, no piensa en aquel momento en sí mismo, sino en el otro que se ha convertido para él, por eso mismo, en hermano. En ese momento, no tiene presentes sus intereses personales o su buen nombre, sino los verdaderos intereses y el buen nombre del otro. En aquel instante, ha dejado, ciertamente, a un lado muchas cosas, pero ante todo su amor propio. Ha dejado de pensar en sí para estar totalmente absorbido por la preocupacion del otro y por la del camino que el otro ha de recorrer hasta unirse con el Señor. Si nos fuese dado ver el alma de aquel que, siguiendo la palabra de Cristo, cumple el deber de la corrección fraterna, quedaríamos conquistados por la grandeza y por la armonía de los sentimientos que en aquel momento ocupan su corazón, cuando se dispone a satisfacer el dulce mandato de la caridad fraterna. En aquel alma podríamos leer la firme delicadeza de la caridad, la limpia profundidad de una amistad que no retrocede ante un deber que ha de cumplirse, y la fortaleza cristiana, que es sólida virtud cardinal.

    El deber de la corrección fraterna nos recuerda que no siempre el miedo de desagradar a los demás es cosa buena. Por desgracia, es grande el número de los que, por no desagradar o por no impresionar a alguien que está viviendo sus últimos días y los últimos momentos de su existencia terrena, le callan su estado real, haciéndole así un mal de incalculables dimensiones. Pero todavía es más elevado el número de los que ven a sus amigos en el error o en el pecado, o a punto de caer en uno o en otro, y permanecen mudos, y no mueven un dedo para evitarles estos males. ¿Concederíamos a quienes de tal modo se portasen con nosotros, el título de amigos? Ciertamente, no. Y, sin embargo, suelen hacerlo para no desagradarnos. "Por no desagradar" se pueden ocasionar así a los amigos -a nuestro próimo- auténticos males; podemos hacernos responsables de graves culpas, a las cuales convendría en muchas ocasiones el nombre de complicidad. Y esto, por no hablar ya del hecho de que, a menudo, cuando nos "dispensamos" de la corrección por creer que los otros -nuestros amigos- se disgustarían al sentirse hacer por nosotros, honrada y delicadamente, una sincera advertencia, formulamos sobre ellos un juicio que ciertamente no les honra, y que, por lo común, no es un juicio cristiano.


    La discreción que no debe faltar 

    La obligación de la corrección fraterna se ha de cumplir en determinadas formas y circunstancias. El Señor, en efecto, nos manda: "Ve y corrígelo", pero concreta luego que "a solas". Es fascinante este aviso, esta invitación a la delicadeza, al tacto, a la amistad. Trae inmediatamente a nuestra mente muchas virtudes cristianas: ante todo la caridad, que es la que nos mueve a hablar, la virtud que desata o frena las lenguas, según las circunstancias; luego, la prudencia cristiana, que ha sido justamente llamada, con imagen moderna y eficaz, el "consejo de administración de la caridad"; la humildad, que enseña, quizá más que cualquier otra virtud, a encontrar la palabra justa y el modo que no ofende, al recordarnos que también nosotros necesitaremos de muchas advertencias; la fortaleza de ánimo y la honestidad, por las cuales se reconoce al hombre verdadero y al cristiano auténtico. "A solas", he ahí un secreto para el bien, una prueba de amistad sincera, un seguro de fidelidad y de lealtad.

    Hablar es una cosa, murmurar otra. Murmurar, es decir, hablar mal de una persona con otros, o contar a otros el mal que, a nuestro juicio, hace una determinada persona, es faltar a la caridad y, a menudo, a la justicia. Pero hacer notar a esa persona el mal que hace, advertir delicadamente a aquel hermano nuestro para que se corrija, es observar el precepto del Señor y cumplir un acto de caridad, ofreciendo una prueba de amistad verdadera y cristiana. Cuando estemos a punto de murmurar de alguien, tratemos, con la gracia de Dios, de contenernos, formulando el propósito de advertir a aquella persona, si es verdaderamente el caso, conforme a los criterios que deben presidir siempre la moralidad de nuestras acciones.


