domingo, 21 de diciembre de 2014

PETICIÓN A LA VIRGEN MARÍA EN ADVIENTO


PETICIÓN A LA VIRGEN MARÍA

Virgen María:
Te consagramos nuestras fuerzas
y nuestra disponibilidad
para servir al designio de salvación
realizado por tu Hijo.

!Te pedimos que,
por medio del Espíritu Santo,
la fe arraigue y se afirme
en todo el pueblo cristiano,
y que la comunión prevalezca
sobre los gérmenes de la división,
que la esperanza se reavive
en los que están desalentados!...

Te pedimos por los que sufren
por un dolor particular, físico o moral,
por los que conocen la tentación de la infidelidad,
por los que están sacudidos por la duda
en un clima de incredulidad,
también por aquellos que sufren persecuciones a causa de su fe.

Te confiamos el apostolado de los laicos,
el ministerio de los sacerdotes,
el testimonio de los religiosos.

Te pedimos que la llamada
a la vocación sacerdotal y religiosa
sea ampliamente escuchada y seguida,
por la gloria de Dios
y la vitalidad de la Iglesia.

Amén

MARÍA LLENA DE GRACIA ES SU NOMBRE



María llena de gracia es su nombre
Adviento

Lucas 1, 26-38. Adviento. Ella fue colmada de gracias para recibir a Jesús y darlo a conocer. Igual a nuestro corazón para que le recibamos esta Navidad. 


Por: Alfredo Santillán, LC | Fuente: Catholic.net



Del santo Evangelio según san Lucas 1, 26-38
Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin». María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.

Oración introductoria
Señor, Tú que nos amas tanto y que creaste a María para que recibiéramos de sus dulces manos a Jesús, concédenos poder acoger todas tus gracias a través de nuestra Madre, y ser capaces de formarnos en su vientre, a semejanza de tu Hijo, para que podamos imitarle en virtud y santidad en nuestras vidas.

Petición
Santísima Virgen María, así como llevaste al Hijo de Dios en tus entrañas, llévanos también a nosotros en tu corazón, para alcanzar la santidad y la vida eterna.

Meditación del Papa Francisco
Bienaventurada porque ha creído, por su fe ve nacer el futuro nuevo y espera con esperanza el mañana de Dios. A veces pienso: ¿sabemos esperar el mañana de Dios? ¿O queremos el hoy? El mañana de Dios para ella es el alba de la mañana de Pascua.[...]
¡Debemos mucho a esta Madre! En ella, presente en cada momento de la historia de la salvación, vemos un testimonio sólido de esperanza. Ella, madre de esperanza, nos sostiene en los momentos de oscuridad, de desaliento, de aparente fracaso o de auténticas derrotas humanas. Que María, esperanza nuestra, nos ayude a hacer de nuestra vida una ofrenda agradable al Padre celestial, y un don gozoso para nuestros hermanos, una actitud que mira siempre al mañana.» (Papa Francisco, 21 de noviembre de 2013)
Reflexión 
El Santo Padre, con palabras sencillas, nos enseña la forma en que debemos amar y venerar a María, Madre de Dios y Madre nuestra. La "colmada desde siempre del amor de Dios" debe ser un modelo en nuestras vidas, no sólo de forma afectiva, por ser nuestra Madre, sino también efectiva, como partícipe del plan salvador de Dios. Dios quiere preparar Ella fue colmada de gracias para recibir a Jesús y darlo a conocer al mundo. De manera semejante, nuestro corazón para que le recibamos no sólo esta navidad, sino en cada momento, persona y circunstancia de la vida; sobre todo, en su Palabra y Sacramentos, en los que encontramos las gracias necesarias para poder recibirle dignamente en la Eucaristía, para llevarle a los demás como María y ser partícipes del mensaje de paz, de amor y de vida que Jesús nos trae, y que nos anuncia María con su ejemplo de docilidad a la voluntad de Dios.
Propósito
Buscaré la unión con Dios a través de María rezando un misterio del rosario con fervor.

Diálogo con Cristo
Señor Jesús, a ti que siendo Dios quisiste venir al mundo para mostrarme cuánto me amas, quiero confesarte mi sincero deseo de conversión y el reconocimiento de mi flaqueza, para alcanzar la santidad a la que me has llamado. Sé que Tú lo puedes todo y que no estoy sólo, teniendo a María como Madre. Ella me alcanza las gracias necesarias para cumplir tu voluntad en mi vida, hasta el día que me llames a contemplarte cara a cara en la eternidad.

"Con razón se la llama «María», que quiere decir «iluminada»: El Señor llenará tu alma de resplandores (Is 58, 11), y significa además «iluminadora de otros», por referencia al mundo entero; y se la compara a la luna y al sol" (Santo Tomás, Sobre el Avemaría, 1. c., 182)

Preguntas o comentarios al autor  H. Christian David Garrido F. L.C.

sábado, 20 de diciembre de 2014

EL "SÍ" DE LA VIRGEN MARÍA


El "sí" de María
Adviento


Lucas 1, 26-38. Adviento. María se dejó guiar por la fe. Sin certezas humanas, supo acoger confiadamente la palabra de Dios. 


Por: P Juan Pablo Menéndez | Fuente: Catholic.net



Del santo Evangelio según san Lucas 1, 26-38
Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin». María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.

Oración introductoria
Señor, así como María supo acoger el anuncio del ángel, permite que yo sepa escuchar y aceptar lo que hoy quieres decirme en mi oración, porque mi anhelo es que la verdad de tu Evangelio impregne mi modo de ver, pensar y de actuar.

Petición
Jesús, permite que siempre diga un «sí», alegre y confiado, a lo que Tú quieras pedirme.

