martes, 3 de septiembre de 2013

PENAMIENTO MARIANO 17


PENSAMIENTO MARIANO

María fue elegida entre todas las mujeres para ser la Madre del Redentor y adornada con todas las gracias y privilegios que corresponden a la divina maternidad, como porque María, la esclava del Señor, prestó oído atento a la Palabra del Señor y ordenó su vida en conformidad con aquella divina Palabra. 

Alfonso Milagro

EL AMOR DE MARÍA LLENA NUESTRO CORAZÓN

Autor: P Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net
El amor de María llena nuestro corazón
Si uno de veras cree en este amor que le tiene María Santísima como madre ¿podrá sentirse desgraciado? ¿Podrá sentirse desesperado?
 
El amor de María llena nuestro corazón
El amor de María llena nuestro corazón

Dios es amor.

María Santísima es también amor.

Podríamos decir que María es el lado misericordioso y tierno del amor de Dios.
"Tú sola, Virgen María, le curas a Dios de todas las heridas que le hacemos los hombres. Por ti sola valió la pena la redención, aunque, afortunadamente, hay otras y otros que se han tomado en serio la redención".

Este amor tuyo que, por un lado, sube hasta Dios y, por lo tanto, tiene toda la gratitud de una creatura, toda la profundidad de una madre, toda la pureza de una virgen; por otro lado, se dirige a nosotros, hacia la tierra, hacia tus hijos.

Cómo me impresionó -y aparte al principio no lo creí- leer aquellas palabras de San Alfonso María de Ligorio: "Si juntáramos el amor de todos los hijos a sus madres, el de todas las madres a sus hijos, el de todas las mujeres a sus maridos, el de los santos y los ángeles a sus protegidos: todo ese amor no igualaría al amor que María tiene a una sola de nuestras almas". Primero, no lo creí porque era demasiado grande para ser cierto. Hoy, lo creo, y posiblemente estas palabras de San Alfonso se quedaron cortas.

Yo me pregunto: si uno de veras cree en este amor que le tiene María Santísima como madre ¿podrá sentirse desgraciado? ¿Podrá sentirse desesperado? ¿Podrá vivir una vida sin alegría, sin fuerza, sin motivación? ¿Podrá alguna vez, en su apostolado, llegar a decir "no puedo, me doy"? ¿Podrá algún día decir : "renuncio al sacerdocio y lo dejo"? Si Cristo, por nosotros, dio su sangre, su vida, ¿qué no dará la Santísima Virgen por salvarnos? Ella ha muerto crucificada, espiritualmente, por nosotros. A Cristo le atravesaron manos y pies por nosotros; a ella una espada le atravesó el alma, por nosotros. Si Él dijo: "He ahí a tus hijos" ¿cómo obedece la Santísima Virgen a Dios? Entonces, cuánto nos tiene que amar. Y si somos los predilectos de su hijo: "vosotros sois mis amigos", somos también los predilectos de Ella.

El amor de María llena nuestro corazón, debe llenarlo. El amor de una esposa no es el único que puede llenar el corazón de un hombre como yo. El amor de María Santísima es muchísimo más fuerte, rico, tierno, confortante, que el de todas las esposas de la tierra. El amor de mi madre celestial llena, totalmente, mi corazón. Una mirada, una sonrisa de María Santísima, me ofrecen más que todo lo que pueden darme todas la mujeres de la tierra juntas.

¿Cuál debe ser mi respuesta a tan grande y tierno amor?

Como Juan Pablo II debemos decir cada uno de nosotros, también, "totus tuus": todo tuyo y para siempre. Aquella expresión que el Papa nos decía: "Luchando como María y muy juntos a María", que le repitan siempre: "totus tuus".

¿Por qué no llevarme a todas partes a la Santísima Virgen? En el pensamiento, en el corazón, y también, en una imagen, en un cuadro: su presencia es benéfica. Yo tengo en mi despacho y en mi cuarto una imagen de la Santísima Virgen. Con mucha frecuencia la miro, con mucha frecuencia le hablo y, también, la escucho. Siento su presencia y su amor a través de esa imagen.



  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Mariano de Blas LC

    lunes, 2 de septiembre de 2013

    ORACIÓN DE REPARACIÓN POR LOS ABORTOS


    Oración de reparación por los abortos

    Señor, Dios Todopoderoso y Creador nuestro, nos reunimos hoy en torno tuyo para celebrar nuestra existencia y alegrarnos por el don de la vida.