    Es necesario a la vez saber escuchar 

    Pero al deber de hablar corresponde, naturalmente, la obligación de escuchar. Quien no escucha se priva voluntariamente de esta ayuda, deja caducar un derecho suyo determinado: es decir, el derecho, fundado sobre la caridad, de ser advertido, de ser corregido, de ser, en definitiva, eficazmente ayudado. ¡Qué triste es no escuchar, y ser conocidos de todos como personas a las cuales nada se puede decir, como cristianos -de nombre, tan sólo- que rechazan con soberbia toda ayuda de los demás! El amor propio nos separa, nos distancia de los demás; nos establece en la soledad. Nos reduce a aquella trágica condición, tan tristemente deplorada por las Escrituras: Vae soli, qui cum ceiderit non habet sublevantem se; ¡infeliz del que está solo, porque cuando caiga no encontrará quien lo levante!

    He aquí por qué el Señor, después de haber sancionado como obligatoria la corrección fraterna, añade: "Si te escucha, habrás ganado a tu hermano." Pues, en efecto, es muy cierto que del escuchar en estas circunstaneias surge siempre una viva y cristiana amistad, o se consolida y se hace todavía más profunda y auténtica la amistad ya existente. Las advertencias escuchadas, aceptadas y agradecidas son siempre vínculos de unión para toda amistad que se levante al nivel de la amistad cristiana. Ganar y ser ganados de este modo por los demás significa hacer sentir el soplo del espíritu evangélico en nuestras relaciones y en nuestras amistades.


    El examen de conciencia

    Si escuchamos a los demás cuando vengan a nosotros movidos por ese espíritu evangelico, por esa caridad cristiana, ejercitaremos, sobre todo, la virtud de la humildad, pues ninguna otra virtud dispone la mente como ésta para conocer la verdad y el corazón para recibir la paz. Y con la verdad y con la paz nos será más fácil enderezar, con la ayuda de Dios, nuestros senderos, y allanar el camino de nuestra vida moral. De tales disposiciones interiores aflorará muy pronto un sentimiento de viva gratitud hacia aquel hermano nuestro que toma tan a pecho nuestros problemas y la rectitud de nuestra vida; con lo que surgirán nuevos vínculos para una nueva amistad, hecha de leal sinceridad y de gratitud cordial.

    Añadamos, pues, a la lista de las preguntas que acostumbremos a dirigirnos a la hora de nuestro cotidiano examen de conciencia, una que nos interrogue sobre el deber de la corrección fraterna. Y pongamos nuestras amistades, para que sean siempre más verdaderas y cristianas, al cobijo de este dulce mandato del Señor. 

    GRACIAS A DIOS


    "GRACIAS A DIOS"

    Aunque me tapo los oídos con la almohada y gruño de rabia cuando suena el despertador... gracias a Dios que puedo oír. Hay muchos que son sordos.

    Aunque cierro los ojos cuando, al despertar, el sol se mete en mi habitación... gracias a Dios que puedo ver. Hay muchos ciegos.

    Aunque me pesa levantarme y pararme de la cama... gracias a Dios que tengo fuerzas para hacerlo. Hay muchos postrados que no pueden.

    Aunque me enojo mucho cuando no encuentro mis cosas en su lugar porque alguien en mi casa movió las cosas... gracias a Dios que tengo familia. Hay muchos solitarios.

    Aunque la comida no estuvo buena y el desayuno fue peor... gracias a Dios que tengo alimentos. Hay muchos con hambre.

    Aunque mi trabajo es monótono y rutinario... gracias a Dios que tengo ocupación. Hay muchos desempleados.

    Aunque no estoy conforme con la vida, peleo conmigo mismo y tengo muchos motivos para quejarme... gracias a Dios por la vida.

    Da gracias a tu creador por todo lo que te ha dado... aunque no sea mucho, tienes en realidad mas que otros.

    ORACIÓN AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA


    CONSAGRACIÓN DE LA FAMILIA AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


    Consagración de la familia al Sagrado Corazón

    Corazón Sagrado de Jesús, que has manifestado a Santa Margarita María el deseo de reinar en las familias cristianas; te pedimos que reines siempre en nuestra familia.

    Reina en nuestra inteligencia por la sencillez y la firmeza de nuestra fe; reina en nuestros corazones por el amor, que alimentaremos recibiendo con frecuencia la Sagrada Eucaristía.

    Dígnate, Divino Corazón de Jesús, presidir nuestras reuniones, bendecir nuestras empresas espirituales y temporales, santificar nuestro trabajo, ahuyentar nuestros pesares, aliviar nuestras penas y llenarnos de tu alegría y de tu paz.