Meditación del Papa Francisco
La voluntad de Dios es la ley suprema que establece la verdadera pertenencia a Él. María instaura un vínculo de parentesco con Jesús antes aún de darle a luz: se convierte en discípula y madre de su Hijo en el momento en que acoge las palabras del Ángel y dice: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". Este "“hágase" no es sólo aceptación, sino también apertura confiada al futuro. ¡Este "hágase" es esperanza!
María es la madre de la esperanza, la imagen más expresiva de la esperanza cristiana. Toda su vida es un conjunto de actitudes de esperanza, comenzando por el "sí" en el momento de la anunciación. María no sabía cómo podría llegar a ser madre, pero confió totalmente.» (Papa Francisco, 21 de noviembre de 2013)
Reflexión
Cuando pensamos en el "Sí" de María a la propuesta de Dios, lo podemos imaginar en un ambiente casi de novela "romántica", y olvidar que con ese "Sí", toda su vida quedó comprometida. La respuesta que ella dio no era algo espontáneo o "lógico". María dirá que sí, más por confianza y fe, que por conocimiento. Ella apenas podía entender lo que le había sido explicado... y sin embargo, dice que "Sí". Además, la fe de María será puesta a prueba cada día. Ella quedará encinta. No sabe bien cómo, pero lo cierto es que su corazón está inundado por una luz especial. Aunque su querido José dude, ella vive inmersa en el misterio sin pedir pruebas, vive unida al misterio más radical que existe: Dios. Él sabrá encontrar las soluciones a todos los problemas, pero hacía falta fe, hacía falta abandono total a su voluntad.

María se dejó guiar por la fe. Ésta la llevó a creer a pesar que parecía imposible lo anunciado. El Misterio se encarnó en ella de la manera más radical que se podía imaginar.

Sin certezas humanas, ella supo acoger confiadamente la palabra de Dios. María también supo esperar, ¿cómo vivió María aquellos meses, y las últimas semanas en la espera de su Hijo? Sólo por medio de la oración y de la unión con Dios podemos hacernos una pálida idea de lo que ella vivió en su interior. También María vivió con intensidad ese acontecimiento que transformó toda su existencia de manera radical. Ella dijo "Sí" y engendró físicamente al Hijo de Dios, al que ya había concebido desde la fe. Estas son experiencias que contrastan con nuestro mundo materialista, especialmente en la cercanía de las fiestas de Navidad. Por ello, como cristianos, ¿cómo no centrar más nuestra vida al contemplar este Misterio inefable? ¿Cómo no dar el anuncio de la alegría de la Navidad a todos los que no han experimentado ese Dios-Amor?

No olvidemos que un día ese Dios creció en el seno de María, y también puede crecer hoy en nuestros corazones, si por la fe creemos, y si en la espera sabemos dar sentido a toda nuestra vida mirando con valor al futuro.

Propósito
Rechazar preocupaciones sobre las que no puedo hacer nada, para actuar confiadamente sobre lo que sí puedo cambiar.

Diálogo con Cristo
Dios mío, gracias por quedarte en la Eucaristía y por darme a María como madre y modelo de mi vida. Contemplar su gozo, su actitud de acogida y aceptación, su humildad, me motivan a exclamar con gozo: heme aquí Señor, débil e infiel, pero lleno de alegría por saber que con tu gracia, las cosas pueden y van a cambiar.

EL SILENCIO DE SAN JOSÉ


El silencio de san José
Un silencio gracias al cual san José, al unísono con María, guarda la palabra de Dios, conocida a través de las sagradas Escrituras.
Por: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net




En estos últimos días del Adviento, la liturgia nos invita a contemplar de modo especial a la Virgen María y a san José, que vivieron con intensidad única el tiempo de la espera y de la preparación del nacimiento de Jesús. Hoy deseo dirigir mi mirada a la figura de san José. (......)

Desde luego, la función de san José no puede reducirse a un aspecto legal. Es modelo del hombre "justo" (Mt 1, 19), que en perfecta sintonía con su esposa acoge al Hijo de Dios hecho hombre y vela por su crecimiento humano. Por eso, en los días que preceden a la Navidad, es muy oportuno entablar una especie de coloquio espiritual con san José, para que él nos ayude a vivir en plenitud este gran misterio de la fe.

El amado Papa Juan Pablo II, que era muy devoto de san José, nos ha dejado una admirable meditación dedicada a él en la exhortación apostólica Redemptoris Custos, "Custodio del Redentor". Entre los muchos aspectos que pone de relieve, pondera en especial el silencio de san José. Su silencio estaba impregnado de contemplación del misterio de Dios, con una actitud de total disponibilidad a la voluntad divina. En otras palabras, el silencio de san José no manifiesta un vacío interior, sino, al contrario, la plenitud de fe que lleva en su corazón y que guía todos sus pensamientos y todos sus actos.

Un silencio gracias al cual san José, al unísono con María, guarda la palabra de Dios, conocida a través de las sagradas Escrituras, confrontándola continuamente con los acontecimientos de la vida de Jesús; un silencio entretejido de oración constante, oración de bendición del Señor, de adoración de su santísima voluntad y de confianza sin reservas en su providencia.

No se exagera si se piensa que, precisamente de su "padre" José, Jesús aprendió, en el plano humano, la fuerte interioridad que es presupuesto de la auténtica justicia, la "justicia superior", que él un día enseñará a sus discípulos (cf. Mt 5, 20).

Dejémonos "contagiar" por el silencio de san José. Nos es muy necesario, en un mundo a menudo demasiado ruidoso, que no favorece el recogimiento y la escucha de la voz de Dios. En este tiempo de preparación para la Navidad cultivemos el recogimiento interior, para acoger y tener siempre a Jesús en nuestra vida.


Meditación del Ángelus. Domingo 18 de diciembre de 2005

PIROPOS QUE LOS SANTOS LE REGALARON A LA VIRGEN MARÍA


Piropos que los santos le regalaron a la Virgen
Recogemos en esta noticia 10 frases que santos de distintas épocas le dedicaron a Santa María
Fuente: http://www.opusdei.org



Los santos, a lo largo de la historia, han escrito numerosas prosas dedicadas a la belleza de la Virgen María. Piropos como "Estrella de la mañana", "Rosa mística", "Consuelo de los afligidos", "Puerta del Cielo" son repetidos a diario por los cristianos del mundo entero para honrar a la Reina del Cielo.

