miércoles, 12 de agosto de 2015

IMÁGENES DE SAN JOSÉ

















































SÚPLICA A SAN JOSÉ: ACORDAOS


SÚPLICA A SAN JOSÉ:
ACORDAOS

Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María y amable protector mío San José, que jamás se ha oído decir que ninguno haya invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio sin haber sido consolado. Lleno, pues, de confianza en vuestro poder, ya que ejercisteis con Jesús el cargo de Padre, vengo a vuestra presencia y me encomiendo a Vos con todo fervor. No desechéis mis súplicas, antes bien acogedlas propicio y dignaos acceder a ellas piadosamente. Amén.

martes, 11 de agosto de 2015

SÚPLICA A LA VIRGEN MARÍA PARA SER BUEN CRISTIANO


SÚPLICA A LA VIRGEN MARÍA
PARA SER BUEN CRISTIANO
(San Efrén)



Santísima Señora, Madre de Dios; tú eres la más pura de alma y cuerpo, que vives más allá de toda pureza, de toda castidad, de toda virginidad; la única morada de toda la gracia del Espíritu Santo; que sobrepasas incomparablemente a las potencias espirituales en pureza, en santidad de alma y cuerpo; mírame culpable, impuro, manchado en el alma y en el cuerpo por los vicios de mi vida impura y llena de pecado; purifica mi espíritu de sus pasiones; santifica y encamina mis pensamientos errantes y ciegos; regula y dirige mis sentidos; líbrame de la detestable e infame tiranía de las inclinaciones y pasiones impuras; anula en mí el imperio de mi pecado; da la sabiduría y el discernimiento a mi espíritu en tinieblas, miserable, para que me corrija de mis faltas y de mis caídas, y así, libre de las tinieblas del pecado, sea hallado digno de glorificarte, de cantarte libremente, verdadera madre de la verdadera Luz, Cristo Dios nuestro. Pues sólo con Él y por Él eres bendita y glorificada por toda criatura, invisible y visible, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

LOS PARIENTES DE JESÚS



Los parientes de Jesús

He aquí mi madre y a mis parientes. El que hace la voluntad de Dios ése es mi hermano, mi hermana y mi madre. 


Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net 



Jesús vivió muchos años en Nazaret hasta el comienzo de su vida pública. Sus relaciones familiares no se reducían a María y José, sino que se extendían a los parientes de ambos. El sistema familiar entonces existente era muy amplio, se aproximaba al sistema de tribus; de hecho cuando se manda el censo deben acudir a la ciudad de David. Cuentan mucho las raíces tribales de cada uno, en este caso la de Judá, que es de donde provenía David diez siglos antes. En la práctica los lazos entre los familares más próximos era muy estrechos, hasta en el lenguaje se llama hermanos a los que nosotros llamamos primos y parientes.
Cuando Jesús se manifiesta en Nazaret como Mesías la sorpresa entre sus convecinos y parientes fue grande, puesto que no habían notado nada extraño o extraordinario en él. Sus familiares tuvieron que tomar posición ante Jesús como Mesías; es muy posible que entre ellos se diese una división parecida a la que se dio entre los demás nazarenos.
Jesús ya tenía fama en toda Galilea y enseñaba en las sinagogas de toda la región, había comenzado a hacer milagros, el Bautista había dado testimonio público de él, cuando por fín llega a Nazaret y en la sinagoga se manifiesta como el Mesías: Llegó a Nazaret, donde se había criado, y según su costumbre entró en la sinagoga el sábado, y se levantó a leer. Entonces le entregaron el libro del Profeta Isaías, y abriendo el libro encontró el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por lo cual me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado para anunciar la redención a los cautivos y devolver la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para promulgar el año de gracia del Señor. Y enrollando el libro se lo devolvió al ministro, y se sentó. Todos en la sinagoga tenían fijos los ojos en él. (Lc 4,16-20)
Podemos imaginar el silencio, la atención y el pensamiento de los que estaban allí. Los más mayores le habían visto durante treinta años como uno más junto a sus hijos, nada extraordinario había hecho, ni siquiera había asistido a las escuelas rabínicas más importantes, era un artesano como los demás, era el hijo de José, que había muerto hacia poco tiempo, su madre estaba viviendo en el pueblo. Sus parientes tendrían si cabe una sorpresa mayor que los demás, porque le conocían más. Sabían lo bueno que era, pero nunca les había manifestado nada respecto a su mesianidad, ni siquiera tendencias proféticas, era normal como ellos. Entonces Jesús empieza a hablar y sus palabras les llenaron de estupor, pues dijo: Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oir (Lc 4,21). La conmoción debió ser grande, pues se declaraba el Ungido de Dios, el Cristo, el Mesías anunciado por los profetas.
La sorpresa de los presentes la narran los evangelistas con expresiones contrarias. De entrada nos dicen que todos daban testimonio en favor de él, y se admiraban de las palabras de gracia que procedían de su boca (Lc 4,22) o que quedaron llenos de admiración (Mt 13,54; Mc 6,2). Pero enseguida aparecen reacciones opuestas, sus familiares piensan que le conocen y no entienden de donde le venía aquel modo sabio de hablar: ¿De dónde le viene a éste esta sabiduría y los milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama María su madre, y sus parientes Santiago, José, Simón y Judas? Y sus parientes no están todas entre nosotros? Pues ¿de dónde le viene ésto?(Mt 13.54-57; Mc 6,2-3)
Lo más lógico es que, si no encontraban una explicación natural a su sabiduría ni a sus milagros, existiese una explicación sobrenatural; pero no les resulta fácil creer que uno de los suyos fuese el Mesías. Y se dividieron entre ellos. La mayoría se escandalizaba de él, otros le pedían milagros con incredulidad. Algunos como Santiago y Judas Tadeo creyeron en él y se contarán entre sus Apóstoles, también su madre cree y estará con las santas mujeres al pie de la cruz. Pero la mayoría se enfureció contra Jesús lo arrojaron de la ciudad, y lo llevaron a la cumbre de la montaña sobre la que estaba edificada para despeñarle. Pero él pasando por medio de ellos, seguía su camino (Lc 4,28-30). Marcos escribe que antes no podía hacer allí ningún milagro, sino que impuso las manos a unos pocos enfermos y los curó.
Jesús se maravillaba de su incredulidad. Una frase del Señor la refleja y ha pasado a ser una sentencia de valor universal: Un profeta sólo es menospreciado en su patria, entre sus parientes y familia (Mc 6,4; Mt 13,57; Lc 4,24).
La escena de Nazaret es fuerte. Los amigos del Señor, la mayoría de los que han convivido con él y sus parientes no le comprenden, e incluso le expulsan de la ciudad hasta el punto de que algunos exaltados quieren matarle. Es un preludio del rechazo que recibirá en Jerusalén y su muerte en la Cruz. La conducta de los nazarenos manifiesta algo común a todo hombre: resulta difícil superar los esquemas humanos acostumbrados. Los nazarenos y los parientes de Jesús no se sienten con fuerzas para dar el salto de fe necesario para creer que uno de ellos es el Mesías. Es lógico que en el Corazón de Jesús se dé un dolor no pequeño al ver tan poco amor en aquellos a los que quiere de una manera especial. María Santísima también sufriría de un modo intenso; Ella tuvo que permanecer allí cuando se marcha Jesús y recibiría las recriminaciones de los que no entienden a su Hijo: "¿Cómo dejas hacer ésto a tu hijo?", o "dile que se deje de delirios y mándale que vuelva a la vida normal". Es muy posible también que muchos pensasen que se les podía complicar la vida pues era previsible la oposición de los fariseos y de los importantes de Israel.
Más adelante al verle entregarse sin reserva a la gente que acudía a él de todas partes dirán que está loco, así lo cuenta Marcos: Entonces llega a casa; y se vuelve a juntar la muchedumbre, de manera que no podían ni siquiera comer. Al enterarse sus parientes fueron a llevárselo, porque decían que había perdido el juicio (Mt 3,20). Curiosa manera de entender el amor y la generosidad, que revela su cortedad de miras y, sobre todo, su falta de fe en Jesús. No les bastaban sus palabras llenas de sabiduría, ni lo que decían los profetas, ni tan siquiera los milagros abundantes de la primera época; nada les remueve y permanecen en su incredulidad y en su testarudez.
En otra ocasión la presencia de sus parientes y su misma madre permite a Jesús dar doctrina sobre los lazos familares y los de la fe.
Ocurrió así:Vinieron su madre y sus parientes; se quedaron fuera y le enviaron un recado para avisarle. Estaba la gente sentada alrededor de él y le dijeron: "Tu madre y tus parientes están fuera y te buscan: Y les respondió: ¿Quién es mi madre y mis parientes? Y, dirigiendo una mirada a los que estaban sentados alrededor de él dijo: He aquí mi madre y a mis parientes. El que hace la voluntad de Dios ése es mi hermano, mi hermana y mi madre (Mc 3,31-35; Mt 12.46-50; Lc 8, 19-21). Dios es lo primero en todo, hasta tal punto que antecede incluso al amor familiar, la fe es un vínculo más fuerte que el de la sangre pues une con Dios. Esto no quiere decir que los víncu los familiares pierdan importancia sino que se refuerzan, pues el amor natural es elevado y se hace más puro, más entero y más desinteresado, es un amor mejor como veíamos en otra meditación.
Pero volvamos al caso de los parientes del Señor. Su dificultad para creer, e incluso su oposición, es un aviso para superar esquemas mentales demasiado estrechos y una llamada para estar abiertos a los planes divinos. Su actitud permite mirar a los demás con una cierta capacidad de asombro: ¡quizá estoy conviviendo con un gran santo!, así se evitan incomprensiones o envidias ocultas que lleven a cortar las alas a amigos o parientes que tienen ambiciones de cosas grandes.
Pero la sentencia del Señor es válida para todos los tiempos y conviene no olvidarla. Se ha consagrado como sentencia popular al decir: Nadie es profeta en su tierra.. Es frecuente que con el paso del tiempo se valoren los profetas o santos antes rechazados, incluso los mismos parientes que no les comprendieron se alegren de la entrega y la generosidad de aquellos que al principio no entendían. Ironías de la vida…. Aquí es bueno avisar a los que quieren ser santos para que no se extrañen de la incomprensión de sus seres queridos; a los demás es bueno pedirles que amplíen su horizonte mental.