    Si alguno de nosotros tuviera la desgracia de ofenderte, recuérdale que eres Bueno y Misericordioso para el pecador arrepentido.
    Y cuando llegue la hora en que la muerte venga a cubrirnos de luto, todos, tanto los que partan como los que queden, estaremos sumisos a tus decretos eternos. Nos consolaremos con el pensamiento de que llegará un día en que toda esta familia que te ama y te adora, reunida en el Cielo, cantará para siempre tu Gloria y tu Amor infinito hacia nosotros.

    Sagrado Corazón de Jesús. ten misericordia de nosotros y danos tu Amor y tu Paz.

    Amén.

    ORACIÓN A JESÚS DE NAZARETH



    ORACIÓN A JESÚS DE NAZARETH

    Oh Jesús:
    Aquí tienes mi cabeza para conocerte.
    Aquí tienes mi lengua para ensalzarte.
    Aquí tienes mis manos para servirte.
    Aquí tienes mis rodillas para adorarte.
    Aquí tienes mis pies para seguirte.
    Aquí tienes mi corazón para amarte.

    Amén.

    martes, 19 de agosto de 2014

    BENDITA SEA TU PUREZA


    ORACIÓN POR LA PAZ - JUAN PABLO II


    ORACIÓN POR LA PAZ 
    Juan Pablo II 


    Oh, Dios, Creador del universo, que extiendes tu preocupación paternal sobre cada criatura y que guías los eventos de la historia a la meta de la salvación; reconocemos tu amor paternal que a pesar de la resistencia de la humanidad y, en un mundo dividido por la disputa y la discordia, Tú nos haces preparar para la reconciliación.

     Renueva en nosotros las maravillas de tu misericordia; envía tu Espíritu sobre nosotros, para que él pueda obrar en la intimidad de nuestros corazones; para que los enemigos puedan empezar a dialogar; para que los adversarios puedan estrecharse las manos; y para que las personas puedan encontrar entre sí la armonía. 

    Para que todos puedan comprometerse en la búsqueda sincera por la verdadera paz; para que se eliminen todas las disputas, para que la caridad supere el odio, para que el perdón venza el deseo de venganza. Amén.

    lunes, 18 de agosto de 2014

    BREVE CONSAGRACIÓN A LA VIRGEN MARÍA PARA RECITARLA TODOS LOS DÍAS


    BREVE CONSAGRACIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, PARA HACERLA TODOS LOS DÍAS 

    ¡¡¡SEÑORA MÍA Y MADRE MÍA!!!

    Señora y Madre mía, por la conversión y perdón de los pecadores; para desagraviar y glorificar vuestro Inmaculado Corazón, y para que pronto veáis cumplido vuestro deseo de que todos los pueblos de la tierra se consagren a Él, he aquí que yo me entrego por completo a Vos, Virgen Santísima, y os ruego que os dignéis aceptar mis potencias y mis facultades, mis palabras y mis obras, mi cuerpo y mi alma, pues a vuestro Inmaculado Corazón lo consagro todo y me consagro yo mismo para siempre, ¡Madre mía! Así sea. Amén

    PENSAMIENTO MARIANO 57


    CONSEJOS PRÁCTICOS PARA ASISTIR CON FRUTO A LA SANTA MISA


    Consejos prácticos para asistir con fruto a la Santa Misa
    "A la hora de tu muerte, tu mayor consuelo serán las misas que durante tu vida oíste". 
    (Atribuido a San Jerónimo)

    1.- Como preparación remota, considera el día anterior en algún momento, que la Santa Misa es la renovación del Sacrificio del Calvario; y piensa en cómo querrías haber estado interiormente si hubieras estado allí.

    2.- Si en la misa has de comulgar, ya desde el día anterior renueva varias veces el deseo de recibir a Jesús en la comunión y así le prepararás un corazón expectante que lo quiera recibir, por tantos que lo hacen por costumbre, como si fuera un trámite.

    3.- Al entrar en el templo, al que has de procurar asistir 15 minutos antes por lo menos y con vestidos que no permitan exponer en demasía las partes del cuerpo, lo primero que debes hacer es la genuflexión (genu: rodilla, flexión: doblar) mirando al sagrario, así reconoces la soberanía de Dios ante quien estás; luego mojarás la punta de los dedos índice, mayor y anular de la mano derecha en agua bendita y te harás la señal de la cruz de forma serena. El uso del agua bendita aleja las influencias del demonio y borra los pecados veniales cometidos.

