Tanto a vosotros como a mí, estoy seguro de ello, se os habrá dicho o habréis oído que María es ejemplo, maestra, de oración.
Y esto no es una frase hecha, María al haber sido protegida del pecado original, su sensibilidad para todo lo referente a Dios, es tan grande que, nosotros pobres pecadores, apenas podemos entender. Pero baste recordar cómo eran esos momentos de Adán y Eva en el paraíso, como se relacionaban con Dios antes de su caída, de su desobediencia. Era una comunicación natural y espontánea, era una oración perfecta. Pues así debió de ser en la Tierra también la de María, un dialogo con Dios de forma natural y continua.
Un pasaje que siempre me ha fascinado por su delicadeza y por su naturalidad es el de la Anunciación, en ese episodio narrado por Lucas, autor del tercer Evangelio, se aprecia como debe ser nuestro orar a ejemplo de María.
“En el sexto mes fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María.”
Lucas con esta introducción nos pone en presencia de Dios, nos va preparando para lo trascendental.
Cuando vamos a orar eso es lo que tenemos que hacer en primer lugar, prepararnos para lo trascendental, vamos a dialogar con Dios, que más trascendental que esto
Lucas como médico que es y cumpliendo lo que nos dice en el Capítulo I de su Evangelio, de que se ha informado con exactitud de todo, nos da una serie de datos para confirmar la veracidad de lo ocurrido, como son el dar el nombre de la ciudad, el nombre de esa virgen, que estaba desposada con José aunque no vivían juntos, que pertenecía a la casa de David. Es como darnos datos “científicos” para que creamos lo sobrenatural que viene a continuación.
María es su nombre, y es este nombre, al pronunciarlo, es ya una forma de orar. María, el nombre de la virgen era María.
Etimológicamente hay varias propuestas a este nombre de María, me gusta la que lo relaciona de con los vocablos luz y mar en hebreo, de ahí que en las letanías se la llame Stella Maris.
Los padres de la Iglesia la vinculan a otra palabra aramea que significa Señora, y si pensamos que puede tener origen en Egipto, la hermana de Moisés llevaba ese nombre, derivaría del vocablo amada.
Si las reunimos, estas tres acepciones para invocarla, tendríamos: Amada Señora Estrella del Mar. Esa es María, nuestra amada señora que nos ilumina en la travesía, no siempre fácil, de las aguas, en ocasiones turbulentas, del mar que es la vida.
Que buena forma de comenzar la oración pues. invocando así a María, como Amada Señora que nos ilumina en este caminar de la oración.
Sigamos con Lucas en esta nuestra oración:
“Y habiendo entrado donde ella estaba, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo”
Y habiendo entrado… ¿dejamos tu y yo entrar a Dios en nuestro corazón?, estamos receptivos a lo sobrenatural a la gracia de Dios. ¿Cómo esta nuestro corazón?, cerrado o abierto a las cosas de Dios.
Tal vez lo tenemos lleno de “cosas” y eso no nos permite la acogida de lo realmente importante que es Dios. Que buen punto inicial de examen en presencia de Dios y de María, ver que sobra en nuestro corazón, que cosas hay en el que, como espinas, ahogan a Dios en el. Puede ser que sobren cosas materiales o afectos, amores impropios. Hay que saber vaciarse de todo ello y aunque duela y aunque cueste, es algo que vale la pena, pues ese vaciarnos, ese tirar lastre nos prepara para recibir la gracia, al Espíritu y de esa forma ser en verdad felices.
Pidamos un corazón grande para el amor, para saber ver en todo la bondad de Dios, ver a Dios en nuestro caminar diario.
El texto griego dice literalmente Alégrate, en vez de Dios te salve. Y es que lo que le va a comunicar es motivo de gran alegría. Es la salutación que todos quisiéramos de nosotros oír. Una salutación jamás dada a nadie en toda la historia de la humanidad.
Llena de gracia, María es la llena de gracia, y eso hace que se llene de Dios, que este llena de Él. Estar con Dios, el tenerle en nuestro corazón, en nuestra vida como referente, nos da paz, alegría. Un cristiano no puede ser una persona triste, si lo está, triste, es que la gracia de Dios no habita en él. La alegría y Dios van de la mano.
