María es nuestra confianza
La falta de confianza entre las divinidades helenas contrasta fuertemente con la vivencia de la misma en el catolicismo. Más concretamente a la luz de la figura de María.
Por: Jorge Enrique Mújica, L.C. | Fuente: Catholic.net
Recuerdo que cuando estudiaba las humanidades clásicas me llamó mucho la atención una lectura sobre uno de los motivos de la crisis de la religiosidad griega: la falta de confianza.
La constatación de la falta de confianza entre los innumerables dioses humanos y súper-humanos, manifestada en sus eternas rencillas, no propiciaba un clima que moviera a su imitación. La razón, entonces, no los podía aceptar. Si los hijos de Rea, la diosa madre -Júpiter, Neptuno, Plutón, Zeus, Poseidón y Hades-, no eran capaces de vivir esa virtud para con su madre, menos lo serían entre ellos y menos aún con los hombres.
La falta de confianza entre las divinidades helenas contrasta fuertemente con la vivencia de la misma en el catolicismo. Esto queda destacado al leer la primera cuartilla del himno de las completas que muchos sacerdotes, seminaristas y religiosos solemos rezar los jueves:
“Como el niño que no sabe dormirse
sin cogerse a la mano de su madre
así mi corazón viene a ponerse
sobre tus manos al caer la tarde”
Resaltan inmediatamente tres aspectos tras su lectura. Lo primero y guía de todo es precisamente una actitud: la virtud de la confianza, pero, ¿de dónde nace? Lo segundo es la vivencia de la confianza hacia una persona, hacia la madre, pero, ¿por qué hacia ella? Y lo tercero, es el lugar donde esa virtud hacia esa persona se hace vida, la tarde; ¿qué significa la tarde?
La teología enseña que la confianza es una virtud que se desprende de la fe. Preguntarnos por el origen de la virtud de la confianza es hacerlo por el origen de esa otra que es su causa, por la fe. Obviamente no estamos haciendo alusión a un origen histórico cuanto a una experiencia única y personal, a “mi experiencia”, que es a la vez don de Dios. Es únicamente desde la propia vivencialidad que supone el personal encuentro con Dios que nos ha salido al paso y que se renueva cada día en la oración, de donde nace esa relación de confianza.
Ahora bien, en el himno no resalta desde un primer momento la confianza en Dios sino en “la madre”. Más que evadir y distanciar de Dios, María-Madre se nos presenta como canal privilegiado, quizá el más seguro, para llegar a Dios.
Sólo a la luz de María se puede comprender el “cogerse a la mano de su madre”. De hecho, la maternidad en sí misma es ya una respuesta al por qué tener esa confianza en la Madre por antonomasia, en la Virgen Pura que es “el modelo más acabado de la nueva creatura salida del poder redentor de Cristo”, como la llamaba el padre Marcial Maciel. Es aquí donde se escucha el eco de aquella herencia pronunciada desde la cruz: “Juan, eh ahí tu madre”. Qué contraposición: mientras Rea, la diosa madre, desconfía de sus propios hijos, y ellos de ella, el Dios verdadero confía en nosotros al grado de dejarnos a u madre en herencia.
Pero aún hay más. En medio de una “crisis” del don de la maternidad, tenemos presente, muy presente, la cercanía de la propia madre, de la que nos llevó en su seno y nos crió. Cercanía que llevaba en sí la vivencia de virtudes como la confianza y de donde nacen actitudes como la seguridad que nos llevaban a saber “dormirnos cogidos de su mano”, como reza el himno.
Todavía resta un elemento, la tarde. ¿Qué significa la tarde? Es verdad que en un primer momento parece hacer alusión al instante en que el sol declina para abrir paso a la noche. ¿No es precisamente en la noche donde más se precisa esa necesidad de seguridad y de confianza, de cercanía de la madre para dormir tranquilamente? Sí, así es. Pero “la tarde” también parece aducir otros momentos donde esa virtud debe hacerse vida.
Cómo no pensar en la “tarde” de la propia vida o en la “tarde” del trabajo. Uno y otro momento invitan a una interrogante profunda: si hay tarde hubo día, ¿y los frutos de ese día? Hemos tenido el día para aprovecharlo y hacer rendir los talentos recibidos. Vida y trabajo se unen así, de hecho. Más que un cuestionamiento que acuse desesperación en el examen, incita a dirigir la mirada precisamente a la Madre que nos ayuda a examinarnos con confianza. Sí, la tarde que es examen se afronta de manera diversa cuando se está acompañado de María-Madre. Cuando ella nos acompaña, la “metanoia” (conversión) cristiana es una realidad en el minuto a minuto de cada jornada.
Alexis Carrel, premio Nobel de medicina y converso al catolicismo tras presenciar un milagro en Lourdes, tiene una oración que rezuma esa actitud de confianza en María. Ciertamente es un grito de un hombre que lucha contra sí mismo en su afán de creer totalmente, pero también nos es válida pues la fe no sólo es origen de la virtud de la confianza sino también su meta.
“Virgen santa, socorro de los desgraciados que te imploran humildemente, sálvame. Creo que Tú has querido responder a mi duda con un gran milagro. No lo comprendo, y dudo todavía. Pero mi gran deseo y el objeto supremo de todas mis aspiraciones es ahora creer, creer apasionadamente y ciegamente, sin discutir ni criticar nunca más. Tu nombre es más bello que el sol de la mañana. Acoge al inquieto pecador que, con el corazón turbado y la frente surcada por las arrugas, se agita corriendo tras las quimeras. Bajo los profundos y duros momentos de mi orgullo intelectual yace, desgraciadamente ahogado todavía, un sueño, el más seductor de todos los sueños: el creer en ti y el de amarte como aman los monjes de alma pura”.