    4.- Dirígete a uno de los bancos y arrodíllate, si no estás imposibilitado de hacerlo, y permanece allí en oración vocal o mental hasta la hora de la misa. Si eres una persona que se distrae fácilmente es mejor que uses algún libro con oraciones propias para prepararse a la misa; si puedes concentrarte sin dificultad no es necesario. En todo caso es importante que ofrezcas el Santo Sacrificio al Eterno Padre por los cuatro fines de la misa, a saber: adoración, acción de gracias, propiciación y petición.

    5.- Al salir el sacerdote de la sacristía comienza propiamente la Santa Misa. Él, revestido con los ornamentos sagrados, representa místicamente (misteriosamente) a Jesucristo que va a sacrificarse a Sí mismo por nuestra salvación. Es importante considerar esto para disponernos con seriedad y devoción, frutos del amor, para participar fructuosamente del Santo Sacrificio que está por comenzar.

    6.- Durante la primera parte de la Santa Misa, llamada también "ritos iniciales", el sacerdote pide perdón a Dios por los pecados del pueblo que representa y nosotros debemos hacerlo con él. En este momento es importante hacer memoria de los pecados que hemos cometido, detestarlos de corazón y pedir perdón por ellos. La absolución que inmediatamente da el sacerdote, perdona los pecados veniales cometidos.

    7.- Concluida la parte penitencial el sacerdote dice "oremos" y hace un momento de silencio. En este momento hemos de colocar mentalmente las peticiones que queremos hacer en la misa.

    8.- Durante las lecturas de la Sagrada Escritura y la homilía del sacerdote debemos meditar en lo que escuchamos y formar un propósito concreto para llevar a la práctica. En este momento el Señor nos habla interiormente a través de las palabras que escuchamos exteriormente. Toda esta parte termina con el Credo que es la profesión pública que hacemos de nuestra fe.

    9.- En el ofertorio, junto con el pan y el vino que ofrece el sacerdote en nombre del pueblo de Dios, hemos de ofrecernos a nosotros mismos y nuestras obras, en especial nuestras cruces, y rogar al Padre Celestial que nos acepte por Jesucristo.

    10.- Durante el Canon, la parte principal y más sagrada de la misa, tenemos que recogernos lo más posible y tratar de contemplar, es decir formarnos en la imaginación una imagen y mirarla con todo el amor de que seamos capaces, los pasos de la Pasión del Señor y adorarlo con todo nuestro espíritu, ya con jaculatorias rezadas interiormente o en secreto, ya con silencio interior, el exterior se da por supuesto.

    11.- En el momento de rezar el Padre Nuestro pensemos en cada una de las siete peticiones que contiene y evitemos lo más que podamos el rezo maquinal que de nada sirve y engaña mucho. Así estaremos ciertos de que toda la eficacia de esta oración por excelencia se nos pondrá de manifiesto.

    12.- Cercanos ya a la comunión hemos de prepararnos realizando los siguientes actos: de contrición, pidiendo nuevamente perdón para estar lo más purificados posibles para recibir más dignamente al Señor; de deseo, para que manifestemos a Jesús que en verdad lo queremos recibir a Él y así evitemos el terrible desprecio de recibir la Sagrada Comunión como una cosa y por costumbre; y acto de amor, diciéndole las palabras que quisiéramos decirle a una persona que amamos mucho y que nos viene a visitar.

    13.- Al darnos la bendición final el sacerdote hace descender místicamente sobre nosotros la abundancia de los frutos espirituales que nos consiguió el sacrificio de Jesús, la Santa Misa; por ello hemos de recibirla con el mayor respeto y agradecimiento y de ser posible de rodillas o por lo menos inclinados.

    14.- La misa concluye cuando el sacerdote entra en la sacristía, pero aún falta agradecer el don inmenso que nos ha hecho Dios de introducirnos por unos instantes en su eternidad bienaventurada; para ello tratemos de permanecer en el templo por lo menos unos quince minutos después de terminada la misa y utilicemos el mismo método que para prepararnos a ella. Ser fiel a esta práctica nos dará grandes satisfacciones espirituales. Recordemos el dicho popular: "es de bien nacidos ser agradecidos".

