domingo, 5 de julio de 2015

JULIO, MES DE LA VIRGEN DEL CARMEN


Julio, mes de la Virgen del Carmen
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.




Hoy empieza julio, el mes de la Virgen del Carmen. En todos los conventos carmelitanos del mundo se celebran numerosos actos en su honor. Hace dos o tres años tuve el gozo de celebrar las fiestas del Carmen y de San Elías en el Monte Carmelo. Este año predicaré un triduo de preparación y el día de la fiesta de la Virgen en Frosinone, una ciudad cercana a Roma. A finales de julio, si Dios quiere, volveré a visitar el Monte Carmelo, guiando una peregrinación a Tierra Santa.

 Benedicto XVI ha escrito cosas muy hermosas sobre el Carmelo y la Virgen del Carmen: «El Carmelo, alto promontorio que se yergue en la costa oriental del Mar Mediterráneo, a la altura de Galilea, tiene en sus faldas numerosas grutas naturales, predilectas de los eremitas. El más célebre de estos hombres de Dios fue el gran profeta Elías, quien en el siglo IX antes de Cristo defendió valientemente de la contaminación de los cultos idolátricos la pureza de la fe en el Dios único y verdadero. Inspirándose en la figura de Elías, surgió al Orden contemplativa de los “Carmelitas”, familia religiosa que cuenta entre sus miembros con grandes santos, como Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús y Teresa Benedicta de la Cruz (en el siglo, Edith Stein). Los Carmelitas han difundido en el pueblo cristiano la devoción a la Santísima Virgen del Monte Carmelo, señalándola como modelo de oración, de contemplación y de dedicación a Dios. María, en efecto, antes y de modo insuperable, creyó y experimentó que Jesús, Verbo encarnado, es el culmen, la cumbre del encuentro del hombre con Dios. Acogiendo plenamente la Palabra, “llegó felizmente a la santa montaña” (Oración de la colecta de la Memoria), y vive para siempre, en alma y cuerpo, con el Señor. A la Reina del Monte Carmelo deseo hoy confiar todas las comunidades de la Orden Carmelitana. Que María ayude a cada cristiano a encontrar a Dios en el silencio de la oración».

1. El Monte Carmelo, situado en la Alta Galilea, es una cadena montañosa de 26 Km. de largo, con forma triangular. Por el Sud-Este llega a tener 7 kilómetros de ancho y una altura de 550 metros; mientras que por el Nor-Oeste se estrecha en un promontorio de 170 metros de altura, que se adentra en el Mar Mediterráneo como la proa de un barco, y que los musulmanes del lugar llaman “anf el-jebej” (la nariz de la montaña) y los judíos “ro’sh hakkarmel” (cabeza del Carmelo). En la parte oriental, dominando la llanura de Esdrelón (también llamada de Yezrael), se encuentra nuestro convento del Mu-Hra-Ka (lugar del sacrificio de Elías). En la parte occidental, sobre el promontorio, dominando la bahía de Haifa (la antigua ciudad de Porfirio) se encuentra nuestra casa madre, el santuario Stella Maris, en honor de la Virgen del Carmen, que es también casa de acogida para peregrinos. Muy cerca se encuentra también el monasterio de las Carmelitas Descalzas. La montaña se halla perforada por varios vallecillos, a modo de gargantas o cañones, por los que discurre hacia el mar el agua de los torrentes que se forman cuando llueve. Estos valles son llamados “wadis”. Para nosotros el más importante es el “wadi ‘ain es-Siah” (o “Nahal Siah”), porque allí nació la Orden carmelitana. En la ciudad de Haifa también tenemos un convento, que es al mismo tiempo escuela y parroquia (la más antigua parroquia latina de Tierra Santa).

A pesar de encontrarse en un país semidesértico, el Monte Carmelo se conserva verde todo el año. El rocío proveniente del mar se posa cada noche sobre la montaña, refrescando los pinos, algarrobos, higueras, laureles, romeros, retamas y rosales silvestres, que crecen abundantemente. Además, el torrente Quijón y otras fuentes permiten el cultivo de plantaciones de olivos, almendros, viñedos y campos de cereales a sus pies (en la antigüedad, el valle de Esdrelón era llamado “el granero de Galilea”, así como Castilla fue denominada “el granero del Imperio”). Hoy la fauna se reduce a algunos felinos, roedores, reptiles, aves e insectos; pero, en tiempos pasados, había abundantes conejos, jabalíes, gamos, osos, lobos, e incluso panteras. La presencia de fuentes y la posibilidad de alimentarse con los frutos de la tierra y la caza de animales, ha favorecido el establecimiento de grupos humanos en el Carmelo desde antiguo. La montaña contiene numerosas cuevas, algunas de ellas habitadas desde el Paleolítico.