IMÁGENES DE LA VIRGEN MARÍA CON MENSAJES









RINCÓN DE SOLEDAD


Rincón de soledad 
Rafael Ángel Marañón




En mi rincón de soledad sombrío,
Acude a ti mi corazón adolorido,
Y estalla en un clamor el pecho mío,
Pues tú eres mi calor y eres mi nido. 

Me punzan tus rodillas vacilantes, 
Subiendo por la cuesta del calvario, 
El cuerpo estremecido y el semblante 
Turbado en su tormento solitario. 

Tanto dolor y tanta humillación
Para salvar al mundo perdulario,
Y tú María ofreces salvación, 
Por la cruz que se eleva en el Calvario. 

Lloras tu pena y callas tu lamento,
Y esperas que se cumpla la promesa,
Mas solo ves un sórdido tormento,
Y el implacable triunfo de la huesa. 

Suena el terrible golpe del martillo
Hiriendo el corazón ya desolado,
Con siniestro y patético estribillo
Que deja al fin ya todo consumado. 

A ti, madre, que sufres en silencio
Tu parte en la divina redención, 
Te ofrendo mi respeto, y reverencio
Tu pena, tu dolor y tu pasión.

lunes, 10 de agosto de 2015

PENSAMIENTOS MARIANOS 92


PENSAMIENTOS MARIANOS



“a Jesús por María, porque hay que respetar el plan divino” Cardenal Mercier.

A Jesús siempre se va y se "vuelve" por María. San Josemaría Escrivá de Balaguer

A María, nuestra Madre, le demostraremos nuestro amor trabajando por su Hijo Jesús, con Él y para Él. Madre Teresa de Calcuta

«A quien Dios quiere hacer muy santo, lo hace muy devoto de la Virgen María»  San Luis María Grignon de Monfort

Acuérdate, acuérdate, dulce, escogida Reina, que tienes de nosotros, los hombres pecadores, toda tu dignidad. ¿Cómo te llamarías Madre de la gracia y la misericordia a no ser por nuestra miseria que necesita de gracia y de misericordia.  Miguel de Unamuno

Alabadle, hijas mías, que lo sois de esta Señora verdaderamente; y así no tenéis para qué os afrentar de que sea yo ruin, pues tenéis tan buena madre. Imitadla y considerad qué tal, debe ser la grandeza de esta Señora y el bien de tenerla por patrona. Santa Teresa de Jesús

Amad, honrad, servid a María. Procurad hacerla conocer, amar y honrar por los demás. No sólo no perecerá un hijo que haya honrado a esta madre, sino que podrá aspirar también a una gran corona en el cielo. San Juan Bosco

Amo a los que me aman, y el que me busca me hallará. Prov 8, 17

Amor, ternura, abnegación, sacrificio, todo esto es madre. Y todo esto es para nosotros María. Mn. Josep Comerma

Antes de morir Jesús ofrece al apóstol Juan aquello más precioso que posee: su Madre, María, quien «a los pies de la Cruz, en Juan, acoge en su corazón a toda la humanidad». Juan Pablo II

PERDONARSE A UNO MISMO


Perdonarse a uno mismo
Pasarse la vida dando vueltas a los propios errores suele ser señal de un orgullo más refinado y destructivo


Por: Alfonso Aguiló | Fuente: Interrogantes 




Todos sabemos que, muchas veces, perdonar es difícil. Pero quizá para algunos sea especialmente difícil perdonarse a uno mismo. Y están tristes porque no se perdonan sus propios fracasos, porque alimentan sus errores dándoles vueltas en su memoria, porque parece que se empeñan en mantener abiertas sus propias heridas. Son como cadenas que se ponen a sí mismos, cárceles en las que se encierran voluntariamente.

A lo mejor están tristes y sienten dentro del corazón como una especie de lanzada que les amarga la existencia, porque cargan con una responsabilidad que no les corresponde, por un fracaso que no es suyo, al menos en su totalidad.

Sucede a veces, por ejemplo, con la educación de los hijos. Unas veces se falla porque se hace mal, otras porque hay circunstancias ajenas que lo estropean sin culpa de los padres, y otras simplemente porque los hijos son libres. En cualquier caso, la solución nunca es dejarse consumir por la tristeza, sino rectificar en lo posible el rumbo, procurar aprender, intentar recuperar el terreno que se haya perdido, mirar al futuro con esperanza.

La falta de perdón para uno mismo suele generar tristeza, y una y otra tienen su origen en el orgullo. Y así como el orgullo del que es simplemente vanidoso, o de quien está pagado de sí mismo, es el más corriente y menos peligroso; en cambio, pasarse la vida dando vueltas a los propios errores suele ser señal de un orgullo más refinado y destructivo.

Es preciso aprender a aceptarse serenamente a uno mismo. Aceptarse, que nada tiene que ver con una claudicación en la inevitable lucha que siempre acompaña a toda vida bien planteada, sino que es encontrar un sensato equilibrio entre exigirse y comprenderse a uno mismo.

Conociéndose un poco es fácil saber cómo hacer frente a esos desánimos que acompañan a los propios errores y fracasos. Son instantes de hundimiento y de desazón, bajones de ánimo que pretenden ganarnos la partida de la vida.