    Oración inicial

    Señor, Dios Todopoderoso y Creador nuestro, nos reunimos hoy en torno tuyo para celebrar nuestra existencia y alegrarnos por el don de la vida. Enséñanos a comprender cada vez mas profundamente, que toda vida humana es sagrada, tanto la del pequeño en el vientre de su madre, como la del enfermo desahuciado ; la del niño lisiado o anormal, como la del adulto incapacitado; la del vecino, como la del hombre distante y lejano. Recuérdanos, Padre Celestial, que independientemente de la edad, raza, color o credo, cada persona ha sido creada a tu imagen y semejanza, y ha sido redimida por Cristo. Esto los hace inapreciables ante tu mirada. Enséñanos a ver a los demás a través de tus ojos para poder venerar, preservar y sostener el don de la vida en ellos, y emplear con mayor fidelidad la nuestra en tu servicio. Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor.

    Amén.


    Oración por la vida

    Padre, tú eres la fuente de toda vida. Por Jesucristo, tu Hijo, ofreces la vida eterna a todo el que la desea. Nosotros creemos en esa vida, Padre. Te damos gracias por ella y esperamos con gozo el día en que podamos compartirla contigo.

    Pero hoy te pedimos por la vida humana creada a tu imagen; la vida de todas las personas del mundo entero. Por tu amor y tu misericordia, santifica y fortalece nuestros esfuerzos por lograr que se respete y dignifique el fundamento de toda vida humana, especialmente por los jóvenes de nuestro mundo. Que tu rostro brille sobre nosotros y que en ti, la humanidad entera encuentre la felicidad y el valor de vivir en ayuda mutua, haciendo de esta vida un anticipo de la vida futura que gozaremos eternamente. Amén.

    ¡Hijos, he aquí a su Madre!


    ¡Hijos, he aquí a su Madre!
    Padre Fintan Kelly, L.C.


    María tiene la misión de darnos a Cristo. Debemos mostrar nuestro aprecio y amor hacia ella imitándola en sus virtudes. 

    1. “Jamás hizo esto con otra nación”. Todavía están descubriendo muchos detalles desconocidos en el cuadro de Nuestra Señora de Guadalupe, como por ejemplo, las figuras que están registradas en los ojos de la Virgen. Pero por encima de todas esas maravillas, hay otra todavía mayor: el hecho de que Dios escogió a México para revelar la imagen de su Madre.

    Es un amor de predilección. Nos hace pensar en aquel episodio del Calvario cuando Cristo crucificado dijo a su Madre: “¡Mujer, he aquí a tu hijo!”, señalando a san Juan Evangelista, el discípulo fiel que estaba ahí. Al revelar la imagen de su Madre, Dios dice a todos los mexicanos: “¡He aquí a tu Madre!”.


    2. La Virgen de Guadalupe quiere que los mexicanos la visiten. Para ese fin pidió que se hiciera la Basílica y nos dejó su cuadro. Ella quiso estar con nosotros de una manera más concreta, más palpable y más cercana. Es bueno tener una imagen de nuestra Madre del cielo en nuestra casa. Nos ayuda a pensar en ella y a dirigirnos a ella con más fervor. 


    3. La Virgen de Guadalupe está encinta y camina en nuestra dirección. Ella viene hacia nosotros trayendo a su Hijo Jesucristo. En los íconos de los primeros siglos de la Iglesia, pintaban a María sentada con el Niño sobre su regazo. Simbolizaba su misión: dar a Cristo al mundo.

    Tengamos fe en esta misión divina de María y no nos dejemos engañar por tantos sectarios que quieren dejarnos huérfanos de Madre. Debemos amar a nuestra Madre celestial.

    Toda la información que quieras conocer sobre la Patrona de las Américas, puedes encontrarla en la página oficial de Nuestra Señora de Guadalupe, "sitio dedicado a los millones de habitantes de la tierra que Ella visitará, los hombres, mujeres y niños que cada año visitan su Basílica y son vistos aproximándose a su Imagen con la mayor devoción, muchos de ellos vistiendo humildes ropas como las que vistiera Juan Diego y caminando sobre sus rodillas. La mayoría quizás nunca verá esta página, pero estarán siempre en-línea con ella a través de la más firme de las conexiones: Amor".

    ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? 
    Carta Pastoral de Mons. Norberto Rivera Carrera, Arzobispo de México y custodio oficial de la imagen de Guadalupe.

    JESÚS Y MARÍA SE DAN LA MANO


    Jesús y María se dan la mano
    Padre Tomás Rodríguez Carbajo



    ¡Qué equivocación querer separar la devoción a María de la de Jesús y viceversa!.
    Jesús ha optado por hacerse hombre para salvarnos y no le quedó más remedio que nacer de una mujer y escogió a María.
    Jesús ha estado íntimamente ligado a su Madre antes de su nacimiento, cuando durante nueve meses estuvo en su vientre.

    a.- En la vida oculta de Jesús. 
    Cuando los Evangelios nos hablan de Jesús durante su vida oculta, siempre nos lo presentan junto a su madre:
    . Cuando los pastores van a adorarlo: "Fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre" (Lc. 2, 16)

    . Cuando los magos le encuentran: "Vieron al Niño con su Madre María" (Mt. 2, 11).

    . Después de que le encontraron en el templo: "Bajó con ellos (María y José) y vino a Nazaret y vivía sujeto a ellos" (Lc. 2, 51).

    b.- En la vida pública de Jesús. 
    Las pocas veces que el Evangelio habla de María en la vida pública de Jesús, siempre es en relación con su Hijo.

    En las bodas de Caná Ella nos muestra a Jesús y nos lleva a El: "Haced lo que El os diga" (Jn. 2, 5). Esta misma labor la sigue haciendo en los Santuarios marianos en donde los verdaderos peregrinos se acercan al confesionario para poder presentarse más dignamente delante de la Madre y así agradecerle dones recibidos por su mediación o pedirle gracias.

    María siempre se ha considerado una criatura cuya misión es la de relacionar a Dios con los hombres, siendo su Madre; y la de orientar a los hombres hacia Dios, como nos recomendó en Caná, además es la omnipotencia suplicante de todas las gracias, como cuando le dice a Jesús: "No tienen vino" (Jn. 2, 3). Jesús se estrena en hacer milagros, no se puede negar a su Madre y máxime, cuando pide en favor de los hombres.

    c.- Íntima unión querida por Dios. 
    Dios ha querido esta íntima unión entre el Hijo y la Madre, no sólo durante la existencia terrena, sino que quiere que la siga teniendo en el Cielo, pues, Ella es la Medianera de todas las gracias, es la encargada de presentar a su Hijo lo que necesitamos los hijos de aquí abajo, que estamos bregando en este mundo en medio de dificultades.

    El creyente de manera repetitiva se dirige con confianza a María diciéndole constantemente: "Ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte". Le confía a Ella todo lo que le preocupa sea más o menos importante y sobre todo el momento trascendental de llegar a la casa del Padre, ?nada mejor que ir de la mano de la Madre!.

    Hay jaculatorias que expresan esta íntima unión del amor que tenemos que tener a Jesús y a María, sin miedo de que al dirigirnos a uno de los dos mengüe el amor al otro: "Todo a Jesús por María. Todo a María para Jesús".

    De la mano de María llegamos siempre a Jesús, es la manera segura de hacerlo, ya que María nunca es el fin, sino el medio. 

    sábado, 31 de agosto de 2013

    PENSAMIENTO MARIANO 16


    PENSAMIENTO MARIANO

    Acuérdate, acuérdate, dulce, escogida Reina, que tienes de nosotros, los hombres pecadores, toda tu dignidad. ¿Cómo te llamarías Madre de la gracia y la misericordia a no ser por nuestra miseria que necesita de gracia y de misericordia. 

     Miguel de Unamuno

    MARÍA, INDICA EL CAMINO HACIA LA UNIÓN PLENA CON DIOS

    Autor: SS Juan Pablo II | Fuente: Catholic.net
    María, indica el camino hacia la unión plena con Dios
    Juan Pablo II profundizó en la fuerza que puede infundir en un corazón azorado la figura de la Virgen.
     
    María, indica el camino hacia la unión plena con Dios
    En medio de las dificultades de la vida, el cristiano cuenta con una ayuda única: la figura de la Madre de Dios «que indica el camino, es decir, Cristo, único mediador que lleva en plenitud al Padre».

    Juan Pablo II profundizó en la fuerza que puede infundir en un corazón azorado la figura de la Virgen.