A continuación, 10 frases de santos que nos hablan sobre la Madre de Dios:

1. San Josemaría: "Y, si alguna vez no sabes cómo hablarle, ni qué decir, o no te atreves a buscar a Jesús dentro de ti, acude a María, "tota pulchra" -toda pura, maravillosa-, para confiarle: Señora, Madre nuestra, el Señor ha querido que fueras tú, con tus manos, quien cuidara a Dios: ¡enséñame -enséñanos a todos- a tratar a tu Hijo!"

2. San Juan Pablo II: "A ti, Virgen inmaculada, predestinada por Dios sobre toda otra criatura como abogada de gracia y modelo de santidad para su pueblo, guía tú a sus hijos en la peregrinación de la fe, haciéndolos cada vez más obedientes y fieles a la palabra de Dios."

3. San Juan XXIII: "¡Oh, María Inmaculada, estrella de la mañana que disipas las tinieblas de la noche oscura, a Ti acudimos con gran confianza!"

4. San Luis de Monfort: "María es el camino más seguro, el más corto y el más perfecto para ir a Jesús."

5. Madre Teresa de Calcuta: "A María, nuestra Madre, le demostraremos nuestro amor trabajando por su Hijo Jesús, con Él y para Él."

6. San Ignacio de Loyola: "Por mucho que ames a María Santísima. Ella te amará siempre mucho más de lo que la amas tú."

7. San Juan Vianney: "Claro que Dios podría hacer un mundo más bello que éste; pero no sería más bello si en él faltara María."

8. San Juan Pablo II: "Totus Tuus (Todo tuyo) a través de la Inmaculada."

9. San Juan Bosco: "Quien confía en María no se sentirá nunca defraudado."

10. Beato Pablo VI: "Al considerar el inefable amor con que la Virgen Madre esperó al Hijo, se sentirán animados a tomarla como modelo y a prepararse, vigilantes en la oración y jubilosos en la alabanza, para salir al encuentro del Salvador que viene."

IMÁGENES DEL SÍ DE LA VIRGEN MARÍA












LA MEDICINA A LA LUZ DE LA ENCARNACIÓN DE CRISTO EN LA VIRGEN MARÍA


La medicina a la luz de la encarnación
En el misterio de la Encarnación de Cristo se unen los dos elementos, lo investigable y lo ininvestigable, la ciencia y el misterio 


Por: Cardenal Darío Castrillón Hoyos | Fuente: Cardenal Darío Castrillón Hoyos



Es un momento históricamente muy significativo en el que nuestra mente y nuestro corazón buscan penetrar el misterio de la encarnación del Verbo, una verdad de fe que todavía nos parece difícil de aceptar con nuestra pobre inteligencia humana.

En el misterio de la Encarnación de Cristo se unen los dos elementos, lo investigable y lo ininvestigable, la ciencia y el misterio.Tenemos que hacer violencia a nuestra mente para descubrir en el misterio del desarrollo de un embrión humano al Verbo de Dios que se hace hombre.

Apenas hoy, 2000 años después del nacimiento de Cristo, estamos en condiciones de describir todas las etapas del proceso del desarrollo del embrión, pero seguimos echando mano de la fe para comprender que el Dios que da la vida, el Creador, el Señor de todas las cosas, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo de la misma naturaleza del Padre(1),estuvo presente en todas y cada una de las fases del desarrollo embrionario. Ese y sólo ese es el significado profundo de la frase evangélica: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros".(2)

Hace dos mil años, un óvulo fue fecundado prodigiosamente por la acción sobrenatural de Dios.

¡Qué hermosa expresión: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios"!.(3) Así, de esa maravillosa unión, resultó un zigoto con una dotación cromosómica propia. Pero en ese zigoto estaba el Verbo de Dios. En ese zigoto se encontraba la salvación de los hombres.

Unos siete días después, se produjo el adosamiento del blastocito en la mucosa del endometrio y Dios se redujo a la nada que es un embrión humano. Pero ese embrión era el Hijo de Dios y en Él estaba la salvación de los hombres.

Ese huevo alecítico se fue desarrollando paulatinamente y, a medida que progresaba la segmentación del huevo, iniciaron su diferenciación y crecimiento los esbozos de tejidos, órganos y aparatos embrionarios. Y ese huevo alecítico era el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, y en Él estaba la salvación de los hombres, de todos los hombres, de cada ser humano(4).

Y, todavía en el primer mes del embarazo, cuando el feto medía ya de 0,8 a 1,5 centímetros, el corazón de Dios comenzó a latir con la fuerza del corazón de María, y comenzó a utilizar el cordón umbilical para alimentarse de su Madre, la Virgen Inmaculada.

El Verbo de Dios era absolutamente dependiente de un ser humano, pero poseía una total autonomía genética.

Todavía tendrían que trascurrir nueve meses en los que el Verbo de Dios flotó en el líquido amniótico, dentro de la placenta que le protegía del frío y del calor y le daba alimento y oxígeno, antes de nacer en Belén y ver el primer rostro humano, seguramente el de su Madre, con unos ojos recién abiertos.

Así fue como Jesucristo, llegó a ser el primogénito de toda criatura(5), el nuevo Adán de la nueva creación.

El Hijo de Dios redimió la creación desde la obra más maravillosa de ella, el ser humano. La redención del hombre comenzó desde un estado embrionario. Por eso, el médico católico debe pasar por esta lente para comprender su misión: el Hijo de Dios fue un zigoto, un embrión y un feto, antes de juguetear por las calles de Nazaret, predicar en las orillas del mar de Galilea, o morir crucificado en las afueras de Jerusalén. El Hijo de Dios asumió completamente y, sin rebajas, la vocación de ser hombre.

Medicina y creación 

La ciencia en el siglo XX ha cumplido grandes adelantos. Ha logrado individuar prácticamente todo el código genético humano, ha roto el misterio del origen de la vida y ha penetrado profundamente en el proceso de la concepción. Sin embargo, tiene todavía una asignatura pendiente: el estudio del hombre en cuanto hombre, en toda su hondura.

No el hombre como biología, ni el hombre como psicología, sino la esencia humana, el hombre en su profundidad: sus ideales, sus miedos más inconfesables, sus motivaciones, sus preguntas y sus respuestas, sus convicciones, su afectividad, su capacidad de superación, sus decepciones, su amor y su dolor.

