La boda de Caná
Emma-Margarita R.A. -Valdés
La caricia del mar vuelve a tu playa,
regresa del desierto a Galilea
donde habitas, María, en tu atalaya.
Su visita enardece la marea
maternal de tu cálida dulzura
que en abrazos de espuma se recrea.
Trae la brisa apacible de la altura,
la sal de su oceánica mirada,
te invade su oleaje de ternura.
Su fama, en la región, fue pregonada
y viene acompañado de un cortejo
de hermanos en la fe por su llamada.
Vais a Caná, a una boda, a un festejo
distinto del desierto y del ayuno,
y el pueblo está asombrado, está perplejo.
Que Él es el Rey de reyes piensa alguno,
otro que un impostor aventurero.
El secreto está en Dios que es trino y uno.
Es hijo de José, del carpintero,
nacido en una gruta de Belén,
que ejerció en Nazaret de humilde obrero.
Su modestia es la causa del desdén.
¿No saben que su ciencia ha deslumbrado
a los doctores de Jerusalén?.
La boda, preparada con cuidado,
atrae a mucha gente para ver
a Jesús, el magnífico invitado.
Ante los novios sientes el deber
de que la fiesta acabe felizmente
y no falte lo que ha de menester.
Para ti, observadora, es evidente
que el vino se ha acabado, te entristeces
y acudes a tu hijo omnipotente.
No pides, insinúas. Le enterneces.
Tú le informas con fe: "no tienen vino".
Él será experto en dar panes y peces.
Te responde mostrando tu destino,
llamándote "mujer". Te hará en la Cruz
"mujer-madre" del hombre peregrino.
Declarar no es su hora es su actitud,
pero tú, designada mediadora,
consigues el favor en plenitud.
¡Haced lo que Él os diga!. Sin demora.
Tus órdenes acatan los sirvientes,
es mandato de madre y de señora.
Jesús dice, llenad los recipientes
de agua hasta los bordes y llevad
a probar este vino a los presentes.
Fue por tu mediación, tu caridad,
este primer milagro del Mesías
que esclareció su gloria, su deidad,
y adelantó futuras alegrías.