    15.- Notas: 

    1. Participación activa en la Santa Misa no significa hacer muchas cosas sino hacer lo que me toca de la mejor manera posible, es decir con atención y amor a Dios.

     2. Las respuestas que damos al sacerdote deben ser con voz fuerte y clara porque la liturgia es una acción pública de toda la Iglesia. 

    3. Por último recordemos la frase de San Agustín: "Qui bene cantat bis orat", el que canta bien reza dos veces, ya que la misa cantada es la forma más noble de celebrarla (Gradual Romano).

    ORACIÓN A LA VIRGEN DEL CARMEN POR LOS DIFUNTOS


    ORACIÓN A LA VIRGEN DEL CARMEN POR LOS DIFUNTOS 

    ¡Oh Cristo!, al llegar la hora de partir ya de esta vida, la palma de la victoria, concédeme por María 
    Piadosa Madre del Carmelo, protectora de todos los que sufren y de quienes se purifican para participar en el gozo celestial, escucha nuestras oraciones.

    Te encomendamos a nuestros hermanos ya fallecidos y a todas las benditas almas del purgatorio. 

    Intercede ante tu Hijo Jesucristo nuestro Salvador, para que sea con ellos juez misericordioso y les perdone las culpas que en su fragilidad cometieron.

    Vela por quienes seguimos en este mundo y concédenos la gracia de amarte y honrarte para siempre para que tú nos guíes a tu Hijo y con Él participemos de la gloria eterna.

    Concédele Señor el descanso eterno a todas las benditas almas. Brille para ellas la luz perpetua. Por la misericordia de Dios descansen en paz todos nuestros hermanos difuntos. Amén.

    ORACIÓN POR LOS JÓVENES


    Oración por los Jóvenes 

    ¡Padre Santo! te pedimos por los jóvenes,
    que son la esperanza del mundo.
    no te pedimos que los saques de la corrupción
    sino que los preserves de ella.

    ¡Padre! No permitas que se dejen llevar
    por ideologías mezquinas.
    que descubran que lo más importante
    no es ser más, tener más, poder más,
    sino servir más a los demás.

    ¡ Padre! Enséñales la verdad que libera,
    que rompe las cadenas de la injusticia,
    que hace hombres y forja santos.

    Por en cada uno de ellos, un corazón universal
    que hable el mismo idioma,
    que no vea el color de la piel,
    sino el amor que hay dentro de cada uno.

    Un corazón que a cada hombre le llame hermano,
    Y que crea en la ciudad que no conoce las fronteras,
    Porque su nombre es universo, amistad, amor, Dios.
    ¡ Padre Santo! Cuida a nuestros jóvenes.

    Amén.

    sábado, 16 de agosto de 2014

    LA VIRGEN MARÍA Y LA OVEJA PERDIDA

    Autor: María Susana Ratero | Fuente: Catholic.net
    Maria y la oveja perdida
    Esta mañana, mientras leo la parábola de la oveja descarriada, me llego hasta tu Corazón, Madre Santísima, para que me expliques.
     
    Maria y la oveja perdida


    Hace tiempo vi un pequeño cuadro del Buen Pastor y algo en él me llamo la atención. Junto al pastor había una oveja más grande que las demás.

    Era parte del rebaño pero distinta. Podía leerse en sus mansos ojos una súplica al Pastor, por una oveja que se había apartado del rebaño y se perdía en caminos sinuosos.

    Esta mañana, mientras leo la parábola de la oveja descarriada, me llego hasta tu Corazón, Madre Santísima, para que me expliques esos detalles de amor que esconde la Palabra...

    Y te acercas a mi alma, en la fresca brisa de esta mañana, a la sombra de los árboles de mi patio.

    Las ovejas, hija, las ovejas y el Pastor... Por cierto, no es un Pastor común, es El Pastor por excelencia. Yo he sentido en mí los cuidados y delicadezas de este Pastor. Desde Nazareth, donde mi alma queda extasiada de gozo porque "en mí obró grandezas el Poderoso" (Lc 1,49)... Tú también puedes disfrutar de los cuidados y atenciones de este Pastor, tal como te lo asegura en la Parábola.

    - ¡Oh Madre!, ¿Puedes guiarme para sacar de esta lectura el mayor fruto para mi alma?

    Con gusto hija. Ven, vamos con el Pastor y su rebaño.