Se puede decir que la ciencia se queda a las puertas del espíritu humano como ante un campo extraño en el que es imposible penetrar.

Pero hay una persuasión en el científico que se acerca con honradez al estudio del hombre: no todo termina en la genética, ni en la psicología, ni en la psiquiatría. Hay un espíritu que supera biología, física, química y matemáticas, que llama la atención, el mismo espíritu que hace posible toda investigación.

El hombre es una unidad psicosomática, soma y psique. Desde el estado embrionario encierra un misterio y una dignidad especial, la del ser espiritual. Y la medicina no se puede olvidar de esto.

Hoy, cuando vemos a seres humanos vivos usados como material de laboratorio o desechados en la forma de embriones congelados, cuando vemos a enfermos terminales aislados en salas equipadas con los últimos adelantos de la técnica, pero abandonados del afecto y la cercanía de los suyos, viene a la mente una pregunta: ¿no se está olvidando la ciencia de lo más profundo del hombre y no está simplemente despreciando aquello que se escapa de su campo de estudio?

El misterio del hombre es el misterio de un ser que es ciudadano de dos mundos.

¿Animal? sí. ¿Biológico? sí. Pero dotado de un espíritu inasible, insondable. Hijo de Dios, hermano de Jesucristo. Un ser que es social por naturaleza y que necesita de la presencia humana de los suyos para no sentirse extraño en su medio ambiente. Criatura imperfecta que sufre el dolor, pero criatura redimida por Cristo.

Las Unidades de Cuidados Intensivos donde tantos pacientes se debaten entre la vida y la muerte, han sido ocupadas por la técnica, y sea bienvenida, dejando fuera la presencia confortadora de la familia o el solícito apoyo espiritual del sacerdote. La técnica parece haber vencido sobre las consideraciones espirituales del ser humano, cuando realmente es necesaria la complementariedad: ¿técnica? sí; pero sin olvidar esa dimensión íntima del espíritu humano que se sigue escapando de las manos de la ciencia médica: "Sabed que el ser humano sobrepasa infinitamente al ser humano".(6) ¡Qué trágico ha de ser para un pediatra ver que de sus manos expertas, se escapa la vida del hijo!.

Frecuentemente da la impresión de que en el enfermo no se ve a una persona humana, sino a un individuo biológico; algo muy explicable dada la tecnificación del tratamiento médico, pero algo que no responde a la naturaleza humana del enfermo, persona que sufre, porque "el enfermo quiere sentir que la enfermedad es comprendida como un acontecimiento vital, y la sanación como un acto que ayuda a la vida, no como la mera reparación del defecto de una máquina. Pero a su vez, esto resulta imposible sin una determinada actitud ética, es decir, sin el profundo respeto a la vida y sin la correspondiente simpatía hacia ella. Acentuar todo esto no es sentimentalismo, antes al contrario, pertenece a la esencia de la actitud sanitaria".(7)

El hombre debe ejercer el dominio de la creación que Dios le ha encomendado,8 pero el dominio de la creación comienza por el dominio de sí mismo. El médico es seguramente alguien que vive con más claridad esta lucha por dominar la creación en la esfera de la vida y ponerla al servicio del hombre. Desde la investigación o las curas, él está luchando por captar en su profundidad los comportamientos de la naturaleza y orientarlos hacia el bien del ser humano, hacia la conservación de la vida. Pero no debe olvidar que esto lo debe hacer a partir de sí mismo, de las moléculas de su propio ser, desde sus propios dolores y ansiedades, desde sus temores y sus deseos de amar y ser amado, desde su vida y, sobre todo, desde su espíritu. El médico ve en sí mismo al hombre que atiende, experimenta en sí mismo lo que experimentan sus enfermos, y de ahí debe nacer una compasión y una cercanía humana muy especial con el que sufre, con el que recurre a él.

La medicina a la luz del misterio del dolor

Esta reflexión nos introduce en un misterio más al que se enfrenta la medicina en este fin de siglo: el misterio del dolor. El hombre de este siglo XXI está enemistado con el dolor. Lo quiere erradicar a toda costa de su vida, pero ha comenzado a darse cuenta de que es imposible. El hedonismo nos ha llevado a buscar la salud perfecta, la eterna juventud, la plenitud de fuerzas prolongada el mayor tiempo posible. Y en medio de ese proyecto, la aparición de la enfermedad, del dolor, de la desolación, se convierte en algo amargo, inaceptable.

¿Dónde queda esa pretensión de perfección cuando el ser humano se encuentra ante enfermedades todavía incurables, como el SIDA? ¿Dónde queda la técnica cuando no tenemos a mano la píldora del remedio inmediato? ¿Dónde se sitúa la ciencia ante la ineludible realidad de la muerte? ¿Por qué el genio humano no ha podido todavía arrojar de su vida el lastre de la cruz?

La vida humana está llena de cruces que no nos podemos sacudir, miles de cruces que nos tocan de lejos o de cerca. Hay muchos dolores humanos que no encuentran remedio médico. Ante este problema, ¿qué actitud se puede tomar? ¿la del masoquista que se complace en el dolor? No, la del ser humano redimido por Cristo que ve en el dolor un camino de amor, la de Cristo ante la cruz.

"El dolor y la enfermedad forman parte del misterio del hombre en la tierra. 
Ciertamente, es justo luchar contra la enfermedad, porque la salud es un don de Dios. Pero es importante también saber leer el designio de Dios cuando el sufrimiento llama a nuestra puerta".(9)

Jesús no era un masoquista, pero amó el dolor que rechazaba.(10) Ahí está la base de la aceptación del dolor. Ahí está su enseñanza: "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame".(11) Para ir en pos de Cristo hay que negarse a sí mismo y tomar esta cruz. "Los cristianos tienen que imitar los sufrimientos de Cristo, y no tratar de alcanzar los placeres. Se conforta a un pusilánime cuando se le dice: Aguarda las tentaciones de este siglo, que de todas ellas te librará el Señor, si tu corazón no se aparta lejos de él.