    Al levantar la mirada hacia su imagen, explicó el Santo Padre, «podemos afirmar que María, junto a su Hijo, es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos».



    Queridos hermanos

    Recordemos una de las páginas más conocidas del Apocalipsis de Juan. En la mujer encinta, que da a luz un hijo, ante un dragón rojo como la sangre enfurecido con ella y con el que ha engendrado, la tradición cristiana, litúrgica y artística, ha visto la imagen de María, la madre de Cristo. Sin embargo, según la intención original del autor sagrado, si el nacimiento del niño representa la venida del Mesías, la mujer personifica evidentemente al pueblo de Dios, es decir, el Israel bíblico, o sea, la Iglesia. La interpretación mariana no está en contraste con el sentido eclesial del texto, ya que María es «figura de la Iglesia» (Lumen Gentium, 63; cf. San Ambrosio, «Expos. Lc», II, 7).

    En lo profundo de la comunidad fiel aparece por tanto el perfil de la Madre del Mesías. Contra María y la Iglesia se levanta el dragón, que evoca a Satanás y el mal, como lo indica la simbología del Antiguo Testamento: el color rojo es signo de guerra, de masacre, de sangre derramada; las «siete cabezas» coronadas indican un poder inmenso; mientras que los «diez cuernos» evocan la fuerza impresionante de la bestia, descrita por el profeta Daniel (cf. 7,7), imagen también del poder prevaricador que amenaza a la historia.

    El bien y el mal, por tanto, se enfrentan. María, su Hijo y la Iglesia representan la aparente debilidad y pequeñez del amor, de la verdad, de la justicia. Contra ellos se desencadena la monstruosa energía devastadora de la violencia, de la mentira, de la injusticia. Pero el canto que sella el pasaje nos recuerda que el veredicto definitivo es confiado a «la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo» (Apocalipsis 12, 10).

    Ciertamente en el tiempo de la historia, la Iglesia puede verse obligada a refugiarse en el desierto, como el antiguo Israel en marcha hacia la tierra prometida. El desierto, entre otras cosas, es el refugio tradicional de los perseguidos, es el ámbito secreto y sereno donde se ofrece la protección divina (cf. Génesis 21, 14-19; 1Reyes 19,4-7). Ahora bien, en este refugio la mujer permanece sólo durante un período de tiempo limitado, como subraya el Apocalipsis (cf. 12,6.14). El tiempo de la angustia, de la persecución, de la prueba no es, por tanto, definitivo: al final, vendrá la liberación y será la hora de la gloria.

    Contemplando este misterio desde una perspectiva mariana, podemos afirmar que «María, junto a su Hijo, es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos. La Iglesia deber mirar hacia ella, que es su madre y modelo, para comprender el sentido de su propia misión en plenitud» (Congregación para la Doctrina de la Fe, «Libertatis conscientia», 22-3-1986, n. 97; cf. «Redemptoris Mater», 37).

    Fijemos, entonces, nuestra mirada en María, imagen de la Iglesia peregrina en el desierto de la historia, que se dirige a la meta gloriosa de la Jerusalén celeste, donde resplandecerá como Esposa del Cordero, Cristo Señor. La Iglesia de Oriente honra a la Madre de Dios como la «Odiguitria», la que «indica el camino», es decir, Cristo, único mediador que lleva en plenitud al Padre. Un poeta francés ve en ella «la criatura en su estado original y en su lozanía final, como surgió de Dios en la mañana de su esplendor original» (Paul Claudel, «La Vierge à midi», editorial Pléiade, página 540).

    En su inmaculada concepción, María es el modelo perfecto de la criatura humana, llena desde el inicio de esa gracia divina que sostiene y transfigura a la criatura (cf. Lucas 1, 28), que escoge siempre, en su libertad, el camino de Dios. De este modo, en su gloriosa asunción al cielo, María, es la imagen de la criatura llamada por Cristo resucitado a alcanzar, al final de la historia, la plenitud de la comunión con Dios en la resurrección a una eternidad bienaventurada. Para la Iglesia, que experimenta con frecuencia el peso de la historia y el asedio del mal, la Madre de Cristo es el emblema luminoso de la humanidad redimida y abrazada por la gracia que salva.

