¡No tengas miedo!
Que Cristo se meta en tu respirar y en toda tu vida; entonces sabrás lo que es el fruto del verdadero descanso.
Por: Pedro García, Misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net
A los que nos toca vivir esta hora grandiosa de la Historia, nos resultará siempre actual aquel grito que nos lanzó el Papa Juan Pablo II al inaugurar su pontificado:
- ¡No tengáis miedo! ¡Abrid las puertas a Jesucristo! Y se dirigía a todos: -No le tengáis miedo y abridle las puertas.
Vosotros, que tenéis ya la dicha inestimable de creer. Vosotros, que vais buscando todavía a Dios. Y también vosotros, que camináis atormentados por la duda. ¡No tengáis miedo!...
¡Qué le vamos a tener miedo, por favor! Si en Jesucristo está nuestra salvación... Precisamente es lo que más queremos. Hacer una realidad lo que nos pedía un antiguo escritor de la Iglesia:
Que Cristo se meta en tu respirar y en toda tu vida; entonces sabrás lo que es el fruto del verdadero descanso.
Si hoy el mundo quiere respirar otros aires, nosotros no queremos respirar más que a Jesucristo, en quien tenemos nuestra paz y el descanso de nuestras almas.
¿Quién es Jesucristo?... Muchas veces nos hacemos y nos vamos a repetir esta pregunta. Pero nadie nos lo ha respondido como el apóstol San Pablo, cuando escribe:
- En Cristo tenemos la redención, el perdón de los pecados. ¡Jesucristo es nuestro Salvador!
- Él es imagen del Dios invisible, primogénito de Dios, existente antes que cualquier criatura. ¡Jesucristo es Dios! ¡Dios verdadero! ¿Más grande que Jesucristo, que es Dios? Nada ni nadie...
- Todas las cosas han sido creadas por él y en vistas a él. ¡Jesucristo es el Creador, y el centro de todo lo que existe, porque todo converge en Él, y en Él se resume todo!
- Él es el Cabeza de la Iglesia, el primero en haber resucitado de entre los muertos.
¡Jesucristo es y será siempre el primero en todo!
- Por medio de Él, y por su sangre derramada en la cruz, Dios ha reconciliado consigo todas las cosas del cielo y de la tierra.
¡Jesucristo es nuestra paz, ya no somos enemigos de Dios, sino sus hijos y los herederos de su gloria!
Hoy el mundo se debate en medio de muchas tragedias, que nos hacen sangrar el corazón a todos, porque todos tenemos corazón al ver las angustias que aplastan a tantos hermanos nuestros. Y no se arreglará nada con las armas, sino con el amor a Jesucristo.
Una Religiosa valiente y un guerrillero nos dieron una lección que vale por miles de discursos en las Naciones Unidas. La Hermana Religiosa se mete a hablar con los bandoleros de Colombia, allá por los años sesenta. A uno le habló de Cristo, de la Virgen, del pecado... Y al final, el bandolero:
- Hermana, yo le doy la pistola y usted me da su Crucifijo.
Hacen el intercambio. La monjita valiente no utilizó nunca la pistola para matar, y el bandolero dejó de matar y daba miles de besos al Crucifijo... ¡Qué gesto tan significativo! ¡Qué realidad!...
Si el mundo empieza a escuchar la voz de Jesucristo que llama; si el mundo empieza a amar a Jesucristo y ama como Jesucristo, que reparte amor; si el mundo empieza a hacer caso a Jesucristo, que nos enseña...,
entonces el mundo se salvará, el mundo tendrá paz, el mundo será más feliz...
Hoy constatamos a cada momento que allí donde entra Jesucristo entra con Él la felicidad. Hogares a lo mejor antes deshechos, apenas han permitido a Jesucristo meterse en ellos, se han convertido en mansiones de paz. Personas que vivían sin ideal, apenas conocido Jesucristo y decididas a hacer algo por El, se tornan verdaderos apóstoles, que recuerdan tanto a aquel convertido frente a las puertas de Damasco.
Y es que Jesucristo es un verdadero revolucionario de almas. Es imposible aceptarlo y no sentir una transformación total. Desaparece la vejez del pecado y aparece la novedad de la vida de Dios. Realiza Jesucristo lo que promete en el Apocalipsis: -Mirad que hago nuevas todas las cosas.
Jesucristo nos sigue enseñando y guiando por los Pastores de la Iglesia, especialmente por su Vicario el Papa, y estaremos siempre atentos a la Doctrina de los Apóstoles, como aquella comunidad de Jerusalén, la de nuestros primeros hermanos en la fe.
¡Jesucristo, Señor! Nosotros creemos en ti. Y te escuchamos. Y te amamos. Y queremos seguir adelante con paso alegre, mientras nos dirigimos gozosos a tu encuentro....