Tradicionalmente, se ha hecho derivar la palabra “Carmelo” del hebreo “Karem El”, que significa “jardín de Dios” o “viña de Dios”, aunque también se puede traducir sencillamente por “huerto” o “vergel”. La Biblia lo describe como un paraje hermoso y rico de frutos. Las traducciones de la Biblia al griego (los LXX) y al latín (la Vulgata), conservan la palabra “Carmelo” en los pasajes que hablan de un lugar verde y ameno, aunque las ediciones contemporáneas traduzcan por jardín, huerta, vergel… según el contexto.

2. Significado religioso del Monte. Al menos desde hace 3.000 años tenemos documentada la presencia ininterrumpida en el Carmelo de santuarios en honor de las divinidades cananeas y fenicias. El filósofo sirio Yamblico (Iamblichus), del siglo IV a. C., en su libro “vida de Pitágoras” explica que éste se retiró a vivir en la soledad del Carmelo antes de su viaje a Egipto. También escribió que el Monte Carmelo era «el más santo de todos los montes, por lo que el acceso está prohibido a la mayoría». En el siglo III a. C. fue un importante centro de culto en honor de Zeus (en el convento de Stella Maris se conserva un pie de mármol de esta época, exvoto a “Zeus Carmelus Heliopolitanus”). Vespasiano acudió al Carmelo a consultar el oráculo de la montaña (“Oraculum Carmeli Dei”) antes de emprender su campaña contra los judíos. Los testimonios arqueológicos y bibliográficos sobre la persistencia de cultos paganos en distintos lugares de la montaña son muy numerosos.

Dada la presencia multisecular de estos centros de culto pagano, no es extraño que el profeta Elías retara allí a los profetas de los falsos dioses y eligiera el Carmelo para afirmar la divinidad de Yahvé, el único Dios verdadero. Una vez que el Carmelo fue purificado por la presencia de Elías, se convirtió en un punto de referencia para el judaísmo posterior, que veía en él un reclamo perenne a la pureza de la fe y a la práctica sincera de las cláusulas de la Alianza. La relación entre Elías y el Carmelo es tan fuerte, que los habitantes del lugar llaman a la montaña “Jebel Mar Elías” (montaña de San Elías) y numerosos lugares conservan la referencia a Elías en su nombre (“jardín de Elías”, “cueva de Elías”, “fuente de Elías”, “lugar del sacrificio de Elías”, etc.). Incluso unas plantas que crecen en la zona son llamadas “barbas de Elías” y unas piedras redondeadas y huecas, con cristales de cuarzo en su interior (las “geodas”), bastante comunes en la zona, son llamadas “melones de Elías” o “ciruelas de Elías”, dependiendo del tamaño.

La importancia religiosa de las gestas de Elías sobre el Carmelo, hizo que el pueblo mirara con especial simpatía todo el monte y lo asoció a significados nuevos, siempre positivos. A esto ayudó también la abundante flora y fauna. En una tierra tan árida, se convirtió en símbolo de la hermosura y de la fertilidad. Su belleza sirve para piropear a la esposa en el Cantar de los Cantares: «Tu cabeza es como el Carmelo, ¡qué hermosa eres!» (Cant 7,6-7), e incluso para cantar la belleza de la Jerusalén futura, a la que se dará la hermosura del Carmelo (Cf. Is 35,1ss).