Conviene pararse a pensar en las razones que los producen. A veces nos avergonzará ver cómo pueden desanimarnos contratiempos tan tontos; cómo cosas de tan poca importancia pueden hacernos pasar de la euforia al abatimiento, o viceversa, de forma tan rápida. Para superarlos, conviene hacer un esfuerzo de reflexión, un serio intento para ser objetivo, para ver cómo alejar esas sombras de pesimismo que asaltan inadvertidamente a todos y que tantas veces no dejan ver la cara soleada de la vida

sábado, 8 de agosto de 2015

ORACIÓN A SANTA MARÍA


ORACIÓN A SANTA MARÍA
(L. de Grandmaison)



Santa María, Madre de Dios, consérvame un corazón de niño, puro y cristalino como una fuente. Dame un corazón sencillo que no saboree las tristezas; un corazón grande para entregarse, tierno en la compasión; un corazón fiel y generoso que no olvide ningún bien ni guarde rencor por ningún mal. Fórmame un corazón manso y humilde, amante sin pedir retorno, gozoso al desaparecer en otro corazón ante tu divino Hijo; un corazón grande e indomable que con ninguna ingratitud se cierre, que con ninguna indiferencia se canse; un corazón atormentado por la gloria de Jesucristo, herido de su amor, con herida que sólo se cure en el cielo.

Amén.

LA VIRGEN MARÍA Y LA FE DE UNA MAMÁ


María y la fe de una mamá
Reflexiones María

Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de sí 


Por: Susana Ratero | Fuente: Catholic.net 



Hoy te encuentro, mujer cananea, en un pasaje del Evangelio... (San Marcos 7, 24-30) Y me quedo pensando en ti, en tu dolor de madre, en tu búsqueda de caminos para tu hija.

Pasan las horas y siento que sigues estando allí, en mi corazón, tratando de hacerme entender, tratando de explicarme algo... Pero no te entiendo.

Y como mi corazón sabe que cuando no entiende debe buscar a su Maestra del alma, entonces te busco, Madre querida, te busco entre las letras de ese pasaje bíblico que leo y releo una y otra vez.

De pronto mi alma comienza a sentir tu perfume y me voy acercando al lugar de los hechos...

Allí te encuentro, Madrecita, mezclada entre la gente que hablaba de Jesús... me haces señas de que tome tu mano. ¡Qué alivio para el alma tomar tu Mano, Señora Mía!!! ¡¡¡Como se abren caminos santos cuando nos dejamos llevar por ti!!!

Así, aferrada a ti, te sigo hasta muy cerquita de una mujer de triste mirada… Esa mirada que tiene una mama cuando un hijo no esta bien, sea cual sea el problema. Es la cananea. Pasa por aquí, quizás va a buscar agua o comida… Ve la gente que habla y se acerca. Su dolor le pesa en el alma.

- Presta atención, hija, - me susurras dulcemente, Madrecita...

Alguien habla de Jesús, de sus palabras, de sus enseñanzas, de sus milagros... Los ojos de la cananea parecen llenarse de luz.

No alcanzo a divisar a quien habla, ni a escuchar lo que dice, pero, en cambio, puedo ver el rostro de la cananea.

- Mira cómo cambia la mirada de ella, Madre- te digo como buscando tu respuesta

- ¿Sabes que es ese brillo que va creciendo en sus ojos? Es la luz de la esperanza. Una esperanza profunda y una fe incipiente que, como lluvia serena en tierra árida, va haciendo florecer su alma. Dime, qué piensas de esto.

- Pues… que me alegro por ella.

- Esta bien hija, que te alegres por ella, pero si te explico esto, es también para que comprendas algo. Te alegras por esa mama, pero nada me has dicho de quien estaba hablando de Jesús.

- No te entiendo, Madre

- Hija ¿Cómo iba a conocer a mi Hijo esa sencilla mujer si esa persona no hubiese hablado de Él? Lee con atención nuevamente el pasaje del Evangelio, "habiendo oído hablar de Él, vino a postrarse a sus pies..." habiendo oído, hija mía, habiendo oído…

Te quedas en silencio, Madre, y abres un espacio para que pueda volver, con mi corazón, a muchos momentos en los que mi hermano tenía necesidad de escuchar acerca de tu Hijo, acerca de ti... y yo les devolví silencio, porque estaba apurada, porque tenía cosas que hacer.

Trato de imaginar, por un momento, como fue aquel "habiendo oído". Cuáles fueron los gestos y el tono de voz de quien habló, cuáles fueron sus palabras y la fuerza profunda de su propia convicción. Cómo la fe que inundaba su corazón se desbordó hacia otros corazones, llegando hasta uno tan sediento como el de la cananea.

¡Bendito sea quien haya estado hablando de tal manera! los Evangelios no recogen su nombre pero sí recogen su fruto, el fruto de una siembra que alcanzó el milagro.
¡Dame, Madre, una fe que desborde mi alma y así, llegue al corazón de mi hermano!

De pronto, veo que la cananea va corriendo a la casa donde Jesús quería permanecer oculto... Tu mirada, Madre, y la de ella se encuentran. Es un dialogo profundo, de Mamá a mamá...