    Y con mi corazón en el Tuyo nos vamos al desierto, por donde viene caminando el Pastor con sus ovejas.

    Mira, hija, como las cuida. Las llama por su nombre y ellas reconocen su voz; lo siguen, sabiendo que, aún en medio del desierto, con tal Pastor, no pasaran hambre ni sed.

    Cuando Pastor y rebaño están cerca nuestro, me aconsejas:

    Fíjate que una se ha descarriado, se ha alejado y hasta cree que ya no puede regresar. Se siente perdida... Recuerda y gusta ahora las palabras de la Escritura "...Que hombre entre vosotros, teniendo cien ovejas, si llega a perder una de ellas, no deja las otras noventa y nueve en el desierto, para ir tras la oveja perdida, hasta que la halle?"

    Me tomas, Madre, de la mano y me conduces, delicada y pacientemente, hasta muy cerca de la oveja perdida.

    Mírala con tu corazón, hija, creo que la conoces...

    Al acercarme a aquel sitio escarpado y de difícil acceso, esperando ver un pobre animal asustado, me encuentro... ¡Oh Dios! ¡Conmigo!. Me veo a mí misma, perdida tantas veces en tantos caminos mal elegidos, en tantas opciones equivocadas, en tanto olvido...

    Entonces me abrazas, porque sabes que de mis labios no puede salir ni una palabra, pues tengo un nudo en la garganta... Un llanto contenido que mezcla antiguas penas y profundos agradecimientos...

    ¡Ay Madre! ¡Cuántas veces me perdí! ¡Cuántas veces me sentí sin caminos y hasta sin fuerzas para volver al rebaño!

    Entonces descubro, con inmensa alegría que, cada vez que me sentí perdida, nunca se apartó de mis labios el Avemaría y hasta hubo una vez, en que la pena era tan honda y no había camino posible, a los ojos humanos, que desde el fondo de mi alma mi oración fue un profundo y silencioso grito: ¡Haz algo, por piedad, haz algo!....¡Cuántos recuerdos! Cuánto camino recorrido, cuántas esperas entre espinas...

    Sin dejar de abrazarme, repites para mí las Palabras Santas: "Para ir tras la oveja perdida, hasta que la encuentre"

    Escucha hija: "ir tras", o sea que el Pastor ya sabía dónde ir a buscarla. Y sólo el Pastor puede "ir tras" la oveja, porque los caminos son sinuosos, difíciles... ninguna otra oveja puede ir a rescatarla, solo el Pastor.

    - ¿Por qué sólo el Pastor, Madre? ¿Por qué solo Él puede recatarla y no otra de las ovejas del rebaño?

    Porque el territorio donde está perdida, hija, es su corazón, solo Jesús puede entrar en él, aliviar heridas, curar desilusiones, acortar esperas...

    En el silencio asombrado de mi alma me veo tantas veces socorrida, como si nombrarte, Madrecita, haya sido el grito de auxilio que traspasó todas las distancias, todos los abismos, todos los dolores...

    Recuerdo el cuadro del Buen Pastor, esa oveja grande pintada junto a Él... ¡Eras tú Madrecita! ¡Tú que escuchabas mi voz, mi súplica, mi llanto! ¡Tú te acercaste al Pastor y suplicaste por mí! ¡Gracias, Madre, gracias!

    Arropada bajo tu manto, sigo escuchando tu sabia enseñanza...

    "Y cuando la hallare, la pone sobre sus hombros, muy gozoso, y vuelto a casa convoca a amigos y vecinos y les dice "Alegraos conmigo, porque halle mi oveja, la que andaba perdida"

    Ya se escuchan los pasos del Maestro que me ha hallado y viene por mí, pobre oveja enredada entre espinas y los pasos del Maestro son pasos conocidos... tienen el sonido de tantas absoluciones recibidas en la Confesión, de tantos "El Cuerpo de Cristo" escuchado al recibirle en la Eucaristía... el eco de tantos buenos hermanos acercándome una palabra, un abrazo, un corazón que me escuchó y me contuvo... ¡Cuantas veces el Maestro me puso sobre sus hombros!¡Cuántas!