Con el pasar del tiempo, el Carmelo se convirtió en el arquetipo de toda la historia de la salvación: es la imagen del jardín que Dios plantó para el hombre, al principio de los tiempos, cargado de todo tipo de frutos apetitosos. Mientras Adán vive en comunión con Dios, puede habitar en el jardín y comer sus frutos. Cuando rompe la comunión, es expulsado del jardín y sus frutos le son vedados. Si el hombre obedece a Dios, el Carmelo florece y le regala sus frutos. Por el contrario, si el hombre desobedece, el Carmelo se seca y se transforma en desierto. Esto se ve perfectamente en un texto del profeta Jeremías, en el que Dios llama a juicio a su pueblo, recordándole las gestas de su amor: lo ha sacado de la esclavitud de Egipto y lo ha conducido a través del desierto para introducirlo en “la tierra del Carmelo”, concretización de las promesas hechas por medio de Moisés: «Os daré una tierra buena, tierra de torrentes y de fuentes, que produce trigo y cebada, viñas, higueras y ganados…» (Dt 8,7ss). Pero Israel ha traicionado a Yahvé, adorando a los dioses falsos, aliándose a los pueblos poderosos y actuando como ellos, abandonando la Alianza, profanando el jardín de Dios (el Carmelo), que ya no puede ofrecer sus frutos al pueblo traidor: «Yo os traje a la tierra del Carmelo (la versión griega traduce “al Carmelo”, sin más) y os di a comer sus frutos y sus bienes, pero vosotros profanasteis mi tierra y la habéis convertido en un lugar aborrecible» (Jr 2,7). Por eso, los profetas anuncian en numerosas ocasiones la devastación del Carmelo como castigo por las infidelidades de Israel, como llamada apremiante a volver al Señor: «Oíd cómo lloran amargamente… La tierra está de luto, el Carmelo está pelado…» (Is 33,9); «Por las maldades de su corazón… el Carmelo se ha convertido en un desierto» (Jr 4,26); «Ruge el Señor desde Sión; los campos de pastoreo están desolados y reseca la cumbre del Carmelo» (Am 1,2); «El Señor se venga de sus enemigos… El Carmelo languidece» (Nah 1,4). Si el hombre persiste en sus pecados y pone su confianza en sus propias fuerzas y no en Dios, el Carmelo no puede ofrecerle sus frutos ni ser para él lugar de descanso. La devastación del Carmelo es la mejor imagen para explicar las graves consecuencias del pecado. Por el contrario, cuando el hombre se arrepiente de sus faltas, Dios envía su lluvia fecunda sobre el Carmelo, que vuelve a ser lugar de bendición y de promesa de plenitud para el creyente. El Carmelo florecido es la mejor imagen para explicar la bendición de Dios.

Los profetas anuncian el reverdecer del Carmelo, o la transformación del desierto en un gran “Carmelo” (vergel), como imagen del perdón de Dios y de los tiempos mesiánicos: «Dentro de muy poco tiempo el Líbano se convertirá en Carmelo y el Carmelo será un bosque, los sordos oirán, los ciegos verán, los humildes se alegrarán con Yahvé y los pobres serán felices…» (Is 29,17). Este Carmelo transfigurado por el poder de Dios, donde reinará la paz y la justicia, será el gran regalo de Dios a su pueblo, que tiene que poner la confianza sólo en Él. Los dones de la Salvación definitiva y del Espíritu Santo también van unidos al Carmelo: «El derecho habitará en la soledad y la justicia en el Carmelo. La paz será obra de la justicia… Mi pueblo descansará en la hermosura de la paz y de la confianza» (Is 32,16-18). Después de cumplir su condena, los desterrados de Israel podrán regresar a una Sión renovada y embellecida con la gloria del Carmelo: «Se alegrará el desierto y la tierra árida, la estepa se regocijará y florecerá como un narciso, dará gritos de alegría, porque le darán la gloria del Líbano y la hermosura del Carmelo y del Sarón; y verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios...» (Is 35,1ss). El regreso de la esclavitud desde Babilonia a la Tierra Prometida se identifica con el regreso al Carmelo, donde se disfrutará de sus frutos: «Haré volver a Israel a su pradera y pacerá hasta saciarse en el Carmelo» (Jr 50,19). Así, en el Carmelo se reúnen las tradiciones sobre la Creación, la Alianza, el pecado del pueblo, el Exilio, las promesas de los profetas… hasta la llegada del Mesías. Un apócrifo del s. IV cuenta que María fue llevada en sueños hasta la gruta del profeta Elías en el Carmelo. Desde allí vio el mar, la montaña, las fértiles huertas… Al contemplar la belleza del lugar, se dijo: «Estoy en el Paraíso». Entonces, el Ángel del Señor le dijo: «No estás en el Paraíso, pero si quieres colaborar con Dios, ofreciéndole tu vida, la tierra entera se convertirá en el Paraíso».