Entonces, con esa fuerza y ese amor que siente el corazón de una madre, la mujer cananea suplica por su hija. Jesús le pone un obstáculo, pero este no es suficiente para derribar su fe....

Ella implora desde y hasta el fondo de su alma… Todo su ser es una súplica, pero una súplica llena de confianza.

Entonces, María, entonces mi corazón ve el milagro, un milagro que antes no había notado… un milagro que sucede un instante antes de que Jesús pronuncie las esperadas palabras...

El milagro de la fe de una mamá...

Aprieto tu mano, María Santísima y te digo vacilante:

- Madre, estoy viendo algo que antes no había visto...

- ¿Qué ves ahora, hija?

- Pues... que Jesús no le dice a esa mujer que cura a su hija por lo que su hija es, por lo que ha hecho, por los méritos que ha alcanzado, ni nada de eso. Jesús hace el milagro por la fe de la madre.

Así es, hija, es la fe de la madre la que ha llegado al Corazón de Jesús y ha alcanzado el milagro la fe de la madre. Debes aprender a orar como ella.

- Enséñame, Madre, enséñame

- La oración de la cananea tiene dos partes. La súplica inicial, la súplica que nace por el dolor de su hija, ese pedido de auxilio que nace en su corazón doliente. Pero su oración no termina allí. Jesús le pone una especie de pared delante.

- Así es Madre, si yo hubiese estado en su lugar quizás esa pared hubiera detenido el camino de mi oración...

- No si hubieses venido caminando conmigo. Pero sigamos. Jesús le pone una pared que ella ve y acepta… y así, postrada a los pies del Maestro su fe da un salto tal que le hace decir a Jesús "¡Anda! Por lo que has dicho, el demonio ha salido de tu hija". Ese salto de su fe es esa oración que persevera confiada a pesar de que las apariencias exteriores la muestren como "inútil" "para qué insistir"... por tanto, hija, te digo que no condiciones tu oración a actitudes de otras personas...

-¿Cómo es esto Madre?

Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de sí "algo" para alcanzar el milagro. Tú continúa con tu oración, que los milagros se alcanzan por la fe de quien los pide más que por los méritos del destinatario. Suplica para ti esa fe, una fe que salta paredes, una fe que no se deja vencer por las dificultades, una fe como la de la cananea...

Y vienen a mis recuerdos otras personas que han vivido lo mismo... desde Jairo (Mt 9,18; Mc 5,36; Lc 8,50) o ese pobre hombre que pedía por su hijo (Mt 17,15 Mc 9,24) hasta Santa Mónica, suplicando tanto por su Agustín… y alcanzando milagros insospechados, pues ella solo pedía su conversión y terminó su hijo siendo no solo santo sino Doctor de la Iglesia...

Las oraciones de una mamá.

La fe de una mamá.

Te abrazo en silencio, Madre y te suplico abraces a todas las mamás del mundo y les alcances la gracia de una fe como la de la cananea, esa fe que salta paredes y se torna en milagro.


NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.

LA VIRGEN MARÍA EN EL EVANGELIO DE SAN MARCOS



María en San Marcos
María en los Evangelios


La figura de María según Marcos es, como nos muestra su comparación con los pasajes paralelos de Mateo y Lucas, la figura más primitiva que podemos rastrear a través de los escritos del Nuevo Testamento.


Por: Redacción Catholic.net | Fuente: Catholic.net 




Comenzamos por Marcos, el más breve y, casi con seguridad, el más antiguo de los cuatro evangelios. El que recoge, muy probablemente, las catequesis y predicaciones de San Pedro, o sea, el evangelio según lo proclamaba Pedro.

Acerca de María, este evangelio de Marcos es de una parquedad extrema, comparable –por la ausencia de referencias– al gran silencio marial neotestamentario. Marcos comienza su evangelio presentando la figura de San Juan Bautista, y casi inmediatamente a un Jesús ya adulto que llega a bautizarse en el Jordán. Nada de relatos de la infancia, que –como vemos en Mateo y Lucas– se prestan a decirnos algo de la Madre. Nada comparable a las dos grandes escenas marianas del evangelio de San Juan: las bodas de Caná y el Calvario.


1. Dos textos: Mc 3, 31-35; 6, 1-3

Lo que dice Marcos acerca de María se agota en dos brevísimos pasajes, ambos situados en la primera parte de su evangelio. Y en esos pasajes ni siquiera se advierte la impronta personal del narrador. Este mantiene una fría objetividad de cronista y nos comunica lo que terceras personas dicen de María. Y si nos detenemos a analizar el texto, encontramos que esas terceras personas son incrédulas, enemigas de Jesús, que por supuesto no se ocupan de su madre con benevolencia, sino con hostilidad y descreimiento. Para ellos se agrega, como contrapunto y refutación, el testimonio de Jesús mismo acerca de María.

Leamos los pasajes. El primero en Mc 3, 31-35:

«Vinieron su madre y sus hermanos y, quedándose fuera, le mandaron llamar. Se había sentado gente a su alrededor y le dicen: “Mira, tu madre y tus hermanos te buscan allí fuera”.

«Él replicó: “¿Quién es mi madre y mis hermanos?”