Porque precisamente para fortalecer tu corazón vino él a sufrir, vino él a morir, a ser escupido y coronado de espinas, a escuchar oprobios, a ser, por último, clavado en una cruz. Todo esto lo hizo él por ti, mientras que tú no has sido capaz de hacer nada, no ya por él, sino por ti mismo".(12) "Desde hace dos mil años, desde el día de la pasión, la cruz brilla como suprema manifestación del amor que Dios siente por nosotros. Quien sabe acogerla en su vida, experimenta cómo el dolor, iluminado por la fe, se transforma en fuente de esperanza y salvación".(13)

El signo de los discípulos de Cristo es esta aceptación generosa del sufrimiento, algo absurdo para el hombre de hoy y de siempre, una necedad,(14) quizás porque, como dice San Pablo, "el hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y no las puede conocer pues sólo espiritualmente pueden ser juzgadas".(15) Y volvemos a la realidad del espíritu del hombre, algo que supera el alcance de la ciencia.

San Basilio señalaba que: "A menudo, sin embargo, las enfermedades son castigos por los pecados, enviadas para nuestra conversión. El Señor, está escrito, castiga al que ama.(16) Y más aún: "Por eso hay entre vosotros muchos enfermos y muchos débiles, y mueren no pocos. Si nos juzgásemos a nosotros mismos, no seríamos castigados. Mas, al ser castigados, somos corregidos por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo".(17)

Por ello, si nos encontramos en condiciones similares, habiendo reconocido nuestras culpas y abandonado el uso de la medicina, debemos soportar en silencio esas penas, de acuerdo a aquél que dice: "La cólera de Yahveh soportaré, ya que he pecado contra él"(18); y debemos también enmendarnos, hasta comer los dignos frutos de la penitencia, recordando de nuevo al Señor que dice: «Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo peor»(19y20).

La enfermedad es, también, entonces, camino de conversión.

Su Santidad Juan Pablo II es un maestro del significado del dolor, que nos ha enseñado a encontrar el sentido de este misterio que atenaza al hombre. Él es un Papa muy cercano al sufrimiento humano. Se identifica fácilmente con el dolor de los enfermos, comparte la desgracia ajena, se interesa por todo aquello en lo que el hombre aparece agredido física o espiritualmente.

Todavía recuerdo, por ejemplo, el momento en que en una visita apostólica a Brasil, un niño de las favelas rompió el cordón de seguridad y se acercó al Santo Padre para pedirle una limosna. El Papa se quitó su anillo y se lo dio. Detrás de este gesto se descubre el corazón de un hombre compasivo cercano al dolor ajeno.

Viendo a Juan Pablo II se puede afirmar aquella frase de San Pablo: "Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia".(21) Precisamente, con este pensamiento comienza el Papa su carta apostólica Salvifici Doloris. En ella recoge sus profundas reflexiones sobre el sentido del sufrimiento humano unido a la cruz de Jesucristo.

El sufrimiento, según el profundo pensamiento del Papa Juan Pablo II, es "verdaderamente sobrenatural y a la vez humano. Es sobrenatural, porque se arraiga en el misterio divino de la redención del mundo, y es también profundamente humano, porque en él, el hombre se encuentra a sí mismo, su propia humanidad, su propia dignidad y su propia misión".(22)

El dolor es el momento profundo en que el ser humano se encuentra consigo mismo.

Los que han trabajado en la pastoral de la salud saben la verdad tan dramática que se encuentra detrás de esta afirmación. El dolor es un momento en que el hombre se presenta cara a cara ante sí mismo, sin tapujos, sin atenuaciones, sin falseamientos.

El Papa ha dicho también que el dolor es una prueba,(23) una prueba que evidencia el amor, que hace presente el amor de Dios en el mundo. El sufrimiento humano es muchas veces una expresión de amor. El dolor por el ser querido que ya no está junto a nosotros es un modo nuevo de expresarle nuestro amor. El mismo amor que antes se evidenciaba en caricias o abrazos, ahora se hace dolor por la ausencia.

Amor y dolor forman un binomio que va estrechamente unido en nuestra fe cristiana.

Amor y dolor son realidades que se implican, que viven estrechamente unidas en la imaginería cristiana que llena nuestras iglesias, nuestro templos, y en lo más profundo del corazón de los cristianos. Amor hacho dolor y dolor siempre vivido en el amor, siguiendo el ejemplo de Cristo.

El dolor sin amor sólo engendra amargura y desesperación, rebeldía y desesperanza. El amor sin dolor es frágil, superficial, incompleto, antojadizo. La cultura en la que vivimos inmersos promete la felicidad en esta vida y se presenta como al alcance de la mano, algo fácil de construir sin demasiado esfuerzo, pero los seres humanos sabemos por experiencia que la felicidad en el amor requiere de la donación personal sacrificada. El dolor puede ser un camino hacia el amor y al amor auténtico y completo sólo se llega por el dolor de la abnegación personal de sí mismo en favor del otro.

El dolor es también un camino de esperanza gracias a la Resurrección de Jesucristo. Eso es lo que refleja el rostro de la Piedad de Miguel Ángel: hay un dolor por su Hijo muerto y, al mismo tiempo, una serena esperanza confiada en que no todo acaba ahí. Hay un después. El dolor no es el fin de la existencia humana, sino un paso, una Pascua hacia la salvación. El dolor es salvífico.

El dolor vivido con sentido de eternidad es un signo de esperanza para el mundo de hoy. Igual que el "Buen Ladrón" del Evangelio se conmueve y se convierte al contemplar el sufrimiento de Jesucristo,(24) así, la respuesta cristiana ante el sufrimiento humano es seguramente uno de los más grandes signos de credibilidad del Evangelio.

Aceptar el dolor y servir al que sufre son los grandes mensajes del cristianismo actual a un mundo insolidario que muchas veces desprecia al que sufre. El dolor vivido en el sacrificio por el otro es el signo del discípulo de Cristo: "Celebrar la Eucaristía comiendo su carne y bebiendo su sangre significa aceptar la lógica de la cruz y del servicio. Es decir, significa estar dispuestos a sacrificarse por los demás, como hizo Él".(25)

El Papa Juan Pablo II ve su sufrimiento como un servicio a la Iglesia.

