Construyendo un cielo; La Ascensión del Señor
Reflexión del evangelio de la misa del Domingo 28 de mayo de 2017
¡Ah! No olvidemos, Cristo promete: y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato |
Lecturas:
Hechos 1, 1-11: “Serán mis testigos… hasta en los rincones de la tierra”.
Salmo 46: “Dios asciende entre aclamaciones”.
Efesios 1, 17-23: “La esperanza a la que ustedes han sido llamados”
San Mateo 28, 19-20: “Vayan a todas las naciones”
México se ha caracterizado en los últimos tiempos por una tendencia escandalosa al suicidio, sobre todo de adolescentes y jóvenes. “No le encuentro sentido a mi vida. Todo me parece oscuro, difícil. ¿Para qué seguir viviendo esta vida estúpida? Todo se desmorona, todo se cae a pedazos”. Son, en resumen, las confesiones de un adolescente que me presentan unos agobiados padres. Varias veces ha intentado suicidarse de diferentes maneras y constantemente se hace daño cortándose en diferentes partes del cuerpo. Tiene miedo a vivir, tiene miedo a todo. Nada le entusiasma. ¿Cómo darle sentido a su vida?
La vida es difícil, muy difícil para muchas personas. Cuando hacemos un análisis serio de la realidad, con frecuencia terminamos agobiados por los graves problemas que se nos presentan: creciente narcotráfico, crímenes horrendos que nos hacen estremecer, profecías que auguran desabasto de alimentos, pérdida de valores, crecientes conflictos individuales y entre las naciones, y, lo más triste, sólo unos cuantos parecen estar contentos con esta situación y salir beneficiados. La mayoría de las personas se sienten cada vez más agobiados, más inseguros, sin perspectivas en su vida. Esto provoca más violencia y más tensión. Muchos se repiten esa pregunta: “¿Vale la pena seguir viviendo, seguir luchando?”. Hoy, al celebrar la Ascensión del Señor, tenemos una gran oportunidad de descubrir el verdadero sentido de nuestra vida, reflexionar sobre nuestra situación, examinar hacia dónde se dirigen nuestros pasos y llenarnos de esperanza.
Cristo se nos presenta triunfante y glorioso. Lleno de símbolos de victoria: la nube, las alturas, el ascender, pero todo esto después de haber asumido con valentía y generosidad la misión que Dios le había confiado. Sí, el Cristo que se ha encarnado, que ha asumido nuestro dolor y nuestra muerte, que comprende nuestro caminar, hoy es exaltado y elevado a los cielos. El libro de Los Hechos de los Apóstoles nos narra con un sentido de Pascua como Jesús es ha sido introducido en un ámbito de trascendencia y en el mundo de lo divino. Y en el Evangelio Jesús mismo asume que le ha sido dado todo poderío: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”. Sí, el crucificado, el ignorado, el despreciado, ahora es reconocido como el Rey de cielo y tierra. No en el sentido del poderío humano que destruye y traga todo, que lo somete todo, sino en el sentido del Rey que da vida, que armoniza y que humaniza y al mismo tiempo diviniza. Los discípulos no lo entienden y preguntan si ahora sí va a restablecer la soberanía de Israel. ¡Qué lejos están todavía de entender el reinado de Jesús!
A nosotros también nosotros nos pasa: qué lejos estamos de comprender a Jesús. Equivocamos el camino, confundimos reino con poder, evangelio con conquista, paz con pasividad y sufrimiento con fracaso. El mismo Cristo que se encarnó, ahora nos muestra el camino del triunfo. Desde la nada hasta la plenitud de la vida. Nosotros queremos triunfar sin seguir el camino. Nos han presentado triunfos fáciles, inflables, aparentes y lo hemos creído. Después cuando creíamos haber llegado al final nos sorprendemos con las manos vacías, con el corazón destrozado, ¡qué desilusión! Cuando descubrimos que el placer no es el amor, que el poder no es la felicidad, que el tener no es esencia del hombre, nos quedamos sin nada y sin deseos de volver a intentarlo.
La Ascensión de Jesús despierta en nosotros la esperanza, nos lanza en búsqueda de las alturas y del cielo, pero fuertemente cimentados en este suelo, partiendo de nuestra realidad. No podemos vivir de angelismo. Cuando se quiere construir un cielo, se comienza con la tarea muy concreta y básica de poner los pies sobre la tierra. Cristo hoy nos manifiesta la belleza y grandiosidad de ese cielo y nos encomienda la misión de construirlo con nuestras propias fuerzas, con nuestros débiles recursos, pero contando con su presencia. Construir un cielo es posible. No ese cielo pasivo, angelical, donde no se hace nada, donde se tiene todo, donde se vive de recuerdos y de músicas. Sino ese cielo que es presencia plena del amor de Dios que a todos nos hace hermanos. Cristo no promete bienes inalcanzables, sino nos ordena compartir todo con todos, empezando por la gran noticia de su Evangelio. No promete abundancia para unos cuantos, sino pone las bases para una vida integral y plena para todos: un mismo Padre, un mismo Espíritu que habita en nosotros.
San Pablo, uno de sus más entusiastas seguidores, tuvo que caer y transformarse para comprender el verdadero mensaje de Jesús. Ahora, el apóstol incansable, nos anima y nos exhorta: “Le pido a Dios que les ilumine la mente para que comprendan cuál es la esperanza a la que han sido llamados y cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da a los que son suyos”. Toda una trayectoria y todo un proyecto de vida. Saber dónde estamos y saber a dónde vamos. No es podemos seguir vagando sin sentido. Cada persona tiene una misión hermosa, cada no de nosotros hemos sido llamados a participar de la rica herencia de Dios.
Contemplar la Ascensión de Jesús nos invita a poner los pies en la tierra pero mirando el cielo. No en vano se nos presenta la Ascensión con una cumbre, pues debemos subir a lo alto, pero poniendo atención al camino para no tropezar. Al caminar se pisa firme, se mira el suelo, pero no se puede perder de vista la meta trazada para no desviarse. ¡Ah! No olvidemos, Cristo promete: “y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. El significado de la nube, desde el antiguo testamento, es doble: por un lado significa la trascendencia, pero por otro significa fuertemente la presencia de Dios que camina con su pueblo. “Yo estoy contigo”, nunca caminamos solos. Siempre ha nuestro lado camina Jesús.
¿Qué sentido tiene nuestro diario caminar? ¿Somos los hombres y mujeres de la esperanza? ¿Nos comprometemos en la lucha por la justicia y la igualdad, al mismo tiempo que miramos más de lo terreno? ¿Construimos el cielo aquí en la tierra?
Señor Jesús, en este día de tu Ascensión, te pedimos que no permitas que nos esclavicemos mirando nuestras realidades pero que tampoco nos olvidemos de luchar por la justicia y la verdad ignorando tu Reino. Concédenos que con una sana esperanza construyamos tu Reino aquí en la tierra pero mirando siempre hacia el cielo donde Tú nos esperas. Amén.