«Y mirando en torno, a los que se habían sentado a su alrededor, dijo: “Aquí teneis a mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”».

El segundo pasaje es la escéptica exclamación de los que se admiraban, incrédulos, de su inexplicable poder y sabiduría; se lee en el capítulo 6, 1-3

«Se marchó de allí y fue a su tierra, y le siguieron sus discípulos. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga, y los muchos que le oían se admiraban diciendo:

«–¿De dónde le viene esto? ¿Y qué sabiduría es ésta que se le ha dado? ¿Y tales milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanos aquí con nosotros?

«Y se escandalizaron de él».

Estos son los dos únicos pasajes del evangelio de Marcos en que se menciona a María. En ellos se comprueba simplemente que a Jesús se le conocía en su medio como el carpintero, el hijo de María. Y que esa filiación hacía para muchos más increíble que fuera el enviado de Dios. Servía de excusa a los mal dispuestos para afirmarse en su incredulidad. Porque las mismas distancias entre las muestras de poder y sabiduría que –según el relato de Marcos– Jesús iba dando por todas partes eran un argumento de que no le venían de herencia ni de bagaje humano, sino como don de lo alto. La misma humildad de su parentela galilea –la parte proverbialmente más ignorante de las cosas de la ley dentro del pueblo judío– debía haber sido argumento convincente a favor del origen divino de sus obras. Si éstas eran inexplicables por la carne y el parentesco, ¿no habría que tratar de explicarlas por el espíritu de Dios?


2. El contexto del evangelio

Pero tratemos de comprender mejor el sentido de estos episodios colocándonos en la óptica del relato de Marcos. Toda la primera parte de su evangelio, hasta el capítulo octavo, versículos 27-30 –la confesión de Pedro–, nos muestra a Jesús que obra maravillas y portentos, que despierta la admiración del pueblo, que deslumbra con su poder sobrehumano. Es decir, nos muestra la revelación progresiva y creciente de Jesús. Y al mismo tiempo nos muestra la absoluta y general incomprensión del verdadero carácter de su persona y su misión. Jesús se revela, pero nadie entiende su revelación. No la entiende el pueblo, no la entienden sus discípulos, no la entienden los escribas, no la entienden sus familiares.

No la entienden los que se niegan a creer en él y con los que se enfrenta en polémicas y a los que les habla en parábolas. De esta incomprensión de los incrédulos no hay que admirarse. Pero sí de que tampoco lo comprendan ni entiendan sus propios discípulos. Incluso en la privilegiada confesión de la fe de Pedro, con la que culmina la primera parte del evangelio, se entrevé al mismo tiempo un abismo de ignorancia y de resistencia al aspecto doloroso de la identidad de Jesús Mesías.

Nada más comenzar la carrera de Jesús con un sábado en Cafarnaúm, con su enseñanza en la sinagoga y con numerosas curaciones de enfermos y expulsiones de demonios, en cuanto han empezado a seguirle sus primeros discípulos y se ha encendido el fervor popular, ya apuntan la oposición y las críticas: Jesús cura en sábado, come con pecadores; sus discípulos no ayunan y arrancan espigas en sábado. Y ya desde el comienzo del capítulo tercero, los fariseos se confabulan con los herodianos para ver cómo eliminarlo, pero ello se hace difícil, porque una muchedumbre sigue a Jesús. Éste elige de entre ella a sus numerosos discípulos. Uno de los primeros pasos de la confabulación se advierte en 3, 20-21. Jesús vuelve a su tierra. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que ni siquiera podían comer.

«Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían: “Está fuera de sí”».


3. La oposición al Mesías

El primer paso de la confabulación contra Jesús consiste en declararlo loco y en interesar a los parientes para que retirasen a un consanguíneo que podría implicarlo en sus locuras y traerles problemas. Que este método intimidatorio de los parientes –que fue usado contra Jesús y los suyos– era un método usual, nos lo demuestra el episodio del ciego de nacimiento, en el evangelio según San Juan, a cuyos padres llamaron a declarar ante el tribunal (9, 18-23).

Habiendo oído que Jesús estaba fuera de sí, y movidos quizás por temores y veladas amenazas, los parientes de Jesús acuden a dominarlo. Arrastran a su madre, a cuyas instancias esperan que Jesús no pueda resistir. Entre tanto, Marcos registra el crescendo de las acusaciones contra Jesús. Jesús es más que un loco; es un endemoniado: «Está poseído por un espíritu inmundo» (3, 22).

En medio de esta tormenta, de hostilidad por un lado y de entusiasmo popular por otro, es cuando relata Marcos con laconismo de cronista:

«Llegan su madre y sus hermanos y, quedándose fuera, le envían a llamar».

Se trata de arreglar un problema familiar. Los aldeanos galileos no quieren discutir de teologías. Por humildad, modestia o prudencia, no entran. Según Lucas, no entran simplemente porque la muchedumbre les impide acercarse.

«Estaba mucha gente sentada a su alrededor»

El odiado doctor está rodeado de una audiencia entusiasta que siente arder el corazón con su palabra, «porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas», ha registrado Marcos (1, 22). Algún malévolo infiltrado entre la audiencia se complace en anunciar en voz alta a Jesús:

«¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».