Sufrir es servir, dice en la Carta Apostólica Salvifici Doloris.(26) Es completar el sacrificio de Jesucristo en favor de la Iglesia. El Papa ve su sufrimiento como un modo de vivir su identidad de "Siervo de los siervos de Dios". Un hombre que tiene como vocación el no vivir para sí mismo, sino para los demás.


La medicina a la luz del misterio del amor.

Este último pensamiento nos introduce en la clave de bóveda de la profesión médica, de hoy y de siempre: el amor por el hombre. La medicina no es una ciencia teórica que simplemente enuncia leyes y teorías siguiendo el método empírico-teórico. Es algo más, es una ciencia puesta al servicio del hombre en lo más valioso que tiene, en la vida, porque es la base de los demás dones.

La medicina es una ciencia que se hace servicio y el servicio es la palabra más exacta para definir la actitud de Cristo hacia el hombre durante su vida entre nosotros: servir y dar su vida en rescate por muchos.(27) El médico, la enfermera, el agente sanitario, también es alguien que sirve y da su vida por muchos hombres. Desde sus estudios, el médico, la enfermera, el agente sanitario, ponen su vida al servicio de los demás en el sacrificio de sí mismos. ¡Cuántos desvelos por el enfermo, cuántas horas de entrega, cuántas privaciones, cuántos sacrificios hechos por amor en la atención al prójimo que sufre!.

La medicina es amor que pone remedio al dolor.

Es misericordia, acercamiento amoroso al enfermo, que es visto como prójimo que sufre. Es técnica que estudia para remediar el dolor. Es ciencia que se aproxima al ser humano, pecador, pero hijo amadísimo de Dios. La medicina es una disciplina que descubre en el hombre su elevada dignidad y se dirige a Dios como referencia última de esa dignidad que sobrepasa los límites de su conocimiento: "¿Qué cosa, o quién, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella.

Por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno".(28) El enfermo no es sólo el objeto de estudio de la medicina, sino el prójimo al que se sirve con la entrega generosa de la propia vida y con la admiración de quien sabe que se encuentra ante un ser que encierra una dignidad y un misterio: la dignidad de hijo de Dios y el misterio de la inhabitación trinitaria.

En este sentido, la ciencia médica es un don de Dios que permite al hombre redimir uno de los efectos más visibles que el pecado ha dejado en su naturaleza: la enfermedad. San Basilio lo explicaba con un lenguaje que nos resulta muy elocuente en su sencillez:

"En efecto, cuando nuestro cuerpo yace enfermo, abatido por las enfermedades o por molestias de diversa naturaleza, ya sea por causas externas, o internas, por causa de los alimentos ingeridos y sufre ora por el exceso, ora por la carencia, entonces Dios, moderador de nuestra existencia nos ha concedido el don de la ciencia médica, gracias a la cual se redimensionalo superfluo y se acrecienta lo que se encuentra en proporciones muy reducidas. De hecho, del mismo modo que, si nos encontrásemos en el Paraíso, no tendríamos de ningún modo necesidad ni de conocer ni de practicar la agricultura, de la misma manera, si fuésemos inmunes a las enfermedades, como antes de la caída, no haría falta la ayuda de ninguna medicina para curarnos. Sin embargo, después de haber sido expulsados de aquel lugar y después de haber oído: "Con el sudor de tu rostro comerás el pan",(29) habiendo gastado muchos esfuerzos para cultivar la tierra, hemos inventado el arte de la agricultura para mitigar los dañinos efectos de la maldición divina, mientras Dios mismo favorecía en nosotros la inteligencia y el conocimiento de aquel arte.

Pues bien, del mismo modo, dado que nos ha sido ordenado volver a la misma tierra de la cual habíamos sido formados y estamos ligados a nuestra dolorosa carne, destinada a la muerte a causa del pecado y sujeta por ello a las enfermedades, se nos ha ofrecido también la ayuda de la medicina, para que en ciertas ocasiones y en cierta medida, los enfermos pudieran curarse.

Así, no es casual que hayan germinado en la tierra las plantas destinadas a curar cada enfermedad; es más, han sido suscitadas por la voluntad del Creador, para que atenuasen nuestros males. Precisamente, por este motivo, aquella eficacia curativa natural escondida en las raíces, en las flores, en las hojas, en los frutos, en los jugos así como todo aquello que los metales o el mar tienen de terapéutico, en nada se diferencia de los elementos análogos descubiertos en los alimentos o en las bebidas.

Los cristianos deben preocuparse de servirse de la medicina, cuando sea necesario, en tal modo que no atribuyan a ella todas las causas de su buena o mala salud, sino de usar los medios que ella nos ofrece para dar gloria a Dios...

De todas formas, y ciertamente no por el hecho de que algunos utilicen neciamente la medicina, tenemos que renunciar a su utilidad. En efecto, no porque ciertos intemperantes, practicando el arte de la cocina o de la repostería o de la moda, abusan en la concepción de cosas voluptuosas, sobrepasando los límites de la necesidad; por esto todas las artes deben ser rechazadas por nosotros...

Se nos da el beneficio de la buena salud, ya sea por medio del vino mezclado con aceite,30 como en el caso de aquél que se encontró con los ladrones, ya sea por medio de los higos, como en Ezequías.(31 y 32)

El médico y el agente sanitario colaboran en la lucha contra los efectos del pecado, última causa de la enfermedad. Los médicos saben lo que significa ese rescate de nuestro cuerpo (33) del que habla San Pablo. Su lucha contra el mal biológico es un signo del amor de Dios que sigue reconquistando la creación por medio del hombre.

El agente sanitario usa los dones de Dios para servir a sus hermanos.

Si el hombre, todo hombre, puede colaborar con Dios en su acción salvífica; por la medicina, lucha contra el desorden que ha dejado el pecado en el mundo. Médicos y agentes sanitarios, sean signos de este amor de Dios hacia el hombre. Sean hombres y mujeres que ponen su vida al servicio del hombre combatiendo el mal y venciéndolo con el bien.

