Lecturas de hoy Viernes de la 11ª semana del Tiempo Ordinario
Hoy, viernes, 22 de junio de 2018
Primera lectura
Lectura del segundo libro de los Reyes (11,1-4.9-18.20):
En aquellos días, cuando Atalía, madre del rey Ocozías, vio que su hijo había muerto, empezó a exterminar a toda la familia real. Pero cuando los hijos del rey estaban siendo asesinados, Josebá, hija del rey Jorán y hermana de Ocozías, raptó a Joás, hijo de Ocozías, y lo escondió con su nodriza en el dormitorio; así, se lo ocultó a Atalía y lo libró de la muerte. El niño estuvo escondido con ella en el templo durante seis años, mientras en el país reinaba Atalía. El año séptimo, Yehoyadá mandó a buscar a los centuriones de los carios y de la escolta; los llamó a su presencia, en el templo, se juramentó con ellos y les presentó al hijo del rey. Los centuriones hicieron lo que les mandó el sacerdote Yehoyadá; cada uno reunió a sus hombres, los que estaban de servicio el sábado y los que estaban libres, y se presentaron al sacerdote Yehoyadá. El sacerdote entregó a los centuriones las lanzas y los escudos del rey David, que se guardaban en el templo. Los de la escolta empuñaron las armas y se colocaron entre el altar y el templo, desde el ángulo sur hasta el ángulo norte del templo, para proteger al rey. Entonces Yehoyadá sacó al hijo del rey, le colocó la diadema y las insignias, lo ungió rey, y todos aplaudieron, aclamando: «¡Viva el rey!»
Atalía oyó el clamor de la tropa y se fue hacia la gente, al templo. Pero, cuando vio al rey en pie sobre el estrado, como es costumbre, y a los oficiales y la banda cerca del rey, toda la población en fiesta y las trompetas tocando, se rasgó las vestiduras y gritó: «¡Traición, traición!»
El sacerdote Yehoyadá ordenó a los centuriones que mandaban las fuerzas: «Sacadla del atrio. Al que la siga lo matáis.» Pues no quería que la matasen en el templo.
La fueron empujando con las manos y, cuando llegaba a palacio por la puerta de las caballerizas, allí la mataron. Yehoyadá selló el pacto entre el Señor y el rey y el pueblo, para que éste fuera el pueblo del Señor. Toda la población se dirigió luego al templo de Baal; lo destruyeron, derribaron sus altares, trituraron las imágenes, y a Matán, sacerdote de Baal, lo degollaron ante el altar. El sacerdote Yehoyadá puso guardias en el templo. Toda la población hizo fiesta, y la ciudad quedó tranquila. A Atalía la habían matado en el palacio.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 131,11.12.13-14.17-18
R/. El Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella
El Señor ha jurado a David
una promesa que no retractará:
«A uno de tu linaje
pondré sobre tu trono.» R/.
«Si tus hijos guardan mi alianza
y los mandatos que les enseño,
también sus hijos, por siempre,
se sentarán sobre tu trono.» R/.
Porque el Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella:
«Ésta es mi mansión por siempre,
aquí viviré porque la deseo.» R/.
«Haré germinar el vigor de David,
enciendo una lámpara para mi Ungido.
A sus enemigos los vestiré de ignominia,
sobre él brillará mi diadema.» R/.
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Mateo (6,19-23):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No atesoréis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los coman ni ladrones que abran boquetes y roben. Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Y si la única luz que tienes está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!»
Palabra del Señor
Comentario al Evangelio de hoy viernes, 22 de junio de 2018
Llorente cmf
El mensaje del Evangelio de hoy es bien sencillo y fácil de entender: tenemos que ser inteligentes y orientar nuestra vida para conseguir lo más valioso, el mejor tesoro que podamos alcanzar. Así de simple. Así de sencillo. Lo que pasa es que a veces, demasiadas veces, nos equivocamos y terminamos poniendo nuestro corazón en cosas que ni son tesoro ni son nada, que se desvanecen entre los dedos de nuestras manos como se escapa la arena de la playa.
Para que lo entendemos mejor, se nos pone el ejemplo de la primera lectura. No es más que un relato de aquellos primeros reyes de Israel. No fueron muy allá los descendientes de David. Enseguida se corrompieron y anduvieron en luchas entre ellos. Unos para quitarle el trono a los otros y los otros para defenderse de los que se lo querían quitar. La historia de siempre, mil veces repetidas a lo largo de los siglos de vida de la humanidad en la faz de la tierra.
Atalía había conseguido arrebatar el trono a la familia de su hijo. Para ello, no dudo en exterminar a sus propios nietos (no eran tiempos en los que estuviesen de broma a la hora de vencer en la batalla). Ya se sentía segura. Tenía el trono. Tenía el palacio. Tenía una buena vida asegurada. Pero pasó lo que pasa habitualmente: que no había atado todos los cabos y se le escapó vivo uno de sus nietos. Por ahí le llegaron a Atalía todos los males. Solo fue cuestión de tiempo que terminase ella también, acosada, acorralada y muerta.
Jesús nos centra en la enseñanza que debemos aprender de esta historia y de tantas historias parecidas. Hay que buscar y trabajar por alcanzar los verdaderos tesoros, los que no se come la polilla ni la carcoma.
Seamos realistas todo lo material está llamado a pasar, a deteriorarse, a desaparecer. El que pone su corazón en los tesoros materiales está perdiendo el tiempo y, probablemente, se terminará quedando más sólo que la una.
Pero Jesús señala a otros tesoros en los que sí vale la pena poner el corazón. Jesús habla de los tesoros del cielo. Nosotros hoy con nuestro lenguaje hablaríamos del amor y el cariño, e la relación, de la fraternidad, de la justicia. Hablaríamos de abrir la mano para tender puentes, para encontrarse con el hermano. Ahí, con seguridad, encontraremos el verdadero tesoro: en la amistad, en el cariño, en el amor (¿les suena a algo aquello de que “Dios es amor”?). Esa luz ilumina la vida con tal fuerza que nos hace olvidar la oscuridad.
Para terminar y confirmar: ¿no han oído muchas veces decir a las personas que dedican su vida al servicio amoroso a los más pobres que se sienten felices y amados por ellos, que reciben mucho más de lo que dan? Es que en el amor todo lo que se da se recibe mil veces de vuelta. Con la ventaja de que ese tesoro no se lo comen ni las polillas ni las carcomas, ni el tiempo ni la enfermedad.