Es a Jesús a quien lo dice, pero indirectamente éstá diciendo a su auditorio: «Ved de qué familia viene vuestro doctor». Marcos registra más adelante, en el capítulo sexto que esta malévola cizaña ha prendido: «¿No es éste el carpintero, el hijo de María, y no conocemos a toda su parentela?». Y se escandalizaban de él.

La humildad de María y de los parientes de Jesús es esgrimida para humillarlo, para empequeñecerlo delante de su auditorio: ¡Qué candidato a Rey Mesías! ¡Qué candidato a doctor y salvador! He aquí la parentela del profeta. Es el mismo argumento que nos relata también San Juan:

«Pero los judíos murmuraban de él, porque había dicho: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo”.

«Y decían: “¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del Cielo?”» (6, 42).

Y registra además San Juan que muchos de sus discípulos se apartaron de él con aquella ocasión:

«Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?» (Jn 6, 61).

«Y ni siquiera sus parientes creían en él» (Jn 7, 5).

«Y los judíos asombrados decían: “¿cómo entiende de letras sin haber estudiado?”» (Jn 7,15).

Marcos nos hace oír a los que hablan de María, la madre de Jesús, desde su profunda hostilidad al Hijo. Sus palabras subrayan los humildes orígenes humanos de Jesús, que es tácita negación de su origen y calidad divina.

Así como habrá un ¡Ecce homo! que escarnece a Jesús en su pasión, hay aquí un adelanto del mismo, que envuelve a María en el mismo insulto de desprecio –Ecce mulier, ecce Mater eius (he aquí a la mujer, vean quién es su madre)–.


4. El testimonio de Jesús

A este lanzazo polémico, oculto en el comedimiento de aquellos que le anuncian la presencia de los suyos allí afuera, responde el contrapunto también polémico de Jesús:

–«¿Quién es mi madre y mis hermanos?».

–«Y mirando en torno a los que estaban sentados a su alrededor –Mateo precisa en el lugar paralelo que son sus discípulos–, dice: “Éstos son mi madre y mis hermanos”».

Frecuentemente Jesús habla en los evangelios de sus discípulos como de sus hermanos, o de «estos hermanos míos más pequeños», o simplemente de «los pequeños». Se trata de aquellos que oyen a Jesús con fe aunque no lo entiendan perfectamente. Se trata de los que no se le oponen, sino que le siguen y le escuchan. Esta es la familia de Jesús, porque es la familia del Padre, cuyo vínculo familiar no es la sangre, sino la Nueva Alianza en la Sangre de Jesús, o sea, la fe en él.

Como explicita San Juan: «A los que creen en su nombre les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1, 12).

Por eso termina Jesús con una explicación de por qué son esos sus auténticos familiares:

«Quien cumpla la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre».

O en la versión de Lucas:

«El que oye la palabra de Dios y la guarda, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre» (Lc 8, 21).

La misteriosa y quizás para muchos no muy evidente ecuación entre «cumplir la voluntad de Dios» o «escuchar sus Palabras y cumplirlas», y creer en Jesucristo, nos la revela explícitamente San Juan en su primera carta:

«Guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su mandamiento y lo que le agrada: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó» (1Jn 3, 22-23).

Hacer la voluntad del Padre no es doblegarse a un oscuro querer, sino complacerse en hacer lo que a Dios le complace; es regocijarse en el gozo de Dios. Y si nos pregunta en qué se deleita y regocija nuestro Dios, que como Ser omnipotente puede parecer muy difícil de contentar, sabemos qué responder porque ese Ser inaccesible nos ha revelado qué es lo que le complace:

«Éste es mi Hijo, a quien amo y en quien me complazco: escuchadle…» (Mt 17, 1-8; Mc 9, 7; Lc 9, 35).

Nuestro Dios se revela como el Padre que ama a su Hijo Jesucristo, y se deleita en él, y no pide otra cosa de nosotros sino que lo escuchemos llenos de fe y lo sigamos como discípulos.

Entendemos quizás ahora por qué Lucas traduce el «cumplir la voluntad de Dios», de que hablan Mateo y Marcos, con una frase equivalente: escuchar su Palabra, que es escuchar a su Hijo, y guardarla, que es seguirlo como discípulo.

Y similar identificación de la voluntad de Dios con la Palabra de Jesús nos ofrece un texto del evangelio de Juan:

«Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado, y el que quiera cumplir su voluntad verá si mi doctrina es de Dios o hablo yo por mi cuenta» (Jn 7, 16-17).

Parientes de Jesús son, pues, los que por creer en él entran en la corriente del vínculo de complacencia que une al Padre con el Hijo y al Hijo con el Padre.

Por eso, su respuesta a los que lo envuelven a él y a su madre en un mismo rechazo y vilipendio es una seria advertencia. Equivale a distanciarse de ellos y negarles cualquier otra posibilidad de entrar en comunión con Dios que no sea a través de la fe en él.

Pero esta palabra de Jesús tiene dos filos. Y el segundo filo es el de una alabanza, el de una declaración de Alianza de parentesco –el único real y más fuerte que el de sangre– entre el creyente y él. Y en la medida en que María mereció ser su Madre por haber creído es éste el más valioso testimonio que podía ofrecernos Marcos acerca de María. Jesús declara que la razón última y única por la cual María pudo llegar a ser su Madre era la fe en él.