Sean instrumentos de la misericordia de Dios, sean presencia del amor redentor de Cristo que acoge y cura. No dejen que su vocación se pierda en un pragmatismo frío y distante que no ve más allá de unas técnicas y unas leyes naturales. El médico, el agente sanitario, puede ser un signo del amor de Dios entre los hombres, sus hermanos, el que pone su corazón enmedio de las miserias humanas. Eso es la misericordia, la debilidad de Dios y nuestra fortaleza.

En dos mil años, el ser humano ha aprendido muchas cosas. 

Ha establecido una relación más profunda con la realidad que lo rodea. Se puede decir que ahora conoce con mayor exactitud el mundo creado, desde el macrocosmos hasta el microcosmos. Ha descubierto las leyes que rigen la vida y las causas de la enfermedad, lejos ya de las antiguas conjeturas sin base científica.

En los últimos siglos ha dado pasos de gigante en la penetración de los grandes procesos de la vida humana. Precisamente por eso, ahora que conocemos más al hombre, ahora que la medicina ha penetrado mejor el secreto de la transmisión de la vida, ahora que avanzamos en la técnica y en la ciencia médica, avancemos también en el mayor respeto de este maravilloso don de Dios.

De nada valdría todo el esfuerzo científico si este no se tradujese en un servicio más completo hacia cada ser humano en el respeto de su integridad y en la piadosa consideración de la riqueza espiritual que se nos manifiesta en sus obras y, sin embargo, se nos escapa de nuestros instrumentos de estudio. Respetemos al hombre, amemos al hombre, protejamos su misterio, su espiritualidad.

Cerremos estas ideas refiriéndonos a María Santísima, la Madre que dio su sí generoso para la Encarnación del Verbo (34), y que acompañó en el Calvario a Cristo herido,(35) cubierto de llagas, maltratado, con la sed de los moribundos(36).

La realidad del Calvario es la que se vive en muchas urgencias. María acompaña al herido sangrante y amoratado en una escena que puede llevar consuelo a las salas de urgencias. Está él, y desde su cruz de herido terminal, mira a su Madre de la que recibe consuelo. Por eso, los cristianos, cuando nos sentimos agobiados por el dolor, hemos aprendido de Cristo a buscar refugio en los brazos de María, como el niño que se encuentra ante algún peligro y corre al seno de su madre para desahogarse en llanto. Que Ella, consoladora de los afligidos, auxilio de los enfermos, nos acompañe y nos ayude a investigar todo lo investigable y a venerar silenciosa y humildemente lo ininvestigable.

jueves, 18 de diciembre de 2014

LA LEYENDA DEL NIÑO JESÚS DE PRAGA


La leyenda del Niño Jesús de Praga
Un buen día Fray José está barriendo el suelo del monasterio y de repente se le presenta un hermoso niño...
Por: María Pilar Mijares Bejerano | Fuente: Archicofradía del Niño Jesús de Praga de Cádiz (España)




Todas las cosas tienen un poco de leyenda y también la imagen del Milagroso Niño Jesús de Praga tiene la suya y muy bella por cierto.

Allá por el final de la Edad Media, entre Córdoba y Sevilla, al sur de las márgenes del Guadalquivir, hay un monasterio famoso, lleno de monjes con largas barbas y ásperas vestiduras. Después de un incursión de los moros que pueblan la zona, queda reducido a ruinas, y solo cuatro monjes se salvaron de la catástrofe. Entre ellos está FRAY JOSÉ DE LA SANTA CASA, un lego con corazón de santo y cabeza y manos de artista, pero sobre todo con un amor desbordante a la Santa Infancia de Jesús. En cualquier oficio que la obediencia le mandase, se le encontraba infaliblemente entretenido, pensando y hablando con el Niño Jesús.

Un buen día Fray José está barriendo el suelo del monasterio y de repente se le presenta un hermoso niño que le dice: -¡Qué bien barres, fray José, y que brillante dejas el suelo! ¿Serías capaz de recitar el Ave María?. -Si. -Pues entonces, dila.

Fray José deja a un lado la escoba, se recoge, junta las manos y con los ojos bajos, comienza la salutación angélica. Al llegar a las palabras "et benedictus fructus ventris tui" (y bendito el fruto de tu vientre), el niño le interrumpe y le dice: ¡ESE SOY YO!, y enseguida desaparece.

Fray José grita extasiado:-¡Vuelve Pequeño Jesús, porque de otro modo moriré del deseo de verte!. Pero Jesús no vino. Y Fray José, seguía llamandolo día tras día, en la celda, en el huerto, en la cocina... en todas partes. Al fin un día sintió que la voz de Jesús le respondía: -"Volveré, pero cuida de tener todo preparado para que a mi llegada hagas de mi una estatua de cera en todo igual a como soy". Fray José corrió a contarselo al padre prior, pidiéndole cera, un cuchillo y un pincel. El Superior se lo concedió y Fray José se entregó con ilusión a modelar una estatua de cera del Niño que había visto. Hacía una y la deshacía, para hacer otra, pues nunca estaba conforme, y cada una que hacía le salía más bella que la anterior, y así pasaba el tiempo, esperando que regresase su Amado Jesusito.

Y por fin llegó el día en el que rodeado de ángeles, se le presenta el Niño Jesús, y Fray José en extásis, pero con la mayor naturalidad pone los ojos en el Divino modelo y copia al Niño que se tiene delante. Cuando termina y observa que su estatua es igual al Sagrado Modelo, estalla en risas y llantos de alegría, cae de rodillas delante de ella y posando la cabeza sobre las manos juntas, muere. Y los mismos ángeles que acompañaron a su Niño Jesús, recogieron su espíritu y lo llevaron al Paraíso. Los religiosos enterraron piadosamente el cuerpo del santo lego y con particular devoción colocaron la imagen de cera del Niño Jesús en el oratorio del monasterio.

