Inmaculada eres, María
Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R
Belleza trasunta de Dios eres,
derramada sobre el barro nuevo
de la creación, María,
que hace del hombre un ser sagrado,
estética de luz difuminada desde un cielo conmovido,
cuando surges bella cual la aurora
que amanece desde las manos increadas
y siempre creadoras del Dios que dice:
hágase.
Y se hizo el mundo y surgió la vida
y surgiste tú, Mujer universal, María,
donde no cabe más geometría
que la del amor por Dios elaborada
cuando el Espíritu Santo aleteaba
sobre las aguas primordiales
para bañar de armonía tu concepción Inmaculada,
pensada en Mujer destinada
a ser Madre del Dios increado
y del hombre por Él creado.
Eres, María, la Mujer por siempre gloriosa
venida al mundo en azul de cielo
como la paz a raudales derramada
que traspasa el alma con un rayo
de la luz increada del Dios
que al coronar de estrellas tu frente
en el candor espléndido de tu ser
te hizo niña, mujer y madre.
Tu actitud de oración y súplica
es acuarela inmortalizada
en el fervor de los pueblos
a tus plantas con humildad postrados.
Ternura es que alienta
el amor y la confianza de tantos hijos
que al rezar te aclaman:
por Reina y Madre,
de cielos, tierra y corazones.
Iconografía santa eres, María,
Tú, la siempre Inmaculada,
enmarcada de azucenas
para embellecer la fragilidad
de nuestro barro tan humano,
que anhela recuperar su origen primigenio
hasta parecerse a la luz de los ángeles del cielo.
Y mientras con fervor los humanos
el Ave María te rezamos
a tu alrededor aparecen cabecitas de querubes
como volutas de incienso flotando en el espacio
para orlar tu imagen gloriosa
elevándose suavemente a la altura.
Un alborozo de alas en miniatura
hienden suavemente el aire
mientras tus labios absortos
parecen musitar una plegaria sencilla,
que es oración al Creador agradecida.
Admirados, te miramos, tú nos miras,
y al cruzarse nuestros ojos,
con temblor emocionado
desde lo más hondo del anhelo,
el corazón prestadas toma las palabras
del Cantar de los Cantares,
para decirte con el cariño más sincero
salido del rincón más recóndito del alma:
“Qué hermosa eres, María, amada mía,
qué hermosa eres”.