Que buen punto para examinarme en alegría pues ello me indicara como es mi trato con Dios, cuáles son mis prioridades, como es mi amor a Dios y a los demás.
Cuando acudimos a la Confesión, Sacramento de la Reconciliación, reconciliación con Dios y con nuestros semejantes, nosotros lo necesitamos por ser pecadores,: “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” Juan VIII, 1. “Siete veces cae el Justo” Proverbios, 24. Allí nos llenamos de gracia al ser perdonados, reconciliados en este Sacramento hacemos más santa a la Iglesia al aumentar la santidad de sus miembros. Así pues el acudir a este Sacramento es ya de por si un acto de Caridad grande, un acto de amos, al hacer mas santos a los miembros de la Iglesia por medio de la Comunión de los Santos.
Esto nos permite que Dios habite en nuestra alma de forma espiritual y también de una forma sacramental y real al comulgar. Podemos decir como el Ángel a María: El Señor está conmigo.
Si, el Señor está conmigo mientras no lo expulse por el pecado, pero la salutación a María nos aporta algo nuevo, el Ángel no le dice el Señor está contigo, sino, el Señor es contigo.
Indica permanencia, no algo temporal como en ti y en mí. Dios permanentemente estaba en María, en la sin pecado. Que maravilloso es pues en nuestra oración meter a María, será señal cierta, clara, de que a pesar de nuestra indignidad, Dios va a estar presente por María en nuestra oración.
Quiero recordar, pues ayuda a nuestra oración, que en algunos importantes manuscritos griegos y versiones antiguas añaden: Bendita tú entre la mujeres.
Es la exaltación de María como Mujer entre las mujeres, es la nueva Eva, la que vence a la serpiente, al maligno, al Malo.
Su dignidad es la más grande por haber sido elegida para ser Madre de Dios.
El evangelista nos sigue diciendo:
“Ella se turbo al oír estas palabras, y consideraba que significaría esta salutación.”
Siempre me ha sorprendido que María no se turbara ante la presencia del ángel sino por su saludo. Ello me hace pensar que al ser inmaculada, al haber sido concebida sin pecado original la presencia o visión de los ángeles no debía serle algo novedoso. Se turba por el saludo, enrojece ante esas palabras de alabanza que le dedica. En su humildad esas palabras le generan confusión, pues se siente ante Dios poca cosa.
Qué ejemplo nos da también María de humildad, de que al orar nos humillemos ante Dios, que nuestra actitud no sea de prepotencia sino de sabernos muy poca cosa ante el Señor, somos humus, nada, hojarasca. Por eso en la oración no podemos dejar de ser pedigüeños, no vamos a contar nuestros logros, lo importante que somos, sino a: Adorar, Desagraviar, dar Gracias y Pedir.
Orando así conoceremos nuestra vocación, lo que Dios espera de nosotros, lo que nos tiene destinado desde siempre, desde la eternidad.
“Y el ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Sera grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinara eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin.”
Tu y yo, ante el descubrimiento de lo que Dios espera de nosotros, el descubrimiento de la vocación, podemos perfectamente tener un miedo inicial, es lógico, es miedo a lo que desconocemos, es miedo a no saber si seremos capaces de hacer, de cumplir, lo que Dios nos pide. Es miedo a fracasar, es miedo de nuestras inseguridades, de nuestras limitaciones. Miedo a nuestros miedos.
No tener miedo, se repite en la Biblia 365 veces, es como si el Señor nos lo dijera todos los días del año, nos lo recuerda a diario pues nos conoce bien y sabe de nuestras limitaciones, pero ese no temas no es una sugerencia, es una orden. Nos pide confianza ciega en Dios, Él nos da siempre su gracia ante lo que nos pide, gracias suficientes para el cumplimiento de la misión encomendada, de ahí la orden: no temas.
Ese miedo inicial no nos ha de hacer sentir mal, es una reacción normal ante la perspectiva de lo divino, de lo sobrenatural, pero hay que saber superarlo confiando en Dios, orando y pidiendo consejo a la persona que nos puede ayudar y que Dios siempre pone cerca de nosotros. En el caso de María es Gabriel, el ángel.