Aquella misma noche Fray José se apareció en sueños al Padre Prior, comunicándole lo siguiente: "Esta estatua, hecha indignamente por mi, no es para el monasterio. Dentro de un año vendrá Doña Isabel Manríquez de Lara, a quien se la daréis, quien a su vez se la entregará a su hija como regalo de bodas, quien la llevará a Bohemia y de la capital de aquel reino será llamado -Niño Jesús de Praga- entre los pueblos y naciones. La gracia, la paz y la misericordia descenderán a la tierra por El escogida para habitar en ella, el pueblo de aquel reino será su pueblo, y El será su PEQUEÑO REY".

Y efectivamente al año en punto, Doña Isabel Manríquez de Lara, en un viaje de recreo por la zona, topó con las ruinas del monasterio, y el prior, ya único superviviente le entregó la imagen del Niño Jesús, contándole su fascinante historia. La dama llena de alegría, retornó a su castillo de Sierra Morena, muy cerca de Córdoba. Y aquí la leyenda deja paso a la Historia...

CARTA AL NIÑO DIOS


Carta al Niño Dios
Quiero adelantarme a los pastores y a los Reyes Magos. Quiero llegar aquí cada mañana el primero.
Por: P. Guillermo Serra, LC | Fuente: la-oracion.com



Querido Niño Jesús:

Te tengo aquí presente en este rato de adoración. Pienso en ti y te pienso. Sí, parece lo mismo pero en realidad no lo es. Muchas veces pienso en ti, me acuerdo de ti, pero no te pienso. Es como decir que falta algo de camino para que de mi mente llegues a mi corazón. Bueno, en realidad estoy enamorado de ti, pero mucho menos de lo que tú lo estás de mí. Y ese es el camino que quiero recorrer. En el fondo tú ya estás en mi corazón y yo, quizás, ni siquiera he llegado al mío porque me falta tanto amor.

Te agradezco

Hoy quiero agradecerte este esfuerzo de salir de tu cielo para venir a nuestra tierra, a mi tierra de cada día. Tanto tiempo peregrinos en busca de la Tierra Prometida y ahora en ti descubro esa promesa, ese amor, esa ternura: Dios con nosotros, Dios conmigo, Dios para mí, en una cueva, en Belén.

Te tengo en la Eucaristía. Te miro y me miras. No sé quién tiene más admiración, si yo de ti o tú de mí. Me amas y te amo. Naciste ya hecho Eucaristía, hecho pan para comerte, tanta fue tu ternura. Naciste en Belén, que quiere decir "Casa del Pan". Y con razón María te quería comer a besos. Eucaristía anticipada por aquella que te dio la vida.

¿Qué me dices, qué te digo?

Esto es lo que me dices hoy: hay que dar la vida, hacerse alimento para los demás. Cada día dejarse comer, ser Eucaristía para los hombres mis hermanos, tus hermanos. En tu cueva encuentro el ejemplo para lograrlo: la humildad del lugar, el silencio de la noche, la pobreza que elegiste, la mejor compañía: María y José. ¡Qué bien se está aquí contigo! Es una auténtica transfiguración: tu gloria se dibuja en tu pequeñez, tu amor en la sencillez y tu fuerza en tu debilidad. Tres virtudes que deben resonar en mi vida pero la verdad, ¡qué pronto se me olvidan!

Por eso quiero mirarte y aprender de ti como un espejo de amor. Que tu sonrisa me haga sonreír. Que tu sueño me dé paz, que tu silencio me haga aprender a escuchar.

Quiero adelantarme a los pastores y a los Reyes Magos. Quiero llegar aquí cada mañana el primero. Suena egoísta pero es que necesito verte, tocarte, olerte y besarte. Eres carne de mi carne, uno como yo, ¡eres real! Quiero que esta experiencia me acompañe durante el día. ¡He tocado, he visto, he abrazado el Verbo de Dios! ¡Ha dormido en mis brazos y ha llorado junto a mí y por mí!

Ser consuelo de tu corazón es mi mayor deseo. Verte dormir mi mayor paz. Ojalá pudiese vivir mi sacerdocio consolándote y diciéndote: "descansa, ahora me toca a mí". Pero en el fondo sé que tu corazón siempre está velando y soy yo el que es cuidado por ti. Al menos déjame intentarlo, déjame ser consuelo para tu corazón.

¿Qué te puedo regalar?

Con la emoción de verte entre nosotros, Jesús, no te he traído un regalo. ¡Qué despiste! Otros llegarán al rato con regalos preciosos del lejano oriente o con humildes ofrendas de pastor. Y yo, ¿qué te puedo regalar? Mi vida es tuya, ya lo sabes. Te la entregué hace más de 20 años. Soy pobre, aunque no tanto como tú. Algo debe quedarme, seguramente mi corazón te puede ofrecer un mayor amor, un esfuerzo más delicado en mi servicio, un desprendimiento más generoso cada día para encontrarme contigo, superando cansancio, tristeza, miedos y apegos. Sí, creo que este será mi regalo. Te dejaré aquí mi corazón para que te dé calor, te consuele, te entretenga y te alegre. Así cada día tendré que volver temprano en la mañana para alimentarme de tu amor, de tu mirada y de tu bondad. Con tu corazón en el mío caminaré más rápido, haré más bien al mundo, me amaré mejor y amaré a más personas.

Nos unimos en la Eucaristía

La Eucaristía que celebro cada día será nuestro encuentro, nuestro regalo, nuestro alimento y nuestro recuerdo. Nos uniremos y ya no tendremos dos corazones, sino que el mío se fundirá en el tuyo, mi voluntad en la tuya, mi mirada la de tus ojos, mi ternura la de tu amor.

Belén, casa del Pan, cueva silenciosa del milagro de Dios entre los hombres. Eucaristía anticipada hecha vida, ternura y gozo. En tu humilde morada dejo mi corazón en el pesebre.

Despedida

Me retiro antes de que lleguen los pastores. Me voy sin mi corazón pero sí con el tuyo. Qué gran regalo he recibido a cambio de lo poco que te dejo. Tu amor en mi pecho y el mío en tu pesebre. Descansa, duerme tranquilo. Mañana regreso de nuevo. Tu sacerdote por siempre, P. Guillermo Serra, L.C.

NB: no pienses que no me he dado cuenta, ¡tienes la madre más hermosa del mundo!
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...