    Hija -continúas, para que no pierda ni una sola enseñanza- que no te pasen desapercibidas las dos palabritas siguientes..."la pone sobre sus hombros MUY GOZOSO." Este detalle de infinita misericordia es el que has de recordar, confiada. Cuando Él te ha hallado, su Corazón ha sentido una enorme alegría, alegría que se ha extendido por todo el Cielo. Algunas veces ha esperado largo tiempo a tu lado, hasta que tú quisiste o pudiste estirar tus brazos hacia Él. Jesús es paciente, hija y la inmensidad de su Paciencia es tan insondable como su Misericordia.

    Que enorme paz ha sentido mi alma cada vez que el Maestro me llevó en sus hombros. Una paz profunda, gozosa, infinita, una paz que nada en este mundo puede darme.

    Aún falta otro detalle. Si lo buscas, lo descubrirás
    - Y repites para mí: "Alegraos conmigo, porque halle mi oveja, la que estaba perdida"

    - Mi oveja... mi oveja- repito mientras las palabras me van mostrando sus profundos secretos de amor.

    Así es, querida mía, cuando el Maestro dice "mi oveja" no dice "cualquier oveja", sino "mi oveja", porque le perteneces. Por filiación divina eres hija de Dios, por el Bautismo. "Mi oveja, la que andaba perdida". Su gran Misericordia no tiene en cuenta los motivos por los que te habías perdido... no hay reproches, hay amor, un amor tan grande que el encontrarte ha llenado de gozo Su Corazón.

    Recuerda estas palabras, hija, cuando sientas que te alejas del Pastor... recuerda también que por lejos que estés, escucharé tu oración de súplica y se la acercaré a mi Hijo, para que vaya "tras de ti".

    Recuérdala, no sólo cuando tú te hayas perdido, sino también cuando veas alejarse del Pastor a aquellos que amas, a los que conoces y a los que no amas también... Tú no puedes caminar tras ellos, porque a la profundidad de su alma solo el Buen Pastor puede llegar, esperar con paciencia infinita y, en los tiempos y modos de Él (no en los tuyos) abrazar y cargar a salvo en sus hombros a esas ovejas por las que tú le has suplicado... Suplica para ellas la gracia del perfecto arrepentimiento y deja en manos del Pastor los tiempos y las circunstancias...


    Me colocas amorosamente sobre los hombros del Buen Pastor y, como despedida, lees para mí el final de la Parábola:"Así os digo habrá gozo en el Cielo, más por un solo pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse"...

    Jesús me carga sobre sí y me devuelve al rebaño. Tú estás junto a Él y le hablas de tantas otras ovejas que necesitan su abrazo, les presentas las oraciones que, de ellas o por ellas, has recibido.

    Madre, que jamás desoyes a tus hijos, te pido la gracia de que nunca falte en mis labios un Avemaría por mí, por cada uno de mis hermanos, en la plena confianza de que el Buen Pastor te ha de escuchar y llegará a cada corazón en sus tiempos, en sus circunstancias, para Gozo perfecto de Su Corazón y de todo el Cielo.


    Amigo mío, amiga mía... que quizás sientas que andas por caminos sinuosos y con espinas…o quizás veas por estos caminos a aquellos que amas…. No apartes jamás de tu corazón el Avemaría, en la total confianza de que tu Madre hará llegar tus súplicas al Pastor...

    NOTA de la autora: Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella.


  • Preguntas o comentarios al autor
  • María Susana Ratero. 

    ORACIÓN A NUESTRO ÁNGEL CUSTODIO


    Oración a nuestro Ángel Custodio

    Tú, protector amoroso, regalo de dios para mis debilidades. 
    Santo Ángel Custodio, mi guía y mi consolador, mi maestro y mi consejero, te agradezco por tu fidelidad y amor y te ruego que siempre te quedes a mi lado y seas siempre mi amigo y mi ayudante. 

    Cuando duerma, quédate conmigo; cuando esté despierto, guía mis pisadas; cuando esté triste, consuélame; cuando esté débil, cuídame de los peligros; cuando dude, aconséjame; del pecado, protégeme. 
    Querido Ángel, empújame a hacer el bien; mantenme en estado de gracia; aléjame de una muerte terrible; en la oscuridad de este mundo, ilumina mi camino; en mi ignorancia, enséñame; de todos los ataques, adviérteme; del maligno, protégeme; reza por mis intenciones; en el momento de la muerte, acompaña a mi alma delante de mí para conducirme a Dios, y así estar contigo en gozosa adoración del Todopoderoso y todo Buen Padre en el Cielo. Amén.
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