5. María, Madre de Jesús por la fe

María no estuvo unida a Jesús solo ni primariamente por un vínculo de sangre. Para que ese vínculo de sangre pudiera llegar a tener lugar, tuvo que haber previamente un vínculo que Jesús estima como mucho más importante.

Pero todo esto Marco no lo explicita, ni el Señor ltampoco lo hace sin duda en aquella ocasión. Es por otros caminos por donde hemos llegado a comprender lo que hay implícito en el velado testimonio de Jesús que Marcos nos relata. Que María creyó en Jesús antes de que Jesús fuera Jesús. Y que solo porque el Verbo encontró en ella esa fe pudo encarnarse.

Es así como el silencio mariano de Marcos da paso a la elocuencia mariana de Jesús mismo. Una elocuencia que lleva la firma de la autenticidad en su mismo estilo enigmático, velado, parabólico, el estilo de Jesús en todas sus polémicas. Un lenguaje que es revelación para el creyente y ocultamiento para el incrédulo.

Y quiero terminar –para confirmar lo dicho– iluminando este primer retrato de María, según Marcos, con una luz que tomaré prestada del evangelio de Lucas, pero con la casi absoluta certeza de que no se debe sólo a su pluma, sino a la misma antiquísima tradición preevangélica en que se apoya Marcos. Me complace considerarlo como un incidente ocurrido en la misma ocasión que Marcos nos relata, como lo sugiere su engarce en un contexto muy similar. En medio de las acusaciones de que está endemoniado, y estando Jesús ocupado en defenderse,

«alzó la voz una mujer del pueblo y dijo: “Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron”.

«Pero Él dijo: “dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan”» (Lc 11, 27-28).

Creo que Lucas ha querido declarar directamente, al insertar este episodio en su evangelio, lo que no queda a su gusto suficientemente explícito en el relato de Marcos: que las palabras de Jesús, en respuesta a los que le anunciaban la presencia de los suyos, encerraban un testimonio acerca de María.


Conclusión

La figura de María según Marcos es, como nos muestra su comparación con los pasajes paralelos de Mateo y Lucas, la figura más primitiva que podemos rastrear a través de los escritos del Nuevo Testamento. Es la imagen de la tradición preevangélica y se remonta a Jesús mismo.

Es una figura apenas esbozada, pero clara en sus rasgos esenciales. Rasgos que, como veremos, desarrollarán y explicitarán los demás evangelistas, limitándose solo a mostrar lo que ya estaba implícito en esta figura de María, madre ignorada de un Mesías ignorado. Madre vituperada del que es vituperado. Pero, para Jesús, bienaventurada por haber creído en él. Madre por la fe más que por su sangre.

Y ya desde el principio, y según el testimonio mismo de Jesús, Madre del Mesías, es presentada en clara relación de parentesco con los que creen en Jesús, como Madre de sus discípulos, es decir, de su Iglesia.

viernes, 7 de agosto de 2015

PENSAMIENTOS MARIANOS 91


PENSAMIENTOS MARIANOS


"Dadme un ejercito que rece el Rosario y lograré con el conquistar el mundo". SS. Pío X.

Deberíamos hacer con los pobres lo que hizo María con su prima Isabel: ponernos a su servicio. Madre Teresa de Calcuta

“Di todos los días, alma mía, alabanzas a la Virgen; honra sus fiestas y sus acciones maravillosas- Contempla y admira su grandeza, cuenta la felicidad de la Madre, di la felicidad a la Virgen” San Anselmo

Decimos madre de Dios y lo decimos tranquilamente, con la misma naturalidad con que decimos la madre de Carlos o de Carlota. Sin embargo, esa expresión está reclamando nuestro estupor, incluso cierta resistencia, cierto escándalo. Madre de Dios. En el límite del lenguaje y al borde mismo del absurdo, hemos tenido que hablar así: Dios, que es incapaz de hacer otros Dios, hizo lo más que podía hacer, una madre de Dios. José María Cabodevilla

Dios habla a los hombres a través de esa belleza única llamada María", Madre de Dios y Madre nuestra. SS. Juan Pablo II

 “Dios no se comunica ordinariamente a los hombres, en orden a la gracia, sino por María” Santo Tomás de Aquino

Dios no concede gracia alguna a los mortales sin hacerla pasar por las manos de María. San Bernardo

Dios no nos salvará sin la intercesión de María. San Jerónimo

Dios nos busca a cada uno de nosotros como buscó a María. Tiene una propuesta para nuestra vida. Álvaro Ginel

Dios os salve, María, Madre de Dios. En Vos está y estuvo todo la plenitud de la gracia y todo bien. San Francisco de Asís

Donde no se encuentra nuestra Señora, Cristo se oculta, Dios desaparece, y ya no existe garantía de nada. Dillensberger.

Durante mi vida llegué hasta el ateísmo intelectual, hasta imaginar un mundo sin Dios, pero ahora veo que siempre conservé una oculta fe en la Virgen María. En momentos de apuro se me escapaba maquinalmente del pecho esta exclamación: Madre de Misericordia, favoréceme. Miguel de Unamuno
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