María conocedora de las citas de las Escrituras que el ángel da, reconoce que se le pide ser Madre de Dios, algo que la deja fuera de los planes que creía que Dios esperaba de ella y por eso pregunta:
“María dijo al ángel: ¿De qué modo se hará esto, pues no conozco varón?. Respondió el ángel y le dijo: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá Santo, será llamado Hijo de Dios.”
María estaba convencida de su vocación a la virginidad como algo que Dios le pedía, pero por las circunstancias de la época debía ser en el matrimonio y este plan de Dios lo desbarata el anuncio del ángel, por eso no es que dude, sino que pide como será eso, pero no es pregunta de duda sino de aceptación de la Voluntad de Dios aunque no la entienda. No es la duda de incredulidad de Zacarías, ella esta pronta a cumplir lo que se le pide aunque no entienda como. Es abandono en Dios.
En María se cumple en perfecta conjunción la vocación a la santidad mediante el celibato y la vocación a la santidad en el matrimonio.
La llamada, la vocación es en un instante, pero tiene sus propias dimensiones sus escalones, como el Papa Juan Pablo II comentaba y son:
El primer paso es la búsqueda, buscar lo que Dios espera de nosotros.
Un segundo paso es el de aceptación de la vocación, la acogida.
Un tercer paso sería el de la coherencia, el vivir con arreglo a esa vocación, el ser consecuentes a lo que Dios nos pide.
Y el cuarto paso, que junto con el tercero son los más difíciles, es el del tiempo. La fidelidad. Ser coherente toda la vida, ser fiel siempre.
María cumplió perfectamente esos cuatro pasos en su vocación.
Es momento de que tú y yo analicemos, nos examinemos, también de la nuestra a ejemplo de Ella.
Podemos dar por realizado los dos primeros pasos, el de búsqueda y el de acogida o no estaríamos leyendo esto.
Pero como vivimos el de la coherencia, ¿vivimos de acuerdo a lo que creemos?. Aunque ese vivir de acuerdo a mi vocación me acarree incomprensiones, habladurías, perdida incluso de amigos y ser calificado de intolerante tan de moda hoy y que con ese calificativo se nos excluya, y pasemos a ser bichos raros, gente a la que hay que descartar por creerse en posesión de la verdad en un mundo relativista.
Y el cuarto punto, la fidelidad. Podemos ser coherentes uno o dos días, un mes o un año o alguno más, ¿pero siempre, toda la vida?. Esa es la fidelidad: para siempre. Algo también hoy que no se comprende, pues si no se cree en la verdad como ser fiel a ella, como ser fiel a una verdad cambiante, es algo imposible.
Es esta una virtud que ya ni los mayores creen, ¿fidelidad?, ¿a qué y para qué?, si todo cambia.
Y eso nos lleva a una vida sin cimientos, sin valores y construir así la vida es ir hacia un mundo personal lleno de dudas, de trastornos psicológicos, de infelicidad.
Tomemos a María también de ejemplo de fidelidad a su vocación desde el anuncio del ángel hasta al pie de la Cruz.
“Dijo entonces María: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”
Y con este generoso Fiat, María se convierte en Madre de Dios y por tanto también en madre de todos los vivientes.
Se convierte en la nueva Arca de la Alianza, donde Jesús es el único y perfecto mediador y también en la Puerta del Cielo y así orando, comprendemos esa exaltación gozosa de piropos que nacen del corazón y que constituyen las Letanías del Santo Rosario dirigidas a nuestra madre María.
Pero antes del Fiat, del hágase, María se define como la esclava del Señor. Es una entrega total a la voluntad de Dios una vez ha comprendido lo que Dios espera de ella. No es una obediencia ciega atolondrada. Es una obediencia de persona madura, reflexiva, que pregunta lo que no entiende y luego acepta lo que Dios le pide, libremente, no de forma servil. Con ella descubrimos lo que en Rom. VIII, 21 se nos dice que descubramos la: “libertad gloriosa de los hijos de Dios”.
Y como rezamos en el ángelus: El Verbo se hizo carne”
Y para que tengamos plena confianza en que Dios no nos abandona, ese Verbo que se hizo carne, carne como la nuestra pero sin el pecado, el discípulo amado del Señor nos recuerda en su Evangelio: “Y el Verbo era Dios”