3. El escapulario de la Virgen del Carmen. Desde el s. IV después de Cristo, numerosos ermitaños de lengua griega y de rito bizantino se retiraron a vivir en grutas y monasterios sobre el Monte Carmelo, siguiendo el ejemplo del profeta Elías. En el s. XII, algunos caballeros europeos, que habían participado en las cruzadas, se dan cuenta de que con las armas no se construye el Reino de Dios y se establecen en el Carmelo, donde se consagran a vivir en obsequio de Jesucristo, imitando a la Virgen María. No sabemos cómo se produce la fusión entre griegos y latinos, pero muy pronto encontramos que S. Alberto de Jerusalén escribe una regla de vida para los ermitaños del Carmelo, que empezarán a llamarse «Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo».

Ante la presión musulmana, a lo largo del siglo XIII regresan a Europa y se establecen en Malta, Inglaterra, Francia, España..., donde se transforman en Orden Mendicante, al estilo de los Franciscanos y Dominicos, que surgieron por aquellos años. Los conventos se multiplican y se comienzan a escribir las páginas de una larga y gloriosa historia, llena de Santos, que continúa hasta nuestros días.

Los inicios no fueron fáciles. El Concilio IV de Letrán había prohibido en 1215 la creación de nuevas Órdenes Religiosas. Numerosos obispos no aceptaban la presencia de los Carmelitas en sus diócesis, alegando que eran una Orden nueva y desconocida. De nada servía que los Carmelitas les recordaran sus orígenes antiguos en el Monte Carmelo y que su Regla había sido promulgada por el Patriarca de Jerusalén. Las persecuciones se sucedían, llegando al encarcelamiento de los religiosos. Muchos amigos de la Orden les sugerían que buscaran la ayuda de algún señor feudal, según las costumbres de la época, pero ellos se negaron, afirmando siempre que la única Señora a la que servían y que había de defenderlos era la Virgen María.

Por entonces, la gente normal no disponía de mucho ropa. Sólo tenía una túnica, que se protegía con una especie de bata o gran delantal durante los trabajos. A esta prenda protectora se llamaba «escapulario», porque caía desde las «escápulas» (los hombros). Los siervos de cada señor feudal llevaban estos escapularios de un determinado color y tamaño, con lo que se podían distinguir en las guerras, a la hora de pagar peajes por atravesar las tierras del señor o participar en el mercado, etc. Como los Carmelitas se negaron a tener ningún señor que les protegiera en la tierra, adoptaron el hábito y el escapulario de color pardo, de la lana de oveja sin teñir, que es el que llevaban los pobres y desheredados. Mientras tanto, insistían en que María les protegería.

Un general de la Orden, de origen inglés y de nombre Simón Stock, especialmente devoto de la Virgen, rezaba cada día para que acabaran las persecuciones con la siguiente oración:

Flor del Carmelo,

Viña florida,

Esplendor del cielo,

Virgen singular.

¡Oh, Madre amable!

Mujer sin mancilla

Protege siempre

A los Carmelitas

Estrella del mar.

Entonces sucedió el prodigio. Corría el año de 1251. La Virgen María vino a su encuentro con el escapulario marrón en sus manos, el mismo que los religiosos habían escogido, porque no querían señores feudales que les protegieran, ya que sabían que la Virgen era su Señora y protectora. Y la Virgen le dijo: «Éste escapulario es el signo de mi protección. Quien muera con él no padecerá las penas del infierno». Desde entonces cesaron las persecuciones y el escapulario se convirtió en signo de consagración a María y de su protección continua.

En estos 759 años de historia son innumerables los Fieles que han llevado el Escapulario como signo de su amor a María. También son numerosísimos los prodigios y conversiones que la Virgen Santísima ha realizado entre los que llevan con fe y devoción esta prenda tan humilde. Pío XII escribió: «La devoción al Escapulario ha hecho correr sobre el mundo un río inmenso de gracias espirituales y temporales». Y Pablo VI: «Entre las devociones y prácticas de amor a la Virgen María recomendadas por el Magisterio de la Iglesia a lo largo de los siglos, sobresalen el Rosario mariano y el uso del Escapulario del Carmen». Juan Pablo II lo llevaba siempre consigo y lo recomendó en muchas ocasiones.

Que las celebraciones en honor de la Virgen del Carmen renueven nuestro amor a María y a su Divino Hijo, sabiendo que ellos nunca nos abandonan.

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