Nuestra Señora de la Paciencia
Padre Horacio Bojorge
Miremos a la Madre Dolorosa.
A la del Corazón Inmaculado,
del Corazón sin mancha de pecado.
Hija de Dios. Madre de Dios. Su Esposa.
La que ama a Dios, tres veces amorosa,
con toda el alma y sobre toda cosa,
como nunca y por nadie ha sido amado.
Hasta la Cruz lo amó. Desde la cuna.
Y Dios también la amó. Como a ninguna.
Porque si hay creatura
que, después de creada, al contemplarla,
Dios la vio buena y digna de alabarla;
que halló gracia a Sus ojos - "Santa y pura"
como dijo Gabriel al saludarla - :
ésa, es esta Mujer.
¿Cómo es, entonces, que el dolor la acosa
y no la viene Dios a defender?
¿Cómo es que viendo cómo se la veja;
cómo es que viendo cómo se la insulta,
parece que el Poder de Dios la deja,
parece que el Poder de Dios se oculta,
la abandona y la deja padecer?
¿Por qué no quiso Dios, puesto que pudo,
ahorrarle este dolor que la anonada?
¿Por qué no quiso interponer su escudo
ni apartar de su pecho la estocada?
¿Qué designio de Dios cumple esta espada,
cuando traspasa con su filo agudo
al alma más amante y más amada?
Era preciso que ella padeciera.
Era preciso que ella reflejara
el oculto dolor qua a Dios depara
que el hombre lo rechace y no lo quiera.
Era preciso que ella compartiera
por ser hija, el dolor de Dios, su Padre;
la Pasión de Dios Hijo, como Madre;
y sufriera, paciente y dolorosa,
las penas de su Esposo, como Esposa.