    La meta última de la vicisitud humana llegará cuando «Dios sea todo en todo» (1 Corintios 15, 28) y, como anuncia el Apocalipsis, cuando «el mar deje de existir» (21, 1), para explicar que el signo del caos destructor y del mal será finalmente eliminado. Entonces la Iglesia se presentará ante Cristo como «como una novia ataviada para su esposo» (Apocalipsis 21, 2). Esa será la hora de la intimidad y del amor sin fisuras. Pero ya desde ahora, al mirar a la Virgen elevada al cielo, la Iglesia comienza a experimentar la alegría que le será ofrecida en plenitud al final de los tiempos.

    En la peregrinación de fe a través de la historia, María acompaña a la Iglesia como «modelo de la comunión eclesial en la fe, en la caridad y en la unión con Cristo. Eternamente presente en el misterio de Cristo, ella está, en medio de los apóstoles, en el corazón mismo de la Iglesia naciente y de la Iglesia de todos los tiempos. Efectivamente, "la Iglesia fue congregada en el cenáculo con María, que era la Madre de Jesús, y con sus hermanos. No se puede, por tanto, hablar de Iglesia si no está presente María, la Madre del Señor, con sus hermanos» (Congregación para la Doctrina de la Fe, «Communionis notio», 28-5-1992, n. 19; cf. San Cromacio de Aquileya, «Sermo» 30, 1).

    Cantemos, entonces, nuestro himno de alabanza a María, imagen de la humanidad redimida, signo de la Iglesia que vive en la fe y en el amor, anticipando la plenitud de la Jerusalén celeste. «El genio poético de san Efrén el Sirio, llamado "la cítara del Espíritu Santo", ha cantado incansablemente a María, dejando una impronta todavía presente en toda la tradición de la Iglesia siríaca» («Redemptoris Mater», 31). Es él quien presenta a María como imagen de belleza: «Ella es santa en su cuerpo, bella en su espíritu, pura en sus pensamientos, sincera en su inteligencia, perfecta en sus sentimientos, casta, firme en sus propósitos, inmaculada en su corazón, eminente, llena de todas las virtudes» («Himnos a la Virgen María» 1,4; editorial Th. J. Lamy, «Hymni de B. Maria», Malines 1886, t. 2, col. 520). Que esta imagen resplandezca en el corazón de toda comunidad eclesial como reflejo perfecto de Cristo y que sea como un signo que se alza por encima de los pueblos, como «ciudad colocada en la cumbre de una montaña», y «lámpara sobre el candelero para que alumbre a todos» (cf. Mateo 5, 14-15). 

    viernes, 30 de agosto de 2013

    PENSAMIENTO MARIANO 15


    PENSAMIENTO MARIANO

    La Iglesia camina en el tiempo hacia la consumación de los siglos recorriendo el itinerario realizado por la Virgen María. 

    SS. Juan Pablo II


    INVOCACIONES A LA VIRGEN MARÍA


    Invocaciones a la Virgen María

    Ave, Tú por quien resplandecerá la dicha.

    Ave, Tú por quien se renueva la creación.

    Ave, iniciada en los misterios de una inefable voluntad.

    Ave, fe de acontecimientos que requieren silencio.

    Ave, oh puente que de la tierra hace pasar al cielo.

    Ave, Tú que inefablemente generaste la luz.

    Ave, terreno que germina abundancia de misericordia.

    Ave, porque haces reflorecer el jardín de delicias.

    Ave, incienso que haces escuchar las súplicas.

    Ave, propiciadora del mundo entero.

    Ave, benevolencia de Dios por los hombres.

    Ave, confianza de los hombres en Dios.

    Ave, de los Apóstoles vez perenne.

    Ave, de los mártires invencible valor.

    Ave, luminoso signo de la gracia.

    Ave, Tú por quien fuimos revestidos de gloria.

    Ave, rayo de místico día.

    Ave, Tú que iluminas los iniciados en los misterios de la Santísima Trinidad.

    Ave, alegría de todas las generaciones.

    Ave, flor de pureza.

    Ave, corona de fortaleza.

    Ave, que en Ti resplandece el tipo de la resurrección.

    Ave, morada del Dios infinito.

    Ave, columna de la virginidad.

    Ave, iniciadora de espiritual plenitud.

    Ave, Tú que revistes corno esposas a las almas santas.

    Ave, fulgor que ilumina las almas.

    Ave, de la Iglesia irremovible torre.

    Ave, arca revestida de oro por el Espíritu Santo.
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